Una mujer decente
A vista de todos era la clásica profesora frígida, estricta y puritana y en verdad lo era...¿y entonces como pude hacer todo aquello que hice?, ¿cómo me metí en semejante berenjenal?, ¿no era yo una mujer decente?...
UNA MUJER DECENTE
Me llamo María Luisa, soy profesora de facultad y me encuentro en ese punto de la vida en que estoy entre "mujer despampanante" y "madurita cachonda". 95 de pecho, 65 de cintura y 92 de cadera son las medidas que dibujan mi contorno, acompañados de unos preciosos ojos pardos de intensa mirada (a lo Eva Longoria), y un pelo liso de melena larga, que me llega a los omoplatos. A vista de todos soy la clásica frígida, de estricta moral y algo puritana en mi proceder, y en verdad soy así o lo era hasta hace poco. No sé como ni porqué, pero desde hace poco tiempo, estoy desarrollando un secreto sentido del morbo que me hace buscar a alguien con quien dar rienda suelta a las oscuras fantasías que se me pasan por la cabeza. En esta búsqueda fue cuando, un día, lo descubrí a él, al único hombre capaz de estar mi nivel de perversión, y el único que se ha ganado un título que será por el que lo llamaré en este relato: "Mi Amo".
Encontré a Mi Amo en la red de redes, fruto de la casualidad. La mayoría de hombres, insulsos como un plato de sopa fría, solo buscaban hacerse una paja por cam, correrse y luego largarse sin dar explicaciones (lo mismo que en la vida real, que cosas). Con él fue diferente. Mi Amo llamó mi atención porque de todo lo caliente que hablé con él, jamás me preguntó de ponerme cam. Prefería imaginarme a verme. Tras nuestra primera charla, estaba tan húmeda y excitada por sus palabras que no pude refrenar los deseos de mi cuerpo y me desvestí en el sillón del ordenador, metiéndome mano hasta que me llegó un riquísimo orgasmo mientras leía todas aquellas cosas que él decía que le gustaría hacerme. Fue una experiencia, la primera con él, que me hizo saber que a Mi Amo lo quería en mi MSN (que casi nunca doy a nadie) para futuros juegos.
Hubo un tiempo en que al escuchar cuchicheos sobre mí entre los estudiantes (la mayoría referidas a mis curvas), o los piropos soeces de los obreros de construcción (la mayoría muy sucios) me ruborizaba. Ahora ya no me asusta ni acobardan. Los oigo y una especie de corriente eléctrica me recorre, no sé porque pero algo excita mi libido al escuchar esas cosas, me siento arder por dentro. Mi Amo, al que cuento en confesión lo que pasa con pelos y señales, se excita oyéndome y con el tiempo, ha llegado a decirme sin pudores lo bien que se masturba pensando en cualquiera de las fotos sugerentes que solo para él me saqué (nada de desnudos ni cosas de esas, solo ligera de ropa) o en como esos alumnos u obreros se me follarían cual animales en celo. En otra ocasión el que alguien me hablase así se llevaría una buena bronca, pero ahora solo acrecienta mi oscuro deseo sexual que solo Mi Amo logra explotar hasta sus últimas consecuencias. Yo hago todo él me dice, por loco que sea, mi sumisión a él es total, cosa que jamás creí que me pasaría: yo, profesora dominante y de carácter, siempre con el control de todo, convertida en el objeto de un desconocido del otro lado del ordenador.
