Una noche buena
Pero este Santa estaba un poco cambiado al del año pasado, parecía más joven que de costumbre, sus ojos color verde y su piel bronceada, resaltaban entre el cabello y la barba blanca. No pude dejar de observarlo mientras charlaba con los niños, sus manos grandes denotaban una piel fresca, creo que se dio cuenta que lo miraba demasiado y la verdad con poco disimulo, es que cuando algo o alguien me llama la atención soy de sacar hasta el último detalle.
El fin de semana en vísperas de Navidad, mi hermana me llamo por teléfono para invitarme a ir de compras al centro comercial. No estaba de humor, mi novio estaba de viaje, yo había pasado una semana agotadora de trabajo y necesitaba relajarme pero por lo que veía venir mi programa de sábado seria terminar durmiendo temprano.
Mis pequeños sobrinos terminaron por convencerme de ir con ellos, querían ver el gran árbol y visitar a Santa en su casita. Los niños tienen esa euforia navideña que terminan por contagiarte. Cuando llegamos al lugar había mucha gente, tuvimos que esperar pacientemente a que llegara el turno nuestro para sentarse en las rodillas de aquel tipo vestido con ese ridículo traje rojo y hacer el pedido de regalos. Pero este Santa estaba un poco cambiado al del año pasado, parecía más joven que de costumbre, sus ojos color verde y su piel bronceada, resaltaban entre el cabello y la barba blanca. No pude dejar de observarlo mientras charlaba con los niños, sus manos grandes denotaban una piel fresca, creo que se dio cuenta que lo miraba demasiado y la verdad con poco disimulo, es que cuando algo o alguien me llama la atención soy de sacar hasta el último detalle. Cuando llegaron mis sobrinos a su lado, me miro fijo a los ojos y me saludo. Pregunto:
¿Que dice mamá se portaron bien? - Mi sobrina contesto es mi tía - ¿Después pregúntale a ella que quiere para Navidad?
Muy bien lo hare. Ahora quiero que ustedes me cuenten que quieren.
Continúo con los niños, ellos ansiosos por darles las cartitas y hacer sus pedidos. Mientras el continuaba mirándome como esperando algo de mí. Su mirada mi intimido, me sentí sonrojar ante aquellos ojos que parecían desvestirme. Mi sobrina me tomo de la mano y me acerco a él.
- Tía siéntate en sus rodillas como lo hicimos nosotros. ¡Dale! Y pide tu regalo.
No lo podía creer, no me quedaba otra que hacerlo, yo tenía puesta una minifalda de jeans tan corta que me sentía ridícula allí sentándome como una colegiala. El santa feliz! Por la expresión de su cara al sentir mis nalgas apoyarse sobre sus muslos. Puso su mano sobre mi cintura como para ayudarme a sentirme más relajada en su regazo.
Hola Maite, tanto tiempo sin verte.- me dijo. Sabia como me llamaba y nadie había dicho mi nombre.
tú no eres Santa Claus me imagino le dije.Sonrió y me apretó fuertemente mientras acomodaba mi cuerpo a su regazo y sentí el calor de su entrepierna entre mis nalgas.
¿No me recuerdas? Te conozco desde niña y te he visto crecer.
Me sentí mas intrigada al escucharlo hablarme con esa familiaridad, y no podía reconocerlo detrás de ese disfraz
- Y dime como te has portado, ¿has sido una chica buena? me dijo
- Siempre soy una chica buena, aunque a veces quisiera portarme como una chica mala. - Estaba jugando conmigo y yo haría lo mismo. Me gustaba su voz, había algo en él que me provocaba.
- Ahora dime qué quieres para esta Navidad que yo pueda concederte- me dijo
- Una noche buena solo eso una gran noche buena.
Me puse de pie y lo mire a los ojos y volví a decirle: Solo una noche buena y ser una chica muy muy mala! y me reí.
Cuando salía del paseo de compras lo vi venir hacia mí con ese disfraz, mis sobrinos encantados al verlo y me dijo:
- No me reconociste o estás jugando conmigo? Ahí me di cuenta que era aquel chico vecino de mi adolescencia. Vivía frente de mi casa. Tenía unos cinco años más que yo y a mí me encantaba. Solo que el tenia una novia que no se le despegaba de su lado en todo el día y lo único que podíamos hacer era mirarnos desde lejos.
