Una nena cada vez más nena

María Yolanda, hombre casado, continúa con su travestismo, sintiéndose cada vez más nena.

No podía creerlo. Allí estaba yo en el papel de sirvienta lavando los trastos que habían quedado de la noche anterior. La peluca corta de pelo rubio y liso con un moño blanco encima, mis labios pintados de color rojo fuerte, el rubor de mis mejillas, más rojo que rosado, una suave sombra en mis ojos con pestañas postizas, los aretes de presión, en forma de rosas de color rojo, en el lóbulo de mis orejas, el lápiz para cejas las delineaba en coqueta posición, ya que las tenía un poco depiladas, una gargantilla dorada en mi cuello, la pulsera en mi mano izquierda, eran los accesorios que resaltaban en parte mi carácter femenino. Digo en parte porque las prendas que cubrían mi cuerpo indicaban que la mujer que existía en mí había salido de nuevo a flote, en estos momentos como una sirvienta: medias negras cubrían mis pies con sus uñas un poco largas pintadas de rojo, así como el resto de mis piernas depiladas y parte de mis muslos, ya que allí unos lindos ligueros de color rojo las sujetaban arriba de los muslos; unos pantis rojos transparentes cubrían mis partes íntimas, pero el hilo dental dejaba al descubierto mis dos nalgas, para que finalmente un delantal de plástico me cubriera por delante dejando al aire mi espalda y mi trasero. Unos brassieres rojos, abiertos por delante para dejar salir las tetas que aún no tenía y que mi esposa me había comprado, dado que eran de talla pequeña me apretaban y un remedo de teticas se asomaban por la abertura. Mis pies descansaban sobre unos zapatos negros descubiertos, tipo plataforma, con una correa que pasaba sobre mi pie y otra que se enroscaba en el tobillo, resaltando la hembra que, en esos momentos como sirvienta, quería mostrar su transformación sin pudor alguno, sólo con el deseo de ser una nena.

De vez en cuando mi esposa me permitía ser mujer aunque no fuera en la última semana del mes. Esa era una de tales ocasiones. La noche anterior habíamos recibido en nuestro apartamento la visita de unos amigos que invitamos. Luego de irse quedó una buena cantidad de platos y vasos sucios, así como ceniceros con colillas. Al día siguiente era sábado y la empleada del servicio no iba los fines de semana. Antes de acostarnos mi esposa me dijo que estaba muy cansada y que se estremecía de sólo pensar en todo lo que había que limpiar sabiendo que nuestra empleada Laura no llegaría a hacer el aseo. Maliciosamente sonrió y me dijo: "Bueno, pero no hay que olvidar que en esta casa hay otra mujer, ¿o no querida?". Me quedé en silencio. "Responde querida, no te quedes callada, ¿eres o no una mujer?", insistió. "Sí, sabes que sí", le contesté. "Ya lo sabía, no eres más que una nena. Pero no puedes ser nena sólo para exhibirte. No muñeca, debes aprender muchas cosas de nosotras las mujeres. Así que mi nenita se vestirá mañana como sirvienta. Afortunadamente tengo quien reemplace a Laura. Arreglarás todo que quede bien limpio. Si algo queda sucio te castigaré. Te sentirás sirvienta y eso serás. Luego de que arregles todo, me llevarás a la pieza un buen café. ¿Oíste nenita?", terminó preguntando. "Sí, amor, así lo haré. Me siento contenta que me tengas en cuenta. Todo el día seré una mujercita", contesté volteándome y quedando inmediatamente dormido, mejor dicho, dormida.

Ya había lavado buena cantidad de platos. Iba por ellos a la sala tongoneándome como toda una hembra, moviendo las nalgas con un contoneo simplemente agradable. Sí me sentí muy bien moviendo las nalgas con un quiebre morboso. Me imaginaba que alguien me estaba observando y excitándose con esa travesti que hacía poses para sentirme más y más nena. Cada vez, ya lo había notado, gozaba más del papel de mujer, ansiando estar cada día más femenina, más nena, más hembra. Me daba cuenta que la mujer que había encontrado en mi interior a veces se apoderaba con fuerza de mi carácter aunque, debo decirlo, no deseaba ser una mujer por completo. Me sentía muy bien en el papel de hombre, pero sabiendo que tenía la oportunidad de dejarlo atrás y gozar como mujercita cuando me transformaba. Diría que era una doble personalidad: hombre y mujer juntos. Cuando me sentía mujer soñaba con encontrarme con otras como yo en una agradable reunión, o bailar como mujer en una discoteca, o colocarme un lindo vestido de baño y nadar delante de todos como María Yolanda. En fin, la verdad es que en esos momentos no me importaba ni me preocupaba ser una nena porque, la verdad sea dicha, sí era una nena. Había algo más: el papel de sirvienta lo estaba sumiendo también con ganas. Así que continúe con las labores que me había encomendado mi esposa, terminando de lavar los platos, vasos y ceniceros. Luego hice el café.

