Una mas dos, tres.

Una profesora de matemáticas y dos ex alumnos

La profesora de Matemáticas

Carlos y Róber eran uña y carne, siempre andaban juntos.

Se habían criado en el mismo barrio de Linares, en el sur de España. A los dos les gustaba montar en bici de montaña, afición gracias a la cual habían mantenido el contacto después de dejar el instituto. Desde niños fueron dos amigos inquietos y alegres.

Con el paso de los años Róber se había convertido en un mulato, musculoso y atractivo. Sus rasgos árabes se debían a su herencia paterna, y le daban ese aire misterioso que tanto fascina a las mujeres. Aunque menos corpulento, Carlos también era un joven bastante guapete. Era moreno, alto, delgado y desde hacía algún tiempo se había dejado crecer la barba para aparentar más edad de los veintiséis años que ambos tenían.

Aunque Carlos siempre sacó mejores notas que Róber, a ambos les había ido bastante bien tanto a nivel académico como profesional. Junto a otro socio Carlos había montado su propia empresa inmobiliaria, promotora, estudio de arquitectura, etc. Estaban empezando y abarcaban todo lo que podían.

En cuanto a Róber, éste empezó a trabajar como visitador médico cuando terminó sus estudios de Farmacia. Le pagaban bien, y disponía de un Mercedes GLE de renting a cargo de la empresa.

María les dio clase de matemáticas en el instituto.

Al ser pelirroja natural y muy pecosa María aparentaba menos edad de la que tenía. Llevaba media melena, que era el look que le sentaba mejor dada su estatura. Un metro sesenta y tres centímetros. Siempre había tenido algún kilo demás y aunque no le preocupaba en exceso, sí que intentó no engordar con los embarazos.

Las que no pasaban desapercibidas eran sus grandes tetas, baste decir que gastaba una talla 120. Le venían bien, ya que María era una mujer muy femenina a la que nunca le dio vergüenza lucir sus encantos con amplios escotes y ceñidos vestidos de colores alegres. Así era María, una bonita pelirroja a la que le encantaba atraer las miradas de los hombres en verano.

Le gustaba mucho leer, quedar con sus amigas, pasar tiempo con sus hijos, y aunque nunca frecuentó el gimnasio sí que salía a andar cada lunes, miércoles y viernes. Tenía cuarenta y seis años.

Estaba en un buen momento de su vida, después de bastante tiempo de interinidad había conseguido un puesto definitivo como profesora de matemáticas. Tenía dos hijos y su matrimonio seguía a flote con los altibajos normales. Misteriosamente, su fuerte personalidad encajaba de alguna forma con el carácter afable y bonachón de su marido. Su pasión se había ido sosegando con los años, como era natural, y eso no le suponía mayor problema.

Le gustaba su trabajo y se implicaba totalmente para ayudar a sus alumnos a superar una asignatura complicada a una edad complicada.

Exceptuando aquel incidente por el que fueron expulsados durante una semana, Carlos y Róber no habían sido unos chicos problemáticos. Aquel nefasto día le cortaron varios mechones de pelo a la pobre chica que tenían delante. Fue algo inesperado en unos chicos que por lo general se portaban educadamente en clase, atendían con interés y se esforzaban por aprender.

María tenía buen recuerdo de ellos y le alegró encontrárselos en el supermercado. Ella estaba haciendo la compra para pasar un fin de semana de turismo rural y ellos para cenar juntos aquella misma noche.

― ¿Os importaría hacerme un favor? ―les preguntó.

María les contó rápidamente que ese año le tocaba organizar los actos navideños: Actuación de los alumnos de infantil, la visita de Papá Noel, la fiesta en el patio, etc.

La cuestión es que por cambiar, la Asociación de padres había propuesto que ese año fueran los Reyes Magos los que hicieran el reparto de chucherías en vez de Papa Noel. En principio, a María le había gustado la idea, en esos días de vorágine consumista Los Reyes Magos representaban mejor la tradición cristiana. Lo que ella no se imaginó fue que le costaría tanto encontrar voluntarios. De hecho sólo había logrado embaucar a su marido y entonces, al ver al hermoso mulato pensó de inmediato en que sería un magnífico Rey Baltasar. Róber y Carlos eran la solución a su problema.

