Una Mala Racha
Ya que hubo gente que se quejó de que mis relatos eran cortos estoy empezando una serie de relatos muy largos con giros inesperados. Hay sexo. No se basa en hechos reales.
La Trampa
Hugo había pasado por muchos malos tragos en su vida. La muerte de su madre por cáncer hacía apenas cinco años. El embargo de su casa por parte del hermano de su madre, el mismo que en el lecho de muerte de su hermana le prometió cuidar de su hijo, fue un duro palo. Un palo en el que perdió casi todas sus pertenencias. Se mudó a casa de un amigo de unos amigos, pero perdió el trabajo en una cadena de videojuegos, quedándose sin su fuente de ingresos. Tras un par de meses en loa que no podía pagar su compañero de piso le ofreció un trato denigrante: él debería prostituirse con los amigos de su casero. Tras una violenta pelea en la que tuvo que mediar la policía se marchó a vivir a casa de Lorena, su novia. Pero esta vivía con sus padres y tres hermanos, que pronto lo consideraron una carga.
Nuestra historia comienza una noche en la que Hugo se había quedado en casa de su chica con el padre y los hermanos de esta, mientras que ella y la madre estaban fuera de la ciudad por un tema de la empresa familiar.
Era verano y hacía calor. Hugo estaba en el salón, despatarrado sobre el sofá jugando a la Xbox One. Vestía unas bermudas que le quedaban algo anchas y un poco cortas, con lo que se podían ver sus inmensas patorras cubiertas de pelo cobrizo, las cuales tenía cruzadas y encima del sofá. Vestía una camiseta de tirantes, dejando a la vista son enormes brazos. Desde que vivía con su novia había comenzado un plan de ejercicios que habían fortalecido su cuerpo, pero como no había adelgazado demasiado seguía con su aire osezno de siempre.
Estaba pegando tiros, gritando obscenidades al headset y rascándose los huevos por encima del pantalón, sin percatarse que desde la puerta lo observaba en silencia Mariano, el hermano pequeño de su chica, de veinticinco tacos. Aunque por su metro ochenta era cualquier cosa menos “pequeño”. Permaneció unos segundos en silencio con los brazos cruzados y el ceño fruncido. Si Hugo hubiera apartado un solo segundo la vista de la pantalla de televisión hacia la puerta habría visto a su cuñado murmurando “parásito de mierda”.
Mariano al final se decidió a entrar, saludó a Hugo, que apenas despegó la vista de la pantalla un segundo.
-¡¡Ey colega!! ¡¿Como fue el día?!
-Bueno, mucho curo en el taller. ¿Y tú? ¿Dándole duro a los botones?
Hugo no captó el sarcasmo de la frase, sino que siguió a lo suyo. Miró de reojo al hermano de su chica y se disculpó con un escueto.
-En cinco minutos termino la partida. Perdona, tío.
-A, nada, tú a lo tuyo. Voy a prepararme un café. ¿Quieres otro?
-Bueno, gracias tronco.
Hugo le estiró el brazo con el puño cerrado y ambos chocaron los nudillos como colegas. Mariano entró a la cocina, pasando entre Hugo y la televisión. En esta le esperaba Samuel, el mayor de los tres cuñados de Hugo, de treinta y cinco años. Era un poco más bajo que su hermano, pero con un cuerpo muy fornido y al no llevar camiseta se podía ver su pecho peludo y musculoso.
-Hola, hermano. ¿lo trajiste?
-Por supuesto.
Mariano se sacó una pequeña caja del bolsillo en la que ponía “rohipnol” y se la entregó a Samuel. Este la giró entre sus dedos y sonrió.
-Este cabrón nos pagará todo el tiempo que ha parasitado a nuestra familia.
-¿Cargaste las cámaras de vídeo?
-Claro, Marianin. ¿No creerás que no quiero se le vea bien desde todos los ángulos como le clavamos las vergas, no?