Estaba llevándole el café a mi esposa cuando ella salió de la pieza. Tenía puesta una piyamita rosada completamente transparente, sus tetas colgando porque no tenía brassieres, cucos blancos y unas sandalias de caucho rojas. "Espera querida, me tomaré el café en la sala. Voy a revisar tu trabajo", me dijo mientras se adelantaba mostrando sus nalgas y la mitad de los cucos metida entre ellas, es decir, casi dejando una nalga al aire. Su imagen me excitó y deseé comerle ese esplendoroso culo que tenía. "A ver niña, dame el café como una nenita", ordenó mientras se sentaba. Caminé hacia ella con un suave contoneo. "Parece que estás aprendiendo. ¿te imaginas querida donde nuestros invitados de anoche te vieran así? ¡Qué vergüenza tener que reconocerles que no eres mi esposo sino mi esposa!. Te cuento muñequita que a veces me da rabia saber que eres una loca y que tengo que esforzarme para aguantarte, pero otras veces me excita verte como mujer.

Vamos a la cocina a verificar tu trabajo", fueron las palabras que pronunció con dulzura. "Sí, parece que hiciste un buen trabajo. Estás tan buena como Laura. Así me gusta Mari", dijo al mismo tiempo que continuaba: "Espérame en la sala que voy a orinar". Me fui para la sala y no había llegado cuando oí su grito: "Mari, ven acá rápido". Me devolví al baño social y encontré a mi esposa parada en la puerta con los brazos en su cintura: "¿Qué es esto? ¿Acaso creías que tu trabajo no era arreglar todo y dejarlo bien limpio", fue su regaño. Me había olvidado de arreglar el baño social. Se veía sucio en el suelo por las pisadas de nuestros invitados, incluso había colillas de cigarrillos en la taza, seguro fruto del licor, hasta se veían algunas gotas de orín, ya secas, sobre la taza del sanitario. "Anda por las escobas y limpias bien esta porquería", me ordenó. Fui por ellas. Barrí el baño, lo trapeé y sequé la taza del inodoro mientras mi esposa me miraba. "Llévalas de nuevo y ven", fue todo lo que me dijo. Al regresar de nuevo al baño me ordenó que le quitara los cucos y la pijama. Así lo hice. Quedó desnuda sólo con las chanclas de caucho en sus pies. Se veía hermosa. Se sentó en la taza y comenzó a orinar con un fuerte chorro mientras me decía: "Te voy a castigar por el mal trabajo que hiciste.

