Una noche de fiesta

De como mis compañeros de trabajo deciden hacerme un regalo de despedida que jamás olvidaré.

Como prometí anteriormente llegó el turno de las confesiones. Esta historia la conocen solo tres personas de mi círculo y la fémina que la protagoniza, pero ninguno de mis allegados conoce realmente lo que sucedió al final del todo. Dado que es una confesión varía con respecto a mis anteriores textos, aún así espero que os guste.

Llevaba ya casi un par de años asentado en una nueva ciudad por motivos laborales y durante todo ese tiempo había trabajado duro y me había esforzado al límite para conseguir un puesto de trabajo que ansiaba y al que no era muy difícil poder optar. Mis relaciones personales incluso se habían resentido ya que había dejado de salir los fines de semana porque llegaba a casa tan casado del trabajo que no me apetecía salir. Pero por conseguir el fin merecía la pena tanto sacrificio. Al final tras un par de entrevistas personales lo conseguí: ¡Era el nuevo directivo de mi empresa! Tendría un departamento entero a mi cargo y un nuevo equipo de trabajo al que dirigir. En cuanto se supo la noticia mis antiguos compañeros decidieron que debíamos salir en grupo a celebrarlo y así poder despedirme de ellos ya que cambiaba de centro de trabajo.

Después de una copiosa cena regada con buen vino, salimos del restaurante para tomar algunas copas y terminar la fiesta. Debido a que era un día entre semana, un martes o miércoles no lo recuerdo bien, solo había una zona de marcha abierta en toda la ciudad así que hacia allí nos dirigimos. El alcohol corrió en forma de chupitos y de cubatas, y era difícil no saber que estábamos celebrando algo debido al escándalo y el bullicio que montábamos. Lógicamente ninguna chica en su sano juicio se acercaba a nosotros, ya que salvo mi antigua secretaria no había más chicas en el grupo, este hecho llegaba a fastidiarme ya que, como os he dicho, llevaba tiempo sin salir de fiesta y hacía al menos dos meses que no estaba con una mujer por lo que andaba más desesperado que un náufrago en una isla desierta.

Cuando cerraron los pubs y las discotecas pensamos en cambiar de ambiente y alguno propuso ir a una sala de strip-tease. Los menos fiesteros fueron retirándose, mi secretaria incluida, pero al final fuimos un grupo numeroso a un local famoso en la ciudad y de muy buen gusto. Aun no entiendo como nos dejaron entrar en estado etílico en el que estábamos, pero supongo que habiendo pagado religiosamente la entrada al local y viendo que un martes no iban a tener mucha clientela, entramos todos entre chascarrillos y carcajadas. ¿Sabéis cuanto vale una copa en un lugar como éste? Demasiado para tomarte dos o más seguidas, por lo que enseguida comprendí por que nos habían dejado entrar. Un grupo tan grande y en ese estado consumiría copas a destajo y la maquina registradora echaría humo de tanto cobrar.

La "sala de variedades" era un local enfocado exclusivamente para el público masculino ya que solo bailaban chicas. No había ninguna otra mujer en la sala que no fuera medio desnuda y tratara de convencer a algún cliente para hacerle un baile privado en un reservado. Como animales en celo jaleamos y aplaudimos cada chica que salió a bailar y a desnudarse. Como nos comportamos y no queríamos jaleos con los de seguridad las chicas ya se avisaban entre ellas y salían riéndose al escenario sabiendo que tenían un "público" entregado. Rubias, morenas, incluso una pelirroja pasaron por la barra de acero y nos deleitaron con sus movimientos y sus esculturales cuerpos. Predominaban las chicas de fuera, latinas y de Europa del este, pero de vez en cuando también se dejaba ver alguna autóctona. ¡Dios! Eso era saber moverse y no lo que hace alguna gente en la discoteca.

Con el paso de la noche uno a uno los integrantes de la fiesta se fueron despidiendo y cuando cerraron el local bien entrada la madrugada solo quedábamos con ganas de fiesta 4 personas. Cogimos el primer taxi que pudimos y le preguntamos al taxista si conocía algún sitio donde poder continuar la juerga. Él nos miró, apagó el contador del taxímetro y dijo:

Os voy a llevar a un sitio que os va a gustar.

