Una Mujer de Verdad
Anna podía sentir como su cuerpo se sentía un poco más excitado con cada mirada, hasta que finalmente, sin pensarlo se dio la vuelta, se desabrochó el sostén del bikini y le pidió que le echase un poco de bronceador en la espalda.
Una buena ducha siempre le ayudaba a olvidarse de sus preocupaciones. El correr del agua caliente por su cuerpo le relajaba los nudos de su espalda y hacía que su cerebro se olvidase de las preocupaciones cotidianas. Cuando salía, se secaba suavemente y se aplicaba una crema hidratante hasta que su piel quedaba suave y brillante.
En ese momento, antes de secarse el pelo, se plantaba frente al espejo con mirada crítica, observando cada centímetro de su cuerpo con satisfacción. A pesar de la edad, seguía siendo hermosa, quizás no del modo fresco y natural con el que había enamorado a Henry, pero lo que había perdido en ese aspecto lo había ganado en rotundidad y en estilo. Sus pechos eran más grandes sin apenas haber perdido firmeza y sus caderas, aunque se habían ensanchado un poco, al conservar el vientre casi plano le ayudaban a que cualquier prenda que llevase resultase sugerente.
Sin embargo, aquel día, la paz no duró demasiado. Se acababa de colocar la toalla en el pelo cuando oyó un estrépito en la entrada. Poniéndose el albornoz rápidamente se dirigió hacia la entrada.
Estaba a medio camino cuando se dio cuenta de que estaba totalmente indefensa. Dudó un instante y tras subir al dormitorio, cogió el pequeño revólver que conservaba desde que vivía sola en aquella mansión. No creía que a nadie se le ocurriese asaltar una casa en pleno mediodía, pero viviendo sola, mejor era prevenir.
Cuando llegó al final de las escaleras pudo ver el desastre. El miedo y la incertidumbre dieron paso al enfado. En el recibidor yacían los restos de la vidriera que adornaba la entrada de la mansión, acompañados por la pelota de béisbol causante del accidente.
Con un juramento guardó el revólver en el bolso del albornoz y comenzó a recoger los pedazos de cristal con cuidado de no pisarlos con los pies desnudos.
En ese momento el telefonillo la sobresaltó. Aquello era nuevo. La mansión estaba en el fondo de una calle sin salida y era frecuente que los niños jugasen en la pequeña plaza, colando de vez en cuando alguna pelota por encima del alto muro, pelotas que jamás se atrevían a reclamar, a pesar de que debido a la distancia que había hasta el edificio nunca habían causado daños, hasta ahora.
—¿Quién es? —preguntó ella a la vez que escudriñaba un rostro joven por el monitor.
La verdad es que aquello era una sorpresa. En vez del típico chaval de siete años con cara de culpabilidad se encontró con el rosto serio pero firme de un joven que debía rondar los veinte años. Al observar como los abultados bíceps del chico deformaban las mangas de la camiseta se explicó como había llegado aquella pelota tan lejos.
—Perdone, señora Sunrise, estábamos jugando al béisbol y me temo que se me ha ido la mano y he colado una pelota en su propiedad...
A pesar de la sorpresa, seguía enfadada. Sin molestarse en contestar presionó el botón para permitir el acceso a la propiedad al chico y cogiendo la pelota, abrió la puerta y le esperó en el umbral.
Sin mover un músculo y con los brazos cruzados bajo el pecho, le observó acercarse con el paso desenvuelto. Debía pasar del metro ochenta y las bermudas y la camiseta del MIT no podían ocultar un cuerpo atlético y musculoso.
Cuando estuvo un poco más cerca, pudo observar un rostro hermoso, dominado por unos ojos marrones y profundos con unas pestañas enormes y rizadas y una nariz que sin llegar a ser grande le daba un aire latino. Completaba el conjunto unos labios gruesos y sensuales y un pelo negro, espeso y perfectamente cortado, sin idioteces como crestas o rapados estridentes que tanto odiaba de los jóvenes.
Su único toque de rebeldía eran un tatuaje que, simulando alambre de espino, rodeaba su bíceps izquierdo.
—Hola, señora Sunrise, seguramente no se acordará de mí. Soy Nick, el hijo de los O´Connell Espero que no haber causado ningún daño con la pelota. —dijo el joven al pararse al pie de los escalones del porche.
Intentando que no pareciese que se estaba regodeando, se apartó un metro a la derecha para que el chico pudiese ver la vidriera destrozada.
—¡Oh, Dios! ¡Cuánto lo siento! Quiero que sepa que me encargaré de pagar todos los daños. Estábamos recordando viejos tiempos... no pensé... Por favor acepte mis disculpas señora Sunrise.
—De acuerdo, no pasa nada. —el gesto de sincera aflicción del joven la había ablandado.
—Por cierto, ¿Es muy cara la vidriera? —preguntó él poniendo cara de no querer saber la respuesta.
—Sobre, unos seiscientos dólares. —dijo casi sintiendo lástima por el chico.
Sabía quiénes eran los O´Connell . Era una familia irlandesa que vivía un par manzanas más arriba, en una casa más bien modesta. La verdad es que siempre le habían caído bien. Eran de los pocos que la habían recibido sin hacerse ideas preconcebidas cuando se trasladó a vivir allí con Henry. Sabía que el padre se ganaba bastante bien la vida como empleado de banca, pero tenían seis hijos. En aquel hogar no había dinero para lujos. Así que si el chico estaba en el MIT estaba segura de que era por meritos propios y no porque le sobrase el dinero.
—¡Buff! La verdad es que no tengo tanto dinero señora. Podría darle doscientos cincuenta ahora y pagar poco a poco el resto, si no le importa. —dijo el chico rascándose la nuca con aire atribulado.
