Una noche con Marta (II)

Como acabo aquella noche, a partir de aquel día ya no habría vuelta atrás para Marta.la antigua Marta era una sombra lejana, un envoltorio que escondía un ser ávido de carne y sexo, su voluntad anulada por un deseo brutal de sumisión, de no ser nada más que la hembra de su macho de nada más que servir a su Amo, el dueño de su cuerpo y sus deseos…yo.

-Gracias, Amo.

Sus palabras sonaron como un susurro después de haber recibido mi semen en su boca, me miraba fijamente, extasiada, dibujando una sonrisa con su boquita sucia de esperma. Había conseguido arrancar mi primer orgasmo de la noche, y su mirada suplicante me indicaba que la perra aún no estaba saciada.

-A tu habitación, zorra. Ah, …y a cuatro patas.

Avanzó gateando melindrosamente hacia la habitación, tirando de la correa que había enganchado a su collar de mascota, moviendo su culo de manera exagerada y provocadora a cada paso, como si ese andar lento y deslizante que exaltaba las redondeces de su culo formase parte del cortejo de una hembra en celo hacia su macho. Pocos resquicios de humanidad quedaban en sus movimientos, sinuosos, felinos. Sólo el tintinear del choque de la placa contra la correa y su respiración jadeante, animal, rompían el silencio de la habitación. Con mano firme dirigía su correa, siempre tensada a su cuello, para que notase mi dominio sobre su persona.

Cruzamos el pasillo en penumbra hasta llegar a la habitación de matrimonio, paso a paso nos acercábamos al lugar donde culminaría todo, me la follaría en la cama donde dormía con su maridito, donde se la tiraba cumpliendo sus deberes conyugales, allí es donde delante de las fotos de su feliz matrimonio, de las fotos de sus padres, de su hijo, de su familia que se disponían sobre la cómoda, allí es donde sería humillada y follada como la puta en la que se había convertido, mi puta.

La levanté, solté la correa del collar y de un empujón la tendí sobre la cama, la amordacé con la corbata que me había regalado, abrí bruscamente sus piernas y empecé a acariciar su entrepierna llegando enseguida a su vagina, metiendo mis dedos en su interior, mojándolos en los abundantes flujos que mojaban su vulva, sintiendo su calor, su humedad, abriendo su sexo como una flor y continuando con mi lengua la vía que había abierto con mis dedos. La esclava Marta jadeaba, presa y entregada al placer que le estaba proporcionando, ahogando sus gemidos en la corbata que atenazaba su boca. Mientras lamía con fruición su sexo mis dedos mojados de sus flujos se perdieron en sus pechos y después en su boca, que intentaba chupar pese a la dificultad de su mordaza. Sus manos se asían fuertemente a las  sabanas y todo su cuerpo se retorcía espasmódicamente entre gritos de placer in crescendo hasta liberar un aullido salvaje cuando explotó su primer orgasmo gracias a los movimientos de mi lengua en su clítoris hinchado, hambriento de sexo.

Pese a que cayó desplomada después del éxtasis, no le di tregua, mis manos se aferraron a sus caderas, me hice sitio entre sus piernas y empecé a penetrarla de manera brusca, fuerte, salvaje, animal. Con mi lengua empecé a trabajar aquellos pezones que coronaban sus tetas siliconadas mientras mis embestidas llegaban a las entrañas de mi esclava, poseyéndola de manera absoluta, por un momento tuve la fantasía de preñarla, de follarla gorda, embarazada, de marcarla con mi semilla y darle un cachorro para que tuviera cada día y en cada momento mi huella en su vida.