Las calles desiertas de la ciudad volaban a nuestro paso. El cansancio y el alcohol ya empezaban a hacerme mella, pero el hecho de recordar lo que había conseguido me hacía recuperar fuerzas y tener ánimo para quemar la ciudad entera.

Cuando llegamos nos sorprendió encontrarnos delante de un piso normal y corriente de la zona alta de la ciudad. El taxista no nos quiso cobrar nada y solo nos indicó que llamáramos al 2º piso y dijéramos que veníamos de parte de Aurelio. Una voz de mujer nos franqueó el paso y subimos raudos pero inquietos deseosos de saber si nos estábamos metiendo en la boca del lobo.

Nada más entrar al piso lo que más nos sorprendió fue encontrar un atril como el de los restaurantes y una señora mayor muy amable que nos acompañó a un pequeño salón poco iluminado que tenía una barra y música de ambiente.

Ahora mismo le digo a las chicas que salgan.

En la barra solo había otra pareja que discutía en voz baja. Ella casi no se tenía en pie y él no paraba de fumar y escuchar lo que ella le decía. El barman nos preguntó que queríamos beber y encargamos bebidas para los cuatro.

Un pequeño bullicio fue la señal de que nuestras femeninas acompañantes llegaban. Antes de que entraran ya habíamos hablado que una copa más y para casa, y que de esto ni pío al resto de la gente, ya que dos de ellos estaban casados. Decir que nos quedamos con la boca abierta es decir poco. Las cuatro chicas que entraron por la puerta bien podían decir que eran modelos, que habían sido portada en cualquier revista o que habían ganado un concurso de belleza. Todas ellas iban ataviadas con muy poca ropa, es decir con un sujetador y un minúsculo tanga. Antes de acercarse a nosotros se reunieron en camarilla y discutieron un momento; terminado el cónclave cada una se dirigió rauda hacia su objetivo quedando todos emparejados al instante.

En mis rodillas se sentó una chica del este con el pelo rojo teñido y unos profundos ojos azules. Sin que casi pudiéramos remediarlo se pidieron una copa y comenzamos una charla informal sobre quienes éramos y que hacíamos allí tan guapos y tan solitos. No faltó un segundo para que uno de mis tres acompañantes soltara que estábamos celebrando mi ascenso por lo que la contestación de la chica queme abrazaba fue que eso había que celebrarlo. La idea corrió como un reguero de pólvora y entre los tres acordaron que debía darme un homenaje a su salud (ya que ellos no podían al estar casados) y que ellos mismos lo pagarían como regalo de despedida. Otra de las chicas me dio la enhorabuena por tener unos amigos tan generosos y que debía elegir con quién me iba a ir al cuarto.

Justo un rato después de que entraran las chicas que estaban con nosotros, otras dos jóvenes de la casa se acercaron a la barra y sentadas juntas comenzaron a hablar entre ellas. Una de ellas me llamó la atención desde que apareciera por la puerta. Sus rasgos denotaban claramente que era sudamericana: piel bronceada, pelo corto moreno y unos ojos azules que no me quitaban la vista de encima. Era un poco más baja que el resto de chicas y tenía un cuerpo aniñado, con pocas tetas pero con un buen trasero. En fin, el conjunto en sí la hacía la más guapa de todas. Y fue a ella a quien elegí para gran disgusto de mi acompañante.

Una de las chicas se levantó y le dijo que se sentara con nosotros. Nos presentó y nos dejó hablar un rato. Se llamaba Esmeralda, aunque poco después supe que no era así, y sin más miramientos me dijo que le había intrigado que la mirara tan fijamente cuando normalmente los clientes bajaban la cabeza cuando una de las chicas los mira, algo así para indicar que no quieren nada más que terminar su copa y volver a su casa con sus amadas y serviciales esposas. Mi contestación fue tajante, quizás envalentonado por el alcohol:

Porque eres muy guapa y para mirar al camarero feo prefiero mirarte a ti. – ella sonrió como única contestación.