—Me parece bien. —dijo suavizando su gesto— Pudiste irte sin decir nada y nunca hubiese encontrado al culpable, así que supongo que podremos llegar a un acuerdo.
—¡Excelente! —exclamó con una seductora sonrisa—No sabe cuánto se lo agradezco. Quiero que sepa que en cuanto pueda le pagaré el dinero. Ahora mismo voy a buscar los doscientos cincuenta pavos.
Tras despedirse y disculparse una vez más, el chico se giró y se dirigió de vuelta a la calle. Observó al joven alejarse fantaseando con acariciar aquel culo y aquellas piernas morenas y potentes. De repente el chico observó a su alrededor y se dio la vuelta caminando hacia ella con rapidez.
Por un momento imaginó que la cogía en brazos y la metía en la casa para hacerla el amor salvajemente durante horas.
—Perdone una vez más, señora Sunrise, pero he visto el jardín y se me ha ocurrido otra manera de pagarle la deuda que quizás sea provechosa para ambos. —dijo él cuando estuvo de nuevo frente a ella.
—Adelante, soy toda oídos. —dijo sintiendo como su deseo crecía por aquel joven.
—Verá, acabo de darme cuenta de que tiene el jardín muy descuidado. En Massachusett me dedico al mantenimiento de los jardines para sacar un dinerillo extra mientras estudio, así que se me ha ocurrido que podría acondicionar el suyo estas vacaciones para pagar la deuda. Usted vuelve a tener un jardín bonito y arreglado y yo no me veré en la ruina.
La verdad es que Henry era el que se ocupaba del jardín. Le encantaba cuidar el césped , los macizos de azaleas y los arboles que flanqueaban el camino de entrada. Desde que murió lo olvidó, quizás porque le recordaba demasiado a él y solo encargaba a un viejo chino que le pasase la desbrozadora cuando la maleza amenazaba con asfixiar la casa o invadir el camino.
—Está bien. Hagamos una cosa. La verdad es que no sé lo que cobra un jardinero. Pero si te parece bien, te pagaré quince dólares la hora, dinero que descontaré de tu deuda sin necesidad de que me des ningún anticipo.
La sonrisa de alivio y satisfacción del chico casi le hizo soltar una carcajada, pero al verle alejarse, por un momento, pensó que estaba cometiendo un grave error. Ese chico le gustaba demasiado y no sabía si sería tan buena idea tenerlo revoloteando por allí a diario.
Volvió a entrar en casa y recogió los restos de la vidriera. Con la mente ocupada casi no se dio cuenta de que aun llevaba el revólver en el albornoz. Lo sacó con cuidado y lo volvió a meter en el cajón de la mesilla.
El día siguiente amaneció tan radiante y caluroso como el anterior. Por primera vez, desde la muerte de Henry, no sabía que ponerse. Recorrió la ropa que usaba últimamente y ninguna prenda le parecía adecuada. No quería admitirlo, pero deseaba llamar la atención del chico y tampoco quería que pareciese evidente.
Después de dudar durante cerca de una hora optó por un viejo vestido sin mangas con apenas escote, de color azul turquesa y una falda de vuelo por encima de las rodillas. Completo el conjunto con una cadena dorada que hacía de cinturón y unas sandalias de tacón doradas.
Nick se presentó puntualmente a las diez de la mañana con unos vaqueros viejos. unas botas de trekking y una camiseta bastante usada pero limpia.
—Buenos días, señora Sunrise. —dijo el joven abriendo mucho los ojos al verla aparecer por la puerta.
—Llámame Ann, por favor. No me hagas sentir más vieja de lo que soy. —respondió halagada por la mirada apreciativa del chico— Tengo que irme un rato a hacer un par de recados, tienes todo lo que necesitas en ese cobertizo. Si necesitas algo más solo tienes que decírmelo.
No le hizo falta volver la cabeza para saber que el joven la estaba siguiendo con la mirada mientras avanzaba por el paseo, camino del taxi que le esperaba fuera. Sintiendo una intensa necesidad de exhibirse cruzó un poco más las piernas al andar haciendo que los movimientos de sus caderas resultasen lo más insinuantes posible.
Cuando entró en el taxi pudo ver por la ventanilla como el chico seguía en el mismo lugar en el que lo había dejado sin dejar de mirar en su dirección. Cuando el coche arrancó no pudo evitar una sonrisa de profunda satisfacción.
El intenso calor hizo que adelantase su vuelta a casa. Se sentía acalorada y sucia, necesitaba una ducha, pero cuando vio a Nick trabajando con la desbrozadora a pleno sol con el sudor empapando su camiseta se sintió estúpida. Saludándole con la mano entró con rapidez y preparó un té helado. El pobre chico debía estar asándose.
Salió al porche con una bandeja que posó sobre la mesa y le hizo señas para que se acercase.
Nick se quitó la máscara y el peto y dejó la desbrozadora sobre el suelo. Con un gesto de lo más natural se quitó la camiseta y se secó el sudor de la frente con ella. La visión de los músculos del pecho y el abdomen perfectamente definidos, cubiertos de sudor, polvo y trocitos de hierba hizo que todo su cuerpo se viese recorrido por un escalofrío.
—Creo que necesitas un descanso. Hoy hace un calor horrible. —dijo Ann alargándole un gran vaso de té helado.
¡Dios! Tuvo que recurrir a todo su fuerza de voluntad para no echarse encima de él, viéndole como bebía el té de dos tragos, dejando derramar parte del ambarino liquido por su sudoroso pecho. Deseaba tocar esos músculos, hincar las uñas en ellos, saborear ese sudor...
—Muchas gracias, seño... Ann. —dijo él sobresaltándola.
—¡Oh! sí. No es nada. Es más, es lo menos que debo hacer. —dijo ella tras un instante de desconcierto— ¿Quieres un poco más?