Los muchachos llegaron puntuales, y después de enseñarles un poco la casa, María los acompañó a la habitación donde había dejado las fundas con cada traje. Pantalones, túnica, capa, peluca, barba y hasta unas calzas para cubrir los zapatos. Eran unos trajes de calidad, ella misma se había encargado de alquilarlos. Les dijo que si necesitaban algo que la llamasen y se fue a ayudar a su marido.

― ¡María! ―llamaron poco después.

― ¿Qué pasa? ―preguntó la profesora delante de la puerta.

― Pasa. Esto no está bien ―dijo Carlos desde dentro.

Cuando María entró en la habitación, se quedó desconcertada. Estaban casi desnudos. Bueno, en realidad Carlos aún llevaba pantalones, pero Róber estaba en calzoncillos. La visión de los jóvenes, tan altos y musculosos, la dejó paralizada como una chiquilla.

― Creo que están mezclados ―explicó Carlos.

― ¿Qué? ―María no estaba escuchando, el torso desnudo del muchacho era demasiado seductor.

― Los trajes. Están mezclados ―aclaró éste de nuevo.

María se aproximó visiblemente alterada, y después de extenderlo todo empezó a separar las prendas y complementos en dos montones, uno del Rey Gaspar y el otro de Baltasar. “Manda narices”, pensó maldiciendo a la dependienta que se los había alquilado.

― Por lo que han costado, ya podía haberlos comprobado ―se quejó enojada.

La profesora estaba tan embravecida que no podía concentrarse, y los nervios la traicionaron. Volvió involuntariamente la mirada y miró de reojo el paquete de Róber. “¡¡¡SE LE ESTÁ PONIENDO DURA!!!” ―pensó espantada.

― ¡Ya está! ―exclamó cuando terminó de separar cada cosa en su montón, pero de nuevo volvió a mirar el bulto de Róber. No debió hacerlo, su ex alumno le estaba mirando el culo y tenía una erección tremenda debajo del bóxer.

María salió de allí como si no pasara nada y fue a maquillar a su marido. Estaba agitada, no podía quitarse de la cabeza el tremendo miembro marcado bajo el calzoncillo de Róber. Además, el muchacho tenía un cuerpazo escultural. Nunca había visto un hombre así.

Cuando María termino de maquillarlos les pidió que se colocaran los tres juntos.

― ¡Qué bien estáis! ¡Dais el pego total! ―dijo satisfecha con lo bien que habían quedado.

Salieron de casa con tiempo, después de tanto apuro llegarían puntuales. María no podía dejar de sonreír delante de los tres Reyes Magos. Sin embargo su momento de sosiego no duró mucho ya que el Rey Gaspar aprovechó la estrechez del ascensor para ponerle disimuladamente la mano en el culo. María le miro con gesto de desaprobación, pero en lugar de retirar la mano el Rey Mago le estrujó el culo con fuerza. Ella no quiso montar un número y se limitó a apartarle la mano con disimulo. “¡Será sinvergüenza!”, pensó la profesora.

Por una parte, la profesora se sentía decepcionada. Primero había pillado a Róber mirándole el culo y ahora Carlos se propasaba de aquella manera tan insolente. Pero por otra parte, aquel incidente había subido su autoestima. María no pensaba que unos muchachos tan jóvenes y guapos pudieran sentirse atraídos por una mujer de su edad.

Fue una mañana agotadora, aunque la experiencia mereció la pena. Comenzaron repartiendo chucherías e ilusión entre los niños de Educación Infantil. Algunos se asustaban al verles y echaban a llorar, pero la mayoría se volvían locos de contentos. Después siguieron con los de Educación Primaria y Secundaría. En fin, sus Majestades de Oriente visitaron un sin fin de clases, todas en realidad, y con tanta ropa, la peluca, la barba, etc. sudaron de lo lindo.

