Una maravillosa equivocación

Hacerse pasar por otra persona a veces es algo muy bueno. Esta vez, me permitió follarme a una joven estudiante de Derecho.

Una maravillosa equivocación

Lo siguiente es uno de los sucesos más surrealistas que alguna vez me ha sucedido. Me encontraba trabajando para una compañía de seguros y aquel día tenía una cita con un profesor de universidad, el cual acababa de adquirir un nuevo vehículo y deseaba información. La compañía para la que trabajaba tenía la absurda idea de que un trato personalizado hacia los clientes le iba a hacer ganar rápidamente fama, a pesar de los altos precios de sus pólizas. Así pues, allí estaba yo en una Facultad de Derecho, en la tercera planta, en un amplio despacho atestado de papelotes, libros y ficheros. Detrás de un gran escritorio de metal, estaba el susodicho profesor, un tipo bajito con gafas e incipiente calva, con una cara de hijoputa cabreado que echaba para atrás. Si me dijeran si alguna vez he conocido alguien que pertenecía a la mafia, este sin duda era el mejor candidato.

Yo le pasaba hojas de informes mientras le hablaba de las bondades de cada nueva póliza que le enseñaba. Sus ojos de sapo ojeaban los papeles que le iba pasando con aire escrutador a gran velocidad, devorando la información que le iba dando de forma fluida. Al tipo parecía no convencerle nada y no paraba de extender la mano esperando recibir nuevas ofertas y documentos. Gotas de sudor comenzaban a formarse en mi entrecejo mientras mi cartera iba quedándose más y más vacía. Me aterrorizaba pensar en el momento en que tuviera que decirle que ya no había más. Tenía la sensación de que aquel tipo podría desintegrarme de un plumazo. Quedaban exactamente una pelusa y un folleto de propaganda para aprender chino cantonés en el interior de mi cartera cuando sonó el interfono del profesor con un sonido estridente. Alguien osaba molestar al capo y yo no tenía la menor duda de que iban a rodar cabezas. Se marchó del despacho malhumorado excusándose por la interrupción.

Mi mente comenzó a pensar en las oscuras torturas que realizaría en sus minutos de ausencia aquel esperpento de hombre. Prometí fijarme en su camisa al regresar. Creía tener la certeza de que sería diferente debido a que la primera terminaría completamente manchada de sangre. De pronto, sentí curiosidad por saber lo que se sentía estando detrás de aquel enorme escritorio, en aquel inmenso despacho. Debía ser la ostia. Eché una mirada a la puerta cerrada y pensé que por qué no. Me senté en el sillón (porque aquello era un señor sillón de cuero) y me recosté sobre el mismo, dejándome llevar. Incluso me atreví a subir los pies a la mesa. Aquello era una maravilla, me sentía como un funcionario. De repente, se oyeron tres golpes contra la puerta, anunciando de que alguien iba a entrar, aunque para cuando el tercer golpe sonaba la puerta ya estaba abierta de par en par. El corazón me dio un vuelco y creí que iba a vomitarlo allí mismo.

En la puerta no había ningún tipo con malas pulgas con un cuchillo de carnicero, por suerte. En su lugar, había una chica de rubia de media estatura, de unos veintipocos años. Graciosos bucles dorados caían por su cuello de forma encantadora. Sus profundos ojos azules resaltaban de forma especial en su cara, que se culminaba con una pequeña nariz respingona y una amplia boca de labios gruesos. Vestía una camiseta blanca que se amoldaba delicadamente a las curvas de su torso, especialmente a sus tetas, y una chaqueta de color marrón oscuro. Cerró la puerta rápidamente y comenzaron a salir palabras de su boca de forma atropellada:

  • Espero que no sea un mal momento profesor, sé que la tutoría no empieza hasta dentro de quince minutos, pero precisamente por eso vengo ahora. No me gustaría que se rumoreasen ciertas cosas por toda la facultad, por su bien y por el mío propio.

Mi cerebro deseaba interrumpir a aquella hermosa muchacha y relatarle la triste (para mí, por lo menos) verdad, que yo no era el padrino... esto, el profesor. Pero mi boca no era capaz de articular palabra. A decir verdad, a dios gracias que no estaba babeando con la mandíbula desencajada. La chica se había ido acercando y ahora podía maravillarme con mayor detalle de aquel par de divinos obsequios que había recibido la muy afortunada, tanto detalle como unos pezones grandes y tiesos pueden ofrecer, sin impedimento de sujetadores ni gaitas, a través de una camiseta blanca. La muy tonta seguía desperdiciando saliva con palabras que a mí no me importaban una mierda.

