Una mujer desesperada (Versión mujer)
Una mujer madura, sin recursos económicos por unas circunstancias fortuitas, acepta ser la protagonista de una fiesta en el antiguo restaurante donde trabajaba, con su jefe y varios clientes. (versión contada por ella)
Esta es la versión escrita por Lucía. La mujer humillada.
Me había casado hacía más de veinte años. Era una mujer de corte clásico. Por educación y en esos momentos, por convencimiento, decidí llegar virgen al matrimonio a pesar de los deseos de Ángel, quien posteriormente sería mi marido y único hombre hasta ese día.
Siempre estuve trabajando, salvo en los periodos en los que la natalidad y lactancia de mis dos hijos, Hugo y David, me lo impidieron. Ángel no solía durar demasiado en los trabajos aunque a decir verdad era raro que estuviera parado, y siempre obtenía formas de sacar dinero.
Mis aficiones eran sencillas, ir a la playa, salir con las amigas o con mi marido a cenar, soy muy familiar y me gusta tener gente en casa, y escribo cuentos, aunque nunca he llegado a publicar ninguno, sí los he colgado en alguna página web. Nada especial.
Tenía experiencia como camarera y cuando Pedro abrió su pequeño restaurante, fui a hablar con él y me contrató para servir las mesas. Era un trabajo de media jornada, estaba bien pagado y a veces hacían algún extra en un salón anexo que tenía, que me pagaba como extra de mi sueldo. El tipo de clientes era de cierto nivel, por lo que me sentía cómoda trabajando allí.
Tengo 43 años y me conservo bastante bien. Soy castaña, con una larga melena, bastante delgada, incluso más que cuando me casé.
Un día recibí una llamada. Ángel había tenido un accidente. Llamé enseguida a Pedro para que buscase un sustituto para mi puesto durante unos días. Después del susto inicial, en el que temimos por su vida, los médicos me dijeron que a pesar de ser grave y haber quedado inicialmente con movilidad reducida, poco a poco la iría recuperando y terminaría por hacer una vida normal, aunque la rehabilitación sería larga. Un amigo de la familia, abogado, me dijo que le indemnizarían al haber tenido el accidente durante el desempeño del trabajo. Todo ello hizo, que como esposa, me dedicara en cuerpo y alma a mi marido. Llamé a Pedro para comunicarle mi decisión de dejar el trabajo. Pensé en Sergio como persona para sustiuirme. Era uno de los mejores amigos de mi hijo y además, Cristina, su madre, y yo éramos íntimas amigas.
- Pedro. Es mejor que busques a alguien para sustituirme. Mi marido tardará en hacer vida normal y tengo que estar a su lado.
No me importa esperar un tiempo. Tienes tus vacaciones intactas. Cógetelas y hablamos en un mes. He contratado un camarero pero no me gusta, no es proactivo.
No. Lo siento, No puedo seguir. Hay un chico, Sergio, es amigo de mi hijo Héctor y su madre, Cristina, es amiga de toda la vida. Nos quedamos embarazadas casi a la vez. El chico está preparando unas oposiciones y le vendría bien trabajar media jornada. Es muy hábil sirviendo. Creo que te gustará.
Con frecuencia, los viernes por la noche pedíamos unas pizzas e invitábamos a sus amigos. A veces, se apuntaba Cristina también. Quizá Sergio era el más amigo de mi hijo mayor, también influenciado porque su madre y yo éramos íntimas y compartíamos tiempo juntas, hasta llegar a irnos alguna de vacaciones las dos familias. La relación con Javi, Lucas y Aitor también era excelente.
A Pedro le encantó Sergio y le contrató. A los pocos días, nuestro abogado me comunicó que mi marido no cobraría nada por el accidente ya que estaba trabajando sin contrato. Se me vino el mundo encima, contando tan sólo con mi prestación por desempleo, y sin apenas ahorros ya que solíamos vivir al día.
Ángel dependía de mi para casi todo y no teníamos más ingresos. Comenzamos a acumular deudas, a no pagar a nuestro casero, retrasar los recibos y devolverlos.
Ante nuestra precaria situación dejamos de hacer las tradicionales cenas los viernes, al menos pagadas por nosotros ya que a veces era Sergio quien se presentaba en casa con los amigos o Cristina, siendo ellos quienes pagaban directamente al joven repartidor.
Un sábado me levanté bastante abatida. Además de todos los problemas económicos tenía la regla. Estaba de mal humor y sin ganas de nada. Me duché, vestí y salí a comprar. Necesitaba tampones y algo para que los chicos merendasen. No tenía para mucho más. Cogí el coche y al llegar lo vi. Allí estaba mi antiguo jefe. Conocía de mi delicada situación económica, imaginaba que por Sergio. Se ofreció a ayudarme, ofreciéndome comprar lo que necesitase para casa, llenando el carro y aunque al principio me negué por vergüenza, terminé aceptando. Compré leche, fruta, carne, pescado, embutidos, productos de higiene, embutido y los tampones por lo que principalmente había ido. Pedro se mostró muy amable, pagando todo y ayudándome a cargar las bolsas en el maletero. Le di dos besos, se me saltaban las lágrimas. Era humillante tener que aceptar la caridad de mi antiguo jefe que pensé, se comportaba como amigo.
- Por favor Pedro. Necesito trabajar. Andamos muy apurados en casa, estoy desesperada. Si sabes de algo, cualquier cosa, llámame.
Con la compra quedé un poco aliviada. Ocho días después, el domingo, recibí una llamada suya. Me decía que Alberto, un amigo suyo, cliente del restaurante y de las cenas privadas que a veces servía, quería hablar conmigo. A pesar de intentar sonsacarle toda la información me fue imposible. Tan sólo me pidió que me pasara por su restaurante al día siguiente.