Primero ella apenas era consciente de mis embates, permaneciendo casi ausente, adormilada, agotada por aquel primer orgasmo, pero en breve volvieron a oírse sus gemidos, cada vez más animales, inhumanos. Al unísono sus piernas se aferraron a mi tronco, uniéndose cada vez más profundamente a mi, piel contra piel, el tacto caliente, íntimo, de su cuerpo sudoroso encendía la temperatura de mi líbido, poseyéndola sin freno, sin descanso. Marta mordía la corbata, su saliva se escapaba entre las comisuras mezclándose con los restos de esperma de mi primera corrida, su cuerpo se movía al ritmo del baile salvaje que marcaban sus caderas entre sus piernas, un río de flujos lubricaba su sexo facilitando el deslizamiento de mi polla en su interior, el ritmo cada vez más fuerte y rápido, los dos cuerpos unidos en una espiral de desenfrenada sensualidad que culminó cuando en una última embestida contra su pelvis, un chorro de esperma se liberó dentro de su empapado sexo. Segundos después ahogada en un mar de gemidos mi perra volvía a correrse

-Gracias, Amo.

Sus palabras sonaron como un susurro después de haber recibido mi semen en su boca, me miraba fijamente, extasiada, dibujando una sonrisa con su boquita sucia de esperma. Había conseguido arrancar mi primer orgasmo de la noche, y su mirada suplicante me indicaba que la perra aún no estaba saciada.

-A tu habitación, zorra. Ah, …y a cuatro patas.

Avanzó gateando melindrosamente hacia la habitación, tirando de la correa que había enganchado a su collar de mascota, moviendo su culo de manera exagerada y provocadora a cada paso, como si ese andar lento y deslizante que exaltaba las redondeces de su culo formase parte del cortejo de una hembra en celo hacia su macho. Pocos resquicios de humanidad quedaban en sus movimientos, sinuosos, felinos. Sólo el tintinear del choque de la placa contra la correa y su respiración jadeante, animal, rompían el silencio de la habitación. Con mano firme dirigía su correa, siempre tensada a su cuello, para que notase mi dominio sobre su persona.

Cruzamos el pasillo en penumbra hasta llegar a la habitación de matrimonio, paso a paso nos acercábamos al lugar donde culminaría todo, me la follaría en la cama donde dormía con su maridito, donde se la tiraba cumpliendo sus deberes conyugales, allí es donde delante de las fotos de su feliz matrimonio, de las fotos de sus padres, de su hijo, de su familia que se disponían sobre la cómoda, allí es donde sería humillada y follada como la puta en la que se había convertido, mi puta.

La levanté, solté la correa del collar y de un empujón la tendí sobre la cama, la amordacé con la corbata que me había regalado, abrí bruscamente sus piernas y empecé a acariciar su entrepierna llegando enseguida a su vagina, metiendo mis dedos en su interior, mojándolos en los abundantes flujos que mojaban su vulva, sintiendo su calor, su humedad, abriendo su sexo como una flor y continuando con mi lengua la vía que había abierto con mis dedos. La esclava Marta jadeaba, presa y entregada al placer que le estaba proporcionando, ahogando sus gemidos en la corbata que atenazaba su boca. Mientras lamía con fruición su sexo mis dedos mojados de sus flujos se perdieron en sus pechos y después en su boca, que intentaba chupar pese a la dificultad de su mordaza. Sus manos se asían fuertemente a las  sabanas y todo su cuerpo se retorcía espasmódicamente entre gritos de placer in crescendo hasta liberar un aullido salvaje cuando explotó su primer orgasmo gracias a los movimientos de mi lengua en su clítoris hinchado, hambriento de sexo.

Pese a que cayó desplomada después del éxtasis, no le di tregua, mis manos se aferraron a sus caderas, me hice sitio entre sus piernas y empecé a penetrarla de manera brusca, fuerte, salvaje, animal. Con mi lengua empecé a trabajar aquellos pezones que coronaban sus tetas siliconadas mientras mis embestidas llegaban a las entrañas de mi esclava, poseyéndola de manera absoluta, por un momento tuve la fantasía de preñarla, de follarla gorda, embarazada, de marcarla con mi semilla y darle un cachorro para que tuviera cada día y en cada momento mi huella en su vida.