Ambos rieron estruendosamente, pero Hugo seguía tan absorto a unos metros de distancia que no se percataba de la trama que se urdía de forma nada disimulada contra él. Mariano sacó dos tazas de un armario encima de la vitrocerámica, sirvió leche en ambas y las metió en el microondas dos minutos. Llamaron al teléfono de Samuel. Era Jose Vicente, su novio y el que le había dado la idea para esta venganza. Mientras Samuel respondía le señaló a Mariano hacia el microondas y elevó el pulgar.
-Hola, cariño. Si. Si, hoy es el día. Vale. Si quieres tráete también a tus amigos, solo recuerdales que son veinte €uros cada uno. Perfecto. Si, mis hermanos y mi padre también se han unido. Ya leí el prospecto, así que habrá que dar una cada dos hora para mantener el efecto... bien, creo tendremos para un buen rato de diversión. Perfecto, un besito. Hasta luego.
-¿Qué se cuenta tu rompeculos?
Preguntó Mariano a su hermano mientras echaba dos cucharadas de café soluble por taza y removía.
-Dice que vendrá a la fiesta con algunos amigos. Creo que entre los compañeros del trabajo de nuestro padre, los miembros del club de taekwondo de Jose David, mis amigos, los colegas de Jose Vicente y los que vengan contigo...
-Los jugadores de mi equipo de fútbol y unos colegas de la protectora de animales.
-Creo será una buena fiesta.
Echaron sacarina en las dos tazas. En la que tenía dibujos de Kerainen echaron dos pastillas de rohipnol y removieron para que se disolvieran. Ambos hermanos salieron de la cocina y fueron al salón. Hugo estaba terminando la partida. Samuel se sentó a un lado de su cuñado y Manuel al otro. Le tendieron la taza, que removió un par de veces pensando que así solo disolvía sacarina, y se lo tomó de un trago.
-Gracias, tíos, vosotros si sabéis hacerme sentir bien en estos malos momentos.
Entrechocaron los nudillos los tres, como si fueran buenos colegas. Sin embargo las vergas de ambos hermanos habían empezado a pararse al pensar en como humillarían a ese gorrón que llevaba camino de tres años malgastando los escasos recursos de su familia.
Al cuarto de hora Hugo comenzó a sentirse mareado, confuso y apenas podía mantenerse ergido. Le pareció escuchar el sonido de la cremallera de un pantalón bajándose, la voz de Samuel diciendo algo como “¿No vas a esperar al resto?” y algo duro, suave y caliente introduciéndose en su boca mientras mariano respondía algo como “Este cerdo me debe mucho.” Cayó en un estado de trance del que despertó tras lo que le pareció amenas un instante.
“
-Mirad, mirad, esta puta lleva ya diez corridas en el culo y sigue a cuatro patas murmurando que quiere más. ¡¡Yo le daré más para que sepa lo que de verdad es un hombre!!”
Abrió los ojos. Se encontró cara a cara con Lorena. Su hermosa novia de cabellos morenos rizados, piel blanca como la nieve y labios carnosos color carmesí. Pero sus ojos verde esmeralda no reflejaban la ternura de siempre, sino que mostraban preocupación, con un destello de decepción.
-Nos tuviste a todos muy preocupados. Incluso estuve a punto de llamar a la policía, pero entonces el tío Tobías te localizó vagando por un poblado de chabolas medio desnudo y al borde de una sobredosis de opiaceos. ¿Tienes algo que contarme?
Hugo se sentía confuso. Le dolía la cabeza y sentía un fuerte escozor en la boca y en el culo. También notaba unas molestias en el vientre, como si algo tirara de su piel. Poco a poco fue consciente de donde se encontraba. En la cama de un hospital, cubierto por una bata de papel azul y unas finas sábanas de algodón blanco. Tenía un gotero enganchado a un brazo y al mirarse los brazos se juraría que estaba más delgado, cosa que sabría era verdad cuando le confirmaron que llevaba dos semanas ingresado porque le tuvieron que extraer unos objetos extraños alojados en su intestino, los cuales resultaron ser su celular, su cartera con toda la documentación dentro de un guante de látex y un rulo de billetes por valor de cinco mil cuarenta €uros dentro de un condón y empapado en su propio semen.
Pero recién despierto Hugo solo sabía que quería estar solo para aclarar las ideas. Lorena le insistió, pero Hugo seguía tan traumatizado que apenas pudo articular unas pocas palabras.
