Una masajista profesional

Cuando mi jefa me llamó en mi día libre, no sabia que tendría que comportarme como una autentica profesional para hacer mi mejor trabajo.

Sábado día D, hora 11:30

Cuando la vida quiere darte un giro, lo hace sin preguntar. Y tú debes de saber contravolantear para no derrapar y salir de la pista. Algunos lo hacen mejor, otros peor. Y existe un grupo de personas que se dejan llevar por ese nuevo giro que les lleva a una nueva pista por la que recorrer. Y cuando mi teléfono sonó justo cuando iba a salir de casa aquel día, tenía dos opciones: Ignorarlo y salir a dar una vuelta o volver a entrar y cogerlo. Escogí la segunda opción.

-¿Diga?- Pregunté cogiendo el teléfono y sentándome en el sofá de mi pequeño apartamento.

-Selena, necesito tu ayuda.- La inconfundible voz de mi jefa, Sonia, sonó al otro lado del teléfono y no pude evitar realizar una mueca de disgusto al imaginarme la razón de su llamada. -Me acaban de llamar unos clientes que quieren venir hoy. ¿Podrías hacerte cargo de uno de ellos?- Me preguntó.

-Supongo que si.- Contesté con cierta desgana.

-Hoy era tu día libre, ¿Verdad?- Quiso saber Sonia, a lo que yo le asentí con un “ajá” rápido. -De veras que lo siento, te lo compensaré.- Sabia que lo haría y por eso no me sintió tan mal el hecho de tener que ir a trabajar en mi día libre. -Bien, entonces te veo a las cuatro.- Y tras eso colgó.

Me quedé tirada en el sofá cinco minutos recibiendo el pequeño golpe y Alicialmente me levanté porque por mucho que pudiera disimular, no me había privado de ningún plan, ya que mi vida era bastante monótona.

Viernes día D-1, hora 21:00

Antonio volvía tarde de trabajar de nuevo. Era el cuarto día seguido que su jornada de labor se alargaba y por pura experiencia sabía que aquello no le gustaría a su mujer. Al entrar en su casa, un pequeño, pero confortable piso, con dos habitaciones, un baño, cocina y salón comedor, sintió la mirada asesina de su mujer.

-Cariño, estoy en casa.- Saludó cansado mientras se dirigía a la cocina, donde su esposa preparaba la cena.

-De nuevo tarde.- Le replico ella sin devolverle el saludo, ni el beso que él le dio en la mejilla.

-¿Y qué quieres que haga?- Se indignó Antonio. -Me están jodiendo en el trabajo y si quiero mantenerlo me toca apechugar.- Trató de defenderse.

-¿Y por qué dejas que te jodan?- Quiso saber María, su esposa, que a pesar de ser una cabeza menor que él y ligeramente más delgada, a Antonio le pareció que era el doble que él.

-Porque necesitamos el dinero.- Se quejó Antonio, sabiendo que de nuevo, se avecinaba una discusión.

Tal y como Antonio pensaba, su mujer volvió a estallar y el trato de aplacarla. Mientras cenaban ella seguía hablando y hablando. Pero no fue hasta media hora después de terminar la cena, que María se tranquilizó y puso fin al tema ella misma.

Por fin con los ánimos más tranquilos, Antonio pudo relajarse frente a la televisión tras un duro día de trabajo. Y entonces, notó como su mujer iba a volver a hablar y le hizo tensarse.

-Antonio, creo que necesitamos relajarnos.- Dijo con voz tranquila y pausada para sorpresa de Antonio, que se temió lo peor al escucharlo. -Marga, mi amiga, me ha pasado el número de un salón de masajes en pareja. Había pensado que podríamos ir, ¿Qué te parece?- Su pregunta lo pillo desprevenido.

-Sí, claro.- Respondió confundido. Era la primera muestra de cariño y preocupación por el, que recibía de María en muchas semanas, eso sin incluir la inexistente actividad sexual. -Pero, ¿No será uno de esos tántricos o eróticos, no?- Preguntó realmente sorprendido.

-Qué va. No seas tonto.- Contestó María quitándole hierro al asunto con una pequeña pero contagiosa risa. -Muy bien, pues mañana cojo la cita.- Sonrió María y le dio un suave beso en los labios a su marido.