Habían pasado muchos años sin verlo, me trajo a la mente recuerdos y tantos deseos de aquellos tiempos. Se notaba que estaba feliz de verme y de encontrarnos allí. Me dio su número de teléfono y me pidió que lo llame.
Cuando llegue a casa me quede pensando en aquella coincidencia y ese vecino con el que tantas veces había fantaseado. Estaba sola ahora y pensé que no estaba mal invitar a Santa a tomar una copa de vino en mi sala. Lo llame. Y estuvimos hablando un rato, recordando el vecindario y en este casual encuentro. Volvió a invitarme a tomar algo, pero yo cambie de planes y le pedí que venga a mi departamento después que termine su trabajo. Acepto gustoso. Entrada la noche estaba en mi puerta, esta vez vestía un jean y camisa blanca, seguía siendo tan guapo como lo recordaba. Esta vez nos saludamos con un tímido beso en la mejilla pero no pudimos evitar el rozarnos en un abrazo delicioso. Lo habíamos deseado muchas veces, por lo menos por mi parte, muchas navidades y fines de años compartimos ese saludo como el único contacto que se nos daba. Ahora estábamos solos, adultos sin nadie que nos impidiera cumplir el deseo reprimido. No pude evitar utilizar mi sutil sentido del humor y le dije:-
- ¿Santa Claus me ha traído mi regalo a casa en persona? - Sonrió y me miro con picardía. Traía una bolsa de cartón de esas de tiendas, saco el gorro rojo con pompón blanco y lo puso en su cabeza.
No pude evitar reírme y fue cuando el cubrió mi boca con un beso intenso. Rodeo mi cintura con sus fuertes brazos y me sentí entregada a ese instante. Me prendí de esos labios para deleitarme en su frescura. Sin dejar de besarnos y abrazarnos como si fuéramos amantes de siempre, entramos en la sala y terminamos tendidos en el sofá. Mi cuerpo pedía ser poseído por su boca, por sus manos. Sentí el calor su cuerpo envolver el mío en deseo, mis manos arrancaron su camisa y comencé a besar su cuello, sus hombros, mientras el quitaba mi blusa para acariciar mis senos, los miro con ganas y fue tras los pezones para jugar en ellos con su boca, dedicándose a conocerlos a sentirlos a gustarlos. Mi pecho se erguía agitado ante esas caricias y el fuego de la lujuria subió por mi vientre al sentir a través de la tela del jeans como su miembro hinchado se apoyaba en mi pubis. Mi mano bajo para acariciarlo. Ansiosa por conocer su tamaño. Tantas veces lo había imaginado, ahora estaba ahí al alcance de mis dedos para saciarme. Fuimos desvistiéndonos sin dejar se acariciarnos. Sus besos bajaron por mi piel hasta mi sexo para deleitarle la boca con su humedad. Dedico pacientemente su lengua a saborearme sin dejar de estimular mi perla como a mí me gusta. Estaba enloqueciéndome. Cuando el timbre de mi teléfono comenzó a sonar insistentemente. No podía dejar de gemir ante aquella oleada de placer que subía por mi vientre. Pero el teléfono volvió a sonar. Era mi novio. Tenía que atender, pero no quería perderme ese delicioso momento. Solo atine a apagarlo y acomodarme sobre el cuerpo de mi amante y hacer mi parte de un hermoso 69. El placer de devorar y ser devorado, de tener ese miembro duro, como una hermosa barra de carne ardiente llenando mi boca y en cada entrada mi lengua saboreaba su riquísimo fluido que escapaba en pequeñas gotitas. No deje de explorar nada, sus testículos me encantaron sentirlos suaves, perfectos. Estábamos gozando al máximo esta previa, cuando sentí el deseo de tenerlo dentro de mí. Mis muslos se abrieron ante su cuerpo y comencé a recibir cada centímetro de su pene que se iba abriendo paso dentro de mi empapado sexo, El meneo de nuestros cuerpos se volvió más intenso. Me encantaba como lo hacía, como sincronizo sus movimientos a los míos sin parar, el frote de su pubis contra mi clítoris me estaba llevando al cielo del éxtasis, mis dedos se clavaron en su espalda al sentir como me iba en una oleada de espasmos que me dejo sin energía. Él espero que yo me repusiera para volver a atacar nuevamente, ahora en otra posición que si quería hacer todo, probar todo hasta llevarme una y otra vez a estallar. Así empezó aquella noche buena y no termino hasta entrada la madrugada Pero no fue la única.