Alentándome a llevarme mi premio a la cama mis compañeros se pusieron en pie indicando que se iban para casa. Me dejaron dinero para el taxi de vuelta y pagaron media hora de disfrute con la bella latina que me cogía por la cintura cuando ellos se despedían y se marchaban por la puerta. Luego Esmeralda me pidió que la acompañara y entramos en una gran habitación pobremente iluminada. Una gran cama con forma de corazón y un jacuzzi junto a dos mesillas de noche donde pude dejar mis cosas era el único mobiliario de la estancia.

Ven, desnúdate que tengo que ducharte. - me dijo ella con tono mecánico.

La verdad es que nunca me había encontrado en tal situación y me encontraba un poco fuera de juego. Nunca me ha hecho falta pagar para recibir sexo y siempre lo he considerado algo de desesperados, ingenuos o vividores, además siempre he mantenido una postura encontrada con el tema de la prostitución por el hecho de que degrada a las mujeres sobre todo. Pero bueno, en aquel instante, medio borracho, más caliente que el pico de una plancha y medio desnudo dirigiéndome al jacuzzi cogido de la mano de Esmeralda, que también se había desnudado, todas esas cuestiones la verdad es que ni pasaron por mi cabeza.

Delicadamente Esmeralda comprobó la temperatura del agua, cogió una esponja y comenzó a frotar mi pecho mientras yo no dejaba de mirarla a los ojos, esos ojos que me habían embelesado desde un primer momento.

¿Sabes que tienes una mirada muy bonita? – me comentó.

Gracias. – fue lo único que pude contestar pensando que era el típico piropo que le decía a cualquier cliente.

Sus habilidosas manos frotaban todo mi cuerpo con la esponja y cuando paso por mi entrepierna mi pene no tardo en reaccionar poniéndose en alto cual mástil de una bandera. Terminó de retirarme el jabón con el agua y cuando iba a cerrar el grifo le dije:

Espera, ahora me toca a mí.

Ella me miró extrañada, no sabiendo que decir ni que responder. Yo tranquilamente recogí la esponja y comencé a pasarla por su pecho, sus piernas y su bonito trasero. A mi contacto sus morenos pezones se pusieron duros y no dudé un instante en agachar la cabeza y lamerlos un poco. Ella me sujetó y me pidió que me esperara un poco, me mandó hacia la cama y terminó de limpiarse con el agua.

La cabeza me daba vueltas y solo cuando me tumbé pude comprobar que el techo era un espejo al igual que el resto de paredes de la habitación. Esmeralda se acercó a una de las mesitas que aguardaban junto a la cama y de uno de sus cajones sacó un preservativo de color rosa que con maestría me colocó sobre mi herramienta. Sin que yo dijera nada se tumbó a mi lado y comenzó a tocar mi dura verga con una mano y a meterla y sacarla de su boca rápidamente. Yo la frene pidiéndole que fuera más despacio ya que no estaba sintiendo nada con su felación. Entonces ella decreció el ritmo y empezó a deleitarme el juego de su lengua sobre mi glande a la vez que tocaba mis testículos con una de sus manos, incluso llegó a palpar mi ano buscando que mi erección fuera aún más descomunal. Yo mientras tanto trataba de tocar sus pechos mientras me veía reflejado en el techo: ¡Que gran escena estaba viendo! Yo tumbado en un gran corazón mientras una morenaza de escándalo me hacía un trabajo bucal de campeonato.

Cuando Esmeralda consideró que mi polla estaba bien erecta trató de ponerse sobre mí a horcajadas para introducirse mi herramienta, pero yo nuevamente la paré y le pedí que se tumbara. Ella me miraba mitad extrañada mitad asombrada. En ningún momento traté de besarla en la boca pero sí en el cuello y bajando por él me deleité tocando primero y lamiendo después esos pequeños pechos que Dios le había dado. Su respuesta fue sincera y al instante sus pezones se pusieron duros y puntiagudos. Mis dientes rozaban su punta cuando los mordisqueaba y mis manos los masajeaban con tranquilidad. Luego mi boca continuó bajando y cuando llegó a la altura de su ombligo ella me levantó la cabeza y me dijo:

No hace falta que lo hagas.