A él fui contando mis fantasías más íntimas, los deseos que me surgían en las situaciones más cotidianas y anodinas, las intensas sensaciones que recorrían mi cuerpo cuando me sentía deseada por un hombre, los delirios que cruzaban mi cabeza Él era tan morboso como yo, sabía estar a la altura de mis expectativas y siempre era capaz de sorprenderme con algo más morboso todavía o con algo que a mí no se me había pasado por la cabeza. Mi Amo decidió envalentonarse poco a poco, sin prisa. Tardamos mucho en vernos por cam, y lo hacíamos de tal modo que me podía pedir lo que fuese, que yo lo cumplía. Llegó a verme desnuda, a tener mis tetas ocupando toda la imagen de la cam y, con el tiempo, en secreto y rotos todos los tabúes entre nosotros, a darnos una buena sesión de sexo virtual. Verle masturbándose sabiendo que estaba todo duro por mí me azoraba por dentro. En vez de asco, sentía una especial atracción, y me quedaba con los ojos abiertos, grandes como platos, viéndolo todo. Anhelaba darle mi boca donde echar su leche caliente, donde él pudiera descargarse, sentía un fuerte deseo de ser su esclava, su fiel sumisa. Él me conocía como ningún hombre llegó a hacerlo, y solo por él cumplí las fantasías que más golpeaban mi corazón. Estás son, de menor a mayor y en el orden en que se fueron haciendo realidad:
Fantasía 1: Alumnos
Siendo como soy quien manda en mi clase, mis fantasías pronto giraron alrededor de ella pero en un giro de 180 grados, convirtiéndome en sometida en vez de sometedora. En un alarde de imaginación, llegaba a imaginar a mis adoradas alumnas y a mí como simples trozos de carne, como verdaderas putas, coñitos andantes al deleite de la polla de turno con ganas de penetrarlas. Aunque a veces imaginaba la situación inversa, siendo nosotras las que mandábamos, era la sensación de estar dominada lo que me gustaba, de sentir que él me mandaba y yo solo obedecía. El típico empollón inexperto, el clásico machito con aires de rebelde, el deportista todos venían a pasarme por la piedra, sin que yo protestase en ningún momento. No era su profesora era su zorra.
Mi Amo, que sabía de los deseos sexuales que quemaban mi mente, me ordenó un día que me tirara a uno de esos alumnos, precisamente no el que más me gustara, si no el que más yo odiara. El ganador resultó ser Rogelio, el clásico niñato mimado a la par que malcriado e irreverente, con el que me había enfrentado en más de una ocasión por el control de la clase. Su padre, alguien de poder e influencia, le tenía asegurado un trabajo importante en su empresa para que con el tiempo llevara las riendas y veía todo aquello de la facultad como una pérdida de tiempo pero a mí, como su mayor desafío. Era sabido que era un triunfador entre las chicas con aquel aire de "rebelde sin causa", de niño malo, e incluso tenía entendido que a alguna de mi clase ya se la había pasado por la piedra. Sin embargo, y lo sabía por la forma en que algunos días me miraba, se le veía que a su tutora también se la quería cepillar cosa que yo jamás le permití.
Un día en que estaba especialmente rebelde, me armó un escándalo por el que le obligué a quedarse después de clase como castigo. Para la ocasión llevaba un conjunto de estreno, mezcla de traje y lencería, que si bien me veía genial, me quedaba un poco justo aparte de picarme un poco. Cada pocos minutos, mientras intentaba meter a aquel mocoso engreído en cintura, yo metía mano por la camisa para ajustarme el sujetador, pues mis domingas amenazaban con salirse de su cárcel de seda negra, y eso provocaba que mis empitonados senos balancearan de un lado a otro. Con las medias me pasaba lo mismo, y marcaba mucho mis torneadas piernas y mi culo, bien levantado entre la falda y mis braguitas. Rogelio, con cara de obseso, me miraba mientras se reía por dentro viéndome exhibirme de ese modo hasta que al fin no pudo más, y se lanzó al ataque.
De modo rápido fue a cerrar la puerta de la clase y de modo violento me puso sobre la mesa, rompiendo mis braguitas mientras yo intentaba impedir aquello. Rogelio se bajó la cremallera y sacó su polla de los pantalones, forzándome a tragármela entera mientras se apoderaba de mi coñito con sus dedos, cada vez más mojados por el masaje que le daba a mis labios verticales. Resistí todo cuanto pude hasta que el cansancio me venció y entonces solo quedó dejarme hacer: allí, en el lugar donde era yo quien daba las órdenes y donde sometía a los demás, me sometieron a mí. Aquel vicioso con cara de depravado chupó de mis tetas hasta dejármelas doloridas y con marcas (tardaron días en desaparecer), sobó mi culo y lo penetró con dolor, tanto que creí partirme en dos, no me imaginaba ni que follara tan bien ni que le fuera el sexo violento pero así me lo hizo hasta que quedé desmadejada sobre la mesa, con la ropa casi hecha un cisco. Antes de irse supliqué, por favor, que no dijera nada o de lo contrario me buscaría la ruina. Él aceptó con una condición, y yo asentí para que no se supiera, porque a fin y al cabo, yo era una profesora respetable era una mujer decente.