Le sirvió un par de vasos más, procurando disimular su turbación y le dejó continuar con su trabajo.
A partir de ese momento se estableció una especie de rutina en la que él se dedicaba a trabajar todas las mañanas en el jardín mientras ella le observaba a hurtadillas desde la ventana. A eso del mediodía le servía un refresco y charlaban sobre sus estudios, sus expectativas de futuro. Resultó ser un chico con la cabeza bastante bien amueblada y totalmente confiable.
Era responsable y trabajador, era... para que mentirse a sí misma, deseaba a aquel chico con desesperación.
Le había dejado la combinación de la puerta principal así que, cuando llegó aquel día, ella ya estaba tumbada en la hamaca con un bikini blanco. Nick la saludó tímidamente y se dedicó a limpiar la piscina. Aprovechando las grandes gafas de sol observó al joven a placer recreándose en la figura alta y fuerte y en los músculos de sus brazos y fantaseando con tenerlo entre sus piernas.
A medida que pasaba el tiempo el joven empezó a lanzarle fugaces miradas cada vez más frecuentes. Anna podía sentir como su cuerpo se sentía un poco más excitado con cada mirada, hasta que finalmente, sin pensarlo se dio la vuelta, se desabrochó el sostén del bikini y le pidió que le echase un poco de bronceador en la espalda.
Nick dejó el trabajo y se acercó hasta ella. Con manos temblorosas se echó el bronceador en las manos y se lo aplicó, lentamente, sobre la espalda. No disimuló su placer y le dejó que se demorase en cada costilla y cada lunar hasta que toda su espalda estuvo brillante.
Tratando que pareciese lo más natural posible se remangó la braguita hacia la raja del culo dejando los cachetes a la vista. Tras un instante de suspense las manos del joven se posaron sobre sus muslos y sus piernas extendiendo la crema en dirección ascendente hasta llegar a su culo.
Ann soltó un apagado suspiro y eso fue lo único que necesitó Nick para agacharse sobre ella y besarle la espalda con suavidad.
No hubo falsas protestas ni excusas, en cuestión de segundos las manos y los labios de Nick estaban recorriendo su cuerpo.
Suspirando se dio la vuelta y miró al joven a los ojos, recreándose en el deseo brutal que se podía adivinar en ellos. Incorporándose, se acercó poco a poco a su cara y tras acariciar unos instantes sus mejillas lo besó. Sus lenguas se juntaron, primero suavemente para en cuestión de segundos comenzar una dura batalla por saborear la boca contraria.
El placer fue como un latigazo, todo su cuerpo respondió y su sexo mojó las braguitas del bikini. No podía esperar más. Se puso de pie y cogiéndole por la mano lo guio hacia la casa.
A pesar de darle la espalda podía sentir los ojos fijos en su cuerpo y su respiración anhelante. Intentó llegar a la habitación, pero Nick no aguantó más y abrazándola por la espalda la acorraló contra la puerta de entrada.
Instintivamente retrasó el culo sintiendo como una polla dura y caliente contactaba contra ella. Las manos de Nick rodearon su cintura y envolvieron sus tetas mientras restregaba su polla contra su culo. Tras un par de estrujones deslizó las manos por su vientre introduciéndose dentro de la braguita del bikini y acariciando los labios de su sexo.
Creyó morir. Gimió y todo su cuerpo se estremeció ante el contacto. De un tirón se bajó aquel enojoso trozo de tela y lo dejó caer librándose de él de una patada. Nick no necesitó más; cogiendo la polla la dirigió hacia su vulva y la acarició suavemente con la punta. Se estremeció hambrienta, aquel contacto era delicioso. El glande acariciaba su raja, se metía un par de centímetros en su coño y se retiraba haciéndola morirse de placer anticipado. Estaba tan mojada que cuando finalmente Nick la penetró la polla del joven resbaló por su vagina hasta el fondo.
Gritó y se puso de puntillas intentando mantener el contacto con el suelo. Agarrándole por las caderas el chico comenzó a meter y sacar su miembro con movimientos secos y duros que ella acompañaba con gemidos de placer.
Hacía tanto tiempo que no sentía nada parecido que tardó apenas un par de minutos en correrse. El orgasmo la asaltó sorpresivo y violento, haciéndole perder el pie. Nick se dio cuenta y la sujetó amorosamente por la cintura sin dejar de follarla, ahora con más suavidad, hasta que con un bronco gemido eyaculó en su interior.
Estaba exhausta, Nick la cogió en brazos y ella apoyó la cabeza en el pecho cálido y sudoroso, disfrutando de la sensación de protección que le proporcionaba el joven.
Nick la depositó con delicadeza sobre la cama y se tumbó a su lado acariciándola con suavidad. En pocos segundos volvía a estar excitada y él, sonriendo, se colocó a sus pies y le abrió las piernas.
Cerró los ojos y disfrutó de la boca y lo labios del joven concentrados en sus pies y sus tobillos. Un intenso calor dominaba de nuevo sus ingles. Estaba caliente como una perra. Los labios y los dientes de Nick fueron bajando por las pantorrillas y los muslos en dirección a su sexo, pero cuando estaba a punto de llegar se desvió hacia su ombligo. Refunfuño y gimió. Entre risas Nick volvió a bajar y esta vez no se paró. Envolvió con su boca su sexo hinchado y rebosante de jugos orgásmicos.
El intenso placer le hizo retorcerse y combarse. Nick, sin parar de comerle el coño, adelantó las manos y le estrujó los pechos con fuerza. Ella gimió y le pidió más.
El joven comenzó a deslizarse hacia delante. Sintió como el cuerpo del chico se deslizaba sobre el suyo, besando aquí y allá. Cuando llegó a sus pechos se demoró besándolos y mordisqueándolos suavemente. Sintió que los pezones le iban a reventar de tan excitados como estaban. Cada roce en ellos le obligaba a jadear.
