Una mujer olvidada en una estación abandonada
Dos personas se conocen en un chat, un apuesto joven y una mujer olvidada por su marido, una habitación de hotel y el encuentro deseado
Una mujer olvidada en una estación abandonada
Me pare por un momento ante la imponente visión del hotel, un mastondóntico edificio de más de 20 alturas. Había viajado durante toda la noche en un tren que parecía de otra época, lleno de sombras y de olvido para encontrarme con Laura. Había hablando con ella decenas de veces, habíamos explorado las esquinas más frías de nuestras almas pero no sabía de que color eran sus ojos, ya se sabe, así son las relaciones del siglo XXI. Laura era una mujer casada con un hombre que se había olvidado de ella, tenía 45 años y dos hijos que tenían esa edad en la que uno no se acuerda de que sus padres son sus padres. Nuestra relación había empezado por casualidad, como empiezan las grandes cosas, una tarde lluviosa de noviembre que pasamos hablando de libros. Exhaustos de tanto escribir nos acabamos dando nuestros correos electrónicos para seguir charlando otro día sobre Adela de Otero o de Víctor Ros, un brillante detective del Madrid de finales del XIX.
Poco a poco, conversación a conversación dejamos a un lado los libros y los temas triviales que muchas veces se tratan en los chats para dar paso a las confidencias. Ella era reacia, por muchas cosas, entre otras porque soy bastante más joven que ella, tengo 30 años, pero día a día fuimos conociéndonos más y más, fuimos desnudando nuestras almas hasta llegar a esa estación que yo intuía de antemano y que era la prisión de su soledad.
Nos convertimos en una obsesión mutua, todos los días hablábamos, los fines de semana durante horas y fue adueñándose en nuestra cabeza la idea de que algún día teníamos que vernos y en eso estaba, frente al hotel en el que nos habíamos citado, en concreto en la habitación 234.
La habitación la había reservado ella y se supone que debería estar esperándome. Faltaban cinco minutos para las doce del mediodía, hora a la que nos habíamos citado, entré en la recepción del hotel y eché una mirada en busca de los ascensores que encontré enseguida y me dirigí a ellos, entré en uno y pulsé el botón del segundo piso, me di cuenta de que temblaba ligeramente y por un momento tuve la tentación de marcharme de aquel hotel. A pesar de todas las confidencias que nos habíamos regalado, el hecho de no conocer su rostro hacía que estuviera más nervioso aun si cabe, una cara acerca a una persona. Absorto en mis pensamientos, llegué a la habitación 234, me quedé contemplando la puerta durante unos segundos, quizá minutos, al otro lado estaba mi Laura pensaba, tanto tiempo esperando este momento, tantas y tantas conversaciones, tantas confidencias, tantos secretos puestos en común, tardes de libros, de películas, de viajes, de lugares que nos recomendábamos soñando quizá en conocerlos juntos, en definitiva al otro lado estaba la dueña de mi alma desde hacía ya unos meses.
Di unos golpes en la puerta, con miedo, casi sin hacer ruido, mi mano temblaba, oí unos pasos acercarse, es ella, pensaba sin creérmelo. Se abrió la puerta y a mi pareció como una puerta que te conduce a otra dimensión, una puerta que me alejaba del planeta tierra para entrar en el planeta Laura, el planeta en el que quería vivir a partir de ahora. Tras la puerta entreabierta se asomó una cara, sonriente, con unos profundos ojos azules, pelo rubio, el paso de los años y la tristeza había hecho su trabajo en un rostro que había sido precioso y que luchaba dignamente contra el paso de los años.
--Hola Luis, ¿qué tal estás?
--Muy bien Laura, un poco nervioso,
Sonrió, anda pasa me dijo. Nos sentamos en el borde de la cama y nos miramos sin hablarnos durante unos segundos, en realidad no habíamos hecho más que hablar en los últimos meses, solo necesitábamos miraros, me acarició el pelo con dulzura, eres muy guapo me dijo sonriendo.
--¿Qué tal el viaje?, me preguntó para romper el hielo.
--Bien, contesté mientras observaba que le temblaban un poco las manos.
La observe con todo el disimulo que pude, no era muy alta y tenía una estilizada figura para su edad, vestía un pantalón vaquero que le quedaba francamente bien y una blusa blanca que escondía lo que podían ser unos pechos generosos. A pesar de todo, todo mi disimulo fue poco y ella se dio cuenta de mi examen ocular.
--Soy demasiado vieja para ti, sonrió, ¿no es eso en lo que estás pensando?
--En absoluto
--Anda no me engañes, tu eres joven y guapo y a mi la belleza me abandonó hace ya unos años. No creo que tengas problemas para conocer chicas de tu edad.
--Nos lo tengo, pero la única chica que me importa eres tu.
--Gracias por lo de chica, se sonrojó, me siento un poco incomoda, ¿qué pensarían mis hijos y mi marido si supiesen que estoy en la habitación de un hotel con un atractivo joven que ha venido desde Madrid?
--Piensa en ti, tu marido no tendría motivo alguno para quejarse y tus hijos al cabo de los años lo entenderían.
--Quizá. ¿Qué quieres hacer?, me siento un poco ridícula, con todas las cosas que nos hemos contado y ahora estamos el uno frente al otro sin saber que hacer.
--Solo quiero acariciarte.
--¿Acariciarme?, me preguntó mientras se sonrojaba.
--Si, acariciarte, todos y cada uno de los centímetros de tu cuerpo.
