Una noche con Marta (I)

Un collar de cuero negro ceñía su cuello,una argolla en su centro, de ella colgaba una placa con dos palabras escritas: “Esclava Marta”...asi se veía convertida toda una señora, esposa y madre a una perra sumisa de mis caprichos.

Aún se oían las últimas campanadas de la medianoche cuándo ella abrió la puerta.  Llevaba el vestido de encaje negro que le había regalado, los arabescos del tejido se aferraban a su cuerpo como una segunda piel y las transparencias apenas velaban sus atributos resaltando sus pechos grandes, firmes, donde los pezones enhiestos parecían que iban a perforar la delgada tela que los cubría. No llevaba ropa interior, tal como le había ordenado. Un collar de cuero negro ceñía su cuello,una argolla en su centro, de ella colgaba una placa con dos palabras escritas:  “Esclava Marta”.

-Buenas noches, Amo.

-Buenas noches, perra. ¿No vas a dejarme pasar?

Ella asintió, y la seguí hasta el salón del inmenso ático. La decoración minimalista, fría, aséptica, uniforme en tonos blancos y negros, solo rota por alguna foto de familia, con ese marido que casi siempre está en algún viaje de negocios y su hijo, trece años, ya casi adolescente y que convenientemente estaba esquiando con el colegio aquel fin semana…dejándote sola. Sola para mi.

Me acomodó en un gran sillón de cuero negro  y se situó de pie frente a mi con la cabeza baja mirando al suelo.

-Desnudate, esclava.

-Si, Amo. Disponga de este cuerpo para lo que desee.

Se bajó el vestido hasta los tobillos y quedó completamente desnuda y expuesta a mi lascivia en medio de aquel grande y frío salón. Sólo el collar de cuero y los altos tacones de charol negro rompían su rotunda desnudez.

Marta no era una jovencita, cuarenta y pocos años, pero su cuerpo aún lucía deseable y tentador. Se cuidaba como la buena niña bien que era: gimnasio, Pilates y sus sesiones de natación conservaban sus formas. Sus ojos verdosos, ojos de gata, me miraban entre el temor y el deseo. Sus labios carnosos, pintados de rojo intenso, brillante, estaban entreabiertos por la excitación. Mechones de pelo rubio, ondulado y fino caían por sus hombros como una fina cascada dorada, olía a perfume, denso, almizclado. La esbeltez de su cuerpo se veía rota por aquellos pechos firmes y duros, desafiantes. Para nada acordes a su edad, sin resquicio de caída y con sus pezones grandes y en punta coronándolos. Eran obra mía, el regalo de su marido para el quince aniversario de su boda…yo los dibujé en su piel, puse las prótesis y cerré sus heridas con precisión y delicadeza, por aquel entonces ya sabía que su marido no sería el único en disfrutarlos. Mis ojos siguieron recorriendo su cuerpo, bajando por aquel vientre que a duras penas disimulaba pequeñas redondeces que suavizaban el tránsito hacia su sexo. Una antigua cicatriz de cesárea, una ralla finísima, pálida, casi imperceptible se dibujaba como una sonrisa etérea cerca de su monte de Venus. Me deleité unos segundos mirando su coño, imberbe, sin atisbo de vello, tal como le había ordenado, y sonreí recordando la primera vez que se lo hize rasurar en mi consulta, ante mis ojos, sus mejillas rojas de vergüenza mientras se pasaba la maquinilla por su sexo, abierta de piernas y expuesta ante mi. El tono rosado oscuro de sus labios menores bien marcados contrastaba con el tono pálido de su piel, perfilando la puerta de entrada a su gruta. La cintura estrecha, apenas contrastaba con unas caderas no demasiado anchas que conformaban un culo si bien no demasiado prominente, sí en absoluto apetecible. Las piernas largas, delgadas, tonificadas por el ejercicio reposaban sobre los altos tacones de aguja, el zapato dejaba asomar unas uñas pintadas de aquel rojo brillante que perfilaba sus labios, el mismo rojo que decoraba también las largas uñas de sus manos pequeñas, casi de niña.

Y así estaba Marta ante mi: desnuda, expuesta, vulnerable. Ya no quedaba nada de la niña de buena familia que era, de la discreta esposa de un hombre de negocios, de la protectora y cariñosa madre de un preadolescente, de la amiga y confidente que iba al gimnasio y a tomar café con las amigas por las tardes, de la decoradora de  prestigio, de jefa meticulosa y exigente…ya nada quedaba de la esposa, la madre, la amiga… Sólo quedaba aquel cuerpo desnudo, sólo carne para saciar mis apetitos, mi juguete, sólo la puta, la sierva, la perra..sólo eso era ahora para mi …sólo y únicamente MI ESCLAVA.

-Ven a mi, perra. A cuatro patas.

Marta asintió con un leve movimiento de cabeza e inmediatamente cumplió mis órdenes. Avanzó hacia mi lenta, cadenciosamente, avanzando sus manos a cada paso, arrastrando sus rodillas por el parket del salón, contorneando sensualmente sus caderas en cada movimiento. Había un impulso atávico, animal en sus gestos…era una hembra en celo acercándose a su macho.