Tras un par de minutos sus sexos estaban en contacto. Nick se separó un instante para que ella viera como aquella polla entraba desesperantemente despacio, llenando su coño con su dureza y su calor.
Un vez la tuvo alojada entera, el chico volvió a tumbarse sobre ella y comenzó a moverse con movimientos lentos y amplios mientras ella enrollaba la pierna derecha alrededor de su muslo. Sentía el cuerpo potente del joven deslizarse sobre el suyo lubricado por el sudor de ambos. Una y otra vez la follaba con suavidad, mirándola a los ojos y acariciando su cara, su boca y su cabello castaño.
Ella le devolvía la mirada y gemía mientras abrazaba aquel torso moreno y sudoroso, clavando las uñas en sus flancos y en su fibroso culo.
Con Henry, debido a su edad, todo había sido más tranquilo y reposado. Amaba sinceramente a aquel hombre a pesar de que la gente a su alrededor creyera que solo era una cazafortunas, sin embargo, tener a Nick entre las piernas, sentir como todo su cuerpo se conmovía con cada embate le hacía sentirse joven como no se había sentido nunca.
En ese momento Nick rodó sobre si mismo dejándola a ella encima. Colocando las piernas a ambos lados de él, comenzó a cabalgarlo erguida mientras se acariciaba los pechos.
Nick intentó incorporarse , pero esta vez fue ella la que le obligó a esperar, empujándolo otra vez contra el colchón sin parar de mecer sus caderas.
Cuando le pareció que era suficiente tortura se agachó y besó al chico, que le devolvió el beso con ansia antes de coger uno de sus pechos y metérselo en la boca. La sensación de tener la polla dentro y los pezones en su boca fue tan placentera que cuando se dio cuenta estaba moviendo sus caderas con todas sus fuerzas.
El sudor corría por su cuerpo y jadeaba como una yegua exhausta. A punto de derrumbarse Nick cogió el relevo y agarrando su culo comenzó a mover las caderas violentamente hasta que no pudo más y se corrió dentro de ella de nuevo. Los chorros de semen cálido y espeso como la lava la golpearon provocando que ella también experimentase un brutal orgasmo aun más placentero y prolongado que el anterior.
Satisfecha, se tumbó sobre el joven con la polla aun alojada en su interior.
No sabía el tiempo que había pasado. Se sentía sucia y pegajosa. Nick besó su frente y sonrió. Le miró a los ojos, deseaba a aquel chico con todas sus fuerzas deseaba tenerlo todos los días dentro de ella empujando salvajemente entre sus piernas. Pensó que sería maravilloso, pero inmediatamente se le pasó por la cabeza la diferencia de edad. Seguro que a Nick no le costaba ligarse a chiquillas más jóvenes y guapas que ella.
Tenía que demostrarle las ventajas de estar con una mujer más experimentada que él. Se levantó, no sin experimentar un ligero sentimiento de pérdida al sentir como la polla del joven resbalaba fuera de ella. Con una sonrisa, le cogió de la mano y le obligó a seguirla. El no parecía muy por la labor, pero finalmente la siguió al baño.
Abrió los grifos de la ducha y cuando el agua estuvo a la temperatura perfecta le invitó a entrar. Cogiendo un poco de gel comenzó a enjabonar el cuerpo del joven haciendo abundante espuma en su pecho y su espalda.
Aquel cuerpo le volvía loca. Besó y mordisqueó las tetillas de Nick y enjabonó su polla. Como esperaba, en cuestión de segundos el chico volvía a tenerla totalmente erecta. Se arrodilló bajo la fina lluvia de agua tibia y pajeó suavemente el miembro del joven de manera que su punta tocara sus labios.
Nick comenzó a gemir suavemente. Satisfecha por el efecto, deslizó la mano por sus huevos a la vez que abría la boca y se metía la polla. Los gemidos se hicieron más broncos. El joven cerró los ojos concentrándose en el intenso placer que sentía. En ese momento ella deslizó una de sus manos hacia atrás y antes de que Nick pudiese hacer nada le metió un dedo resbaladizo de jabón por el culo.
—¿Qué? —preguntó el joven sorprendido.
Afortunadamente encontró rápidamente su objetivo y comenzó a masajearlo con suavidad.
—¡Oh! ¡Dios! —exclamo el joven al sentir el dedo de Ann acariciando su próstata.
Con todos los músculos contraídos y gimiendo broncamente Nick apoyó las manos sobre la mampara y comenzó a mover las caderas suavemente.
Mirándole a los ojos chupó su polla con suavidad sin dejar de explorar el ano del chico que no tardó en dar signos de estar a punto de correrse. En ese momento se separó y continuó masturbándole hasta que una lluvia de semen se unió al agua tibia de la ducha rociando su cara.
Abrió la boca y dejó que la lluvia de leche y agua tibia entrasen y rebosasen de su boca hasta que el miembro de Nick se quedó seco.
Cuando terminó de estremecerse, el joven la ayudó a levantarse, le limpió la cara y el pelo de restos de su semilla sin dejar de mirarla con ternura a los ojos y la abrazó bajo el agua, que caía sin cesar, haciéndola sentirse la mujer más especial del mundo. Si el universo se hubiese congelado en ese momento no le hubiese importado lo más mínimo.
—¿Sabes? —dijo él rompiendo el hechizo del momento— Siento que es la primera vez que estoy con una mujer de verdad.
Ella no dijo nada y se abrazó a él temblando de satisfacción.
Nunca había estado tan lejos de de casa ni por tanto tiempo. Lo había pasado genial en la universidad, pero ya echaba de menos su casa y en cuanto llegó lo primero que hizo después de abrazar a su madre y comerse su guiso, fue coger a sus hermanos pequeños y llevarlos a jugar un rato al beisbol.