-Creo que necesito estar solo.
-Como quieras, pero ya hablaremos cuando estés mejor. No sé en que estás metido y me tienes muy preocupada.
Lorena se acercó a Hugo, como si fuera a besarle en los labios, pero cambió de opinión, besando al hasta entonces su novio en la frente. No sabía que había pasado, pero los indicios hacían que viera a ese hombre como algo desagradable y grotesco. Hugo estaba tan concentrado en sus propios asuntos que ni prestó atención a la marcha de Lorena. Tampoco fue totalmente consciente de la llegada del técnico sanitario hasta que lo tuvo al lado de su cama. Un cubano algo regordete en pijama azul con una sonrisa bobalicona en la cara y una bolsa en la mano.
-Señor Cebrian, estas son sus propiedades. Sepa que estamos muy intrigados de como logró introducir su cartera, su teléfono y un fajo de billetes dentro de su ano hasta el punto que estos se alojaran en el intestino. Aunque por los evidentes signos de reiteradas violaciones es muy posible que el dinero sea un pago por trabajos sexuales algo desmadrados?
-¡¿Como?!
-Si, señor. Que o le han violado o se dedica a la prostitución homosexual. Aunque desde la dirección del hospital le aconsejamos bajar el ritmo si quiere seguir vivo algunos años más.
Hugo trató de incorporarse, pero no pudo. El ATS le advirtió al respecto.
-Por favor, no haga movimientos bruscos. Aún no le han cicatrizado los puntos. Hugo estaba confundido y cansado. Tomó la bolsa, sin mirar su contenido, cerró los ojos, ignorando al enfermero, y trató de volver a dormir, deseoso de al abrir los ojos descubrir que todo había sido un mal sueño.
Se quedó dormido y así estuvo hasta que lo despertó una enfermera para llevarle la cena. Una insípida sopa de arroz blanco, un filete de pollo a la plancha sin sal ni alegría alguna y nada de postre ni bebida. Lo devoró como si fueran manjares, siendo consciente de lo hambriento que estaba. Al ver la enfermera que no lo vomitaba le quitó la vía y se marchó. Hugo revisó el contenido de la bolsa, sacando el celular del guante. Lo encendió, metió su contraseña y vio que tenía un mensaje de hacía unas horas procedente de un número oculto.
“
Como denuncies le haremos lo mismo a la zorra de tu chica.” El mensaje iba acompañado de una imagen de Hugo desnudo, a cuatro patas, con un perro subido a su espalda, era bien visible que lo estaba penetrando, y dos vergas humanas en su boca. Sintió un escalofrío de terror recorriendo su espalda. Pero no temía se volviera a repetir lo que fuera que le hubiera pasado, sino la idea de saber que Lorena podía correr el mismo destino incierto. Borró el mensaje del teléfono, por si acabara en manos de la policía, y permaneció en vela toda la noche, alerta ante todos los ruidos y sombras a su alrededor.
Pasaron dos semanas hasta que se recuperó del todo. Ni Lorena, ni sus cuñados ni sus suegros fueron a visitarle ni un día al hospital, lo que le hizo sentirse abandonado. A la salida del hospital aceptó la ropa que le ofreció amablemente el auxiliar que le dijo todo el primer día desde que estaba consciente y se marchó. Le quisieron dar una bolsa con lo que quedaba de sus anteriores vestimentas, andrajos recubiertos de semen, heces, orina y otras cosas que mejor no pensar en ellas. Hugo no dudo en rechazarlo, sin saber que el propósito de ofrecérselo era parte del insulto final contra su persona. Sin embargo el detective Emilio Robleda si hizo acopio de esas pertenencias, pues desde que todo pasara había tratado de ponerse en contacto con el hombre topando con las reiteradas negativas del mismo a verlo. Eso le resultaba como poco extraño.
Hugo, con dinero en abundancia en el bolsillo, se marchó al Centro Deportivo Municipal de Hortaleza, cercano a casa de Lorena, pues por alguna rezón recordaba haber sido llevado a rastras hasta este.
