Una noche

La llegada de mi Ama a su dulce Hogar

Deja caer las llaves sobre la mesa que está en el recibidor y con pereza casi como si fuera algo completamente normal acaricia la parte baja de su cabeza, justo por donde comienza su oreja. Donde se acaricia a un perro, su perro y él como la clase de mascota que es se restriega contra su mano a sabiendas de que aquel gesto es el anuncio de que ha tenido un buen día. No dice nada, él de rodillas la sigue hacia la habitación mientras ve sus caderas balanceándose de una manera provocativa en aquella corta falda que mostraba las largas piernas que se estilizan con los tacones negros.

No lleva medias, lo cual solo es una declaración de que ha follado en el trabajo antes de llegar a casa, él fue quien se las enfundó por la mañana. Alguien más fue el encargado de quitárselas.

Una sensación molesta se apodera de él, un calor que se extiende a lo largo de us espalda y que sabe es la manifestación de sus celos, no le gusta compartir, nunca ha sido algo que le agrade pero eso a ella no le interesa, al contrario le encanta y le excita el hecho de molestarlo, de probar sus límites, de empujarlo a la salida a sabiendas de que no se irá, a sabiendas de que se tragara todos sus reclamos y sus negativas, y seguirá de rodillas ante ella. En la habitación ella se saca la camisa de la falda y de frente a él se desabotona la blusa dejando a la vista el sostén de encaje negro que abraza sus enormes tetas. De la misma manera desliza el cierre de la falda ajustada y la deja caer al suelo, quedanse así por un momento.

Es alta 1.70 metros, tal vez más, su tanga de del mismo material del sostén que cubre aquella parte de su cuerpo que lo ha hecho tan débil, si es que puede culpar a algo. Su cabello es castaño, liso y suelto hasta la mitad de su espalda. Sus ojos grandes son del mismo tono enmarcados por largas y chinas pestañas, y un par de lentes de marco delgado que le dan ese aire inteligente y maduro, sexy hasta lo imposible, pero si hay algo que hipnotiza son sus labios, gruesos, y jugosos que prometen el mismísimo infierno.

Se queda ahidelante de él, cómoda con su desnudez, con aquellos zapatos que la hacen mucho más imponente que nadie, que dibujan su poder ante él y ante todos. El esta de rodillas ante ella, desnudo como lo siempre que atraviesa la puerta de su casa, y aunque es por lo menos veinte centímetros más alto que ella y dos años mayor se siente minúsculo. Con un sutil gesto de la mano mueve su flequillo de los ojos para ver con mayor claridad. Y si es posible se pone más duro.

--Mi ama-- grasnea con la voz gruesa.

Ella sonríe, como si se burlara de él.

--Es usted hermosa, mi Señora.

--Puedes ponerte de pie, perrito.

Sabe él para que se lo a permitido, se lo dijo en una ocasión le gusta ver que domina a alguien mayor que ella en todos los sentidos. Va hacia el armario y saca una de sus pijamas, un pantalón corto de seda y una blusa de tirantes del mismo material que él se ha encargado de lavar, secar y doblar. Al igual que toda su ropa. Desabrocha su sostén permitiendo que sus pechos caigan libres y le pasa la blusa por encima de la cabeza teniendo especial cuidado en no tocar su piel, no le ha dado el permiso, no aún. Hace el mismo procedimiento con la parte baja notando el resto de una viscosidad blanca en la tanga y que confimar lo que ha supuesto cuando vio su falta de medias, entonces se sienta en la cama y se arrodilla para desabrochar sus zapatos de tacón y depositar un suave beso en el empeine.

--¿Que has hecho de cenar, perrito?

--Pasta Alfredo, Señora.

Él es el encargado de cocinar aunque antes de conocerla no sabía ni siquiera la diferencia entre cilantro y perejil, de lavar y planchar, de limpiar los suelos, de hacer las compras, de vestirla, desvestirla y buscar su placer a cada instante del día.

Salen de nuevo de la habitación, ella descalza y él a cuatro patas delante de ella, se sienta a la mesa mientras él le sirve la comida y a la vez prepara su cena. Un paquete de carne de soja en la licuadora y una lata de atún, produciendo un sustancia viscosa y de mal olor que pone en el platon de acero que tiene su nombre.

Lleva el plato de porcelana a la mesa y deposita el propio en el suelo.

Ambos se disponen a comer.

Él a cuatro patas, desnudo con el trasero amorotonado por último castigo de hace apenas un par de días, buscando la comida con la boca sin poder usar las manos, y la verga dura por la excitación que le provoca tal humillación. La mujer a su lado está sentada a la mesa con las piernas cruzadas degustando la pasta que le ha preparado por la tarde al llegar de la oficina la misma que a hecho su boca agua con los deliciosos olores. Su Ama le ha dictado una dieta nutritiva para compensar el desgaste del gimnasio pero que no tiene buen sabor y se asemeja más a la comida de perro que de hombre aunque a decir verdad ya hace tiempo que se ha dejado de considerar tal cosa.

Ve girar su mano con un tenedor tomando un poco más de pasta y poniéndola en sus labios tragando un pequeño bocado.

Y después sacando su lengua para saborear el exceso que ha quedado en el inferior. Y que hace que su verga vibre. Después da un sorbo a su té helado. No bebé alcohol, lo cual es irónico. Somete hombres, pero no bebé alcohol. Entonces se pone de pie y sin aviso alguno lo toma del cabello impidiendole que la imite y jalandolo para que la siga rumbo a la habitación. Duele, sus uñas se han clavado en su cuero cabelludo y siente como si se fuese a quedar con el en su puño.

--Hora de dormir-- anuncia.

Y abrocha el collar que lleva al cuello con la cadena que cae de la pata de la cama. Esta agotado, solo quiere tumbarse en la cama, tomar una almohada y envolverse en una manta caliente pero hace ya tanto de eso que ni siquiera recuerda bien como se siente. A cambio siente el pequeño dedo de la mujer jugar en su orificio anal. Esta frío, y mojado, seguramente con lubricante. Se contrae, y su verga vibra y sus testículos cuelgan aún más pesados. Entra en él, está seguro que jamás se acostumbrará a ello. Gime, aunque no esta seguro si es de dolor o de placer. Ha leído que hay Amos que obligan a sus sumisos a llenarse ellos mismos, a su Ama le gusta hacerlo ella, le gusta ver como reacciona ante lo que le hace. Siente un dedo más dentro de y como los mete y saca, una y otra vez. Esta tan malditamente cerca de llegar. Y entonces en el ultimo saca, no los mete de nuevo en cambio siente el acero frío dentro de él. El tapón. No, puede. No puede correrse con el dentro. Pasa uno de sus dedos a lo largo de su verga, justo por encima de su glande retirando la gota preseminal que se ha acumulado.

--Descansa.

Se despide antes de subir a la cama y apagar la luz.

--Dulces sueños, mi Señora