Como siempre, fueron a la pequeña glorieta que había al final de la urbanización, justo enfrente del caserón de la viuda. Siempre que se dirigía hacía allí, balanceando el bate, le venía a la mente el día del funeral de su marido.
Tendría unos seis o siete años y fue el primer funeral al que asistió. A pesar de las reticencias de su madre, su padre había insistido y solo se libraron sus hermanos más pequeños. No recordaba gran cosa, solo a una mujer rubia y alta, increíblemente hermosa, vistiendo un traje negro y con la cara más triste que había visto hasta ese momento en su vida.
Sentado en una silla, balanceando las piernas, no dejó de observarla durante toda la ceremonia, deseando poder hacer algo por ella para aliviar su dolor.
Los gritos de sus hermanos discutiendo sobre quién sería el primero en batear le sacaron de sus pensamientos. Sin levantar la voz, cogió el bate, se lo dio a Ewan y se colocó en posición.
Durante unos minutos todo transcurrió tranquilamente hasta que Mark le pasó el bate. Ewan cogió la pelota y se colocó en el pequeño promontorio que formaba la glorieta. Imitando a su héroe Randy Johnson, le lanzó la pelota con todas sus fuerzas.
La vio venir perfectamente; bajó un poco el bate y giró su cintura acompañando con ella el movimiento del instrumento. El golpe seco hizo vibrar su brazo. Inmediatamente supo que era un gran batazo. Los hermanos acompañaron la pelota con la vista hasta que esta desapareció en el recinto de la viuda.
—¡Mierda! —exclamó tirando el bate al suelo.
Antes de que pudiese decir nada, sus hermanos cogieron el bate y se fueron corriendo llamándole pringado y diciéndole que no volviese sin la pelota.
Sabía perfectamente que cuando alguno de los chavales colaba una pelota allí dentro, optaba por salir corriendo hacia su casa. Suponía que era por la diferencia de edad que había tenido con su marido, el caso es que las mujeres del barrio desconfiaban de aquella mujer y les prohibían a sus hijos tener ningún contacto con ella.
A él eso le pareció una estupidez y se dirigió a la entrada de la mansión. Respiró hondo y apretó el timbre.
—¿Quién es? —preguntó una voz femenina que sonaba algo irritada.
—Perdone, señora Sunrise, estábamos jugando al béisbol y me temo que se me ha ido la mano y he colado una pelota en su propiedad...
La puerta del jardín se abrió con un chasquido sin darle la oportunidad de terminar la frase. Avanzó por el sendero, observando la finca con curiosidad. Era tal y como había imaginado desde pequeño. El césped estaba descuidado y las malas hierbas y los arbustos lo invadían todo sin que nadie les pusiese freno. Sin embargo, cuando llegó al final del sendero de acceso, en lo alto de la escalinata, no le esperaba una anciana enteca de dedos sarmentosos y nariz aguileña. La señora Sunrise le esperaba de pie, en el umbral de la mansión vestida con un albornoz y descalza.
Al acercarse pudo comprobar que, a pesar de sobrepasar los cuarenta, seguía siendo realmente atractiva. El albornoz apenas disimulaba una figura alta y esbelta y su rostro era terso y luminoso a pesar de acabar de salir de la ducha.
La mujer tenía los brazos cruzados bajo sus pechos y un gesto serio que no auguraba nada bueno. Haciendo un supremo esfuerzo apartó la vista de sus pechos y trató de devolverle una mirada respetuosa.
Fue en ese momento en el que se fijó en aquellos ojos grandes y almendrados color azul cielo que le subyugaron inmediatamente.
—Hola, señora Sunrise, seguramente no se acordará de mí. Soy Nick, el hijo de los O´Connell Espero que no haber causado ningún daño con la pelota. —dijo al pararse al pie de los escalones del porche.
Por toda respuesta la mujer se apartó a la derecha revelando una bonita vidriera hecha trizas.
—¡Oh, Dios! ¡Cuánto lo siento! —exclamó maldiciendo su suerte— Quiero que sepa que me encargaré de pagar todos los daños. Estábamos recordando viejos tiempos... no pensé... Por favor acepte mis disculpas señora Sunrise.
—De acuerdo, no pasa nada. —replicó ella.
—Por cierto, ¿Es muy cara la vidriera? —preguntó temiéndose lo peor.
—Sobre, unos seiscientos dólares. —respondió la viuda.
—¡Buff! La verdad es que no tengo tanto dinero señora. Podría darle doscientos cincuenta ahora y pagar poco a poco el resto si no le importa. —dijo pensando que había arruinado las vacaciones de verano.
—Me parece bien. —dijo la mujer suavizando el rictus de enfado— Pudiste irte sin decir nada y nunca hubiese encontrado al culpable, así que supongo que podremos llegar a un acuerdo.
—¡Excelente! —exclamó sin poder evitar sonreír aliviado—No sabe cuánto se lo agradezco. Quiero que sepa que en cuanto pueda le pagaré el dinero. Ahora mismo voy a buscar los doscientos cincuenta pavos.
Tras despedirse y darle de nuevo las gracias recorrió el sendero en dirección a la calle. Ahora que no tenía una bella mujer delante fijó su atención de nuevo en el selvático césped y en los ajados setos y una idea se formó inmediatamente en su mente.
Se paró un instante y sin pensárselo más, se dio la vuelta y se dirigió de nuevo hacia la mujer que lo miraba ligeramente sorprendida.
—Perdone una vez más, señora Sunrise, pero he visto el jardín y se me ha ocurrido otra manera de pagarle la deuda que quizás sea provechosa para ambos. —dijo cuando estuvo de nuevo frente a ella.