Tal y como me pidió, me pasé por la mañana. Se mostró amable aunque un poco más serio que de costumbre. Se limitó a llamar a Alberto e invitarme a un café mientras esperábamos. A los pocos minutos llegó, le sirvió otro café y nos dirigimos a una mesa del restaurante que aún permanecía cerrado.
- Verás Lucía. He cerrado unos negocios que me han reportado buenas ganancias. Queremos hacer una pequeña fiesta aquí. Dime, qué edad tienes?
- – Respondí sin entender nada, pensando que querría invitarme.
- Quiero que veas un vídeo. Lo que pretendemos es que en esa fiesta tú seas nuestra musa, la chica que verás en el vídeo, que nos sirvas de manera alegre la mesa, ya me entiendes. Estaríamos Pedro, Lolo, el que tiene la tienda de muebles , Sergio, al que ya conoces. y yo. He hablado con una chica, profesional y lo haría por 2.500 euros. Serían unas fotos, servir la cena con poca ropa y luego estar con nosotros. – Me explicó poniendo en marcha su teléfono. – Te ofreceríamos 1.500 por la cena, juego y fotos y 2.500 por tener sexo contigo. Nos gustas mucho a todos y sabemos de tu delicada situación económica...
Moví la cabeza negando. Estaba desbordada y nerviosa. No podía dar crédito a lo que me había pedido. Debí haberme levantado mucho antes pero el shock que me produjo su proposición, junto a mi necesidad, hizo que escuchase hasta el final. Me levanté indignada y salí rápidamente del local, sin despedirme de ninguno de los dos hombres.
Llegué a casa entre decepcionada y abatida. Estaba sola. Mi marido, aún con muletas, había bajado a la calle a pasear como parte de su rehabilitación. La entrevista, con la que tanta ilusión había ido, no fue lo que esperaba. Había sido humillante.
A última hora de la mañana recibí una llamada de nuestro casero en el que me dijo que si no pagábamos en una semana nos desahuciaría. Cuando llegó Héctor a comer a casa me comunicó que no habíamos pagado las tasas universitarias y si no lo hacíamos en unos días, anularían su matrícula. Para colmo, al día siguiente, llevé a David, mi hijo pequeño, al dentista por un empaste y me dijo que sin remisión debería ponerle un aparato corrector en la boca o tendría problemas en unos años. Todo se me vino encima. Hasta ese momento no se me había pasado por la cabeza aceptar la oferta de Alberto. Eran 4.000 euros y mi deuda en torno a 5.000.
Preparé la cena. No paraba de dar vueltas a la situación. Comenté a Ángel lo que debíamos pagar en breve y sólo dijo que no me preocupase, todo se solucionaría, pero no había nada en el horizonte que nos pudiera hacer pensar que sería así.
Aquella noche apenas dormí. Los argumentos me iban inclinando a aceptar la humillante oferta que me había hecho Alberto. Veía pasar las horas del reloj hasta que decidí levantarme, antes que de costumbre. Me puse a planchar mientras pensaba. Cuando llegó la hora desperté a mis hijos para que fuesen a clase y a mi marido para ir a rehabilitación. Yo me preparé mentalmente para ver a mi antiguo jefe y sobre todo a Alberto. Ya sola en casa, me vestí y me dirigí al restaurante.
Me presenté allí. Llamé a la puerta y abrió él, sorprendiéndose al verme.
- Hola Lucía. Qué tal? – Dijo invitándome a pasar.
- Pasa por favor. Dime, puedo ayudarte en algo?
- Hola Pedro. Aquí estoy. El lunes y ayer pasaron ciertas cosas y mi vida económica es aún un poco más complicada. Necesito el dinero. Sois unos depravados pero vosotros tenéis dinero y yo no. Es la única manera que tengo de solucionar mi problema. – Expresé con la voz entrecortada.
- Lucía, no tienes que hacerlo. Si necesitas algo te lo puedo prestar. Seguro que cambia la situación. Además, lo de proponerte ese juego es cosa de Alberto. Yo no tengo nada que ver...
- Claro. Tú sólo me verás el coño, no? Ya tienes algo que ver – Dije ya llorando. – Perdona. Te lo agradezco y tal vez tenga que acudir a ti más adelante pero ahora necesito todo el dinero que me ofrece. Debemos dinero a nuestro casero y nos quiere desahuciar, mi hijo pequeño tiene que ir al dentista y ponerse un aparto de ortodoncia, y tenemos la carta de pago de la segunda parte de las tasas universitarias de Héctor, En realidad necesitaría más de 5.000 euros. – Dije sin poder casi hablar – Ponme un café y llama a Alberto, por favor. Quiero discutir algunas cosas con él. De lo que me ofreció no quiero fotos ni que esté Sergio. Joder, qué cabrón desagradecido. Yo le conseguí este trabajo. Te lo recomendé. No puedo creer que quiera ver cómo me hacen eso. Su madre y yo somos íntimas amigas, incluso hemos ido varios años las dos familias de vacaciones y él y Héctor... Además, puesto que soy un capricho, me gustaría que subiera a 5.000. Es lo que necesito. Pedro, me siento tan humillada... – Expresé completamente desarmada y entregada ante las circunstancias.
- Claro. Es todo idea de Alberto y quien ha ideado todo. Habla con él. Todo es negociable. – Respondió entregándome su pañuelo para enjugar mis lágrimas.
Cogió su móvil mientras me preparaba un café como a mí me gustaba. Corto de café y mucha leche y fui a sentarme a una mesa mientras esperaba a Alberto. Mi cabeza no paraba de dar vueltas hasta que lo vi llegar y hablar con Pedro. Con su carajillo en la mano, los dos vinieron a mi mesa. Iba con una enorme sonrisa, consciente de su superioridad y sabiendo ya que yo aceptaría. Supongo que si observaron mi cara, les debía decir muchas cosas de mí. Decidí ser yo quien tomase la iniciativa. Algo que había pensado en casa y que podría darme alguna ventaja en la negociación.
