Una noche con el Decano de mi Facultad

Un profesor, una alumna, un examen, una charla, una noche... y un paseo en moto hacia la playa que dará lugar a uno de los mejores masajes de pies que me han dado...

*Notas, apuntes, y contacto, al final

Una Noche Con El Decano De La Facultad

Guía de capítulos

Capítulo I……. .Introducción

Capítulo II…….Una pequeña gran sorpresa

Capítulo III……El profesor despistado

Capítulo IV……Continúa la pequeña gran sorpresa

Capítulo V…….La toma de contacto

Capítulo VI……Sesión de tarde

Capítulo VII…..Preparando la salida

Capítulo VIII….Llegada al Café Club

Capítulo IX……La noche

Capítulo X…….Un paseo en moto dirección desconocida

Capítulo I

Introducción

MARIO

Todos los años pasa exactamente lo mismo. Se acerca el final del curso y llegan todos los problemas juntos. Es como si el mundo se pusiera de acuerdo para crear un poco más de caos a mi alrededor. Nadie está contento de cómo van las cosas, todo el mundo puede hacerlo mejor que tú, y los agobios y nervios se multiplican en la mayoría de los departamentos de la Facultad. A esa situación de angustia se unía el más que considerable calor que empieza a hacer siempre en el mes de Mayo en todo el sur de España y que provoca que lo más cotidiano de tu trabajo pueda llegar a convertirse en un pequeño infierno. Circunstancia que se agrava sobre todo si tu despacho tiene el aire acondicionado averiado y los de mantenimiento prefieren ocuparse de los jardines del recinto antes que de tu salud mental. Lo único que me liberaba en cierto grado de la presión de ese mes y medio agónico era que ya había dado por finalizadas las clases que impartía de Microeconomía y Economía Española y Mundial para tres carreras distintas y cinco cursos diferentes, dejando los exámenes finales listos para Junio, lo que me otorgaba unas cuantas horas semanales libres que muy a mi pesar tenía que emplearlas en otros menesteres. También, y por falta de tiempo a causa de los diversos actos universitarios que debía presidir como Decano y catedrático de Economía Aplicada, había limitado mis horas de tutorías, pasando de cuatro semanales, a dejar disponible solamente dos, que no tuve más remedio que colocar los jueves por la tarde, provocando ciertas críticas por parte del alumnado. Críticas en parte más que justificadas debido a que en esa época es cuando más dudas surgían en todas las materias por la proximidad de los exámenes finales, y por supuesto, a la manía de la mayoría de jóvenes de dejarlo todo para el último momento. Aún así, hacia lo que podía al respecto y trataba por todos los medios no dejar a ninguno colgado, atendiéndolos incluso fuera del horario que había establecido, aunque ello no me dejara tiempo ni para tomarme un mísero café en el bar de la universidad con los compañeros, a los que únicamente veía en reuniones o cuando venían a que les solucionara dudas y problemas. Porque en la Universidad no solamente están los alumnos, ni los representantes de éstos, ni los directores de departamentos, ni los generales, ni los de programa, ni tan si quiera los vicedecanos; también están los profesores, tanto de esta facultad como los de las demás que impartían clases en este centro por la diversidad de titulaciones, y también el personal laboral, técnicos, limpieza, secretarías y administración, y por supuesto… todos acuden a la misma persona para cualquier resolver cualquier problema o asunto: a mí.

Prácticamente pasaba mañana y tarde enclaustrado entre las cuatro paredes de mi despacho, rodeado de unos cuantos montones de notas y papeles que no hacían más que crecer sobre las mesas y repisas de la habitación, convertida ya en mi segunda casa. Y no cabía duda de que así iba a ser hasta finales de Junio cuando se diera por finalizado el curso lectivo hasta el uno de Septiembre, cuando de nuevo empezarían los problemas. Así que muy a mi pesar, tenía mes y medio por delante de muy poco merecido sufrimiento pasado el cual por fin me podría ir a tomar mis muy merecidas vacaciones. Vacaciones que me iban a servir también de terapia, porque por si no fuese poco el estrés laboral al que me encontraba sometido, hacia casi un año que me había separado de la que ya es mi ya ex mujer, hecho que me había ocasionado más de un mal trago, y que de haber tenido hijos, hubiera sido mucho peor. El divorcio me cambió la vida radicalmente y me tuve que adaptar con celeridad y rapidez a mis nuevas circunstancias. En cierta medida no podía evitar pensar involuntariamente casi todo el día en todo lo que me ocasionó mi nuevo estado civil, estaba latente en mi cerebro, y tal vez fue ese el motivo principal por el que decidí volcarme tan seriamente en mi trabajo y buscar siempre algo con lo que mantenerme bien empleado. Intentaba practicar algo de deporte los fines de semana, iba a correr algunas noches, e incluso estaba matriculado en un gimnasio al que apenas iba; salía a tomar algo con algún compañero de trabajo que estuviera libre o en mi misma situación, visitaba a algunos antiguos amigos y, en general, tenía la cabeza ocupada con cualquier cosa que se me surgiese. Sinceramente, trataba de olvidar que estaba solo y con un futuro, al menos en el plano sentimental, algo difuso y oscuro. A mis cuarenta y cuatro años me encontraba falto de fuerzas para empezar con nada nuevo, y era el trabajo, las clases, y el contacto con la gente joven lo que me invitaba a seguir adelante con lucidez y serenidad. Al menos, pensaba, me servía para quererme y verme a mí mismo como una persona útil, responsable y sacrificada. Estaba seguro de que aún quedaba mucho camino por delante, y que lo mejor siempre está por llegar. El problema era que evidentemente, nunca se sabe cuándo se va a producir ese hecho de inflexión que te haga ver la luz al final del túnel.

Capítulo II

Una pequeña gran sorpresa

MARIO

Aquella mañana, como era habitual, aparqué mi motocicleta en el parking privado del que disponemos los profesores de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales y, tras sacar mi material de trabajo del cajón la misma, me dirigí al edificio anexo a los aparcamientos. Rara vez uso el coche para ir al trabajo, debido principalmente a la lentitud del tráfico en el centro urbano a determinadas horas del día, y sobre todo, que tenía que cruzar media ciudad para llegar a la Universidad desde dónde vivo actualmente. Y, teniendo en cuenta el cargo de responsabilidad que colgaba sobre mis espaldas, no podía permitirme el lujo de llegar de los últimos dando una imagen despreocupada o de simple dejadez. Creo a ciencia cierta que era el que antes llegaba, y el que más tarde se iba.

Accedí al edificio de oficinas del rectorado, dónde teníamos también los despachos los trabajadores que pertenecíamos al decanato, y recogí otro montón más de documentos que adjunté a los que ya cargaba encima. Tras ello, me marché al edificio contiguo, dónde están ubicados todos los departamentos, incluido mi despacho, además de albergar la gran biblioteca de la Facultad, que ocupada prácticamente toda la planta baja del inmueble.

Puedo afirmar que el mío es un departamento relativamente tranquilo a pesar de englobar muchas secciones y asignaturas, algo que de verdad hubiera apreciado bien si no hubiese sido porque me nombraron hace año y medio decano de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales. Es decir, era la máxima autoridad universitaria de esta Facultad. Con lo bien que me sonaba todo aquello antes de ser nombrado como tal, y las muchas aspiraciones que siempre había tenido con respecto al ámbito universitario, era increíble lo muy agotado que me encontraba en aquellos momentos. El grado de responsabilidad que implicaba el decanato y la falta de tiempo libre se unía a mi situación personal y me creaba una carga de la que no estaba muy seguro poder sacar adelante. Al menos puedo decir que económicamente me llegaba a compensar, aunque mi idea no era precisamente la de continuar mucho más tiempo ejerciendo ese digno status al que tantos otros aspiraban. Quería volver a impartir clases como uno más que llega a su hora, ofrece sus clases pertinentes, y se va para su hogar sin más preocupaciones hasta el día siguiente. Precisamente la única posibilidad real que tenía para conseguirlo era la de cambiarme de centro, es decir, pedir un traslado a otra Universidad Española, circunstancia que tenía en mente estudiar una vez llegado el mes de Julio.

Tras unos cuántos buenos días y otras sonrisas que venían a significar lo mismo, subí en el ascensor y puse rumbo a mi despacho. Se agradecía tremendamente el final de las clases; los pasillos estaban casi vacíos de alumnos y sus consabidos alborotos, no había personas tiradas en el césped del recinto, ni tampoco aglomeraciones de coches en el aparcamiento. Se respiraba cierto aire de tranquilidad y sosiego que solamente podrían romperse ya en el momento que empezaran a celebrarse los primeros exámenes a principios del mes de Junio, aunque ya, gracias a Dios, de forma más escalonada. En lo que sí se notaba más trasiego del habitual era en la biblioteca. No cabía ni un alfiler tal y como pude comprobar a través de los ojos de buey de las puertas de la misma antes de subir en el ascensor que conduce a los departamentos. Época de exámenes, época de clausura. Menos mal que tampoco son sitios muy ruidosos, pensé. Aunque sinceramente, el aforo no es lo único en lo que uno se fija al pasar por la biblioteca de Económicas. Sea cual sea la edad que tengas o el cargo que ejerzas en la entidad para la que trabajes, o simplemente si no tienes trabajo y sí algo de buen gusto, no podrás dejar de fijarte en el precioso cambio ambiental que supone la llegada de la época primavera/verano. Falditas cortas y sugerentes escotes, pieles que empiezan a broncearse y piernas brillantes junto a un sinfín de contoneos cárnicos que llegan a hipnotizar. Y todos esos bellísimos factores en cuerpecitos de veinteañeras lo mínimo que pueden provocar es que la libido se altere sin poder controlarla.

No escapa a nadie sea cual sea su posición o status social este aumento generalizado de la temperatura que cambia la estampa de todas las ciudades. La ya más que entrada primavera produce muchas alteraciones físicas a todas las personas, es algo tan natural como las extendidas alergias. Y yo no voy a ser menos, y no me refiero a éstas últimas. A pesar de considerarme un hombre maduro y serio al que le gusta ofrecer una imagen de integridad y profesionalidad en todo momento, no dejaba de existir en mí una parte jovial y alegre, una parte mucho más joven de la que indica mi Documento Nacional de Identidad, una parte morbosa y casi oscura – como todo el mundo - que me cuidaba bien de esconder públicamente, y cuyas protagonistas, como no podía ser de otra forma, eran las alumnas.

Mi trabajo me daba la posibilidad de estar en contacto con muchas chicas jóvenes - y otras no tanto, pero que no dejaban por ello de ser espléndidas – cuyas maravillas y lindezas no podían pasar desapercibidas para nadie. Verdaderos encantos, bellezas y auténticos bombones irresistibles para cualquier hombre, y que estaban ahí, a mi lado, en constante contacto; reclamaban tu ayuda, tus consejos y hasta tu complicidad en muchos momentos. Es por ello por lo que algunas ciertamente te llegan a magnificar . Y en esa relación que se crea de relativa autoridad te llega el poder . Un poder que en cierto modo es irreal o ficticio. Los alumnos, en general, dependen de ti, de cómo impartas las clases, de cómo seas capaz de transmitir tus conocimientos para que ellos los absorban y los asimilen y en definitiva, que seas capaz de hacerles discernir y que comprendan lo que se explica. Y esto es fundamental, ya que ni todo viene en los libros ni en internet, ni todo se puede enseñar de la misma manera. También es lógico que por la situación de superioridad surja el respeto, el cual no se debe romper jamás por ninguna de las dos partes. Hay profesores muy autoritarios que carecen del respeto de los alumnos, y viceversa. Hay que tratar de buscar siempre el término medio. Ellos dependen de ti, y tú dependes de ellos. Es por eso que debes mantenerte íntegro siempre y tratar a todos por igual, aunque fácticamente el llevarlo a cabo sea muy difícil a veces. En la relación profesor-alumno, como en toda comunicación, existen factores externos. Y estos se deben ni más ni menos que a la personalidad y a la forma de ser de cada cual. Te adaptas en cierto grado a la situación de la otra parte. Y yo, como hombre que soy, y bastante morboso llegado el caso, puedo afirmar que hay situaciones en las que te dejas llevar por tu lado masculino no profesional y cedes un poco como autoridad. Esto se (me) da sobre todo en algunos contactos particulares, es decir, cuando entablas algún tipo de vínculo con ciertas alumnas referidos a asuntos obviamente profesionales. No negaré que me haya llegado a poner nervioso cuando en alguna tutoría he compartido mi despacho con alguna chica joven y de buen ver, que se abre y se expresa para que la comprendas, que te consulta ciertas dudas sobre algún tema concreto y se interesa por lo que le explicas de forma particular. Igualmente afirmo que aunque muchas veces mi imaginación ha volado demasiado, el hecho de haber estado casado poco tiempo atrás o de tratar de mantener mi imagen en relación a mi posición, me ha hecho frenar mis sueños y volverme a mi dura realidad. Aunque bien es cierto y conocido que las relaciones profesores-alumnas siempre se han dado – o alumnos profesoras-, y de las que yo mismo soy conocedor de un par de casos que siempre me había puesto como ejemplo para tener latente la esperanza de que podría pasarme también a mí. Fuera como fuese, el caso es que nunca se me había pasado por la cabeza de forma seria el intentar algo con alguna alumna, por mucho que en mi imaginación alguna hubiera acabado sobre mi escritorio rendida al placer y la lujuria.

Una vez llegué a mi despacho solté mi pesado maletín sobre el desordenado escritorio, levanté la persiana dejando entrar la luz de la mañana, y me senté a ojear las noticias del día en internet. A las 08:15 horas que eran, los periódicos nacionales y locales que nos envían todas las mañanas ya estaban disponibles en la sala de personal, dónde nos reunimos a charlar en los descansos o dónde simplemente nos tomamos el café si no queremos sufrir el trasiego de la cafetería, pero para evitar cruzarme con alguien que me pudiera dar más trabajo del que ya tenía, preferí quedarme tranquilo en mi sillón enterándome de qué pasaba en el mundo a través del ordenador. Qué gran ventaja esta de internet.

"El Barça se clasifica en el último minuto para la final de la Champios League gracias a un Iniestazo" - leí el titular de una web deportiva - Ya tenemos Barça en los medios hasta el año que viene – pensé en voz alta.

Exceptuando esa gran noticia, el mundo seguía igual: la crisis, los puestos de trabajo que desaparecen, Omaba y el mundo, las bombas en Irak y Afganistán, la corrupción política… "un mundo perfecto", volví a pensar en voz alta. Me puse a echar un vistazo a las páginas que tenía en favoritos, la mayoría webs de noticias locales y de ámbito universitario, más bien para evitar ponerme a sacar las cosas del maletín y empezar a hacer llamadas de teléfono, que por interés real, cuando de repente alguien golpeó bruscamente la puerta.

Adelante, está abierto. – respondí con voz seca incorporándome sobre mi sillón

Buenos días Mario, ¿Qué tal? – era José Luis, un administrativo que trabajaba en secretaría – planta inferior - y con el que mantenía una buena relación de amistad desde hacía varios años. Abrió la puerta y entró a darme la mano con su periódico bajo el brazo, como hacía cada mañana.

Hombre, Don José Luis, eso se lo debo preguntar yo a usted. – era catalino hasta la médula, como se le suele llamar a muchos aficionados del F.C. Barcelona, y sabía que había subido a hablar sobre el partido del día anterior. Le correspondí el saludo y le sonreí antes de volver a mi asiento, mientras el permanecía de pié caminando hacia la ventana, la cual ofrece vistas a la parte central de la Facultad, formada por una gran zona verde que comunicaba a través de caminos de piedra los tres edificios entre sí y la cafetería. Zona verde de la que ya había intentado disuadir a todos esos que se saltaban las clases y se ponían a tomar el Sol con sus cervezas al lado. No podía evitar que diera el Sol, pero sí que la cafetería vendiera cerveza con alcohol o permitiese sacar las sillas fuera del propio establecimiento. Medida no muy bien acogida por parte del alumnado, pero que había logrado su objetivo.

¡Buah! – exclamó – mejor que nunca. ¡Cómo lo pasé ayer! Eso es disfrutar. Eso es jugar al fútbol Mario, eso es jugar de verdad, y no lo que hacen otros... – añadió haciendo referencia al eterno rival, y del que sabía que yo era simpatizante.

Bueno, mucha suerte arbitral también tocó – repliqué sin querer chincharlo mucho ya que luego me tocaría aguantarlo el resto del día – Vi el partido a ratos mientras me preparaba la cena y te digo que la polémica está servida. – haciendo referencia a los penaltys no pitados en contra del Barça.

Esos siempre están igual, siempre tienen alguna excusa para quejarse. Menudos son los ingleses. Si no llegan a ser quienes son les habrían expulsado al menos a dos o tres por protestar de aquella manera. Eso no se puede consentir hombre. – añadió casi cabreado.

Bueno, lo importante es que vamos a tener equipo español en la final para dentro de dos semanas, y que conste que voy con el Barça ¿eh? – le comenté para que no echará más leña al asunto. Además, que simpatice con un equipo no significa que antipatice con otros, y siendo el Barcelona el mejor equipo del mundo por calidad de juego, y para más inri , equipo español, qué duda cabía acerca de qué equipo quería que ganase la finalísima .

Ya te digo, ahora a por los otros ingleses, vamos a acabar con el Ronaldo – Cristiano - , con el Ferguson y con todo el Reino Unido a este ritmo – bromeó echándose unas carcajadas-. Bueno Don Decano – como me llamaba cuando hablábamos entre nosotros – me voy a hacer algo por la patria. Aquí que te dejo el diario de la UM – de la Universidad - Échale un vistazo a la página central… ¿a que no sabes quién va a resultar ganadora del concurso Miss UM este año? – le miré algo sorprendido tras su pregunta, ya que no estaba al corriente de tal certamen.

¿Miss UM? Pues no estoy muy al tanto… – le contesté expectante.

La conejita –me contestó echándome el periódico sobre la mesa -, disfruta un rato con las fotos, y evita ir al baño si puedes – me dijo en tono jocoso mientras salía por la puerta de mi despacho con ciertos aires de grandeza

¿La conejita ? – me pregunté a mí mismo mientras agarraba el periódico.

Capítulo III

El profesor despistado

CARLA

Sandra, ¿qué hora es ya? – pregunté impaciente.

Las nueve menos veinte pasadas – me contestó comiéndose las uñas y sin apartar la mirada de sus resúmenes de clase.

Joder, este al final no viene – dije en voz alta mientras sostenía algunos apuntes sobre mis inquietos muslos con actitud bastante impaciente. Giré mi cabeza a la izquierda, contemplando el larguísimo pasillo de la tercera planta dónde estábamos. Aparte de las quince personas que ocupábamos los bancos más cercanos al aula 25 dónde se desarrollaría el examen, ese oscuro corredor permanecía totalmente vacío. Todas las demás aulas estaban cerradas y no había actividad ninguna. Qué silencio, qué lúgubre parecía todo tras el final de las clases. Tanto es así, que la sombría vista resultaba casi tétrica. No me hubiera gustado estar allí sola tan temprano.

¿Os imagináis que a éste se le ha olvidado que nos puso el examen para hoy? – soltó un chico de la clase.

Como se le haya olvidado este se acuerda, vaya. – comentó crispada otra muchacha, a la que sinceramente no recordaba haber visto antes. Se sentía tensión añadida en el ambiente.

¡Ahí viene el profesor! – exclamó Sandra en el momento que escuchó los pasos de alguien que subía las escaleras más cercanas a nuestra posición. Las personas allí presentes nos callamos de golpe y permanecimos expectantes. Cada vez se escuchaban más cerca, hasta que pudimos ver una sombra que estaba a punto de convertirse en el cuerpo que representaba. Ante tanta curiosidad y nervios apareció mi amiga y compañera de clase Natalia, provocando que todo el mundo presente respiráramos de alivio creando un ligero murmullo ante su presencia.

¿Qué hacéis aquí? – Preguntó Natalia de forma bastante inocente mirándonos asombrada.

Tía que no ha llegado todavía el profesor – respondió Sandra

¿Venga ya? – le replicó Natalia caminando hacia el banco dónde nos encontrábamos Sandra y yo – pero si son menos cuarto casi. – dijo mirando el percal - ¿El examen era a las ocho y media, no? – Sí, el examen era a las ocho y media, pero a ella le había dado igual llegar más tarde, pensé. Y encima lo hacía sin bullas, sin prisas. Ella a su ritmo. Y encima era la que más faltaba a las optativas. ¡Siempre tan huevona!

Sí, claro, si salió de él hacernos el examen hoy – le contestó otro chico, que permanecía apoyado en la pared con unos cuantos folios en sus manos.

Vamos a darle cinco minutos más y si no aparece nos llegamos a secretaría a preguntar si ha venido ¿no? – pregunté al tendido, recibiendo una respuesta afirmativa unánime de las personas allí reunidas.

¿Y si se ha confundido de hora que hacemos? – preguntó una chica con unas gafas bastante… peculiares.

Ese ya no es nuestro problema, vamos a esperar y si no aparece preguntamos en secretaría a ver qué nos dicen. – le contestó Sandra.

En el ratito que estuvimos esperando que por allí apareciese alguien, empezaron a soltar cada uno y cada una sus imaginativas hipótesis basadas en típicos rumores universitarios acerca de lo que podría pasar si se confirmara que no venía el profesor a examinarnos. Según un par de chicos, si un profesor se retrasa más de quince minutos, el examen puede suspenderse y los presentes podían largarse. Según Sandra, nos deberían dar el aprobado general – cómo no, saliendo de ella - Y según otra chica que siempre vestía bastante hippie, y que permanecía sentada en el suelo apoyada en la pared, al no ser oficial el examen, puesto que el profesor nos hizo el tremendo favor de adelantárnoslo a principios de Mayo para que no nos coincidiese con las obligatorias en Junio, nos tendríamos que conformar con hacerlo en la fecha oficial, coincidiendo con el resto de materias. La verdad que era una putadilla si se confirmaba ese extremo, ya que aunque la asignatura era una optativa llamada Organización de empresas , a la que apenas estábamos matriculadas veinte personas, no dejaba de ser relativamente amplia en cuánto al temario, algo que nos iba a robar tiempo para las asignaturas importantes. Además de eso, llevábamos dos semanas estudiando para el examen y que se aplazara sería realmente molesto.

Que no, que no. Que este examen no lo hacemos en ninguna otra fecha. Si quedamos toda la clase en hacerlo hoy, y el viejo nos dio su conformidad, tiene que cumplir con su palabra – comentó el muchacho que estaba de pié dándoselas de gran predicador y guía espiritual.

Chiquillo, di hombre mayor , que lo de viejo te ha quedado muy despectivo – le corregí educadamente y a lo que no contestó nada – Pues a ver… ¿quién se llega a Secretaría? Porque alguien debe quedarse aquí, no vaya a ser que aparezca y no haya nadie presente. – propuse, aunque la verdad que no era yo la que tenía ganas de moverme de allí con el acople que tenía.

Son casi menos cinco ya, tía – me dijo Natalia lamentándose indignada y con una actitud muy impaciente – Me llego yo a preguntar abajo a ver si saben algo. – ella como siempre, muy echada para delante - Pero vaya putada, si lo sé no me pego este madrugón. – dijo enojada mientras volvía a desaparecer de forma muy diligente por la misma escalera por la que había subido unos minutos antes. La verdad que el madrugón era lo de menos. Para mí la putada era el haber estudiado para nada, ya que si el examen se post-ponía tendría que volver a repasármelo entero. ¡Y eso no me gusta!

Capítulo IV

Continúa la pequeña gran sorpresa

MARIO

No pude evitar que el ritmo de mi corazón aumentara ante lo que aparecía ante mis ojos. Casi como un sueño que se vuelve realidad, me encontraba en mis manos con una de mis fantasías íntimo-sexuales más inconfesable. Una antigua alumna y aún estudiante del último curso de la Licenciatura en Administración y Dirección de Empresas, reconvertida en una de las chicas más populares entre alumnos y ciertos grupos de profesores, luciendo un espectacular bikini azul en una pose de lo más sugerente, junto a una preciosa cascada de agua que la mojaba desde detrás, bajo un titular que predicaba: "¿Tenemos ya nueva Miss?". Vivan los concursos que fomentaba el grupo de representación de alumnos de la UM, pensé sin dejar de quitarle ojo a las dos fotos que había de ella. La mencionada del bikini, y otra vestida de calle apoyada en un columpio de un parque, pero que no dejaba de ser menos impactante que la anterior. Fueron cuatro o cinco veces las que susurré en voz baja: "Madre mía…" sin poder dejar de admirarla ni un solo segundo. Y por lo visto no era yo el único que había pensado eso. Según leía, el concurso había empezado el Lunes anterior, y podían participar en las votaciones todos los alumnos y alumnas dados de alta en la web de la Universidad de la ciudad. Cada persona únicamente podía emitir un voto para elegir a los chicos más guapos, y otro voto para las chicas más guapas que hubieran tenido el "valor" de entrar a concurso. Eso se controlaba por el sistema de número único de matrícula del alumno, que hacía imposible que una persona votara varias veces al mismo o a la misma candidata. Por el número de votos que había recibido hasta aquel Jueves, era matemáticamente imposible que alguna de las demás aspirantes la superara – o se acercara mínimamente -. Por lo visto, el tema del concurso estaba siendo muy seguido por la comunidad universitaria, y yo, como siempre, acababa de tener noticia de él. Acababa el Lunes siguiente y parecía claramente que ya habían escogido a la ganadora. Ni que decir tiene que no miré otra página del periódico que no fuese esa. Simplemente espectacular.

En toda Facultad, o en toda Universidad en general, o en cualquier centro de trabajo dónde exista un gran número de personal empleado de ambos sexos se suelen crear calificaciones para catalogar a ciertas personas, aunque he de aclarar que no solo con respecto a las mujeres. También pasa con hombres, evidentemente. "La rubia", "La morena", "Las del grupito de contabilidad", "Las secretarias de no sé dónde", "los de seguridad", y así un largo etcétera. Puede ocurrir en un Centro Comercial, en un hospital, o en cualquier escuela o instituto, por poner unos meros ejemplos. El caso, es que si yo tuviera que hacer una clasificación simplista entre chicas que más o menos llamaran la atención o que salieran en más de una conversación entre los compañeros más intrépidos, crearía el grupo de las chicas guapas y atractivas; luego podrían estar las resultonas, que sin llegar a ser guapas invitan a que les eches una buena mirada, ya sea por sus atributos físicos o por su vestimenta ligera; luego están las pijitas , que serían una mezcla entre las atractivas y las resultonas y que se caracterizan por su muy parecida forma de vestir, en la que primaba últimamente el uso de pantalones demasiado anchos y el porte de grandes gafas de Sol; luego podrían estar las llamativas, que sin llegar a ser guapas, o siéndolos, toman una actitud que hace que te cueste no girar la cabeza cuando pasas por su lado – incluiría para mí gusto las que tienen un trasero apetecible - ; en el siguiente escalón estarían las tías buenas , muy burda expresión pero que vale ahora mismo para calificar a ese grupo de chicas que son y se saben realmente guapas y atractivas y que no lo esconden, pudiendo ser a la vez pijas o simplemente guapas con estilo y cuerpos realmente destacados; y luego, por encima de todas en el aspecto físico – que es al que me refiero sin entrar en el intelectual, y del que también podría hacerlo -, y como comento con mi mencionado amigo José Luis, están las que llamamos Diosas. De este último grupo hay muy pocas realmente, aunque haya otro grupo, el de las creídas, que así se auto califiquen – serían más bien las endiosadas -. Me atrevería a afirmar que Diosas apenas hay cuatro o cinco por Facultad. – o una o dos por centro de trabajo de cierto número elevado de personas - Son chicas, ó mujeres, ya que no hay límite de edad, que además de ser realmente guapas y atractivas, tienen unas grandes dotaciones físicas y genéticas, saben vestir sin necesidad de llamar la atención y por encima de todo, tienen clase y estilo propio. Esta chica, que respondía al nombre de Carlota, estaría más que merecidamente en ese último grupo.

No era una muchacha especialmente alta, al menos en comparación con otras muchas lindezas que también podían verse por la Facultad. No creo que llegase a medir 1.65 metros de estatura. Estaría en torno al 1.62m, 1.63m tal vez. Lo podía deducir fácilmente de las veces en las que había tenido la oportunidad de charlar con ella cuando le impartía clases en primero y segundo de su carrera tiempo en el que aún no había terminado de evolucionar como mujer. Yo mido 1.70 metros y cuando la he tenido a mi lado no le sacaba mucha altura. Incluso en algún que otro delirio de mi mente de los que a veces me poseía, me la imaginaba con unos buenos tacones, que además de hacerla más alta, le levantaran bien ese prieto y redondo trasero que poseía; que una mujer sea más alta siempre me ha dado un morbo especial. Pero sinceramente, la altura no la necesitaba, iba sobrada en todo lo demás, resultando especialmente exótica y atractiva. Un rostro angelical que resultaba especialmente dulce, una mirada pícara y una capacidad para gesticular que la hacían particularmente graciosa. Dos preciosos ojos azules sujetados por dos bellos y marcados pómulos se situaban a cada lado de una naricita respingona que resultaba la mar de atractiva. Unos labios muy sensuales y definidos que nunca llevaba pintados de manera exagerada invitaban a contemplar su blanca y cuidada sonrisa, dando el toque de distinción a la alumna más llamativa que había pasado por mi despacho. Lástima que en tan contadas ocasiones. Llamaba la atención por su larga cabellera rubia, muy rubia. Aunque creo recordar que en más de una ocasión la había visto con el pelo bastante más oscuro y más corto. En las fotos que tenía delante y que había usado para participar en el concurso lo lucía lacio y de color rubio platino. A pesar de eso, y de ser centro de más de una conversación subida de tono entre compañeros, lo que se destacaba más de ella era… bueno, digamos que la genética o lo que fuese le había otorgado unos más que generosos pechos. Sobre eso se puede hablar largo y tendido, pero a mi particularmente no hay nada que me llame más la atención que una chica joven – al menos más joven que yo -, que esté delgada o en su punto, y que tenga un buen par de pechos. Y Carlota no debería pesar más de 52 o 53 Kg. Si a eso le unimos que tenía clase y estilo, y que jamás la había visto en la Facultad usando minifaldas o shorts, la convertían en mi ex - alumna predilecta. Solía vestir con pantalones largos, vaqueros, blancos, azules, piratas, pero nunca necesitaba llamar la atención con ropas sexys o provocativas. Incluso cuando lucía aquellas espectaculares blusas no hacía alarde sus mamas, no dejándolas nunca demasiado desbotonada para desgracia de muchos grupos de alumnos y personal docente. Parecía como si tratara ser discreta o pasar desapercibida, algo que dudo mucho que hubiera conseguido a lo largo de su vida. No lucía grandes escotes ni usaba ropa demasiado ceñida, excepto los pantalones, que si que le marcaban bien el trasero y las piernas, como pasa con la mayoría de chicas. Aunque era evidente que por mucho que tratara de ocultar sus dos maravillosos pechos, sus intentos eran poco eficaces. No sé mucho de tamaños, pero para el cuerpo que tenía, y la cintura tan estrechita que sí solía dejar visible en alguna ocasión, debería gastar una talla noventa y cinco o cien, como mínimo. Faltaba ver cómo eran de firmes, pues no daban la sensación de estar ni caídas mínimamente. A pesar de ello, me daba la impresión de que pocos eran los afortunados que pudieron contemplar semejante monumento.