Menos mal que María había sido precavida y después de aquella vorágine infantil tenía organizada una pequeña comida a base de tapas y cerveza. Comida a la que además de ellos cuatro también se apuntaron otras madres y padres que habían hecho de ayudantes de los Reyes Magos.

Comieron de pie. Había una mesa en el centro con el picoteo y alrededor cada uno sujetaba su bebida en la mano. María hablaba con su marido y otras dos mamás, cuando en un momento dado su mirada se cruzó con la del Róber. Los ojos oscuros del muchacho la miraban intensamente.

La profesora desvió enseguida la vista como atendiendo a la conversación de su esposo, pero en realidad no le escuchaba. De alguna forma, María estaba segura de que Róber la seguía observando. Efectivamente, cuando giró de nuevo la cabeza la seductora mirada del joven la hechizó. María se sentía dominada, incapaz de dejar de mirarle.

Su ex alumno la estaba poniendo nerviosa, no sabía a dónde mirar, ni cómo colocar las manos y lo peor de todo es que empezó a sentirse terriblemente excitada.

Su voluntad menguaba, doblegada ante el irresistible deseo de los muchachos. Aquellos dos sinvergüenzas habían logrado revolucionar sus hormonas. Sus pezones se endurecieron incontroladamente, y la pelirroja supo que no tardaría mucho en empezar a impregnar sus braguitas.

Su situación era muy apurada. Aunque estaba al lado de su marido, María no podía dejar de pensar en los agraciados cuerpos masculinos que había contemplado esa misma mañana. Eran dos hombres altos y fuertes, y María se preguntó cuan impetuosos serían con ella.

La profesora tuvo que ir al baño en cuanto se terminó la segunda cerveza. Tenía ganas de orinar, pero por otra parte estaba también la incipiente humedad de sus braguitas. Abochornada, María se sentó en el WC y limpió sus secreciones femeninas mientras hacía pis.

Por suerte, su marido podría echarle ese polvo que tanto necesitaba. Ese día los niños comían en el cole y después tenían teatro. Sin embargo, cuando la profesora salió del baño se dio de bruces con Róber. El morenazo la estaba esperando para contarle algo al oído, algo que la dejó absolutamente consternada.

Una hora más tarde, ya en casa, María les dijo que podían utilizar el baño del pasillo para ducharse, como habían pedido. El otro baño era más grande, pero estaba en la habitación de matrimonio y su marido tenía que cambiarse para irse a trabajar.

― No uséis esas toallas, son las de los niños ―les dijo― En seguida os traigo unas.

Fue a su habitación, y cogió del armario un par de toallas grandes.

TOC – TOC – TOC

― ¡Adelante!

La profesora entregó las toallas a sus alumnos y se fue al salón a coger el abrigo y el bolso.

― ¡Fede, voy al súper!

― ¡Pero si yo me tengo que ir a trabajar! ―objetó su marido desde la habitación.

― ¡Diles que cierren, aunque no tardaré!

― ¡Díselo…! ―fue a contestar Federico cuando al oír como su mujer cerraba la puerta de la calle, terminó maldiciendo por lo bajo― ¡Me cago en la leche!

Carlos y Róber la recibieron en el baño con una sonrisa de complicidad. Había ejecutado el plan a la perfección, siguiendo paso a paso las explicaciones que Róber le había dado.

― Apaga el móvil ―susurró éste.

La profesora comprendió que los muchachos habían pensado en cada detalle. Entonces vio como echaban el cerrojo de la puerta, ya no había vuelta atrás.

― Prometed que no me obligareis a hacer nada que yo no quiera ―preguntó con recelo.

Róber la miró mientras abría el grifo y dejaba el agua correr como si se estuviera duchando.

― Eso depende ―respondió finalmente el muchacho.

― ¿Cómo que depende? ―protestó la profesora con irritación.