Alberto. Estoy dispuesta a aceptar tu oferta pero no quiero fotos, no sé qué intenciones tenéis con ellas, ni que esté Sergio. Es amigo de mi hijo y su madre, mi mejor amiga. No puedo... Además, me gustaría que me pagases un poco más, 5000.
Lo siento. Te expuse las condiciones. No voy a ofrecerte más dinero ni a ceder en que hagas menos cosas. Estaremos los cuatro. Servirás la cena, te harás fotos con nosotros y grabaremos las escenas de masturbación. Queremos tener ese recuerdo. Serán 1.500 por la parte de servir la cena, tocarte, hacerte fotos y la masturbación. Si aceptas tener sexo, serán 2.500 más. Te daré dinero para que compres la ropa que llevarás hasta que te la quites y nos la quedaremos, así que tráete otra para después. Lo haríamos el jueves por la noche. Decídete. Si tú no quieres hay otra persona que ya ha aceptado por menos de la mitad.
Me derrumbé. Sin duda, sus dotes negociadoras eran superiores a las mías. Me rodaban las lágrimas. Tendría que hacer todo lo que decían si quería llevarme los 4.000 euros.
- Vale. Quiero que vengas con una falda no más baja de las rodillas, estas bragas blancas – Dijo sacando del bolsillo unas bragas dobladas y con el nombre de Lucía bordado en color rojo, muy visible, mi nombre, – y una camiseta, blusa o camisa. Sujetador no necesitas. Toma 100 euros, el uniforme. Hoy hay mercadillo, no me importa la calidad ni el precio, incluso si tienes algo parecido y no quieres gastar... Lo que sobre es para ti. Tienes algo que añadir, Pedro?
No...
Pues mañana a las nueve y media vienes por aquí. Nos servirás la cena, copas y luego...
Ni yo misma podía creerme que hubiera aceptado. Sin embargo él estaba tan seguro que hasta había comprado unas bragas con mi nombre bordado. Volví a salir del restaurante sin despedirme. Cogí el coche. Estaba como borracha sin poder aún creer en lo que estaba dispuesta a hacer por dinero. Cuando quise darme cuenta estaba próxima al mercadillo por lo que decidí aparcar e ir a echar un vistazo. Aunque podía tener algo de ropa de hacía años que podría servir, no me apetecía que se quedasen con ella, así que comencé a mirar puestos. En uno compré una camiseta barata, por tres euros. Seguí dando vueltas y en otro puesto, donde la ropa estaba amontonada y desordenada vi la falda que llevaría. De punto, con rallas azules y blancas más para una quinceañera que para una mujer de mi edad y que parecía mi talla. Le pregunté el precio y me dijo que seis euros, no sin antes recalcarme la calidad de la prenda. Como si me importase... Le pedí una bolsa y dentro de esta metí las dos prendas. Al menos me había ganado más de noventa euros más. Ni que decir tiene que no comí. Esa tarde me llamó Cristina. Se me hacía un nudo en el estómago hablar con ella. Sin yo sacar el tema me comentó que Sergio estaba muy contento en el restaurante y que al día siguiente tenía la cena de los amigos de Pedro, que le habían invitado a sentarse con ellos y que habái pedido que me llamasen para servirla, intentando dar mérito al chico, que se apiadaba de mi situación económica. Lo que no podía imaginar su madre es que además, el postre en esa cena, sería yo.
- Mamá. Me ha dicho Hugo que mañana vas a hacer un extra al restaurante de Pedro.
- Si. Os dejaré la cena preparada. No sé a qué hora volveré.
No quería hablar de ello y lo zanjé rápidamente. Estaba sobreexcitada y aunque me costó dormir pude hacerlo durante unas horas, imagino que por el insomnio de las noches anteriores. Me levanté y me puse a arreglar la casa. Intenté hacer durante el día una vida normal pero me descentraba enseguida y me venía a la mente lo que pasaría por la noche.
Sobre las nueve me vestí para ir al evento. Cogí el coche y pasé por la puerta del restaurante. Aunque estaban cerradas las ventanas podía verse luz por la rendijas. Sabía que estaban allí. Di varias vueltas y aparqué a doscientos metros. Lloré durante unos minutos y volví a maquillarme. Arranqué de nuevo para aparcar justo enfrente del local. Dudé en algún momento sobre acudir o no, pero no tenía alternativa, necesitaba ese dinero, mi familia dependía de él. Ya pasaba de la hora. Cogí la bolsa y llamé. Abrió Pedro, que vestía elegante, como siempre, con su porte delgado y camisa blanca.
- Hola Lucía. – Dijo sin obtener respuesta y me dirigí al cuarto donde me cambiaba habitualmente cuando trabajaba allí. – Te esperamos en el salón.
El corazón me latía a mil. Supongo que toda la sangre me había subido a la cabeza cuando abrió mi antiguo jefe. Me cambié completamente de ropa, poniéndome las bragas blancas bordadas, la falda de rayas y la camiseta que había comprado el día anterior. Me miré y no me gustaba. La camiseta me quedaba holgada pero para aquellos pervertidos sería suficiente.
- Buenas noches Lucía. – Dijo Alberto besándome en los labios y tocándome el culo. – Dejo aquí los 1.500 en un montón y en otro los 2.500. Si en algún momento quisieras parar, basta con que digas stop o no, no, no. Te pagaremos el trabajo realizado hasta ese momento.
