Una nena indefensa fue mi perdición 2.
Malena se dedica a tontear conmigo en plan zorrón pero cuando intento acercarme a ella, me contesta en plan calientapollas sin permitir siquiera que la toque. Cada vez más cachondo, tengo que soportar que me deje al cuidado de su hija ¡Coño! ¡No soy su padre!
Durante una hora, recordar cómo había metido la pata con esa chavala, me hizo permanecer en mi habitación. Sentía que había perdido la oportunidad de seducirla por imbécil y eso me traía jodido. Cómo zorro viejo en esas lides, no comprendía mi comportamiento.
«La tenías a huevo y la has cagado», maldije más cabreado que abochornado.
Cualquier otro estaría muerto de vergüenza pero mi falta de escrúpulos hacía que únicamente me enfadara el haber fallado de esa forma tan tonta y no el haber ofendido a Malena. Para mí, esa joven madre seguía siendo una presa y no una persona con sentimientos que para colmo necesitaba ayuda. Me daba lo mismo que se hubiese sentido traicionada por mí cuando incapaz de contener mi lujuria, había llevado mis dedos hasta su pecho para recoger una gota de leche materna.
«Estaba cojonuda», sentencié y al rememorar su sabor, en parte, disculpé mi actuación al pensar: «mereció la pena y fue ella la culpable».
Justifiqué ese desliz, echando la culpa a Malena.
«¿No esperaría que me quedara mirando? ¿A quién se le ocurre ponerse a dar de mamar frente a un desconocido?».
Dando por sentado su responsabilidad, decidí que no tenía que variar mis planes: intentaría seducirla y si no podía, ¡la chantajearía con sus imágenes desnuda!
Acababa de resolver certificar mi inmoralidad cuando un ruido me hizo saber que esa incauta había vuelto a su cuarto. Sin rastro de remordimientos encendí el monitor y me puse a ver lo que estaba grabando en ese momento la cámara que tenía instalada en esa habitación.
«No me extraña que lo haya hecho, está buenísima», me dije al ver en la pantalla a esa muchacha entrando con su niña.
Reconozco que aunque en un principio era el morbo lo que me hizo permanecer atento a las imágenes, fue ver una sonrisa en su cara lo que realmente me obligó a mantenerme pegado al televisor.
«No parece cabreada», con nuevos bríos, concluí.
Esa conclusión se vio confirmada mientras le cambiaba el pañal al escucharla decir:
-No sabes la ilusión que me hizo comprobar que también te cae bien Gonzalo. ¿Te gustaría que fuera tu papa?
Esa inocente pregunta debió de despertar todas mis alertas pero debido a la atracción que sentía por esa preciosidad, lo único que provocó fue que se reavivaran con más fuerzas mis esperanzas llevármela a la cama.
Habiendo decidido reiniciar mi acoso, mi seguridad de tirármela se vio reforzada cuando a través de los altavoces, la oí comentar muerta de risa:
- Pobrecito, ¡no pudo resistirse a probar mi leche! Tenías que haberle visto la cara que puso, ¡hasta me dio pena echarle la bronca!
«¡Será puta!», exclamé al oírla, «¡Lo hizo a propósito!».
Sabiéndome engañado, decidí que iba a usar esa información para follármela y por eso salí de mi cuarto rumbo al salón con una sola idea en mi mente:
«Si esperaba seducir a un tipo tímido y apocado que le había prestado desinteresadamente su ayuda, no había problema: ¡representaría ese papel!».
Dejo que Malena siga con sus planes.
Asumiendo que esa cría no tardaría en intentar que cayera enamorado de ella, tranquilamente me senté a esperar a que Malena se tropezara en su propia trampa.
Tal y como había supuesto, no tardó mucho en aparecer por la puerta. Supe que estaba actuando cuando la muchacha que entró no era la desvergonzada de hacía unos minutos sino la Malena ingenua e indefensa que María me presentó. «Es una estupenda actriz», murmuré mentalmente al oír que me preguntaba si podía entrar.
-Claro. Ya te dije que esta era tu casa.
