Una mujer frente al mercado
Mañana tras mañana ella estaba frente a mi casa, acompañada de su hijo, esperando el autobús escolar frente al mercado.
Una mujer frente al mercado
Mañana tras mañana ella estaba frente a mi casa, acompañada de su hijo, esperando el autobús escolar frente al mercado. Era una mujer alta, muy alta, quizás mas de metro ochenta y delgada, muy delgada, quizás menos de 60 kilos. Era morena y tenia el pelo corto, sus rasgos faciales eran angulosos, los propios de una mujer alta y delgada. Una mandíbula poderosa, unos ojos grandes. Siempre me han gustado ese tipo de mujeres.
Poderosas. Yo salía cada mañana a las 7:40 y al pasar frente al mercado allí estaba ella, esperando con su hijo que debería tener cinco años... o siete. Siempre he sido malísimo para calcular la edad de un niño. Ella debería tener trentaipocos. Su cuerpo era aparentemente espectacular, vestida con pantalones tejanos y una camiseta casi siempre. Sus piernas se adivinaban firmes y perfectas, su cintura estrecha y sus pechos grandes. Me gustan las mujeres altas y delgadas. No se el motivo... pero siempre me han gustado. Y aquella mujer me gustaba muchísimo pero apenas podía verla unos segundos cada mañana. De lunes a viernes, lloviese o hiciese sol. Siempre allí, esperando con su hijo. A veces había otro padre con otro niño, los adultos hablaban y yo sentía unos malsanos celos que me hacían imaginarme abriéndole la cabeza a aquel tipo a martillazos.
A veces la miraba de reojo y algún día ella me había devuelto la mirada. Incluso alguna vez la había sonreído y ella me había devuelto la sonrisa, pero nada más. Cada mañana salía yo de casa esperando a ver como iba vestida, peinada o maquillada. Nunca iba maquillada pero yo también esperaba eso. Un solo cambio. Una camiseta más ajustada de lo normal. Un escote, un ombligo, un hombro, un tobillo, un sobaco. Cualquier parte de su anatomía al descubierto quedaba grabada en mi memoria conformando un mapa de ella que siempre quedaba incompleto en las partes más sustanciales. No enseñaba demasiado pero para mí ya era mucho.
Entonces llegó el verano y un día me la encontré en el supermercado. Yo estaba pagando en la caja y de repente ella entro con un vestidito de tirantes y falda por debajo de la rodilla, auténticamente turbadora. Más que eso. Me vio pero no creo que me reconociese, se quedó parada y se dio la vuelta como si hubiese olvidado algo. Eso sucedía a finales de Julio y era la primera vez que vi sus hombros y sus piernas. Podía considerarme un hombre afortunado.
Un día al bajar ella estaba con su hijo, era un día de finales de Junio y hacia días que no la veía, había finalizado el curso escolar. Verano, época de piscinas y asignaturas pendientes. Pero allí estaba ella vistiendo unos pantalones cortos que dejaban al descubierto sus piernas perfectas. De improviso mi pene comenzó a crecer dentro del pantalón y tuve que dar la vuelta y volver a entrar en el portal de mi casa.
Ella me había visto, de eso no cabía ninguna duda, había visto como que había quedado parado mirándola con la boca abierta mientras una tienda de campaña se automontaba en mi bajovientre. Aun debían estar las gotas de baba en el suelo. Acababa de quedar retratado con marco de plata y orla. Estuve casi cinco minutos en casa, esperando a tranquilizarme y cuando lo hube conseguido volví a bajar. Para mi sorpresa ella estaba en mi portal mirando los nombres de los buzones.
-Hola -me dijo.
Hasta entonces no había escuchado su voz. Tenía una voz femenina aunque poderosa. Era una voz genial. Soy un hombre de voces.
-Hola -dije yo.
-Estaba mirando los nombres, cual podría ser tu buzón.
-Soy este -dije señalando uno de los buzones, el mío claro está.