Recordatorio
Hugo llegó al Centro Deportivo dispuesto a aclarar el lapso de memoria. Había sido violado por una cantidad incierta de individuos, y amenazado si contaba algo. A eso se le sumaba que su novia le había dado la espalda, y el entorno de esta también. Si aclaraba las cosas podría volver al lado de ella. Aunque tampoco era lo que más le apetecía, pues lo había dejado solo en un momento de gran dificultad.
Atravesó un parque, en el que se concentraban grupos de adolescentes latinos jugando al soccer, pensando en lo familiar que le resultaba una arboleda que había a unos veinte metros de donde se encontraba. Su mente le decía que allí había pasado un episodio de su tragedia, aunque solo recordaba fragmentos inconexos. En uno de los bancos un venezolano musculoso de veinte años vio llegar a Hugo, al cual señaló discretamente para que el resto de sus amigos lo vieran.
-Ese chavo tiene el culo más estrecho que he chingado en toda mi vida.
-¿Es el que le hizo perder los 500 en la apuesta?
-Si, pero podernos coger al joto entre los miembros de la banda mereció la pena. Como va a la arboleda vamos a ver si acepta echar otro palo.
El venezolano, seguido por dos negros dominicanos y un mulato brasileiro, se levantó del banco y avanzó hacia Hugo, el cual se había adentrado entre los árboles. Allí el robusto pelirrojo se encontró un lecho de condones llenos de semen rancio y una fotografía tomada con una vieja cámara instantánea. La tomó, sorprendiéndose de lo que vio. Era él sentado encima de dos gruesas vergas negras que se clavaban en su ano.
-Hola, amigo. ¿Podemos ayudarle en algo?
Escuchó que le llamaba una voz desde el linde de la arboleda. Hugo se giró, encontrándose al rudo y musculoso venezolano mirándolo de arriba a abajo. Casi podría decirse que se lo comía con los ojos, lo cual le infundió un poco de temor. Se guardó la fotografía a toda prisa en el bolsillo, arrugándola.
-Hola. Aquí parece que alguien se ha montado una buena fiesta. ¿Sabes algo del tema?
Trató de aparentar naturalidad, no quería sonar como una víctima, sino como alguien curioso por el destino de un desconocido que se lo había montado en grande. Aunque por lo que sabía ese desconocido se lo había montado en grande a base de romper su masculinidad.
-Si, algo escuché decir a mi compadre de lo sucedido acá hará cosa poco más de un mes. Si quiere venga con nosotros a tomar y le contamos todo cuanto sabemos.
Hugo recelaba por miedo a estarse adentrando en la boca del lobo, pero finalmente la curiosidad pudo más. El venezolano le tendió la mano y le ayudó a salir de la arboleda, pues cuando casi estaba fuera de esta Hugo tropezó con unas ramas. Por un segundo su cabeza quedó a la altura de la entrepierna del sudamericano, de donde manaba un tenue pero familiar olor caliente, a excitación. Hugo nunca antes había tenido deseos conscientes de algo con un hombre, pero este macho se los produjo. Se incorporó, el venezolano se le arrimó hasta el punto que los paquetes, bajo tela pero cada vez mas duros, de ambos machos se frotaron y le susurró al oído, con voz sensual.
-Le contaré todo lo que sé si me ayuda a recordarlo.
-Sin problema.
Respondió, visiblemente sonrojado. Su yo consciente se negaba a que estuviera pasándole esto. No. Él era un macho rompe-coños y lo sería siempre, se dijo. Pero su verga estaba totalmente parada. El venezolado, como si se acordara de pronto, le dijo a su nuevo mejor amigo español.
-Que poco educados somos. Yo soy Heracles. Esos dos negrazos son Mufasa y Scar. El compadre brasileiro es Pedrote. Luego le garcharemos los saludos como corresponde, no sienta pena.
-Yo no siento...
“
Yo no siento pena”, iba a decir Hugo, pero Heracles lo interrumpió agarrándolo del brazo, como haría con cualquier mina a la que se fuera a llevar a su pieza con la promesa de música y risas. Y al igual que hacía con esas minas a Hugo no solo le daría una buena dosis de verdad, sino inyecciones de leche de macho y verga como para no parar de jadear en un mes.
