Una Mañana de Vacaciones

Despertar con tu pareja a mitad de un paraíso, levantarse encendidos e irse a buscar donde pasar mejor Una Mañana de Vacaciones, ese es el plan.

UNA MAÑANA DE VACACIONES

-No me apetece, gracias- le dije mientras rechazaba el generoso plato de cereal con leche que ella me ofrecía para desayunar. Quizá un plato de fruta fresca me hubiera caído mejor; desayunar cereal no es lo que uno apetece después de una tormenta de baile, alcohol risas y sexo en medio del Caribe.

Mientras ella daba cuenta de su desayuno eché una ojeada a las guías turísticas de aquel sitio para planear nuestra siguiente mañana en aquel paraíso.

En la parte trasera del auto ya nos había acomodado el personal de servicio del resort, la consabida canastilla con víveres; bebidas, unas viseras con el logo de Sandals y pases para entrar a alguno de los diversos shows que se presentan en los alrededores, ya sea el Show travesti del mexicano/a Francis, el monólogo autista de Rachel Trainhard, la magia tropical ilusionista de Patricio Krausse o el sermón dominical del Rev. Tucker. Finalmente nos decidimos por ir a explorar en el auto la isla.

Al fondo de la isla se veía entremetida en la jungla una peña brillante y de soberbia estampa, que era coronada por árboles frutales por entre los cuales caía una cascada cristalina directo a los afluentes de los ríos que bañan Soufrieres. El calor nos hizo ver aquella caída como el último oasis del universo y nuestra ansia se encaminó a aquel sitio. El auto llegó veloz a pocos cientos de metros de la cascada. Al llegar a ella, nos esperaba un cristalino estanque rodeado por maleza y rocas a diferentes niveles. Una hermosa flor de colores coronaba a algunas de esas rocas; posiblemente una Diommedae Tropicalenssis Agata, única en su género y especie endémica que nos sonrió al llegar.

La ropa duró poco en su sitio, la tentación era mucha y no había letrero joditivo que nos prohibiera dar frescura a nuestro cuerpo. Nos zambullimos en el agua, fresca, cristalina al pie de la cascada. Nadamos y retozamos bajo la superficie mientras peces de colores nos rodeaban, danzando y honrando nuestros cuerpos; nuestra piel apenas los sentía cuando rozando pasaban a nuestro lado y frente a nuestra vista.

Las rocas cubiertas por el agua tenían un aspecto amigable y diferente. Nos aventuramos bajo la cascada y allí nos fundimos ella y yo en un beso que gritaba libremente nuestra plenitud. –Te Amo- nos dijimos, - Te Amo- nos explicamos con las manos, - Te Amo- creímos en la certeza de que al fin nos encontrábamos nuevamente.

Fuimos felices en ese instante, nuestra piel se repegaba a un lado del chorro de agua que caía desde la peña y que a veces nos cubría la cabeza a mitad del beso. Las manos se escurrieron ágilmente sobre la superficie lubricada de nuestra piel con el bloqueador. La traje hacia mí determinantemente, sintiendo como sus senos se pegaban a mi pecho y como su lengua se encontraba con la mía. Dejé correr mis manos hasta sus glúteos, acariciando primero con suavidad y luego comenzando a oprimir con deseo y pasión. Ella alzó su cara para besarme mientras ofrecía su cuello a mi boca y su pecho al mío. Sus jadeos comenzaron a encender en mi vientre un deseo irrefrenable. Sentir sus nalgas en mis manos era prodigioso; me maravillaba sentir su carne firme y deseable a mi merced. Le sobé las nalgas intentando sentir cada poro suyo. Sus besos se hacían cada vez más intensos, más profundos, mientras su lengua hurgaba impertinente dentro de mi boca.

Pronto mis manos bajaron su ropa mojada y se acercaron lentamente por su vientre hacia el hermoso bosque de su pubis. Me parecía maravilloso sentir esa piel y esas ganas en mi poder y a mí en poder suyo. Ella, desprendiendo el top que cubría sus senos, me mostró su belleza turgente, ofreciéndomela a comer. Como frutas maduras, devoré sus senos, los palpé con mis labios y degusté con mi lengua. Me entusiasmaba sentirla así, como tantas noches en que nos hemos entregado el uno al otro, y entregado mutuamente placer y cariño. Ella susurraba cerrando sus ojos, jadeaba ansiosamente, poco a poco, más y más, en un ascenso imparable mientras mis manos se acercaban definitivamente a su sexo.

Fue entonces que ella abrió los ojos y me miró con una mirada profunda y portentosa. Sonriendo provocadoramente se puso a poco menos de un metro de mi, exponiendo sus formas a mi mirada. Su cadera hermosa y femenina se mostraba descarada y orgullosa ante mis ojos, para ser deseada y admirada.

–Mírame- me dijo en un afán dominante, - mira mi cuerpo, ¿te gusto? ¿qué te parece mi cadera? ¿la deseas? ¿te gustaría comerla, penetrarla, darte placer con ella? deséame mas, quiero que anheles tomarme para ti, anhela darte placer en mi cuerpo -.

