Una mujer para las hienas

Someterme sin preguntas. Ese era el trato. Los cinco religiosos querían levantar sus vergas bendecidas y violatorias contra una mujerzuela y traspasar las barreras de la represión flagelante de sus penes en ebullición. Yo lo sabría después.

Someterme sin preguntas. Ese era el trato.

Los cinco religiosos querían levantar sus vergas bendecidas y violatorias contra una mujerzuela y traspasar las barreras de la represión flagelante de sus penes en ebullición.

Yo lo sabría después.

Me calcé mi corset encintando mis senos exultantes, hasta la máxima opresión. La sensación de que el corset desbordaba me excitaba, subí mi pequeña tanga negra y sedosa que me calzaba profundo y abroché una falda tan ceñida que se trepaba a mi cadera con solo dar dos pasos. Cuando ajusté el cierre de mis altas botas acharoladas y caminé con mis tacones, ya no había retorno, mi cuerpo estaba entregado morbosamente a lo que esos varones dispusieran. El que me contrató telefónicamente era un hombre de voz áspera que cerró el trato diciendo -Los estaré mirando.

Cuando entré en el tétrico mausoleo del cementerio, daban las 23 hs en punto.

Apenas atiné a cerrar la puerta, tuve encima diez manos libidinosas que me pusieron de espaldas, vulnerándome. Arrancaron, deabrocharon, tironearon, y me arrebataron todo, con torpe ansiedad dejándome desnuda.

Mis partes, se sentían hipersensibles por la excitación acariciante del atropello masculino. La tanga, ultra metida en mi trasero, fue lo único que deslizaron muy pero muy lentamente, hasta el piso, separando un poco mis piernas con el deleite propio de un grupo de voyeurs profesionales en el arte de ponérsela dura despacio.

En el reflejo de la puerta de hierro  pude ver unos ojos escalofriantes de un ámbar translúcido acechando a una prudente distancia. Era el contratante, estaba segura.

Me trajeron de regreso de mi distracción temporaria los cinco religiosos pecadores en menos de un minuto.

No pude más que morder mi labio inferior casi lastimándome, de solo pensar que detrás mío cinco machos alzados estaban tocándose mientras miraban mi culo desnudo.

El que tenía cara de venir haciendo este tipo de perversidades hace rato, me giró, sujetó fuerte mis brazos a mi espalda mientras logró apoyarse en la pared para tomar desde atrás mi cuello y jadearme de cerca. Pude sentir su barba rasposa y su aliento a cigarro.

Sus movimientos copulatorios en el aire, sin tener aún donde enterrar su miembro, me recordaron al frenesí de algunos perros que se masturban contra cualquier cosa o en la nada misma. Poseído por esa animalidad extrema me ordenó en un susurro bajo que le escupiera la mano que tenía disponible para hundirla luego en mi boca y tocarme la lengua, la encía y mis labios, con fruición hasta ahogarme. Para entonces,  ya había logrado inmovilizarme ambos brazos con una mano sola.

Otro, de baja estatura, parecía ser un retrasado mental. Portaba una verga descomunal. Por ello, todos lo envidiaban y sobre él descargarían su odio. A ese, lo dejaban excitarse mirando, mas no podía tocarme. Le agarraron entre dos del cabello por la nuca y lo pusieron sobre mis tetas a babear con su boca semiabierta, rígida, fruto de los efectos secundarios de alguna medicación que tomaba, sin dudas. Su gran falo, ajeno a su mente corta, dejaba una estela de líquido preseminal en mi muslo rozándome como si mecánicamente fuera capaz de un vaiven eterno, persistente cuan pene de un caballo.

El tercero, viejo y vicioso, manoseaba mis senos con la saliva de aquel, volviéndose un ritual erótico de alto voltaje cuando sus manos temblorosas apretaban mis pezones erectos desencadenándome un alarido suave que lo enloquecía. Se desesperaba por morderme pero no llegaba a hacerlo porque el retrasado mental ocupaba con su gran cráneo mi pecho, arrinconando el ímpetu sexual del viejo.

Dejé caer mi cabeza hacia atrás y cerré los ojos entrada en un éxtasis que apenas comenzaba, cuando los dos restantes, un par de morenos de pelo en pecho que parecían hermanos, entraron en acción. Se arrodillaron uno a cada lado de mi cadera y subieron mis piernas sobre sus hombros de modo que mi desnudez estuviera expuesta y a su merced. Mi anatomía, quedó suspendida en el aire, tomada por el frotamiento ultrajante de los cinco varones en celo.  Apenas llegué a ver a los hermanos, cuando se miraban entre ellos relamiéndose, camino a comerme. Uno asentía con una sonrisa concupiscente  lo que el otro indicaba en un sucio código fraterno, casi incestuoso.

Cuando se acercaron lo suficiente pude sentir algo que me estremeció a tope. Es que pasaron unos largos minutos oliéndome. Sentía el aire tibio de sus narices, intuía casi un roce impercetible de uno en mi ano y otro en mi vagina. La respiración de los dos juntos era implacable, primitiva, salvajemente agitada, desordenada como el sonido gutural de dos hienas hambrientas.  Esa sensación galopante, caliente, de sentir la excitación de los hermanos pegados tan íntimamente a mi, me tensó los labios que sin control parecían hincharse y apretar mi clítoris duro y humedecido entre el calor patinoso y cristalino de mis fluidos vaginales.