Aprenderás a ser sirvienta, por las buenas o por las malas. Ven sécame la chocha que ya acabé para que vamos a que recibas tu castigo". Con el papel higiénico la limpié, y luego de soltar el sanitario salimos las dos. Ella adelante moviendo su culo. Yo detrás. Llegamos a la cocina, me hizo quitar el delantal. "Ponte en cuatro patas puta. Tengo muchas ganas de castigarte. No, así no. Mira putica, pon las manos sobre la barra del fogón, así, sí, así está bien. Quédate en esa posición", dijo mientras sacaba algo de la alacena. Allí estaba yo exhibiendo mis nalgas y esperando. Vi que era un matamoscas de plástico que terminaba con una rejilla. Comenzó a pegarme en las nalgas. "Muévete nena, ¿te gusta?. Vas a aprender mariconcita. No eres más que una nena", decía mientras lanzaba el matamoscas sobre mis nalgas. "Ay...ay...sí pégame mami, pégame...ay..ay.", decía yo con voz quebrada de loca mientras movía una y otra nalga y mis manos agarraban la barra del fogón. "Te castigo por mala sirvienta y también por más. ¿Sabes por qué?. Porque no eres más que una nena, una loquita, una mariquita", repetía mientras me pegaba. "Sí, sí, ay..ay...soy una loca...ay...ay...soy loca...soy loca...soy la nenita de esta casa...ay...ay...soy una mujercita...ay...me gusta ser mujer...ay...ay...soy una nenita...una nenita...ay...ay...sí, sí...dame que soy una loca...sí...loca...loca...ay...ay...soy la loca de la casa...ay...soy nena...soy nena...ay...", repetía yo una y otra vez con una voz completamente de maricona, de travesti loca, de la mariquita que era. Mi esposa me pegaba más. "Sí...sí...ay...ay...ayyyy...soy mariposa....ay...una mariposa...ay..ay...ay..soy mariposa...soy....mariposa... ay...ay...ay..ay...soy...mariposa... mariposa...mariposa...ay...ay..ay...", volvía de nuevo a repetir mostrando mi gusto y mi dolor. Mi esposa descansó y me hizo quitar los pantis. Mi clítoris saltó mojado. Sentí sus manos acariciando mis nalgas. Luego las abrió y tocó mi ano. "¿Qué es esto?", preguntó. "Mi culito", le respondí. "No nenita, esto es tu chochita, tu chimbita. Aquí es la vagina de ustedes las locas. ¿Cuándo vas a aprender que no tienes culito sino chimbita, ah?", replicó mi esposa. "A ver, veamos cómo está esta chochita", dijo al tiempo que metía un dedo.

Lo sacó y me hizo chuparlo. Con mi boca aprisionaba su dedo y ella con la otra mano comenzó de nuevo a calentar mis nalgas. "Ven muñequita, ya te he castigado lo suficiente. Vamos a la sala me harás el amor pero por la chimba, nada de culo ahora, ese lo tendrás luego", dijo cogiéndome de la mano. Las dos caminamos hacia la sala besándonos y acariciándonos. Yo estaba muy excitada. Mi esposa se sentó aún con sus chanclas en los pies. "Ven mamita. Chupa esta chimba que no tienes". Me arrodillé y comencé a mamar y a mamar. Esta toda mojada. "Oh, oh...sigue nena...sigue...cómo mamas de rico...sí...sí, eso, así..cógeme el gallito...oh...oh...rico...chupa, eso, chupa, mama putita, oh.... mi linda putita...oh..oh..", gemía mi esposa. Yo tenía mi cara mojada de su fluidos, me separé y subí hasta su boca. Nos unimos con nuestras lenguas. "Ámame muñeca, ámame", gimió. Metí mi gallo en su cuca iniciando un movimiento de mete y saca. Yo hacía poses con las manos y gemía como ella. Me sentía la nena más feliz del mundo. Mi esposa empujó su cuerpo hacia mí y apretó su cuca contra mi gallito.

"Cógeme las tetas muñequita, apriétalas...eso...eso...así...ah..ah...sí..sí..aprieta las tetas...mira cómo se ven...oh, qué tetas...¿quieres tener tetas?...oh...oh...quiero verte con tetas..si...sí...quiero verte con tetas...que seas mi mujer...mi esposa...ah...ah...qué rico...sólo te faltan tetas...ah...ah...coge esas tetas, cógelas que son tuyas amor, mamita...ah...me siento tan puta...ah...", eran las palabras que pronunciaba mi esposa en medio de su excitación. Yo también estaba muy excitada: "Si mami...sí...voy a tener tetas...sí quiero tetas...oh mami...oh mi amor...¿te imaginas yo con tetas? Toda una mujer...ah...ah....quiero tetas...quiero tetas...ah...ah...tetas como las tuyas...lindas...ah...ah...". Mi esposa alzó sus piernas cruzándolas sobre mi espalda, una de las chanclas se cayó. Aumentó sus movimientos. Yo hice lo mismo. "Me vengooooooo...me vengoooo", grité soltando la leche a borbotones. Mi esposa no había llegado aún al orgasmo así que aceleró más, apretó su chimba con más fuerza, cogió mi cabeza y se movió como una locomotora en círculos, apretando y apretando, exprimiéndome. Yo estaba ya cansada pero hice el esfuerzo para que ella culminara. Hasta que lo hizo en medio de gritos. Descansamos un rato. "Lo de las tetas era por la excitación. No quiere verte con tetas", me dijo. "Yo tampoco las quiero, así estoy bien como mujer", le contesté. Sabía que mi esposa había aceptado mi travestimo, pero no hasta qué nivel. Yo la amaba y deseaba continuar con mi matrimonio. No sabía, tampoco si mi esposa, al menos de forma inconsciente, se sentía desengañada. Algunas veces sus palabras así me lo hacían ver, pero otras indicaban que me entendía y que me aceptaba en lo que me había convertido. Yo quería seguir siendo hombre pero al mismo tiempo, en perpleja contradicción, deseaba, más que ser, sentirme mujer, toda una mujer.