Siempre creí que para mantenerse así debería hacer algún tipo de deporte o ejercicio físico, pero jamás le pregunté nada que no estuviera relacionado con la Economía. A pesar de todo, las fotos que tenía delante no dejaban lugar a dudas sobre todos sus encantos: cuerpecito delicado y proporcionado en sus formas, y las carnes dónde nos suele gustar más. No pude evitar que mi imaginación comenzara a volar, cuando sin esperarlo, alguien golpeó con suavidad la puerta, algo que me indicaba que no era de nuevo mi viejo amigo:

Adelante – rápidamente dejé el periódico mal cerrado junto al teclado.

¿Hola? – preguntó una voz muy dulce al abrir la puerta.

¡Ah! Hola Natalia ¿qué tal? ¿Cómo tú por aquí? – Natalia también había sido alumna mía. Una chica preciosa y encantadora y posible actriz imaginaria para cualquier profesor que tenga el gusto de tratarla.

Hola Mario, perdona que te moleste

No, para nada, siéntate, coméntame… – me levanté y la invité cortésmente a que tomara asiento enfrente de mí.

Pues me mandan de secretaría... te cuento – me dijo de forma pausada y con confianza una vez hubo tomado asiento. Eran varias veces las que había podido charlar con ella desde que dejé de darle clases y se notaba que tenía cierto grado de seguridad hacia mi persona – hoy teníamos un examen ¿vale?, pero no era oficial

Ajá, ¿de qué asignatura y con quién? – la interrumpí echando mano del cuadro de asignaturas que tenía en el primer cajón de la mesa.

Pues el examen es con Carlos F. y la asignatura es Organización de empresas , una optativa, lo teníamos a las ocho y media

No sé quién es él ahora mismo Natalia

Pues… es un hombre… así ya mayor, que siempre lleva una rebeca verde, aunque haga mucho calor – me dijo sonriendo y con bastante dulzura.

Esto… - pensé un instante – Sí, se quién es Carlos, ahora caigo. Pero Carlos no pertenece a ningún departamento de esta Facultad, le corresponde la de Ciencias del Trabajo – hasta la unificación de todas las Facultades de la ciudad en la misma zona, ésta contaba con tres regiones Universitarias diferenciadas, algo que ocasionaba problemas a más de un profesor que tenía que acudir a impartir clases a distintas titulaciones en el mismo día. – Si hay algún problema al respecto deberíais ir allí a localizarle o llamar.

Pero a ver – me decía algo nerviosa – el problema es el siguiente Mario: en clase llegamos a la decisión de que el examen se iba a adelantar a hoy, ya que posiblemente él iba a tener problemas de disponibilidad a partir de la semana que viene y le iba a resultar difícil estar presente en el examen el mes que viene. Así que como la asignatura tampoco es difícil le propusimos que nos pusiera uno tipo test para hoy y nos quitábamos de en medio una asignatura. Si el examen no se hace hoy va a ser muy difícil buscar otra fecha. Porque mira, mañana es viernes – me seguía explicando -, ya nos metemos en la semana que viene, tenemos que hacer trabajos, más exámenes, preparar muchas cosas Mario – no me estaba diciendo nada que no hubiera escuchado muchas veces atrás y sabía por dónde iba. La diferencia estribaba en que su encanto era difícil de igualar.

Bien, a ver… ¿habéis venido todas las personas matriculadas en la asignatura?

Sí, prácticamente

¿Prácticamente?

Sí – me dijo sonriendo – yo creo que estábamos toda la lista presente. De hecho están aún en la clase por si aparece.

Bueno, voy a llamar a su departamento a ver si se sabe algo. Mientras pues… a ver… ¿sois muchos?

No, qué va, somos veinte personas, muy poquitos.

Bueno, llégate, cítalos, y pasaros por aquí ahora para reunirnos en el sala de prensa que está vacía y ya os comento a todos juntos lo que me han dicho. Pero no te garantizo nada Natalia, si el examen era extraoficial poco se va a poder hacer. Por no decirte que no se puede hacer nada. Ya sabes Natalia que legalmente todos los exámenes tienen su fecha programada desde el principio de curso

Sí, si lo sabemos, pero vaya rollo entonces – dijo apenada -. No se para que nos dice nada si luego no lo hace… - comentaba resignada

Bueno, pues a ver si lo arreglamos. Nos vemos ahora, ¿de acuerdo?

Venga, pues ahora vuelvo con la pandillita – y dicho eso se levantó y se marchó a por más problemas. Eso sí, me dejó la imagen de su bello y tentador culo únicamente protegido por una falda, que aunque le llegaba por las rodillas, debía ser de algún tipo de tela muy fina y que dejaba poco a la imaginación, mostrando el sincrónico movimiento de sus glúteos.

Menuda mañana entre ésta y la otra… - pensé mientras cogía el periódico que había dejado a un lado y le echaba otro vistazo antes de ponerlo sobre un montón de papeles pendientes de revisar. Como dice un amigo mío, mujeres así favorecen el calentamiento global.

CARLA

Natalia apareció de nuevo en el pasillo y nos contó que teníamos que reunirnos con el decano para que nos informara de las opciones que teníamos al respecto. Obviamente no barajábamos hacer el examen en otra fecha ni nada por el estilo. Así que nos pusimos en marcha hacia el edificio de los departamentos.

Oye, espera – me dijo Natalia quedándose algo más retrasada que el resto del grupo que ya avanzaba escaleras abajo para salir del edificio rumbo al decanato. Yo me frené y me puse a su altura caminando lentamente.

¿Qué tal con Lorena? – me preguntó

Paso de hablar de ella ahora mismo Natalia – respondí muy borde.

Cuanto rencor por la bromita. Lo hizo sin mala intención Carla. Siempre podrás pasar del tema y no ir más allá… porque ella está mal, ¿lo sabes no?

Pssst… ¿Que lo hizo sin mala intención? ¿Sabes que ayer me llamaron los del periódico de la UM para pedirme consentimiento para publicar las fotos de nuevo, pero a gran tamaño? ¿Sabes que voy a ser nada más y nada menos que Miss UM por la caridad de la que se supone que es mi mejor amiga? – le contesté enfadada y cargada de ironía.

Yo no digo que haya hecho lo correcto, pero que lo hecho… hecho está. Ya no hay vuelta atrás, y no es algo tan malo joder, pero como tú eres tan rarita a veces

¿Rarita? Que te lo hubiera hecho a ti, a ver si te hace gracia.

Gracia no lo sé, pero yo no me hubiera mosqueado como te has mosqueado tú con ella – me reprochó.

Natalia – me pare a su lado, justo antes de entrar en el edificio que albergaba la biblioteca y las cuatro plantas de oficinas y despachos –, hay 5.000 periódicos que se van a repartir hoy por toda la ciudad en las que salgo en bikini participando en un concurso que me parece patético y cuya filosofía no comparto. Unas fotos que yo NO he enviado para competir con nadie. Cinco mil periódicos son diez opiniones como mínimo, y a mí no me gusta estar en boca de nadie. Esto ha sido pasarse un poco, lo veas cómo lo veas. Si para ti eso no es un leve problema, no sé lo que es.

¿Ni te consuela saber que además de ti hay 100 tías más participando y que por mucha ilusión que les haga ganar y llevarse el premio no pueden competir ya contigo, y que encima desprecias lo que ellas quieren? – esa pregunta me dejó un poco pensativa, pero en el fondo no me servía de justificación.

Natalia, si quieres te regalo el viaje a Tenerife – le respondí bastante seca para dar por finalizada la conversación y seguir al grupo que ya había subido las escaleras. Evidentemente el concurso en el que me había visto envuelta no hacía más que causarme molestias y más molestias. Y no por la circunstancia de que me vean en bikini, que eso lo puede hacer cualquier persona que coincida conmigo en una playa, sino por el hecho de dar a pensar a la gente que me creo algo que no soy o que me apetece que me valoren por mi físico. El imaginarme las ideas que podía haber dado a mucha gente, sobre todo conocidas, era lo que más me molestaba del asunto en el que me habían metido. Lo de Tenerife se lo solté ya que era uno de los premios para el ganador y la ganadora.

Pues mira, pensándolo bien, un viajecito de esos te haría falta a ti, y de paso a ver si con un poco de suerte te echan un buen polvo, que falta te hace – me contestó bastante molesta tras mi bordería antes de emprender de nuevo la caminata.

MARIO

Tras haber llamado al departamento correspondiente de la Facultad de Ciencias del Trabajo me comentaron lo que era obvio. El tal Carlos llevaba de baja ya un par de días y, ó había olvidado que tenía el examen para enviar a alguien, o directamente había pasado del asunto y se había quitado de en medio. En su lugar, me comentó la secretaria de turno, podía haber otro profesor que hiciera el examen, pero como es normal, no iba a estar disponible ni localizable esa mañana. Así que me tocaba la papeleta de mediar en el asunto a pesar de que lo más fácil era decirles que el profesor estaba de baja y que el examen lo haría un sustituto del mismo departamento en la fecha prevista en el programa universitario. Pero cierta parte de mí, como siempre, se inclinaba a decir la verdad, aunque eso conllevara más llamadas de teléfonos y más ajetreo.

Después de unos breves instantes de espera, en los que ya me puse a organizar todo lo que tenía pendiente de hacer por la mañana, se presentaron en la entrada del pasillo dónde estaba mi departamento el grupo de personas que tenía el dichoso problema. Me acerqué al escuchar el ruido que producían al subir la escalera y los esperé para que no entraran en los departamentos y causaran molestias innecesarias, aunque a esas horas faltaban aún bastantes compañeros por llegar. Allí me topé con un grupito de ellos, pero no estaba Natalia. Me distraje saludando a unas y otros, la mayoría ex–alumnos a los que di clases en cursos inferiores hasta que a los pocos segundos, y por las escaleras, apareció la mediadora junto a la que ineludiblemente era la chica que había tomado parte de mi cerebro – y otra cosa – hacia breves instantes. Su trasero contoneándose al subir los escalones no dejaba lugar a dudas. Y si las había, su cabello rubio me sacaba de ellas. Pantalón vaquero de color claro, unos zapatitos planos de color azul, y una camiseta de manga corta por los hombros con escote redondo del mismo color y que dejaban ver un canalillo espectacular era su vestimenta de aquella mañana. Se aproximó al grupo con sus brazos cruzados, sujetando entre ellos una chaqueta blanca y una pequeña carpeta. La maravillosa presión que sus extremidades superiores ejercían contra sus pechos provocaba que estos resaltaran aún más por el –casi- discreto escote. La cadencia de sus pasos y la tranquilidad con la que llegaba tenía un aire parsimonioso, casi místico. Su presencia eclipsaba a la de su compañera, y decir eso cuando la chica que la acompañaba podría hacerse pasar por una muñeca de porcelana perfectamente, es decir demasiado.

Hola Mario – se acercó como lo habían hecho las demás y me dio dos besos. No sé cómo pude, pero evité mirar hacia abajo en el momento que la tuve pegada a mi rostro

Hola – respondí sin decir su nombre ni querer darle más importancia que a las demás. – A ver, ahora que estamos todos, pasemos a la sala de prensa y vamos a hablar del tema ¿vale? La puerta está abierta – les indiqué la entrada que estaba a escasos metros.

Una vez allí nos sentamos en una gran mesa redonda de madera y les expliqué lo que me habían dicho, planteándoles dos únicas soluciones - descartando obviamente las peticiones de Natalia de concederles el más que conocido aprobado general - La primera, que era la de hacer el examen en su fecha original, la habían descartado por mayoría absoluta. Así que se quedaron con la solución número dos: entre ellos se pondrían de acuerdo y escogerían un día de la semana siguiente para elegir una nueva fecha que no fuese próxima al periodo de exámenes que estaba a punto de comenzar. Ya me encargaría yo de hacerles llegar la proposición al departamento de Organización de Empresas y que me confirmaran lo pactado con ellos. Aunque yo sabía perfectamente que en lo de ponerse de acuerdo iban a sufrir de lo lindo. Es entre dos o tres personas y ya cuesta llegar a un consenso, no quiero imaginarme entre veinte personas casi enfurecidas por la situación...

Bueno, os dejo aquí un ratito que lo penséis, y ahora me paso, en diez minutos. Si acabáis antes pues que alguien se llegue por mi despacho con un papel en el que se contemple que todos estáis de acuerdo en realizar el examen en la fecha acordada, junto a vuestros nombres, firmas y DNI ¿vale? – les propuse comprensivamente, y también con ganas de quitarme del follón que iban a formar, a pesar de las fantásticas vistas que me ofrecía una de las sonrisas más bonitas que había tenido el placer de ver últimamente.

Perfecto – contestó uno de los chicos, Pablo creo recordar – Vale – contestó Sandra y otra muchacha a la que no conocía. Carla únicamente me sonrío, conforme con la resolución que se había dado al problema. ¡Qué encanto de chica!

Capítulo V

La toma de contacto

CARLA

Al cabo de unos cinco minutos, y sin levantar en exceso la voz, se llegó a la decisión unánime de que la mejor fecha a plantear sería el Miércoles siguiente por la mañana. Daba tiempo de sobra a que se encontrara un sustituto o se localizara al profesor – Carlos – y no distaba tanto del fin de semana, dónde le podríamos dar un repasito extra al temario. Así que lo que a priori imaginaba iba a ser una gran discusión, se solucionó en y menos.

Toma – me pasó Natalia, a la que aún notaba molesta, un folio en el que fuimos poniendo nombres, apellidos y DNI y dónde afirmábamos haber tomado la decisión de forma unánime sin que nadie se opusiera a la celebración del examen el día de la fecha. Después de unos instantes de charla con un compañero de clase mientras firmaban el papel el resto, nos salimos fuera de la sala. Fue terminar de hacer eso, y empezar a evaporarse todo el mundo.

¡Ey! ¿pero dónde vais? – pregunté asombrada mientras permanecía inmóvil en medio del gran recibidor por el cual se accedía a los dos largos pasillos de departamentos.

Carla, hemos venido para nada, yo me voy para mi casa a dormir – contestó un compañero mientras el resto de la clase le seguía escaleras abajo y otras se introducían en el ascensor despreocupadamente.

Pero… ¡Que hay que llevarle el papelito a Mario! – protesté sin hacer mucho énfasis en mi queja. ¡Pasaban de mí!

Llévaselo tú Carla, que tienes más cara para estas cosas – me dijo Sandra obligándome a cogerlo de su mano, al tiempo que se largaba junto a Natalia escaleras abajo siguiendo al resto.

¡Nos vemos esta tarde! – gritó Natalia riéndose de haberme dejado allí plantada. Menuda cara tienen siempre para estas cosas, siempre me tocaba a mí hacerlo casi todo. Pero bueno, tampoco tenía nada que planeado hasta las diez, así que sin opción me dirigí a buscar el despacho de Mario para entregarle el dichoso folio con los datos que nos pidió.

Accedí al largo y silencioso pasillo que tenía a mi lado y que daba paso a las decenas de puertas correspondientes a los distintos departamentos. Mirando uno por uno di con el que lucía su nombre en el rótulo de la entrada y llamé suavemente. Un "está abierto" me daba paso a su despacho.

Hola, buenas de nuevo – saludé tímida y amablemente. El me miró sorprendido, como si no se esperase que fuese a aparecer yo.

Hmm… Hola, ¿qué tal? – me preguntó levantándose de su asiento con una pequeña sonrisa en su rostro - ¿parece que os ha sido leve, no? – me preguntó con tono típico de profesor.

Pues no, ha ido la cosa rapidita… por suerte – le dije sonriendo

Ah, me alegro mucho, al final por lo que leo aquí… ¿el miércoles, no? – me consultó al mismo tiempo que echaba una ojeadita a la hoja que le acababa de entregar.

Eso es – le contesté estando de píe frente a él, mientras confirmaba las firmas y los nombres. No puede evitar ver sobre su escritorio el diario de la UM dónde sabía perfectamente que estaban mis fotos y que aún no había tenido ocasión de ver.

Pues esperemos que no haya ningún tipo de problema por parte de esta gente – haciendo referencia al departamento de la otra facultad- Necesitaría un teléfono de contacto para confirmároslo. – ¡Joder! No habíamos caído en eso. Y yo no tenía los teléfonos de casi nadie de esa asignatura… esperaba que por la web de la Universidad pudiera enviar mensajes privado a aquellas personas que no podría localizar de otra forma

Vale, te apunto el mío y te dejo mi correo electrónico – era el mío para asuntos serios, no usaba MSN ni nada al respecto. Me acerqué a la mesa y en un folio que me ofreció le apunté los datos. En ese momento me sentí tentada a preguntarle si podía ojear el periódico, pero me daba muchísimo corte a sabiendas de que él probablemente ya las había visto. Así que me esperé y ya lo cogería antes de irme de la entrada, dónde cada mañana dejaban un montón de ejemplares.

Perfecto Carlota, esperemos que todo esto salga bien. – me da bastante coraje que me llamen Carlota, prefiero que me digan Carla, pero claro, no se lo iba a decir a él

Eso espero yo también – dije sonriendo

Por cierto… ya te quedará poquito, ¿no? – me preguntó cambiando el tono y el signo de la conversación, haciendo referencia a lo que me restaba para terminar la carrera.

Pues… me queda ésta como optativa, otra optativa más y dos troncales, una de tercero y otra de cuarto. – le contesté algo cortada sin entrar en detalles, ya que no esperaba que me lo fuese a preguntar. Bueno, ni eso, ni cualquier otra cosa que se saliese del motivo por el cual estaba allí.

Ah, mira que bien, entonces para Septiembre como muy tarde lo tienes terminado, no te preocupes. Serás Licenciada con veinti… -dejó en el aire para que contestara.

Veinticuatro, si Dios quiere – le contesté sonriendo. Tenía 23 años, pero yo sabía que no iba a aprobar en Septiembre una de las asignaturas, a la que sinceramente no me iba a presentar. Así que como en Octubre cumplía 24, no me cabía la menor duda de que sería con esa edad con la que terminaría la carrera. Si no fallaba nada, ¡claro!

Pues está genial, 24 añitos y tu Licenciatura, ¡no hay mucha gente que pueda ir diciendo eso! – su semblante serio se volvió algo menos forzado, más natural - ¿y tienes pensado ya ampliar estudios? Te lo digo porque estoy metido de lleno en los programas de post-grado y hay muchos masters verdaderamente interesantes para tu Licenciatura.

Pues… - dije sin saber muy bien que responder – la verdad es que ganas de trabajar aún no tengo – sonreí y el soltó una carcajada sincera – me gustaría irme un curso a estudiar fuera para mejorar el inglés o hacer algún master, sí… pero no tengo nada concreto en mente.

Hay algunos MBA – Master In Business Administration – que te vendrían genial, mira, aquí tengo toda la información – me dijo muy convincente mientras permanecía al lado de su mesa y echaba mano de una carpeta con el logo de una Universidad del Norte de España- … los hay para especializarte en Marketing, Finanzas, Contabilidad, RRHH, Logística… de un año, de dos… y no hace falta que te vayas tan lejos para estudiar. – me comentaba mientras yo no perdía la atención. Al contrario de otro tipo de profesores que si llegaban a incomodar por sus miradas o sonrisitas tontas, Mario era un hombre muy atento y que mostraba interés real por lo que te decía.

Pues parece interesante, sí – contesté mientras le miraba sin saber muy bien que decirle. Aunque sabía más o menos lo que quería, estaba muy verde en temas de post-grado. Suficiente era estar centrada en mis estudios, como para rallarme pensando en estudiar más después de terminar, al menos de manera formal, aunque algún tirito ya me había tirado mi madre al respecto.

Sí, lo es, y aún no es tarde si estás interesada ¿sabes?, pero estas cosas antes de verano tienes que dejarlas ya planificadas que luego no hay plazas. Si te apetece te comento como va esto… ¿has desayunado? – me preguntó así en frío. Me pilló, como se suele decir, de sopetón.

Pues… no, no he tenido tiempo aún… – no supe contestar otra cosa en ese momento

Pues si no tienes otra cosa que hacer, ¿qué te parece si vamos a tomarnos un cafelito y te explico cómo van? – la verdad es que no me dejó opción, y aunque no fuese algo que me apasionara a la hora que era… no le dije que no. Además así hacia tiempo hasta que me recogiera Sergio – mi novio - a las diez.

MARIO

Del papel a la realidad había bastante diferencia. Y si no que me lo pregunten a mí. Para empezar, la realidad nos ofrece tres dimensiones, es decir, volumen, mientras que el papel solamente nos ofrece dos; al menos, palpables. Y si unía la palabra volumen , con la palabra palpar , se me venían a la cabeza pensamientos demasiado obscenos para ser tan temprano. Pero joder, era deliciosa. Vaya forma más dulce de actuar, y vaya gestos y movimientos. Había pasado una mala noche, había tenido pesadillas y dormí bastante pocas horas. El estrés del trabajo se me acumulaba y no era de extrañar que me diera un infarto algún día de estos, y para colmo de males, me costaba digerir que mi ex mujer anduviera con otra persona de su entorno laboral. Pero todos esos pensamientos negativos habían pasado en apenas una hora a ser algo totalmente secundario. No era ya el hecho de que unas simples fotos me hubieran levantado el ánimo y lo que no es el ánimo, sino que la culpable caminaba a mi lado para tomar un café dispuesta a tener una agradable charla. La noche la había pasado jodidamente mal, pero el día había empezado realmente bien. Ni que me miraran de forma extraña al pasar junto a la biblioteca me había incomodado. Iba con un yogurcito delicioso y encantador, y yo estaba la mar de feliz de que por primera vez en unas semanas, algo buena me hubiera pasado de verdad.

Al llegar a la casi vacía cafetería le pregunté qué era lo que quería tomar, y mientras ella tomaba asiento en una de las mesas del fondo, yo me acerqué a la barra. Allí tuve que aguantar un par de bromas de los camareros más jóvenes, que eran con los que más trato y confianza tenía. Obviamente, y debido a su edad, eran los más suspicaces y me soltaron alguna indirecta acerca de mi compañía. Tan al tanto estaban de lo que se movía alrededor de Carlota, que ya habían visto el periódico e incluso me dijeron que la habían votado. Yo guardé en todo momento la compostura – aunque he de decir que si no hubiera ido acompañado tal vez sí hubiese entrado en una interesante conversación sobre bikinis azules - y una vez me hubieron atendido, llevé caballerosamente el Cola-cao – no toma nunca café, según me confesó - y el mixto – sándwich de jamón y queso – que me había pedido. Al acercarme, obtuve de nuevo como premio las maravillosas vistas que me ofrecía su suculento escote, pero esta vez sin estar tapado por ninguna carpeta ni chaqueta. A pesar de ser relativamente grandes y usar sujetador, éstas quedaban perfectamente acopladas dentro del mismo, no dando sensación de flaccidez ni exceso de grasa. Eran perfectamente redondas y estaban tan juntas que no daban la sensación de que al liberarlas se fuesen ir a cada una para un lado, independientemente del efecto que le hiciera su sujetador. Algo que solo eran conjeturas pero no me importaría conocer de primera mano. Y nunca mejor dicho.

Estuvimos hablando muy amenamente. Se la veía una persona abierta, buena conversadora e inteligente, algo que yo ya sabía de sobra debido en gran parte a las notas que había sacado en mis asignaturas y a su participación activa en clase, pero que no tuve el placer de comprobar con exactitud en su momento por falta de trato directo. Aún así eso no era impedimento para mantener una conversación distendida y sincera. Tenía la sensación de que no estaba incómoda en ningún momento y que para ella era lo más normal del mundo hablar con hombres de mi edad. Por otro lado, era poco común hablar con alguien y que ésta no perdiera la sonrisa en ningún momento.

Una vez la hube informado sobre los posibles masters que podría realizar al terminar la carrera, las asignaturas y la duración de los mismos, estuvimos hablando de la carrera, sus posibilidades y salidas y sobre algún proyecto empresarial que se traía entre manos. Todo ello sin perder detalle a cada uno de sus gestos y movimientos. Unos veinte minutos muy amenos únicamente interrumpidos por la llegada de algún compañero que muy sabiamente no me quiso molestar. Sí lo hizo en cambio uno de los camareros, acercándose a la mesa y soltando un:

Rubia, ¿no veas, no? – le preguntó uno de los muchachos de forma un poco barriobajera mientras se secaba las manos con un trapo y la sonreía.

¿No veas el qué, chiquillo? – preguntó de forma muy inocente y con una gran sonrisa a sabiendas de por dónde iba el chico de las mechas rubias.

Anda, anda, no te hagas la loca Carla – le recriminó en tono de broma. Parecían conocerse y tener gran complicidad. Ella empezó a reír.

Si yo te contara Jesús… si yo te contara – le contestó ella. La verdad es que me intrigó a mí también esa respuesta que le dio. Aunque parecían estar hablando en código secreto, yo sabía perfectamente de qué iba el asunto.

Pues a ver si me cuentas luego… Por cierto, sales guapísima, que lo sepas. – le dijo haciendo referencia claramente al concurso al tiempo que se volvía detrás de la barra. Carlota se quedó algo cortada y hasta se le subieron los colores.

Yo puse un poco mi cara de circunstancias. También me quedé un poco sin habla, así que para romper el hielo

Vaya, los tienes enamoraditos ¿eh? No paran de mirarte– ella sonrío.

Qué va, no es para tanto – cada vez que ponía cara de vergüenza me daba un cosquilleo en el estómago. – Verás… - cambió su tono y empezó a contarme lo del concurso de Miss UM.

Para mi asombro, no fue ella, sino su mejor amiga la que mandó las fotos para concursar junto a todos sus datos. Menuda sorpresa. He de decir que ya me parecía extraño que una mujer como la que era ella participara en ese tipo de eventos, pero en esta vida ya te puedes esperar cualquier cosa. Incluso se la notaba algo incómoda con la situación de que mucha gente hablara de ella sin conocerla. Yo, para no parecer demasiado serio o darle más dramatismo a su problema – si es que se le podía llamar así -, intenté animarla:

¡Pues oye! ¿dónde están esas fotos? que yo también quiero opinar – dicho esto de nuevo se le volvió a iluminar la cara con una sonrisa. La verdad es que era muy simpática y a pesar de marcar las distancias muy bien, resultaba muy cercana y cariñosa.

Pues están en el diario de la Uni, ¿dónde sino?

¿En el de hoy? – pregunté haciéndome el loco. Ella asintió con la cabeza sin perder la sonrisa.

Vaya, vaya, pues espero que todo esto acabe bien. – contesté muy suavón . La verdad que ganas no me faltaron de llegar a buscar uno y volver a verla con menos ropa, pero en aquel momento me conformé con lo que había, que no era poco. – Además, si vas a ganar, mejor que haber pasado desapercibida ¿no? – añadí.

Bueno… dentro de lo malo algo bueno debe haber – dijo algo resignada por la situación pero con bastante simpatía.

Claro que sí, además, mira a tu alrededor, no es fácil mantener un cuerpo en tan buena forma – dije con la única intención de animarla, evitando por todos los medios que se diese cuenta de que en algunos momentos mis ojos dejaban de fijarse en los suyos para pararse unos centímetros más abajo.

Bueno, es relativamente fácil… llevar una alimentación sana y hacer deporte de vez en cuando… - qué inocente. Ni por mucho deporte que se hiciera, ni por muy sanamente que se alimentara una persona se podría llegar a conseguir un cuerpo como el suyo, con tanto componente genético encima. Tuve la tentación de lanzarle algún piropo, como que por mucha voluntad que se tuviera, nadie iba a tener unos ojos, o una nariz como la suya, pero me contuve.

¿Ves? A mí me falta tiempo para hacer deporte. Y es algo que echo de menos puesto que toda mi vida he estado haciendo pesas, corriendo… y bueno, ahora nada de nada, ya ves. – trataba de darle confianza y que no me viera como una autoridad, sino como a un amigo más. Algo difícil pero por lo que tampoco iba a perder nada.

Bueno, pero al menos te pagan por estar ocupado – me dijo sonriendo. Verla sentada enfrente de mí, con sus piernas cruzadas, y su mirada que parecía controlarlo todo a su alrededor me hacía sentir bien. En aquel momento me di cuenta de que necesitaba más trato con la gente de su edad, más rodaje, aunque creo que estaba dando la talla y la mantenía atenta.

Eso sí, eso sí, ¿y tú? ¿qué deporte practicas? – pregunté curioso

Pues suelo ir a correr de vez en cuando, a nadar… y estoy apuntada a un gimnasio, pero pocas veces lo piso, no me gusta demasiado ir sola y es difícil encontrar a alguien con tu mismo horario.

Vaya, qué completita. ¿Vivías por la zona de la Plaza de Toros, no? – pregunté a razón de lo siguiente.

Sí, bueno, relativamente cerca – volvió a reír, creo que dándome a entender que no era tan "relativamente" cerca. – más arriba, por ahí perdía en la montaña casi. – añadió con mucho salero.

Yo por esa zona he estado en algún gimnasio apuntado, en el Budha , ¿lo conoces?

Claro, allí estuve yo el verano pasado – me contestó –, de hecho aún me veo con gente del mismo en las clases de salsa - añadió

¡Venga ya! ¿también clases de salsa? ¿pero de dónde sacáis la juventud de hoy día el tiempo para estudiar? – la volví a hacer sonreír, y eso me empezaba a gustar – Pues mira, ya en serio, que coincidencia, de allí conozco yo a Jorge y a Cris, no se sí aún estarán trabajando.