  • Sé que no he aparecido por su clase en todo el curso y sería injusto para con mis compañeros, pero he tenido muchos problemas y creo que me merecería al menos una oportunidad de poder aprobar su asignatura, tal vez con algún trabajo o algo por el estilo.

Finalmente, por mucho que me costara, conseguí cortarla:

  • Eh, eh, para, para. Mira, creo que este no es el momento más oportuno para esto, tal vez deberías volver más tarde.

Yo había dicho eso? Y qué había de aquello de decir que yo no era el maldito profesor de la maldita asignatura?

  • Por supuesto, sé que no debería estar aquí, pero es muy importante para mí aprobar esta asignatura, porque verá...

Mentalmente, me peleé conmigo mismo por cómo había llevado aquello. Estaba omitiéndole detalles de suma importancia a aquel par de hermosuras... bueno, y a su dueña también. Sin llegar a entenderlo lo suficientemente, vi como aquellas dos tetas se movían hacia un lado, rodeando el escritorio. Las vi descender, como si quien las llevaba se hubiera arrodillado para suplicar. Volví a la realidad.

  • Por favor, profesor Hidalgo, tenga un poco de compasión. Sé que lo que se dice de usted es pura exageración y charlatanería. Sé que en su interior se esconde un corazón piadoso.

Resolví que debía acabar con aquello. Estiré los brazos con la intención de tomarla por los hombros, levantarla y explicarle la verdad, pero mis brazos debieron interpretar mal la orden y fueron a parar directamente sobre el pecho redondo y llamativo de la mujercita inocente. Sí, inocente...

  • De acuerdo, es algo con lo que contaba, no se preocupe.

En ese momento, mi mandíbula sí se desencajó y me quedé con la boca abierta. En cuestión de segundos, aquella universitaria se deshizo de la chaqueta y de la camiseta y se quedó desnuda de cintura para arriba. Sus tetas blancas quedaron completamente a la vista para deleite y disfrute personal. Por si fuera poco, la estudiante se aupó al sillón y comenzó a refregar sus pechos abundantes por mi cara. Sus habilidosas manos se ocuparon de localizar mi paquete duro y palpitante e iniciar los preparativos para liberarlo. Entre tanto, sus atributos pasaban por delante de mis ojos y mi boca saboreaba, de vez en cuando, sus pezones grandes y rosados. Instantes más tarde, estaba de rodillas sobre la moqueta dándole lustre a mi verga. No chupaba como una experta pero, al menos, le ponía empeño.

Cuando le hice señas para que se levantara del suelo, me miró con cara de sorpresa. Acaso se esperaba esta guarrilla pija que iba a salir de allí sin ser follada? Que con una mamada todo se arreglaba? Con la polla goteando saliva, comencé a desabrocharle los pantalones. Ella misma colaboró para quitárselos. Sus bragas siguieron idéntico camino. Ante mí apareció un chochito blanquito con poco pelo, arreglado como un bigotillo vertical. Pasé mis dedos de forma apresurada por sus labios para verificar su estado de lubricación, insuficiente aún para mi sorpresa. No bastaba mi sola presencia para que aquella zorrilla de tres al acuarto mojara sus braguitas de niña bien?

Su expresión había cambiado tras los últimos acontecimientos. Si antes sus ojos reflejaban vicio y perversión, ahora sólo era posible encontrar resignación y ganas de terminar cuanto antes. Pues sí que anda mal la educación si con una simple mamada se regalan aprobados. Así está el mundo lleno de abogados!

Hice que se recostara de espaldas sobre el escritorio, escupí sobre mi mano y restregué mi saliva por aquel chochito que se me antojaba tan rico. La chica me miró con desconfianza y me preguntó tímidamente, sin la convicción antes mostrada:

  • Pero, profesor, no va a ponerse protección?
  • Pues no, guapa, pero tranquila, si te hago un bombo, vienes a verme y te pongo matrícula.

Mientras hablaba, le fui levantando las piernas, y sin llegar a terminar la frase, se la clavé de un golpe hasta el fondo, o hasta que hicieron tope mis pelotas, tanto da. La chica gritó, supuse que de sorpresa, pero al ver que no se callaba en ninguna de las penetraciones, intuí que era de las gritonas. Le pedí que se callara en varias ocasiones, pero al parecer era incapaz de cerrar la boca.