Me bañé primero que ella. Todo el día sería una mujer. Estaba contenta por poder dejar que María Yolanda tuviera su día. Una vez que me sequé me puse unos pantis blancos y me miré en el espejo. Me sentía divina ya que el cuerpo lo tenía todo depilado. Habíamos comprado una crema depiladora, que me ayudó cuando me rasuré. Miré mis piernas sin pelo alguno. Alcé los brazos y observé con alegría las axilas sin rastro de pelo. Mi esposa entró al cuarto y me vio. "Estás hermosa", dijo. "Gracias querida", respondí mientras giraba y veía mis nalgas turgentes en el espejo. Éste reflejaba una mujer. Suavemente sobre mi nalga derecha, en la parte de arriba, pegué una calcomanía con figura de mariposa. "Te gusta hacer poses y sentirte mariposa, ¿cierto muñeca?", afirmó y preguntó mi esposa sonriendo.

"Sí, me gusta verme como nena", respondí. Antes de entrar al baño a bañarse me preguntó que cuál peluca me iba a colocar, a lo que le respondí que no me iba a poner en el día porque me cansaba. Mi esposa entró a bañarse. Yo seguí con mis arreglos. Acomodé mi gallito entre los cucos, hacia abajo para que no se notara el bulto que mostraba al hombre. Hoy no quería ser hombre, simplemente una mujer. Me coloqué unos brassieres transparentes y dentro unas cocas blancas de relleno. ¿Cómo sería con unas tetas de verdad?, pensé, pero dejé rápidamente ese pensamiento y me concentré en el resto de mis prendas. Unos jeans capri, la bota llegaba un poco más debajo de mis rodillas, me daban un aire muy femenino porque las piernas depiladas no se cubrían del todo y mi culo quedaba completamente forrado ante la estrechez de los jeans. Luego me cubrí con una camisa blanca semitransparente que me llegaba hasta el ombligo. Inicié el maquillaje pintándome los labios con un tono violeta, dándole a mis ojos una sombra del mismo color. Delineé mis cejas con un buen lápiz negro. Una pulsera dorada con aros colgando adornó mi mano izquierda porque en la derecha me puse un reloj de mujer pequeño con correa de color rosado. Cada paso me hacía sentir más mujer.

Saqué del closet unas candongas largas que instalé en mis orejas. Volví al closet a buscar un par de zapatos. Tenía bastantes, de diferentes estilos. Poniéndome un dedo en la comisura de mis labios hice un mohín femenino que me mostraba pensativa. ¡No sabía cuáles ponerme! ¡Eran todos tan lindos! Para la ocasión, vestida como estaba de sport, había varios pares que me harían juego. ¡Estaba tan indecisa!. No sabía si esperar a que mi esposa saliera del baño y me aconsejara. Miré las sandalias blancas de tacón alto, los dos pares de tenis, unos rosados y otros blancos, unas sandalias campesinas lisas de cabuya, azules con florecitas verdes, descubiertas sólo en la punta y en el talón, unos zapatos de tela con plataforma. Estaba que me decidía por las sandalias campesinas o los tenis rosados, ya que sin tacón me permitirían contonearme más a mi agrado, y además iba a estar en casa de un lado para otro. "¿Qué piensas querida?", dijo mi esposa que salió del baño envuelta en una toalla y me vio allí pensativa. "Ay cielo, no sé cuáles zapatos colocarme", respondí. "Deja a ver muñeca yo miro", dijo mi mujer. Se acercó y me preguntó: "¿Algunos en especial?". "Estoy indecisa entre los tenis rosados y las sandalias de cabuya", respondí haciendo posesitas. "Ponte las sandalias de campesina. Te verás preciosa", dictaminó. Así lo hice. Y ya vestida caminaba de un lado a otro moviendo mis nalgas y sabiendo que se veían lindas en los apretados jeans. "Tienes culo de mujer", señaló mi esposa. "Oh, gracias, ¿te parece?", dije con mi voz quebrada, mientras salía de la pieza a prepararme un café y fumarme un cigarrillo. Iba en la mitad del cigarrillo cuando llegó mi esposa. También se había puesto unos jeans forrados, una blusa roja y sandalias de tacón blancas. Estaba preciosa. Éramos dos mujeres solas. Me puse a leer el periódico cruzando las piernas como una damita. Mi esposa se puso a coser. Pasamos la mañana haciendo distintos quehaceres, yo siempre con mis quiebres y caminado de nena. Pedimos una pizza para almorzar y luego hicimos la siesta.

