Una mañana de enero
Los lunes pueden llegar a ser deprimentes, sobre todo cuando es el primer día de clases y hasta la semana anterior tuviste exámenes, pero eso lo vamos a arreglar en pareja.
Sentí su piel rozar la mía, nuestros cuerpos desnudos fundidos en uno, ambos recostados sobre nuestro lado izquierdo, mi pecho pegado a su espalda, mi brazo derecho envolviéndola, con la mano posada suavemente sobre su teta izquierda. Más abajo, mi pierna derecha se había abierto paso entre las suyas en algún momento de la noche, y más arriba, mi cara se encontraba a centímetros de su cuello, con mi olfato impregnado de su esencia.
La noche anterior habíamos tenido sexo, prueba de ello era la ropa regada en el piso, el inusual alboroto en las sábanas de la cama y el pesgoste en mi muslo, que se llenó de nuestros fluidos al meterse entre sus piernas. Fue un sexo desenfrenado, cargado de lujuria y perversión, pero también de una complicidad casi adolescente, e incluso de alivio… después de todo, acabábamos de terminar los exámenes de la universidad, en los cuales nos fue bastante bien, por lo que esta follada, la primera tras tres semanas de arduo estudio y mucho estrés, tenía también un carácter celebratorio.
Traté de adivinar la hora por la claridad que se filtraba entre la persiana, pero la neblinosa e invernal mañana compostelana lo hicieron imposible. Solo se distinguía el característico gris que domina el cielo gallego en enero. De todas maneras, no importaba, era lunes y ella no tendría clases hasta las once.
Hundí mi cara en su pelo castaño, dejándole un trazado de besos desde la cabeza hasta la parte superior de la espalda. Al mismo tiempo, apretujé suavemente su pequeña teta. Poco a poco fue despertando, respondiendo a mis caricias por unos segundos antes de voltearse para quedar de frente a mí. Una vez más me perdí en ese par de ojazos verdes que con una más que evidente somnolencia me observaban directamente.
- Hola – Dijo corta de voz, a la vez que sus finos labios esbozaban una sonrisa.
- Buenos días – Repliqué mientras me aproximaba para darle un beso.
Jugábamos con nuestras lenguas, y bajo las sábanas también lo hacíamos con las manos. Las tiernas caricias subieron de todo rápidamente, convirtiéndose en un manoseo indiscriminado de nuestros cuerpos en cuestión de segundos. Con una mano masajeaba frenéticamente su clítoris y con la otra jugaba con sus pezones, dándoles suaves pero firmes pellizcos que le sacaron algún gemido. Al mismo tiempo, no tardó en envolver mi polla con una de sus manos y empezar a hacerme una -he de decirlo- torpe paja, mientras con la otra me acariciaba el pelo. Su entrepierna, que estaba que ardía, ya se estaba empezando a humedecer, y su respiración se hacía cada vez más pesada. Le introduje lentamente el dedo índice en el coño, impregnándolo de sus jugos, haciendo suaves movimientos circulares en su interior.
- Dame un momento, ya vuelvo, tengo que orinar. Lo siento, pero no puedo aguantar más – Dice repentinamente parándose de la cama.
- ¿Es en serio? Me estás cortando, ya se me bajó y todo – Le reclamo en tono de broma, pero evidentemente frustrado.
- ¿Qué, quieres que te haga una lluvia dorada? – Me responde desde el baño, al otro lado del pasillo, riendo.
- No… nada… apúrate… que ahora tengo ganas de ir yo – Digo mientras me pongo de pie y recojo algo de ropa para ponerme, todavía con la polla a mil.
Entre una cosa y otra nos enfriamos; el ir al baño, ella fue a la cocina a tomar agua, más atrás fui yo, después nos pusimos a cepillarnos los dientes. Y, por si fuera poco, cuando volvimos al cuarto nos tomamos un momento para revisar nuestros teléfonos, luego empezamos a hablar de otras cosas. En resumen, todo el build up , todo el calentón que nos habíamos dado el uno al otro, se perdió.
Ante tal escenario, no nos quedó más que ponernos a hacer el desayuno. Faltaba algo más de una hora para que ella tuviera clase, y aunque le insistí en que no fuera porque era la primera clase del cuatrimestre y, como es bien sabido, esos días no se hace nada, ella se enfrascó en ir. A mí, la verdad, poco me importaba si harían algo o no, solo quería terminar lo que antes habíamos empezado.
Tras comer, ella fue a arreglarse, mientras yo lavaba los trastos.
- Estás clara que tienes una deuda conmigo, ¿verdad? – Le digo mientras se prepara para bañarse.
- ¿Por qué?
- ¿Te parece poco haberme dejado con la polla dura en la cama?