Fantasía 2: Vecino jubilado
El Sr. Mendoza era un funcionario de juzgados ya retirado que vivía cerca de mi casa. Más de una vez le veía con ojos de vicioso salido mirando a las adolescentes del barrio y no tan adolescentes, pues alguna vez me había lanzado esas miradas lascivas que en vez de excitar la mente provocan un sentimiento de repulsa pero eso un día cambió, y el que un vejete como él me desease iba excitando en mí la idea de saber como sería en la cama un hombre con su experiencia sexual, lejos de jóvenes pueriles y adultos inexpertos lleno de traumas y fantasmas inútiles. ¿Sabría follar a una mujer hasta el delirio?, ¿sería brusco con ellas, o sería más cariñoso?, ¿la sometería a sus deseos o la dejaría a su aire para que ella se desmelenara? y lo más importante: ¿qué podría darme él que los demás no pudieran?.
Mi Amo no tardó en saber de la existencia del Sr. Mendoza y pronto tuvo bien claro que a un hombre tan mayor, un recordatorio de lo que era una mujer como mandan los cánones le iba a venir de perlas. Aunque el inicio de los acontecimientos lo había dejado a mi elección, mi amo había lo dejado muy claro: los huevos del Sr. Mendoza tenían que quedar vacíos, no importaba de qué modo. Sinceramente no me veía capaz de semejante hazaña, jamás había tenido el suficiente sexo con un hombre como para que llegara el punto de que fuera incapaz de correrse, eso requería de tiempo por su parte y de una gran calentura por la mía, pero si Mi Amo lo decía, tenía que cumplirse.
Fue pura casualidad el como empezó todo. Yo volvía a casa, un fin de semana de otoño en que estaba especialmente sensible porque me habían presentado a un chico con el que no había llegado hasta el final, pero besaba de miedo y sabía meterme mano que me ponía a cien hasta que me enteré que todavía seguía casado con su mujer y lo mandé a tomar por el culo, hablando mal y pronto, aunque el prometía que el divorcio era inminente (paso de los que prometen cosas, son como la mayoría de los hombres en la cama; casi nunca cumplen). En fin, llegaba a casa cuando el Sr. Mendoza, paseando a su perrito, me vio lo piripi que estaba y se ofreció para llevarme hasta mi casa y evitar que me diera de morros contra una pared o una puerta Y aunque normalmente siempre rechazaba esas ayudas, esta vez la acepté.
A diferencia de Rogelio, con el Sr. Mendoza fui yo la primera en atacar. Le dije sin pudor alguno, aprovechando mi estado de embriaguez, lo cachonda que Ernesto me había dejado, y que estaba muy necesitada pues jamás había encontrado a un hombre de verdad en la cama. Le reté. Reté al Sr. Mendoza a ver si era lo bastante hombre como para satisfacerme. Hay hombres que ante una propuesta así salen corriendo o piensan "está bebida, no sabe lo que dice" pero él pareció envalentonarse. Se quedó quieto hasta que me quité el top y le enseñé las tetas. A partir de ahí, todo fue rodado. Le echó agallas, todo hay que decirlo. Fue una noche memorable: lejos de las pajas mentales de jóvenes imberbes y de cuarentones traumatizados, aquel viejete me pasó por la piedra como dios manda. Virgen santa, que forma de follarme. Me sometió a sus deseos con ganas, me cabalgó en condiciones, con fuerza, con brío hizo de mí su yegua particular, me montó como se debe montar a una mujer, y aunque no me lo podía creer, lo logré. Cinco polvos a lo largo de varias horas de sexo, preliminares y juegos sexuales que ni siquiera conocía bastaron para dejarle sin esperma. El pobre se quedó con una cara de gloria que daba gusto verlo y yo, pues más contenta que unas castañuelas. Antes de que se fuera, tras darle un buen morreo, le pedí que por favor me guardara el secreto, que no quería pillar mala fama en el barrio porque era una mujer decente.