Primero ella apenas era consciente de mis embates, permaneciendo casi ausente, adormilada, agotada por aquel primer orgasmo, pero en breve volvieron a oírse sus gemidos, cada vez más animales, inhumanos. Al unísono sus piernas se aferraron a mi tronco, uniéndose cada vez más profundamente a mi, piel contra piel, el tacto caliente, íntimo, de su cuerpo sudoroso encendía la temperatura de mi líbido, poseyéndola sin freno, sin descanso. Marta mordía la corbata, su saliva se escapaba entre las comisuras mezclándose con los restos de esperma de mi primera corrida, su cuerpo se movía al ritmo del baile salvaje que marcaban sus caderas entre sus piernas, un río de flujos lubricaba su sexo facilitando el deslizamiento de mi polla en su interior, el ritmo cada vez más fuerte y rápido, los dos cuerpos unidos en una espiral de desenfrenada sensualidad que culminó cuando en una última embestida contra su pelvis, un chorro de esperma se liberó dentro de su empapado sexo. Segundos después ahogada en un mar de gemidos mi perra volvía a correrse

Caímos agotados los dos sobre la cama, en ese momento en el que parece que el alma abandone nuestro cuerpo, me quedé admirando  lo que consideraba mi obra maestra. A nivel físico, había completado sus nuevos senos con otros retoques que si bien más leves resultaban muy significativos para mi. Su sexo siempre lucía totalmente depilado, tenía prohibido cualquier presencia de pelo en esa zona, sólo piel, a la vista, siempre oferente para mis ojos…o de cualquiera a quien yo considerase digno de verlo. Cambió su peinado, su forma de vestir y maquillarse, lucía siempre más provocativa, los escotes y minifaldas empezaron a ocupar gran parte de su fondo de armario, toda su ropa interior se había renovado: tangas, encajes y todo tipo de lencería más propia de una profesional del sexo que de una digna señora casada.  Otro de mis regalos fueron una serie de inyecciones de colágeno en sus labios que los engrosaron haciéndolos más carnosos y más deseables para una de sus funciones primordiales como esclava mía, unos labios de puta chupona que contrastaban con la finura de sus facciones de señorita de alta sociedad.

Pero mi mayor orgullo no fue esta transformación física, sino la semilla que había cultivado en su mente, en su alma. Su mentalidad políticamente correcta, y su raciocinio habían desaparecido casi por completo cuando estaba ante mi, la antigua Marta era una sombra lejana, un envoltorio que escondía un ser ávido de carne y sexo, su voluntad anulada por un deseo brutal de sumisión, de no ser nada más que la hembra de su macho de nada más que servir a su Amo, el dueño de su cuerpo y sus deseos…yo.

La miré y sonreí, me devolvió la mirada entre tímida y avergonzada, en aquel momento me pareció una mirada limpia, pura, contrastando con los goterones de semen mezclados con sudor que perlaban su cara, entre restos de maquillaje y pintalabios, su pelo enmarañado coronaba su rostro sonriente y volví a fijarme en aquella mirada candorosa, llena de curiosidad e ilusión…la mirada de una niña. Fue en aquel momento, cuando de golpe, como una estrella fugaz en noche de verano, una lágrima se deslizó por su mejilla.

-A cuatro patas, sobre la cama, zorra. ¿Sabes qué voy a hacerte?

-Si, Amo, va a encularme como la puta que soy. Lo deseo y lo merezco

Encadené la cadena a la cama, atada a la cabecera, de cara a la pared, puesta a cuatro patas, sólo vestida con la correa y tacones ofreciéndome su trasero, su orificio aún virgen, preparado para ser hollado por mi pene. A partir de ahora ya no habría parte de su piel, de su anatomía que no hubiera sido besada, acariciada o follada por mi.