Sí, están. Además los dos están conmigo en la salsa y haciendo cosas en el pub – me respondió

¿Así que eres salsera en el Café Club, eh? – En realidad yo no tenía ni idea de bailes latinos, ni de discotecas, ni estaba metido en ambiente nocturno alguno, pero sí que es cierto que Jorge era un buen amigo mío y en alguna ocasión cuando me había cruzado con él me había invitado a tomar algo por el pub dónde trabajaba en el paseo marítimo de una localidad de la costa de la ciudad.

Así es, míralo como entiende – me volvió a responder sonriendo. – Allí solemos ir los jueves a bailar salsa. Pero creo que se acaba ya este mes – me explicaba- , a partir de Junio ya es temporada alta y empiezan a pinchar house – me comentó

Ajá – había ciertos términos que me sonaban y podía encajarlos más o menos según el contexto en el que me hablaba, pero que distaba demasiado de la forma de hablar que podía tener con la gente de mi edad. – pues eso está genial Carlota.

Carla, por favor – me contestó sin llegar a sonar borde ni antipática, regalándome además una mirada muy felina achinando los ojos.

Perfecto, Carla. Como te decía eso está genial. Yo… bueno, a ver si me animo algún día de estos, que tengo una salida pendiente con algunos compañeros y aparezco por algún local de esos de moda – me atreví a decirle

Claro que sí, si dónde vamos la gente no te creas que es muy de mi edad ¿eh?

¿Ah no? – volví a interesarme por lo que me contaba, sin quererle hacer mención de que tan mayor no era.

No, no, de hecho suele estar la media de 29 o 30 años para arriba. Hay gente de todas las edades. – me respondía muy complacientemente.

Ah, pues mira que bien, a ver si me animo un día de éstos. Hoy ya no – aclaré -, pero a ver si cuando no tenga que madrugar me paso una noche. – no supe si se lo decía en serio o como quién dice que está lloviendo, pero así me veía más inmerso en su mundo.

Pues sí, claro, además que se conoce mucha gente – en ese momento tuve la impresión de que me decía eso porque me notaba solo, pero no quise darle mucha importancia.

El lugar es idóneo, desde luego – afirmé - ¿Tú… vas con amigas? ¿el noviete ?... – ella empezó a reír de nuevo. Tenía que catar un poco el terreno.

No, yo voy con una amiga y allí nos encontramos con el resto de gente, ya te digo que nos conocemos casi todo el mundo que bailamos allí. Y con mi novio qué va, pasa de eso. No es su estilo de música y además anda de oposiciones y únicamente sale los sábados. – MIERDA, pensé en ese mismo momento. Le había hecho la pregunta con la absurda ilusión de que después de sonreír me dijera que no tenía novio actualmente y ahí estaba mi respuesta, por espabilado. De todas formas creo que la falta de contacto con el género femenino fuera del ámbito universitario me hacia crearme falsas esperanzas a la mínima. En otro orden de cosas, ya tiene que tener confianza el novio como para dejarla ir de juerga sola. Menudo peligro. No me la quiero ni imaginar, ni a ella, ni a los cien tíos que tienen que acecharla cada noche.

Muy bien, un chico responsable por lo que veo. Que no quiere decir que tu no lo seas, Carla– le especifiqué sonriendo un poco para no dar lugar a malentendidos -, que desde luego que lo eres. El tendrá sus aficiones también, imagino, y la tuya pues es el baile – dije algo nervioso, aunque dudo que se percatara.

Sí bueno, el baile entro otras – aclaró sonriendo- , él sí está un poco flipaillo con las motos – dijo haciendo un divertida mueca- , son su pasión – afirmó sin perder la sonrisa . Si le gustaban las motos yo tenía una en la que se podía montar cuando quisiera. Y pensando en montar… se me volvieron a pasar pensamientos sucios por la mente. – pero también salimos de juerga los sábados, sí.

Anda, fíjate, yo también tengo una, una grande. Es una BMW.

El tiene una Ducati… ¿998 puede ser?

Sí, por supuesto, vaya máquina esa. ¿No te dan susto?

Al principio sí me daba, luego ya me acostumbré. Soy yo misma la que a veces le pide que le dé más caña – me confesó de nuevo entre risas nerviosas

Bueno, mientras que se vaya con cuidado y con el casco… - no me atreví a decirle nada más al respecto. Sin dejar de obviar el pensamiento de tenerla subida detrás en la moto y sentirla pegada a mí… Tuve que volver rápidamente a la realidad para no dejar que la imaginación volara demasiado rápido. ¡Qué cantidad de ejercicios mentales de autocontrol para la hora que era!

¡Eso siempre! – exclamó sin perder su blanca sonrisa. Hubo un momento en cierta parte de la conversación en la que me vi perdido. Y no porque no supiera de que hablarle, que por descontado que sí, sino porque tenía la sensación me estaba auto castigando. Podía hablar perfectamente con ella, y con cualquiera, pero el hecho de que se me pasaran por la mente cierto tipo de pensamientos me hacía sentir culpable en cierto grado. O eso, o que el hecho de enterarme que tenía novio me impedía moralmente tomar otra actitud más cercana.

Justamente cuando muy a mi pesar me iba a despedir de ella para empezar de una vez a trabajar en serio, el ruido de una motocicleta de gran cilindrada irrumpió en la zona del parking anexa al bar.

Míralo, ahí está – dijo sin tan siquiera mirar por la cristalera de la cafetería. ¡Conocía el ruido que provocaba el motor de la Ducati!

En efecto, una Ducati roja conducida por un muchacho bastante alto y que parecía a simple vista bastante moldeado se detuvo entre dos coches, tal y como pude ver a través de las cristaleras.

Mira mi móvil – saco un pequeño Nokia de su bolsillo y lo puso sobre la mesa. Al cabo de 15 segundos comenzó a vibrar. – Las diez en punto, ¡No falla! – eso me sacó una leve sonrisa, aunque me había ausentado levemente de mis pensamientos al pararme a razonar sobre el porqué una chica como ella no llevara bolso.

Pues Carla, yo me marcho pues a hacer algunas cosas. Espero verte pronto y ya me pongo en contacto contigo. – le dije mientras nos levantábamos de la mesa. Ella se dirigió a la barra para hacer el ademán de pagar, algo que no le consentí y a lo que opuso cierta resistencia hasta que cedió. Muy agradecida por todo se despidió de mí y salió de la cafetería a encontrarse con el novio. Menuda suerte tienen algunos.

Mientras pagaba no perdí ojo de la escena. Una vez se dieron el típico beso de pareja, él, que se había bajado de la moto para abrazarla por la cintura, metió la carpeta de ella en una mochila que llevaba colgada a la espalda y se la entregó a ella. Carlota, bueno, Carla, se puso su chaqueta y se la abotonó hasta el comienzo de sus pechos. Se colocaron los cascos no perdí detalle del espectacular culo que le provocaba el tener que ir echada hacia delante como pasajera en esa motocicleta tan deportiva. Tanto es así que disimuladamente me acerqué a la ventana lateral de la cafetería por dónde tenían que pasar obligatoriamente y lo observe con claridad al pasar. Lentamente pasaron a unos tres metros de mi posición y vi con precisión como se le salía una pequeña parte de un diminuto tanguita de hilo blanco. "Madre mía", me volví a repetir.

Capítulo VI

Sesión de tarde

CARLA

Qué fuerte tía, de verdad, lo que no te pase a ti… – me decía Natalia por teléfono mientras yo permanecía tumbada en la cama de matrimonio de mi habitación contándole cómo había echado la mañana.

Acababa de almorzar y me había subido a vaguear un ratito a mi cuarto escaqueándome lo más rápidamente posible de la mesa para evitar así que a mi madre o a mi padre se le ocurriese algo en lo que me viese involucrada. Eché el pestillo y llamé a Natalia, en parte para calmar la tensión que se había acumulado por la mañana entre nosotras, y saber que íbamos a hacer después

Sí – le dije riéndome – pero él estaba extra-motivado explicándomelo todo ¿eh?

Sí, sí, todo lo que tú quieras Carla, pero estaba también extra-motivado por otras cosas, a ver si te crees que no te había visto en el periódico.

Siempre mal pensando

Y tú siempre siendo tan ingenua, Carla. Entre las miradas que te echa, las sonrisas cómplices y que tenía un ejemplar de tí en su mesa… ¿por qué verlo lo viste, no?

Sí, claro que lo vi

Pues entonces claro que te fichó antes de que apareciéramos, seguramente se haría el tonto cuando el Jesu – como llaman al camarero de cafetería– lo comentó delante de vosotros. Estaría el pobre frito porque te quedaras en su despachito

Deja ya las pamplinas Natalia. Al final me va a ver todo el mundo menos yo… – protesté

¿Aún no…? ¿Pero qué hiciste después de estar con él?

Llegó Sergio al ratito y entre que se me fue el Santo al cielo por lo de Mario y que él tenía prisa, olvidé pasarme a recoger el periódico a la entrada. A ver si luego nos llegamos o algo ¿vale? – le propuse

No hace falta tontita, que ya cogí yo uno antes de irme

¡Ay qué bien! ¡no se qué haría sin ti! muchas gracias… – le contesté riéndome.

De nada, de nada. En fin… que ya tienes enchufe en el decanato. – dijo para picarme

¡Ejem!, no me lo vuelvas a decir, que vaya fatiga y vaya vergüenza más grande… - empezó a reírse con ganas. Me dio bastante corte el hecho de que Natalia me abriera los ojos. ¡Pues claro que me había visto!

Oye, y por curiosidad… ¿Está casado?

Hum… - hice memoria - No lleva anillo – le contesté

Uys, qué observadora – y tenía razón - ¡Peligro! Y encima tiene tu teléfono. Como Sergio se entere… - volvió a picarme

No digas chalauras – tonterías -. A Sergio ya se lo he contado y se ha hartado de reír

No lo digas como si fuese lo normal porque tú y yo sabemos que a Sergio no se lo cuentas todo, todo… - me dijo con cierta malicia referida a cierto hecho reciente

Natalia, eso es otro asunto ¿vale? – la corté muy seca. Se refería a un tonteo que me había traído unas semanas atrás con un muchacho que trabajaba de encargado en el pub dónde bailamos salsa.

Vale hija, perdone usted.

Bueno, ¿a qué hora me recoges? – le pregunté cambiando radicalmente de tema.

A las seis menos cuarto o así estoy en tu casa, estate lista. A todo esto, ¿esta noche sales?

Sí, me voy con Patri al Café Club ¿te apuntas?

Qué va, imposible Carla, no todas llevamos bien eso de dormir poco y madrugar. – sinceramente a mí eso era algo que me importaba poco si sabía que me lo iba a pasar bien. Y normalmente los jueves era noche de risas y cachondeo, sin el excesivo agobio de los sábados.

Pero si va a ser un ratito… nos vendremos temprano.

Bueno, no lo sé, que para ti temprano son las seis de la mañana, a ver si me hago el cuerpo después de la natación y te lo confirmo.

Que no, que cierran a las cuatro. Ya hablamos ahora después. Un besito guapa. – dicho esto nos despedimos y me eché un ratito a dormir hasta que se pasara a por mí para ir a hacer unos largos – viva la siesta –.

Mientras el sueño me poseía, comencé a pensar en lo sucedido por la mañana. No es normal que me ponga a hablar de cosas que no atañan al mundo universitario con los profesores – excepto en una ocasión… - como si los conociera de toda la vida o fuesen mis amigos. Es cierto que Mario se caracterizaba por ser quizá el profesor más comprensivo de los que hay en mi Facultad y el que más contacto tiene con el alumnado, pero no por ello dejaba de resultarme raro personalmente. Su seguridad, su tranquilidad y su cuidada educación aparente me hicieron sentir cómoda por la mañana. Y encima que le metimos en molestias sin comerlo ni beberlo, se portó de maravilla con nosotras. Sin contar, por supuesto, la ayuda que me ofreció con el tema de la ampliación de estudio y la aclaración de ideas que me dio gratuitamente.

Mario no es un hombre alto, mediría poco más de metro setenta. Tampoco puedo decir que sea especialmente guapo. Su posible atractivo físico, y motivo por el cual era objeto de adoración por alguna que otra pava de mi Facultad, residía tal vez en su cuidado cuerpo. Es cierto que no parecía cuidarse mucho últimamente, era un hombre muy velludo y con grandes entradas que disimulaba llevando el pelo muy corto y luciendo barba de dos días bien recortada, pero se notaba que poco tiempo atrás debía haberse pasado horas en los gimnasios. Tenía los brazos anchos y las manos grandes, un culito apañado y unas piernas que igualmente denotaban bastante ejercicio. Su espalda era ancha, al igual que su pecho, algo que se apreciaba sobre todo con las camisas que le quedaban algo ajustadas. Camisas que siempre llevaba metidas por dentro del pantalón, a juego con el cinturón y los zapatos. Con respecto a la forma de vestir, y en contra de lo que mucha gente se piensa de un hombre con su posición, parecía que le encantaba ir en plan discreto y sencillo. No tenía tal vez esa sensación de tener que dar una imagen de persona importante portando trajes o algún tipo de indumentaria que lo distinguiera del resto. Eso le convertía en alguien humilde, algo que de sobra era conocido por las personas que habíamos asistido a sus clases y más o menos le conocíamos. Solo en un par de ocasiones lo recuerdo haber visto yendo de traje. Normalmente usaba pantalones vaqueros, de pinzas e incluso algunos chinos. Siempre, eso sí, con camisitas de marca y chaquetas elegantes.

Con respecto a su persona no había mucho que decir. Un hombre atento, educado, simpático, dispuesto, agradable, de trato fácil y buenas maneras. Pero como en todos lados, la rumorología no había pasado de largo para él. Se comentaba un tiempo atrás, cuando aún no le habían nombrado decano, que mantenía un romance con otra profesora, Mati , que daba clases de Matemáticas financieras . Es bastante común que cuando a un par de profesores de sexos opuestos se les ve juntos en más de una ocasión, y no estrictamente en el centro de estudios, se creen ese tipo de cotilleos. Igualmente se decía que había mantenido otro affair – lío - , este sí siendo ya el decano, con una chica de económicas que hacía las prácticas en su departamento. Esta vez el desencadenante del chisme se produjo al verlos a los dos juntos marcharse en la moto de él. Pero como con él, rumores así había muchos más, y no quiere decir que sean ciertos. Solamente puedo confirmar dos casos pasados. El mío con un profesor sustito dos años atrás, y el de una conocida a la que vi en una zona de marcha de la mano de otro profesor que ya no estaba en la Facultad. Con respecto al resto de comentarios… ni creo, ni dejo de creer.

A pesar de todo, no pude evitar pensarlo. El hecho de atraer a una persona madura no era ajeno a ninguna de mi edad, ni más joven, ni más mayor. Sobre gustos y preferencias no hay nada escrito, y al igual que yo había tenido alguna que otra aventura con hombres que me sacaban bastantes años, no iba a juzgar a ninguno por el hecho de sentirse atraídos por chicas de mi edad o algo más jóvenes. Y a ese respecto me surgió la pregunta… ¿qué habría pensado al ver mis fotos en el periódico?

MARIO

El recuerdo de la imagen de ese culo totalmente en pompa y ese minúsculo tanga saliendo de su pantalón vaquero me resultaron suficientes motivaciones para relajarme en la ducha. Solté todo lo que llevaba dentro y me quede totalmente sereno y sosegado después de pasar casi nueve horas encerrado en el despacho, soportando las dos últimas a una infinidad de alumnos repletos de dudas. Pero al fin y al cabo el día no había ido tan mal. Un buen jueves. Al menos, es lo que sentí tras recibir la agradable sensación después de haberme liberado .

Eran las siete y media de la tarde, y al tiempo que salía de la ducha y me secaba, empecé a rememorar pausadamente todo lo que había estado charlando con Carla aquella mañana, algo que apenas tuve tiempo de hacer el resto del día. Aquella conversación, en cierta forma, me había recargado las pilas, me había animado. Si fui capaz de mantener una conversación distendida y cercana con una chica así de viva, ¿por qué no iba a poder tenerla con cualquier otra? Lo único que me faltaba tal vez era un poco más de picardía a la hora de relacionarme con ciertas personas. Bueno, en realidad cuando digo ciertas personas, me estoy refiriendo a chicas de la edad de Carla. Ya me lo decía mi amigo José Luis: un tipo como con yo, con acceso fácil y constante a muchachas de ese grupo de edad, tiene muchas más posibilidades de lograr algo que personas de mi edad que no tocan tan de cerca a la gente joven. El tema en cuestión no es que me obsesionara, ni mucho menos. Pero tal vez que fuese mi trabajo el único medio que me permitiera tener un cierto grado de vida social me limitaba respecto a la variedad de personas con las que me podía interrelacionar. Aunque evidentemente no me iba a quejar que fuesen precisamente veinteañeras las personitas que me rodearan tanto en las clases como fuera de ellas. En fin, a pesar de que estoy seguro de que a alguna alumna la he llegado a atraer – soy un cuarentón algo reservado y dedicado a mi trabajo, pero de tonto no tengo ni un pelo – nunca he actuado con el fin de conseguir algún cierto beneficio de ello. Y no son pocas las veces en las que he fantaseado con montármelo con alguna de ellas, o con ciertas compañeras de trabajo incluso, pero prefería mantenerme al margen de buscar ese tipo de relaciones por lo que pudiera pasar. Aunque en el fondo era una gran tontería por mí parte, ya que si no era por ese medio, difícil lo tenía debido a lo que ya he mencionado: mi escasa vida social fuera de la Facultad. Pero bueno, quizá me faltaba decisión, seguridad en mí mismo o el hecho de que tuviera en la cabeza la absurda idea de que van a lanzarse al agua por mí sin yo hacer nada.

En esas divagaciones y pensamientos andaba inmerso cuando comenzó a sonar el teléfono de casa. Descalzo y en slips salí del baño y me dirigí al salón del pequeño piso en el que vivía desde hacía unos meses descolgando el inalámbrico sin prestar atención al número entrante:

¿Sí? ¿Diga? - contesté

Hola caballero ¿le pillo en mal momento? – era mi amigo y compañero José Luis, usando su tono formal.

Pues recién salido de la ducha me pilla usted, Don José Luis – le correspondí con su misma forma de hablar.

Muy bien, un hombre limpio vale por tres, ¿Qué tal le ha ido el día? Me han llegado ciertas informaciones de que le han visto disfrutando de muy buena compañía esta mañana

Sí – sonreí -, bastante buena, mejorando lo presente, por supuesto – le peloteé, como es habitual en mí.

Bueno, bueno, que grande que es usted, ¡Don Mario! – exclamó casi irónicamente - ¿y ve posibilidades de acabar… montando a esa magnífica yegüita ?

Pues… - casi instintivamente bajé la mirada mirando a mi gran soldadito que dormía dentro mis calzoncillos tipo slip, e imaginándomelo trabajando en esos menesteres de monta– ha sido una conversación informal, apareció de casualidad en mi despacho esta mañana y nos tomamos un café, nada más. – dije muy prudente y sincero pero apenado, evidentemente. Ya me hubiera gustado contestarle otras cosas.

¡Quién tuviera un despacho! – volvió a decir en voz alta, tras lo que se escuchó otra risa de fondo acompañando a la suya. – Pues mira, te llamo para preguntarte si te quieres venir a tomar un pescaito frito aquí al paseo marítimo de al lado de mi casa, que estoy tomándome un par de cervezas con tu amigo Cristóbal y nos gustaría mucho que nos contaras que tal tu… experiencia. – de nuevo empezaron a reírse, a lo que no me quedo otra que hacer lo mismo.

A ver… - eché una mirada al reloj que hay sobre el televisor viendo que aún era muy temprano y quedaban como mínimo un par de horas de sol - … pues sí, venga, que hace muy buen día y Cristóbal está muy perdido últimamente. En media hora estoy en tu casa. – Y dicho lo cual nos despedimos.

José Luis, soltero de toda la vida a pesar de rondar los cincuenta, vive en una localidad costera que es limítrofe con la capital, una zona muy turística y con muchos locales hosteleros de comida y ocio. Son muchas las veces que acudo allí, sobre todo los Domingos de verano; sol, playa, buenas vistas, y sobre todo buena comida. Independientemente de eso, con él y con Cristóbal, profesor del departamento de Contabilidad , era con quienes mantenía una mejor relación y con quienes más confianza poseía. A diferencia de nosotros dos, Cristóbal sí estaba casado, pero digamos que ello no le suponía ningún impedimento para quedar con sus amigos para ver el fútbol, tomar unas copas, o lo que se precie.

Sin mucha demora y tras terminar de asearme, me coloqué mis pantalones azules de vestir, una camisa blanca, y una chaqueta de sport del mismo color que mis pantalones. Cogí el casco, y me di un paseo de media hora hasta llegar a mi destino.

Capítulo VII

Preparando la salida

CARLA

Había acabado rendida. No recordaba un día en el que hubiera hecho tantos largos como aquella tarde. No me cabía duda de que al día siguiente iba a tener unas agujetas que me iba a enterar de lo que era bueno. Pero por otra parte me sentía genial. Llevaba unos días sin hacer ejercicio y ya me estaba dando cargo de conciencia después de la cantidad de porquerías que me había comido últimamente. Una que es golosa y amante del chocolate, ¡qué le vamos a hacer!

Eran las nueve de la noche y aún había claridad. Por suerte el tiempo acompañaba, y era el idóneo para salir esa noche. Ni frío, ni viento, nada. Y eso era fabuloso, porque teniendo en cuenta que dónde íbamos los jueves a bailar estaba en pleno paseo marítimo y tenía la playa a cincuenta metros, cualquier bajada de temperatura impide estar allí con comodidad aún entrado ya el mes de Mayo. Había quedado con mi amiga Patri en qué me recogería a las diez, para acto seguido pasarnos a recoger a Natalia, que definitivamente se había animado a salir. Primero iríamos a tapear algo, y después, sobre las doce, teníamos pensado aparecer por el Café Club. Hora más que prudente si se tenía en cuenta que la cosa empezaba a animarse a partir de las doce y media o la una de la madrugada.

Tras el relajante baño caliente con el que me obsequié después de haberme duchado ya en el pabellón dónde íbamos a nadar – allí no me lavé la cabeza -, me empecé a arreglar. Después de secarme el pelo estuve un rato liada haciéndome las planchas. Pensaba dejarme la rayita en medio bien marcada y el pelo totalmente lacio con efecto mojado. No lo tenía excesivamente largo ya que hacía menos de una semana que había pasado por las manos de Fernando, mi peluquero. Me llegaba más o menos por la mitad de la espalda, algo más abajo de dónde tenía la señal del bikini, y algo más corto por delante – degradado -. Tras ello, me puse manos a la obra. Para mí, arreglarme antes de una noche de juerga es casi como un ritual. Lo suelo hacer en el baño que tengo en mi habitación y sin que nadie me moleste, a menos que esté con alguna amiga y lo hagamos las dos juntas antes de salir. Ritual que sin exagerar me puede llevar perfectamente una hora, o una hora y media – sin contar las veces que me tenga que hacer algo en el pelo o poner a calentar la cera para las piernas. Aunque de esto último ya iba lista – íntegramente- gracias a la también reciente visita a la estilista que siempre se encarga de hacérmela -. Ha habido Sábados en los que he pasado más tiempo arreglándome que de botellón o de juerga. Manicura y pedicura francesa después de limarme las uñas y haber acabado con las feas cutículas – normalmente los sábados de verano, pero que en esa ocasión se me antojó hacerme -, exfoliación de la piel, hidratación – body-care - de manos, brazos, hombros, piernas y resto de cremitas y bálsamos que me encantan… hacerme las cejas, tratamiento facial – anti-arrugas, anti-envejecimiento y todo lo que pillaba de mi madre a la mínima imperfección que me veía -, y luego, como no, pasaba por chapa y pintura. Me gusta la sombra de ojos negra, que resalte el azul de mis iris, aunque a veces usaba diversos tonos de azules, verdes o tonalidades fucsia o moradas; tras ello delineo con un eye-line – lápiz - negro mis ojos, para que resalten más. A veces uso la combinación de blanco/negro, pero como tenía pensado ponerme una camiseta negra, quería ir totalmente combinada. Había ocasiones en las que usaba un anti-ojeras, pero desde luego no estaba en esa época en la que salía día sí, y día también. Las pestañas, aunque las tengo largas, nunca son lo suficiente para vérmelas bien, así que mi amigo el Rimmel está ahí para ayudarme. Por lo demás suelo ir poco cargada. No me gusta echarme una base de maquillaje y empezar a transformarme. Un poco de polvitos que me acentúen los pómulos, y que ya me encargaría de recargar a lo largo de la noche, al igual que hacía con los labios, un rosa clarito brillante y efecto volumen sin llegar tan siquiera a perfilármelos.

Sinceramente, al verme al espejo, lo primero que pensé fue…"estás blanquísima". Pero tampoco me importó mucho. Es cierto que empezaba a necesitar buenas dosis de playa, pero hasta que no tuviera más tiempo libre el ponerme negrita iba a tener que esperar.

Para aquella noche tenía pensado ponerme un vestido cortito y muy primaveral que tenía aún sin estrenar, pero lo descarté ya que era demasiado para dónde iba y además, porque solamente con él iba a pasar algo de frío, ya que no encontré nada que me convenciera para ponérmelo encima. Así que opté por ponerme una minifaldita vaquera, que tenía dos pequeños bolsillos delante, uno de los cuales se abría con una cremallera, y que llevaba un ancho cinturón marrón con una gran hebilla plateada en medio. No quedaba al vuelo, ni demasiado ceñida, por lo que me permitía moverme con comodidad. Además, al ser de material denim no era de las que se subía en un descuido o en algún giro inesperado como pasaba con telas muchísimo más ligeras, aunque también por ello era más cortita de lo normal y había que tener su cuidado. Para la parte de arriba me había llevado al baño dos camisetas – o tops – y al final, después de probarme los dos, decidí ponerme el negro. Se sujetaba por dos finos tirantes que dejaban ver parte toda la parte superior de mi espalda –casi de la mitad para arriba- y me proporcionaba un buen escote sin llegar a parecer demasiado vulgar. Me lo veía algo ajustado y quedaba un par de centímetros por encima del ombligo. Para resaltar mi busto ayudaba un conjunto de ropita interior negro transparente formado por el sujetador y un mini tanguita de tiro bajo de hilo, ambos semitransparentes de spandex muy cómodos. Evidentemente, excepto el triangulito de delante y el pequeño de atrás, poca tela más tenía. El sujetador me subía y juntaba un poco los pechos, dejándome un canalillo por el que no podría pasar absolutamente nada, y que por cierto, a mi me encantaba. De todas formas, el top, que evidentemente escondía el sujetador, disimulaba bien ese efecto sin que por ello perdiera encanto mi escote. Para culminar, y muy a mi pesar, me iba a poner unos tacones altos de color negro que tampoco había estrenado. Y digo muy a mi pesar, porque aparte de que me parecían preciosos – me los había traído mi padre de regalo de Madrid, único sitio de España dónde se venden -, no eran muy producentes para ir a bailar. Me sabía mover muy bien con ellos, ya que llevo muchos años poniéndomelos, pero por mucho que lo tengas como hábito, no podrás evitar los dolores si llevas mucho rato de pié en constante movimiento – ni parada, vaya -. Lo estuve dudando un rato…"zapatos planos, cuñas, tacones, zapatos planos, cuñas, tacones, zapatos planos, cuñas, tacones, zapatos planos, cuñas, tacones, zapatos planos, cuñas, tacones"… y al final, como era mi idea principal, tacones.

Fui al vestidor y cogí un bolsito de piel muy pequeñito de mano, en color negro, en el que eché las llaves de casa, clínex, un par de pastillas por si me dolía la cabeza, las tarjetas y algo de dinero suelto, los polvitos y la barra de labios, unas tiritas, chicles de menta, un encendedor, un espejo no muy grande y el móvil. Tras ello me pulvericé un poco de perfume en el cuello y me eché al bolso también un pequeño bote de muestra del mismo. Por si tenía que recargar, vaya. Como complementos llevaba un finísimo colgante del que pendía un corazón de plata a juego con el piercing del ombligo, también muy pequeñito, y en la muñeca derecha un reloj pulsera de plata.

Esperé un ratito ojeando el correo electrónico a que Patri me diera el toque al móvil para salir a la calle, momento que se produjo a las diez y cuarto. Podía estar contenta, había veces que se ha llegado a retrasar hasta cuarenta minutos. Agarré una chaqueta vaquera larga que tenía lista sobre la cama y me la puse. La abroche por medio de un cinturón que se ataba a la cintura y me volví a mirar a un espejo de pié que hay junto a mi cama. El chaquetón era muy abierto de solapa y me llegaba por la mitad de la minifalda, quedando bastante ceñido por la cintura.

Bueno… - me dije a mí misma pensando que no iba tan mal, así que cogí el bolso y apagando la luz de mi habitación me fui directa al coche de Patri que esperaba fuera.

Patricia es una de mis mejores amigas. Que viva unos cuantos chalet más abajo es motivo más que suficiente para que ya desde pequeñas empezáramos a jugar en la calle para más tarde ir al mismo colegio juntas. No habíamos coincido en muchas clases a lo largo de los años, pero no había semana en la que no nos viéramos. Hubo una temporada en la que se produjo un distanciamiento entre nosotras ya que se echó su novio y dejó de salir cuando nos íbamos las niñas solas por ahí. Mal hecho, pero bueno, nunca se lo recriminé. Menos mal que ya poco a poco empezó a soltarse un poco más y a salir sin su pareja, ganando la libertad que siempre hace falta para que las cosas vayan bien. Así que coincidiendo que íbamos juntas al mismo gimnasio de vez en cuando, conocimos a un grupito de amigos que quedaban para bailar salsa a un pub de la costa, a lo que no tardamos en apuntarnos, más para tener excusa para salir, que por ser forofas de los bailes latinos. Desde entonces era normal que de vez en cuando, y sobre todo en épocas de calorcito, nos fuésemos algún que otro jueves a bailar.