Pedro colocó los entremeses sobre la mesa y uno a uno fui dándoles dos besos en la cara. Cuando me disponía a servirlos me dijeron que me hiciera una foto con ellos. Me las hice y comencé a servir. No era más que una cena más hasta ese momento, sólo vestida de manera un poco distinta. Todos conservaban su educación hasta que me puse al lado de Alberto. Metió su mano por debajo de mi falda y la levantó. Hice un movimiento rápido que casi dio con la comida en el suelo.
- Lucía, quítate la camiseta. Estarás mejor sin ella. – Ordenó Alberto.
Sabía que ese momento iba a llegar hasta quedarme desnuda e ir a la cama a practicar el jueguecito que había planteado Alberto. No iba engañada. Dejé de servir, me aparté un poco y saqué la camiseta de mi cuerpo. La aparté y volví a servir. Cuando le tocó al organizador de la fiesta me tocó los pechos y volvió a meter la mano por debajo de la falda. Animó a mi antiguo jefe a tocármelos también y lo hizo, supongo que cortado por lo que nos conocíamos.
Intenté apartarme y de paso poner en el centro la bandeja del pescado y aprovechar a cambiar los platos. No olvidaba mi papel de camarera en el evento. Alberto lo impidió, colocándome junto a él.
- Lucía, llena las copas de vino. – Lo hice y propuso un brindis. – Por una noche excepcional, con una mujer espectacular.
Levantaron las copas. Me limité a mojar mis labios. Intenté mantener la compostura cuando dijo que se querían hacer otras fotografías conmigo. Ante mi inquietud, dijo que sólo las verían ellos. Debí ser más firme y negarme a ser fotografiada pero mi necesidad económica imperaba sobre mi vergüenza. Primero fueron todos juntos y luego uno a uno, aunque Alberto no se apartaba de mi y apenas sacaba su mano de entre mis muslos Pensaba en cómo había llegado a aquello y mis ojos se humedecían.
Pedro, una vez habían terminado los entrantes, retiró la bandeja y dejó que yo hiciese lo mismo con los platos. No podía precisar de quien era cada mano que acariciaba mi cuerpo por arriba y por abajo. Cuando terminé de servir volvió a hablar Alberto.
- Sergio, la he mirado ligeramente, pero deberías subirle la falda y asegurarnos que lleva las bragas blancas que le di.
Sergio se levantó. Me asusté y echándome para atrás. No podía soportar que estuviera allí. Era casi de la familia. De manera brusca, la levantó, y el organizador asintió con una sonrisa. Volví a la mesa, donde continuó acariciándome hasta que habló de nuevo.
- Lucía. Ha llegado el momento de quitarte la falda. Es bonita, pero tú lo eres más sin ella. Además, te recuerdo que es mía.
No por esperadas, sus palabras dejaron de ser un auténtico bofetón. Sabía dónde estaba y a lo que había ido, así que me aparté ligeramente y bajé la falda. Solté el broche y bajé la cremallera. Me estaba holgada por lo que cayó sola. Alberto me llamó para que volviera a la mesa.
- Voy a explicar el motivo por el que tenía el capricho que Lucía llevase unas bragas blancas. Quiero que se las firméis. Hacedlo los tres en la parte del culo de la braga.
No hicieron comentario. Sólo rieron y asintieron. Lolo fue el primero que se lanzó a firmar mi trasero. Después lo hizo Sergio y por último, mi antiguo jefe.
- Ahora me toca a mí. Date la vuelta, bonita.
Me di la vuelta para que hiciera lo mismo Alberto pero por la parte delantera. Sentí la punta de rotulador y firmó en mis bragas.
- Me ha quedado un poco rara la firma, pero es por el pelo del coño. – Dijo riendo y provocando las risas a los demás.
Estaba semidesnuda ante ellos y eran más humillantes los comentarios que la situación en sí.
- Lucía. Ya estamos terminando la cena. Retira los platos y tráenos el arroz con leche. Pero antes de seguir, hagámonos unas fotos con ella. Está muy guapa.
Sabía lo que había aceptado y fui a hacerme las fotos con ellos, que ya estaban levantados y colocados. Sólo tuve que situarme entre ellos para hacérmelas y después acompañándolos individualmente. Cuando terminaron, seguí con mi labor como camarera, eso sí, en top less. Retiré los platos vacíos y puse en su lugar los postres. Sabía que el momento fuerte se acercaba pero no quería pensarlo. Cada vez que lo hacía no podía dejar de mirar instintivamente y con vergüenza a Sergio.
Al situarme de nuevo junto a los comensales Alberto siguió tocándome, sólo que ahora ya lo hacía descaradamente por delante de mis bragas hasta que las separó un poco por el interior de las piernas y comenzó a tocarlas. Noté como con su dedo rozaba mi vello púbico. Me quedé quieta. Se me erizaba la piel. Cerré los ojos y le dejé hacer mientras las lágrimas desbordaban mis ojos.
- Lo que he dicho, tiene muchos pelitos abajo. Lucía, si tu marido supiera que lo estoy tocando, no sé lo cómo reaccionaría, siempre presumió de ti. Seguro que os morís de ganas de verlo pero aún deberéis esperar un poco. Yo pago, yo decido.
Vamos Alberto. No seas así. Nos tiene a mil. Deja que nos lo enseñe. – Respondió Lolo, que se iba envalentonando ante la situación.
Pero sólo un poco, ya habrá tiempo después. Ven aquí, Lucía¡¡
Llevaba las manos en la boca, como una cría. Me abrazó y bajó ligeramente mis bragas hasta dejar la mitad de mi sexo al descubierto.
- Eres preciosa. Aunque pocos tenemos pruebas para decirlo. Nadie te había visto el coño sexualmente salvo tu marido. Vamos, unas fotos así dijo mirando a Sergio. – Expresó entre risas.
Se volvieron a colocar. Pedro me dio la mano. La apreté fuerte. Lo necesitaba mientras sacaban las imágenes. Cuando terminó me dijo.
