Una noche cualquiera

Primera sesión de un sumiso, sometiéndose a una desconocida e impresionante mujer.

Todo comenzó en una noche cualquiera. Estaba aburrido en mi casa cuando la típica llamada de un amigo me convenció para tomar una copa. Aquella copa se convirtió en una noche de juerga en toda regla, y el alcohol hizo que nos animáramos a buscar otro tipo de diversión. Mi amigo, que tenía que trabajar al día siguiente dio por finalizada la noche, pero yo aún tenía cosas que decir, así que decidí entrar en un nuevo pub con la esperanza de encontrar lo que buscaba.

Al poco de estar allí mis ojos se dirigieron a una espectacular mujer. Era alta para ser una fémina, esbelta, morena, pelo liso, ojos negros y mirada profunda. Sus piernas parecían interminables, y la estrecha y corta falda que lucía ensalzaban más sus extremidades. En condiciones normales no me hubiera atrevida ni a mirarla, pero el whisky que llevaba encima hizo en mi creerme irresistible y armarme de valor para hablar con esa impresionante mujer.

Pronto entramos en conversación, hasta que después de algún cubata me decidí a invitarla a mi casa. Su cara de incredulidad me bajó de la nube. Estaba claro que era mucha mujer para mi, y su expresión parecía indicarlo.

Después de unos segundos que parecieron eternos, contestó a mi proposición.

-Mira, chico, me pareces majo, y aunque aún no entiendo como has osado siquiera imaginarte que pudiera irme contigo, te haré un regalito que pocos han tenido. Te dejaré acompañarme a mi casa, me despedirás y mañana te presentarás en el mismo lugar a la hora que te indique y me rendirás pleitesía.. ¿comprendes?

-Si , fue mi escueta respuesta sin entender realmente que quería decir

-No has comprendido, me temo. Mañana entrarás en mi casa, dejarás tu perjuicios a un lado, y me pertenecerás, nada será igual después de ese día. Estás a tiempo de renunciar, puede que no sepas servirme como merezco, y prefiero una negativa ahora, luego no la admitiré

-Si, lo que usted diga – no pudiendo extrañamente tutearla

No se como lo había hecho, pero me sentía totalmente dominado y humillado, pero a la vez excitadísimo. Y sólo sentía deseos de servir a aquella mujer, que en cada palabra que pronunciaba no desprendía un poder superior, una autoridad imposible de hacer frente.

Ni que decir tiene que al día siguiente estaba allí a la hora convenida. Llamé al timbre y esperé, simplemente esperé. De pronto salió la mujer de mis sueños, la persona que ocupaba mis pensamientos desde la noche anterior, mi Ama.

Estaba extraordinaria, vestía de negro, de latex, con unas botas altísimas, y con ropa muy ceñida que hacía adivinar su espectacular cuerpo. Soñaba tanto con adorarla.

Allí me volvió a advertir del paso que iba a dar, de las consecuencias que acarrearían, pero ni nada ni nadie iba a detenerme ahora.

Al entrar, me paró

-¡¡ pero que haces, desgraciado!! De rodillas, y sin ropa, ¿serás cretino? Cuanto tienes que aprender. Cuando estés en mi presencia te quiero desnudo, y más cosas que iremos solucionando, pero todo a su tiempo

-Lo siento -sólo acerté a decir

-Lo siento Ama, querrás decir, perro inmundo

-Lo siento, Ama - mi degradación estaba comenzando y mi excitación no bajaba

Al ver mi cuerpo, sonrió de aprobación, aunque me indicó que debía depilarme totalmente, ya que le gustaba tener el mayor acceso posible a todos mis orificios.

Me condujo a una habitación, donde se podían ver diversos elementos de tortura. Mi miedo crecía por momentos. ¿qué hacía yo allí con una mujer desconocida, arrodillado y desnudo? Esa humillación aún me excitaba más.

Sin decir palabra me arrastró hacia dos postes paralelos de cierta altura, de donde colgaban dos grilletes en cada uno, uno arriba y otro debajo de cada palo.

Me levantó y cogió mis manos y las unió a cada palo, haciendo lo mismo con mis pies, por lo quedé totalmente inmóvil, en posición de cruz.

Para aumentar mi temor colocó en mis ojos una venda, con lo que no sabía que ocurría a mi alrededor. En esa situación los demás sentidos se agudizan, intentas identificar cualquier sonido, y la espera se hace eterna. Después de cinco minutos de silencio, sólo roto por pequeños ruidos difícilmente localizables, mi Ama comenzó a hablar.

-Te lo advertí, sabías q si entrabas aquí no había retorno posible, y aún así lo has hecho. Admiro tu valor, pero espero sigas demostrándomelo. No quiero quejas, sea lo que sea lo que te ocurra bajo estas paredes. Comienza tu sumisión, y créeme que debes aprender mucho.