Patri es una chica alta, mide en torno a 1.75m, aunque parece que mide algo más ya que está muy delgada y suele llevar siempre zapatos altos. Tiene los ojos verdes y es muy blanquita de piel – incluso en verano, que en lugar de pillar moreno acaba siempre rojita como las gambas-. Tiene muchísimo éxito con los tíos, pero al ser tal vez demasiado sensata y estar tan centrada en su relación con Javi, nunca ha pasado de simples tonteos . Yo en ese aspecto la admiro. Aquella noche vestía con un pantalón vaquero ajustadito, una camiseta azul con lentejuelas alrededor del escote caído y debajo un top muy cortito del mismo color. Se había puesto unos zapatos planos y no faltaron sus comentarios acerca de lo mal que lo iba a pasar yo con mis tacones, a lo que no le di demasiada importancia: ¡lo sabía de sobra!

A casa de Natalia llegamos a las once menos veinte, y como era de esperar, ésta tardó otro ratito en estar lista y bajar. Se había puesto un pantalón vaquero blanco, muy ceñido, una camisetilla muy fina de manga larga en color rosa y unos zapatos a juego. Así que entre una cosa y otra no llegamos a la tapería hasta las once y cuarto. Por suerte, a esa hora había menos afluencia de personas y nos atendieron rápidamente. Entre que nos pedimos varios platos, que somos lentas comiendo y que nos pusimos a charlar, no salimos de allí hasta las doce. Eso sí, con el ánimo bastante subido, ya que fuimos el centro de las bromas – y miradas – de los cinco camareros presentes y más de un comensal.

En el coche, de camino al pub, tuve que aguantar las gracias de estas dos acerca de lo del concurso de la Universidad, de mi intimación con el decano y cosas varias. Algo que en el fondo no me molestó, y de las que yo era ya la primera en reírme. Fue en uno de esos momentos cuando me llamó Sergio al móvil. Patri y Natalia, que iban delante, se callaron al momento y bajaron el volumen de la música.

¡Hola! – contesté muy animada.

¿Cómo estás princesa?

Genial nene, acabamos de hartarnos de cenar y vamos de camino al Café Club. ¿y tú?

Anda… ¿Tan tarde?

Sí, es que se nos ha echado el tiempo encima entre una cosa y otra, pero ya estamos llegando. ¿Y tú qué tal? Dime.

Pues acabo de llegar de dar una vuelta con el Dani , me voy a dar una ducha ahora y quiero ponerme a estudiar después – se estaba preparando las oposiciones para acceder al Cuerpo de Bomberos, a pesar de ser ingeniero industrial y haber recibido la oferta de su hermano para entrar en la constructora que tenía junto a otro amigo. Era su ilusión de siempre y no había tentación económica que le sacara de ahí.

Pues a ver si es verdad que te pones, que últimamente poco has machacado – le regañe de forma light . – Por cierto… voy más guapita… - le dije para picarle. Natalia se giró y se empezó a reír.

¡Eh! Pero no me digas esas cosas malvada, que me pones los dientes largos… hazte fotos que te vea mañana ¡anda! – me rogó

Ya veremos – le contesté riéndome. – Bueno nene, ponte a estudiar que es tarde ya.

Eso haré. No te entretengo más que estarás con tus amigas. ¿quieres que te llame luego cuando termine de estudiar?

Claro, no sé a qué hora nos vendremos pero creo que hasta las tres o así estaremos por ahí, y luego entre que llegamos y me acuesto me dan las tantas, ya tu sabes. Si no te cojo el móvil es que no lo escucho y ya te llamaría yo. – le dije.

Perfecto guapa, pues un besito muy grande y pásatelo muy bien.

Igualmente. Otro besito grande para el más campeón.

Tras los besitos de despedida entramos en la recta que daba acceso a la zona a la que íbamos. Patricia aparcó el coche en un solar de tierra que sirve de parking para todas las personas que van a la playa, y que por la noche eran de utilidad para las personas que íbamos a los pubs del paseo marítimo. Serían ya las doce y media casi y había bastante más ambiente del que me esperaba encontrar. Nos bajamos del coche – tuve que estirar mi minifalda para ponerla en su sitio…- y como las tres Ángeles de Charlie nos dirigimos al Café Club a vivir una nueva noche de diversión y aventuras.

Capítulo VIII

Llegada al Café Club

MARIO

Qué bien me había sentado la cena. Si había algo que de verdad me apasionaba de la costa, además de su gente, era la majestuosidad con la que preparaban el pescaito frito y los espetos de sardina . Qué delicia. Tras atiborrarnos de fritura, nos quedamos en la misma terraza en la que habíamos cenado, pero esta vez tomándonos unos cuantos tintos de verano. Unas cuantas jarras, más bien. No perdimos detalle de todas las chicas – sobre todo procedentes de la gran colonia de extranjeras que pululaban por el lugar – que pasaban por delante de la calle en la que nos encontrábamos para dirigirse a la zona de los pubs. Para Cristóbal, todas esas veinteañeras no eran más que unas crías, mientras que José Luis y yo éramos partidarios de verlas ya más como mujeres que como niñas.

¿Pero te has fijado en lo desarrolladas que están? – le preguntó José Luis a Cristóbal señalándole un grupito de chicas inglesas que pasaba por nuestro lado. – Esas no pasaran de los 23 o 24 años, algunas menos.

Eso es de la cantidad de hamburguesas y cervezas que se meten. Es todo grasa hombre – le respondía

Venga ya, si tienen más tetas que tu mujer y la mía juntas.

¡Qué mujer vas a tener tú! – le contestó riéndose y pegándonos sus carcajadas.

La controversia estuvo servida un rato, hasta que el fútbol tomó las riendas de la conversación. En el momento que la tertulia se tornó hacia lo deportivo, me evadí un poco y dejé correr mi imaginación mientras disimulaba que me interesaba el tema del que hablaban. Recordé como Carla me había dicho que iba todos los jueves a bailar salsa a un pub que no distaba mucho de la zona dónde estábamos, y no pude evitar el que me entraran ganas de pasarme a verla. Nunca la había visto fuera del ámbito universitario y debía estar preciosa. No necesitaba ningún tipo de excusa para invitar a mi compañía a tomarnos algún whisky en otro sitio, pero no quería que supieran nada acerca de que la chiquilla que rondaba mi cerebro a cada instante me había propuesto inocentemente el visitar tal lugar. Así que como hacía tiempo que no veía a mi amigo Jorge, y con toda probabilidad iba a estar en el mismo pub que Carla, qué mejor plan para pasar la aún larga noche de jueves.

¿Os apetece ir a tomar algo a otro sitio más animado? – pregunté mirando la mesa comprobando que se había agotado el vino. – tengo un amigo que trabaja en un pub cercano y me comentó hace poco que se pone muy bien entre semana.

Cristóbal frunció el ceño echando una mirada a su reloj de pulsera mientras José Luis permaneció expectante.

Mi mujer me va a matar, son las doce ya

¡Anda ya! Un día es un día – exclamó José despreocupado.

¿Está muy lejos ese sitio? – preguntó Cristóbal interesado.

No, para nada. En el mismo paseo marítimo – dije señalándole el mismo al final de la calle dónde permanecíamos sentados, aunque si bien es cierto debíamos pegarnos una buena caminata.

Bueno, pues para un día que nos despejamos, vamos a tomarnos un buen JB – afirmó convencido.

Tras pagar la cuenta fuimos dándonos un paseo hasta la zona de pubs. Se notaba muy buen ambiente, y tal y como me confirmó Carla, había gente de todas las edades. Se podían ver los mismos grupos de extranjeras que pasaron por nuestro lado sentadas en los bancos o en el mismo paseo preparando grandes vasos de alcohol, o a grupitos de treintañeras, casadas o solteras, que permanecían sentadas en las terrazas de esos pubs, parejas de nuestra edad o chicas jóvenes que daban pistoletazo de salida a su nuevo fin de semana. Las vistas de éstas eran espectaculares. No perdía detalle de esos pantalones blancos que dejaban transparentar sus ropitas íntimas, los meneos de carne que producía más de un escote o minifalda, ó los eróticos andares de más de una que clavaba de forma soberbia sus tacones en el suelo haciendo vibrar sus piernas. Al contrario que mi compañía, que no perdía detalle de las mujeres más cercanas a nuestra edad y que salían a mover un rato el cuerpo, yo no podía dejar de mirar a las más jóvenes. Era lo que me llamaba la atención, supongo que por el grado de inaccesibilidad que representaban para la gran mayoría de hombres de mi edad.

Además de con mi ex-mujer, yo había estado con otras tantas féminas. No durante, pero sí antes de casarme. Había tenido cuatro parejas a lo largo de mi vida, todas ellas formales, pero todas a muy tardía edad. Es por eso que lo de disfrutar un cuerpo joven era algo que se quedaba exclusivamente para la imaginación. Y si el cuerpo era como alguno de los que estaba viendo, ni eso. "Madre de Dios", blasfemé al ver como pasaba por nuestro lado una latina de prominente trasero y tentadores movimientos.

Después de caminar unos veinte minutos, y de dejar atrás unos cuantos pubs, llegamos por fin al Café Club. Era un local grande, al menos comparado con el resto que ya habíamos dejado atrás. Parecía una construcción de obra pero cubierta totalmente de madera, algo que le otorgaba un aspecto muy exótico y caribeño. Varias palmeras iluminadas en verde daban la bienvenida al lugar, que, según se observaba a través de las oscurecidas ventanas, parecía estar lleno de gente. Dos filas de seis largas antorchas cada una nos marcaba el camino para acceder a la entrada, vigilada por dos tipos bastante fornidos. Diligentemente nos dirigimos hacia la puerta y éstos, correcta y amablemente, nos dieron las buenas noches descorriendo la doble cristalera permitiéndonos la entrada. Una vez dentro, confirmé lo que se intuía por fuera: bastante gente abarrotaba la barra central y una pista de baile situada a la derecha. Enfrente de mí, a unos diez metros, estaba la puerta trasera, la cual daba acceso a una zona vallada de playa dónde había otra barra más, y muchas mesas bajas y sillones en color blanco. Una escalera situada a mi izquierda daba acceso a la segunda planta, de la cual subían y bajaban audaces y malabaristas camareros con bandejas repletas de vasos de tubo y botellas de vidrio. Todo eso acompasado de música con toques latinos que daba al lugar un aspecto realmente agradable para los sentidos.

En ningún momento al acceder al local nos sentimos fuera de sitio. Muchas mujeres y hombres de nuestra edad permanecían apoyados en la barra disfrutando de bebidas de todos los colores y formas, o simplemente sentados en las muchas mesitas que bordeaban la barra situada en el centro y a la gran pista de baile situada a nuestra derecha, y que estaba gobernada por una pequeña sala desde dónde trabajaba el pincha discos – dj -. Después de analizar la situación en tan breves segundos, pasé a observar a todo ese grupito de chicas que iban y venían de todos sitios o que simplemente se dirigían a la zona de baile, la cual apenas podíamos ver con claridad al estar al otro lado de la barra y bastante concurrida. Aunque desde luego no era yo el único que se dedicaba a dejarme llevar por lo que me mostraban mis ojos; varios cuarentones más no perdían detalle de todos los culitos que pasaban junto a ellos, pero al contrario que yo, no disimulaban en exceso su mirada. Me giré para hablar con mis compañeros y comprobé como estaban tan absortos con el paisaje como lo estaba yo.

Deberíamos trabajar menos y salir más – me dijo José Luis cerca del oído. Yo desde luego coincidía con él. Asentí con la cabeza dándole toda la razón del mundo mirando al fondo.

Debido al volumen de la música no íbamos a poder estar cómodos charlando, así que lo que se me ocurrió fue directamente el irnos a la parte de atrás, dónde la música no podía estar alta, y disfrutar así más tranquilamente de las vistas y el buen tiempo. Fue en el momento en el que nos disponíamos a salir cuando un tipo rapado que lucía una camiseta negra muy pegada con el logo del local en color blanco me agarró del brazo y me giró hacia él.

Caballero, debe usted detenerse. Si no lleva su maletín no puede beber ni acceder al recinto.

¡Hombre Jorge! – me giré y le di un abrazo. Jorge es un viejo amigo y vecino de la urbanización en la que vivía cuando estaba casado. Trabajaba en un gimnasio y además, por lo visto, tenía algún puesto de encargado en aquel pub. Me alegró verle y así se lo hice saber.

¿Pero que se te ha perdido por aquí Mario? – me preguntó entre risas y mucha complicidad.

Tras el breve saludo y la explicación del cómo había acabado allí, le presente a José Luis y Cristóbal. Me comentó que estaba algo ocupado en ese momento y que más tarde le encantaría charlar, así que muy amablemente nos invitó a subir a la planta superior, dónde además de haber menos alboroto, se iba a encargar de conseguirnos una mesa. Dicho y hecho. Una vez le acompañamos escaleras arriba, mandó a un muchacho a instalar una mesita al fondo de la terraza cubierta, desde dónde se podían contemplar unas increíbles vistas de la playa y el mar bañado por la luz de la luna llena. También, desde mi posición pegado a la barandilla, podía ver a toda esa gente que disfrutaba de la terraza que tenían montada detrás. Y no solo nos hizo ese favor, sino que además, bajó, volvió a subir, y nos sirvió en la mesa una botella de whisky, una cubitera de acero bien cargada y tres vasos cortos, bajo la envidiosa mirada de alguna que otra asistente. En aquel momento llegué a la conclusión de que no había sido tan mala idea después de todo el pasarnos un rato.

Capítulo IX

La noche

CARLA

Me lo estaba pasando realmente genial. Entre la música – sobre todo salsa y bachata -, las tres copas de vodka que llevaba ya y el cachondeo que nos traíamos con dos chicos que se nos habían acoplado bailando y que no conocíamos de nada, no podía parar de reírme. Natalia, que siempre es la más follonera , no paraba de chinchar a uno de los muchachos por su falta de arte para bailar, y éste, a su vez, se lo tomaba con un tonteo por parte de ella. Mientras tanto, el otro chico, que si era más hábil en cuanto a sus movimientos y que no me dejaba apenas ni tomarme la copa que tenía en la mesita, se había tomado muy en serio el bailoteo y sobre todo el estar pegado a mí.

Entonces… ¿Qué tengo que hacer para conseguir tu móvil? – me preguntó tras los veinte minutos que ya llevábamos bailando con ellos. La verdad que el chico, de treinta años, era bastante mono. Aún así no es ese motivo mínimamente suficiente como para que yo sintiera la necesidad de darle mi número de teléfono.

Pues poca cosa chiquillo, mi móvil no está en venta. – le respondí dándole largas a sus peticiones mientras seguía bailando con él.

Que graciosilla – me contestó riendo - ¿Entonces no tengo nada que hacer? – preguntaba un poco penosillo en uno de los momentos en el que quedamos cara a cara.

Por ahora no – le respondí sonriendo para picarlo – Es demasiado temprano como para darlo… - y volvimos a separarnos siguiente el ritmo de la música.

¿Y más tarde sí sueles dar tú "número" – matizó para evitar la broma de nuevo – de teléfono? No soy ningún pesado, rubia… - insistía. Y eso que no era pesado.

Como te dije hace un rato… no creo que mi novio estuviera muy de acuerdo con tu demanda… - volví a decirle irónicamente.

Pero para mandarte algún mensajito o quedar para otro jueves… ¿no te parece?

Tengo toda la noche para pensármelo – le volví a contestar mientras a la vez bailaba con él y evitaba que se acercara demasiado. Sus miradas a mi escote sí que no podía evitarlas – son las … -eché una mirada a mi reloj del pulsera – una y media

¿Y…? – preguntó impaciente ante mi silencio

Pues… que… si para las dos se me ha pasado el efecto del vodka, me lo pienso de nuevo – me empecé a reír sola mientras que él lo hacía ya de desesperación.

Pero si la gente borracha es la que más verdades dice

Por eso, por eso – le guiñé un ojo y le permití que siguiera bailándome un ratito antes de que Natalia se me acercara y nos propusiera irnos a tomar algo fuera, a la terracita trasera. La verdad que su tonteo con el otro chaval no estaba siendo poca cosa… cuánta proximidad

Pues venga – le contesté. Al fin y al cabo me daba igual y así descansaba un poco los pies y de los intentos de magreo del otro muchacho.

¿Y a ti que te pasa hombre? – le pregunto Natalia al muchacho con el que yo estuve bailando mientras caminábamos hacia fuera.

Tu amiga, que no me quiere.

Vaya con mi amiga, que mala persona – contestó irónicamente Natalia

Tú no me darías su teléfono ¿no? – le preguntó mirándome a mí.

Yo no lo tengo amiguito, a mí tampoco me lo ha dado, y eso que la conozco desde pequeña – le sacó la lengua y nos fuimos los cuatro fuera acoplándonos en dos hamacas en medio de las cuales había una mesita baja con un par de velitas encendidas. Todos los demás sillones estaban ocupados.

Natalia se puso en una de las hamacas con su muchacho y a mí no me quedó otra que ponerme en otra, justo enfrente de ellos, y al lado del telefonista . Salió de ellos el invitarnos a otra ronda de vodkas con limón y se marcharon a la barra a pedir las copas.

Me gusta. – me dijo Natalia mirándole el culo

¿Así tal cual? – le pregunté un poco extrañada. No era normal en Natalia ese tipo de afirmaciones con tíos que conoce de una noche, y menos si eran conocidos de una hora. Ella es más de… conocer y luego, tal vez, actuar.

No sé tía, no sé… - dudaba – es guapito, ¿verdad? Me hace tilín.

Está cañón – le dije sinceramente mirando hacia la barra dónde estaban. Como había dicho, el muchacho que me estaba dando caña estaba bastante bien, y el que intimaba con ella no se quedaba corto. Ambos bastante marcaditos, altos, y morenos de haberse pasado ya varias veces por la playa. – y lleváis ya rato con un tonteo basto

Tía no me digas eso – comentaba con voz temblorosa sin dejar de mirar para la barra, mientras permanecía sentada enfrente de mí con sus piernas juntas y los brazos sobre éstas, apoyando su barbilla con su mano derecha.

Tú has bebido demasiado… - añadí

Sí, eso también cierto, tanto como que mañana no tengo que madrugar – me dedicó otro guiño.

Parece que lo tienes bastante clarito… ¿Qué te ha dicho él?

Directamente nada, me ha preguntado si tenía novio y ya le dije que no, si estaba con alguien… y ya le contesté lo mismo

Pues nada, tampoco tienes mucho que hacer al respecto, saldrá de él… si quieres nos vamos a las tumbonas – las que había fuera del establecimiento, justo en la orilla, de esas que se alquilan por el día para la gente y que están cubiertas por sombrillas – con alguna botellita para crear el clima perfecto… lo único malo es que su amigo me va a estar metiendo caña todo el rato. – le propuse lo de irnos fuera, porque evidentemente si iba a pasar algo, con la cantidad de gente conocida que había dentro, no pegaba que la viese nadie… que luego la gente habla demasiado.

Yo no soy nadie para decirte nada Carla… pero si ya te lo pasaste una vez bastante a espaldas de Sergio… no sé porque no lo haces si te surge algo que te haga… tilín.

Simplemente porque este no me hace ni tilín ni tilón

A mí me parece mucho más apañao que Cris

Esto es totalmente distinto Natalia

La diferencia está en que a Cris lo conocías de… ¿unos meses? ¿y qué más da? Si algo te gusta… pero bueno, es igual, yo no te quiero influenciar para nada – decía eso, pero en realidad lo que buscaba es que no fuera solamente ella la que acabara bien la noche.

Qué va, qué va, si tiene que pasar algo alguna vez con alguno… te aseguro que no será hoy ni con éste.

Me parece perfecto… - concluyó

A los pocos instantes aparecieron los dos maromos con la bebida. Su amigo se colocó bastante pegado a ella, sonriéndole en el momento en el que le ofreció la copa que le había traído, mientras que el mío no lo hizo tanto, pero sí que me dedicó otra sonrisa típica de ligón de playa. Excepto por alguna que otra carantoña que le dedicó Natalia a algún comentario adulador por parte de su treintañero, la conversación transcurrió con bastante normalidad – es decir, bastante estándar y con demasiadas preguntas y bromas típicas y tópicas -. En parte me sentía algo mal, ya que lo habitual de los jueves era estar más en "familia", y el hecho de que hubiera salido tantísima gente aquel día, y que hubiéramos conocido a estos muchachos – con los que todo sea dicho, no lo estábamos pasando mal -, había impedido ver a las personas con las que más contacto tenía del local. Pero bueno, podía decir que me lo estaba pasando bien, a pesar de las insinuaciones de mi nuevo amigo, y sus intentos de acercamiento… aunque me daba a mí que como siguiera mirándome el escote el pobre iba acabar con cierto dolor en sus… partes, y se le iban a quitar las ganas de auto castigarse así otra vez. Eso del escote es algo que normalmente me puede llegar a incomodar, pero el efecto ya de las cuatro copas me estaba pasando factura, aunque no quise dar esa apariencia en ningún momento, algo que me cuesta ya que soy de risa fácil y bastante pava a veces

Oye, ¿aquí se puede tumbar uno? – preguntó el amigo de Natalia yéndose a echar tan normal en la hamaca tras un rato de charla.

No, no, si te ven te dicen algo – le contestó Natalia. Y era cierto, había cierto tipo de bancos y hamacas en los que sí que te podías tumbar, pero en las que estábamos ocupando, con cubiertas y funda de tela blanca, no estaba permitido más que el sentarse.

Pues vaya rollo, ¿y no hay otras más cómodas dónde sí te puedas tumbar?

Como no nos vayamos a las de la playa… – contestó Natalia de manera muy pillina, creando cierto nerviosismo en mi interior.

¿A esas? – preguntó señalando de forma inocente mi amigo a las que se amontaban al otro lado de verja verde que separaba la playa de la terracita.

Claro – contestó Natalia – ahí nadie te dice nada. - Los ojos se les hicieron chiribitas a ambos pensando en la oscuridad y la intimidad que otorgaban el nuevo lugar.-

Por nosotros perfecto… - se miraron de manera muy cómplice. Tras lo dicho y una vez dejadas las copas en la mesita, nos dispusimos a entrar de nuevo en el garito para salir fuera, ya que no había salida más que por dónde se entra al pub.

MARIO

Hacía tiempo que no me sentía tan alcoholizado. Aunque no llegara a estar fuera de mí en ningún momento, estaba auténticamente en la gloria, se me había subido, como se suele decir, el puntillo . No tenía nada de ganas de levantarme de dónde estaba, ni mucho menos de marcharme, y eso que las ganas de orinar cada vez eran mayores. El ambiente tan poco común para mí, la minifalda de la pelirroja de la mesa de enfrente, la charla tan distendida con mis compañeros y el whisky que no acababa, eran motivos más que suficientes para que cierta sensación de bienestar me penetrara y no tuviera más ganas que la de seguir allí un buen rato más. A pesar de eso, estaba pendiente a todo lo que ocurría a mi alrededor. Cada vez que alguna muchacha con cabellos rubios y cuerpo despampanante aparecía por la zona en la que nos encontrábamos, me fijaba bien para ver si era Carla, e incluso en un par de ocasiones me vi tentado a bajar a buscarla. Todo en vano ya que mi fatiga y falta de voluntad me lo impedían, al menos, momentáneamente.

En cierto momento de la madrugada, no recuerdo bien la hora, pero serían sobre las dos menos algo, Jorge se acercó por fin a la mesa.

¿Cómo están mis invitados favoritos? – hablaba como si fuese el dueño o algo así, pero no me importaba. Me había invitado a una botella de JB y eso con eso lo obviaba todo.

En la gloria, eso estaba comentando con ellos – respondí, a lo que José Luis y Cristóbal correspondieron sin dejar de echarse tragos y más tragos.

Me alegro mucho hombre, me alegro. Si queréis cualquier otra cosa, aquí estoy. – nos comentó a los tres antes de bajar un poco el volumen de su voz y preguntarme qué tal estaba y como me iban las cosas.

Tirando, ya sabes, con el trabajo y la Universidad – contesté dando síntomas de no estar tan ebrio, aunque evidentemente el vino de la cena y el whisky hacían efecto negativo en mi organismo. – Todo va por rachas, estás bien un par de días, luego te sientes solo y cansado… pero en general mucho mejor desde la última vez que nos vimos.

Me alegro Mario, lo que tienes que hacer es despejarte más, evadirte. Tanto trabajo es malo. Sino fíjate hoy, te veo genial – dijo sonriendo.

Hoy desde luego, me ha venido muy bien despejarme, y eso que no tenía pensando salir. A éstas horas normalmente ya estoy en el séptimo sueño.

Sí, lo comprendo, a veces da mucha pereza, pero una vez que ya estás salido no hay remedio – contestó de nuevo riéndose y animándome. Mis otros dos compañeros seguían hablando de lo suyo mientras no quitaban ojo de alguna que otra obra de arte andante.

Y que lo digas, es difícil no salirse en lugares como estos – le comenté haciendo una mirada generalizada a la estancia repleta de chicas, que fue nuestro tema de conversación durante unos amenos minutos… cuando por inercia me dio por mirar abajo y vi, esta vez casi sin ningún género de duda, a la conejita aparecer en la terraza que tenía justo debajo, junto a la que parecía ser su amiga Natalia y dos chicos más. Desde mi elevada posición no pude evitar contemplar un espectacular escote que lucía junto a una minifalda que mostraba todas sus piernas. ¡Y vaya tacones llevaba! Natalia tampoco iba nada mal, destacando un espectacular pantalón blanco que le marcaba casi todo

Joder… - exclamé sin querer casi en voz alta sin apartar la vista de abajo.

¿Qué ocurre amigo? – me preguntó Jorge interesado por las vistas y tratando de ver por detrás de mí, ya que yo le tapaba el ángulo.

Nada, nada, una antigua alumna a la que di clases, que está por ahí bajo... – Jorge se incorporó un poco echando una ojeada.

¿Cuál de ellas? – preguntó. La verdad que era normal, abajo habría unas cincuenta personas repartidas en varias zonas, sin incluir la barra, que al estar justo bajo nosotros, no podíamos verla.

La rubia esa que está ahí sentada junto a la morenita, debajo de esa palmera.

Ah, es Carla ¿no? – dijo muy seguro de sí mismo, aunque yo ya sabía que se conocían por lo que me comentó ella – menudo espectáculo de mujer, esta tremendísima macho. Vaya preciosidad, y menudo par de tetas ¿eh?.

Calla, calla, que no estoy yo ahora como para imaginar nada – respondí quitando la mirada de abajo y volviéndola hacia él de forma amable.

Es un cañonazo, tiene loquito a más de uno de por aquí… y de por allí – dijo mirándome sin dejar de gesticular.

No hace falta que lo jures – afirmé – Y a partir de ahora mucho más

¿A partir de ahora? – me preguntó frunciendo el entrecejo

Por lo visto participa en un concurso de miss no se qué de la Universidad… se está haciendo muy popular – le comentaba sin soltar el vaso corto con whisky y haciendo chocar los cubitos de hielo

Bueno, popular por lugares como este ya era, no te creas. Suele pasarse bastante por aquí. Pero tanto ella como el grupito con el que viene no tiene desperdicio.

Quien las pillara, joder. – dije volviendo de nuevo la mirada hacia su posición.

Las tías así son una auténtica gozada – me dijo a medida que se arrimaba más a mí para decirme algo de cerca - ¿tú sabes quién se la…? – terminó ahí su pregunta e hizo el gesto inequívoco con los dos brazos pegados al cuerpo moviéndolos de delante a atrás que quiere decir follar. Su pregunta me desconcentró.

Pues… no tengo el placer de saberlo… ¿quién? - le contesté totalmente descolocado.

¿Recuerdas a mi amigo Cris, el que trabajaba conmigo en el gimnasio?

Sí claro, el que estaba de monitor contigo ¿no? Recuerdo haberlo visto también en más de una ocasión acompañándote cuando vivía allí con Tere, alguna vez coincidimos – Tere es mi ex-mujer

Exacto, y que también trabaja aquí… - termino de decir dejándolo en el aire.

¿No jodas?, que suerte tienen algunos, macho. Esta mañana mismo la he visto cuando la recogía el novio y anda que no daba yo nada por cambiarme por ese

¿Por ese? Mejor por otro, que ese no cabe por la puerta… - quiso decirme que por lo visto había cuernos de por medio.

¿Cómo? – pregunté extrañado

Verás… Carla lleva con su novio desde navidad, ¿y a que no sabes cuándo se la lió Cris?

¿Cuándo?- pregunté curioso echándome un trago a la garganta y muy interesado por lo que me contaba.

Hace tres semanas – me dijo guiñándome un ojo. No daba crédito a lo que me acababa de decir. No veía a Carla como la típica buscona que tiene que pillarse las habichuelas fuera de casa, como se suele decir.

¿Qué dices? ¿Cómo va a ser eso hombre? – sonreí algo inocente absorto por el alcohol, la música y las noticias que escuchaba

Que sí joder, que te lo digo yo, que a estas tías les mola que le den caña hombre… - afirmaba estando muy seguro de lo que decía

¿No puede ser que sea un… bulo, un rumor? – volví a insistirle sin querer dar veracidad a nada.

Que no hombre, Cris no miente en esas cosas – empezó a reír -. Llevaban un tonteo desde hacía ya un tiempo, entre los dos saltaban chispas. Cris trabaja aquí todos los viernes y los sábados, y ella pues… es muy asidua como puedes ver. – algo me entró por la barriga al escucharle decir eso sin titubear un segundo.

¿Pero tú los viste in situ ? – insistí

Yo solamente te puedo decir lo que he visto, y por otro lado lo que me han contado. Yo te aseguro que vi un tonteo fuera de lo normal entre los dos, y sobre todo por parte de ella. Y claro, a Cris no le hacen falta muchos argumentos para meterle caña a una tía… ella se dejó querer unos meses y hace tres semanas… pues hala, pasó lo que tenía que pasar.

¿Y eso, de ser cierto,… lo sabe mucha gente?

Nadie, Mario. Te lo digo a ti en confianza. No lo sabe nadie. Terminó la fiesta Honey a la que había venido invitada y lo último que vi es como se iban juntos a las seis de la mañana en el coche de él… así que le pregunté como el que no quiere la cosa al día siguiente y me algo soltó. Iban muy caldeados, y por lo visto se liaron en el propio vehículo dónde…se la acabó…ya sabes pinchando . – dijo acercándose a mi oído – Además, que me ha dado detalles que eso no lo puede saber nadie si no la han visto sin ropa o casi sin ella, hombre – decía con un tono algo chulesco. La verdad que hasta me había llegado a excitar pensando en ello. Ganas no me faltaron de preguntarle qué tipo de cosas, pero me mantuve prudente.