Heracles no cesó de parlotear en el trayecto hasta su furgoneta, al tiempo que hacía aspavientos con el brazo libre. Con el otro metía mano a Hugo de formas nada disimuladas, dándole alguna que otra cachetada en el culo. En la distancia Mariano contemplaba la escena, sacando fotografías de la misma.
Al cabo de un rato Hugo, Heracles y la pequeña banda de este llegaron a un piso cercano. Un estudio de esos en los que salón, comedor y cocina eran una sola gran sala con dos puertas, una al baño y otra al dormitorio. Heracles, que no estaba dispuesto a seguir disimulando por más tiempo, tomó a Hugo por la cintura, quien se dejó hacer. Lo atrajo hacia sí y los labios de ambos hombres se fundieron en un beso húmedo.
-Yo soy heterosex...
Fue a decir Hugo aprovechando que la juguetona y larga lengua del venezolano salió de su boca cuando este le quitó la camiseta. Pero la paz no duró. Y la saliva del macho tenía un sabor delicioso que le ponía la polla a cien.
-Muñeco lindo, ¿me mamará la reata mientras le narro lo que le pasó que alguien se esforzó en que no recordara?
No tuvo que repetir la pregunta. Hugo se dejó caer de rodillas en el piso, le bajó la cremallera de los vaqueros a Heracles y extrajo una inmensa serpiente de carne de veintitrés centímetros que llevó a su boca, chupando con hambre de un nuevo sexo. Mientras el pelirrojo tragaba el venezolano comenzó a narrar.
Rememorando (narrado por Heracles)
Pues verá, mi jotito mamón, estábamos mis compadres y yo en aquel parque esperando a que viniera el Sultán, un moro que nos pasa maría y que a veces se folla el culo de un argentino el doble de puto que vos pero ni la mitad de lindo que a veces nos acompaña. Pero no, no le voy a hablar de ese jotito de quince años de orto estrecho y lágrima fácil.
Como le decía, estábamos esperando al Sultán cuando salió un grupo de chavos del polideportivo. Era tarde, con lo que no debía haber nadie allá, pero estaban esos jugadores de soccer. Y dos de ellos lo llevaban a usted agarrado por los brazos, tambaleándose como peonza y medio ido. Supusimos en un principio que borracho. La cosa es que al vernos uno de esos pinches putos nos dijo, bastante seguro de sí el cabrón.
-Si probáis el culo de este tío nunca más querréis saber nada de sexo con mujeres.
-No esté tan seguro que yo vaya a renunciar al sexo con señoritas por un solo puto.
Le respondí, algo enojado por la pretensión que mi hombría pudiera ser tan voluble. Fue el momento en que hizo aparición el Sultán. El muy cabrón había estado viendo desde lejos lo que pasó y dijo que si mi verga no estaba lista para romper el culo de un marica se ocuparía él. Yo dudé pudiera alojar su carajo en su orto, mi chupón amigo, pero él dijo que lo haría y repetidas veces. Se quería apostar la virginidad de mi agujero a que lo lograba, pero logré bajar esa apuesta a solo quinientos míseros €uros.
A esto le dio la vuelta y... Pedrote, bájete el shortcito a nuestro amigo y dele la vuelta, para que sepa de que hablo. Bien, justo así, con el culo ofrecido, aunque por lo que le hubieran dado no es que no jadeara ansioso, como hace ahora, sino que apenas podía respirar. Como está consciente aprovecharemos para alguna novedad. Pedrote, enchúfele al hocico, que sepa lo rico que comen en el Brasil. Sultán se bajó los pantalones, le metió tres dedotes en el orto, para saber que estuviera abierto, como le hago yo ahora... ¡¡que cosita más caliente tiene, papi!! Le colocó la vergota en la entrada, no mucho más grande que la mia y... ¡¡mmm!! De un empelló se la metió... ¡¡ahh!! ¡¡Hasta los pelos!!
