Una mañana de sexo matrimonial
Al despertarnos, empecé a acariciar la barriga de mi mujer, me excita tocársela; para no hacerla enfadar sólo estuve un ratito y quité la mano, pero ella me dijo que si quería podía seguir, eso fue una señal inequívoca de que podíamos tener sexo, después de un mes de sequía
Ayer domingo por la mañana, al despertarnos, empecé a acariciar la barriga de mi mujer (tiene algo de barriga y me encanta, me excita tocársela); para no hacerla enfadar sólo estuve un ratito y quité la mano, pero ella me dijo que si quería podía seguir, eso fue una señal inequívoca de que podíamos tener sexo, después de un mes de sequía.
Así que empecé a besarle, por encima del pijama, su espalda, hombro, brazo, pecho, barriga, cadera, culo, pierna… y me lancé a desnudarla, primero el pijama y luego la ropa interior, aprovechando todo el tiempo para seguir besándola; como hacía algo de frío, ella enseguida se tapó con las sábanas, y yo aproveché para ponerme en mismas condiciones que ella: desnudo. Me metí en la cama, bajo la sábana y la manta y seguí besándola, pero esta vez directamente su piel, su suave y agradable piel; su pecho, hombro, brazo, cadera, culo, pierna… y me lancé, como guepardo sobre su presa, ataqué directamente su coño, ella de lado, con las piernas flexionadas, dejando a mi vista un precioso y grande culo, embellecido con sus labios vaginales rasurados, tiernos y sabrosos; le abrí un poco las piernas y metí mi cabeza lamiendo y lamiendo aquellos deliciosos labios, abriéndolos con la lengua para explorar su interior, la parte más sabrosa, más jugosa y placentera, tanto su cueva maravillosa como su clítoris. Pude lamer y saborear esos maravillosos labios por más de 5 minutos, hasta que decidí pasar a otro manjar: su agujerito trasero, el cual me vuelve loco, con sólo pensar en meter mi lengua en ese precioso y sabroso agujero tengo una erección tremenda. Pero cuando me acerqué me rechazó, alegando que en ese momento le dolía, ya que el día anterior había tenido revuelto el estómago y había ido al baño varias veces, así que lo tenía resentido o más sensible de la cuenta. Así que decidí pasar a otra cosa: la penetración.
Tal y como estaba, de lado, me acomodé a su espalda en la posición de la cucharita, cogiendo ella mi erecto pene con su delicada mano e introduciéndoselo ella misma en su cálido y húmedo coño. Ambos emitimos sendos gemidos de placer, ambos lo estábamos deseando. Tas unos pocos embistes ella se puso boca arriba, con sus piernas sobre las mías, manteniendo yo la misma posición, de esta manera las penetraciones eran más profundas, y podía sentir mejor mi dura polla. Así seguimos con un dulce, constante y firme mete saca por varios minutos, hasta que se impuso otro cambio de posición, la más clásica de las posiciones: el misionero, pero también de las más placenteras, ya que en esa posición se consigue una maravillosa penetración, con un espectáculo increíble: sus grandes pechos balanceándose arriba y abajo al compás de mis embestidas. Tal y como estaba, ella tumbada boca arriba conmigo encima haciendo flexiones y sus piernas bien abiertas abrazándome a la altura de la cintura, para que no pueda escarparme, aprovechaba para besarla, comerle la boca, alternando con lametones a sus duros y erectos pezones, ganas me estaban dando de morderlos, de comérmelos, el lamerlos y succionarlos se me quedaba corto. Ella me cogió de las nalgas y apretaba para hacer más profundas mis embestidas, gimiendo con caca una de ellas, así que guiado por sus deseos opté por otro cambio de posición, poner sus piernas encima de mis hombros, una a cada lado de mi cabeza, con esta posición ganábamos una gran penetración, pero tenía que ir con cuidado, ya que si penetraba de golpe, hasta el final, chocaría con el fondo de su cueva y le provocaría bastante dolor, cosa que no queríamos. Por otro lado tampoco llegaba a saborear sus pechos, aunque seguía viéndolos moverse cual gelatina con cada una de mis embestidas. Al principio puso sus manos en mis muslos, para controlar la penetración, para pararme en caso de que arremetiese demasiado fuerte, pero pasado un par de minutos, viendo que ya controlaba bastante bien y no le hacía daño en el fondo de su cueva, optó por cambiar de posición sus manos, poniéndolas en lo que en ese momento eran mis objetos de deseo: sus pechos, agarrándolos, en su gran extensión, no enteros, ya que incluso a mí me falta mano para abarcar semejantes preciosidades de tetazas. Ese me vuelve loco, que ella misma se toque, supongo que es algo que a los hombres nos encanta ver: una mujer metiéndose mano.