Pero… - giré la cabeza para echarle otra ojeada viendo como disfrutaba de una copa de algo junto a Natalia y los otros dos hombres sin llegar aún a darle credibilidad a lo que me contaba - … Cris es bastante mayor que ella ¿no?

Treinta y cinco años tiene – no pude evitar imaginarme a Carla en los brazos de ese tipo tan grande y musculado y… que le sacaba tantos años. - pero ven – me pasó el brazo por encima y comenzamos a contemplar como charlaba la parejita abajo – mira, ¿los ves?

Sí, claro

Mira la actitud de ese tipo con la otra muchacha, su amiga. Fíjate, pendiente de ella, arrimándose todo lo que puede, provocando que ella le siga el juego… Carla es una gatita en constante celo, al igual que tantas otras que a priori parecen inalcanzables, pero es solo imagen. Está claro que esa tía no necesita lo que hay, ella puede tener a quién quiera, lo único que hay que hacer es que desee lo que tú quieras, crearle el… deseo. Darle la vuelta a la tortilla Mario. Mira el tío que está a su lado, aunque Carla no tuviera novio no se iba a comer nada – el tío estaba analizando la situación de una forma magistral -, fíjate, está distante, le tiene demasiado respeto – me fijé en la pareja momentánea que formaba Natalia y el otro chico y comparé sus situaciones. Lo que me decía Jorge era totalmente real. – En cambio observa ahora a la otra muchacha

Natalia, también fue alumna mía – agregué a su comentario

Bien, perfecto. Natalia, tu ex alumna, va a acabar esta noche con el coñito bien colorado. Mira la complicidad que hay entre ambos. Cuando el ríe, ella ríe. La tiene a su merced. En cambio cuando el que está junto a la rubia ríe, ella ríe, pero mirando a su amiga. Pierde el tiempo el tipo ese – finalizó

Vaya… ¿y todo eso dónde lo has aprendido? ¿aquí o en el gimnasio? – esa pregunta le hizo reír.

Pues en la vida amigo, en la vida. Por cierto, ¿estás enamorado de la niña o qué?

No hombre, solamente que hacía tiempo que no la veía y esta mañana hemos estado de chachara universitaria, ya sabes… me ha chocado verla aquí ahora.

Sí, ¡ya! Pues te aconsejo que te armes de paciencia… que nada es imposible en esta vida. Eso sí, ponte a la cola, porque si yo la tuviera a tiro no la dejaba escapar viva… - vaya, otro más, pensé.

Qué va Jorge, estoy muy mayor para estas cosas ya. – le dije mientras se levantaba de su asiento, ya que lo reclamaba desde la escalera una camarera que no paraba de hacerle gestos.

A ver si te crees que a una tía como esa se la ligan los niñatos de su edad… – dicho eso y tras guiñarme el ojo de forma cómplice, se despidió de mis dos compañeros y se largó con un "hasta ahora mismo".

Sus palabras, aunque tal vez dichas con demasiada soberbia o machismo, no dejaron de sonarme realmente convincentes. En el fondo tenía toda la razón del mundo, pero evidentemente ni yo, ni la mayoría, estábamos dentro del círculo de conocidos de una chica como esa… como para tratarla más frecuentemente y que se dieran las circunstancias apropiadas para entrarle. Lo que estaba claro es que no era una persona inaccesible, en ninguno de los sentidos. Se me volvió a aparecer la imagen de Cris – abreviatura de Cristian – en cierta actitud íntima con ella y no podía creerlo ¿sería todo eso que me había contado verdad? Sí así fuese, una mezcla de celos y morbo se apoderaba de mí irremediablemente. En fin, a veces deseaba tener en mis manos el manual sobre el "qué decirle a una mujer para conquistarla", y usarlo para mi propio beneficio.

Ausentado físicamente del lugar en el que me encontraba, un "¿Qué hora es?" me trajo de vuelta a la tierra.

Pues son casi las dos – respondí

Va siendo hora de recoger ¿no? Mañana hay que ir a trabajar. – ¡Cielos! Eso sí que me había devuelto a la realidad. Trabajar. En fin, tampoco podía pedirle mucho más a la noche, me lo había pasado realmente bien y mi estado eufórico me iba a durar un buen rato más.

Pues va siendo, sí – apostillé

Una vez dejamos la botella vacía, nos levantamos con bastante torpeza de la mesa y pusimos rumbo escaleras abajo. Pensando iba en lo lejos que estaba la moto aparcada, o el trayecto que debía seguir de vuelta a casa para que no me pillara ningún control de alcoholemia de la Policía o la Guardia Civil, cuando de repente

CARLA

La jugada de Natalia le podía otorgar grandes beneficios esa noche, pero también me podía llevar a mí a sufrir leves y constantes molestias, algo que no me apetecía en exceso. Estuve, de hecho, mirando por todas partes para saber dónde se había metido Patri y que me salvara de alguna forma de la situación, pero la personajilla de ella no aparecía por ningún lado. En cambio, otro hecho cambió el rumbo de la noche como nunca lo hubiera imaginado. Justo en el momento de pasar junto a la escalera que daba acceso a la segunda planta apareció Mario, el Decano de la Facultad. Y no solo me llevé el shock de verle a él en ese lugar u momento, sino que iba acompañado del Filemón – como llamábamos a uno que trabajaba en secretaría por su parecido físico con el personaje de comic – y de otro profesor, Cristóbal, aunque éste nunca tuvo el placer de darme clases – dicho irónicamente, claro está -. La sorpresa para él también pareció ser mayúscula, ya que se le iluminaron los ojos nada más verme, separando los brazos y poniendo las palmas al frente en señal de sorpresa. Yo me paré y traté de que Natalia también lo hiciera, pero tanto ella como su amiguito habían salido ya del establecimiento, por lo que no me quedó otra que saludarlos yo sola. Desde luego que no dejaba de resultarme impactante el verlos allí, entre la oscuridad, la música y las luces violetas que resaltaban todos los tonos blancos de las prendas de vestir. Eso no pasaba en clase, me dije a mí misma.

¡No puede ser! – exclamó Mario terminando de bajar los últimos escalones de madera dirigiéndose hacia mi posición.

¡Hola! - Le sonreí algo cortada y aún sin salir de mi asombro mientras se acercaba. Mi amigo aguardaba unos metros más adelante, casi en la salida del establecimiento.

¡¿Cómo estás Carla?! – me dio dos besos y agarró a sus amigos para presentármelos, aunque de vista ya los conocía – y me conocían, según comprobé - . Los tres olían a alcohol, pero desde luego no era yo la que podía decir nada al respecto. El brillo de mis ojos me delataba. Y bueno, tal vez mi constante risa tonta.

Pues genial, aquí como todos los jueves echando la noche… – le contesté sonriendo sin dejar de salir de mi asombro- ¿y… vosotros, como que estáis aquí? – pregunté a los tres muy curiosa ante sus atentas miradas.

Ya ves, que nos hemos perdido y fíjate dónde hemos acabado. – me contestó irónicamente queriendo resultar simpático.

Sí, ya veo, ya… oye, ¿me disculpáis un momentito?- les pregunté para no perder la oportunidad de lo que tenía en mente. Me dirigí hacía mi amigo y le dije que fuese con Natalia y su compi, que yo iría en un plis, ya que me había encontrado con un buen amigo de mi padre. Él lo acepto no sin antes poner una cara un tanto extraña y salió en busca de la parejita, que por lo visto, llevaba prisas. Al instante volví y ahí estaban los tres, esperándome en el mismo sitio dónde los había dejado charlando entre ellos.

Ya estoy, perdonadme

Nada, no te preocupes. No queremos interrumpirte Carla, si te tienes que ir... no pasa nada. – dijo Mario.

No, qué va, para nada, es que estoy pendiente de que aparezca una amiga que se ha esfumado sin dejar rastro… – contesté sin saber muy bien que decir echando una ojeada por todas partes. Ellos se miraron entre sí, algo que me alegró, ya que si me llegan a seguir mirando de aquella manera me hubieran gastado.

Bueno, nosotros dos es que nos tenemos que marchar ya – afirmó Filemón , tras lo que Cristóbal asintió. Yo puse cara de desconcierto, ya que por una parte no quería irme a la playa con Natalia, pero por otra parte tampoco es que me apasionara charlar con tres maduritos a la vez

Bueno, pues si ellos se van ya, y si no molesto… puedo invitarte a una copita antes de irme para charlar… y así te comento lo del examen y tal… sería perfecto. – me dijo sonriendo. Otra copa más… pero desde luego no tenía otra excusa mejor para permanecer allí bien resguardada de las garras del telefonista .

Hum, bueno,… pero invito yo ahora – contesté. Respuesta que por cierto le cambió la cara. En aquel momento le di dos besos a cada uno de sus dos compañeros de "juerga" y tras unas breves palabras con Mario, se fueron del local. Fue en ese momento en el que se despedían cuando rápidamente le mandé un mensaje a Natalia.

"toy con Mario tomandme 1 copa, ahora voy payá". Mandado el mensaje me dirigí a una esquina de la barra dónde había un hueco y lo esperé educadamente a que se despidiera.

Qué casualidad Carla, y qué alegría ¿eh? Todo hay que decirlo – me dijo al acoplarse a mi lado.

Casualidad es poco chiquillo – ya empezaba a soltar mi coletilla a una persona mayor, síntoma de mi grado de impregnación alcohólica – pero en parte una alegría también, claro. Aunque se me hace rar verte fuera de tu hábitat . – le dije sonriendo hablándole de "tú", y no de "usted".

No te esperaba ver, sinceramente. Llegamos hace ya mucho rato y hemos estado arriba. Pero ya te digo, hemos llegado aquí de casualidad, he quedado con estos dos amigos para cenar… que viven aquí cerca – me decía algo cortado, o esa impresión me daba a mí - y como no teníamos sueño, fíjate dónde hemos acabado… ¿y tú? ¿con quién has salido?

Pues habéis acabado en el mejor sitio posible – le dije sonriendo – He venido con Natalia y otra amiga, ahora vendrán.

¡Ah! maravilloso, Natalia, cuánta buena compañía…- sonreía un poco forzado- … pues a ver si la veo, que también debe estar guapísima… - ese también era un nuevo piropo- … por cierto, ¿Qué quieres tomar? – me preguntó llamando al camarero.

Pues, como invito yo… un Southern Comfort con naranja – licor de whisky y con un sabor que me sabe bastante más dulce que el vodka

Vaya, una chica con clase. Pues van a ser dos. – y así fue. Se dirigió a una de las camareras y le pidió las copas pertinentes.

Oye, voy a coger sitio, que se ha quedado aquella mesita libre – le comenté para ahorrarme el tener que está de pié con lo que llevaba encima.

Perfecto, ahora mismo voy.

En aquel preciso instante me respondió Natalia al mensaje. Yo sabía perfectamente que estaba impaciente porque yo apareciera por la playa.

"estás loca, no me lo creo. ste te spera. vas a venir o k?"

Antes de que apareciese Mario con las dos copas le volví a contestar:

"si aparece patri sí, sino paso, tu ya sabes xq…"

Aquí estoy – amablemente Mario me puso delante la copa, tomando asiento enfrente de mí.

Por cierto, si has venido con Natalia y otra amiga, ¿quién era el chico de antes? – me preguntó mientras se quitaba la chaqueta y se ponía cómodo en su silla de mimbre.

Puf – empecé a reírme – un conocido de aquí con el que no termino de simpatizar demasiado. - No tenía ganas de darle demasiadas explicaciones.-

Bueno, suele pasar… – dijo muy serio, aunque me da a mí que no tenía ni idea de lo que acababa de soltar. – Por cierto – dijo para sacar conversación- , me he encontrado con Jorge, el del gimnasio ¿recuerdas?, hemos estado hablando un rato arriba – me dijo cambiado de tema

¿Ah sí? Yo estuve hablando antes con él, cuando llegamos, pero luego ha desaparecido. Además tampoco ha estado bailando hoy, así que no lo he visto apenas.

Vaya, ¿has estado bailando? Debimos habernos tomado las copas aquí abajo, que las vistas arriba no eran demasiado bonitas – soltó sonriendo en un semi intento de piropearme. Aunque en el fondo me hizo gracia.

No lo sé, permíteme que lo dude – le respondí mientras daba un primer sorbo al whisky. Él contempló la escena con mucha naturalidad mientras movía algo la pierna al ritmo de la música que sonaba de fondo.

Carla, pero si estás preciosa mujer – se atrevió a afirmar, a lo que le di las gracias sin poder evitar sonreír.

Comenzamos a charlar de forma muy amena a pesar de que el volumen incomodaba algo la conversación. Me resultaba extraño, pero en el fondo era como si forzara un poco su forma de ser para agradarme, en el sentido de que yo era mucho más joven y tenía que adaptarse constantemente a la forma de hablar de la gente de mi edad. También me chocaba un poco el cambio. Hacia unos instantes había estado charlando con un hombre mucho más joven que él, obsesionado con mi número de teléfono y con qué me fuese a las hamacas de la playa, y ahora, que hablaba con un hombre bastante más maduro, podía conversar de forma normal sobre todo lo que iba surgiendo. Fueron unos quince minutos o veinte minutos los que estuvimos de charla mientras se acabaron nuestras copas, cuando apareció por arte de magia Patri buscándonos por todos lados, para acabar acercándose a la mesa.

Eh… hola – dijo algo cortada al aproximarse y desconocer a mi compañero de copa.

Niña, ¿dónde has estado? – le pregunté

Pues con mi hermana en el Cosmo – otro pub. Respondió un poco asombrada de verme allí con un hombre tan mayor

Anda que podías haber avisado… mira, te presento a Mario, es un profesor de mi Facultad – tras eso me levanté, al igual que él que se acercó a darle dos besos. Noté en ese instante en el que acababa de incorporarme que mi noche de alcohol había finalizado. Un leve mareo y un ver las cosas moviéndose como no debían me dieron el aviso. Aún así al volver a sentarme me recompuse… más o menos.

Encantada – sonrío

Por cierto, Natalia está dónde las tumbonas, enfrente de la terraza, te llevaba buscando desde hace un rato… - dije para cargarle el muerto, aunque la pobre no se lo mereciera.

¿Ah sí? Bueno, pues voy para allá, ahora vengo – y dicho eso se esfumó del local.

Vaya amigas tan guapas que tienes Carla, desde luego que Dios las cría y vosotras os juntáis. – volvió a piropearme. Algo que no me disgustaba y menos en esos instantes: me encontraba realmente cómoda. Aunque para no faltar a la verdad, gran parte de culpa la tenía el alcohol.

Bueno, ¡qué más quisiera yo el ser como ellas!

Qué modesta… ¿por cierto, te apetece otra? Yo por hoy, finiquito – hizo un gesto que quería decir que ya no más

Uy, qué va, estoy ya por hoy completa. Hay que dejar algo para el fin de semana. – respondí alegremente.

No podía negar que me gustase su charla, de hecho no paraba de hacerme reír, aunque la mayoría de las veces involuntariamente por su desconocimiento de ciertas cosas, pero de reír al fin y al cabo. Podía decir que estaba en una especie de nube. Hablaba con una persona conocida, pero que en realidad no conocía de nada. Era el contraste formal de la universidad, con su aire jovial de aquellos momentos lo que más me chocaba. Bueno, eso, y que la cafetería se había transformado en un pub con poca luz, mucha gente, y música salsa para ambientar.

MARIO

Ni queriendo me hubieran salido las cosas mejor. No solo me habían dejado Cristóbal y José a solas con esta preciosidad, sino que ella misma había decidido pasar del muchacho que la cortejaba para ponerse a tomar una copa conmigo. Puede que parar evitar alguna situación violenta, o puede que para esquivar ciertas molestias, pero al fin y al cabo yo era el beneficiario final de los acontecimientos. El cosquilleo que corría por mi estómago a causa de su cercanía me duró todo el rato que duró la conversación. Estaba preciosa. El pelo totalmente lacio, como nunca antes la había visto, los ojos pintados como una auténtica tigresa, y un busto espectacular que no solamente hacia mis delicias, sino de todo aquel que pasaba por su lado. Y no era para menos, con ese escote, a cada paso que daba con esos altos tacones tan altos, sus pechos temblaban levemente como dos flanes. Pechos que me estaba costando bastante no mirar mientras la tenía delante. Pero no acababa la cosa ahí. Una minifalda estilo vaquera dejaba ver todas sus piernas. Y con todas sus piernas quiero decir todas sus piernas. No creo que quedara demasiado para que aparecieran a lucir otros de sus maravillosas encantos. Tal es así que en el momento de llevarle la copa a la mesa, pude ver como esa minifalda le tapaba lo justito, enseñando el muslo casi en su totalidad para deleite del personal. Para colmo, y para delirio de mi imaginación, no paraba de sonreír. Se le notaban los ojitos algo rojos y brillantes, síntoma evidente de que había bebido tal vez algo más de la cuenta… pero no por ello dejaba de estar menos encantadora. Desprendía dulzura por los cuatro costados.

Comencé a imaginarme mientras hablaba con ella lo que había estado hablando con Jorge, e inevitablemente se me vino a la mente la imagen de Cris disfrutando de la mujer que tenía delante. Qué habrían hecho, el cómo o el dónde me surgían en la mente como dudas que necesitaba resolver. Más aún, cuando cruzó sus piernas por debajo de la mesa dejando sus tacones muy cerca de mí. Mi única reacción imaginaria fue la de posar mis manos sobre sus muslos, pero mi sentido común me pedía que lo evitara a toda cosa si no quería recibir un buen guantazo o pisotón.

Capítulo X

Un paseo en moto dirección desconocida

CARLA

Un nuevo mensaje me llegó, precisamente cuando más cómodamente estaba con Mario. De nuevo era Natalia:

"vamos a la gaso a comprar, ahora venimos". De paso miré la hora en el móvil. Las 02:42 de la madrugada.

¡Jo! Eso sí que no. Cómo me la habían jugado. Se iban a ir, presumiblemente los cuatro – Patri llevaba ya un rato con ellos -, a la gasolinera que había varios de kilómetros más arriba, junto a la salida de la autovía. Imagino que para comprar chocolates, chuches o algo así para comer, o tal vez papel de fumar – Natalia siempre lleva alguna cosita para liar –, o lo que fuese. Ganas me entraron de pedirle que me trajese algo de chocolate, que me venía muy bien para bajar el alcohol que corría por mi cuerpo – y que se me antojaba, vale - , pero a ver con qué cara se lo pedía yo ahora

¿Ocurre algo? – me preguntó al ver la reacción al leer el mensaje.

No, que va, es Natalia… que dice que van a comprar.

¿A comprar? – preguntó con extrema curiosidad. Yo empecé a reírme.

Sí… es que… bueno – fijé mi mirada en sus ojos – normalmente a estas horas solemos pasarnos por la gasolinera a comprar chocolates y tal, ya sabes, para que se baje un poco el alcohol

Ah, vaya, y te dejan aquí, entiendo. Si quieres ir por mí no hay problema ¿eh? No quiero entretenerte – en realidad por una parte claro que quería, pero otra zona de mi cerebro me pedía estarme quieta.

¡Ya ves!, me dejan tirailla – sonreí y le saqué la lengua irónicamente – Pero no, en serio, ya se han ido para allá y además van en parejita.

Pues eso no puede ser – afirmó muy lanzado - , ahora mismo cogemos tú y yo y nos llegamos a comprar chocolate, pero vamos, sin dudarlo – afirmó muy seguro de sí mismo. Yo no tuve más remedio que empezar a reírme. Para que después digan que no hay maduritos encantadores

¿Pero cómo vamos a ir? Está muy lejos – comenté haciéndome de rogar.

¡Qué va! – recogió su chaqueta – tengo la moto ahí, dando un paseo hemos llegado… ¿vamos? – yo dudé, pero por desconcierto más que por otra cosa. El Decano me quería llevar en moto a comprar chocolate a la gasolinera. ¡Guay!

Bueno… si no te importa… - dije recogiendo mi bolso y la chaqueta un tanto asombrada. Por cierto, las copas las pagó él.

MARIO

Si antes las cosas me estaban yendo bien… ahora me estaban resultando geniales. Había convencido a Carla para ir a comprar a la gasolinera y apenas había puesto objeción. Evidentemente el ir a la gasolinera no era algo que me diese especial interés, pero buscar cualquier excusa para estar más rato junto a ella sí. Orgulloso me sentí durante el trayecto hasta dónde tenía la moto aparcada por llevar semejante hembra a mi lado. Con esos dos tacones que llevaba estaba prácticamente a mi altura, algo que me encantaba especialmente. Eran casi el cien por cien de los hombres con los que nos cruzábamos los que le echaban un vistazo de arriba abajo. Su forma de caminar me encandilaba, marcando a cada paso el tacón en el suelo, con mucho estilo y elegancia, y provocando que cierta parte de su anatomía no dejara de moverse leve pero visiblemente. Ya me hubiera gustado que llevara una falda más ceñida, pero aún así, con aquella que vestía, podía apreciarse el material tan exquisito que poseía.

Tras una caminata de unos diez minutos por el paseo marítimo, y tras escuchar cómo se quejaba de que le dolían los pies mientras conversábamos, llegamos a la motocicleta. Abrí el cofre y cogí los dos cascos que siempre llevaba. El mío, y uno secundario, de estilo medio huevo, pero que para el trayecto que íbamos a hacer venía de perlas. Así mismo guardé su bolso y dejé que se pusiera su chaqueta.

¿Esto como se pone? – me preguntó al no saber abrocharse bien el casco. Estaba la mar de espectacular con sus brazos levantados tratando de colocárselo bien sin despeinarse demasiado, provocando que sus dos maravillas se le subieran casi a la altura de la clavícula formando dos montañas sobre las que no me importaría pasear.

A ver, deja que te ayude – ese momento fue sublime. Nunca había estado tan próximo a su espectacular figura. Me agaché un poco para colocarle bien la hebilla por la barbilla y me subí a la moto respirando hondamente tras haberla olido tan de cerca.

Gracias. – respondió de manera muy simpática. Aunque yo también estaba contento , a ella se le apreciaba mucho más. Risa fácil, ojos brillantes, y andares poco precisos. Me subí a la moto y la esperé.

Venga, ahora te toca a ti – Ella empezó a reír mientras miraba para todos lados. No había nadie en la calle a esas horas.

Es que… se me va a ver todo – ojalá, pensé.

Anda, qué va. Tu pon un pie aquí, y en el momento que lo tengas, te impulsas agarrándote en mi espalda y pasas la pierna al otro lado… y cuando te sientes pues te pones bien… la falda.

A ver como sale – dijo muy dispuesta

Colocó su tacón derecho en el soporte del mismo lado para el pasajero, y acto seguido, agarrada a mis hombros y abriéndose de piernas, pasó la izquierda por encima de su asiento para acabar colocándola en el otro soporte. Ni que decir tiene que la imagen que vi por el espejo derecho fue simplemente brutal. Al hacer ese movimiento, su minifalda se subió lo suficiente como para dejarme en la retina la imagen de su braguita o tanga, de color negro, y que a priori me pareció de algún material de esos transparentes como la lycra. O eso, o mi imaginación volaba demasiado deprisa y vi cosas dónde no las había. Sea como fuere, eso me dejó bastante trastocado y casi sin habla. Añadió a ese sentimiento de casi exaltación, el hecho de que la tuviera prácticamente pegada a mí, abierta de piernas, y luciendo una minifalda, que tras como pude verificar en el reflejo del escaparate que tenía a mi lado, no dejaba casi nada a la imaginación. De nuevo, antes de arrancar, me pregunté a mi mismo si lo que había visto era real, o lo que deseaba ver. Fuese de una manera u otra, ya sabía de primera mano que el negro era el color de la ropa por la que no me importaría cambiarme en ese momento.

¿Vas cómoda?

Más o menos – respondió pegada a mí y agarrada con sus manos a las manetas laterales traseras que tenía en la cola mi motocicleta.

Bien, si tienes algún problema te agarras a mí – le pedí sin cortarme demasiado

Vale – dijo acomodándose y poniendo en su sitio cierta prenda.

Dicho todo, aceleré y puse rumbo a la gasolinera.

El contacto de sus piernas abiertas con mi trasero era más que suficiente para que de nuevo el sentimiento de exaltación – excitación – se apoderara de mí. Sentimiento que se multiplicó en el instante en el que debido al viento que provocaba la velocidad a la que iba, y seguramente por comodidad, se pegó a mí abrazándose. A pesar de la ropa que había de por medio, pude sentir la presión de sus pechos en mi espalda, sensación que produjo más ganas de ella en mí interior. Aceleraba siempre que podía para que sus brazos me apretaran más y poder sentirle cada más mía. Estaba realmente en el cielo. Parar torturarme un poco más, miraba su espléndida figura reflejada en los coches aparcados cada vez que paraba en un semáforo. Menudas piernas. La tentación de llevarle las manos a esos increíbles muslos estaba pudiendo conmigo. Tentación y deseo en el trayecto en moto que más me había motivado en mi vida.

Al llegar a la gasolinera estacioné la moto en uno de los surtidores del fondo y nos bajamos, aunque esta vez, para mi desgracia, no pude ver nada, y tras quitarnos el casco le pregunté qué tal estaba.

Uf, mareá perdía – contestó haciendo un gesto con su mano derecha. Yo sonreí. - ¿puedes sacarme el bolso? – realmente sí que parecía que el viajecito le había hecho más mal que bien.

Vaya, ¿he ido muy rápido?

No, que va, has estado bien, ¡si a mí las motos me encantan! – no sé si era a causa de que ya no había demasiada música a nuestro alrededor o por mi subconsciente, pero me dio la impresión de verla más borrachita de lo que iba antes, con un tono de voz más ebrio.

La verdad es que no has protestado nada – le comentaba mientras abría el cofre y atendía su petición sin dejar de mirar su sonrisa.

Gracias – me dijo al dárselo. – ahora mismo vengo

De nuevo esos maravillosos aunque algo torpes pasos aparecían ante mis ojos y el contoneo de sus caderas dirigiéndose a la ventanilla comenzaban a despertar a mi soldadito de plomo. La dulzura con la que le explicaba al chico de la gasolinera lo que quería a través de la mampara de cristal me cautivaba tanto como su espectacular físico, y sobre todo, la sonrisa que me dedicó mientras se acercaba a mí con una bolsa blanca dónde traía lo que había adquirido. Fue en ese momento en el que se aproximaba de nuevo a mí cuando contemplé la majestuosidad de su voluptuoso cuerpo. A cada paso que daba, sus pechos se contoneaban levemente por encima del escote, al mismo tiempo que movían su top que resaltaba debajo de la chaqueta de cuello abierto que vestía.

¿Qué has comprado? – le pregunté curioso

Pues mira, una tableta de chocolate crunch, chupachups , unos paquetes de pipas y patatas y agua. – me dijo mientras revolvía su bolsa.

Hala, cuantas cosas, te vas a empachar – contesté. Inevitablemente se me volvieron imágenes obscenas a la mente. Pero esta vez no hice nada por evitarlas.

Pero esto para los dos, que yo sola no puedo – sonrió dejándolo todo en la maleta de la moto.

Anda, pensando en mi alimentación, ¡qué alumna más buena!

Claaaaro – dijo de forma muy cariñosa. En un momento, al guardarlo todo y coger el casco, hizo sin querer el ademán de caerse debido a un mal paso con uno de sus tacones. Yo me acerqué decididamente y la agarré de la espalda.

Carla, ¿estás bien? – pregunté algo preocupado

¡Uf!, sí, que me ha dado un mareillo . Creo que estaré mejor cuando me meta algo en el estomago – y mejor estarías si… pensé sin llegar a más.

Perfecto, porque yo conozco un sitio magnífico para que te relajes y podamos echar mano a eso que has comprado tranquilamente. Además, está junto al mar y la brisa te va a venir genial. – le propuse sin darle la sensación de que la tomaba como una borracha.

¿Ah sí? ¿Está lejos? – preguntó algo curiosa.

No, que va, esta justo enfrente de un hotel que no dista mucho de donde estábamos – en realidad estaba algo más lejos – además, que tú ya sabes que la brisa del mar es lo mejor para quitar la borrachera, y yo tampoco ando muy bien

Pues venga, ¡llévame!

CARLA

Tampoco es que fuese un secreto o un gran misterio. Me encantan las motos porque en cierto grado me pone la sensación de ir pegada a un hombre del cual dependo y que me lleva dónde quiere. Y cuando quiero decir que me pone es que pocas eran las veces en la que después de irme con mi novio a dar alguna vuelta larga no acabábamos en la cama jugando. Y muy a mi pesar el haberme subido en aquella moto con ese hombre madurito interesante me produjo sentimientos relativamente parecidos aunque contradictorios. Por una parte buenos. Me infundió seguridad y confianza. Por otra parte, y en un grado que en aquel momento no supe calcular, me dieron ganas de jugar . ¡Era inevitable! Y no porque el haber mezclado vodka y whisky me provocara efectos casi psicotrópicos y en cierto grado afrodisiacos, sino por la sensación de estar con un maduro que no paraba de echarme miradas penetrantes, que no paraba de contemplarme las piernas, y al cual podía notar con tremendas ganas de buscar algo más. Me daba coraje aceptarlo, pero en parte esa situación me excitaba. No sabía si seguir el transcurso de los acontecimientos o volver al pub con el resto. No sabía si dejarme llevar, aunque no pasara nada, o ser cauta y tratar de evitar situaciones que me pudieran comprometer. Pero decididamente, estaba tan bien y tenía tantas ganas de ir a la playa a comer algo y seguir con la compañía de Mario, que no me paré demasiado en pensar qué era lo correcto o no. Patricia y Natalia estaban juntas y no tenía la sensación de haber abandonado a nadie o haber hecho algo incorrecto. Ellas estaban con sus amiguitos… y yo estaba con el mío.