Ya, pero es que tengo ganas de hacerlo y me gusta. – le contesté.

Seguí bajando por su vientre y me encontré con un pequeño triángulo de pelo muy bien recortado que ocultaba un pequeño conejito con unos labios marrones casi ocultos. Mi lengua se paseó por sus muslos y luego descuidadamente se interesó más el pequeño botón carnoso que mis dedos descubrieron entre los pliegues de su lindo coñito. Muy lentamente la punta de mi lengua repasó todos y cada uno de los centímetros de su oloroso sexo y yo mismo me sorprendí cuando sus caderas comenzaron a moverse cada vez que rozaba su pequeño clítoris con mi saliva. Cuando noté que sus labios inferiores se abrían para mí como si de una flor se tratara incrusté mi lengua entre ellos y comencé a penetrarla con ella como si de un falo se tratara. Esmeralda respondió a mis cuidados con una retahíla de gemidos que pronto se transformaron en gemidos para acabar con un gran estertor fruto de un breve pero intenso orgasmo.

Mi bella acompañante me levantó el rostro de su entrepierna y me pidió que la follara. Su rostro, ahora sudoroso, había cambiado de expresión y cuando se tumbó cuan larga era en la cama y levantó las rodillas esperando que la penetrara, me pareció ver un atisbo de deseo en su mirada. Yo no quería engañarme, sabía que aquella chica era una profesional y que seguramente sus orgasmos eran fingidos, pero había algo que no me terminaba de convencer. Con delicadeza fui introduciendo mi pene en su húmeda vagina, ayudado por sus flujos y mi saliva, y luego me tumbe sobre ella mientras comenzaba un lento pero apasionado mete-saca mientras veía mi rostro en el espejo de enfrente. Esmeralda no parecía disfrutar, o al menos esa era la impresión que yo tenía cuando sin previo aviso y por sorpresa levantó su rostro y me besó en la boca buscando con su lengua la mía. Yo no dude ni un solo instante en devolverle el beso y entonces mi ritmo se hizo más animado. Cuando nuestras bocas se separaron ambos sonreímos y comenzamos a disfrutar verdaderamente.

No tardamos en cambiar de postura. Ella a cuatro patas y yo por detrás empujando hizo que nuestros cuerpos comenzaran a sudar de lo lindo. Mis embestidas eran respondidas por Esmeralda con grititos de placer y su cara reflejada en el espejo era de completo gozo. Justo en medio de la faena un teléfono sonó en la habitación dándome un susto de muerte. De un salto mi menuda acompañante lo cogió y respondió rauda:

Sí. No, no, aun no hemos acabado. Espera. – y mirándome me preguntó - la media hora que han pagado tus amigos ha terminado ¿quieres estar más tiempo?

Hombre, así no me puedo quedar. – dije yo.

Que sí. Espera que le pregunto. ¿Tienes una tarjeta de crédito o algo con que pagar?

Sí, ¿te vale VISA? – exclamé sonrojado por la situación.

No te preocupes ya le cobro yo aquí. – y colgó.

Esmeralda no tardó en colocarse nuevo de nuevo en la misma posición y continuamos con la faena. Cogiéndola por los hombros pude arremeter con más fuerza, temía lastimarla pero sus voces de "sigue así", "ay, que rico", me convencieron de que no lo estaba haciendo. Jadeos y más jadeos culminaron en un magnífico orgasmo coronado por el grito de placer que salió de su garganta.