Al día siguiente, como todos los fines de semana, se levantaron cerca de las diez para prepararse a ir a correr y mantenerse en forma, ya que a los dos siempre les ha gustado hacer deporte y comer limpio. Antes de eso, María cogió el teléfono fijo de su casa y marcó el número de la tarjeta que su amiga Marga le había dado.

Sábado día D, hora 15:45

Como siempre que iba a trabajar, decidí llegar unos minutos antes para cambiarme de ropa más tranquilamente. El vestuario era un cuarto para las cuatro chicas que trabajamos allí, con unas taquillas pequeñas donde meter nuestra ropa de calle y demás pertenencias. Una vez vestida con unas sandalias blancas y un vestido blanco de botones, parecido a una bata de médico, de manga corta y que alcanzaba hasta justo por encima de las rodillas. Me acerqué a mi jefa, que me esperaba en su oficina.

-Gracias por venir, Selena.- Me dijo Sonia al verme. -Te cuento, viene una pareja de unos treinta años los dos. Ella es amiga de una amiga mía y no quería que se llevaran mala imagen.- Me explicó. -Además, quería a la mejor hoy.- Declaró Sonia guiñándome un ojo. Yo me sentí alagada. Aun que era la más veterana de las cuatro chicas, no llegaba a los dos años de trabajo en aquel sitio y no quería confiarme del todo.

Tras una pequeña charla, apareció Alicia, una joven de cerca de veintidós años rubia, de ojos azules, que había venido de Rumania para trabajar y ayudar a su familia.

-Los clientes ya están aquí.- Avisó con su acento.

Nos movimos hasta la entrada del centro. Sonia se colocó delante de nosotras y se fue a saludar a la pareja.

-Tú debes de ser María, ¿verdad?- Le preguntó a la mujer dándole dos besos. Era más o menos de mi estatura, con una melena larga y rubia y unos ojos marrones preciosos. Casi no se notaban los seis años que me llevaba, aunque algunas arrugas empezaban a aparecer en su rostro. -Marga me ha hablado mucho de ti.- Y ambas rieron. Después de eso, se giró hacia el hombre y María le presentó.

-Él es mi marido, Antonio.- Ambos se dieron dos besos. Antonio era un hombre de la misma edad que María. Se mantenía con una figura atlética y era una cabeza más alto que María. El pelo marrón algo alborotado, su mirada tranquila y su pose, le daban algo de atractivo que no sabría describir.

-Ellas son Selena y Alicia. Serán vuestras masajistas.- Les anuncio presentándonos. Nosotras les sonreímos e inclinamos ligeramente la cabeza en forma de saludo.

-Conmigo la rubia, que a ti te gustan mucho las rubias.- Soltó de pronto María sorprendiéndonos.

-Está bien…- Contestó Sonia con una sonrisa un poco falsa. -Pasad por esa puerta, por favor.- Les urgió.

Ambos siguieron sus indicaciones y Alicia y yo los seguimos hasta el cuarto contiguo. En frente nuestro quedaban dos camillas separadas por un biombo. Aun lado, había otro biombo donde los clientes podían quitarse la ropa tranquilamente.

-Yo aquí.- Dijo María acercándose a la camilla más cercana.

-Si no le importa, primero debe quitarse la ropa.- Le dijo Alicia lo más educadamente posible, aunque se la notaba nerviosa. Las dos sabíamos que María debería haber sido mi clienta, para darle una buena impresión, por lo que ahora recaía sobre ella una gran responsabilidad.

-Sí, sí, ya voy.- Respondió María como si fuera una niña pequeña y se fue detrás del biombo.

-Si me disculpáis, yo también voy.- Nos avisó Antonio que se fue tras su mujer.

Nosotras asentimos y lo miramos marcharse. Les escuchamos cuchichear, parecían discutir, pero con la sonrisa con la que salieron los dos no parecía en absoluto aquello. María llevaba una toalla alrededor de su cuerpo y Antonio tenía la suya alrededor de la cintura. Cada uno se dirigió hacia su camilla y justo antes de separarnos, le guiñé un ojo a Alicia para tratar de tranquilizarla.

-Muy bien. Empezare por la espalda si le parece bien.- Le avisé a Antonio que se había tumbado boca abajo.

-Está bien.- Contestó. -Pero puedes tutearme. No hace falta que seas tan educada.- Me avisó con la mirada hacia abajo.