Ya al atardecer, luego de pasar la tarde viendo televisión, me acerqué a mi esposa que estaba en la cama conmigo, ambas sin zapatos, y comencé a abrir la correa de sus jeans y a bajarle el cierre. Metí una de mis manos dentro de sus pantis y la dirigí hacia sus nalgas abriéndolas suavemente mientras la besaba. Ella hizo lo mismo conmigo. Mi dedo tocó su ano y lo abrió para introducirse en su culo.

Mi esposa hizo lo mismo. Así con los dedos en nuestros culos iniciamos un intercambio de lenguas. Ambas gemíamos y suspirábamos. Luego ella se soltó, se quitó los jeans, la camisa y se colocó los zapatos. Se levantó y caminó moviendo sus nalgas. "¿Así quieres verte querida?. Mírame muñeca", dijo mientras movía su cuerpo en un cadencioso baile. Se volteó mostrando su cuerpo desnudo y exhibiendo sus nalgas. Se movía y se movía en ese erótico y silencioso baile. Abrió sus nalgas con ambas manos dejando ver su arrugado ano al tiempo que seguía con sus movimientos. "Ven mami, desnúdate, ponte unos zapatos de tacón alto y bailemos juntas", habló ya con voz excitada. No me hice rogar. Me puse unos zapatos de tacón dorados, tal vez con los tacones más altos que tenía, cogí una peluca pelirroja que instalé sobre mi cabeza y un cinturón negro sobre mi cintura. Así, desnuda, con el solo cinturón, caminé hacia ella con mi clítoris completamente erguido. Sin acercarme del todo comencé a moverme como una mujer "striptisera", imaginándome que estaba en un show de travestis con el público lanzándome miradas morbosas de deseos.

Una de mis manos agarró mi gallito masajeándolo suavemente. "Soy una nena..soy una nena...soy la nenita...ah...ah...me siento divina...ah....divina...ah...ah...", gemía yo mientras contorsionaba mi cuerpo en vulgares y obscenos movimientos. Mi esposa me miraba al tiempo que sus manos acariciaban su cuca y gemía. Me volteé para que mi esposa viera mis nalgas con su movimiento maricón. Las abrí y también le mostré mi huequito trasero, mi culito, mi chocha. Ella se acercó y con una mano cogió mi gallito. "Ya sé que esto no es un chimbo, es un gallito, es el clítoris de mi nena. A ver cariño, haz poses de nenita", me rogó. Yo le hice caso y movía cuerpo y manos como una loca. Sí, era una loca y me gustaba aceptarlo y quería que me dijeran loca. María Yolanda estaba en mí, yo era María Yolanda, nadie más y no me importaba nada. Continué con mis movimientos y poses mirándome en el espejo. "Soy divina...ah...ah...qué placer...soy una loca....mira mi clítoris...", decía al mismo tiempo que me veía en el espejo y le lanzaba besos a la imagen de la mujercita que se veía en él. Mi esposa se acercó de nuevo, me hizo sentar en la cama, frente al espejo de la consola, se arrodilló, para luego con su boca tomar mi gallito y mamarlo, sacando de vez en cuando la lengua para pasarla de arriba abajo en un vulgar lameteo. La separé suavemente. Ella seguía arrodillada mirándome y pajeándose. Alcé mis piernas con mi gallo entre mi mano derecha.