Fantasía 3: Presidente de la comunidad
Felencoso era el presidente de la comunidad de vecinos del barrio. El típico tío de estricta moral y más estricto proceder. De vivir en una dictadura, sería el profesor que obligaría a los niños a juntar las yemas de los dedos de la mano para luego usar una regla para golpearlas, como castigo por portarse mal. Pelo negro corto, bigote bien recortado y ojos como teas ardiendo de rabia constante. Poco tardé en imaginarme siendo "castigada" por él, siendo "ajusticiada" por hacer algo mal. Fantaseé con mis pobres nalgas azotadas duramente por sus manos grandes y peludas hasta dejármelas doloridas y enrojecidas a base de cachetes. Me veía a mí misma en una clase siendo su alumna y él mi profesor, dispuesto a "reprenderme" por ser mala de la peor manera posible sin que yo rechazase sus malas atenciones conmigo.
Mi Amo no vio difícil el que yo me acostara con él si sabía como jugar las bazas que tenía a mi disposición, aunque primero me encargó de asegurarme si estaba casado, para evitar peleas con las mujeres de otro. Supe que estaba divorciado hacía años y que tenía una hija con la que llevaba el mismo tiempo sin hablarse, que ella había conocido a otro y lo había dejado tras lo que según los rumores había sido un matrimonio de lo más tormentoso. No atinaba a saber que escondía el pasado de Felencoso (o su forma de ser) para terminar tan solo, pero Mi Amo (que yo no), fue certero como un dardo en la diana y supo adivinar, con solo los datos que le di, lo que ocurría. De las tres teorías que dio, acertó a la primera cosa que confirmé a posteriori, tras mi encuentro con él.
A Felencoso le molestaba que fuéramos en bata o albornoz a las reuniones, él imponía un orden estricto. En una curiosa vuelta de tornas, me sentí como si yo fuera Rogelio y él fuese yo: el alumno provocando al profesor. De hecho, no solo fui en bata y pantuflas, si no con un escote que provocó más de una mirada furtiva por parte de los maridos y más de un reproche por parte de sus mujeres. Fingía estar un poco medio dormida y como que no me enteraba mucho de la fiesta (otra cosa que molestaba mucho a Felencoso: los despistados y el tener que repetirse), al haber la reunión a una hora un poco intempestiva. Cuando la reunión se dio por acabada y todos nos fuimos a casa, me encontré con que Felencoso me había seguido, dispuesto a darme una regañina.
Le invité a pasar y le traté con la mayor condescendencia, siempre picándole un poco más, haciéndole enfadar pero lo que ocurrió después no me lo esperaba: me dio un bofetón que me tumbó al sofá. No fue muy fuerte, pero yo tampoco estaba al 100%. Comenzó a insultarme, a decir que todas éramos una perras y unas insolentes, siempre provocando a los hombres para luego dejarles a medias pero que a mi me iba a dar una lección, y vaya si me la dio: se sacó el cinturón y me puso el culo bien dolorido, me dio una azotaina como las de antaño mientras gritaba sobre lo asquerosas que éramos y que siempre andábamos provocando, que su hija de adolescente había hecho igual y que al ceder a la tentación (sí, en el mal sentido) e intentar "algo" su madre y ella habían puesto tierra de por medio, alejándose de él. Y sí, yo acabé pagando el pato jamás llegaré a saber si lo que me hizo fue violación o no, porque si bien fue muy violento (sobretodo el sexo anal, totalmente salvaje), también me acabó gustando. Aquella noche dormí como un bebé, no sin antes pactar con Felencoso, cuando hubo terminado, que aquello quedara en secreto entre nosotros (si él contaba lo mío, yo contaba lo suyo), y que yo tenía las de ganar porque él tenía mala fama porque yo era una mujer decente.