  • Ah... ah... lo... sientohh...

Sólo esperaba que nadie inoportuno pasara cerca del despacho, porque la escandalera era de infarto por momentos. Me aferré a sus tetas mientras continuaba a mi ritmo, culeando sobre el cuerpo del delito. No me había equivocado al pensar lo rico que estaría aquel chochín. Mi verga se sentía realmente a gusto en un interior tan acogedor, y cada vez que la sacaba, volvía a su interior con rapidez.

Sus pezones duros me servían para entretenerme cuando quería ralentizar el polvo; me detenía con la polla en su cálida rajita y me ponía a juguetear con sus tetas, bien con la lengua, bien con los dedos, mordiendo, lamiendo, acariciando o retorciendo sus grandes pezones. Cuando me saciaba, dejaba mi cabeza entre sus montañas y comenzaba a culear de nuevo. Pasados unos minutos, le hice darse la vuelta y recostarse boca abajo, aplastando sus pechos contra la superficie del escritorio. Así, con ella de espaldas, reinicié el polvo. Ahora, en lugar de con sus tetas, me distraía palmeteando su trasero a intervalos regulares. Con cada palmada, un gemido más agudo que el resto se elevaba en el ambiente. Tras un par de minutos, pensé que podría beneficiarme también su bonito culo. La joven estaba resultando de lo más dócil, y pocas veces se puede disfrutar de un bonito cuerpo como aquel para uso y disfrute personal. Sin embargo, inconscientemente reparé en el reloj que había sobre el escritorio y calculé que el profesor debía llevar fuera ya bastante tiempo. Cada minuto que alargaba el polvo, se hacía más peligroso permanecer allí. Me detuve, saqué mi verga de su coño y me senté en el sillón. La jovenzuela me miró durante unos segundos.

  • Vamos, quiero que me termines.

Por su mirada, parecía seguir sin entender.

  • Que me folles. Haz que me corra en menos de cinco minutos, vamos.

Se acercó lentamente al sillón, pasó una pierna sobre mí y encaminó mi miembro erecto y brillante a la entrada de su vagina. Bajó despacio, gimiendo por cada centímetro que entraba en su interior. De pronto, comenzó a aumentar el ritmo. Era increíble, no me esperaba algo así. Sus movimientos ágiles me iban excitando cada vez más y la muchacha continuaba follándome, qué digo follándome, cabalgándome como una amazona. De los cinco minutos que le dí, aguanté tres. Deseaba haberme corrido en su cara, pero me había exprimido tanto con sus últimos movimientos, que fue irremediable regar el interior de su coño con mi esperma caliente. Sus ojos se abrieron de par en par, puede que presa del orgasmo, puede que acojonada por un posible embarazo.

La abracé y arrimé el hocico una vez más a sus tetas. Sabía que no volvería a verlas nunca más, por lo que decidí disfrutar de unos momentos de reposo para recorderlas bien. No la dejé levantarse hasta cumplir los cinco minutos que había pedido, momento para el cual mi verga comenzaba a reblandecerse ya. Cuando se levantó la chiquilla, se tocó el coño con los dedos, como si no pudiera creer que me hubiese corrido dentro. Yo tampoco me lo creía. Pensé que tendría más aguante. Qué vergüenza.

Le dije que se vistiera rápido. Por su cara de pasmo, en cualquier momento podía echarse a llorar o ponerse a gritar como una loca pidiendo explicaciones por el baño de semen no autorizado. Antes de que se pusiera las bragas, pude ver cómo mi esperma brotaba de su interior lentamente, y tras ponérselas, comprobé fascinado cómo la tela se empapaba de mi simiente. Mi polla comenzaba a recuperar fuerzas y pedía guerra de nuevo pero por una vez, mi cabeza de arriba se impuso a la de abajo y me contuve.

Media hora. Treinta jodidos minutos estuve esperando al puto profesor. Cuando regresó, mi ánimo no estaba para gaitas. Presa del mal humor por la espera, le traté de la forma más tosca y ruda imaginable. A pesar de ello, le endosé el seguro más caro de cuantos ofrecía mi empresa. Según salía de aquel despacho, un único pensamiento venía a mi cerebro: me la podría haber follado durante media hora más! En aquel momento, mi organismo decidió de forma unánime que mi cabeza de arriba no volvería a tomar ninguna decisión de forma unilateral en su puta vida.