Mis palabras provocaron que una involuntaria sonrisa iluminara su cara. Por ello cuando se sentó junto a mí y simulando una gran vergüenza me pidió si podía prestarle otra camisa, no la creí.
-Voy a hacer algo mejor. Te voy a comprar algo de ropa mientras conseguimos recuperar la tuya- respondí adoptando el papel de caballero andante.
Leí en sus ojos la satisfacción que sintió al ver que todo se desarrollaba según sus planes y por eso me divirtieron sus reticencias a aceptar mi ayuda. Como os imaginareis no tuve que insistir mucho para que me acompañara de compras y al cabo de cinco minutos, me vi tomando un taxi con las dos rumbo al lugar donde había dejado mi coche la noche anterior.
Durante el trayecto, Malena estuvo todo el tiempo jugando con su nena e incluso me hizo partícipe de esos juegos haciéndome cosquillas. No me lo pensé dos veces e imitándola, busqué devolverle esas divertidas caricias. La joven madre, al sentir mis dedos recorriendo su cintura se lanzó sobre mí con gran alegría, sin importarle la presencia del taxista, diciendo:
-Estas abusando de que soy una mujer.
Tampoco le afectó que al ponerse a horcajadas sobre mí, su sexo se restregara contra el mío, ni que sus juveniles tetas revolotearan a escasos centímetros de mi cara. Esos estímulos hicieron que bajo mi bragueta, mi pene se alzara inquieto. Sé que esa bruja manipuladora se percató de mi erección porque mordió mi oreja mientras me decía:
-No te da vergüenza tratarme así.
Su descaro me hizo llevar mis manos hasta su culo y afianzándome en sus duras nalgas, colocar mi verga contra su coño. Durante unos segundos, esa guarrilla disfrutó con esa presión en su entrepierna pero una vez consideró que era suficiente, aparentando estar enojada, puso un gesto serio y se bajó de mis rodillas sin hacer ningún otro comentario.
«Ahora me toca a mí actuar», concluí viendo su actitud y simulando un arrepentimiento que no sentía, le pedí perdón por haber magreado su culito.
-No importa- contestó sin mirarme, fingiendo un enfado que no existía.
De manera que cada uno cumplimos con nuestro papel. Ella con la dulce e inocente joven atosigada por el destino y yo con el del tipo sensible pero susceptible de ser manipulado. Por ello, recogiendo a su hija, salimos a coger un taxi.
No fue hasta que el taxista nos dejó en mi coche y que ya estábamos en su interior, cuando poniendo un tono compungido esa cría me soltó:
-Soy yo la que te tiene que pedir perdón. Me olvido con facilidad que apenas nos conocemos y que al saber de mí, con mi comportamiento puedes pensar que soy una chica irresponsable. Lo siento, a partir de ahora, me comportaré manteniendo las distancias.
«¡Un óscar es lo que se merece!», sentencié al saber que de no haber visto y oído la charla de esa cría con su bebé, me hubiese tragado ese falso arrepentimiento. En vez de desenmascararla, cogiendo su mano, contesté:
-Para nada. Yo soy el culpable por no darme cuenta que, en tu situación, debo cuidar mis actos y saber que ante todo eres vulnerable.
Recibió con una alegría desbordante mis palabras y antes que pudiera hacer algo por evitarlo, se lanzó a mis brazos y depositó un dulce beso en mi mejilla mientras me decía:
-Eres todo un caballero.
En ese instante, me hubiese gustado en vez de caballero ser su jinete y desgarrando su camisa, cabalgar su cuerpo con lujuria. Previendo que no tardaría en hacer realidad ese deseo, arranqué el coche rumbo a una boutique que conocía…
Malena desfalca mi tarjeta de crédito.
Durante el trayecto, no pude dejar de mirarla de reojo y reconocer al hacerlo que esa cría tenía unas patas de ensueño. Apenas cubiertos por un diminuto pantalón, los muslos de Malena se me antojaron una belleza. Bronceados y sin rastro de vello, eran una tentación irresistible y un manjar que deseaba catar con mi lengua.