Fantasía 4: Esposo de una amiga
Velasco, marido de Anabel, arrastraba una fama de mujeriego que incluso a mis oídos había llegado. Una vez, años atrás, los tres nos habíamos puesto a bailar y debido al alcohol, acabé de sándwich entre ellos dos (ella detrás de mí, él delante). Velasco se animó a toquetear a su mujer pero acabó toqueteándome a mí (aunque yo tenía los ojos cerrados debido a lo íntimo del baile, siempre supe que fue él), me había sobado por todas partes, y no sé si fue efecto del alcohol o lo había hecho adrede. Desde entonces, sus ojos me perseguían y sabía de sus intenciones hacia mí, queriendo cepillarme a espaldas de Anabel a la mínima de cambio. Había oído rumores de compañeros de trabajo con las que se había acostado por mera lujuria, e incluso de putas a las que había pagado para hacer cosas a las que Anabel jamás se prestaría. Yo era el gran premio que siempre se le escapaba de entre las manos. Me dije a mí misma que jamás le permitiría darle el gustazo de ser una muesca más en su larga lista de conquistas. Nunca imaginé que eso pudiera pasar.
Mi Amo me sorprendió el día que me dio la orden de que me acostase con él. E incluso me dio una instrucción extra por si se podía llegar a cumplir, aunque yo tenía mis serias dudas al respecto (pero que, de modo inesperado, ocurrió). De todos modos la orden había sido dada, y solo quedaba cumplirla. No negaré cierto hormigueo como jovial adolescente que se enamorase por primera vez, porque en mi mente Velasco encerraba un misterio y jamás había podido desentrañarlo. ¿Qué tenía, para que tanta tía cayera rendida a sus pies?, o mejor aún, ¿cómo podía Anabel seguir con él, de saber de sus infidelidades?. O mucho lo quería, o o nada, no se me ocurría otra opción. Que Mi Amo me dijera de follármelo podría ser la respuesta a todos los enigmas.
Fue un fin de semana que salimos unas cuantas parejas (y yo como siempre, la sujetavelas) que lo abordé directamente. Velasco y yo teníamos mucha confianza entre nosotros, de modo que no habría problemas pero cuando le dije que por fin estaba más que dispuesta a saber porque tantas mujeres lo idolatraban, pareció algo decepcionado, como si prefiriese tener siempre ese sueño inalcanzable a que un día lo pudiera lograr. Me preguntó si mentía, si en verdad lo deseaba e incluso si lo había pensado bien para no hacer daño a Anabel. Le dije que ella no tenía porqué enterarse, que sería algo entre los dos, un secretillo pero él adoptó un tono misterioso que me dejó intrigada, sus ojos me recorrieron y me susurró que, al día siguiente, fuera a su casa, que Anabel salía con Elisa a cotillear a una cafetería y tendríamos tiempo y espacio libre.
Cuando supe su secreto, me pareció estar teniendo una revelación celestial, y juro y perjuro que no miento cuando digo que el secreto de Velasco eran los 28 cm de polla dura, caliente y erecta que se gastaba. No he visto semejante mostrenco en mi vida, aquello era un mástil de bandera y follaba como un dios, que polvos echaba, por fin entendía porque las mujeres caían como desmayadas a sus pies. Aquel día dio para mucho entre los tres porque Velasco me mintió, Anabel no se iba con Elisa, la cerda de ella me esperaba en picardías lista para dar rienda suelta a su voyeurismo, pues se volvía loca viendo a su marido follarse a otras delante de ella. Y no solo eso, también jugaban al intercambio de parejas y otras cosas y yo sin enterarme de la movida (ese día aprendí bien una cosa: jamás se llega a conocer a alguien del todo). Anabel, después de su marido, quiso jugar conmigo y entre los tres, acabamos haciendo de todo, y no eran las manos de Velasco las que me habían recorrido en aquel baile-sandwich, pero ella tenía miedo de decirlo y él se prestó a cargar con la culpa. Antes de irme, Anabel y Velasco me concertaron "cita" para otro día, no sin antes pedirme que tuviera discreción con aquello a lo que respondí que no se preocuparan porque yo no iba contando esas cosas por ahí: yo era una mujer decente.