Mi cuerpo no podía sino sentir escalofríos al oír esas palabras. Estaba a su merced, ¿cómo no lo había pensado antes? La excitación me había nublado la mente, sin discernir las posibles consecuencias de mi decisión.

Cuando aún mi cabeza daba vueltas a sus mandatos, el primer latigazo recorrió mi culo. Fue un dolor inmenso, y no podía hacer nada por pararlo, Al primero le siguieron incontables más, lo que hizo humedecer mis ojos, estaba ante una sádica que disfrutaba con mi dolor. Mis gritos eran enormes, por lo que optó por ponerme una especie de bozal atado a mi boca, decía q mis lamentos la distraían.

Imaginaba mi culo rojo, en casi carne viva, cuando de repente paró, lo q provocó en mi un agradecimiento infinito. Se acercó a mis genitales y los acarició con suavidad, rozó mi pene con su mano, lo bombeó de arriba abajo, poco a poco. Mi polla estaba empalmadísima, la sentía enorme, y ella seguía con dulzura tocando mi sexo. Cuando estaba a punto de correrme paró, y por el repiqueo de sus zapatos pareció alejarse.

De pronto, un tremendo pinchazo apareció en mis genitales. Unas pinzas aprisionaban mis testículos, no estaba preparado para tanto dolor, pero aún mi pene seguía tieso.

Eso fue su perdición, ya que poco tardó en ser golpeado con el látigo, haciéndome olvidar el sufrimiento de mis huevos y centrando mi mente en mi pobre miembro viril.

Más tarde, fue quitando las pinzas a golpe de látigo, lo que fue incluso más hiriente que al ponerlas.

Mi cabeza comenzaba a dejarse llevar, a no esperar nada, pues cada paso de mi Ama era aún más extremo que el anterior. Estaba doblegándome, forjando mi capacidad de aguante, que hasta ese momento no había sido mucha. Ahora intentaba soportar el dolor con mi mejor cara, quería complacerla, que viera que aceptaba su castigo por ser quien era.

Un sentimiento de culpabilidad me martilleaba, si recibía ese correctivo era porque lo merecía, por mi bien, y sólo debía agradecérselo, no solicitar clemencia.

Pinzó mis pezones, pero mi cara ya aguantaba con orgullo sus castigos. Con un amenazante dedo probó la virginidad de mi ano, introduciéndolo lentamente, como palpando sus posibilidades. Lo metió hasta el fondo, y mi sensación no era de dolor, sino de humillación, nadie había antes profanado mi agujero. Ella seguía jugando con mi culo, entraba y salía, lo dilataba, y reía, no paraba de reir, lo que sin duda aumentaba mi vergüenza.

-Pronto este culo dejará de ser virgen, y absorberá aparatos de cualquier tamaño, pero por hoy ya está bien, ha sido un día duro para mi perrito.

Como muestra de gratitud te desataré y dejaré que lamas mi sexo con devoción.

No veía mejor premio. Me quitó los grilletes y metió mi cabeza en su divino coño, cogiéndome del pelo restregó mi cara por todo su sexo, y saqué la lengua lamiendo lo mejor que podía tan exquisito manjar. Lo hacía de arriba abajo, de izquierda a derecha, con suavidad y después con fuerza, al principio superficialmente para más tarde meter toda mi lengua en su interior, Quería sentir sus jugos, saborear sus aromas, degustar sus fluidos. Era mi recompensa a los castigos aguantados, y en ese momento pensé en lo benévola que era mi Ama al permitírmelo, al dejarme participar de su placer.

Cuando estaba cerca del orgasmo guió mi cabeza hacia su culo, quería que lamiera también su agujero más oculto. Lo hice sin demora, nuca lo había hecho, me parecía poco higiénico, pero ella era distinta, por ella besaba el suelo que pisara, y desde luego, no estaba dispuesto a desaprovechar aquella ocasión. Lo saboreé con gusto, orgullosos de realizarlo, de estar bajo su poder, de proporcionarla placer.

No tardó en correrse, obligándome a lamer bien sus jugos, a limpiarse con mi cara.

Cuando acabó, ordenó que me vistiera y que me fuera, que no me lavara la cara en todo el día, así la tendría presente, que no me masturbara sin su permiso, pues a partir de ahora controlaría mis eyaculaciones, y que tuviese siempre el móvil disponible, porque a partir de ahora era su perro, su juguete, y podía disponer de mi cuando quisiera.

Salí de allí con una mezcla de sensaciones, sabiendo que mi vida había cambiado para siempre, pero deseando que aquel día fuera el comienzo de una larga sumisión.