Creía no poder ya respirar mas que caóticamente, mientras pasaba mi lengua por el borde de mi boca todavía pintada y extasiada, cuando en un zigzagueo, como dos babosas invertebradas, sentí las lenguas de los morenos penetrándome por delante y por detrás. El descontrol se apòderó, entonces, de mí. Una, otra, una, otra y las dos. Vuelta a empezar. Una, otra, una, otra y las dos. Cada vez más, mi estrechez engulléndolas, mis ansias de tragármelas enteras, la palpitante súplica en mi mente de que el retrasado refriegue su cara en mis tetas, mi desesperación porque el viejo alcance al fin a morder y succionar mis pezones hasta arrancármelos y mi ansiedad porque el jadeo del que me sujetaba los brazos se volviera cada vez más bajo, más ruin, más sucio, entreverado por su deseo de ser el perverso entregador que me brindaría para que me den, sin freno, los otros cuatro.

Con mi cuerpo enardecido, confusa, llegué a vislumbrar al contratante que se acercaba  a paso lento, mientras los serviles cinco titubeaban ante su presencia. El hombre vestía de negro con un ropaje sobrio, preservando su identidad  y con ella, su oscuro capricho.

Hizo un gesto con la cabeza que incitó a que las bestias sedientas siguieran en lo que estaban. Desde ese instante nuestros ojos quedaron clavados intensamente. El me miró fijo con una pasión demoledora, yo lo miraba excitada y suplicante sin poder dejar de  gemir. Se colocó cerca, al lado de mi cabeza, incitándome a continuar.

-Me enloquecía el contraste de los ritmos. El con su mano extendida retiraba mis cabellos alborotados de mi cara, secaba el sudor de mi frente, acariciaba mis mejillas y ponía sus dedos próximos a mi boca sin tocarla para sentir mi aliento entrecortado, muy lentamente.

Caminaba pausado dándome toda la vuelta y yo lo seguía con mis ojos deseantes. El, con los suyos acechantes. Su ritmo contenido resultaba  disruptivo en medio de mis fuertes sacudidas entre los cinco cuerpos empujándome, rozándome, apretándome brutalmente. Perverso, le gustaba mirar como me contorsionaba toda de placer, le gustaba ver las cinco caras buscando poseerme como si pudieran partirme.

En una escala de excitación irrefenable, las lenguas del dúo de morenos habían subido al unísono para hacer vibrar mi clítoris. Me retorcía gozando como si toda yo fuera ese clítoris que me hacía gritar complacida y extendía esas sensaciones intensas hasta hacerme delirar, bien adentro de mi vagina y mi culo. Empecé a gemir entre susurros cada vez menos suaves: -Así. Así. Ya casi - El contratante percibió que estaba por venirme y leyó en mi endiablada mirada las ganas de que me ensartara su verga.

En un gesto despectivo con sus manos, alejó casi por telekinesis a los 5 serviles tres pasos hacia atrás. Quedé tirada en el piso gimiendo, apretando mis piernas para retener las sensaciones, moviéndome como en trance.

No se aún como acabé sobre el féretro mayor del mausoleo sentada solo con el borde de mi trasero y las manos apoyadas algo detrás, encerrando con mis piernas entrelazadas a la espalda del hombre que, parado frente a mi, se advenía a penetrarme. Solo se que nos devoramos a besos, enardecidos. Entonces sucedió. Me atravesó de una vez hasta el fondo. Sentí que su verga saldría por mi garganta. Esa estocada firme y perforante, profunda y más, dejó mi pubis pegado al suyo.  Nos quedamos quietos unos segundos sintiéndonos. Solo segundos. No podíamos ya más. Entonces me sacudió con fuerza, varias veces. Mi lengua en su boca, gimiéndole dentro. Más fuerte, más duro, más. Exhalando el mismo aire, asfixiados.

Moría por sentir sus espasmos dentro mío. Solo pensar que de un momento a otro, su cara me daría la pista de que estaba por acabar y de que me llenaría toda con su semen, ajustó mi vagina a su verga apretándola y sentí una seguidilla orgásmica, fuerte hasta lo imposible. Mis propios espasmos, inundándonos, disparando el suyo. El prendió sus dientes a mi cuello, sus testículos contrayéndose contra mis labios y mi ano, mi vagina exprimiéndolo deliciosamente y la fuerza de su leche saliendo, mojándome toda tan adentro, tan profundo.

Caí en un letargo recostada sobre el féretro. El se retiró a mirar desde su escondite el final ya sabido.

Las cinco hienas devotas me rodearon acabando su depravada  tarea.

Eyacularon todos sobre mí. Fue una sórdida presencia bestial de cinco falos urgidos, frotándose por mi cara, mi bajo vientre, mis tetas, derramándomelo todo. Al mismo ritmo, mis manos esparcían todo ese semen a borbotones sobre mi desnudez aún febril y temblorosa. Placer paroxistico a un paso de expirar.