-Bonito nombre.
-Gracias.
Mi pene volvía a estar en erección, ahora era un escándalo, un auténtico bulto apuntando hacia ella. Ella bajo la vista y sonrió.
-Te ha vuelto a pasar. Estas empalmado.
Lo decía sin el más mínimo rubor. Como el que señala un ave extraña sobrevolando la ciudad o unos zapatos en un escaparate.
-¿Es por mi? -preguntó.
-Si.
-¿Por que?
-Tus piernas... llevaba un año imaginando tus piernas.
-¿Te gustan?
-Si.
-Pero no las estas mirando ahora mismo.
-No.
-Entonces por que estas empalmado.
-No se.
Ella estaba jugando conmigo convirtiéndome en un pepele. Podría haber estado golpeándome durante horas. Pero no lo hizo, ella tenia ganas de jugar. Eso era evidente, pero no iba a traspasar la línea.
-Mañana hablamos -me dijo- ahora tengo prisa.
Y diciendo esto desapareció. Yo volví corriendo a mi piso y me masturbé tres veces seguidas. Aquel día llegue dos horas tarde al trabajo y mi rendimiento laboral fue el mismo de un naufrago que llevase dos años tumbado al sol. Al volver a casa continué masturbándome una vez tras otra imaginando que habría querido decir aquel pedazo de mujer con "mañana hablamos". ¿Hablar? ¿De que? Creo que nunca me había masturbado tanto en mi vida, cerca de diez veces, al final apenas salía un claro liquidillo semitransparente. Yo no quería hablar, yo quería clavarle mi pene hasta los mismísimos intestinos. Estaba agotado pero no pude dormir.
Al día siguiente ella volvía a estar con su hijo. Iba vestida con una camiseta de tirantes y los mismos pantalones cortos del día anterior. Auténticamente esplendida. Un sueño hecho realidad. Cuando despidió a su hijo vino a mi encuentro. Era una mujer bellísima. Andróginamente bellísima.
-Subamos a tu piso.
Antes de que pudiese acabar la frase yo ya estaba corriendo escaleras arriba. Cuando llegamos abrí la puerta y nos colamos en el interior. No tenia palabras, me había quedado mudo aunque eso era lo de menos pues tampoco podía hablar con su lengua metida en mi garganta. Mis manos subieron hasta sus pechos y los manosearon, estaban duros, quizás se había operado. Benditas operaciones. Bendita toda ella. Baje mis manos y le desabroche el pantaloncito, nuestras manos chocaron, ella hacia lo mismo con mis pantalones. Yo gane la batalla. Iba con un tanga que bajé de golpe. Mis pantalones aun seguían en su sitio.
Su sexo estaba depilado, su estomago era perfecto, seguí subiendo y le saqué la camiseta mientras ella intentaba reprimir en vano un concierto de jadeos. Una de mis manos se perdió en su sexo húmedo y la otra desabrochó torpemente su sujetador. Ahora la tenia completamente desnuda y la estaba masturbando Mi mano estaba llena de humedad y olor, mis dedos entraban en su vagina y mi lengua luchaba contra la suya. Sus pechos eran magníficos, no demasiado grandes pero magníficos. No estaban operados. Entonces la agarré por los hombros e hice que se arrodillase. Sus manos desabrocharon mi pantalón y mi pene salio disparado hacia su cara, completamente erecto, ella abrió la boca y comenzó a chupamela, hasta las mismismos pelotas, moviendo la lengua, masajeándome los testículos, incluso uno de sus dedos se perdía en la entrada de mi culo. Una autentica experta. Estuvo apenas unos minutos pero yo ya sentía que iba a correrme. Se lo dije y ella continuo chupando con más fuerza, cerré los ojos mientras una cascada de semen inundaba la boca de aquella desconocida que sorbía y lamía cada gota como si le fuese la vida en ello. Creo que nunca había descargado tanto semen en la boca de nadie. Aunque no lo vi sentía como las oleadas salían una y otra vez de mi pene.