- Vamos mujer, súbetelas que vas a coger frío.
No perdí un momento y me las volví a poner aunque no sabía por cuanto tiempo las llevaría. Pensé que estaba viviendo una pesadilla que yo misma había aceptado. Alberto abrió la puerta de la habitación que a veces había visto, pero que sabía, formaba parte de la privacidad de mi antiguo jefe.
- Mira Lucía. Esta es la cama que hemos preparado. Estarás atada. Se trata que tus piernas estén completamente abiertas para estimularte y que no puedas cerrarlas. Las correas de las manos tendrán holgura, por lo que tu puedo se podrá contornear si lo necesitas. Puedes ponerte cuando quieras, o espera, sírvenos una copa primero. Yo quiero ron con cola.
Comencé a servir. A pesar de las fotos, tocamientos y estar semidesnuda, hacía mi trabajo como cualquier otra noche cuando trabajaba allí, aunque sabía que eso terminaría en breve. Una vez servidos me dirigí a la cama. Me tumbé boca arriba, con los brazos y piernas abiertos. Sergio era uno de los más activos a la hora de atarme las correas. Me sentía completamente expuesta, Sin mostrar más que en otros momentos de la noche, mi sensación era de ser más vulnerable.
Sergio y Lolo cogieron dos vibradores pequeños, los encendieron y se dirigieron a mis pechos. Alberto, con el más grande, tocó mi sexo. Notaba como todo mi cuerpo vibraba aunque no percibía ninguna sensación extraña. Ellos disfrutaban haciéndolo, aunque eran torpes manejándolos, y tuvieron que pasar unos largos momentos cuando comencé a tener una sensación extraña en mi cuerpo, placentera aunque distinta a cuando mi marido me tocaba previamente a hacer el amor. Solté algún pequeño gemido involuntario.
- Mirad. Se ha mojado'¡¡. – Señaló Alberto. – Venga Sergio. Vamos a hacerlo a la vez
Continuó con el vibrador. Me intentaba soltar pero era inútil. Era parte del juego el no poder moverme. Al apartarlo debía notarse la humedad por encima de mi braga. Les escuché reír. Según iba poniéndome el vibrador lo sentía más y más, hasta el punto de sentirme bastante mojada aunque no era placer lo que sentía.
- Joder. Están empapadas, – Dijo tocando mis bragas.
Volvieron a encender los vibradores y me sorprendí gritando y gimiendo. A pesar de no estar allí de manera voluntaria, era por dinero, mi cuerpo respondía a la masturbación. Efectivamente, estaba muy mojada, lo sentía cuando apretaba el vibrador y al parar.
- Tocadle las bragas. A que están empapadas?
Uno a uno pasaron sus manos por ellas. Sergio, que ya lo había hecho junto a Alberto, Lolo, Pedro... Me sentía sucia mientras marcaban mi vagina tocando por encima de la braga. Fue entonces cuando me soltaron las correas de las piernas, las cerré ligeramente. Las tenía adormecidas y un ligero temblor inconsciente.
- Lucía, cariño. Es el momento de que me devuelvas las bragas. Sergio, quítaselas tú.
Ante la petición de Alberto me puse muy nerviosa. Sabía que me las iba a quitar, pero dentro de eso no podía aceptar que fuese el chico quien lo hiciera. Era casi de la familia. Ya era demasiado duro que estuviese allí y sabía que tal vez, sólo tal vez, tendría que tener sexo con él aunque tenía una idea para después, que esperaba poder llevar a cabo y evitar una relación completa. Era lo que había pensado y que fuese el que me desnudase del todo no formaba parte de lo que tenía previsto, ni de lo que podía soportar. Así que recordé lo que podía hacer para parar y de manera inconsciente, dije las palabras.
- No, no, no. Por favor¡¡¡ Stop. – Expresó claramente Lucía.
Se quedaron todos parados. Se miraban unos a otros. No estaba dispuesta a permitirlo. Había sido una reacción improvisada pero me sentía segura de mi decisión.
- No pasa nada Lucía. Era el trato. Te vamos a dar 350 euros por lo que has hecho esta noche, servir la cena y quedarte semidesnuda. Te desatamos, te pago y te puedes marchar...
Cómo? Qué dices? 350 euros, por favor... Si he hecho todo. He llegado hasta casi el final. – Está bien. Sergio, quitamelas. – Expresé reculando de mi decisión anterior.
No Lucía. Esto ha terminado.
Me di cuenta que podía perder todo lo que iba a ganar en la primera parte. Era lo que habíamos pactado. Necesitaba todo el dinero, necesitaba más aún y no podía permitirme cobrar mil ciento cincuenta euros menos.
- Necesito el dinero. Sólo no quería que fuese Sergio Dios mío¡¡¡ Es casi mi sobrino. Le he visto crecer, pero necesito el dinero. Mi familia lo necesita. Por favor¡¡¡ – Espeté dando las razones por las que estaba allí y por lo que hacía lo que estaba haciendo.
- El contrato que firmamos ya no sirve. Se ha terminado, pero si quieres puedes continuar con esta parte. Te llevarías 800 euros más los 2500.
- No. Necesito lo que habíamos hablado. 1.500 más los 2.500 de la siguiente parte. Por favor, por favor, necesito el dinero. – Protesté rompiendo a llorar.
- Pídele al chico que te las quite y seguiremos, por 1.000 y espero que cuando nos folles, si es que aceptas, seas activa y colabores como si te apeteciera hacerlo.
- Sergio, hazlo¡¡ – Dije aceptando entre lágrimas.
- Pídeselo más alto y promete que se lo harás pasar bien cuando llegue el momento.
- Sergio. Quítame las bragas y luego.... – Expresé, costándome trabajo hablar y mientras Alberto mantenía mi cabeza levantada para que mirase al joven.