― De lo puta que seas.

María abrió la boca para responder a aquel insulto, pero Carlos aprovechó para atraerla hacia él y besarla apasionadamente. El deseo nubló el pensamiento de la profesora. Hacía mucho tiempo que no la besaban de esa forma.

Róber se acercó y rodeando la cintura de María le soltó el botón del pantalón. Carlos ayudó a su amigo a bajarle el pantalón y después no dudó en explorar con su mano entre las piernas de la profesora.

Afortunadamente Carlos no hizo ningún torpe comentario acerca del pringosísimo sexo. Ella correspondía los besos de Carlos con su boca. Era la situación más morbosa que la profesora había vivido en toda su vida. Estaba terriblemente excitada.

A su espalda, su otro alumno tampoco perdía el tiempo. La besaba en la nuca y se habían adueñado de sus grandes pechos.

― ¡AAAGH! ―gimió María cuando Róber se puso a morderle la oreja.

María distinguió en seguida entre sus amantes. Eran polos opuestos. Mientras que Carlos era cariñoso y sensual, Róber era rudo y dominante.

María fue palpando sus cuerpos irreales hasta dar con sus pollas.

― ¡Dios! ―sollozó.

De que María se dio cuenta Róber ya le había desabrochado la camisa y trataba de soltarle el sujetador. Ella le ayudo y enseguida tuvo las manos del mulato sobre sus tetas.

― ¡Madre mía! ―exclamó.

― ¿Te gustan? ―preguntó excitada.

― A ti que te parece.

― A mí me parece que sí ―sonrió la pelirroja.

― Pues eso.

Desde atrás, Róber le sobaba las tetas entusiasmo, amasándolas y apretándolas una contra la otra. Frente a ella, Carlos estudiaba con su boca todo su cuerpo sin olvidar ni un solo pedacito de piel.

― ¡AAAGH! ―gemía cuando alguno de sus amantes la sorprendía con una nueva caricia.

Carlos no dejaba de acariciarle el coño por encima de las braguitas. Cuando al fin las apartó a un lado para meterle un dedito, María se lo agradeció con un nuevo gemido.

― ¡AAAGH!

La madura profesora estaba cada vez más animada. Introdujo su lengua en la boca de Carlos y poseída por el deseo metió las manos en sus calzoncillos y les saco la polla a los dos.

María empezó a regodearse masturbando a placer sus duras polla. Era más de lo que una mujer podía pedir. Los dos iban sobrados, sobre todo uno de ellos, cuando sin previo aviso la hicieron girarse.

Entonces, Róber se arrodilló delante de ella y cuando le bajó las bragas se quedó mirando su sexo. Por supuesto, María no perdió la ocasión de burlarse de él:

― ¿No has visto nunca un coño pelirrojo, verdad? ―dijo levantando una pierna hasta apoyar el pie sobre la tapa del bidé.

― No, la verdad. Parece fuego.―contestó fascinado.

― Pues sóplale que quema ―dijo María, y con una mano guió la cara de Róber hasta su sexo.

María pronto comprendió que Róber era un alumno aventajado. El mulato no sólo hacía echar chispas a su delicado clítoris, también mordía con cuidado los inflamados labios de su sexo y rebañaba sus ardientes efluvios vaginales.

― ¡AAAGH! ―María se retorcía de gusto y separaba sus muslos para facilitarle a Róber la tarea. Detrás, Carlos dejaba que su profesora le meneara la polla mientras él magreaba sus tetas y la besaba por todas partes. Era pura inocencia.

― ¡OOOOOOGH! ―un imprevisto orgasmo la sacudió y María apretó la cabeza de Róber contra su coñito.

En vez de protestar, él se ensañó hundiendo su afilada lengua en su vagina. La profesora empezó a temblar, las piernas le fallaron y acabó arrodillada en el frío suelo del cuarto de baño.

Cuando volvió en sí, los muchachos ya se habían encargado de colocarla sobre una toalla y ponerle la polla al alcance de su boca.