—Adelante, soy toda oídos. —replicó la mujer con un gesto extraño.
—Verá, acabo de darme cuenta de que tiene el jardín muy descuidado. En Massachusett me dedico al mantenimiento de los jardines para sacar un dinerillo extra mientras estudio, así que se me ha ocurrido que podría acondicionar el suyo estas vacaciones para pagar la deuda. Usted vuelve a tener un jardín bonito y arreglado y yo no me veré en la ruina.
La mujer pareció pensárselo. La verdad es que le parecía raro que la señora Sunrise no cuidara el césped y a lo mejor tenía una buena razón para no hacerlo, pero no pudo evitar esperar esperanzado. Si aceptaba el trato, hasta quizás le contratase el resto del verano y podría ganarse un dinerillo extra.
—Está bien. Hagamos una cosa. La verdad es que no sé lo que cobra un jardinero. Pero si te parece bien, te pagaré quince dólares la hora y no tendrás que darme nada ahora. —dijo ella al fin .
Por toda respuesta solo fue capaz de emitir una sonrisa de alivio. La mujer sonrió a su vez y le dijo que podía venir al día siguiente por la mañana.
Se fue de la mansión pensando que había tenido mucha suerte. Además de librarse de una buena bronca en casa cuando tuviese que explicarse para pedir el dinero prestado, tendría un trabajillo para el verano y vería a aquella hermosa mujer todos los días.
Cuando se levantó al día siguiente, vio aquel sol de justicia y sintió el aire caliente procedente del sur, el nuevo trabajo no le pareció tan buena idea. Desayunó rápido, se puso un par de prendas viejas y se dirigió a la mansión de la señora Sunrise.
Cuando llamó a la puerta eran las diez en punto. La puerta se abrió. La señora Sunrise abrió vestida con un sencillo vestido azul, un poco pasado de moda, pero que le quedaba espectacular. Intentando que no se reflejara su admiración se recreó un instante observando las largas piernas, la estrecha cintura y los pechos grandes de la viuda, imaginando lo que podría hacer con ellos.
—Buenos días, señora Sunrise. —dijo intentando disimular su excitación.
—Llámame Ann, por favor. No me hagas sentir más vieja de lo que soy. —respondió ella mucho más relajada que el día anterior— Tengo que irme un rato a hacer un par de recados, tienes todo lo que necesitas en ese cobertizo. Si necesitas algo más solo tienes que decírmelo.
—Gracias, señora, estoy seguro de que me arreglaré con lo que haya. —replicó cruzando los dedos para que hubiese una buena desbrozadora.
Sin más ceremonias ella se despidió. Él se giró siguiendo a la mujer con la mirada. Jamás había visto moverse a una mujer así encaramada a unos tacones. Los movimientos de sus caderas eran tan sensuales que tuvo que hacer un esfuerzo para no soltar un silbido de admiración.
Estaba tan hipnotizado por aquellos movimientos que hasta que la mujer no subió al taxi no pudo concentrarse en su tarea.
El jardín estaba tan mal que no sabía por dónde empezar. Afortunadamente en el cobertizo había de todo. Cogió una desbrozadora y tras colocarse la protección comenzó a trabajar en la zona que rodeaba al camino de acceso.
Había tanta maleza que cuando Ann volvió apenas había avanzado. Debía de tener una pinta lamentable porque en cuanto llegó, la mujer desapareció unos minutos para volver con una enorme jarra de té helado.
Ann le hizo señas de que se acercase y no se hizo de rogar, el calor era infernal. Mientras se aproximaba, se quitó la camiseta y se secó la frente con ella. La viuda le miró un instante y a continuación se apresuró a servir un generoso vaso de té helado.
Hasta que no tomó el primer trago no se dio cuenta de cuánto lo necesitaba.
—Muchas gracias, seño... Ann. —dijo sobresaltándola.
—Oh, sí. No es nada. Es más, es lo menos que debo hacer. —dijo ella tras un instante de desconcierto— ¿Quieres un poco más?
Bebió dos vasos a grandes tragos, dejando que un poco de te frió escapase de su boca y resbalase por su pecho observando por el rabillo del ojo la mirada interesada de la mujer.
En cuanto terminó de beber, Ann apartó la mirada de su pecho sudoroso y charló un rato con él acerca del jardín y de lo que pensaba hacer con él
A partir de ese momento se estableció una rutina. Llegaba todos los días a eso de las diez de la mañana y trabajaba un rato. Luego salía Ann con un refresco y charlaban un rato del jardín, de su carrera o de cualquier otra cosa. Disfrutaba hablando con ella, teniéndola cerca, aspirando su perfume. Cada día que pasaba la deseaba con más desesperación.
Aquel día tocaba limpiar la piscina. Ahora tenía la combinación de la puerta de entrada así que entró y se dirigió al cobertizo donde cogió el aspirador y el recogehojas. Cuando llegó a la piscina la vio allí, tumbada con un minúsculo bikini blanco y unas gafas de sol aparentemente ajena a su presencia.
Durante un instante se quedó quieto, como un ciervo ante los faros de un vehículo, sin saber si quedarse o irse. Finalmente optó por saludar a Ann educadamente y hacer su trabajo. Si le molestaba su presencia se retiraría y recortaría los setos o haría cualquier otra cosa.
Ella no dijo nada, así que dejó caer el aspirador hasta el fondo y comenzó su tarea. Le resultaba realmente difícil concentrarse en lo que hacía. Cada pocos instantes se veía impulsado a echar una fugaz mirada a la señora Sunrise, mejor dicho a su espléndido cuerpo que resplandecía, moreno y satinado, a la luz del sol.