Fantasía 5: Albañiles
Había llegado un momento en que me imaginaba presa de las manos ávidas y de las bocas hambrientas de carne de mujer, de cuerpos masculinos buscando el contacto con el mío, deseando tocarme por todas partes, metiéndose en los rincones más íntimos de mi anatomía. Yo era la esclava, ellos los dueños crueles que buscaban satisfacer sus egos varoniles. Casi podía sentir sus rabos, duros y tiesos, buscando rozarse contra mi cuerpo por todas partes: ser cogidos por mis manos, aprisionados por mis piernas, chupados por mi boca. Era una sensación muy sucia el imaginarse convertida en una especie de fulana pero cuanto más lo pensaba, más me gustaba verme así.
Mi Amo, una noche de especial excitación, al fin me había dado la orden que estaba deseando recibir pero que no podía sugerirle: debía provocar a un obrero hasta sus últimas consecuencias. Pasara lo que pasara, yo solo debía dejarme llevar. Solo se me pidió una condición: debía ocurrir en la misma obra, y no en un hotelucho de mala muerte ni en mi casa ni nada por el estilo. Si me iba a follar a un obrero, debía hacerlo en la misma obra. En cierto modo no había problema, pues en una ciudad tan grande como es la que donde vivo, obras las hay a patadas por todas partes solo restaba dar con la adecuada, aunque más que la obra, era el obrero, y más que el obrero, era el tipo de guarradas que pudieran decir. El que dijera la adecuada, ganaba.
Eso ocurrió, irónicamente, cuando menos pensaba en ello. Acababa de volver de un pequeño viaje de un par de días a una ciudad vecina cuando, yendo hacia un centro comercial donde solía comprar mi ropa, pasé al lado de un edificio de oficinas que tras un incendio, habían decidido derruirlo y vuelto a levantar, más moderno. El armazón ya se había terminado y pronto empezarían la fachada cuando, pasando justo al lado en que los obreros descansaban, uno soltó la burrada que me encendió como una moto. "Mmm chochete, a ti te iba a poner yo más caliente que al motor de un coche". Para ellos fue un shock cuando en vez de seguir mi camino, me detuve y me volví para darle la réplica, diciéndole que a ver si era capaz, que me parecía un bravucón de "mucho larala y poco lerele". Pensé el obrero (que desde luego, ya podría haber sido como el del anuncio de la coca light pero no fue el caso) no sería capaz de nada, pero pronto me vi superada por las circunstancias.
Las circunstancias se resumen en una sola palabra: O-R-G-I-A. Como suena. Sin comerlo ni beberlo me vi metida en medio de una orgía de padre y señor mío, el obrero llamó a sus compañeros de faena para "darme una lección" por ir retando sus hombrías (que niños llegan a ser a veces). Accedí a ir donde ellos me dijeron y acabamos en lo que sería la primera planta del aparcamiento, lejos de ojos ajenos. Teníamos tiempo y ellos ganas, y aunque les costó a lo primero, al final supieron complacerme cuando pedí que me dijeran esa clase de guarradas sin parar, que me excitaba mucho oyéndolas y sin ellas no me podría correr. En una sola tarde escuché más desmanes que en meses y años jajaja. De follar, no follaban mal, aunque me decepcionaron un poco en cuanto a artes amatorias, al menos entre todos supieron darme caña, y es que cinco buenas pollas son más que suficientes si se saben usar bien. Sigo sin saber como hice para limpiarme de tanto semen, que me pringó por la cara y el cuerpo, un pringue de primera. Al acabar la faena Javier, el obrero que había empezado todo, comentó irónico lo recatada y santa que yo parecía con esa pinta de puta golfa, a lo que contesté en el mismo plan: "sí claro, ¿es que no lo ves? yo soy una mujer decente".