-De acuerdo.- Dije posicionándome a su lado. Cogí dos botes que tenía en una mesita cercana y le pregunté. -¿Aroma de fresa o de chocolate?

-Me da igual… Fresa mismamente.- Escogió.

-De acuerdo. Ahí voy.- Le informé, tras untar mis manos con el lubricante de aroma a fresa.

Justo cuando mis manos iban a tocar su cuerpo, me di cuenta por primera vez lo tonificada y fuerte que parecía tener la espalda, además de libre de vello. Con cuidado moví mis manos, tanto por su espalda como, por sus hombros, embadurnando su cuerpo con el lubricante.

En cuanto empecé a presionar ligeramente mis dedos en sus hombros, tratando de relajarlos, noté como el mismo relajaba su actitud, lo que ayudaba a mi masaje. Me dediqué a él con la misma profesionalidad con la que actuaría con cualquier cliente. Primero sus hombros, luego el cuello, de nuevo los hombros y poco a poco descendiendo por su espalda, recorriéndola de lado a lado y presionando en los punto donde había que hacerlo.

Al otro lado del biombo Alicia parecía estar haciendo un buen trabajo también, pero María no callaba y hasta nosotros llegaban algunas pocas de sus palabras, ya que su voz era más baja de lo normal. Antonio no parecía estar prestándole atención y yo estaba concentrada en lo mío.

Cuando alcancé la base de su espalda, sin alcanzar su trasero, por cuarta vez, tras subir y bajar masajeándolo, volví a untar mis manos con el lubricante y pasé directamente hasta sus piernas. Realice el mismo proceso inicial que con su espalda, y comencé a masajear sus muslos, por la parte trasera. Después la cara interna y externa y luego los gemelos. Ascendí de nuevo y en el proceso roce ligeramente su trasero, tras haber metido sin querer mis manos bajo la toalla. Antonio debió de notarlo, ya que se tensó ligeramente, pero yo no le di importancia ya que no era la primera vez que me ocurría con un cliente. Ni sería la última en que pasaría.

Como si nada hubiera pasado, continúe con el masaje. De nuevo, sin querer, roce un par de veces más su trasero. Has que decidí dar por terminada la parte trasera.

-Muy bien. Ahora puedes darte la vuelta para que continúe.- Le avisé.

El tardó unos segundos en reaccionar. Yo lo esperaba mientras cogía el bote del lubricante y me extendía un poco más sobre las manos para luego hacer lo mismo con sus piernas. Pero cuando él terminó de darse la vuelta, un pequeño gritito de sorpresa, acompañado de la caída del lubricante de mis manos, salió de mi boca.

-¿Todo bien cariño?- Preguntó de pronto María. Yo no respondí. Tenía la mirada calvaba en su entrepierna, viendo con total asombro como levantaba la toalla.

-Sí, no te preocupes.- Respondió Antonio tratando de aparentar tranquilidad. Él me miraba tratando de buscar mis ojos para disculparse por lo ocurrido. Pero yo mantenía mis ojos en el mismo sitio.

Entonces con total tranquilidad y bajo la mirada de Antonio me coloqué en mi posición y llevé mis manos hasta sus muslos. Aquello pareció tranquilizar a Antonio. Tranquilidad que se esfumó cuando vio como una de mis manos desaprecia bajo su toalla y comenzaba a acariciar sus testículos.

Un pequeño gemido escapó de su boca a la vez que se tumbaba completamente de nuevo, dejándose llevar por mi mano. Con mi otra mano le quité la toalla y deje que su pene se alzase libre. Mi boca se abrió de par en par sorprendida por su tamaño. Nunca había visto nada igual. Con timidez, pero completamente hipnotizada por aquel monstruo, lleve mi mano libre hasta él y lo acaricia llenándolo del lubricante.

Mis manos resbalaban perfectamente por todos lados. Lo mejor para Antonio era que podía acariciar su glande sin ningún impedimento, lo que generaba un placer extra, añadido lo que realizaba en sus testículos.

Pronto la respiración de Antonio se aceleró. Su cuerpo se tensaba y destensaba con mayor rapidez y unos pequeños espasmos lo recorrían de vez en cuando. Yo mantenía mi mirada fija en su pene, que me mantenía hechizada. Ni si quiera reaccione o, si quiera, me detuve cuando Antonio eyaculó. Su semen cayó en mi cara, mis labios, mis manos y su estómago. Mi entrepierna ardía como nunca y podía sentir como mis braguitas estaban completamente mojadas.