Os juro que mientras conducía, no podía dejar de imaginar cómo sería recorrerlos a base de lengüetazos. La chavala, que no era tonta, lo advirtió y deseando incrementar la atracción que sentía por ella, descalzándose, apoyó sus piernas sobre el salpicadero para que de esa forma lucir aún más la hermosura de sus pies desnudos.
-¿Verdad que tengo los muslos un poco gordos?- preguntó forzando de esa forma que la mirara.
-Eres tonta, los tienes preciosos- contesté tras darles un buen repaso.
Malena no se contentó con esa mirada y cogiendo mi mano, la puso sobre uno de sus jamones, diciendo:
-Toca. Fíjate y dime si están fofos.
Fofos, ¡mis huevos! Las ancas de esa muchacha estaban duras como piedras y para colmo su piel era tersa y suave. Durante unos segundos, acaricié esa maravilla y cuando no pude más, retirando mis dedos, exclamé muerto de risa:
-Niña, ¡no soy de piedra!-
Ella, ruborizada, respondió con voz dulce:
-Yo, tampoco.
Su respuesta me hizo girar en mi asiento y casi estrello el coche al advertir que bajo la tela de su camisa, dos pequeños bultos confirmaban sus palabras.
«Tranquilo, macho. Todavía no está lista, ¡síguele el juego!», me dije reteniendo las ganas de saltar sobre ella.
Afortunadamente, acabábamos de llegar a Serrano y por ello, pude aguantar el tipo y aparqué mi automóvil. Viendo que no salía, caballerosamente, abrí su puerta y la ayudé a colocar a su hija en el cuco. Cuando todavía no habíamos iniciado camino hacia la boutique, como si fuera algo habitual, Malena me cogió de la mano y con ella en su poder, se puso a caminar por la acera.
«Actúa como si fuésemos novios», me dije complacido al ver a cada paso más cercana la presencia de esa criatura en mi cama y sin poner ningún reparo a su actitud, la llevé calle abajo.
Con una soltura fuera de lugar, dejó que yo llevara la canasta del bebé mientras ella iba mirando los distintos escaparates que pasábamos. Al llegar a La perla, una lencería de lujo, se abrazó a mí buscando que sintiera como sus pechos se pegaban al mío, antes de decirme:
-Siempre soñé con tener una pareja que me regalara algo de esa tienda.
No tuve que ser un genio para comprender que implícitamente me acababa de decir que si quería hundir mi cara entre sus piernas, debía complacer ese capricho. Por ello, asumí que me iba a costar una pasta y a pesar de ello, contesté:
-No soy tu novio pero me apetece cumplir tu sueño.
-Gracias- chilló y demostrando su alegría, me dio un beso en los labios mientras me decía: -A este paso, vas a hacer que me enamore de ti.
Con el recuerdo de su boca en mi mente, la seguí por la tienda, temiendo por el saqueo que iba a sufrir mi cuenta corriente. Afortunadamente, estaban de rebajas pero aun así, os confieso que sudé al leer el precio del coqueto picardías que había elegido:
«Ni que fuera de oro», rezongué asumiendo que nada me iba a librar de pagar esos cuatrocientos euros.
Sin mirar atrás, Malena se metió en uno de los probadores dejándome con su puñetera cría mientras se lo probaba. La bebé, en vez de echar de menos a su madre, me sonrió. Enternecido con ese gesto, le hice una carantoña y cogiéndola en brazos, murmuré:
-La pasta que me va a costar tirarme a tu madre.
Adela, la niña, balbuceó divertida como si entendiera mis palabras y por ello, hablándola con dulzura, descargué mi cabreo diciendo:
-No te acostumbres. En cuanto me la haya follado, desapareceré de vuestras vidas.
Ajena a su significado, me devolvió una nueva sonrisa y por primera vez en mi vida, deseé tener algún día una hija que se alegrara de verme al llegar a la oficina. Estaba todavía pensando en esa “herejía” cuando escuché que su madre me llamaba y con ella todavía en mis brazos, me acerqué a donde estaba.