Después de haber comprado unas cuántas cosas, nos volvimos a subir a su moto. Durante el trayecto a lugar desconocido, otra sensación se apoderó de mí. El calor interno. Aunque trataba de no pegarme demasiado a él, la velocidad que alcanzaba y los frenazos y acelerones me llevaban contra su espalda, provocando que no tuviera más remedio que agarrarme férreamente a su torso. Mis piernas abiertas abarcando su trasero y el hecho de ir enseñando todo lo largo de mis piernas a las pocas personas con las que nos cruzábamos hacia que mi temperatura corporal aumentara. Me resultaba ineludible evitar pensar sobre ello. Mis brazos lo agarraban torpemente por delante, notando su abdomen, mientras mi entrepierna sufría algún leve roce que traté por todos los medios de obviar. No quería aceptarlo, pero la situación se volvía morbosa.

Al cabo de un cuarto de hora de circular por la autovía de la costa, Mario cogió un cambio de sentido, el cual daba acceso a un hotel muy conocido de la zona. Entró por un carril de tierra bastante oscuro y fue a detenerse en una especie de aparcamiento improvisado rodeado de maleza que quedaba a unos cien metros de citado establecimiento. No había ni un solo alma en la zona. Nos bajamos de la moto y antes de coger las cosas eché un vistazo desde lo alto del terraplén en el que nos encontrábamos sobre la playa. El mar estaba en calma, debido en parte a que había dos espigones a cada lado que impedían que rompieran demasiado las olas cuando había fuerte marea. La Luna iluminaba todo el mar, y éste junto a ella, toda la playa. Podía ver, a unos cincuenta metros debajo de nuestra posición, una gran fila de hamacas y tumbonas, presumiblemente pertenecientes al hotel, a las cuales había que acceder por una pequeña escalera construida con troncos de madera que estaba cerca de nosotros. Mario se acercó desde atrás una vez hubo echado la cadena a la moto y sacado las chucherías y mi bolso.

¿Qué te parece? – me preguntó

Está chulísimo este sitio, qué tranquilidad. Es una cala preciosa – respondí nerviosa por la situación

Suelo venir a esta playa a veces, me encanta; y en el restaurante del hotel aquel ponen un marisco para chuparse los dedos – me comentaba – Mira, ven, se baja por aquí. – me indicó llevándome a la que ya había supuesto que era la escalera.

¡Uf! A ver como bajo yo por aquí… - le dije colocando lateralmente un tacón en el escalón inferior para luego bajar el otro. El suelo no era lo que se puede decir… plano, por lo que cualquier imperfección iba a llevarme a pegarme una buena.

Espérate anda – subió los escalones que había bajado y sin previo aviso se agachó, me cogió con su brazo derecho por detrás de las rodillas y sujetándome por la espalda con el otro, me levantó del suelo cogiéndome en volandas hasta llevarme abajo

¡Wooow! – exclamé por sorpresa, ya que no esperaba que fuese a hacer eso. Involuntariamente me abracé a él para no caerme, aunque yo sabía de sobra que no lo iba a permitir. Cuando hice eso tuve la entera sensación de que no le había costado nada elevarme

Ya está, fíjate qué fácil - yo empecé a reírme

Muchas gracias chiquillo – respondí sin dejar de parecer avergonzada una vez me bajó de sus anchos brazos.

Ahora vamos para allá – señaló la orilla y las hamacas que había al fondo.

Espera un segundo - En ese momento, y por una mayor comodidad y éxito en la misión, me quité los tacones y los llevé sujetando en mis manos durante los treinta metros que había hasta que llegamos a la primera fila de tumbonas, que no distaba mucho de la tranquila orilla. Aunque era totalmente de noche, no había lugar que no fuese bañado por la luz de la luna, dando una imagen bastante mística de todo el paraje en el que nos encontrábamos. El llegó unos pasos tras de mí y se acercó al mar. La sensación que me inundaba me gustaba cada vez más, y el sitio al que me había llevado acentuaba ese sentir dentro de mí.

Esta buena y todo, acércate. – me propuso mientras sostenía sus zapatos en las manos y se doblaba los pantalones para evitar mojárselos. Yo dejé los tacones junto a la hamaca en la que me había establecido y me acerqué a la orilla

A ver… - dejé que una pequeña ola rompiese y se acercara a mis pies desnudos, invadiéndome una sensación de frío – ¡Ay!, pero si está helada – me empecé a reír y me volví a mi hamaca, la cual tenía el respaldo totalmente subido. Así que me eché encima apoyando mi espalda sobre el mencionado respaldo y estiré mis piernas por fin después de toda la noche sin apenas relajarlas. El se dio la vuelta y se acercó a mí, ocupando la hamaca que estaba justo a mi derecha, pero sin llegar a tumbarse, sino que se sentó mirando hacía la mía.

Pero que quejica, sí está buenísima, ¡vamos! Que si tuviera una toalla me bañaba – me dijo mirando al mar.

Si tuvieras una toalla también para mí, llegaría a pensármelo, ¡pero como no hay!... – le dije para picarlo mientras me reía.

Vaya… no digas eso ni en broma, que me llego al hotel a pedirlas con cualquier excusa – bromeó y yo de nuevo empecé a reírme. La Luna iluminaba nuestros rostros, y si mis ojos tenían el brillo de los suyos, es que debía ir bastante contentilla.

No hace falta, no hace falta, me conformo con que me des la bolsa que no sé dónde la he puesto. Y dicho eso echó el cuerpo atrás y la cogió del otro lado de su hamaca, entregándome también mi bolso que coloqué sobre la arena.

MARIO

La noche transcurría de manera increíble. Ni recordaba que a las siete debía estar en pié, ni pensaba sobre lo que estuviera haciendo mi ex-mujer. Estaba totalmente centrado en el sueño que me acompañaba y me hacía vibrar como hacía meses que no lo hacía nada ni nadie. Haberla tenido entre mis brazos sin que opusiera resistencia me había lanzado directamente al ruedo, quería más y me encontraba bastante animado y eufórico. Y ni que decir tiene que ella parecía colaborar en la bola que estábamos formando. Bola que para mí incrementó su tamaño en el momento que dejé su liviano y delicado cuerpo sobre la arena y me obsequió con el mejor regalo hasta ese momento: se quitó los tacones y camino descalza hasta la orilla delante de mí con un erotismo desmedido. Ni que su minifalda en aquel momento estuviera en el límite entre el fin de sus muslos y el inicio de sus glúteos pudo apartar mi vista de esos piececitos tan pequeños y lindos que se hundían a cada paso en la arena. No perdía detalle de sus movimientos gracias a la claridad que la Luna llena nos brindaba dejando caer su luminosidad sobre nosotros, destacando el instante en el que se instaló en una de las primeras hamacas que había a pie de playa. Mi imaginación ya volaba más rápidamente que mi cerebro y solamente era el querer hacer las cosas bien y no meter la pata lo que me impedía abalanzarme sobre ella. Para calmarme un poco me acerqué a la orilla, mojándome los pies y dejando que la brisa me diera en la cara, algo a la que la invité para hacerme compañía, pero sus ganas de estar sentada fueron más fuertes. Cuando me giré para sentarme a su lado no pude evitar el mirar su entrepierna, algo factible gracias a la posición que tenía con respecto a mí, pero debido a la poca claridad y lejanía no pude apreciar más que oscuridad. "Vaya pedazo de rubia", pensé al verla ahí. Al llegar me coloqué a su lado, pero al contrario que ella, que se había semi tumbado en la hamaca, yo escogí simplemente sentarme contemplándola a ella, algo no muy difícil de conseguir ya que entre hamaca y hamaca no debía haber más de setenta centímetros, distancia que era menor gracias a mi posición. Y ahí estaba, descalza, mostrando casi por completo sus piernas, y con una chaqueta que dejaba entrever un escote con los pechos más maravillosos podía imaginar. Bueno, tal podría imaginarlos de otras formas y tamaños, pero el hecho de tenerlos ahí, tan cerca y tan visibles, me lo impedía. Echó para atrás levemente su cabeza, con los ojos cerrados pero mirando al cielo, dándome la maravillosa vista de su precioso fino cuello. La observaba como una obra de arte, una obra de arte que debía tocar como fuese.

Si mi imaginación ya de por sí estaba bastante sensible, la situación se agravó cuando tras una coña, me afirmó que también se bañaría si tuviera una toalla. ¡Dios! Si lo hizo con malicia consiguió su objetivo sobradamente. Ganas no me faltaron de preguntarle si se hubiera bañado en ropa interior o totalmente desnuda, pero para lanzar esa clase de preguntas creo que debería el ambiente caldearse mucho más.

Tras pocos instantes echada me pidió que le diese la bolsa con las cosas que había comprado, algo que no tardé en concederle.

¿Quieres un poco? – me preguntó abriendo una pequeña chocolatina.

No, muchas gracias – le agradecí.

¿Y eso? – me pregunto al tiempo que le daba un erótico bocado a un trozo que ya había logrado sacar a través del papel protector.

Pues… lo único que me sienta bien para quitarme la borrachera es un buen vaso de leche calentita.

Pues a mí ni con eso – me confesó-, pero al menos lo disimula – algo que desde luego yo no quería que pasara ya que estaba encantadora así. No podía esconder las copas que llevaba encima, ni yo tampoco.

Bueno… - eché una ojeada de nuevo desde mi hamaca a sus piernas extendidas enfrente de mí – no es que se te quite con la leche, pero los efectos de la resaca sí que los mitiga – le saqué la lengua y empezó a sonreír.

¡Es sin duda! – exclamó - ¿te has fijado que nos hemos tomado la primera copa del día y la última juntos? – me preguntó sinceramente

Anda, no había caído – empecé a reírme – Si que es verdad. Y extraño, no lo negarás ¿no?

Hum… - soltó ese sonido de su garganta, como quitándole importancia al asunto, mientras seguía comiéndose poco a poco ese chocolate.

Pero he de confesarte que la última me ha agradado más que la primera – le dije. Y con toda la razón del mundo viendo las consecuencias que habían llevado la una y la otra

A mí también – me dijo sin esperármelo – Pero… ahora que caigo… ¿qué era eso del examen que me querías decir antes? – me sacó la lengua maliciosamente, pero sabía que algo de verdad había en su pregunta. Me costó un poco hacer memoria, pero caí pronto.

Ah, lo había olvidado totalmente Carla… simplemente que mañana por la mañana me llaman para confirmarme el cambio de fecha. Por fin pude encontrar hoy al sustituto

Ah… - respondió ella sin darle importancia. – pues a ver que dicen mañana… - soltó la pequeña tableta aún por la mitad en la bolsa que estaba a su otro lado. Con ese movimiento tuvo que girarse levemente, lo que casi me da la increíble oportunidad de verle algo más que su muslo derecho, algo que no pasó por muy poco.

No deberías preocuparte, si vas a aprobar de todas formas Carla – le dije para animarla, mientras volvía a su posición anterior, pero esta vez doblando levemente las rodillas apoyando la planta de sus pies sobre el final de su hamaca. También se bajó levemente la minifalda.

No estoy tan segura – me comentaba acariciándose sin malicia las rodillas

Yo estoy tan seguro que… que si suspendes te invito a cenar – fue lo primero que se me pasó por la cabeza – y si no… ¡también! – ella se empezó a reír

La cuestión es invitarme a cenar ¿no? – me preguntó sin dejar de reírse

Claro, que hace mucho tiempo que no cocino para nadie

Bueno, ya se verá si nos ponen o no el examen el día que pedimos.

Qué chantajista – me hizo reír – Bueno, en tal caso haré todo lo posible. Eso sí, que no se entere nadie que no hay comida para todas

Tranquilo, si llegara ese día no se enteraría nadie – dijo pícaramente. Tanto, que me dejó sin palabras

Mejor, mejor… por cierto, he de ausentarme un instante… - ella lo pilló al instante

Sí, yo también, pero me daba corte decírtelo – sonrió de nuevo - . ¿Dónde es el mejor sitio?... que yo esto no me lo conozco.

Pues ve allí, detrás de aquellas rocas

Y así fue. Ella se marchó a hacer las delicias de la arena y las rocas, y yo me marché a descargar al lado contrario. Cuando regresé, ella aún no había vuelto.

CARLA

Me estaba divirtiendo. Aunque resultaba en algunos momentos demasiado cortado, me estaba siguiendo el juego como buenamente podía sin pasarse. ¡Me encantaba! Además de haberle ofrecido la sensualidad de haberme empezado a comer el chocolate poco a poco, le había metido una indirecta con respecto a lo de la cena que me proponía. Al igual que él, que soltó lo de "hacer de cenar" insinuando que me llevaría a su casa. Algo que en aquel momento no me importó, estaba en la gloria, con mi cabeza centrada únicamente en ese momento y con el cosquilleo típico de quién gusta del morbillo de ciertas situaciones. Hacía rato que me había planteado el pasármelo bien y por ahora lo estaba consiguiendo sobradamente. A eso debía añadir su proximidad. Mientras yo permanecía sentada con las piernas estiradas hacia delante, el permanecía a mi lado, sentado, con sus pies descalzos en la arena, observándome y sin dejar de mirarme. Bueno, más concretamente a mis piernas, de las que no perdía detalle aunque se creyera que no me estaba dando cuenta.

Tras secarme un poquito con un clínex volví a las hamacas, dónde esta vez el permanecía tumbado, pero en lugar de hacerlo por la playa, lo hice por la orilla. Fue en ese leve trayecto en el que debí clavarme algo en alguna zona de la planta de mi pie derecho y empezó a molestarme. Al llegar cojeando para impedir que lo que fuese se me hincara más, el me vio y se interesó por lo que me había pasado.

Nada, me habré clavado algo junto a los matorrales. – le dije sentándome sobre mi tumbona que aún permanecía con el respaldo elevado. Me acerqué el pie derecho a mi entrepierna para intentar ver o tocar algo doblándolo por la rodilla.

Pero como se te ocurre ir descalza mujer – me soltó mientras estaba ahí tumbado a mi lado contemplando el cielo.

Porque no me he traído las zapatillas de la playa – dije irónicamente sin mirarlo. En ese instante se incorporó y se volvió a sentar a mi lado sobre su hamaca.

A ver… - Me indicó que me pusiera mirando hacia dónde el estaba sentado, a lo que obedecí sin rechistar. Junté mis piernas, las estiré y puse mis pies sobre sus rodillas, hecho lo cual cogió su móvil e iluminó la planta de mi pie derecho. – tienes mucha arena preciosa.

Pues… me la tengo que quitar, sino no vas a ver nada – le dije para que no tuviera que sacudirme ni manchar nada más.

Venga, ponte de pié y yo te ayudo a caminar – nos acercamos a la orilla lentamente y una vez me enjuagué los pies, me elevó como hizo un rato antes para bajarme por las escaleras y me llevó a la hamaca para que no me volviera a manchar. Volvió a sentarse y nuevamente, con las piernas juntas, le puse los pies en su rodilla, lo que provocó que le mojara un poco el pantalón.

Así está mejor – dijo muy dispuesto- , a ver… - de nuevo iluminando con su móvil me inspecciono minuciosamente- vaya, estate quieta – me araño suavemente en la planta del pie, un par de centímetros debajo del dedo gordo, y tiró de algo que se me había clavado – ya está, mira, tenías esto. – dijo enseñándome un pequeña astilla que sinceramente no vi debido a la oscuridad.

¡Vaya! Muchas gracias, qué profe más apañao – sonreí

Para eso estamos – dijo aún con mis pies sobre él -, por cierto, permíteme que te diga que tienes unos pies preciosos.

Gracias… - dije bastante cortada, sintiendo un gran cosquilleo por mi espalda. Decir que para mí todos los pies son iguales de feos, pero como se que a muchísima gente les apasiona, no hice mención alguna al respecto. Con su mano derecha sujetó mi mismo pie, y con la izquierda, después de soltar el móvil en su hamaca, mi otro pie, ambos por la zona del tendón de Aquiles

Son pequeñitos ¿Qué talla tienes? – decía mirándome pero sin soltarme los pies ni con intención de dejarlos sobre mi hamaca

Treinta y cinco, treinta y seis, depende… – contesté correspondiéndole la mirada para luego bajarla a ver qué hacía con sus manos.

Muy pequeños y lindos… - dijo al tiempo que comenzaba a apretar con sus dedos gordos en la zona de mis talones, que por cierto, tenía reventados de los tacones de aguja.

Pero no me hagas eso… malo. – le regañe sonriendo sin intención de hacerle cesar en su manoseo.

¿El qué? – dijo con malicia, haciendo círculos sobre la misma zona, masajeando con bastante maestría y acariciándolos suavemente.

Pues… eso. Me encantan los masajes en los pies – lo que quería decirle es que me ponía en exceso eso.

Es que no he podido resistirme, ¿te importa si continuo por toda la planta? - ¿Qué le iba a decir? Mientras no me hiciera cosas en los deditos… podía más o menos estar calmada.- Soy un experto en reflexología, de verdad… – afirmaba sin demasiada veracidad.

Bueno – dije casi suspirando, quién se iba a negar a un masaje en un sitio como ese… con esa compañía…-

MARIO

Por fin podía tocarla. Ahí estaba yo, un cuarentón pasado en una playa a las tres y algo de la mañana, con una joven rubita veinteañera que iba resultar la Miss de la Universidad, disfrutando del tacto de sus pies. Además de estar en la gloria y sentirme como nunca, recibiendo descargas por toda mi espalda y estómago, comenzaba a excitarme de verdad. Mi pene, que hasta ese momento solo había recibido avisos de que algo importante podría pasar, empezó a cambiar levemente de tamaño; empezaba a ponerse contento. Y eso en cierto modo era un problema, ya que si de otras cosas podía quejarme durante todo el día, en lo que a mi soldadito se refiere, era todo lo contrario. Difícil me iba a resultar disimular los casi diecinueve centímetros de mi mejor amigo dentro de unos calzoncillos tipo slip y unos pantalones finos de vestir… pero por otra parte, ¿por qué iba a tener que disimular llegado el caso algo que tal vez le pudiera gustar?

Me posicioné mejor. Seguía sentado en la hamaca, con mis pies en la arena, sosteniendo sus pies sobre mis rodillas, mientras ella estaba sentada en su tumbona, evidentemente, con sus piernas estiradas hacia mi posición. Yo me giré levemente para tener su cara enfrente de la mía, salvando la distancia que nos separaba, evidentemente. Estaba más preciosa aún que antes. Cerraba de vez en cuando sus ojitos y miraba hacia arriba, mientras yo continuaba poco a poco acariciando y haciendo presión en la base de sus pies de la mejor forma posible. Pasaba mis dedos desde el inicio de sus deditos hasta su talón y volvía a subir. Le estiraba de un lado a otro y le hacía círculos que parecían encantarle.

Me encanta – me dijo con los ojitos entreabiertos. Yo estuve a punto de responderle lo mismo, pero no quería que pensara algo que no fuese. Aunque total, debía estar pensándolo igualmente. Continuaba con mis trabajos manuales, pasando de sus pies a su talón de Aquiles, con mucha suavidad, para volver de nuevo a sus fríos pies que cada vez calentaba más con mis movimientos.

¿Te molesta si me quito la chaqueta, Carla? Estaré más cómodo. – en parte era cierto, pero también quería estar más liviano.

No, qué va – me contestó de manera muy dulce. La dejé en mi hamaca y me giré hacia ella de nuevo.

¿Por qué no te quitas la tuya? – Le pregunté aprovechando la situación mirándole el escote. Ella dudó un instante.

Bueno… – ella sonrió y echó su cuerpo levemente hacia delante, lo justo para tener el espacio necesario para echar sus mangas hacia atrás y sacarse la chaqueta una vez se la hubo desabrochado. En ese momento una espectacular panorámica de sus pechos sacados hacia delante me impacto de lleno en la mirada.

Perfecto, dame. – me ofrecí a cogerla.

Toma – me dio su chaqueta, que coloqué en el cabecero de mi hamaca junto a la mía, para volver de nuevo a agarrarle los pies y continuar con el masaje. Aunque esta vez me lo ponía más difícil: su camiseta o top le dejaba libre toda su barriguita, dejando una distancia de unos quince o veinte centímetros entre su minifalda y éste. Sin contar con la bella estampa de sus hombros desnudos y ese tremendo escote, dejando ver dos impresionantes mamas, sobradamente grandes en relación a su cuerpo, y que apenas si dejaban canalillo entre ellas. Mi excitación aumentaba por momentos.

Lo haces muy bien Mario… - dijo dejándose llevar por mis caricias.

Gracias… es fácil con alguien como tú – ella sonrió. – tienes unos pies que se manejan muy bien.

Me alegro que así sea – respondió cerrando los ojos y moviendo su cabeza hacia arriba.

¿Tu novio te da este tipo de masajes? – pregunté maliciosamente

No – dijo de manera algo seca

¿Y… qué pensaría si se entera que una persona como yo te lo está dando? – le pregunté buscando el morbo de lo que me dijera sin cesar en mi trabajo.

Nada malo, a menos que le cuente el contexto.

¿Y cuál es el contexto? – ella sonrió maliciosamente sin abrir los ojos. En esos momentos que sabía que estaba en la gloria me sentí tentado a agachar la mirada y tratar de ver por debajo de su minifalda, pero no estaba lo suficientemente subida ni tenía ángulo para aprovechar la ocasión viendo algo.

Bueno, ya sabes… las circunstancias, el lugar… tú

Ajá – contesté sin saber muy bien que decir a su respuesta – Carla… - la nombré dubitativo

Dime… - dijo ensimismada y rendida a mi masaje de pies

¿Puedo hacer una pregunta relacionada con tu pareja y tú?

Hum… ya sabes que sí, dime… - ese "ya sabes que sí" me encantó escucharlo.

¿Te consideras una chica… fiel? – se tiró callada unos instantes

¿Por qué lo preguntas?...

Bueno, no te lo tomes a mal ¿eh? – para mantenerla en su misma posición seguía masajeándole el exterior de sus pies.

No lo hago… pero me dio curiosidad tu pregunta

Bueno, dicho de forma un poco directa… eres una chica bastante atractiva… debes tener mucho éxito con los chicos… no sé como trataras las tentaciones que te surjan… - pregunté de manera cauta

Con tranquilidad… – respondió mientras movía lentamente su cuello de izquierda a derecha y viceversa, con su cabeza levemente inclinada hacia arriba y los ojos cerrados. Yo pasé a moverle con mucha suavidad sus deditos, cuyas uñas llevaba arregladas igual que las de las manos.

¿Nunca has caído en la tentación?... ¿lleváis mucho saliendo? – insistí contemplando de arriba abajo.

Llevamos unos seis meses… y… con respecto a la otra pregunta… eres un cotilla. – contestó sacando la lengua

Lo siento Carla, perdona si he preguntado más de la cuenta. No quería ser entrometido – dije muy prudente. Ella quedó callada un instante, en los que no dejé de magrear sus piececitos, evitando la tentación de seguir por sus gemelos hacia arriba en la posición en la que la tenía.

No, no lo has sido, no te preocupes – dijo a los treinta segundos, en los que ya me hubiera gustado estar en su mente.

Me alegro… - respiré aliviado y de nuevo se produjo el silencio solamente interrumpido por las pequeñas olas que rompían a escasos metros.

Algo ha habido – soltó sin que yo me lo esperara, me quedé un poco… en blanco.

Ehm… vaya. No me lo esperaba.

¿Por qué? – bajó su cara y echó su antebrazo por su frente, como si se cubriera del Sol, pero en la oscuridad. Me miró fijamente.

¿Puedo sentarme aquí? – le señalé su misma hamaca, en sus piernas, pero no sobre ellas, sino más bien por debajo de las mismas. Un gesto afirmativo me daba permiso para ello, colocándome más cerca de lo que jamás había estado de semejante monumento. Invertí mi posición, quedando imaginariamente al frente de dónde estaba antes. Carla seguía apoyada en su firme respaldo, y yo… sentado, a sus pies, con sus piernas, hasta la mitad de sus gemelos, sobre mis muslos. Desde esta posición era inevitable que intentará conseguir una imagen del interior de su minifalda, pero la misma, y que tuviera las piernas totalmente juntas sobre mí lo hacían imposible.

¿Más cómodo?

Mucho. - contesté

Me alegro… ahora dime… ¿Por qué dices que no te lo esperabas? – me preguntó muy sensualmente, mientras comencé con mis dos manos, a jugar con sus dedos de los pies, separándolos, uniéndolos y haciendo circunferencias sobre ellos mismos.

Pues… tal vez por el hecho de haberos visto esta mañana así tan… acaramelados.

Bueno, que alguna vez haya tenido un escarceo no quiere decir otras cosas

Ya, ya, no insinúo que no le quieras ni cosas así… solamente que… bueno, yo estuve casado y tuve tentaciones que siempre pude superar.

El problema se produce cuando llegan situaciones, tentaciones y momentos en los que solamente deseas dejarte llevar… - afirmó muy segura

Y… ¿te has dejado llevar muchas veces últimamente?

Solamente una – En ese momento echó sus brazos y manos atrás y bajó se respaldo. Se quedo, esta vez sí, casi tumbada, aproximadamente unos treinta grados mirando hacía mí. Mi sangre se alteró.

Vaya… - me quedé asombrado de su sinceridad, aunque realmente viendo como estaba, no esperaba menos – Carla, ¿te puedo preguntar algo a ese respecto?

A ver… dime… - dijo echando sus antebrazos detrás de su cabeza, lo que provocó que sus pechos se le subieran hacia arriba… poniendo a mi soldadito en un aprieto, ya que aunque no empezaba a destacar, si que había incrementado su tamaño.

Mira mi dedito – ella abrió los ojos, agachó levemente su cabeza y llevo la vista a mi dedo índice, que coloqué entre su dedo gordo del pie y el contiguo… suavemente lo coloqué debajo de ellos y comencé lentamente a introducirlo entre ellos. Muy delicadamente simulaba el movimiento de la penetración entre sus deditos, mientras ella no perdía detalle de lo que le hacía. - ¿Lo ves bien?

Ajá… - contestó muy sensualmente. No pude evitar de nuevo desconcentrarme mirándole su tripita y sus prominentes pechos.

Esa vez que te dejaste llevar… ¿hubo…algo así? – Le pregunté maliciosamente cesando mis movimientos y volviendo a poner mis manos sobre sus rodillas. Ella se quedó un poco descolocada, pero lo había pillado perfectamente. Sonrió ligeramente.

Pues tal vez, puede.

¿Puede? Hum, bien, entiendo. Vamos, que cuando te dejas llevar, te dejas llevar hasta dónde te pida el cuerpo ¿no? – Con mi mano izquierda empecé a abandonar la rodilla y comencé a deslizarla suavemente por su muslo derecho.

Llegado el caso… nadie es de piedra –afirmó sin titubear.

Esa afirmación me había dado la puntilla. Me acababa de confirmar que había follado con quién yo ya sabía. Y no dudó al decírmelo. Eso me dio otro vuelco al corazón, por lo que quise ir más allá en mi cata del terreno. Comencé con mi mano a acariciarle un muslo, pero la postura era de lo más incómoda para intentar algo más. Ni el hecho de que tuviera las piernas ligeramente apoyadas sobre las mías me ofrecía el ángulo que necesitaba para ver algo que hacía rato que deseaba. Aunque en realidad mi anhelo más profundo era tumbarme a su lado, pero ni la hamaca era tan ancha ni ella estaba a priori por la labor. Pero era obvio que se estaba dejando hacer, o es la sensación que me dio, sino ya hace rato que me hubiera apartado mis cada vez más temblorosas manos de su cuerpecito. En ese momento en que andaba sumido en mis pensamientos comenzó a sonar su teléfono. Casi por inercia incorporó su cuerpo y pasó sus piernas por encima de mí, colocándose a mi espalda. Se tumbó mirando hacia la izquierda y torpemente sacó de su bolso que estaba tirado en la arena el móvil. "¿Sí?" – preguntó saliendo de la sumisión en la que parecía andar sometida ante mis caricias.

Yo me giré mirando hacia ella, dejando mis pies en la arena. Tenía suficiente espacio ahora como para acoplarme a su espalda en la misma posición que ella había adoptado mientras contestaba al teléfono, pero no lo creí conveniente en ese momento. Por el contrario, su nueva postura, dándome la espalda lateralmente, me ofreció una imagen magnífica: al estar con sus piernas ligeramente acurrucadas de lado, su culito quedo al aire sin que se diese cuenta. O al menos parte de él. Suficiente para ver que ni braguitas ni nada al estilo. Llevaba un minúsculo tanguita de hilo que no le cubría ninguna parte de sus glúteos. También vi como la parte que sí debía cubrirle el coñito era diminuta, dejando sin cubrir carne de su entrepierna. Pero debido a la oscuridad del lugar no aprecié detalle concreto alguno. Eso fue lo que hizo que me empalmara ya de forma clara. Mi pene comenzó a pedirme oxígeno, y aprovechando que estaba de espaldas y hablando, lo agarré por encima del pantalón liberándolo por un lateral de la presión del calzoncillo. La tenía ya fuera y pegada a mi muslo izquierdo. Esperaba con ansías que dejara de hablar cuando sin previo aviso se dio la vuelta móvil en mano, dejando su pierna izquierda dónde la tenía, es decir, en mi trasero mientras yo permanecía sentado, y me pasó la derecha por encima, colocándola sobre mis muslos… Vaya, estaba ligeramente abierta de patas… y yo estaba en medio.

CARLA

Si no me había puesto ya cachonda por el morbo del momento muy poquito me faltaba. Entre el masaje tan magnífico y sensual que me estaba dando en los pies, y las preguntas que me estaba haciendo, mi imaginación empezó a volar. Sin mencionar la manera tan sutil que usó para preguntarme si me había acostado con la persona que engañé a mi novio. La situación me estaba encantando, porque mientras yo me dejaba hacer poco a poco sin tener ni idea de lo que realmente quería, podía notarle a él cada vez más excitado y cercano. Y tener a un madurito así, me flipa. No eran pocas las ocasiones en las que de reojo lo había pillado mirándome la entrepierna, así que decidí ser mala y ofrecerle alguna pequeña visión de lo que tanto ansiaba. La primera de esas ocasiones fue cuando me llamaron al móvil. No lo esperaba, y al escucharlo sí que se me salió el corazón y di un bote.

¿Dónde estás guarrona ? – me preguntó Patri mientras yo permanecía de espaldas a Mario, consciente perfectamente de que me podía ver el culito sin esfuerzo. De hecho hasta pensaba que iba a ser más… lanzado.

Pues… dando un paseo, por dónde está el Hotel Playazul. – mentí, sí.

Sí claro, y yo me lo creo. ¿se la has chupado ya? – yo empecé a reírme.-

No digas tonterías, estúpida. – le contesté cariñosamente.

