Una noche

Como un fantasma me cuelo en tu habitación y lentamente disfruto mientras soñando te encuentras ajena a mi presencia.

Una noche

Cuando entro en tu habitación estas dormida, ligeramente tapada, mientras que por la ventana abierta se cuela una ligera brisa veraniega. Las sabanas suben y bajan al compás de tu respiración, mientras que la corriente juguetea rozando tu piel delicadamente. Cierro la puerta en silencio, y tú, profundamente dormida, no notas mi presencia. Me quedo de pie, frente a ti, viéndote, delicada y tranquila, disfrutando de tu inconsciencia del mundo. Con mucho cuidado saco las esposas que llevo escondidas y, delicadamente, esposo tus muñecas a la cama. Ahora eres mía.

Acaricio suavemente tu rostro con las yemas de mis dedos y, poco a poco, entreabres tus ojos. Cuando me miras una sonrisa se entrecruza por tus labios, pero desaparece nada mas comprobar que estas atada. Tu mirada alarmada me pregunta que sucede, y yo te contesto con tono neutro que esta noche me perteneces. Asumes tu papel con resignación, ya que al fin y al cabo no te queda mas remedio, mientras comienzo a desnudarte lentamente, de forma que sientas a cada instante mis manos recorriéndote, mientras la ropa que te cubre desaparece sin que puedas evitarlo. Finalmente quedas desnuda, desprotegida, expuesta a mis deseos, sin poder hacer nada para evitarlo.

Comienzo recorriendo tu cuerpo con mis labios, besando tus pechos, tu cuello, tus hombros. Sientes como la humedad de mi aliento moja tu piel, como el tacto de mi lengua se pega a ti, se extiende, te envuelve. Al poco tiempo comienzan a escaparse tus gemidos. En ningún momento has querido ponérmelo fácil, pero al final siempre te gano y consigo arrancarte tus gemidos, esos gemidos que tanto me excitan. Lo sabes, pero no puedes evitarlo, siempre te ha gustado que te ganase.

Noto como tu mirada me traspasa la piel, como sin palabras me pides más. Y te lo concedo. Un único y húmedo beso, lleno de amor y ternura. Un beso largo, profundo, lleno de gemidos, de un aliento compartido. Dos lenguas que se recorren con pasión, con prisas e insistencia. Dos bocas unidas formando un único mundo del que dos almas ardientes no desean escapar. Una unión perfecta, que finaliza con dos labios comiéndose mutuamente, devorándose sin fin.

Me separo de ti, mientras aun jadeas relamiéndote tus labios, intentando recuperar el sabor que mi boca ha dejado en ti. Te agitas, deseas más. Darías cualquier cosa por desatarte, por levantarte, abalanzarte sobre mi, cazarme como la leona que eres. Pero hoy no puedes sobornar al carcelero, y la rabia te excita aun más. Noto el calor irradiado de tu interior, la humedad que cada vez te moja más. Pero te dejo sola, sufriendo, deseando mi vuelta, y odiándome por tardar tanto.

Pero finalmente acabo volviendo, con las manos a la espalda, mientras te preguntas que será lo próximo que suceda. Vendo tus ojos pese a que intentas resistirte, sientes curiosidad por saber que he traído en mis manos, por conocer a que te vas a enfrentar. Tienes miedo por lo que pueda hacerte, por lo que te pueda pasar. Pero esta vez no puedes defenderte, y por más que lo intentes eso no va a cambiar. Notas una pausa, larga e incomoda. Sabes que estoy ahí, pero no puedes verme, ni sentirme, ni situarme. En estos momentos no soy más que un fantasma que te aterra.

Y de repente te estremeces, mientras que notas en tus pechos como algo viscoso se extiende. Preguntas que es eso, pero no obtienes respuesta, y eso te hace desesperarte mas, mientras sientes como cada vez se extiende más, por tu tripa, tus muslos, tus hombros... Y tras unos minutos, notas como se acaba, cuando ya estas prácticamente cubierta. Es entonces cuando libero tus ojos, y en la penumbra notas algo oscuro que cubre tu piel. Me miras alarmada pero, por toda respuesta, lamo un poco de tus pechos y te doy un profundo beso. ¡Chocolate! Exclamas. Y noto como te relajas. Es entonces cuando comienzo a lamerte entera, todo tu cuerpo, lentamente, sin dejarme ni un centímetro. Te saboreo y te devoro, pues eres el más exquisito manjar que he probado nunca.

Finalmente acabas húmeda, no solamente por mi saliva evaporándose lentamente sobre ti, sino también por toda la humedad que emana de ti. Deseas tener un orgasmo. Deseas liberar toda la excitación que he provocado en ti, dejar que estalle y recorra vibrante todo tu cuerpo. ¿Cuándo te he puesto las cosas tan fáciles? Comienzo a palpar tu clítoris, lentamente, mientras la humedad lubrica mis dedos. Noto como tu respiración se agita, como tu temperatura aumenta por momentos, como cierras los ojos de placer. Y me separo de ti. Gimes, lloras y te retuerces agonizante, pidiéndome que continúe, que te acabe. No me muevo, y te contemplo impasible. Me insultas, me amenazas, me dices que me arrepentiré. No me importa, disfruto viéndote así. Finalmente te tranquilizas, y es cuando vuelvo a la carga. Vuelvo a recorrer tus zonas intimas con los manos, con mis dedos, ágilmente, notando como cada vez sientes más placer, y de nuevo, en tu punto álgido, me vuelvo a separar, mientras te retuerces en la cama, con las manos inmovilizadas. Lloras y gimes, intentando frotar tus muslos para acabar lo que no te doy, pero es inútil, no lo consigues.

Y justo en el momento de mayor desesperación, me acerco a ti, hundo mi cabeza entre tus muslos y acabo con mi lengua lo que tu pretendías finalizar rozándote contigo misma. Saboreo tu orgasmo, noto como tiemblan tus piernas, como palpita tu cuerpo, y continuo así hasta que, rendida, caes en tu cama sin poderte mover. Durante unos minutos la única evidencia de que estas viva es tu pecho, que palpita agitado intentando proporcionarte aire, hasta que al cabo de unos minutos tu cuerpo se tranquiliza y recuperas el control de tu cuerpo. Me abrazo a ti, tiernamente, y poco a poco te quedas dormida entre mis brazos, sintiendo como mi calor y el tuyo se funden como quisieras que lo hicieran nuestros cuerpos.

A la mañana siguiente te despiertas sola, en tu cama, sin que puedas encontrar rastro de mi. Dudas de si todo ha sido un sueño o la más dulce de las realidades, pero no puedes estar segura. No hay ningún indicio de que haya estado ahí, y durante todo el día la duda te abruma la mente, sin que puedas alejarla de ti ni un instante. ¿Fui un producto de tu mente sedienta de placer? ¿O por el contrario fui tan real como el aire que respiras?

Es por la noche, al acostarte, cuando una pequeña mancha de chocolate sobre las sabanas te muestra la verdad...