Como uno de esos actores de películas porno que eyaculan grandes cantidades encima de la cara de sus compañeras. Una vez me había corrido continuó chupandomela hasta volver a ponérmela dura. Eso tampoco era normal en mi. Aquella mujer me excitaba tanto que me desconocía a mi mismo. Quizás tantos meses de deseo reprimido habían cambiado mi metabolismo. ¿Pero que tonterías estaba diciendo? La levanté, le di la vuelta y mire su culo. Era magnifico, si acaso debiese ponerle un inconveniente es que era algo pequeño, mejor, así lo imagine aun mas estrecho. ¿Se iba a dejar sodomizar aquella ama de casa fuera de si? Bueno, se acababa de tragar mi leche y eso ya era un buen currículum. Sin complejos, me gusta eso. Abrí sus nalgas y puse la punta de mi polla en la entrada de su vagina. La penetré suavemente mientras ella apoyaba las manos en la pared, ambos estábamos de pie. Comencé a bombearla con suavidad, masajeando sus pechos. Al poco rato sentí como ella se corría sus gritos salieron de mi casa, cruzaron la escalera, salieron a la calle, doblaron el quiosco de la ONCE donde siempre espera junto a su hijito y se dirigieron al mar. Sus gritos cruzaron el mar y se confundieron con los gritos de una mujer italiana que estaba siendo follada por su amante en la orilla de una playa.
Cuando ella hubo acabado, yo saqué mi polla y la puse en la entrada de su culo. Ella no dijo nada, simplemente inspiró con fuerza y cerró los puños. Se estaba preparando, paso permitido. Ensalivé la punta de mi pene y también la entrada de su culo y se la metí con suavidad, ella comenzó a quejarse, quizás a gemir o quien sabe. No la conocía tanto. Pero no me lo impidió. Mientras comenzaba a sodomizarla sonó un teléfono móvil, no era el mío. La música era demasiada hortera. Ella alargó una mano y cogio sus pantalones que habían quedado colgados de una silla y contestó al teléfono. Yo la follaba el culo cada vez con más fuerza.
-Si si cariño dijo ella mordiéndose la lengua- el bocadillo de nocilla. Si eso es
La mujer reprimió un grito mientras tapaba el auricular. Mi pene entraba hasta la mismismo base en su culo. Aquello era una delicia. Comencé a pellizcarle los pezones con fuerza. El hecho de saber que estaba hablando con su hijo me volvía loco.
-En la bolsa azul continuó ella con voz entrecortada- no cariño, mama está bien. No, no te preocupes.
Después colgó y dejo caer el móvil al suelo mientras yo le llenaba los intestinos de leche y ella lanzaba un desgarrador grito que llegó más allá de los amantes italianos, quizás a la costa de Griega. Nunca mejor dicho. Mientras me corría ella apretó el culo y se apretó contra mi quedándose un buen rato así con leves movimientos circulares. La mama era una experta en sexo anal mira tu por donde.
Después de aquello no volví a verla hasta Septiembre, el comienzo del curso. Ella vestía de nuevo pantalones tejanos y una camisa verde. Estaba preciosa, se había cortado el pelo. Me sonrió y yo continué caminando en dirección al trabajo aunque a medio camino decidí volver a casa. A veces hay que arriesgar. Si no apuestas no juegas y si no juegas no tienes posibilidades de ganar. Una falta leve por impuntualidad bien valía una apuesta. La mujer frente al mercado era la mejor ganancia.
No me equivocaba, ella estaba en mi portal, mirando los buzones y sonriendo.
-Todavía no se como te llamas le dije.
-No importa eso -contestó ella cogiendome de la mano y comenzando a subir por las escaleras.
(Dedicado a la mujer alta de pelo corto que cada mañana espera frente al mercado al autobús escolar, acompañada de su hijo)
--