María no se achicó y empezó de inmediato a lamer, alternando de una verga a la otra sin dejar de sonreír. Estaba eufórica, y no sólo por los rescoldos de su primer orgasmo, si no porque realmente le encantaba chupar. Sin embargo, esa era la primera vez que se la chupaba a dos hombres y la boca se le hacía agua.

― Pon las manos detrás de la espalda ―ordenó Róber de sopetón.

María se irguió e hizo lo que le habían pedido.

― Abre la boca ―exigió a continuación.

María entreabrió los labios, y Róber le lleno la boca con su polla.

― ¡Chupa y déjate de tonterías! ―le advirtió finalmente el muchacho muy enfadado.

La profesora empezó pues a mamar sin remilgos, profunda y ruidosamente.

¡CHUPS! ¡CHUPS! ¡CHUPS! ¡CHUPS!

― Ves como sí que sabes hacerlo ―la felicitó el muchacho.

María sabía que estaba a merced de sus alumnos. Podían someterla y eso la ponía aún más cachonda.

De pronto la voz de su marido la sobresaltó.

― Esto… Yo me tengo que ir. Cerrar bien cuando os vayáis.

Róber la agarró del pelo y la obligó a seguir.

― ¿Y María? ―preguntó el muchacho burlón.

― Ha ido a comprar.

¡CHUPS! ¡CHUPS! ¡CHUPS! ¡CHUPS! ―María chupaba y chupaba.

― ¡Jo, qué suerte tienes!

― ¡Sí, la verdad es que sí!

―… y en la cama, ¿qué tal? ―preguntó con descaro.

― ¡Pues hombre, lo años no pasan en balde! ―rió su esposo.

¡CHUPS! ¡CHUPS! ¡CHUPS! ¡CHUPS! ―María no podía creer la desfachatez e indiscreción de su marido. “Hablar así de ella. ¡Qué falta de respeto!”, la profesora empezó a chupar con ímpetu. Entusiasmado, Róber trató de animar aquella disputa conyugal.

― ¡No jodas, tampoco es tan vieja!

― ¡En cuanto les haces críos, si te he visto no me acuerdo…! ―reprochó Federico con amargura.

― ¡No jodas! ¡Vaya putada!

― ¡Ya te enterarás! ―aseveró el marido.

¡CHUPS! ¡CHUPS! ¡CHUPS! ¡CHUPS! ―la muy puta chupaba su polla como una demonia, se notaba que estaba realmente furiosa. Róber sabía que no aguantaría mucho más y probó a forzar la situación.

― ¡…y yo que pensaba que era una golfa! ―dijo.

― ¡No si a las mujeres casadas les gusta mucho joder, pero de mala manera! ―se mofó Federico.

― ¡Venga, hasta luego! ¡Cerrar bien la puerta!

― ¡No te preocupes! ¡Ya casi estoy…!

¡CHUPS! ¡CHUPS! ¡CHUPS! ¡CHUPS! ― Róber no logró aguantar más las ganas de explotar en la boca de la señora de la casa. La carita pecosa de la profesora estaba congestionada por el esfuerzo.

En cuanto el primer chorro golpeó su paladar, la pelirroja bajó el ritmo para evitar que se le derramara el semen de Róber.

María ni siquiera tuvo tiempo de escupir. Carlos hizo que apoyara las manos en el suelo y fue el primero que la penetró. Lo hizo suavemente, despacio, para que María sintiera como su dura polla iba entrando en su sexo.

María levantó la tapa del bidé y escupió la copiosa corrida de Róber. Carlos no tardó en empezar a embestirla con ganas, pero enseguida sacó su polla y dejó el sitio a su compañero. “¡Qué pasada! ¡No se le ha bajado lo más mínimo!” ―se sobrecogió María― Y entonces Carlos se plantó delante de ella. La polla le olía a coño.

¡CLACK! ¡CLACK! ¡CLACK! ¡CLACK!