Me quedé admirando  luna de sus nalgas,  su culo prieto y fibrado. De su orificio anal pendía un fino hilo, mojé mis dedos en vaselina, metí suavemente los dedos pulgar e índice en su ano, masajeando la piel de la entrada, introduciéndolos parsimoniosamente hasta su base, penetrando en su recto y extrayendo lentamente el dilatador que había llevado puesto durante todo nuestro encuentro. Consistía en una serie de bolas de goma unidas entre ellas a un eje vertical del mismo material, cada bolita tenía un diámetro diferente, la primera, la más pequeña era de un centímetro de diámetro, hasta la última, de cinco centímetros…aquellas bolitas alojadas en su culo servirían para mantenerlo flexible y lo suficientemente dilatado para ser horadado por mi polla. Le había ordenado que cada día anterior a nuestra cita lo llevase puesto una hora, el primer día solo metería dos bolitas e introduciría una bolita más cada día, hasta llegar a hoy. Extrajé cada una de las bolas, empapadas de vaselina, pegajosas, calientes…ellas abrirían mi camino. A cada centímetro notaba que se estremecía, mezcla de dolor y placer en cada paso…no tenía ninguna prisa en quitárselo, me recreaba viendo salir cada bolita, mojada de vaselina que se escapaba por los lados…pronto rebosaría otro líquido por ese agujero.

Una vez extraído el dilatador, me entretuve acariciando la entrada a su ano, escupí sobre él, lubriqué con vaselina sus extremos, acariciando su entrada con lentos movimientos circulares de mis dedos, primero el índice, al que sume el corazón, gritos apagados, respiración jadeante, la cara pegada al cojín, el culo elevado…su musculatura se tensaba, todo su ser concentraba el último ápice de su energía en el pequeño agujero que coronaba su trasero, al que disponía a violar y así rubricar con semen y  quizás sangre la posesión de mi esclava.

Sin previo aviso, de manera brusca, seca, empalé mi polla en su ano. Un grito animal, inhumano resonó en la habitación, la penetré salvajemente sin ningún tipo de piedad ni miramento, el ritmo rápido, salvaje, sus manos se aferraban a las sabanas, gritaba, jadeaba, me pedía más, yo también gritaba, furioso, a embestidas llegaba hasta el fondo de sus entrañas, más adentro, más, poseyendo, tomando el último lugar al que no había llegado nunca, quería llenarlo de mi, dejar mi huella en lo más profundo de su cuerpo, llegando hasta donde nadie había llegado. Una cacofonía de gritos, jadeos, sudor, olor a sexo y calor, inundaba la habitación, dolor y placer se fundían en esas cuatro paredes, nada existía excepto nosotros, cabalgando hacia el infierno de nuestros instintos desatados, carne hambrienta, sedientos uno del otro, hasta explotar en un último orgasmo, el mundo se paró, nada importaba, unidos uno con el otro, la sentí en mi, vi con sus ojos, grité con su voz, sentí con su piel, era parte de mi, mi voluntad era la suya, cuando estalló el extasis, el dominio fue total…era toda, absolutamente mía, sólo mía, fundida en mi. Otra mujer, otro ser, marcada a fuego, irreversiblemente, sin salida.

Caímos agotados, inertes sobre la cama, un pequeño hilillo de sangre teñía de rojo la punta de mi pene…su sangre, vino hacia mi, se acurrucó contra mi piel y nos quedamos dormidos…abrazados, sus labios manchados de esperma, dibujaban una sonrisa de niña, nuestros cuerpos sucios, saciados de sexo y placer reposaban sobre las sábanas manchadas de nuestros jugos…solo recuerdo que antes de dormirme nos besamos, uniendo nuestros labios en un abrazo sin fin, con toda la ternura que había faltado aquella noche salvaje, fue sólo un beso, pero sòlo sé que en aquel beso yo robé su alma…y la suya estaría unida para siempre a la  mía, mi sumisa, mi esclava, mi hembra, mía para siempre.