Frotó su desnudez contra mis piernas, ronroneando como una gata. Acaricié su perfumado pelo rubio, jugueteando con sus ondas entre mis dedos, deslicé mis manos por sus mejillas y al llegar a sus labios respondió lamiendo mi palma, dibujando el contorno de mis dedos con su lengua, entrando con ellos en su boca, humedeciendo la mano con su saliva, cada vez con más fruición, cada vez más  hambrienta. Sólo su respiración excitada, jadeante y el fino murmullo del leve chapoteo de sus lametones contra mi piel rompían el silencio de la noche.

Arrodillada entre mis piernas sus manos se perdían nerviosas por debajo de mi camisa buscando desesperadamente el contacto con mi piel. Sentí sus caricias atropelladas, deseosas, hambrientas. Sus manos calientes, húmedas por el sudor del deseo se deslizaban memorizando en su tacto las formas de mi cuerpo sin poder saciar el ansia que la estaba consumiendo. Volví a acariciar su cabeza, la guié a mi entrepierna, abalanzó su boca, sus besos, su lengua buscando mi polla, con un movimiento rápido bajó la cremallera y liberó mi miembro erecto que rápidamente desapareció entre el rojo brillante de sus labios hacia los adentros de su boca, sentí el mojado tacto de su saliva en mi glande, pasando su lengua desde mis testículos hasta el glande circundidado en largas y lentas pasadas, nada escapaba a su hambre, nada saciaba suficiente su sed de mi. Toda su carne, su mente su voluntad estaba concentrada en el placer, en mi placer. Cero mente, cero raciocinio, cien por cien instinto.

Mientras me perdía en la sensualidad salvaje de sus caricias y sentía el húmedo y caliente contacto de su boca aprisionando mi verga, cerré los ojos y fluyeron entre nieblas imágenes, palabras y recuerdos de cómo Marta, madre, esposa, mujer de éxito, admirada y envidiada, segura de si misma, tierna con sus niños, abnegada esposa yacía arrodillada entre mis piernas mamándola como la más puta de las putas, como una yonqui en busca de su droga. Ahora su droga era yo.

Y recordaba su historia, simple, común. Un matrimonio en apariencia perfecto, engrasado por la rutina y la convención de años de convivencia. Nada va mal, todo es perfecto pero falta ese algo, esa chispa, esa pasión. Tu cumpleaños, ya no te ves tan joven, quizás tu marido ya desvía la mirada hacia cualquier jovencita que se cruza en su camino, el tiempo de manera sútil, inexorable va dejando imperceptibles huellas en la piel y en el alma, te mirás en el espejo y te falta algo. Te cuidas, haces ejercicio, vida sana…pero no eres la jovencita de antes, nada que un bisturí y una buena cuenta corriente no puedan arreglar. Y eso fue, un regalo de cumpleaños,¿Hace cuánto? ¿Seis  meses?, ¿Un año?, no importa, viniste a mi consulta, querías aumentar tu pecho, de una 85 a una 95, dos tallas, suficiente para volver a sentirte deseada, para que te volvieran a mirar o a desear, para ganar la batalla al tiempo. Y así te conocí, seria, con una falsa seguridad que se derrumbó la primera vez que me miraste a los ojos, te ruborizaste la primera vez que me enseñaste tus pechos, se te erizó la piel cuando el rotulador  dibujó el trayecto que incidiría el bisturí, apartabas la mirada cada vez que fijaba la mía en tus ojos, directa, escrutadora, la mirada paciente del cazador que sabe que pronto su presa estará a punto.

Y la operación fue el éxito esperado, me esmeré e hice un buen trabajo, no sólo  para ti y para el imbécil de tu marido, sino también para mi, porque sabía que un día gozaría de mi obra. Después todo, fue rodado, tu satisfecha por volverte a sentirte deseada, tu marido contento con su nuevo juguete, tu eras la envidia de tus amigas y todo gracias a ese cirujano, así poco a poco fui convirtiéndome en tu dios, tu amigo, tu médico, tu amante.

Las revisiones rutinarias se fueron haciendo más frecuentes, y en cada una de ellas se subía un escalón, una sonrisa, un regalo (hoy llevo la primera corbata que me regalaste ), un café…primero encuentros de amigos, hasta aquel día en el que me acompañaste a mi consulta porque me había dejado mi maletín, en el que te abordé en el ascensor, sin mediar palabra clavé mis labios en tu boca, apenas reaccionaste, ni siquiera hiciste amago de apartarme y nos fundimos en un mar de salvajes besos  y apresuradas caricias, se había despertado tu bestia.

Y fue allí en la consulta cuando te hice mía, cuando te empuje sobre la camilla, abrí tus piernas sobre las perneras las até con correas, dejándote expuesta e inmovilizada y arranque tus mojadas bragas de encaje para penetrarte, entrar dentro de ti, dejar mi marca en tus entrañas, sin delicadezas, a rítmicos y bruscos  golpes que hacían bambolear tus nuevas tetas descubiertas entre la busa blanca de seda, allí te arranqué tu primer orgasmo, gritaste, gemiste me pediste más, allí empezó todo, el punto de no retorno, allí te amordacé con mi corbata, allí dejaste ser Marta y empezaste a ser mi esclava, mi sumisa, mi hembra.

Así, ensimismado en estos recuerdos, de repente algó explotó desde mi interior, el placer llegó al clímax y el semen empezó a fluir por tu boca, a resbalar por las comisuras de tus labios. Tragabas, lamías, te alimentabas de mi, reducida a un animalito hambriento de lujuria y deseo. Grité de placer y alegría cuando inundé tu boca, te habías portado bien perrita, pero la noche había acabado de empezar.

(Continuará…)