-Dios… Qué bueno…- Susurró Antonio realmente gratificado. Yo por primera vez había separado mi vista de su entrepierna y me había girado completamente para lavarme las manos y la cara con una toalla.

-¿Ocurre algo, cariño?- Preguntó María desde el otro lado del biombo.

Yo me giré para dar por terminado el masaje o por lo menos para seguir hasta que Alicia terminara el suyo. Pero entonces, lo volví a ver. Antonio mantenía su pene erecto y duro, estirándose hacia arriba.

-No… no… nada…- Contestó tratando de parecer tranquilo, pero él me miraba a los ojos como si tratara de disculparse por aquello.

Pero yo ya había perdido el norte. No me importaba que su mujer estuviera a pocos metros, por lo que con lentitud comencé a desabrochar los botones del traje de trabajo.

-No pasa nada.- Le susurre acercándome a él y dejando ver mi sujetador amarillo con detalles negros. -Soy tu masajista.- Había terminado de desabrocharme entera y Antonio podía ver mis braguitas que iban a juego con el sujetador. -Tu eres mi cliente.- Mi voz salía melosa en susurros para que María no me escuchara, y con un gesto de hombros y la ayuda de mis manos el traje cayó al suelo. -Soy una profesional.- Continué desabrochando mi  sujetador y dejando a la vista mis pechos de tamaño mediano, con mis pezones duritos. -Relajaré cualquier parte de tu cuerpo.- Terminé deslizando las braguitas por mis piernas y subiendo en la camilla.

-¿Estás seguro?- Volvió a preguntar María, como si sospechara algo.

Yo, por mi parte, comencé a rozar su glande contra mi vagina. Mi cuerpo vibraba con aquel contacto y no tarde en dirigir su pene a mi entrada y comenzar a descender sobre él. El lubricante de fresa, los restos de su semen y mis fluidos, permitieron que mi vagina se expandiera sin producirme dolor alguno y su pene comenzó a invadir mi interior. No pensé en la posibilidad de embarazo ni en enfermedades. Me movía por mi instinto de hembra y el deseo de mi cuerpo.

-Seguro, mi… amor…- Le contestó, Antonio, cuando todo su pene quedó abrazado por mis paredes internas, a la vez que este presionaba contra mi útero. Con la misma lentitud con la que descendí volví a elevarme, para de nuevo volver a caer sobre él, sintiendo cada roce en mi interior. -Es toda… una profesional…- Le dijo a su mujer.

-Eso me había asegurado Marga.- Explico María mientras yo comenzaba a ser capaz de moverme de forma continua sobre Antonio, su marido. -La mía también es muy buena.- Le felicito a Alicia, a quien le sacó un “gracias”.

Tras dar por Alicializada la conversación Antonio se centró en mí. Parecía haber estado aguantando, pero ya le era imposible aguantarse y mientras que con sus manos agarraba mis caderas llevó su boca directamente a mis pechos, para lamerlos junto a mis pezones.

A mí me era imposible contener mis gemidos, pero era medianamente capaz de ello, por lo menos de momento. Pero cuando la lengua de Antonio comenzó a rozar mis pezones y sus dientes a apretarlos, tuve que llevarme uno de mis brazos a la boca y morderme con fuerza para poder aguantarme. Entré espasmos y casi tirada sobre Antonio un orgasmo recorrió mi cuerpo, haciéndome apretar la mandíbula de forma que sentía que me iba a arrancar yo misma la piel.

Pero aquello no era suficiente para Antonio, ni para mí. Y sin decir nada, comenzó a moverse él, continuando con el lento pero continuado ritmo que llevaba yo, hasta antes de mi orgasmo. Me acerqué a su oreja y deje que unos poco gemidos salieran de mi boca solo para él. Y pude notar como su piel se erizaba por la excitación que aquello le provocaba, además de que su ritmo se había acelerado ligeramente.

Me erguí un poco para mirarlo pero el aprovechó ese momento para lanzarse de nuevo a por mis pechos, cesando con las penetraciones pero dejando su pene dentro de mí. Tuve que llevarme de nuevo el brazo a la boca para aguantar mis ganas. Pero esta vez Antonio no se iba a contentar solo con eso, sino que además, se movió unos pocos centímetros sobre mis pezones y comenzó a succionar con fuerza. Primero en uno y luego en el otro. Y una segunda vez en cada uno también. Cuando termino, miro maravillado las marcas que me había dejado en mi cuerpo y excitado me atrajo hacia él y me beso.