Me apoyó con una mano en mis hombros de espaldas contra la roca, recibiendo ella la helada caricia del agua sobre su espalda. Permaneció todo el tiempo apoyada contra mi hombro, mientras separaba sus piernas y hacía descender su mano hacia su manantial deseado. Mi mente estuvo a punto de estallar al verla así, acariciándose con una mano, masturbándose cínicamente ante mí. De su boca comenzaron a brotar gemidos exquisitos que escoltaban las frases más eróticas e incitantes que jamás hubiera escuchado. Era una hembra real, una maravillosa mujer la que estaba frente a mí en ese momento dándome el espectáculo que sabía que más me encendía entre todos los existentes. Sus dedos se introdujeron lentamente en su abertura, mientras que, con su mirada exigente me espetó al rostro:

-¿qué demonios esperas, hazlo tu también, quiero verte –

Su lengua paseó por sus labios al verme masturbarme. Sus ojos se encendieron de deseo y apuró su manoseo rápidamente. Apenas podía evitar retorcerse, mientras veía mi cadera contonearse, mientras que mis manos me daban un placer intenso. Sus rodillas se doblaron un poco ante una primera descarga de placer, yo la rodee con mis brazos y la hice girar, para jalarla hacia mi. Sentí pegar su espalda a mi pecho y sus nalgas a mi falo. Mis manos entonces decidieron suplir a las suyas en la tarea de masturbarla. Ella separó más sus piernas y se abrazó por detrás de su cabeza a mi nuca. Sentía una y otra oleada intempestiva de placer subir por mi vientre cada vez que ella apretaba su trasero contra mi falo. Subía y bajaba su cola flexionando sus rodillas y continuaba dejando huir de su interior todo tipo de frase, todo tipo de sonido, todo tipo de jadeo. Casi enloqueció cuando introduje lentamente mis dedos en su vulva. Moví despacio mis dedos en el interior húmedo de su vagina, imitando el metisaca de un falo extenso. Oírla gemir era el concierto más maravilloso de la naturaleza. Percibir su tibio aroma de hembra superaba al perfume de las flores y a toda sensación bella que pudiera hallarse en este mundo. Con leves estremecimientos, supe que se había desatado en su interior una explosión que correría por sus extremidades, por su cuello, que brotaría desde cada uno de sus dedos, desde la profundidad de su ano y de su pecho enardecido. Fue como el estallido primigenio que originó el universo. Su sonrisa se hizo enorme, y sus gritos me hicieron comprender que ningún límite es impasable. Entonces ella volvió a separarse de mi cuerpo y giró hacia mí. Me miró nuevamente y me sonrió con esos ojos que previenen el estallido de una tormenta avasalladora.

Ella se dejó caer entre el agua para quedar cara a cara con mi verga que se elevaba amenazante y anhelante. Sus manos se apoderaron de mi pene y comencé a sentir la caricia mas sublime que haya recibido jamás. Mis ojos se cerraron instantáneamente, sabedores del placer que le esperaba a mi carne. Cuando su boca cubrió mi sexo, mi garganta no pudo mantener aprisionando un gemido hondo. Mis nervios se crisparon y mi carne se estremeció entera. Ella succionaba con ímpetu, metiendo y sacando mi palo ardiente de su húmeda boca, mamándome con maestría. Ella jadeaba y gemía ansiosa, excitándose más y más al sentirme entrar y salir de su boca, sobar con su lengua mi glande duro y frotar sus labios con mi piel. Delineó sus ojos y sus labios con mi verga como si de un lipstick se tratara; lo olía, lo saboreaba hambrienta. Su mirada taladraba mis ojos, los cuales apenas y la veían y se entrecerraban de placer, para luego volver a mirarla fijamente. Ella me guiñó un ojo, enloqueciéndome de gusto y deseo. Anhelé explotar allí mismo, cubrirla con mi semen y convidarle de mis fluidos, pero no era momento aún Dejé que su mano jugueteara con mi pene dentro de su boca, masturbándome al entrar y salir de ella. Poco a poco fue ahora que mi explosión se fue gestando. De cada poro mío surgió el grito supremo, el torrente de emociones que conlleva cada clímax. Quise retener un poco la explosión, aumentando el placer. Cuando este llegó, lo hizo en un torrente despiadado que saltó a la vida, para ser devorado, para ser parte de la frondosidad del sitio.

A los pocos segundos, ambos nos dejamos caer lentamente en el agua; limpiando nuestro sudor, los fluidos que nos cubrían y para reavivar nuestros cuerpos. Nos fundimos en un nuevo beso y abrazados nos sumergimos nuevamente en el agua. Huelga decir que, al llegar mas tarde al restaurante a la orilla de la playa, la carta que nos fue presentada se nos hizo escasa. Pero no era el hambre de alimento lo que nos mantuvo con fuerzas, sino el hambre voraz por nosotros mismos y por ese inacabable manantial de pasión que brota de nuestro vientre y de nuestro más intempestivo deseo.