Fantasía 6: Mi Amo
Siempre había soñado con tenerlo en la cama, con hacer todas aquellas fantasías realidad. Lo veía por cam y quería que me sometiera en persona, que viniese a darse un gusto con el cuerpazo que estaba a sus órdenes. Aunque no era un dechado de virtudes físicamente, tenía su punto interesante. No era un Adonis de cara, pero también tenía un punto algo magnético que me encendía. Tal vez era ese morbo oculto en aquella fachada de cordialidad y amiguismo, de ser un depravado bajo un disfraz de decencia el mismo que yo usaba desde que lo conocí a él. Él me había hecho así y ahora me gustaba serlo. Quería que viniese a follarme. Necesitaba que me follara.
Mi Amo me había dado la sorpresa de mi vida cuando dijo que en efecto vendría a verme a follarme, para ver como se me follaban. Quería ver como me sometían, como me hacían guarradas de todo tipo y como yo disfrutaba con ellas. Mi Amo, más listo que el hambre, estuvo presente cuando Rogelio me folló sobre mi mesa de profesora, oculto en una de las cortinas de clase que lo tapaba de pies a cabeza; estaba en el cuarto de invitados, totalmente en silencio, cuando el Sr. Mendoza y Felencoso, cada uno a su tiempo, me pasaron por la piedra. Observó con atención como el primero aprovechaba mi estado de embriaguez (que no lo era tanto, le eché cuento para concederme ciertas licencias) y el segundo me castigaba duramente (embestidas incluidas; nunca nadie me folló con tan mala leche). Él estaba allí la segunda vez que Velasco, Anabel y yo nos lo hicimos juntos y había ejercido de mirón como tanto le gustaba a Anabel, viendo al marido de ella metiéndome mano y luego beneficiándoseme mientras su mujer se hacía dedos, disfrutando de todo. Y cuando los albañiles se me follaron en cadena, él había logrado "infiltrarse" sin ser visto para ver de lejos como su pupila y alumna descubría las orgías. Mi Amo mandaba, y yo obedecía. En todo. Sin rechistar.
Finalmente había llegado su momento, era nuestro momento, lo que tantas veces habíamos visto por cam y deseado hacer en persona. No era el hombre más guapo del mundo, pero solo de verlo mi tanga chorreaba. No era el más atractivo ni tenía el mejor cuerpo de la historia, pero lo que tenía sabía usarlo con la maestría de quien está seguro de si mismo y tiene total confianza en sus recursos. Aquella primera noche en que le vi acercarse, totalmente desnudo y erecto a mi cama para meterse entre mis sábanas (y ya de paso, entre mis piernas) casi estuve a punto de desgarrarlo a mordiscos. Mi Amo me tenía totalmente metida por él, obcecada y cegada, encoñada con ese loco maravilloso que había sido capaz de hacerme salir toda mi sumisión y mis perversiones. Por él había cambiado de puritana recalcitrante a zorra irreversible. No encontré palabras que me pudieran servir para describir el placer de obedecerle en persona cuando me ordenó que se la mamara hasta el fondo, ni cuando noté mi boca llena de su tranca caliente.
Mamársela a Mi Amo fue un plato de gourmets, su rica verga se derretía en mi boca, la engullía entera hasta volverla a sacar y así vuelta una y otra vez. Y cuando me ordenó actuar como una muñeca hinchable para que él me follase sin hacer nada, me sentí la mujer más dichosa del mundo. Y cuando luego follamos con la pasión de Jeremy Irons y Juliette Binoche en Herida , creí morirme de placer. A su lado vivía la época más excitante de toda mi vida, mi sexualidad estaba desatada, bien despierta y además con suficiente insomnio como para no volver a dormir nunca. De pronto ni me veía como profesora, ni como pervertida, ni como nada: me veía Mujer, así con mayúsculas y en ese momento, justo antes de irme a dormir en brazos de Mi Amo, al mirarle fijamente no pude si no quedarme patidifusa, pensando en como me había entrado Mi Amo por el ojito derecho hasta subyugarme y seducirme como nadie lo había hecho ¿cómo lo hizo?...¿cómo pude caer en sus redes hasta quedar prendada de él?, ¿cómo pudo seducirme así de esa manera? ¡Dios mío, él solo tenía 17 años!. ¿Cómo pude yo meterme en semejante berenjenal?, ¿no era yo "una mujer decente"?...