No tardó en hacerlo. Cerré los ojos y facilité que el chico sacase mis bragas, levantando ligeramente mi trasero y mis piernas hasta que sentí que llegaban a los tobillos, quedando completamente desnuda ante ellos. Froté mis piernas, sentía algún calambre por haber estado abierta y sujeta por las correas pero en unos instantes, Noté el aire que rozaba mi cuerpo, ahora si podía sentir mi humedad vaginal. Alberto volvió a colocarme como antes, con las piernas abiertas, sólo que ahora completamente desnuda. Sus manos se dirigieron a mi sexo tocándolo sin pudor. Podía saber de quien eran los dedos, los más suaves de Sergio y los más gruesos, los más duros, de Alberto. Me separaron los labios vaginales, tocando mi clítoris. Mantenían mi sexo completamente abierto.
- Venga chaval. Vamos a meterle caña otra vez¡¡¡
Sentí el vibrador de nuevo en mi sexo. Estaba tensa. Aguanté unos segundos pero de nuevo empezó a hacer efecto en mi cuerpo. Me estremecía y me hacía perder la razón.
- Ven Pedro. Tú también, Lolo. Tocadla.
Joder, tiene el coño empapado. – Comentó Pedro
Le gusta y encima va a cobrar por ello. – Terminó Lolo.
- Cómo puede pensar que me gustaba? – Pensé sin responderle con palabras.
Lo hacía por lo que lo hacía. Sólo por necesidad económica. Una vez me hubieron tocado los cuatro a su antojo, volvieron a encender el vibrador, apretándolo contra mi sexo y haciendo que me estremeciese otra vez.
- Tócale el coño, bien, que sepa quien es el amigo de su hijo. Aunque seguro que lo imaginabas, hasta este momento no has tenido la certeza de que era mujer.
Volví a sentir la mano de Sergio en mi sexo. Las palabras habían martilleado mi cabeza. Era cierto. Me habían visto completamente desnuda. Todo mi cuerpo al descubierto, yo, que jamás había hecho top less en la playa.
- La ves? Es una mujer decente. Nos ha servido la cena con poca ropa, ha dejado que la masturbemos con unos vibradores, nos ha hecho una rebaja en el precio, te ha pedido que le quitases las bragas y ahora estás tocándole el coño descaradamente siendo el hijo de su mejor amiga y amigo de su hijo. Y hace todo esto por dinero, porque tiene que mantener a su familia, es una gran madre y esposa.
De nuevo, sus comentarios tranquilos y seguros volvían a martillearme la cabeza. Era ruin al hacerme sentir así. No era justo y sobre todo, era gratuito. El humillarme así no estaba incluido en el precio. Si estaba haciendo todo lo que decía, había sucedido así, pero era por dinero. Era por mi familia. Había cedido ante una necesidad. Soy una mujer decente pero mis hijos se merecen una casa, comer... y sólo tenía esta forma de conseguir los recursos para que nuestra vida siguiese siendo “normal”. No pude evitar romper a llorar, de la manera más sonora, más que en el resto de humillaciones que había sufrido esa noche. Tocaron otra vez mi sexo, separando mis labios y jugando con ellos.
- Mete el dedo. Yo voy a jugar con su clítoris. A ver hasta donde llega.
Sergio metió su dedo hasta dentro. Junto a las caricias lascivas de Alberto hizo que volviese a gritar y estremecerme.
- Se ha corrido. Se ha corrido. Lo he sentido... – Gritó el joven.
Apoyé la cabeza sobre la almohada de la cama. Extenuada y hundida ante lo que habían hecho conmigo. Perdí por unos instantes la noción del lugar donde estaba.
- Bien Lucía. Te has llevado 1.000 euros. Has perdido 500 por la tontería de parar. Imagino que querrás los otros 2.500. Para ello tienes que tener sexo, cada uno como quiera, y que no se note que lo haces forzada o por dinero. Queremos que colabores. Empezará Sergio que tiene un calentón de la hostia.
Sabía que ese momento iba a llegar y en los últimos momentos, dada la crueldad psicológica que estaba mostrando Alberto, estaba segura que Sergio sería el primero. Yo también estaba preparada para que dándole lo mismo que ya había tenido, evitar la penetración.
Los cuatro hombres se acercaron a la cama y soltaron las correas que habían impedido que me moviese mientras era masturbada. Moví las extremidades ligeramente pero a sabiendas de lo que venía, las dejé de la misma forma. Pude ver como Sergio se iba quitando la ropa, hasta quedarse completamente desnudo. Cuando hubo terminado se situó entre mis piernas.
- Ya sabes. Lucía, trátale bien.
No dije nada. Enseguida Sergio acercó sus labios a los míos. Temblaba. Estaba muy nerviosa. Intentó acercar sus labios a los míos. No le rechacé, pero le expliqué mis intenciones antes que llegase a besarme y presionando su pecho le aparté para hablar.
- Sergio, no quiero tener relaciones contigo, por favor. Tócame, bésame, yo también te tocaré, pero por favor, no entres en mí. Tu madre y yo somos como hermanas y tú como un sobrino. Mira, mis tetas, son tuyas, mi coño, toca, yo te toco tu cosa, vamos cariño, te haré disfrutar.
Sabía que me denigraba, invitándole a tocarme y manosearme, ofreciéndome a hacerle una paja con la condición de no tener sexo con él. Acercó de nuevo su boca a la mía.
- Bésame. – Pidi.
Acercamos los labios. Dos picos para de inmediato meter su lengua hasta mi garganta. Yo agarré su miembro e intenté masturbarle. Sabía que estaba caliente, Completamente erecto, si me daba prisa podía conseguirlo y evitar que me penetrase. Era mi obsesión. No podía suceder. Mi sorpresa vino cuando noté su mano que agarraba mi muñeca y la apartaba de su miembro llevándola por encima de mi hombro.