Exhausta se tumbó de nuevo sobre su espalda en la cama y me apremió a que yo fuera yo el que terminara. Cogí sus pies y levantándolos por encima de sus hombros los dejé en alto mientras mi polla volvía a entrar en su recóndita cueva. Ella enseguida volvió a disfrutar entusiasmada con la idea de volver a correrse. Mi imagen en el espejo sonrió cuando me vi en tal pose. No todos los días se disfruta de una chica de ese calibre ni de un cuerpazo como ese. La estrechez de su coñito favoreció mi placer pero el alcohol que invadía mi cuerpo hacía difícil que me corriera, y así se lo dije.

No te preocupes, déjame a mí. – me dijo.

Con sus manos y sus labios volvió a poner mi lanza en ristre para luego tumbarse completamente sobre la cama con el rostro hundido en la almohada. Abrió sus piernas completamente y me dijo:

Por delante, no te confundas cielo.

Con no poca dificultad introduje mi pene en su almejita y pude saborear el séptimo cielo. Tumbado sobre ella y lamiendo su oído mi verga notaba cada una de las fibras de su ser que me apretaba al máximo en su interior. No hicieron falta más que unas pocas arremetidas para que ambos a la vez comenzáramos a jadear y en breve tuviéramos un sonoro orgasmo compartido.

Cansado, jadeando, me deje caer sobre la cama. Ella se apresuró a quitarme el condón y alargarme un pañuelo de papel para poder limpiarme. Esmeralda hizo lo propio y tumbada sobre la cama descansando me preguntó:

Es la primera vez que vienes a un sitio de estos ¿verdad?

Bueno no, he ido a otros pero nunca había estado con una chica. – contesté – Bueno he estado con otras chicas pero... bueno ya sabes. ¿Tanto se nota?

Sí, tú esta noche no has follado conmigo, has hecho el amor. – razonó – en mi trabajo estamos hartas de gordos, viejos y borrachos, pero cuando viene alguien joven como tú es siempre distinto.

Gracias. – fue lo único que pude contestar.

Aún queda un cuarto de hora ¿te ves con fuerza para continuar?

No, creo que no. Mejor hablamos.

Esmeralda me comentó que su verdadero nombre era Eva. Venezolana de nacimiento que había venido a España a triunfar pero que harta de trabajar explotada en un supermercado decidió sacar provecho a su cuerpo donde llegaba a cobrar más que yo en mi puesto actual de trabajo. Tenía una hermana en Madrid a la que enviaba dinero todos los meses, pero que lógicamente no sabía de donde salía dicho dinero. Estaba ahorrando y cuando consiguiera un poco más se iría para allá con ella y montaría un negocio respetable. Me sorprendió la calidez y sinceridad de sus respuestas y como veía lo que hacía como un trabajo puro y duro, no le gustaba compararse con las otras chicas que hacían la calle ya que el estar en un sitio de alto-standing daba más seguridad y un poco más de caché a lo que hacía. Cuando terminó la hora fui a pagar pero ella solo me cobró el porcentaje que le correspondía al local, cuando le pregunté el porqué me contestó:

Lo hago con una condición, no vuelvas más por un sitio como este. Eres demasiado bueno y se nota que éste no es tu sitio, seguro que hay montones de chicas interesadas por ti ahí fuera. Has disfrutado del regalo de tus amigos esta noche y éste es el mío. Espero que me hagas caso.

Cuando me despedí de ella me miró con cara de complicidad sobre todo lo sucedido y lo hablado. Amanecía en la calle y el taxi que cogí me dejo en casa con el tiempo suficiente para darme una ducha y salir pitando para el trabajo para no llegar tarde el primer día en minueto puesto de trabajo. Cuando mis compañeros me preguntaron no les dije nada sobre lo que había hablado con Eva ni lo que había pasado en la cama, me limité a contarles que había sido fantástico, que era una diosa en la cama y que muchas gracias por el regalo. La verdad me la guardé para mí (y ahora para vosotros).

Aún hoy sigo recordando aquella cara angelical y sus palabras y os prometo que desde entonces le he hecho caso. Me pregunto si ella habrá conseguido volver con su familia y echado a andar su nueva vida. Espero que sí.

Cartas, comentarios, críticas y alabanzas serán siempre bienvenidas. Mándame ya la tuya.