Estuvieron relevándose para follarla durante varios minutos, siempre a cuatro patas. Obviamente, los orgasmos de María comenzaron a sucederse uno tras otro. Róber la follaba como un animal, de forma frenética. La hacía delirar asestándole unos pollazos tan brutales que cuando Carlos se vació en su boca ella fue tragando su esperma sin darse cuenta.

¡CLACK! ¡CLACK! ¡CLACK! ¡CLACK!

Aunque aturdida, la profesora se sobresalto cuando uno de ellos metió un dedo en su ano. Le hubiera gustado chillar pero tenía el pollón de Róber en la boca.

El cretino de su marido nunca la había sodomizado. Sin embargo, aunque nunca se lo había contado ni a él ni a nadie, su culo no era virgen. De hecho, María debutó en el sexo analmente. Tenía dieciséis años y su primo Paco, cinco años mayor que ella la embaucó diciéndole que así seguiría siendo virgen.

Aunque aquel primer dedo le hizo sentir un extraño morbo, no ocurrió lo mismo cuando Carlos trató de meterle dos. Costó bastante, pero María estaba bajo el hechizo de ser poseída. Por suerte había aceite Johnson’s a mano y sus nalgas no tardaron en quedar resbaladizas, y entonces un tercer dedo se abrió paso su trasero y la ofuscó por completo. Era imposible sentirse más poseída.

La pelirroja notó que Carlos encajaba algo aún mayor entre sus nalgas y empezaba a apretar. De pronto le entró el pánico, pero de nada le sirvió emprenderla a golpes con él. Carlos la había dilatado tanto que su polla no tardó en abrirse paso.

― ¡AAAAH! ―grito con pavor.

La profesora se quedo inmóvil con los ojos cerrados. La dulzura con que Carlos la besaba en el cuello contrastaba espantosamente con la crueldad con que acababa de penetrarla por el culo. Ese sin sentido la desquiciaba, y entonces el otro muchacho se tumbó rápidamente debajo de ella y empezó a comerle las tetas.

― ¡AAAAAAAAGH! ―gimió entusiasmada.

Carlos no se olvidó de mimar su coñito al iniciar un escueto vaivén en el trasero de María. El muchacho provocaba flagrantemente a su clítoris mientras le abría el culo lentamente, pero hasta el fondo. Aquellos chicos merecían un sobresaliente. Sus virtuosos dedos y pollas la hacían vibrar.

― ¡FOLLAME, CABRON! ―gritó como loca.

La profesora no podía creer lo que acababa de decir, y sin embargo se sentía tan puta que apartó la mano de Carlos y empezó a masturbarse ella misma.

¡CLACK! ¡CLACK! ¡CLACK! ¡CLACK!

¡OOOGH! ―tras un sorgo gruñido Carlos se quedó petrificado y súbitamente María adivinó la tragedia. El muchacho se había corrido sin darle tiempo a ella para alcanzar el clímax.

― ¡¡¡SIGUE!!!  ―suplicó enrabietada― ¡¡¡SIGUEEE!!!

Pero María no contó con que Róber tendría todavía algo que decir...

― ¡NO!  ¡AU!  ¡AAAH! ―sollozó cuando éste hizo ceder un poco más su escocido ano.

El muy bruto no se anduvo con tonterías y empezó a montarla con contundencia. Sus embestidas eran tan fuertes que hacían balancear sus tetas sin control mientras María jadeaba con la misma cadencia que él le daba por el culo.

¡AGH!  ¡AGH!  ¡AGH!  ¡AGH! ¡AGH!

Róber la sodomizó con gesto imperturbable, y esta vez María sí tuvo tiempo de temblar de placer no una, si no tantas veces que llegó a pensar que Róber no se correría nunca.

¡CLACK!  ¡CLACK!  ¡CLACK!

¡AH!  ¡AAAAH! ¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAH!

Terminaron completamente exhaustos y envueltos por un pestilente olor a heces. “Ahora sí que necesitaban una buena ducha…” se dijo la profesora.

FIN