Una imagen excitante: yo misma veía cómo mis piernas alzadas se movían, poniendo fija mi mirada en mis pies con los zapatos dorados. Las palabras seguían saliendo: "Oh...oh...mira cielo qué pose...soy una mujer...soy mujer...quiero que me coman...ah...ah..quiero que me coma un macho...quiero que me haga su mujer...ah...ah...oh...déjame amor que me coman...ah...te lo suplico...". Palabras que me surgían y me asustaban porque le estaba diciendo a mi esposa qué quería. Ella estaba muy excitada. "Síguete moviendo preciosa...ah..ah..sigue así cabrona, putita, mi nenita...ah...sí...". Fue su respuesta sin mencionar nada de lo que le había dicho. Ella se paró y se volteó dándome la espalda. "Quieres mi culo muñeca?", preguntó abriendo sus nalgas. No esperó mi respuesta sino que fue asentando su culo sobre mi gallo sin vaselina. Sentí cómo su ano tocaba la punta de mi clítoris y se distendía para recibirlo. Se empaló del todo al sentarse sobre mí. "Ah mami mía...qué placer...oh...sí, rico...qué culiada...cómete el culo querida...ah...es tuyo, dale mamita", gritó mi esposa. En verdad eran gritos de placer.

Debía sentirse muy bien así empalada completamente, traspasada, ensartada con mi gallo metido. "Qué culiada. Siento tu gallito que me sale por la garganta....ohhhh.....ohhh...ah..ay mami, qué placer..ahhhh", gemía mi esposa al subir y bajar su culo, subía y bajaba. Yo alcanzaba a mirar por el espejo su cara de excitación. "Soy puta...ah...sí una puta, quiero ser puta....bien puta...ahhh..somos dos putas....ahh..qué es esta dicha...ahhh", volvía a repetir mi esposa. "Mira mami, mira", dijo de pronto. Se había alzado las piernas pasando las manos por debajo de ellas. Se veía en el espejo se culito abierto por mi gallo y su chimba mojada. "Mira qué vulgaridad...oh..cómo me veo de ensartada...oh, oh...qué belleza...mira mi ano abierto...oh...oh..qué vulgaridad...soy puta requeteputa...ahhh..mira...mira nenita...", dijo completamente excitada. Y en verdad la imagen era obscena. Soltó sus piernas y las apoyó de nuevo en el suelo, me senté aún con ella empalada, pasé mis manos por delante a apretarles las tetas. "Muévete amorcito que estoy muy excitada", le dije con voz floriada. Ella comenzó un vaivén de arriba abajo, empalándose una y otra vez. Yo me quedé quieta lanzando expresiones que nos excitaban a las dos: "Sí...sí...perfórate cielito...ah, ah, qué culo tan divino...ahhh...dale amorcito, cómete este gallito..eso...eso...así...uf, uf, rico, rico, rico...ah...oh...ahhh...". MI esposa subió casi sacándose mi gallito y luego con fuerza se sentó en él. Las dos explotamos en medio de nuestros gritos: mi voz de nena maricona y su voz de mujer. Luego de habernos venido mi esposa siguió sentada completamente empalada. "Ah, se siente tan bueno...es tan bueno...", y comenzó de nuevo a rotar sus caderas mientras apretaba sus tetas. A mí me dolía el gallito, debía estar rojo de la presión, además estaba cansada, pero me aguanté hasta que mi esposa obtuvo un nuevo orgasmo. Se levantó con mi leche saliéndole por el culito. Mi gallito estaba en la cabeza amarillo de la mierda de mi esposa, en verdad se había empalado hasta el fondo.

Las dos nos bañamos juntitas y nos pusimos nuestros piyamitas. Escogí una verde transparente que mostraban mis pantis blancos. Así me tiré en la cama para dormir. Me sentía mujer y estaba feliz de que mi esposa me dejara serlo. ¡Todo un día como mujer!. Desde el amanecer hasta al anochecer. ¡Increíble!. Sólo me faltaba probar una buena verga, conocer un macho que me hiciera mujer. Traté de insinuarle a mi esposa. Ella me dijo simplemente que no. Podía ser mujer con ella pero con nadie más. Yo sabía para mis adentros que o la convencía o le sería infiel porque estaba desesperada por tener un hombre que me hiciera suya. Así me dormí.