- Qué haces? – Pregunté al impedirme continuar.
Alberto y Lolo agarraron mis manos y las apoyaron en la almohada. Mi mundo se vino abajo.
- Sergio. Hemos pagado para follarla. Si no quiere basta con que diga las palabras y pararemos. Puedes hacerlo. Lucía. Te voy a contar algo. Te hemos hecho muchas fotos y las hemos enviado a Javi, Lucas y a Aitor. Los conoces, verdad?
Estaba tan abatida al saber que iba a tener sexo con Sergio que no pensé en la transcendencia que pudiera tener el que entre Alberto y él, hubieran mandado mis fotos a los amigos de mi hijo.
- Por qué lo has hecho? – Pregunté a Sergio, justo antes de que entrase en mí, y más preocupada por eso que por las fotos.
- Porque yo se lo he dicho. Ellos sabían de este encuentro. De hecho, mira, han creado un grupo de whatssap que se llama Madre de Héctor del que también formo parte. – Respondió Alberto regodeándose con la respuesta.
Miré a Sergio y me puse a llorar. De nuevo se me había ido de la cabeza lo de las fotos, el whatssap y los chicos. No quería tener sexo con él. Era lo realmente importante para mi.
- Mira Lucía. – Estos son. – Qué tetitas más juguetonas. “Me gustan las bragas bordadas”. “Su coño es de puta madre”. “Por esta mami no pasan los años”. “Tienes que poner una foto de su culo”. “ Fóllala por nosotros”. “Cuando se la metas cuéntalo”.
Sólo estaba pendiente de Sergio. Cada vez le sentía más cerca. Su miembro se rozaba con mi vello púbico y estaba a pocos milímetros de la entrada de mi vagina. En un brusco movimiento entró completamente en mí. Dí un grito de negación pero estaba hecho, una vez más, había perdido en mi negociación con aquellos hombres.
- Tocadle las tetas, que saco foto. – Dijo Alberto sacando su móvil y apuntándome. – Te das cuenta que pones a todo el mundo mogollón? En especial a los chicos. Todos se han hecho pajas pensando en ti.
- Y las que nos haremos. – Respondió excitado y jadeante mientras continuaba entrando y saliendo de mi sexo.
Lo cierto es que escuchaba lo que decía pero no prestaba atención. Mi mente sólo estaba puesta en mi cuerpo, en el cuerpo de Sergio que se fusionaba con el mío una y otra vez. Los hombres comenzaron a tocar mis pechos, acariciar mis pezones. Lolo era especialmente activo. Sergio acercó de nuevo sus labios a los míos pero ahora no lo permití, giré mi cabeza rechazándole. Besó entonces mis mejillas y mi cuello. Eso no podía evitarlo. Sus besos se mezclaban con mis lágrimas. No podía creer que me estuviera pasando aquello. Ni en una pesadilla lo podría haber imaginado.
Noté como se iba cargando. Era como un taladro que cada vez era más grueso. Sabía que era cuestión de pocos instantes que terminase.
- Por favor¡¡¡ Dentro no.
No me dio tiempo a decirlo cuando noté como me inundaba de semen. Quedó clavado en mí. No podía pensar, sólo lloraba. En realidad había aceptado aquello, no sabía si tenía derecho a sentirme mal, aunque sí culpable.
El joven continuó dentro de mí durante unos momentos que se me hicieron eternos. Posteriormente se levantó ante las prisas de Alberto, que me entregó una toalla para que me limpiase. Me sentía sucia, por mil duchas que me diese, por mucho que utilizase aquella toalla, una de las que Pedro cambiaba a diario en los baños, podrían hacer que se borrasen mis manchas.
- Ahora me toca a mí-- Expresó el organizador.
Apartó a Sergio, que aún seguía en la cama y me agarró del brazo para darme la vuelta y colocarme de rodillas, para posteriormente empujarme sobre la cama, dejando expuestos mi ano y mi vagina, sin saber cual de ellos tomaría.
- Vamos Sergio. Tus amigos te han pedido fotos de su culito. Hazlas.
Tonta de mí, no volví a dar importancia a las puñeteras fotos. Sólo pensaba en lo que había sucedido con el hijo de Cristina, el amigo de Héctor, me había poseído. Escuché los click del teléfono, eran más fotografías.
- A ver que nos ofrece nuestra camarera. Tenemos un bonito coño y un precioso culo. Empezaré por probar el primero.
Le escuchaba hablar pero no prestaba atención. Me daba igual lo que hiciera. No podía sentirme más humillada. Noté como separaba mis labios y metió su miembro en mi sexo. Era considerablemente más grande que el de mi marido y que el del joven. Gemía, era instintivo, lo notaba, no era ni placer ni desagrado. Era una especie de vegetal, de muñeca, con la que Alberto jugaba.
- Me encanta el coño. Pero como he pagado yo, ahora probaré el culo. Está cerradito y me va a gustar. Me imagino cómo tuvo que ser tu noche de bodas, sólo que entonces lo hiciste por amor y ahora por dinero, pero la misma entrega. Seguro que tu marido probó esa noche tu culito como haré yo ahora.
No era cierto, eso si lo escuché. Mi marido no me desvirgó analmente hasta unos días después, en el viaje de novio, no sin antes comprar vaselina en la farmacia para evitar que me doliese. Aún así no me gustó. Sabía que ahora me iba a doler, no sólo por no tener ningún lubricante, si no porque el miembro de Alberto era mucho mayor.