- A vida non xira só en torno ao sexo, rapaz… Acepto eso que tú llamas deuda, aunque no la considero tal… Pero non podemos pasar a vida enteira revolcándonos na cama – Dice mientras me da un beso en la mejilla.
- No, tranquila, no digas más, que ya yo vi por donde van los tiros – Le dije irónicamente mientras se dirigía al baño.
Eran alrededor de las diez y diez cuando escuché el agua cerrarse. Ya había terminado con los platos y estaba sentado en la mesa con mi teléfono cuando salió del baño camino a su habitación. Iba envuelta solo de la cintura para abajo con la toalla, con las tetas al aire. Las tiene pequeñas, pero con unos pezones grandes y puntiagudos coronándolas, muy agradables a la vista.
Mientras ella se vestía, me quedé en la cocina, no me apetecía mucho tener otra erección para quedarme con las ganas. Cuando salió, todavía haciéndose un moño en el pelo, llevaba una camisa blanca y unos vaqueros. Nada del otro mundo, la verdad, pero esa sencillez la hacía ver, al menos ante mis ojos, más bonita aún.
- ¿E ti eres parvo, qué tanto ves? – Me dijo sonriendo desde el otro lado del pasillo mientras se ponía las botas.
- ¿Yo? Nada, no te estaba viendo a ti, gafa, estaba viendo la pared – Respondí.
- Anda ya, joder, que no te cabrees, chaval. ¿De verdad te vas a poner como un niño de quince años?
- Pero qué dices, yo estoy tranquilito aquí sin ni siquiera abrir la boca.
- A ver, pídemelo – Dijo mientras caminaba hacia mí.
- ¿Qué te pida qué?
- Que me pidas que follemos – Dijo mientras me abrazaba contra su barriga. Mi nariz se impregnó de su perfume.
- Si te lo tengo que pedir así, es que hay algo que estamos haciendo mal. Dependiendo de cómo esté yo cuando vuelvas, podría bien pedírtelo o simplemente llegarte por detrás, desabrocharte el pantalón, bajártelo, y hundir la cara entre tus muslos… pero eso ya se verá – Dije en voz baja mientras me ponía de pie – Por ahora, vete, que vas a llegar tarde – Finalicé mientras le apartaba el pelo de la cara y le daba un beso.
Ella se sonrió, me abrazó y nos despedimos. Fue a coger algunas cosas al cuarto y ya estaba lista para irse, abriendo la puerta.
- Lore… – Dije desde la entrada de la cocina – te amo.
Se me quedó viendo con una cara rara, aunque sonriente, por unos segundos.
- Vuélvelo a decir.
- ¿Qué, no te lo crees? Que te amo, carajita.
Volvió a cerrar la puerta, dejó el bolso en el suelo y vino lentamente hacia donde estaba yo. Una vez más, esos ojos verdes me exploraban el alma estando a pocos centímetros de los mí. Sentí su calor acercándose, un sublime aliento chocar con mi cara, luego la suave textura de sus labios al tocarse con los míos y su lengua abriéndose paso para jugar con la mía.
Me tomó de la mano y me llevó al cuarto, seguimos besándonos, pero ahora nuestras manos iban desabrochando la ropa del otro con prisa. Primero cayó mi franela, después su camisa. Me empujó hacia la cama, quedé sobre mi espalda viendo cómo se quitaba el sujetador, revelando unos pezones que duros como piedras se alzaban sobre los pequeños túmulos su pecho. Así, todavía con el vaquero puesto, se me tiró encima para seguirnos besando.
- El jean me lo sacas tú, rapaz – Dijo entre besos.
Así lo hice, y a los segundos ya lo tenía por las rodillas, quedándole como única protección una tanguita negra de ligas.
Ella se puso de pie y de un solo jalón me quitó el pantalón deportivo que tenía y el bóxer, dejando mi polla como un tótem apuntando hacia arriba. Acto seguido procedió a terminar de quitarse el pantalón, que lo tenía por los tobillos, y las botas.
Me senté en el borde de la cama mientras ella hacía el intento de bailar como una stripper al ritmo de una canción que tarareaba, lo que tras unos segundos nos sacó una carcajada a los dos.
- Ven acá – Dije jalándola por la liga de su ropa interior.
La senté en mis piernas, de frente a mí. Sus ojos se movían inquietamente por mi cara mientras se mordía el labio inferior. Con la polla recostada de su pubis podía sentir el calor que emanaba. Lentamente y con una delicadeza excepcional fui subiendo con mis dedos por uno de sus costados, empezando por las caderas y parando en su pezón, el cual rocé muy ligeramente, sacándole un suspiro.