Sí… tonterías… bueno, ¿Cuándo vas a venir?

En un ratito voy para allá, ¿estás con Natalia?

No, qué va, estoy con José – el telefonista -, que ya me ha contado que has sido mala con él – ya hubiera querido ese saber cómo soy cuando soy mala

¿Y Natalia? – pregunté curiosa

Natalia en la playa… por ahí perdida… con su novio , ya sabes. – dijo irónicamente al respecto del muchacho que conocimos

Qué bien se lo monta. Pues yo en un rato estoy por allí, que hemos empezado a andar y andar y fíjate dónde hemos acabado… - en ese momento me giré para ponerme cómoda. Pasé mi pierna derecha por lo alto de Mario dejando la izquierda detrás de él y volviendo a ponerme boca arriba casi tumbada. Fue la segunda ocasión en la que le permití que viese algo más de lo debido.

¿Pero ha pasado algo? – me preguntó. En ese momento, Mario, que estaba sentado de lado enfrente de mí mirando hacia la tumbona de la derecha, con sus brazos apoyados en el filo de la hamaca por detrás de él, comenzó con los nudillos de su mano derecha a pasármelos de forma muy suave y lenta sobre el interior de mi muslo derecho. De arriba abajo, con mucha tranquilidad, sin perder detalle de lo que acariciaba. Y tal vez de lo que veía si el ángulo se lo permitía.

No, qué va tía, si nos hemos venido a pasear… como os fuisteis a la gasolinera sin mí… – le contaba mientras estaba ya más pendiente de las caricias que de la conversación. Su mano se pasó al otro muslo, pero no contento con eso… se acercó más. Debido a ello tuve que echar mi pierna derecha más hacia ese lado, permitiendo que mi minifalda se subiera lo suficiente como para que viese mi tanguita. Pero tal vez el hecho de tenerlo tan cerca, y que el mismo hiciera sombra a la luz de la luna lo impedía. Yo trate de pegar mi pierna a su cuerpo para impedirlo, pero fue en vano.

Pero a ver, es que como sabíamos que estabas tan ocupada… y además fuimos en su coche que tenían aquí al lado, tampoco sabíamos si te ibas a venir con las pocas ganas que tenías… - empezaba a decirme, pero yo ya había perdido la noción. La única forma que tenía de impedir su avance era o pasando de nuevo mi pierna izquierda por encima de él, o… traerlo más cerca y que no viese nada. Pero en ese momento posó su mano derecha a mi cintura, pasándola de forma muy sensual de izquierda a derecha, esquivando mi ombliguito, llegando a zona sensible por el lateral, justo encima de mis caderas.

No pasa nada… ¿y tú que vas a hacer ahora? – pregunté antes de taparme la boca para evitar que me escuchara reír. Al pasar de forma tan suave sus manos me había hecho cosquillas, provocando que se separara de mí debido a mi reacción, mirándome de forma maliciosa, mientras yo, por inercia, y para cubrirme, había levantado mis muslos hacia arriba. Ambos. Eso provocó que me quedara literalmente hablando… abierta… teniéndolo a él a escasa distancia… mientras no perdía detalle.

MARIO

La gozada de poder acariciar su piel me estaba sacando de mis casillas. Pero no cualquier piel, saboreaba con mis manos el interior de sus muslos, ante la oscura visión de su prenda más íntima. Ella se dejaba hacer totalmente mientras hablaba por teléfono, así que gracias a estar prácticamente sobre ella decidí subir y avanzar en mi ataque. Comencé a acariciarle la barriguita, con la única intención de que me sirviera de escalón para mi siguiente paso: su cuello. Pero algo que desconocía por completo cambió mi estado físico y mental. Al hacerle cosquillas involuntariamente en los lados de su cintura, ella encogió sus piernas, pegando sus gemelos a sus muslos, que miraban hacia el cielo. Ese movimiento me obsequió con la visión nítida de su entrepierna, que quedaba ligeramente abierta y con la falda sobre su vientre. Y cuando afirmo que era su entrepierna, me refiero a toda su entrepierna. Su coñito aparecía visible dentro de un triangulito muy pequeño y que apenas le cubría nada, junto a un hilito que se perdía hacía su culo sin abarcar su entrada trasera, que casi que también era visible. Estaba totalmente depilada, jamás había visto en directo nada así. Pude apreciar perfectamente como ese tanguita transparente hacia presión sobre sus labios superiores, que dejaban ver a los inferiores formando una rajita que me sacó el animal que llevaba dentro. Ella volvió a cerrar sus muslos, pero no podía hacer nada para que se le siguiese viendo el bultito que formaba su coño debajo de ese tangazo. Lo primero que se me vino a la mente era acercar mi mano, apartar ese tanga que apretaba por la postura a su lindo coñito, e introducirle repetidamente un dedo para comprobar si estaba mojada

Sin darle opción de que pudiera resistirse, la agarré por los tobillos y le estiré las piernas sobre la hamaca. Me subí sobre ésta, e hinqué mis rodillas a la altura de las suyas, que quedaban a ambos lados de las mías, que permanecían casi juntas. Ella, que estaba hablando, me miró fijamente, expectante. Coloqué mis manos en sus tobillos y fui acariciándola poco a poco a través de sus piernas hasta llegar a colarlas por debajo de su minifalda. Ella me frenó con su mano izquierda mientras me miraba sin soltar el teléfono. Así que decidí acercarme. Me eché hacia delante, gateando sobre ella pero sin llegar a tocarla, posando mis manos sobre su cintura, para luego hacerlo junto a sus hombros, quedando a unos treinta centímetros de ella. Me miró fijamente.

CARLA

Pues nada tía, que ahora cuando esté llegando te llamo. Un besito – y tras eso me despedí de ella, sin llegar a soltar el móvil de mi mano.

Me notaba húmeda, la excitación iba pronto a provocarme que me empezara a costar respirar, pero me encantaba como estaban pasando la noche. No cabía duda de que Mario ya se había dado cuenta de que mi tanguita no ocultaba mi tesorito, y eso le había excitado sobremanera. Y a mí también. Me había abierto levemente de piernas y se había colocado de rodillas encima de mí, algo que aprovecho para colocarse a la altura de mi cara. Me encontraba debajo de él.

Hola rubia… ¿quién era? – me preguntó de forma muy sensual. Yo lo miraba desde abajo poniendo mi carita más inocente.

Era… Patri, la muchacha que te presenté antes

Patri ¿eh?

Sí… - le respondí sin saber que decir a la expectativa de lo que fuese a pasar – ella me regaló esto… - le dije agarrándome el corazón que colgaba de mi cuello y mostrándoselo intentando suavizar el momento.

A ver… - el agachó su cuerpo y aproximó su cara al corazoncito que yo sostenía en mi mano.

Míralo – cogí el móvil y lo iluminé, iluminando también todo mi escote.

Veamos – dejando su brazo izquierdo de apoyo para no caer encima de mía, acercó el derecho y agarró el corazón. – Es precioso – me dijo antes de dejarlo sobre mi cuello. Pero él no se fue. Al contrario, estando tan cerca llevo su mano a mis dos tirantes izquierdos y comenzó a acariciarlos de arriba abajo. Yo no perdía detalle de lo que me hacía y lo seguía iluminando. – Pero esto también es precioso

Aja… - con mucha suavidad introdujo sus dedos bajo ellos y comenzó a deslizarlos por mis hombros, hasta mis llegar a bajarlos por mi brazo, dejándolos a la altura de mi codo. Me agarró el móvil y lo dejo a mi lado, repitiendo, esta vez en la oscuridad, la misma operación con los dos finos tirantes de mi lado izquierdo.

Incorpórate – me ordenó. Yo me eché hacía delante, mientras él se encargaba de poner el respaldo para que yo quedara recta, con mis piernas estiradas y él en medio de rodillas. No me quedó otra que abrirme levemente. Sin decirme nada se abrió de piernas delante de mí, colocando cada uno de sus pies a cada uno de los lados de la hamaca; me agarró prácticamente del culito y me pegó contra él. O más bien, el se pegó contra mí, ya que mi espalda permanecía pegada al respaldo que él mismo acababa de levantar. No tuve más remedio que abrirme totalmente y pasar mis piernas a cada lado de su cintura. Mi calor era ya total.

¿Así mejor? - le dije de forma muy inocente mientras acercaba lentamente su boca a la mía

Ven – suavemente se fue acercando a mí, colocando su gran mano izquierda sobre mi cara de forma muy dulce sin dejar de agarrarme el culo con la derecha sosteniéndome sobre él. Comenzó a besarme lentamente por la parte izquierda de mi cuello, para después ir subiendo por mi mandíbula hasta que llegó a mi boca. Me dio un beso de forma muy cariñosa, al que correspondí elevando levemente mi cabeza, para acto seguido, abrir muy suavemente mi boca invitando a su lengua. Esta no tardó en entrar. Sin llegar a unir nuestros labios nuestras lenguas comenzaron a pelearse de manera muy erótica. No pude evitar soltar algún que otro leve gemido.

Hum… - él se acercó sin dudarlo y en ese momento nos fundimos. Mientras nos besábamos, pasé mis brazos por encima de los tirantes de mi top y del sujetador, dejando que cayeran por mis costados con cuidado de que no se bajara nada más de lo debido. Con los brazos ya libres de presión, me abracé a su cuello pasándole los brazos por detrás y me aferré fuerte mientras uníamos nuestras bocas. En principio me pareció algo torpe con la lengua, pero poco a poco sus primeras pasadas por mis labios se suavizaron y me siguió el ritmo sin el menor problema. A medida que seguíamos besándonos la pasión aumentaba, lo que provocó que llevara sus dos manos a mi trasero y me levantara para separarme del respaldo y ponerme sobre él. Así que se tuvo que echar levemente hacia detrás. El sentado sobre lo ancho de la hamaca, sacando sus piernas por cada uno de los lados, y yo subida enteramente sobre su paquete, abrazada a su cuello, mientras comenzó a magrearme el trasero.

Madre mía, estás buenísima Carla – sus palabras, y la manera en la que comenzó a comerme el cuello y la boca denotan su alta excitación. Y bueno, lo que yo estaba sintiendo abajo también. – menudo tanga llevas… - decía mientras me comía el cuello y me magreaba el culo a placer con sus dos manos. Manos que me estaban volviendo totalmente loca.

¿Te gusta? Es una talla xs... – le pregunté con la respiración entrecortada dejándome hacer. No me atrevía ni a abrir los ojos.

Pequeño es, desde luego… pero me ha gustado mucho más lo que he visto debajo – seguía comiendo el cuello, acercándose a mis orejitas en sus pasadas al tiempo que me ensalivaba.

¿ Y qué has visto? – le pregunté pícaramente mientras él, sin dejarme opción, se metió debajo de mi cuello dándome ligeros mordiscos haciéndome mirar hacia el cielo.

Tu coñito, totalmente depilado… - yo instintivamente comencé un movimiento de cintura, simulando el coito. Desde mi posición abierta sobre él, y con la falda totalmente por la cintura como me la había puesto, comencé a balancearme de delante hacia detrás poco a poco, haciendo presión sobre su paquete, y llevándome más de un buen roce con su ropa. De nuevo en ese momento nuestras bocas comenzaron a jugar un rato, mientras a él lo tenía preso de mis movimientos. Podía notar algo totalmente duro y de considerable tamaño bajo su pantalón, pero no quise aventurar nada. Estaba en la gloria y a él lo estaba llevando al cielo de placer. Noté como empezaba a perder el control cuando me agarró del tanguita desde atrás y hacía el intento inútil de bajarlo. Eso sí, lo dejó casi fuera, pero evidentemente la posición no permitía sacarlo a pesar de haberme dejado el culo al aire.

Me vas a romper el tanga… - le dije con vocecita dulce

Lo que te voy a romper es otra cosita como te sigas moviendo así… - ese tipo de cosas me encanta que me las digan. En ese momento de gran éxtasis en el que perdí la noción de dónde estaba… me sobresaltó de nuevo el móvil llamando.

¡Joder! – me lamenté de no haberlo puesto en silencio.

Mierda… - exclamó. Yo me separé de él, cayendo de nuevo sobre el respaldo, el cual cedió y acabó en la misma posición que estaba antes, es decir, acabé tumbada unos treinta grados frente a él, pero esta vez… yo estaba abierta de piernas con las rodillas hacia arriba y el tanga bajado por detrás, mi faldita estaba por mi cintura y Mario con una excitación bastante visible y también abierto enfrente de mí. De hecho mis gemelos pasaban por encima de cada una de sus muslos.

Agarré el móvil que estaba a un lado en la propia hamaca y vi que me estaba llamando mi novio. Joder, casi las cuatro de la mañana. Me había olvidado totalmente. Se me bajó el calentón y trate de calmar mi voz y mi respiración.

¡Hola nene! – Dios, menudo momento. Hablaba con él, pero no podía apartar la vista del madurito que tenía delante de mí sentado sobre la hamaca y que no quitaba ojo de mi cuerpo. Posó sus manos sobre mis caderas, que estaban muy cerca de su paquete… y comenzó a acariciarme de arriba abajo, jugando con las tiras del tanga, el cual pensé que iba a quitarme.

Hola princesa, ¿Cómo estás? – Una sonrisa maliciosa se plantó en la cara de Mario

P… Pues… muy bien, estoy aquí apoyada en el coche de Patri, que estaba hablando con la hermana en la puerta del Café– Mario se aproximó a mí

MARIO

No se puede estar más buena. No paraba de pensarlo. Me había tomado las cosas con calma y estaba disfrutando del momento de lo lindo. Haberla besado fue algo realmente especial, y no solamente porque llevara más de un año sin hacerlo con ninguna, sino porque eso me abrió todas las puertas. Qué boca tan deliciosa, que forma de mover la lengua, joder, estaba ya que explotaba y necesitaba darle salida a mi soldado. En ese momento estaba, tras haber disfrutado de ese culazo a placer, cuando el teléfono comenzó a sonar. Ahora sí lo podía decir sin duda alguna, el cornudo de su novio la llamaba en el mismo momento en el que yo la estaba haciendo gozar. No pude evitar pensar por más que lo intenté lo zorra que podía ser esta tía, y eso me daba más morbo todavía. Aprovechando esta interrupción, decidí ir hasta el final. Teniéndola totalmente abierta ante mí, me eché sobre ella lentamente, clavando de nuevo mis rodillas en la hamaca y colocando los brazos a cada uno de los lados de su carita, cuyos ojos no perdía detalle. Cogí su mano derecha y la llevé al primer botón de mi camisa, indicándole perfectamente sin decir ni una sola palabra lo que debía hacer. Y lo hizo. Mientras que con su mano izquierda sostenía el móvil cerca de su oído, su mirada se fijaba en mis ojos, y su mano derecha iba quitándome uno a uno todos los botones de la camisa. Fue realmente morboso ver como hablaba casi sin prestar atención a lo que le decía mientras de manera muy dulce me abría la camisa. Cuando llegó abajo empezó a tirar para sacarla de mis pantalones, algo que consiguió sin demasiado esfuerzo. No contenta con eso, y mientras yo no perdía detalle de cómo la muy… le estaba contando que su amiga se había ido a liarse con uno a no sé dónde y que tenían que esperar que llegara para irse, comenzó a quitarme la correa del pantalón con una sonrisa en la boca. Por lo visto tenía bastante experiencia, porque con maestría la sacó por el enganche y le soltó la hebilla, tirando de ambos lados con una única mano para desabrocharla totalmente. Yo estaba absorto. ¿Cuántas había debido quitar para hacerlo de esa forma? No lo quise pensar, ni tampoco perder detalle de cómo, mordiéndose el labio inferior con una sonrisita maliciosa, muy maliciosa, comenzó a jugar con el botón de mi pantalón. Con mi camisa totalmente abierta sobre ella, mis brazos apoyados a cada uno de los lados de su cabeza y mi polla a punto de reventar, me incliné lentamente acercándome a su oído derecho y le dije en voz muy baja:"¿Vas a seguir?"

Sí , sí, si yo pienso lo mismo que tú Sergio, pero ella es así, no voy a entrar a juzgarla a estas alturas – le decía al novio mientras seguía intentando quitarme el botón. Algo que consiguió en muy poco tiempo. Me dedicó una mirada de asombro y una sonrisita. No lo pude evitar y bajé de nuevo, pero esta vez para chuparle el cuello, pero ella misma me echó de nuevo para arriba haciéndome una señal para que no hiciera ningún ruido. Fue entonces, al incorporarme a mi anterior postura, cuando eché la mirada hacia abajo, hacia mi entrepierna, que quedaba a la altura de la suya que mostraba ese espectacular tanga negro, y vi como su pequeña mano comenzaba a bajarme la cremallera del pantalón muy lentamente. Mil cosquilleos me invadían por la espalda.

Yo no podía más; entre eso, lo abierta que estaba, y la cara de guarra que me estaba poniendo mientras me metía mano, no me controlé, y de forma ipso facta bajé mi cara plantándole un mordisco sobre uno de sus pechos por encima del top. Ella apartó el móvil de su oído y colocó su mano derecha, que dejó el trabajito que estaba haciendo, sobre su boca para no hacer ruido. Inmediatamente tapó el micrófono del mismo y me miró de mala manera:

No hagas ruido – decía en voz muy baja –

No haré ruido, no te preocupes – Rápidamente volvió a colocárselo en el mismo sitio.

Nada rey, que no hay cobertura y me he venido más para acá – le dijo al novio.

Yo, que ya estaba más que caldeado, coloqué mi mano derecha en su escote, mientras con la izquierda me seguía apoyando en la hamaca para guardar la distancia y no caer sobre ella. El hecho de que hablara con el novio me añadía un plus de morbo desorbitado. Suavemente y mientras ella atendía con su mirada fui bordeando su top de un lado a otro, hasta que llegué sobre su pecho derecho. Lentamente fui tirando hacia abajo, sin que ella opusiera la menor resistencia, dejando cada vez más carne a la vista, hasta fue apareciendo su maravilloso pezón. Un pezón que me esperaba más grande, pero que no dejó de sorprenderme por la perfecta forma redonda de su aureola y la aparente firmeza del mismo, de color claro. De nuevo un montón de cosquillas me invadieron. Por fin estaba ahí, a la vista, uno de sus mayores tesoros que se revelaba ante mí. Ella llevo su mano derecha al top y lo volvió a subir regañándome con la mano. De acuerdo, pensé. Es cierto que corría un riesgo si sonaba algo fuera de lo normal, que se podía buscar un problema, pero igual de cierto era que mi polla estaba a punto de reventar, y ella tenía gran parte de culpa. O bueno, toda la culpa.

Con mucho cuidado y tratando de no hacer ruido ni cambiar de posición fui bajándome los pantalones hasta dejarlos por la rodilla. Igualmente hice con mis calzoncillos, dejándolos a su misma altura. Mi polla quedó totalmente erecta dirigida a su tanguita, en un estado en el que no recordaba haberla visto desde hacía mucho tiempo. Yo mismo, al mirar hacia abajo pude notar la diferencia de tamaño de mi soldado en relación con su coñito, y solo pensaba en el momento de unir ambos factores.

Me acerqué muy cuidadosamente al oído que tenía libre

Cógeme la polla – ella puso cara un poco extrañada, movió su cabeza hacia abajo y me regaló una preciosa cara de asombro entreabriendo sus labios.

Ya lo sé, pero lo que pasó entre Pablo y ella tampoco se le puede llamar relación formal Sergio… oye, ahí llega Patri, ahora mismo te llamo, a ver si sabe algo de Natalia. – le dijo para colgar. Me encantó esa mentira.

Dios mío Mario - lanzó su móvil a la arena, en un ataque de excitación, con su mano izquierda me agarró del cuello, y con la derecha, ante mi sorpresa, se bajó completamente su top y su sujetador dejándome su teta derecha a mi disposición – toma, come – suplicó casi desesperada llevándome la cabeza hacia abajo.

CARLA

No podía más. No quería problemas con Sergio, pero tampoco quería que lo mío con Mario se enfriase, así que le dejé jugar sin hacer ningún ruido. Le desabotoné la camisa entera y trate de llegar a su paquete abriéndole el pantalón, pero su tentación a hacerme cosas que me pudieran hacer gritar o gemir me impidieron concentrarme. Sí lo hice, y de golpe, en el momento que comprobé que se había bajado el pantalón y los calzoncillos. Qué pedazo de polla tenía. Esa imagen de su pene enfocando directamente mi chochete me impactó muchísimo. No tuve más remedio que colgarle a Sergio y ofrecerle a Mario eso con lo que tanto rato lleva soñando. Le dejé que me succionara mi teta derecha, que ya había liberado totalmente para él, y fue él mismo el que se tomó la libertad para dejar libre la otra. Con mis dos pechos ya fuera y tanto el top como el sujetador por mi cintura, no tuve otra cosa que hacer que ver como disfrutaba. Parecía no haber catado a una mujer en mucho tiempo. Gemía al tiempo que me apretaba los pechos con las manos para juntarlos, y pasar de pezón a pezón lo más rápidamente posible, mientras se mantenía con las rodillas en la hamaca y el culo levantado impidiendo el contacto de su pollón contra cualquier parte de mi cuerpo. Yo no podía más, comencé a alternar giros bruscos de mi cuello de un lado a otro mientras me mordía los labios y le agarraba la cabeza para que no me soltada y siguiera comiéndomelas. Hay cosas en el sexo que me dan mucho más placer, pero sin duda esta es la que me da más morbo. Soy consciente del efecto de atracción que provocan mis pechos para muchos hombres, efecto que se multiplicaba por mil si ese hombre era un maduro atractivo, y que pasaba a ser algo realmente placentero si ese maduro atractivo me los comía con esas ganas.

Qué tetas tienes, joder, vaya pezones – decía excitadísimo mientras me los ponía ya duritos del todo – te voy a comer entera

Ya veo… que te gustan – afirmé antes de gemir y arquear mi espalda mientras con mi cabeza ligeramente agachada observaba su manera de chuparme. El seguía y seguía, y siguió así al menos un minuto más hasta que sin dejar de sujetar cada una con una mano me miró y trajo su boca hacía la mía fundiéndonos en otro apasionado beso con lengua. Lengua que llevó casi a mi campanilla.

Pues por la cara que tú has puesto… creo tener algo que también te gustará – me dijo maliciosamente

Puede ser – le dije sonriendo y algo nerviosa sonriéndole

¿Puede ser? A ver qué opina tu coñito al respecto. – En ese momento se llevó su mano derecha a su aparato, y comenzó a frotarlo contra mi rajita sobre el tanga.

¡Ay Mario!, con cuidadito ¿eh? – le dije abrazándolo por el cuello al tiempo que me abría de más de piernas para él.

Tranquila, solo será un paseíto – Bien agarrada como la tenia cuando se la vi al agachar mi cabeza para ver como "me trabajaba", comenzó a pasarla por mi tanga. Era realmente un pedazo de polla. Y yo no soy de las que va adulando a los tíos por eso, es más, ni lo nombro a menos que alguna amiga íntima me pregunté qué tal, pero esta era excepcional. Menuda sorpresa viniendo de un tipo que no era especialmente alto ni nada. Tonterías mías al fin y al cabo porque no creo que eso tenga nada que ver. Pero es lo que pensé, no me la esperaba. El seguía pasando su glande por mi tanguita, de arriba abajo, sin que ni él ni yo perdiéramos detalle de la escena. Hacia presión buscándome el clítoris y me daba golpecitos, e incluso la colocó sobre la entrada de mi vagina e hizo presión sobre el tanga.

¡Ay!... – de vez en cuando soltaba gemiditos. Ahora me pasé a agarrar de sus brazos, que estaba a ambos lados de mi cabeza como dos columnas que me impedían escapar. Agachó su cabeza y sin previo aviso me dio un chupetón que casi me arranca mi pezón izquierdo, succionándolo y llevándoselo unos centímetros arriba.

-¡Bufff! – exclamó excitadísimo dejando un pequeño hilo de saliva entre mi pezón y su boca, que denotaba lo bien que lo estaba pasando.

¡Ah! – grité sin hacer mucho ruido, ya que me había hecho un poco de daño.

Yo no puedo más Carla, te tengo que comer. – me dijo al oído tras lo del pezón. Inmediatamente se incorporó dejándome tumbada y dejando que su polla con un aspecto bastante imponente se elevara unos grados más. Con 44 años, y ahí estaba, dándolo todo, pensé. Llevó su mano derecha al hilo de mi tanga que ya estaba caído por mi culito y obligándome a levantar mis piernas hacia arriba, agarrándome de los tobillos con su mano izquierda, tiró de él hasta sacármelo por los pies.

MARIO

Tras dejarme llevar por la excitación del momento y tras haberle pasado la polla por su tanga, decidí que era el momento de quitárselo. Estaba ansioso por comerle el coñito y llevaba ya un buen rato hambriento. Tras levantarle las piernas y sacarle el tanguita, le abrí las piernas y la coloqué sobre su hamaca. Aproveché para quitarme el pantalón y los calzoncillos, me arrodille sobre la arena, y agarrándola por las piernas la atraje al punto justo que me permitiera disfrutar bien de su máxima intimidad. La coloqué precisamente en el borde de la tumbona, le levanté las piernas, pegando sus muslos prácticamente a su cuerpo dejando mis manos ahí para que no se moviera y contemplé su coño bañado por la luz de la luna. No había ni un solo pelito, pulcramente depilado se presentaba ante mí ligeramente abierto y con ciertos brillitos ocasionados por la incidencia de la claridad en sus flujos vaginales. También podía apreciar desde esa posición su ano, que por supuesto también iba a entrar como parte de mi festín. Ella permanecía con los ojos cerrados y tumbada totalmente, ya que dónde la había puesto era dónde antes estaba yo sentado y no había respaldo. Después de comprobar que estaba relajada, todo parecía perfecto para empezar.

Separé con mis dedos índice y anular de mi mano derecha sus labios superiores con suavidad y comencé a besar toda la zona. Estaba dispuesto a aprovechar esta oportunidad que me había dado el destino y quería disfrutarlo todo. Un par de besos para el clítoris, otros tantos para la zona de sus muslos, varios besitos repartidos por sus labios inferiores y la entrada de su vagina y otro par que le dediqué a su culito. Acto seguido saqué mi lengua y comencé a pasearla de arriba abajo, dejándolo todo babeado y transformando el ligero sabor que tenía a orina en un sabor mucho más agradable, como era el que se produjo con la mezcla de mi saliva y sus flujos que ya no cesaban. Tras darle varias pasadas y escuchar como gemía y se agarraba a ambos lados de la tumbona, comencé a darle más fuerte en cierta zona. Saque mi lengua y comencé a hacer presión sobre su clítoris, haciéndole circulitos en esa zona y dándole algún que otro chupetón. Colocaba mi boca en la zona de su punto del placer y le succionaba toda esa parte. La tenía totalmente loquita. Tanto es así que vi como se llevaba las manos a sus pechos y comenzaba a acariciárselos. Tras los primeros compases de la comida, pasé a entrar de lleno en la puerta del placer. Hundí mi cara en su Monte de Venus, y dejé mi boca totalmente pegada a su coñito, momento en el que empecé a pasarle la lengua por su clítoris haciendo fuerza con mi mandíbula durante un par de minutos en los que no paró de moverse de un lado a otro. Tras unos cinco minutos de muy intensa comida, en la que por supuesto yo acabé peor que ella

Mario para, para por favor, que no puedo más – me decía totalmente calentorra agachando su cabeza y mirándome para luego volver a echarla sobre la hamaca.

Pero si esto no es nada reina, ¿ya te vas a ir? – le pregunté con picardía.

Mario, que estoy muy excitada, en serio – sus súplicas, unidas a la maravillosa postura en que la tenía no me daban más que ganas de seguir comiendo coñito.

A ver si es verdad… - con mucha malicia introduje un dedito en su vagina

Hummm – soltó mojándose los labios con su lengua

Pues sí… sí que estás excitada… - acto seguido eran dos dedos los que entraban y salían de su empapado chocho.

Ufff – ella suspiraba en voz alta mientras yo no paraba de hacerle un doble dedo. En ese momento, además, cogí con la otra mano y comencé a masajearle el clítoris de manera muy dulce.

¿Qué tal estás? – le pregunté de forma muy maliciosa sin dejar de hacérselo

¡Ay!... – no podía ni hablar – Mario

Esto está empapado, voy a seguir un ratito – afirmé sin otra intención.

Mario… - me suplicaba.

Shhhhh – la mandé callar siguiendo con mi actividad, mientras intentaba moverse de un lado a otro sin éxito debido a que la tenía bien cogida.

Mario… ven

Ahora voy cariño – saqué mis dedos de su interior y de nuevo le planté mi cara en el clítoris para darle el repaso. – Ella no paraba de gemir y suspirar. Menuda comida más sublime.

¡Uf! – exclamaba sin parar mientras yo seguía trabajándole el coño – pues como no vengas… te… lo… pierdes… - me amenazó

¿Ah sí?, ¿Y eso? – le pregunté para volver de nuevo a lamérselo a placer

Porque tengo… - decía con voz entrecortada

¿Por qué tienes…?

Porque quiero chupar – eso me hizo replantearme el estar allí abajo, pero quería hacerla sufrir más. Bueno, verla gozar, así que entre contestación y contestación su clítoris sufría con mi lengua.

¿Tienes ganitas de chupar, rubita? ¿Tan caliente estás?

Sí… - contestó con sus ojitos entreabiertos mirando la luna.

¿Y qué quiere chupar mi alumna preferida?

Mario, ven por favor… - me decía totalmente en serio a pesar de estar disfrutando como una enana.

No, no. Respóndeme. – quería escucharlo.

Quiero chuparte la… - se quedó callada conscientemente.

¿La…?

Polla – por fin lo dijo.

¿Tienes ganas de chuparme la polla?

Sí – contestó muerta de placer. No me lo iba a pensar más

Hummmmm – respondí llevándome la mano derecha a la misma comprobando que estaba totalmente firme y en su máximo esplendor. Me levanté, poniéndome de pié sobre la arena y delante de la parte baja de la hamaca, la agarré de los brazos sin dejar tiempo a que se recompusiera y tiré de ella para que acabará sentada delante de mí.

¿Cómo estás? – pareciera fuera de sí y se pasaba la mano por los ojos evitando que algo le entrara. De inmediato se fijó en lo que tenía delante y me miró a la cara.

