Una noche de fiesta: descubriéndome en la camarera

Narra un encuentro sexual fugaz, intenso e inesperado entre la camarera de una disco y una chica supuestamente hetero que podría ser cualquiera. 'Ella' puedes ser tú, puedo ser yo.

Se encontraba en el centro de la pista, moviéndose como si nadie mirara, sintiendo la música impactar sobre su cuerpo. Cada vez había más gente en la disco, cada vez había menos espacio para poder moverse.

A pesar de ello, ella no paraba de bailar. Sus caderas parecían haber perdido el control, sus pies se movían tan rápido que parecía que fuera a arder el suelo, su larga melena a instantes impedía ver su rostro, con esa sonrisa esbozada y esa mirada pícara.

No le hacía falta nada para sentir que ella solita, podía comerse el mundo.

Hacía rato que no tomaba un trago, así que se fue hacia la barra y de un brinco acaparó la atención de la camarera. La camarera tenía un toque desaliñado aunque tremendamente sexy. Su sonrisa era un lugar donde cualquiera podría perderse.

De pronto, ella volvió en sí y balbuceó: un chupito de Tequila. La camarera se lo sirvió y al decirle cuánto era, se le acercó tanto que sintió la vibración de sus labios en todo su cuerpo. Era raro, su piel estaba erizada, estaba confusa y extrañamente excitada.

Hubo un último intercambio visual antes de morder fuertemente la rodaja de limón y esfumarse entre la multitud. Allí, entre la gente, movía las caderas a ritmo de salsa, con su short favorito del mercadillo vintage . Bailaba como si no hubiera mañana, como un medio de expresión de lo que sentía y experimentaba.

Iban a ser las seis y ya estaban encendiendo las luces, para echar 'sutilmente’ a la gente. Mientras hacía cola en el guardarropía, alguien le susurró por detrás: 'pensaba que no te encontraría’. Era la camarera, que extrañamente, la había dejado fascinada y terriblemente excitada.

Se quedó con cara de tonta, sin saber qué decir sin parecer idiota. Así que se rió.

La camarera la invitó a tomarse una última copa con ella, en un bar que estaba cerca e ilegalmente abierto a aquellas horas. Sin saber por qué, aceptó, a lo que la camarera respondió mordiéndose el labio.

Era bastante evidente que no pretendía hablar de qué trapitos se había comprado en las rebajas ni de cómo habían subido las temperaturas. Aún así, ansiaba salir de dudas, vivir esa situación esporádica y cargada de chispas.

No andaron demasiado, aunque el camino se hizo eterno. Su respiración estaba entrecortada y su corazón acelerado.

-Me llamo Lena, por cierto.

Soltaron una sonora carcajada, ya que ni siquiera se habían dicho cómo se llamaban, siendo lo primero que se suele preguntar.

De pronto llegaron a la entrada de un local que tenía la persiana medio bajada. La luz era tenue y al final del local había un tipo tatuado y con barba kilométrica, al que Lena saludó desde la distancia.

El bar tenía un rollo alternativo de lo más desconcertante, combinaba sofás de cuero negro con cojines tribales y zapatos de tacón que colgaban del techo. Tras meditarlo superficialmente, se sentaron en uno de los sofás que estaba a uno de los lados escondido. Al momento vino el camarero y encargaron las bebidas, que no tardaron más de cinco minutos en llegar, así como el camarero no tardó más de dos en marcharse.

Allí estaban, la una frente a la otra, con una minúscula mesa entre ellas y dos margaritas extremadamente cargados. Ella no sabía muy bien qué decir así que lamió la sal del borde de la copa, antes de darle un primer trago, mientras clavaba sus ojos en los de Lena. Lena se frotaba el pelo corto que tenía en la zona de la nuca. Se le estaba poniendo la piel de gallina sin siquiera intercambiar una palabra ni un solo roce.