Procedí a llevarme uno de sus pezones a la boca, a chuparlo, a lamerlo, a jugar con él al tiempo que ella pasaba sus manos por mi pelo y mi espalda. No tardó en empezar a hacer un lento vaivén con sus caderas, creando una muy placentera fricción en nuestras entrepiernas.
La tomé en mis brazos y la tumbé en la cama boca arriba. Inmediatamente se deshizo de la tanga, dejando ese coño tan agradable a la vista que tiene. No completamente afeitado, pero tampoco con una mata de pelos antihigiénica, no. Un rasurado perfectamente simétrico que cubría todo su pubis, así puede describirse, con unos labios más bien pequeños que se esconden tímidamente dentro de la funda de carne que hay alrededor, pero con un clítoris que, cuando está erecto, se hace notar a través de esta capa externa.
Cual hambriento, no dudé dos veces en lanzarme a devorar tal parte de su anatomía. Solamente la lengua la hacía contorsionarse como una serpiente, así que cuando introduje un dedo en su interior, que al poco tiempo fue seguido por otro, no tardó en alcanzar un orgasmo cuyos gemidos acalló en una almohada para no despertar a la casera, que vivía en el piso de abajo.
- Fóllame ahora – Musitó.
No tuvo que pedirlo más. La tomé por las caderas, la puse boca abajo, y de una sola estocada clavé mi polla en su interior, sacándole un gritito que también terminó siendo absorbido por la almohada.
No tiendo a ser de los que apuran las cosas, gustándome disfrutar del momento y de cada uno de sus detalles y sensaciones, así como de los comportamientos más instintivos que afloran de parte de los participantes; la fuerza y dominación por parte del macho, y la sumisión y fragilidad de la hembra, pero que en estas circunstancias van plagadas de complicidad y lujuria. Sin embargo, y a pesar de esto, ese día tenía una necesidad anormal de correrme lo más pronto posible.
Martillaba su entrepierna con un ritmo desesperado, frenético, produciendo en cada choque un sonido similar al de un aplauso, el cual estoy seguro de que se podía oír en el piso de la casera. Veía sus manos aferrarse a las sábanas, sus dientes morder su labio inferior en un intento por acallar los gemidos.
- No pares ahora… por favor… me falta poco para correrme… joder – Dijo entre gemidos.
Sus palabras me hicieron aumentar aún más la velocidad de mi vaivén. Quería que nos corriéramos juntos. Así, menos de dos minutos después, ella estalló en un orgasmo. Ante la visión de sus muslos tratando de cerrarse, una expresión de placer imposible de describir en su cara, y la sensación de sus paredes vaginales contrayéndose alrededor de mi polla, empecé a correrme yo, no sin antes clavarla lo más profundo posible para dejar mi esperma bien dentro de sus entrañas.
Quedamos los dos exhaustos, yo apoyando los codos en la cama, pero con la cara sobre su espalda y todavía con mi miembro en su interior, perdiendo lentamente su dureza. Lo único que rompía el sepulcral silencio era el sonido de la fina lluvia que había empezado a caer afuera. Le di varios besos en la espalda e inmediatamente me tumbé a su lado, apartándole un poco el pelo de la cara para besarla en los labios.
- Te amo, carajita… – Le dije en voz baja.
- Y yo a ti… joder, me da una ladilla ir a clases ahora.
- ¿Qué, ahora eres venezolana? – Dije sonriendo.
- Venga ya, no seas gilipollas, que oyéndote hablar todo el día lo mínimo es que se me peguen algunas palabras… carajito – Dijo mientras se acercaba a darme un beso en el pecho – Joder, no puedo faltar hoy. Voy a tener que ir.
- Pues vete entonces, que son las 10:50 ya.
- Mierda – Dijo mientras se ponía de pie.
Por alguna razón, siempre me ha parecido excitante lo que pasa inmediatamente después del sexo. Es, de alguna manera, el momento en el que somos más naturales, en el que somos más nosotros mismos, quizás por la mezcla de hormonas que corren por nuestro sistema, o simplemente porque es cuando se está más satisfecho.
Así, verla caminar por el cuarto recogiendo su ropa, tomar algunas toallitas desechables para limpiar la saliva de sus tetas y su entrepierna, verla vestirse para ocultar a otros lo que yo tengo el privilegio de ver, todo eso me genera una gran excitación. No de carácter sexual, sino más bien emocional o personal.
En cuestión de cinco minutos ya estaba lista. Nos besamos, nos despedimos y ella se fue a clase. Yo en ese momento me fui a dar una ducha.
Alrededor de una hora más tarde, mientras estaba sentado frente a la ventana maldiciendo el día tan gris que haría, me llega un mensaje de ella por WhatsApp.
Me encanta andar por ahí con tu semen dentro de mí. Es como si estuvieras aquí conmigo. Te corriste tan profundo que apenas ahora es que empieza a chorrear.