La mujer aparentaba no hacerle ningún caso, pero no creía que se hubiese puesto a tomar el sol aquella mañana por casualidad. Sabía que se estaba exhibiendo ante él aunque no estaba muy seguro de que era lo que quería. Sus relaciones con las mujeres solían ser mucho más directas y aquel juego de insinuaciones y miradas veladas le resultaba ajeno y le hacía sentirse inseguro.
A duras penas continuó con su trabajo, agarrando con más fuerza de la necesaria el mástil del aspirador y preguntándose si aquellos deliciosos ojos azules estarían vigilando todos sus movimientos bajo las enormes gafas de sol.
Llamando su atención con un suspiro, Ann se dio la vuelta, se soltó el cierre del sujetador y le pidió que le ayudase con el bronceador. Inmediatamente sacó el aspirador de la piscina y secándose las manos contra las bermudas se acercó a la hamaca. Cogió el bronceador y se echó una generosa dosis sobre las manos antes de extendérselo lentamente por la espalda.
El solo contacto con la piel de aquella hermosa mujer le provocó una erección. Dando gracias por haber escogido aquellas amplias bermudas siguió recubriendo con esmero cada centímetro de piel disfrutando de su suavidad recorriendo su columna y sus costillas hasta la cintura.
En ese momento Ann bajó los brazos y sin decir nada se remangó la braguita del bikini hacia la raja del culo. No podía creer lo que le estaba pasando. Cogió un poco más de bronceador y comenzó a acariciar las piernas y los muslos ascendiendo poco a poco hasta que finalmente llegó a su culo.
El suspiro de placer de la mujer fue inequívoco. Se inclinó sobre ella, le besó con suavidad la espalda y los flancos y le mordisqueó el culo, notando como Ann reaccionaba con suaves estremecimientos a cada contacto.
Tras dejarle unos segundos más, la mujer se dio la vuelta y se sentó en la hamaca con ambas piernas a los lados del asiento. Durante un instante miró los pechos de la mujer temblar pesados y firmes y se fijó en como el sexo, inflamado, se marcaba en el fino tejido de la braguita. Deseaba arrancarle ese puto trozo de tela y comerle el coño hasta que pidiese clemencia, pero en ese momento su mirada tropezó con aquellos maravillosos ojos azules.
La intensidad de su mirada le cautivó de nuevo, haciendo que no pudiese separar los ojos de ella. Hipnotizado, observó como acercaba su cara y tras acariciar suavemente su mejilla y su mentón le dio un beso, rozando apenas sus labios.
Aquel ligero roce le sacó de aquel estado de aturdimiento y cogiéndola por la nuca le devolvió el beso invadiendo aquella hermosa boca con su lengua. Ella se colgó de su cuello y le devolvió los besos con insistencia y voracidad.
Con la respiración agitada, Ann se levantó y le cogió de la mano guiándole al interior de la casa.
La visión de aquellas piernas morenas y aquel culo moverse a escasos centímetros de él acabó con su autocontrol y agarrando a Ann por la cintura la acorraló contra el umbral de la puerta y restregó su casi dolorosa erección contra su culo. Deslizó sus manos hacia arriba acariciando y estrujando aquellos pechos grandes y suaves unos instantes antes de volver a bajar por su vientre y enterrar la mano en el interior de la braguita del bikini.
El coño de la señora Sunrise estaba rebosante de flujos. Lo acarició con suavidad y ella reaccionó gimiendo y estremeciéndose para a continuación sacarse la braguita a tirones.
Aquel culo redondo y brillante le llamaba. Separando ligeramente un cachete con una mano, guio su polla con la otra hasta le entrada del sexo de Ann. Le acarició con ella los labios de la vulva y le introdujo suavemente el glande unos centímetros nada más, disfrutando de los gemidos y la expectación de ella.
Con un movimiento brusco la penetró. El interior cálido y rebosante de excitación de la mujer hizo que su miembro se deslizase fácilmente alojándose en lo más profundo de su coño. Ann gritó y se puso de puntillas tensando todo su cuerpo.
Agarrándole las caderas comenzó a follarla con movimientos secos y profundos disfrutando de aquel coño estrecho y delicioso.
Apenas dos minutos después, la viuda comenzó a estremecerse hasta que fue objeto de un orgasmo tan intenso que le hizo perder el pie. Se apresuró a sujetarla por la cintura pero estaba tan excitado que aun con el cuerpo desmadejado, siguió follándola hasta eyacular en aquel coño ardiente.
Ann jadeaba aun inerme por efecto del orgasmo, así que la cogió en brazos para llevarla hasta el dormitorio. La mujer apoyó la cabeza en su pecho intentando recuperarse. Agachando la cabeza, mientras avanzaba por la casa, hundió la nariz en su pelo aspirando el aroma a flores que exhalaba.
Tras un par de intentos fallidos, finalmente encontró el dormitorio, depositó a Ann sobre la cama y se tumbó a su lado acariciándola. Le encantaba acariciar aquel cuerpo pensando en que en ese momento era suyo y podía hacer cualquier cosa con él. No era como las típicas chicas de su edad que o no paraban de decirle "no así no" o "no seas tan bruto" o se tiraban sobre la cama como un pescado muerto dejando que hiciese lo que le pareciese mejor.
Aquella mujer era todo sensualidad. Intentaba seducirle a cada momento, excitar su pasión y compartir el placer con él, haciendo que un mero polvo se convirtiese en un momento íntimo e irrepetible .
Excitado por estos pensamientos y los suspiros que emitía su amante ante sus caricias, se incorporó y cogió una de sus piernas besando aquellos dedos pequeños con las uñas pintadas de violeta.
Recorrió cada uno de sus dedos, el arco de sus pies, mordisqueó sus tobillos y fue bajando por sus pantorrillas y sus muslos mientras observaba el coño hinchado y entreabierto rebosando finos hilos de jugos orgásmicos.