Yo me entregue a su boca y sin esperármelo volvió a mover sus caderas, esta vez más rápido. Algunos de mis gemidos, se escapaban incontrolables por su boca y temiendo que María los escuchara me erguí sobre el cuerpo de Antonio permitiéndole seguir con las penetraciones, para llevarme el brazo por tercera vez a la boca con la vista pegada en el techo y el cuerpo doblado por el placer.

No pude ver como Antonio estiraba su mano para alcanzar el bote de lubricante. Ni tampoco como impregnaba una de sus manos con el líquido para luego llevarlo hasta mi ano. Ni si quiera me dio tiempo a mirarlo cuando sentí como dos de sus dedos invadían mi único agujero virgen, ya que cuando tenía la vista a medio camino entre el techo y su cara, tuve que volver a alzarla por el placer. Lo que conllevó a que mi mandíbula aumentara la presión sobre mi piel.

Antonio parecía eufórico. Sus movimientos lo delataban y eso me excitaba mucho. Incluso para ser mi primer experiencia con mi ano, estaba desenado que no se detuviera nunca. Pero entonces el comenzó a convulsionarse, al igual que yo. Y con una dura penetración, que alcanzo mi útero, su semen empezó a brotar en mi interior expandiendo toda mi intimidad y llenándome de forma que no conocía yo.

La tensión sobre nuestros cuerpos nos mantuvo unos segundos con las espaldas arqueadas y en el culmen de mi orgasmo, mi mandíbula se bloqueó sobre mi brazo. Incluso cuando me deje caer sobre Antonio exhausta y con un hilo de sangre en el brazo y en mis labios, él sufrió un par de espasmo mas, vaciándose en mi interior. Y esta vez, su pene, poco a poco comenzó a perder tamaño hasta salirse solo de mi interior.

Cuando me hube recuperado un poco, empecé a darme cuenta de lo que había pasado y con toda la rapidez que pude me baje de la camilla. Aun desnuda y con el semen de Antonio resbalando por mis muslos, busque una gasa y una venda para la herida que tenía en el brazo. Al girarme y ver a Antonio aun desnudo sobre la camilla, un chispazo me recorrió la cabeza y rápidamente me quite los restos que pude de mis piernas y me vestí. A su vez, Antonio me pidió una toalla para hacer él lo mismo.

Como si nada hubiera pasado, Antonio, se levantó y se dirigió hacia el primer biombo con una sonrisa en la cara. Poco después le siguió María, y entonces Alicia apareció con una toalla en las manos.

-¿Qué te ha pasado?- Me preguntó al verme.

-Nada. Me he hecho un pequeño corte.- Mentí justo cuando llegaban Antonio y María, por lo que no tuve que recibir la misma pregunta por parte de María.

Ambos con una sonrisa en la boca, salieron de la habitación, seguidos de Alicia y de mí. En la recepción, Sonia nos esperaba un poco impaciente. Nos miró a ambas, y aunque reparó en mi venda, sabía que no era momento para preguntar.

-¿Qué tal han estado?- Les pregunto a los clientes con una sonrisa.

-Muy bien. ¿Verdad cariño?- Respondió María.

-Si. Estoy como nuevo.- Contestó Antonio.

-Me alegro.- Sonrió satisfecha Sonia. -Pueden volver cuando quiera.- Les explicó Sonia.

-Seguro que volvemos.- Dijo María tras darle dos besos a Sonia y marcharse.

Antes de que ambos desaparecieran tras la puerta de salida, pude sentir la mirada de Antonio sobre mí y ver cómo me lanzaba una sonrisa y un guiño. Nadie más se debió de dar cuenta, ya que no hubo preguntas respecto a eso. Ni si quiera respecto a la venda, ya que Sonia quería hablar con Alicia. Yo aproveché y me volví al vestuario para cambiarme. Y cuando me quedé en ropa interior, vi las marcas en mis pechos y restos de semen cayendo por mis muslos. Me mordí el labio inferior excitada al recordar aquello, pero rápidamente y tras limpiarme de nuevo, me obligué a olvidarme de aquello, y me vestí dispuesta a volver a casa.