Confieso que estuve a punto de dejarla caer cuando descorriendo la cortina, Malena apareció luciendo el sensual camisón que había elegido. Aunque la había visto desnuda, la visión de verla ataviada únicamente con ese conjunto me hizo trastabillar y si no llega a coger ella a la niña, podría haber habido un accidente.
-¿Te gusta cómo me queda?- preguntó con una coquetería innata que solo tienen las mujeres que se saben irresistibles.
-Pareces una diosa- contesté con la voz entrecortada mientras fijaba mi mirada en los pezones que se entreveían tras el encaje.
Descojonada, me agradeció el piropo y devolviéndome a su retoño, se volvió a encerrar en el vestuario. Otra vez con su hija a solas, no pude retener mi imaginación y me vi dejando caer los tirantes de ese picardías mientras su dueña se entregaba a mí.
-Tu madre es una zorra preciosa. Espero que cuando seas mayor, no la imites- le dije al bebé mientras trataba de calmarme.
Los dos minutos que tardó en salir me parecieron eternos pero lo que realmente me dejó perplejo fue que al hacerlo, Malena devolviera esa prenda al perchero de donde la había tomado y con tono triste, se girara hacía mí diciendo:
-Gracias, pero es demasiado. No puedo dejar que te gastes tanto dinero en mí.
Hoy reconozco que lo hizo para darme pena pero las ganas de verla sobre mi colchón a cuatro patas luciendo ese picardías, me hicieron cogerlo y con él en la mano, ir hasta la caja y allí pagarlo. Al salir de la tienda con su sueño en una bolsa, se acercó y pegándose como una lapa a mí, me dijo:
-Eres el hombre con el que siempre soñé- tras lo cual poniéndose de puntillas, me besó nuevamente pero en esta ocasión, dejando que mi lengua jugara con la suya.
Contagiado por la pasión de esa mujer, mi única mano libre se recreó en su trasero sin que el objeto de mi lujuria pusiera ningún pero. De no haber tenido otra mano sosteniendo a su hija: ¡hubiera amasado con las dos esa belleza!
La dureza de esas nalgas me tenían obsesionado y por ello, tuvo que ser ella la que poniendo un poco de cordura, se separara. De haberse separado únicamente, no hubiese tenido motivo de enfado pero esa arpía una vez fuera de mi alcance, se echó a llorar diciendo:
-Otra vez me he dejado llevar. Pensaras que soy una puta y que te he besado para pagarte con carne tu regalo.
Por supuesto que eso pensaba pero reteniendo mi furia, contesté:
-Eso jamás. Eres tu quien me tiene que perdonar. Sé que no es el momento pero tengo que decirte que desde que te vi, me pareciste inalcanzable y al besarme, dejé salir la atracción que siento por ti.
Mi confesión era lo que Malena quería oír pero siguiendo con el plan que había fraguado, todavía llorando, me soltó:
-No estoy preparada para otra relación, por favor, ¡llévame a casa!
Adela, su bebé, me conquista y ella me ejecuta.
«¡Tiene cojones el asunto!», mascullé mentalmente mientras conducía de camino a mi chalet. El juego de seducción, al que me tenía sometido esa zorrita, me estaba empezando a cansar. Me tenía hasta los huevos, tener que disimular y aguantar que esa manipuladora siguiera comportándose como una cría ingenua, cuando me constaba su verdadero carácter.
«Todo sea por tirármela», sentencié echando los dados al aire, «cómo no caiga esta noche, ¡la violo!».
Mi cabreo se vio incrementado cuando al llegar a casa Malena desapareció rumbo a su habitación, dejándome por enésima vez al cuidado de Adela.
«¡Esto es el colmo!», me dije mientras veía a esa bebé durmiendo tranquilamente en el cuco, «¡No soy su padre!».
Sobrepasado por una responsabilidad que no era mía, cargué a su retoño y me la llevé al salón, donde dejándola en un rincón, me puse una copa que ayudara a tranquilizarme. Con el whisky en la mano, me puse a dar vueltas por la habitación. Estaba cabreado. Mis planes no iban todo lo bien que a mí me gustaría. Para empezar, ya me había gastado cuatrocientos euros en Malena y el único pago que había recibido había sido un beso.