Con una sonrisa malévola lo rodeó y le besó el vientre y el ombligo. Ann protestó e intentó guiar su boca hasta aquel sexo anhelante. Tras unos instantes de suspense envolvió su sexo con su boca saboreando sus flujos hirvientes y haciendo que la mujer gritase y se retorciese de placer.
Agarrándose a sus pechos comenzó a subir por aquel cuerpo hermoso y turgente. Le besó los pechos y jugueteo con los pezones unos segundos antes de erguirse deseoso de penetrarla y de que ella viese como entraba en ella.
Seguida atentamente por su mirada, su polla fue penetrando en la mujer hasta quedar profundamente alojada en su coño. En ese momento se tumbó sobre Ann y mirándola a los ojos comenzó a follarla suavemente.
La señora Sunrise entrelazó una de las piernas con su mulso y sin dejar de mirarle rodeó su torso con los brazos e hincó las uñas en su espalda y sus costados gimiendo con cada uno de sus empujones.
Nadando en aquellos intensos ojos azules perdió la noción del tiempo. Sus cuerpos pegados como lapas, resbalaban el uno sobre el otro cada vez que la penetraba hasta el fondo.
A continuación se giró con suavidad dejándola a ella encima. Ann se irguió y comenzó a cabalgarle erguida, acariciándose y estrujándose los pechos, provocándole, pero impidiendo con empujones que se acercase.
Cuando se inclinó sobre él, atrapó uno de sus pechos y se lo metió en la boca chupando el pezón con todas sus fuerzas. Ann gritó y comenzó a mover sus caderas como una abeja furiosa. Su cuerpo se cubrió de sudor por el esfuerzo y cuando empezó a jadear, casi agotada, se agarró a su culo y cogió el relevo penetrándola con toda sus fuerzas hasta que con un ronco gemido se corrió. Tras eyacular siguió penetrándola un par de minutos hasta que Ann se derrumbó sobre él presa de un nuevo orgasmo.
Se quedó quieto, con la polla aun envainada en el cuerpo de la mujer disfrutando del peso y el calor de su cuerpo.
Cuando Ann se recuperó se separó, se puso de pie y tiró de él para que hiciese lo mismo. La hizo caso con desgana, deseaba quedarse abrazado a ella, fusionado a ella.
Ann le guio hasta la ducha y le hizo esperar hasta que el agua estuvo a la temperatura adecuada.
Bajo el agua, ella cogió un poco de gel y lo esparció por su pecho y su espalda haciendo bastante espuma, para a continuación besar su cuello, su pecho y mordisquear sus tetillas a la vez que enjabonaba su polla haciendo que volviese a estar de nuevo dura como una piedra.
Se disponía a follarla de nuevo cuando se agachó y mirándole a los ojos le acarició la punta de su polla con sus labios entreabiertos. En cuestión de segundos estaba chupándole el miembro con fuerza ,recorriendo toda su longitud con la lengua a la vez que le acariciaba los huevos.
El placer era tan intenso que no se dio cuenta de nada hasta que la mujer tuvo metido uno de los dedos en su culo.
—¿Qué...? —intentó protestar sorprendido.
Antes de que pudiese terminar su pregunta ella encontró su objetivo y comenzó a masajearlo con suavidad.
—¡Oh! ¡Dios! —exclamó sintiendo un placer que jamás había experimentado.
Con todos los músculos contraídos y gimiendo broncamente, apoyó las manos sobre la mampara y comenzó a mover las caderas suavemente.
Sin dejar de masajearle la próstata Ann siguió chupando envolviendo una y otra vez su pene con la boca sin apartar la mirada de él.
Notando que estaba a punto de correrse, Ann se separó y sin dejar de explorar su culo le masturbó suavemente hasta que no pudo más y estalló eyaculando chorro tras chorro de semen que se unía a la fina cortina de agua, rociando la cara y la boca de Ann Sunrise.
¡Dios! Jamás había experimentado un orgasmo semejante. Adoraba a esa mujer y la forma de hacerle el amor. Desearía que aquel verano no terminase nunca, que el MIT resultase destruido por un meteorito...
La ayudó a levantarse y le lavó la cara y el pelo retirando cualquier resto de su semen con delicadeza. Cuando terminó, la abrazó estrechamente bajo el agua. Ann se quedó quieta relajando su músculos sin decir nada, disfrutando de su abrazo de oso.
Durante unos minutos siguieron quietos bajo la lluvia tibia, disfrutando del contacto mutuo.
No sabía muy bien que decir, pero necesitaba expresar de alguna manera lo que estaba sintiendo.
—¿Sabes? Siento que es la primera vez que estoy con una mujer de verdad.
Probablemente se le podía haber ocurrido algo más florido o ingenioso, pero bastó para que ella le abrazara con todo el cuerpo temblando.
Caminaban por el paseo marítimo cogidos de la mano, disfrutando del anonimato. El sol resplandecía en un cielo totalmente azul. El intenso calor solo era mitigado por una suave brisa procedente del mar. Allí, lejos de casa, entre toda aquella gente podían demostrar su amor sin miedo a que alguien les viese.
En cada esquina se paraban y se besaban sintiéndose otra pareja más, sin la tensión de ser sorprendidos en cualquier momento. Se abrazaron un instante antes de continuar el paseo hasta la playa, mientras tanto hablaban entre risas de fugarse a México y vivir en una choza cerca de la playa alimentándose de lo que el mar les proporcionase.
El verano se acababa Y sus vidas se separarían por un tiempo. Al principio ambos habían temido aquel momento, pero ahora lo ansiaban, deseosos de demostrase mutuamente y a sí mismos que aquello era mucho más que un mero capricho.
Se tumbaron sobre la arena y se miraron como se miraban siempre, como si el tiempo y el mundo a su alrededor no existiera...
FIN