No era algo habitual que esperara al cierre de la disco para llevarse a una chica al bar de su colega, contrariamente a lo que pudiera parecer por la seguridad con la que se lo propuso. Simplemente le atrajo su forma de moverse en la pista, aquel contacto visual ardiente mientras mordía la rodaja de limón tras el chupito de tequila. Todo ello la dejó descolocada y bastante mojada.

La tensión sexual era jodidamente evidente. Y el silencio llamaba a gritos que alguna de las dos diera el primer paso. Ella no entendía qué le pasaba exactamente, estaba tan lubricada que temía manchar su short favorito. Nunca había estado tan mojada. Nunca había estado tan cachonda.

Deliberadamente o no, ella rozó la pierna de Lena con su muslo mientras le preguntaba si era nueva en la disco, ya que no le sonaba haber visto esa sonrisa antes. Lena apretó fuerte sus muslos, delatándose. Empezó a acariciarle el brazo sutilmente mientras le contaba que había vuelto a la ciudad hacía poco, después de haber pasado una temporada en el norte. Parecía alguien interesante, sin embargo, en ese momento ella sólo podía pensar en cómo sería sentir el calor de su cuerpo, en cómo sería sentir su humedad. Inconscientemente, se mordió el labio mientras fantaseaba con besarla de forma salvaje mientras acercaban cada vez más sus cuerpos. No se había dado cuenta que la cara de póker no era su fuerte y que se había delatado por completo.

Lena, tras un trago seco y contundente, se acercó y se sentó a su lado. El sofá parecía quemar, aunque no era el sofá lo que se estaba derritiendo. Le apartó el pelo y se lo colocó a un lado. Y ella , sin dudarlo más, se lanzó a besarla. Primero despacio y después más profundo e intenso. Sus bocas estaban inmersas en una danza protagonizada por la pasión y el desenfreno. Su mano estaba entre los muslos de Lena, cada vez más separados. Jadeando ambas. Lena le desabrochó la blusa, quedando al descubierto unos perfectos pechos redondos, resguardados por un sujetador lencero. Se inclinó a lamerlos, mientras ella le mordisqueaba el cuello en un grito desesperado de placer.

Su mano estaba empapada, igual que las bragas de Lena. Lena se sentó en la diminuta mesita que antes las había separado y ella le bajó con simulada delicadeza ese tejano y esas bragas empapadas. Y allí, en un arrebato de lujuria empezó a lamérselo. Lena arqueó su espalda formando una imagen deliciosa y cargada de erotismo. Con cada lametón, con cada succión, Lena movía más impacientemente su pelvis, así que le metió dos dedos que se perdieron rápidamente entre la marea de su flujo.  Estaba tan, pero que tan cachonda que no podía parar. No quería parar.

Lena rompió en una estallido, cubierta de sudor, flujo y la saliva de ella por su boca, por su cuello, por su coño.

La miró perpleja y brutalmente excitada y empezó a besarla mientras sus manos se perdían entre sus piernas, quitándole segundos después el short. Ella le arrancó la camiseta. Quería sentir sus pechos rozando los suyos mientras sus lenguas jugaban a encontrarse y sus dedos a esconderse entre ellas.

Parecía que iban a arder de lo calientes que estaban. Parecía que se iban a escurrir del sofá de cuero con tanta humedad.

Lena se lamió los dedos y eso la excitó todavía más. Seguían comiéndose la boca, rozándose los pechos y ahora rozándose entre ellas, como poseídas por el placer que estaban sintiendo y el éxtasis que se avecinaba.

De pronto, ella mordió el cuello de Lena en un intento de silenciar su orgasmo, mientras Lena rodeaba con sus brazos sus nalgas y lamía con pasión sus pechos.

Allí estaban, cubiertas de sudor, todavía con la respiración acelerada y con las piernas entrecruzadas, sintiendo el resultado de ese baile desenfrenado de sus cuerpos deseosos de placer.