«Joder, con ese dinero, ¡podía haber pagado una puta de lujo!», rumié mentalmente sin percatarme que me iba acercando al lugar donde dormía plácidamente la bebita.
Adela, ajena a lo que pasaba por mi mente, se desperezó en su cuna y abriendo los ojos, me miró con una ternura que consiguió que se me erizaran todos los vellos de mi piel. Jamás en mi vida, nadie me había contemplado así. Su mirada fresca y carente de malicia se iluminó al reconocerme, o eso pensé, y luciendo una maravillosa sonrisa, levantó sus brazos para que la cogiera.
-Eres una golfilla- susurré sacándola del capazo y poniéndola en mis rodillas.
Para entonces, mis reticencias habían desaparecido y con gusto, comencé a jugar con ella mientras la bebé no dejaba de balbucear incoherencias con su voz de trapo.
Sé que suena raro, pero esa criatura consiguió despertar en mí un sentimiento paternal del que desconocía su existencia y tengo que reconoceros que me encantó. Sí, ¡me encantó disfrutar de sus risas mientras le hacía cosquillas!
-¡Tu padre es un idiota!- comenté en voz baja al no comprender como era posible que las hubiese dejado tiradas a ella y a su madre.
La chavalita sin comprender mis palabras se rio a carcajadas al sentir mis caricias. Enternecido por esos momentos de genuina felicidad, tardé en darme cuenta de lo que le ocurría cuando de pronto la vi enrojecer y no fue hasta que llegó a mi nariz un olor nauseabundo, cuando comprendí que la niña había hecho sus necesidades sobre el pañal.
-¡Qué peste!- exclamé divertido al percatarme que nada malo le pasaba.
Sabiendo el motivo de esa pestilencia, me levanté en busca de Malena. Tras buscarla por la casa, me topé la puerta de su cuarto cerrada y a pesar de mis llamadas, no contestó.
«Coño, ¿ahora qué hago?», me dije al escuchar que incómoda con la plasta maloliente de entre sus piernas, Adela empezaba a llorar.
Los que como yo nunca hayáis sido padres comprenderéis mi desesperación. Con cada berrido de esa niña, mi nerviosismo se vio exacerbado y corriendo fui en busca de la bolsa donde su madre guardaba los pañales, pensando que no sería tan difícil cambiarla.
¡Difícil no! ¡Imposible! Lo creáis o no, recogiendo una muda y las toallitas con las que le había visto hacerlo a Malena, me dirigí al baño.
Para empezar, quien haya diseñado esos artilugios seguro que aprendió en Ikea. ¡No fue un genio sino un perfecto inútil!... ¡No os riais!... Me costó hasta despegar los putos celos que mantenía cerrado el pañal. Lo peor es que tras dos minutos aguantando los lloros, cuando lo conseguí, llegó hasta mí con toda su fuerza el aroma de su cagada.
¡Casi vomito! ¡Fue asqueroso! Aunque esa monada se alimentase únicamente de la leche de su madre, su mierda apestaba a muertos.
Asqueado hasta decir basta, separé las piernas de Adela e intenté limpiarla con tan mala suerte que fue justo cuando estudiaba de cerca como tenía que realizar esa titánica labor, esa preciosa cría decidió que había llegado el momento de vaciar nuevamente sus intestinos y un chorro de excremento fue directamente hasta mi cara.
-¡No me lo puedo creer! ¡Me ha cagado encima!- grité con repugnancia.
Como dictaminó Murphy: “Todo es susceptible de empeorar”. Y así fue, al tratar de retirar la plasta de mis mejillas, tiré el pañal y cayó en mis pantalones. Para colmo Adela, no contenta con ese desaguisado, vació en ese instante también su vejiga, de forma que sus meados terminaron todos en mi camisa.
-¡La madre que te parió!- grité y mirándome al espejó, caí en la cuenta que tenía que hacer algo.
No solo tenía que lavar a esa niña sino además darme un duchazo. No se me ocurrió mejor idea que abrir el grifo del jacuzzi y llenar la bañera.