¿A ti que te parece? – me dijo de una forma muy sensual a la vez que llevaba su manita derecha a la base de mi polla y la agarraba. –

Bastante calentita ¿no? – no me respondió. Acercó su cabecita y me plantó un beso en el glande sin dejar de mirarme a la cara. Se separó unos centímetros e hizo lo mismo. Y luego una tercera vez. Tras esta, comenzó a masturbarme suavemente. Desde prácticamente la base de mi polla, empezó a meneármela de una manera exquisita.

Menudo pedazo tienes – decía a escasos centímetros de la punta sin dejar de mirarla y moverla.

Dilo de otra forma, por favor – le pedí

¿Quieres que sea más guarra? – la visión de tenerla ahí sentada, con esos dos atributos femeninos mostrados en todo su esplendor moviéndose debido a lo que me hacía, y su chochito totalmente empapado, me iba a hacer marear.

Sí, por favor – insistí excitado.

Creo que tienes una polla… enorme – me decía sin titubear, sin pensárselo.

¿Y te gusta?

Eso te lo diré luego – dicho eso, la levantó, pegándola a mi cuerpo, y comenzó a besarme los testículos lentamente. Estuvo unos treinta segundos pasándome la lengua de uno a otro hasta que empezó a subir por el tronco con mucha delicadeza.-

Así… qué bien, qué suave… - algo me decía que tenía trabajándome los bajos una autentica experta en la materia

CARLA

No llegué a irme pero me falto muy poco. En el momento que empiezan a temblarme los muslos sin control es que el orgasmo se aproxima en mis adentros. Hacía tiempo que no me comían con esas ganas ni ese ímpetu, y eso me había dejado tonta. Tonta en el buen sentido. Tenía mi entrepierna totalmente empapada de su saliva, aún me palpitaba el chichi y ya me había incorporado para agradecerle su trabajito. Aunque más bien parece que fue el él que más disfruto con la comida.

Nada más ayudarme a que me sentará en el filo de la hamaca, estuvo a punto de meterse algo en el ojo, pero por suerte me lo quite. Tal vez un grano de arena. Cuando abrí los ojos me lo encontré a él, de pié, y empalmado como el que más. Su polla se levantaba formando un ángulo recto, hacía delante, pero sus dimensiones eran geniales. No quería entrar en comparaciones, por lo que cuando me pidió que le hablara fuerte para calentarlo más solo hice adular su tamaño. Aunque de sobra podía decir que hacía tiempo, mucho tiempo, que no veía una polla tan larga. Y yo soy de las que opinan que el tamaño no importa, y lo digo de verdad. Yo jamás me había liado con un tío porque la tuviera grande. Ni yo ni ninguna en su sano juicio, pensaba. Si me lío con alguien es por muchas cosas más: que me atrajese, que me sedujera, que me diese morbo, produjese excitación, que me camele, que quiera disfrutar de esa persona… independientemente del arma que tuviera. Eso sí, igual que afirmaba que no me importa el tamaño para el sexo y sí otros factores, afirmaba que era una de las cosas que más morbo me daba. El hecho de liarme con un tío y que me llevara la sorpresa de encontrarme con un pene con unas buenas dimensiones me daba simplemente… mucho morbo. Y aunque esa no era la más grande que había visto en mi vida, sí que era un grandísimo ejemplar, tanto por longitud – no sé de tamaños – como por el grosor y la forma del glande, muy cabezón. Aunque independientemente de sus proporciones, también la tenía que le iba a explotar.

No tardé en darle lo que estaba esperando. Tras un par de besitos de contacto y percibir un olor relativamente fuerte, debido tal vez por la gran cantidad de pelo que poblaba toda la zona de su entrepierna, la pegué contra su cuerpo y comencé a chuparle los huevos de manera muy dulce y sin apretar. Le pasaba la lengua como una gatita que bebe leche, metiéndola y sacándola de mi boca, y dándole con mucho cariño. No tardé en dejarle la zona totalmente mojada y los pelitos con saliva pegados a su escroto. Tentada por el tronco, comencé suavemente a subir besándolo y dándole lenguetazos, haciéndoselo de manera muy dulce, sin dejar de mirarle a la cara. Una vez llegué al glande con mis besos, se la agarré por la base, la puse mirando hacia mí y me introduje el glande en la boca. Lo retuve dentro unos instantes mientras le pasaba la lengua en círculos, algo que me ayudaba a salivar más. Abrí un poco más la boca y cerrando los ojos me introduje unos centímetros más. Lentamente, y de la manera más sensual que pude, fui adaptando su grosor a mi boca, dejándola salir de esta lentamente hasta llegar de nuevo a sentir el glande sobre mi lengua. Tras mis labios dejé ensalivada la parte del tronco para volver a pasar de forma inmediata. Y así hice. Sin dejar escapar el glande, volví de nuevo a mover mi cuello hacia delante y me tragué otra vez lo mismo que antes, dejándolo ya todo bien mojado. Aún así me quedaba algo menos de la mitad para comérmela entera, y mi idea no era la de forzar demasiado la garganta. Pausadamente fui dejándola escapar de mi boca, sin soltarla con mi mano derecha aún. Una vez la hube sacado, se la elevé un poco desde dónde se la tenía agarrada y le di un lametón por abajo, aproximadamente desde la mitad de su polla hasta el glande, pasando por el frenillo. Ahora que tenía el glande y aproximadamente la mitad de su pene empapado por lo que le había soltado, cambié de mano. Le agarré la base con mi mano izquierda, y use la derecha para masturbarle lentamente desde el capullo hasta el tronco, untándole con la palma de mi mano adaptada a su polla toda la saliva que le había dejado.

Dios Santo… - exclamó él sin perder detalle.

Ahora, una vez se la hube mojado, me la introduje de nuevo en la boca, sintiendo su glande tocando mi paladar y mi lengua, y comencé a mover mi cuello de delante hacia atrás succionándole prácticamente los mismos centímetros que antes. La diferencia es que ahora aumenté el ritmo de la mamada y la acompañe al movimiento de mi mano derecha. Cuando tragaba, mi mano derecha le movía el tronquito hacía su cuerpo, cuando succionaba, mi mano, que apenas abarcaba el grueso de su polla, me seguía el movimiento. A ese vaivén que le ofrecí durante un par de minutos ininterrumpidamente se unieron mis gemidos y mis "hmmmm" que sabía de sobra aumentaban el grado de calor de la persona que recibía la mamada. Tras esos instantes en los que no dijo absolutamente, volví a sacármela de la boca, pero no dejé de mover mi mano. La tenía totalmente dura, llena de pequeñas venas y brillante a consecuencia de mi saliva. Le puse la mano de nuevo en la base, saqué mi lengua sensualmente y comencé a chuparle su lateral derecho. Sabiendo que me estaba mirando… le puse mis labios más gorditos y sensuales, y como si chupara un helado, fui desde el glande hasta los pelos de su base pasándole la lengua y mi labio superior. Sin dejar esperar más, me cambié de lado y repetí la misma operación por el otro lado. Le agarré el glande con mi mano derecha e hice lo mismo, pero desde los testículos hasta él mismo. Totalmente mojadita, tenía la polla empalmada del decano para mi solita.

Eres increíble – afirmó. Parecía haber perdido excitación, como si estuviera en otro mundo.

Puedo hacerlo mucho mejor… - le dije desde mi posición antes de empezar a pasarle la lengua por su pedazo de glande. No le hacía círculos, simplemente como su fuese un cucurucho, sacaba la lengua y lo lamia, constantemente. Incluso a veces llegaba a sentir como le daba algún tipo de espasmo y se elevaba suavemente para luego volver a su posición. Me lo estaba pasando realmente.

¿Cómo puedes hacerlo mucho mejor?

Túmbate y verás – le propuse. No tuve que decírselo dos veces. Se tumbó a lo largo de la hamaca, echado totalmente sobre la misma. Su polla permanecía en total erección, apuntando al cielo, y mi único temor era que se corriera antes de tiempo. No era la primera vez que me hubiera pasado.

¿Así? – me preguntó aún con la camisa desabrochada como única prenda.

Sí. Así. – yo aún conservaba la minifalda y el top y el sujetador, aunque estos últimos iba a estar bastante arrugados. Me subí sobre la tumbona y gateé sensualmente hasta colocar mi cara a la altura de su pollón.

Me resultaba una auténtica tentación. Desde esa posición podía ver todo el pelo que tenía en el pecho, en los genitales, en las piernas… y eso me daba más morbo aún. Saber que casi me duplicaba la edad y que estaba ahí, rendido a mis encantos, me daba una auténtica sensación de poder.

Abrí la boca lo máximo que pude y me agaché para tragármela. No sé cuanto llegué a tragar, pero en cuanto sentí que su glande hacia presión sobre mi garganta me la saqué suavemente de la boca dejando tras la succión muchísima saliva que caía lentamente por el tronco hasta los enormes huevos que le colgaban y tocaban la hamaca. Volví a hacerle lo mismo varias veces más hasta que lo escuché gemir y decidí darle caña. Igual que había hecho antes, le agarré la polla con la mano derecha mientras que con la izquierda me apoyaba en la hamaca, y comencé a bajar y subir haciéndole presión con mis labios en ambos movimientos. Además de comérsela así, movía la cabeza de delante atrás – además de arriba abajo – por lo que además del efecto de mi boca recorriendo su glande y su tronco, estaba el efecto de movérsela. Y por supuesto, mi mano derecha que lo masturbaba de manera sincrónica. Sería mentir si dijera que no estaba disfrutando de la mamada que le estaba dando. No tardo mucho en poner sus manos en mi cabeza y marcarme el ritmo, que en la mayoría de momentos fue más lento que el que yo le ofrecía. Estaba absorto. No decía nada. Se limitaba a suspirar a cada instante que yo engullía su aparato y eso, aunque me gustaba, me llegaba a rayar. De nuevo pensé…" a ver si este se va a correr"

Para, princesa – me dijo incorporándose sobre la hamaca obligándome a parar.

MARIO

La ordené que parara. La mamada que me estaba ofreciendo no debía distar mucho de las que ofrecían las mejores profesionales del país. O eso, o hacia muchísimo tiempo que no me regalaban una. Fue impresionante. Qué manera de chupar, y que arte tenía. Usaba igual de bien la boca y sus manos. Si hubiera seguido así un par de minutos más no me cabe duda de que me hubiera corrido dentro de su boca. Me incorporé sobre la hamaca y me quité la camisa. Me había quedado totalmente desnudo en una playa pública a las cuatro y algo de la mañana. Y no me importaba, total, ni me lo planteé. Ella permanecía semi sentada en la hamaca mirándome con su boca ya sin pintura de labios y la zona de la barbilla totalmente llena de saliva que intentaba secarse con su muñeca. Eso me fascinó.

Ven reina – le agarré la camisetita y el sujetador desde mi posición estando de pié, y se los saqué por arriba sin que dijera nada. Simplemente me miraba.

¿Quieres que me quite esto también? – dijo señalando la falda.

Sí, quítatelo… - muy sensualmente se la saco por las piernas y la dejó en la hamaca de al lado esperando órdenes.

¿Y ahora? – me preguntó con carita de corderita degollada.

Túmbate. – De la forma más sexy y sin prisas se tumbó bocarriba, sabiendo perfectamente lo que quería de ella.

Con esa preciosidad totalmente desnuda en la hamaca no tardé mucho en colocarme encima sin hacer demasiada presión. Era lo más bonito que había visto en años, y ahí estaba, totalmente sumisa para mí. Me entraron ganas de decirle lo bien que la chupaba o de dónde había pillado tal práctica, pero no era momento para eso. Mi mente estaba en otro lugar.

Con cuidado Mario – me pidió muy sensualmente.

Con mucho cuidado cariño… - Ella estaba abierta, con cada uno de sus piececitos colocados a cada uno de los lados de la hamaca, en los bordes, y con sus muslitos lo más separados que podía para dar cabido a mi anchura sobre ella. Me agarré la polla por la mitad y comencé a dirigirla hacía su precioso coñito. Jugué unos breves instantes, en los que ella permaneció con los ojitos cerrados frente a mi cara, con los labios semi abiertos suspirando, mientras me pasaba las manos por detrás del cuello. Menuda visión.

Vamos… - me pidió. Coloqué mi glande en su entradita después de haberlo bajado desde la zona de su clítoris a través de sus rosados labios inferiores y comencé a empujar poco a poco. A pesar de ser consciente de que tengo un pene grande, incluyendo la definición "ancho" dentro de "grande", mi polla iba entrando con suma suavidad dentro de su muy mojada vagina, a la cual abría poco a poco. Menuda sensación más indescriptible. Un calor me invadió cuando ya había colado mi glande dentro de esa maravillosamente mujer, y en aumento fue a medida que le introduje más polla. Apoyado como estaba por mis brazos, ligeramente levantado, no pude evitar mirar como la penetraba. Llegué hasta algo más de la mitad, y volví a sacarla lentamente, mojándola con los flujos que salían de ella. Volví a introducirla y sacarla una vez más, produciendo unos gemidos que salían de su boca, los cuales me invitaron a seguir. Seguía mirándomela mientras me la trabajaba cuando en el momento en el que me la vi mojada casi entera comencé a follarla a mayor ritmo. Ya la tenía adaptada a mi tamaño. Emitía un leve "Ah" en cada penetración, lo cual me excitaba, pero no más que la visión de sus pechos moviéndose de arriba abajo con cada embestida. Comenzaba a entrar como cuchillo en mantequilla, sin problemas, con la sensación de que era su coño el que me succionaba la polla. Moviendo mi cintura de arriba abajo me mantuve unos instantes hasta que me pidió que le diera más.

Mario, dame más rápido – me pidió. Y como no podía ser de otra forma, en esos momentos le hubiera dado todo lo que me hubiera pedido. Y esto no iba a ser menos. Comencé a acelerar el ritmo de mis penetraciones, llegando incluso a provocar que mis huevos comenzaran a chocar con su culo. Empecé a preocuparme más en su placer que en el mío y le di lo que me pedía, aunque el roce que producía ese ritmo comenzara a darme más calor de la cuenta sobre toda la parte que la penetraba.

¿Así? – pregunté empezando a sudar de manera abundante.

Sí, no pares. – Mi ritmo iba en aumento, y a medida que aumentaba, ella se abrazaba más fuerte a mí. Tanto que llego un momento en el que nuestras caras quedaron tan cerca que volvimos a fundirnos en un largo y apasionado besos. Estuvimos al menos dos minutos besándonos cuando ella me atrapó con sus piernas limitando mis movimientos de cintura. Aunque eso era algo que no me importaba. Tenía prácticamente toda mi polla dentro de ella, y lo que salía y entraba no dejaban de ser 7 u 8 centímetros. Eso sí, a toda velocidad. Casi tanta como sus gemidos y contracciones.

Así estuvimos aproximadamente unos cinco minutos… y lo tengo que aceptar, no podía más, me estaba doliendo todo, y solamente era la excitación y la inercia de darle todo el placer que se merecía lo que me movía. Por suerte, mis ganas de probar cosas nuevas me iban a dar un respiro. Poco a poco fui frenando el ritmo de mis penetraciones y separándome de ella, hasta que en un momento dado, y sin sacarle la polla, me incorporé sobre la hamaca, abriéndome de piernas y colocando mis pies en la arena, uno a cada lado. Desde esa posición ella no tuvo más remedio que abrirse, quedando sus muslos por encima de los míos. Estaba impresionante. Me sentí como un auténtico actor porno en su mejor película, aunque no dejaran de ser aires de grandeza momentáneos. La agarré de las muñecas y la elevé pegándola a mi cuerpo, quedando enfrente de mí, y me dejé caer hacía atrás manteniéndola a ella arriba

¿Quieres que cabalgue? – me preguntó sonriendo recuperándose un poco de la anterior posición. Se le había corrido la pintura de ojos y no tenía ya de labios. Además… estaba empapada de sudor y el pelo no lucía como cuando empezamos a fornicar, pero aún así seguía estando preciosa.

Algo me dice que lo harás muy bien.

Ella, de rodillas sobre mí, y ya con mi pene dentro, se echó ligeramente hacía delante, posando sus manitas sobre mis pechos y acomodándose poco a poco comenzó a mover su cintura. Cuando me preguntó lo de cabalgar yo pensaba que se refería al movimiento delante atrás, pero cuando empezó, literalmente hablando, a mover su cinturita de arriba abajo con su culito ligeramente en pompa casi me daba algo. Levante mis rodillas para facilitarle sus movimientos y comenzó a agitarse como una verdadera zorrita. Buscaba el placer y no le daba corte, estaba lanzada. Y yo que me alegraba. Entre la cara de placer que me regalaba y el impresionante movimiento de sus tetas, que por cierto, no tardé en agarrarle para pellizcarle los pezones, iban a provocarme el mayor orgasmo de mi vida. Aunque eso era un decir, yo ganas de correrme no tenía en absoluto. Al revés.

Tras un par de minutos en el que estuvo haciendo las delicias de mi polla, se paró suavemente y se puso totalmente recta sobre mí… con los ojos cerrados y como si estuviera poseída, apoyo sus manos sobre mis rodillas y pasó de estar de rodillas sobre la hamaca, a ponerse en cuclillas, momento en el que empezó a botar sobre mí. Me estaba, literalmente hablando, aplastando pero el placer de verla así de motivada sobre mi era más fuerte que cualquier posible dolor. La imagen de su coño haciendo aparecer y desaparecer mi pene no me la quería perder, cómo lo estaba gozando. Además, ver unos pechos así moverse no era cosa de todos los días. Madre mía.

Mario no te vas a correr todavía ¿no? – me preguntó excitadísima.

No me voy a correr, no… – en el momento que le dije eso, se levantó rápidamente, dejándome la polla totalmente empapada y con una erección bestial. No me lo esperaba.

Ven, ponte aquí, corre – sin saber que quería me levanté de la hamaca, me puse de pié y me fui junto a ella al lado de la hamaca, en la arena.

Espera. – Se agachó y sin decir nada se introdujo mi polla en su boca, dándome un minuto de una suave y delicada mamada. Acto seguido, sin importarle si se manchaba o no de arena, se colocó a cuatro patas debajo de mi.

Joder

Vamos, fóllame, corre – me pidió como si le fuese la vida en ello. Estupefacto por su petición, me coloqué hincando mis rodillas sobre la arena y dirigí mi polla a su coñito. Estaba totalmente en pompa, con su cuerpecito echado para abajo y su cabeza que no tocaba la arena porque había puesto sus manos para evitarlo. La verdad que follarla así fue la gran delicia de la noche. Observaba con tras cada penetración, su carne se adhería a mi polla, provocando que ligeramente se moviera.

¿Te gusta? – le pregunté mientras mi polla entraba y salía de ella con suma facilidad. La agarré por la cinturita y traté de darle lo más fuerte posible. Incluso en un momento escupí desde mi posición para lubricar más mi pene.

Me encanta, sigue, no pares, que me quiero ir – Joder, se iba cuando se la follaban a cuatro patas. Qué gozada.

Yo, que ya estaba sobre excitado y con unas ganas de soltar lo que llevaba dentro bastas, comencé a follarla de forma desmesurada, provocándole los gemidos más fuertes que había hecho en toda la noche. A cada penetración la escucha decir un "Ahhhh" que no hacía más que darme una motivación extra. Ni que decir tiene que se la metía entera, fijándome en que cuando ejercía el movimiento hacia fuera, saliera la mitad de mi glande, para luego volver a clavársela del tirón.

No había pasado ni dos minutos desde que comencé a darle a mayor ritmo, cuando empezó a temblar y a gemir con muchísima fuerza y rapidez.

CARLA

Un terrible orgasmo me estaba entrando por el cuerpo cuando tras unos instantes de follarme a lo perrita no pude aguantar más. En la misma posición en la que me follaba, me lleve mi mano derecha a mi chochete y con mi dedo corazón comencé a masturbarme el clítoris esperando el momento.

Vamos, no pares, más, más – le pedía sin cesar. Me llevé mi puño izquierdo a la boca y comencé a morderlo suavemente, mientras con mi mano derecha me masturbaba. En breves instantes, una explosión interna me recorrió el cuerpo entero, desde mi clítoris, hasta mi vagina que comenzó su última gran lubricación, pasando por mi médula espinal, llegando a mi cerebro, algo que me dejó sin poder mover la espalda mientras me temblaban las piernas, al tiempo que los últimos pollazos de Mario se adentraban en mí. Apenas podía hablar, y mucho menos moverme, pero el entendió enseguida que yo ya no podía seguir.

¡Carla, voy a correrme ya!– dijo mientras no cesaba de follarme el coño a velocidad de vértigo. A mí ya me daba igual eso. No es que fuese egoísta, es que no podía moverme, y deseaba que saliera de mí para poder tirarme rendida en la arena, sin importarme las consecuencias. En cualquier otra circunstancia incluso no me hubiera importado ponerle la boca y sacarle la lengua para recibir su leche caliente, que se que a muchos les había dado morbo antes, pero es que literalmente hablando no podía.

Córrete, vamos… - le imploré ya sin fuerzas. A los pocos instantes sacó su polla y comenzó a meneársela sobre mi culo. Podía sentir casi sus manos pajeando con fuerza su pene y su glande rozarme el trasero, cuando de repente comencé a sentir el goteo de su semen caliente que caía en mi ano, mis nalgas y sobre mi espalda, mientras no paraba de gemir y balbucear. Una vez lo soltó todo, y sin importarme lo mojada que estuviera, me eché para un lado, y caí rendida sobre la arena mirando al cielo. El, aunque tardó unos instantes, también hizo lo mismo, colocándose a mi lado

Madre mía Carla… - dijo totalmente empapado de sudor tirado en la arena… - como se nota que te gusta gozar ¿Eh? – me quedé mirando un ratito, fijamente, al hombre al que le había entregado todo esa noche

Como habrás comprobado, lo que a mí me gusta… es que me hagan gozar – y dicho eso me acurruqué a su lado y me pasó su brazo por el cuello pegándome a su pecho, levanté mi pierna izquierda y la eché sobre su barriga

Estuvimos ahí retozando un cuarto de hora, escuchando el mar y reposando del ejercicio, cuando tras los efectos del calentón y la bajada del alcohol volví a la realidad. Había sudado mucho y tenía granitos de arena por toda mi piel. El estaba igual, y a medida que fue saliendo de su corto letargo se fue dando cuenta también de lo que habíamos formado en medio de la playa. Por suerte, tal y como pude comprobar mirando hacia todos los lados, no había nadie en ningún sitio – aparentemente – y todo estaba tan oscuro como antes. Nos levantamos mirándonos desnudos y nos dirigimos hacía la hamaca para ver cómo estaba todo. Madre mía, qué dolor de cabeza me estaba dando. ¡Qué bajón! Me senté en la hamaca y con el agua de la botella que compré me limpié el chochete para que no quedaran peligrosos granitos de arena que pudieran entrar provocando las consabidas molestias, y me puse el tanguita. Tras eso me coloqué la faldita sacudiéndome lo que podía de arena. Me vestí entera, sin llegar a ponerme el sujetador, que usé para quitarme la arena de todos sitios junto a unos pañuelos de papel. Aunque la mitad de éstos los usó él para la misma tarea. Tenía pánico de mirarme al espejo, ¡madre mía cómo podía estar!

Una vez lo recogimos todo, y tras echar una ojeada al móvil en el que tenía un mensaje de mi novio que decía que le dice un toque cuando llegara a casa, fuimos haciendo el camino de vuelta al sitio dónde estaba la moto. Él se acercó a mí y me echó su brazo izquierdo por encima mientras caminábamos por la arena de vuelta.

¿Cómo estás? – me preguntó. Yo me giré y le sonreí.

Genial… - me callé unos instantes –… pero podría haber unas duchas por aquí y ropita limpia – le dije riéndome.

Dímelo a mí, que no veas cómo voy. – me respondió gesticulando.

Subimos por la escalera por la que bajamos hacía ya un rato y llegamos a dónde estaba la moto. Yo me apoyé en ella mientras el sacaba los cascos, pero se detuvo mirándome y se dirigió a mí, situándose enfrente. Abrí ligeramente las piernas y pego su paquete contra mi entrepierna. Me abrió la chaqueta dulcemente desde mi cuello, y bajó uno de los tirantes de mi top por mi brazo mientras yo permanecía expectante. Acto seguido introdujo un dedo en él y bajo liberando la práctica totalmente de mi pecho que quedaba algo caído al no llevar sujetador. Se agachó y comenzó a mamar con mucha suavidad. Se centró en el pezón, como si fuese un niño pequeño y no paró hasta que me lo puso totalmente durito. Yo eché mis brazos atrás y me apoyé sacando pecho en el sillón de la moto a esperar que terminara. Corrió de nuevo el otro tirante del top e hizo lo mismo, mientras yo miraba que no hubiera nadie alrededor. Se agachó levemente colocando cada una de sus manos bajo cada uno de mis tetas comenzó a succionar sin hacer fuerza y volviendo a ensalivarme.

Me encantan tus tetas – me decía mientras con los ojos cerrados abarcaba todo lo que podía de una de ellas y me la dejaba totalmente ensalivada.

¿No has tenido suficiente o qué? – le dije sonriendo dejándome hacer.

No. – dijo maliciosamente dándole un besito a cada una y volviéndome a poner la ropa bien, haciendo ahora de niño mayor bueno. – Se pegó a mí y mirándome fijamente…: - ¿Carla, te vendrías a cenar a mi casa un día de estos? Me gustaría muchísimo conocerte mejor. – Sabía que me estaba diciendo… follarte mejor.

No lo sé… tendría que pensarlo – respondí muy sincera

Vale, pero lo pensarás, ¿no?

Claro, lo pensaré. Te lo prometo – le contesté. – Por cierto… tengo que hacer una llamada

Por supuesto – me permitió

Llame rápidamente a Patri, que me confirmó que estaban en la playa con los otros muchachos, y que únicamente me estaban esperando a mí. Así que le dije que me esperaran ya directamente en el coche, que no iba yo muy presentable, y así fue. Después del frío trayecto que pasé en la moto con Mario, éste me llevó a dónde le indiqué. Allí, a unos cuantos metros, estaban ellas dentro esperándome. Me bajé de la moto y para no dar apariencia de nada nos despedimos fríamente, quedando en que me llamaría al día siguiente con la excusa de confirmarme o no lo del examen. Al llegar estaban ellas con las caras largas

Carla, son las 5 de la mañana, ¿lo sabes no?

Lo sé – respondí acomodándome atrás –, pero tú misma dijiste que no teníamos que madrugar – le guiñe un ojo.

Menudas pintas traes… - me recriminó, aunque ella no estaba mucho mejor

Anda vámonos – le dije a Patri, que arrancó el motor y puso rumbo a la capital por la autovía. Estuvimos un rato en silencio, con la música baja, hasta que Natalia se giró hacia mí.

¿Folla bien el decano? – Yo sonreí.

No folla mal… – le contesté

¿A pelo? – preguntó.

Sí, a pelo.

¿Darás detalles? – me preguntó curiosa y me reí.

Mañana, que estoy muy cansada – le contesté sacándole la lengua.

Tú y tu atracción por los maduritos… - comentó Patri – Vaya dos estáis hechas. No pudimos evitar reírnos y empezar a decirle que a ver cuando se desmelenaba ella. La discusión estuvo servida hasta que me dejaron en casa.

MARIO

Al llegar a casa no pude evitar hacerme otra paja en la ducha, esta vez con el periódico de la Universidad delante y la visión de las tetas que venía de probar. Me encontraba excitadísimo y solo me habían quedado ganas de seguir follando con Carla en cualquier otro lugar más cómodo. Había sido ella la que despertó ese animal en mí. La experiencia me transformó totalmente y únicamente ansiaba el poder volver a verla si aceptaba mi invitación… y tenerla en un lugar íntimo dónde intentar gozar de nuevo. Tenía que conseguir por todos los medios repetir la experiencia, pensaba que era demasiada mujer para un solo hombre, y que necesitaba disfrutar de nuevo de una gran sesión de sexo con ella.

En cualquier caso, fuera como fuese, se había abierto ante mí un nuevo mundo, un mundo antiguo pero remodelado, un mundo en el que poder cumplir todas mis fantasías con mi nueva visión de la vida. Tenía a mi disposición… una Facultad entera.

FIN

*Notas, apuntes y contacto:

¡Hola! Antes de nada quisiera darle las gracias a todas aquellas personas que hayan tenido el valor de leerlo entero. Soy consciente de la longitud del texto (soy la escritora, nadie va a saber mejor que yo lo largo que es ^^ jiji). Para aquellas personas que no quieran leerlo entero, ya que entren buscando otro tipo de relato más directo, puedo recomendarles que empiecen la lectura desde el último capítulo, ya que se entiende todo perfectamente y se ahorran las ¾ del mismo. Aún así, este relato va dirigido a un porcentaje ínfimo de las personas que entran en la web, por lo que tampoco lo recomiendo a personas acostumbradas a relatos cortos, ya que éste les aburrirá.

Que haya salido un texto tan grande solamente responde a mi necesidad de contar de manera fiel unos acontecimientos pasados, de los cuales me resultaba muy difícil excluir alguna parte, para darle así la oportunidad al/a la lector/a de comprender bien el contexto en el que suceden los acontecimientos.

Diciendo eso solamente quiero evitar comentarios como… "que texto tan grande", "no tenías que poner tanta historia" o cosas de ese estilo. Lo sé mejor que nadie. Soy consciente de que lo podría haber hecho muchísimo más corto, pero entonces ya no sería yo, y estaría escribiendo para la gente en lugar de hacerlo para mí.

No soy escritora, ni pretendo serlo de ninguna forma. Por lo que la manera en la que está escrito es la manera más natural que ha salido, y me da igual que no tenga unas formas más o menos elegantes o falte literatura en lo que cuento.

Agradecimiento infinito a A.G., sin cuya inestimable ayuda nunca podría haberlo finalizado ^^

Para consejos, comentarios, críticas constructivas, para felicitarme o darme el pésame, o simplemente para repetirme que el relato es muy largo

carlaortega84@hotmail.com

Un saludillo!

Carlalove®’09

El relato es propiedad de su autora.

Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Los hechos narrados en él no se corresponden con la realidad de ninguna persona ni entidad pública e institucional alguna. No se ofrece nombre de ninguna ciudad, resultando todos los emplazamientos total y absolutamente imaginarios, así como los hechos que en él se cuentan.