Yo estaba cachondísimo y ver cómo ella se manoseaba las tetas hizo que casi me corriese en ese mismo momento, así que opté por otro cambio de posición. Después de un mes en dique seco, aquello era mucho más de lo que yo podía aguantar, por eso optaba por hacer cambios de posición cada pocos minutos, quería alargar aquella maravilla de sexo lo más posible, para no correrme a la primera de cambio, que no se convirtiese en un “aquí te pillo aquí te mato”, en un “kit-kat”, en un “kiki”, en un “mal polvo”, en un “ya tá”, quería que fuese muy placentero para ambos, por eso había empezado dedicándole una buena comida de coño antes de empezar con la penetración; cada vez que yo salía de su cueva para cambiar de posición, conseguía relajar mi tensión pero sin bajar la erección de mi polla.
Quise ponerla en una última posición: ella tumbada boca abajo, con las piernas cerradas y yo tumbado encima de ella, penetrando su coño desde atrás, posición con la que también se logra una profunda penetración, pero no tan dolorosa como en la anterior. Pero cuando terminé de ponerla en posición recordé que a ella le encanta ponerse en la posición del perrito, de rodillas y con las manos apoyadas, y siendo sujetada por las caderas mientras que es penetrada. Así que le levanté el culo y ella enseguida entendió lo que iba a pasar a continuación, se puso en posición ofreciéndome su precioso culo, imagen preciosa donde la haya. La penetré y en el décimo mete saca opté por hacer el último cambio de posición, esta vez por comodidad mía, ya que pensé que estando yo de pié fuera de la cama sería mucho más fácil penetrarla y sujetarme de sus caderas o alargar alguna mano o ambas a sus pecho. Y en cuestión de segundos ya estábamos reacomodados, yo de pie al lado de la cama y ella a cuatro patas en el borde de la misma, con sus piernas abiertas a ambos la dos de las mías y mi duro ariete embistiendo dentro de su cueva del placer mientras le agarraba fuertemente sus caderas y acompasaba mis empujones con el vaivén de su cuerpo hacia delante y hacia atrás.
Al dejar de mirar su espalda y fijar mis ojos en su precioso culazo, me dieron ganas de azotarlo así que complací mis instintos propinándole sendos azotes, uno en cada nalga para a continuación asirme a sus grandes pechos y empujarla hacia mí con más fuerza para penetrarla hasta el fondo de su cueva. Así estuvimos varios minutos, hasta que el cansancio empezó a hacer mella en mi cuerpo y en mi mente, pensando en la posibilidad de no llegar a cumplir, de “tener un gatillazo tras casi 15 minutos de mete saca”; pero no era yo el único que estaba acusando tanta dilatación de mete-saca, ya que mi mujer ya sentía escozor, irritación en sus labios vaginales y en vez de hacer coincidir nuestros orgasmos como buena pareja compenetrada, ocurrió todo lo contrario: ambos dimos por terminada la sesión de mete-saca tumbándonos en la cama, uno al lado del otro, respirando alterados por el esfuerzo y la excitación.
Como mi miembro viril no mermaba en tamaño mi mujer me animó a que terminara yo mismo, por mis propios medios, así que en cuanto recuperé el aliento y fuerzas en los brazos, comencé a realizar un sube baja con mi mano. Pero mi mujer sabe que no me gusta hacerlo yo sólo, que prefiero que ella me acompañe así que, con una mano, sujetó con fuerza y firmeza mis huevos, retorciéndolos y apretándolos, ya que ella sabe lo mucho que me gusta que me torture mis genitales y con la otra empezó a arañar con sus uñas el tronco de mi dura y erecta polla, clavándolas con las fuerzas que tenían sus delicadas y, en ese momento, cansadas manos, haciéndome gozar de dolor, hasta que en cuestión de segundos empecé a correrme, llegando el primer disparo a sus grandes y preciosos pechos y el resto cayendo en mi barriga entre mis convulsiones, intentando enmudecer mis gemidos para no despertar a nuestra hija, la cual dormía plácidamente y ajena a todo el sexo que sus padres tenía en la habitación contigua a la suya.
Descansamos tumbados un minuto tumbados ambos juntos en la cama, pero mi corrida necesitaba ser atendida, limpiarnos, así que mi mujer fue la primera en tomar la iniciativa y fue al baño a limpiarse, y tras salir ella fui yo, a limpiar toda la pringada que había salido de mi polla, ahora flácida.
Tras limpiarnos ambos nos besamos y abrazamos.
“Te amo”