--Por favor Luis, me muero de vergüenza.
--¿Cuánto tiempo hace que no te acarician?
--Ya sabes que mucho
Mis manos se perdieron entre sus cabellos mientras Laura cerraba los ojos y se abandonaba a las caricias de aquel desconocido al que conocía tan bien.
--¿Puedo quitarte la blusa?
--Claro que puedes.
Lentamente fui desabrochando botón a botón de aquella blusa blanca que no tardó mucho tiempo en estar en el suelo de la habitación. Pude contemplar el recatado sostén blanco que guardaba unos pechos que se antojaban de buen tamaño. Deslicé las yemas de mis dedos por sus brazos, de arriba abajo y de izquierda a derecha. La tumbé boca abajo en la cama, me senté sobre su trasero mientras a intervalos la masajeaba la cabeza, los hombros y los brazos. Ella tenía los ojos cerrados, sonreía y de vez en cuando cambiaba la cabeza de lado.
--¿Puedes quitarte el pantalón?
--¿El pantalón?
--Si, por favor
Sin abrir los ojos y sin cambiar apenas de postura se soltó el botón del pantalón y fue bajándoselo poco a poco, hasta que llego hasta sus tobillos, donde se lo cogí yo, para, como en el caso de la blusa, hacer que acabara en el suelo de la habitación. La braga en la misma línea del sujetador, blanca y recatada, las piernas blancas y bien formadas, llegaban hasta un culo que aunque con signos de la edad, prometía conservar parte de su antiguo esplendor.
Deslicé mi dedo índice con suavidad desde la cabeza hasta el tobillo, recorriendo espalda, culo y pierna de Laura.
--¿Qué tal estás?
--Estoy en la gloria Luis, gracias por hacerme sentir tan bien, espero no tener que quitarme mas ropa, ahora si que si me moriría de vergüenza.
--No voy a descansar hasta que te lo quites todo
--¿Todo?
--Todo, empieza por el sujetador si quieres.
Laura me obedeció y se desabrochó el sujetador. Se incorporó levemente para poder quitárselo completamente y lo hizo cubriéndose de modo y manera de que no se le vienen los pechos. Empecé a dibujar formas imaginarias en su espalda desnuda, empecé a mordisquearle los brazos, y a masajearle de forma acompasada ese culo que todavía escondía detrás de la braga. Notaba que se estaba excitando y acerqué mi nariz a su entrepierna para comprobar que así era.
--¿Qué haces?, me preguntó
--Olerte
--Que vergüenza por dios
--¿Puedo quitarte la braga?.
--¿Qué harías si te dijera que no?
--Quitártela igualmente
Le quité la braga con suavidad, dejando al descubierto uno de sus tesoros, con mucho cuidado le separé las dos nalgas y empecé a masajearle el ano.
--Eso no, por favor..........
Sin hacerle caso alguno, empecé a introducirle mi dedo en el ano poco a poco.
--Es la primera vez que me lo hacen, ¿sabes?
--Date la vuelta por favor
Laura se dio la vuelta con lentitud hasta quedarse tendida boca arriba. Sus pechos se caían hacía los lados, eran grandes, pálidos, con unas grandes aureolas de color marrón oscuro. Su pubis estaba poblado de pelo negro, se acerqué a el, estaba completamente húmedo. Mi dedo entró por su vagina como un cuchillo por la mantequilla, ella se retorcía de placer.
--Luis, mírame, estoy completamente desnuda, me has tocado de arriba abajo, me estas masturbando, estoy completamente húmeda, ¿y tu?, ¿no piensas desnudarte?
--Estoy esperando a que lo hagas tu
Laura se incorporó y se quedó sentada sobre el borde de la cama, en esa postura sus pechos adquirían otra dimensión.
--Los años no pasan en balde, me dijo
--Tienes unas tetas preciosas, le contesté mientras le mordisqueaba unos de sus pezones.
Laura me quitó la camiseta y los pantalones en un tiempo record. Solo le quedaba ya bajarme el calzoncillo. Se recreo en ello, antes de hacerlo jugueteó con mi pene sobre el ya abultado calzoncillo, me acarició los testículos introduciendo los dedos por las ranuras de mi ropa interior. Luego, poco a poco me lo fue bajando hasta quitármelo, hasta quedarme completamente desnudo frente a ella. Yo estaba de pie, con mi pene completamente erecto, ella sentada en el borde de la cama, contemplando mi sexo mientras jugaba con el a su antojo.
--Ahora me toca a mí, túmbate. Hay una cosa que siempre he querido hacer me dijo. ¿Me dejas que te la haga?
--Puedes hacerme lo que quieras, contesté excitadísimo
Cogió las sábanas y ató mis manos a la cama haciendo lo propio con mis piernas, me puso una venda en los ojos, y empezó a masturbarme lentamente.
--¿Esto es lo que tenías tantas ganas de hacer?
--Claro que no, esto no ha hecho más que empezar. No te la voy a volver a tocar hasta que te corras.
Sus dedos se acercaron a mi ano, empezó a masajearme la zona anal, de vez en cuando me introducía parte de su dedo para enseguida sacármelo. Así estuvo durante más de veinte minutos, luego, fui sintiendo que tenía todo su dedo dentro de mí, entraba y salía con furia, no tenía piedad alguna de mí, me producía dolor y a la vez un placer incomparable.
--¿Te duele?
--Sigue por favor, hasta el final.