-Vamos a darnos un baño- murmuré muerto de risa por el ridículo que estaba haciendo.
Tampoco me resultó fácil, desnudarme con Adela en mis brazos. Sin ningún tipo de experiencia, me daba miedo dejarla en algún sitio, no se fuera a caer. Tras unos instantes de paranoia, decidí poner una toalla en el suelo y depositar allí a la cría mientras me quitaba la ropa.
Una vez desnudo, tanteé la temperatura del agua y tras advertir que estaba templada, me metí en el jacuzzi con la bebé. Afortunadamente, sus lloros cesaron en cuanto se sintió en ese líquido elemento y como si no hubiese pasado nada, comenzó a reír dichosa.
-Me reafirmo, ¡eres una pilla!- suspiré aliviado.
La algarabía con la que se tomó ese baño se me contagió y en menos de dos minutos, empecé a disfrutar como un enano en el Jacuzzi. Atrás quedaron la repulsiva sensación de ver mi rostro excrementado, solo existía la risa de Adela.
Justo cuando más me estaba divirtiendo, de pronto escuché desde la puerta una pregunta indignada:
-¿Qué haces con mi hija?
Al darme la vuelta, me encontré con una versión de Adela que no conocía. La dulce e ingenua, así como la manipuladora, habían desaparecido y me encontraba ante una loba protegiendo a su cachorro. La ira que irradiaba por sus poros me hizo saber que en ese momento yo era, para ella, un pederasta abusando de su cría. Totalmente cortado, le expliqué lo sucedido y como había terminado cagado de arriba abajo. Mis sinceras palabras tuvieron un efecto no previsto porque una vez se dio cuenta que no había nada pervertido en mi actuación, la muy cabrona se lo tomó a cachondeo y sentándose en la taza de wáter, se empezó a reír a carcajada limpia de mí.
Su recochineo me cabreó y más cuando ese engendro del demonio viendo mi turbación se dedicó a mirarme con descaro, tras lo cual, descojonada me soltó:
-Para ser casi un anciano, estás muy bueno desnudo.
Instintivamente me tapé y Malena al comprobar mi reacción, decidió incrementar su burla diciendo:
-¿Temes que intente violarte?
Enojado, contrataqué:
-¿Te parece normal estar ahí sentada mirando a un desconocido mientras se baña?
Muerta de risa, contestó que tenía razón y fue entonces cuando nuevamente me dejó perplejo al levantarse y dejar caer su ropa mientras me decía:
-Hazte a un lado para que quepamos los tres.
Confieso que no me lo esperaba y por ello solo pude obedecer mientras mis ojos se quedaban prendados con los impresionantes pechos que lucía esa nada indefensa damisela.
-¿Qué haces?- alcancé a decir cuando sin pedir permiso se acomodó a mi lado en la bañera.
Con una sonrisa de oreja a oreja, me respondió al tiempo que me quitaba a su Adela de las manos:
-Bañarme con mi hija y con un desconocido.
No sé qué me impactó más, si su desfachatez o la suavidad de su piel mojada contra la mía. Lo cierto es que como un resorte, mi verga se empinó entre mis piernas, dejando claro a esa arpía la atracción que sentía por ella. Malena no se dejó intimidar por mi erección y haciendo como si no se hubiese enterado, buscó su contacto jugando con la bebé. Ni que decir tiene que puedo ser burro pero no idiota y rápidamente comprendí que esos toqueteos, de casuales no tenían nada.
«¡Quiere ponerme cachondo!», exclamé para mí al notar que disimuladamente restregaba mi pene con uno de sus muslos.
La situación me tenía confundido y por eso poca cosa pude hacer cuando, incrementando exponencialmente su acoso, se colocó entre mis piernas. Reconozco que para entonces mi temperatura era mayor que el del agua pero me reconoceréis que era lógico, ya que en esa postura su trasero entraba en contacto con mi miembro.
-¿No te parece que te estás pasando?- pregunté.