Di un grito cuando se introdujo en mi ano. Noté como me desgarraba y clavé mis uñas sobre las sábanas. El dolor era insoportable y empecé a llorar. Ahora era físico. El daño moral estaba apartado durante unos momentos. Tenía mi cara apoyada en la cama y fijé mis ojos en Pedro, que me miraba compasivo. Sabía que de los que estaba allí era el único que era más o menos decente, aunque también me había tocado y acariciado, era el menos horrible de aquellos hombres. Al quedar observándole me volvieron las lágrimas a los ojos. Al verlo, Pedro me acarició el pelo y pasó su dedo pulgar para apartar las lágrimas de mis ojos.
- Me duele. Me hace daño. – Le dije, pidiendo consuelo.
Se acercó y me dio dos besos, uno en la frente y otro en la mejilla que tenía al descubierto. Mientras, Alberto seguía con sus fuertes embestidas. Tenía que agarrarme para que no me desplazase y tirase de la cama por delante. A veces, metía su mano por mi torso, levantándome, hasta llegar a tocar mis pechos. Otras veces se limitaba sólo a levantarme para que Lolo me los tocase y me intentara besar.
- Dios¡¡¡ Dale más besos¡¡¡ Me voy a correr¡¡¡
Volví a notar un flujo caliente. Esta vez en mi ano. Se relajó y mi cuerpo también. Lo mantenía irritado pero notaba que su volumen había bajado considerablemente. Ahora volvía la humillación. También me importaba lo de Alberto. Había sido amigo de mi marido y ahora yo había sido suya, anal y vaginalmente.
- Ya terminó. Tranquila Lucía. – Me dijo Pedro tranquilizándome.
Era al único que le importaba como me sentía. Pero por qué había aceptado esto? Por qué no se había negado? Yo había aceptado al situación, era cierto, pero él podría haberse negado a tal aberración.
Alberto se levantó. No vi su cara. Pero hoy imagino la satisfacción que debía mostrar su rostro.
Sin dar apenas tiempo, Lolo me dijo que me limpiase, entregándome de nuevo la toalla. Pensé al hacerlo que también me penetraría analmente y no estaba segura de poder soportarlo de nuevo. No fue así, me incorporó mientras veía como se bajaba los pantalones y sacaba su miembro.
- Vamos, métela en tu boca. Chupa¡¡¡
Parece increíble pero la felación era lo menos malo que me parecía de todo aquello. Intentaría que terminase lo antes posible. Comenzó a moverme la cabeza con fuerza. Estaba segura que iba a llegar pero paró de inmediato. Se dio la vuelta y me apartó. Quería otra cosa.
- Ponte sobre mi. Tienes un buen culo pero prefiero tu coño.
Me situó de frente al resto de los hombres mientras tomaba su miembro y se acoplaba para introducírmelo. Apretó fuerte sus manos sobre mis caderas y empezó a subirme y bajarme, creo que más que para él, para que los demás pudieran ver la escena, mi sexo, y mi cuerpo desnudo. Según se fue excitando tiró de mi pelo hacia atrás, llegando a reposar mi espalda sobre su pecho pero sin llegar a salir de mi en ningún momento. Giró mi cabeza y me besó. Al sentir sus labios notaba las lágrimas que bajaban por mi cara. Ahora tenía agarrado mi estómago, siguió penetrándome hasta que supe que iba a terminar. Me clavó contra él para posteriormente apartarme. Ahora fui yo quien directamente cogió la toalla y me limpié.
- Te toca, Pedro.
No, yo paso. Pobrecilla. Me da muchísima pena. Deja que se vaya y que coja el dinero.
No. Esto era cosa de los cuatro. Era el trato. Si no te la quieres follar, que te la chupe o que te haga una paja.
Pedro se dirigió al sofá bajándose los pantalones. Iba a aceptar. No daba crédito. Dentro de lo malo, masturbarle no era lo peor que podía hacer, pero me dijo que no iba a hacer nada, y ya me había tocado por todo el cuerpo y ahora yo haría lo mismo. Tampoco esperaba demasiado de ninguno de los que allí estaba.
Pedro estaba excitado antes de que le tocase. Puse mi mano sobre su pene y empecé a masturbarle. Al aumentar la velocidad su agitación también se incrementó. Supe que era la forma y seguí así. A pesar que se excitaba no conseguía que terminase. Tuve que esperar un poco, pero al final, mis maniobras hicieron que un chorro de semen saliera disparado varios metros.
- Muy bien, Lucía. Te has ganado los 2.500. Te llevas 3.500 euros a casa.
Pedro me entregó un mantel limpio y me lo puse por delante. Cogí el dinero y me dirigí al cuarto donde estaba la ropa con la que me iría a casa. Me vestí rápidamente y salí directa al coche. Me alejé de allí pero no fui a casa. Rompí a llorar, me desahogué completamente. Tenía dinero en el bolso, pero había sido humillada como nunca. Estaría como una hora, sentada en el coche. Intentaba sacar fuerzas para llegar a mi casa cuando noté que tenía un whatssap en el móvil. Era Alberto. No podía creerlo.
- Lucía. Sé que escribes cuentos. Quiero que hagas un relato de lo que ha pasado, tu historia, cómo lo has vivido. Quiero tenerlo. – Recibiendo a la vez un archivo de sonido.
- No puedo creerlo. Cómo me pides esto. He cumplido con lo pactado. No haré nada. Olvidadme todos.
Llegaron varios mensajes más, fotos mías, con las bragas semibajadas, tocando mi sexo, besándome Sergio, haciéndolo con él, las penetraciones de Alberto, mi trasero.
- Te doy una semana. Espero que te esfuerces.
Estaba perdida. Volví a llorar. Cuando se me pasó el sofoco volví a maquillarme y me dirigí a casa. Era tarde pero mi marido y mi hijo mayor estaban levantados.
- Qué tal la cena, mamá? He hablado con Sergio y dice que lo han pasado muy bien, que has hecho un trabajo excelente.
- Bien, hijo. Un trabajo más. – Dije conteniéndome.