Hipócritamente me contestó mientras apoyaba su espalda contra mi pecho:
-Solo somos dos adultos bañando a un bebé.
Lo irónico del asunto fue que, desde que conocí a esa mujer, había deseado tenerla desnuda entre mis piernas pero en ese momento, estaba avergonzado. Desconozco si mi cortedad fue producto de la presencia de su hija o por el contrario, lo que me ocurrió fue consecuencia de que ella llevara la iniciativa. La verdad es que no supe qué coño decir cuando Malena aprovechó mi “timidez” para colocar mi pene entre los pliegues de su sexo.
Ese acto disolvió todos mis reparos y llevando mis manos hasta sus pechos, besé el lóbulo de su oreja mientras susurraba en voz baja:
-Para ser casi una chiquilla, tienes unas tetas impresionantes- y recalcando mi admiración con hechos, con mis dedos empecé a recorrer sus pezones.
Sus areolas se erizaron de inmediato y su dueña aunque no dio muestra de rechazo, tampoco hizo ningún gesto de aceptación. Su falta de respuesta azuzó mi lado perverso y dejando caer mi mano, me aproximé a su coño.
-Cariño, nuestro caballero andante está siendo travieso- comentó a su hija al notar que mis dedos habían sobre pasado el bosquecillo perfectamente delineado y estaban separando los labios de su vulva.
Su implícita aceptación me permitió rebuscar y hallar el botón que se escondía entre ellos. Una vez localizado, con mis yemas me dediqué a acariciarlo mientras esperaba una reacción por su parte.
-Umm… está siendo muy travieso- gimió sin reconocer que era lo que deseaba.
Sabiendo que no había marcha atrás, me puse a masturbarla mientras con la otra mano pellizcaba suavemente sus pezones. Durante un par de minutos, Malena se dejó hacer hasta que, ya excitada, comenzó a restregarse contra mi verga con un movimiento de vaivén que me dejó encantado.
-¿Te gusta mi lanza?-pregunté siguiendo su broma.
-Mucho- murmuró fuera de sí.
Ratificando su afirmación, cogió mi ariete y presionándolo contra su coño, inició un lento cabalgar dejando que se deslizara una y otra vez por sus pliegues sin llegar a meterlo. La sensualidad del momento fue tal que no quise romperlo tratando de follármela sin más y por ello, gocé con la mutua paja que ambos nos estábamos regalando sin quejarme. También he de reconocer que aunque me daba morbo que Malena tuviese sobre su pecho a su hija, la presencia de ésta me hizo ser más precavido y no intentar forzar más allá de lo necesario.
-Nuestro caballero andante está siendo muy malo con tu mamá- rezongó presa del deseo como si hubiese escuchado mis pensamientos.
Adela, ajena a lo que realmente estaba ocurriendo, acercando su boca al pecho de la mujer, se puso a mamar.
-¡Dios!- sollozó su madre al sentir ese nuevo estímulo y mientras mis dedos la masturbaban y ella se restregaba contra mi polla, soltó un aullido y se corrió.
Lo creías o no, a pesar de estar inmersos en la bañera, fui consciente de su orgasmo al sentir su flujo impregnando toda mi verga con su característica densidad, muy diferente a la del agua y contagiándome de su placer, el inhiesto cañón de entre mis piernas escupió blancos obuses que quedaron flotando por la bañera.
Malena al recuperarse y ver esa nata sobre la espuma, se echó a reír. Para acto seguido, darme un beso rápido en los labios y levantarse junto con Adela. Ya desde fuera del jacuzzi, me dijo muerta de risa:
-Gracias por el baño. Nos vemos a la hora de comer.
Tras lo cual salió corriendo rumbo a su habitación, dejándome totalmente insatisfecho, solo pero sobre todo perplejo y por ello no pude más que mascullar:
-¡Será puta! ¿Y ahora qué hago para bajar mi erección?- porque aunque me acababa de correr, eran tanta mi calentura que mi pene no se me había bajado.
Sabiendo la respuesta, me puse a pajearme mientras pensaba en esa nada ingenua y manipuladora muchacha…
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MALENA MORGAN