Hugo estaba siendo follado por ese venezolano de forma ruda, escuchándose el aplauso ofrecido por los gordos huevos de este al chocar contra su culo, y con la polla de un brasileño clavada en su garganta. Se sentía caliente y sucio a parte iguales. Lo estaba disfrutando, pero tanto placer no le parecía bueno. Aunque no estaba dispuesto a detenerlo, pues la fallaba la fuerza de voluntad. El venezolano hizo una señal a Pedrote, ambos sacaron las vergas, dejando al confuso macho heterosexual con sensación de vacío.
Esta duró poco. Mufasa y Scar lo hicieron tumbarse en el suelo, boca arriba. Le subieron las piernas tanto que dejó el culo totalmente expuesto y las rodillas daban contra el pecho. Mediante bridas le engancharon las piernas a los brazos, para que no se moviera. Heracles rió, complacido.
-¡¡Que hermoso asiento me han hecho!!
Y, tal como se haría con los asientos, el venezolano se sentó sobre la parte más mullida de Hugo, sus nalgas. Entre que tenía estas bien separadas y el latino se aseguró de sentarse con la verga apuntando hacia abajo la clavada era segura. El peso hizo que al antes macho le doliera la espalda, aunque era soportable. Las arremetidas contra su agujeros fueron subiendo en intensidad gradualmente. Pedrote se arrodilló, envainando la verga en la garganta de su amante a la fuerza. Este casi vomitó, pero se acabó acostumbrando. El brasileiro se puso a lamer el culo a su jefe. Primero fueron besos tiernos en los duros cachetes de este, pero al percatarse buscó una postura que diera acceso libre a su amigo a lamerle el agujero. No se dejaba meter pollas, pero la lengua de Pedrote siempre le había calentado.
El brasileiro no tardó mucho en empezar a sentir oleadas de placer, que Hugo percibió con un repentino agrandamiento extra de la polla alojada en su garganta seguido de chorros de espeso y caliente semen. Heracles, casi al mismo tiempo, comentó a llenarle el ano de su semen.. Esperaba le siguieran contando lo sucedido, pero los dominicanos Scar y Mufasa se adelantaron y mientras uno ocupaba el puesto de Pedrote en su boca el otro se la clavaba en el orto. Lo único que le molestaba a Hugo de toda la situación era el estar disfrutando de ser vejado como hombre. No quería sentir placer, pero su cuerpo había tomado un rumbo distante al de su mente.
A cada estocada de Scar el cuerpo del pelirrojo temblaba como una hoja. No habría dejado de jadear ni un segundo, pero el cipotón de Mufasa le llenaba la boca, haciéndole probar una catarata constante de fluidos preseminales. Se sentía en el cielo. Un cielo muy diferente al que hubiera podido imaginar hacía un par de meses. Uno en el que los hombres no eran solo colegas sino máquinas de dar placer. Estaba tan fuera de sí que cuando Mufasa se la sacó se puso a pedirle más.
-¡¡Vamos, cabrón!! ¡¡Oooh!! ¡¡Quiero tu polla de nuevo!! ¡¡Dame tu crema en la boca!!
-No, putito, espere a que termine Scar.
Le recriminó. Pero Scar no tardó mucho en subir el ritmo de las embestidas para venirse en un torrente de lefa que preñó los intestinos del pelirrojo. Mufasa entró en ese agujero, a rebosar de semen, pero no tanto como la primera vez, esa noche en el parque. Y disfrutó de su montura mucha más que en esa vez, pues Hugo no paró ni por un instante de pedir más polla, gimiendo y gritando de verdadero placer. La anterior vez apenas era un muñeco inmóvil a compartir con dos veintenas de hombres durante una noche, lo que les daba a cada uno muy poco disfrute real. Esa fue más como un desahogo pasajero, como el que se obtiene de una masturbación.
Se corrió con ganas dentro del culo de Hugo, cortó las bridas, lo tomó en sus fuertes brazos y lo llevó a su cama, para que estuviera cómodo. Una vez allí se colocó encima de él, haciendo que la polla del pelirrojo se fuera adentrando en su culo dominicano. Los labios de ambos hombres se fundieron en un apasionado beso. Se puso a mover la cadera en círculos, tal como le enseñaron sus hermanos mayores en su tierra natal para que los turistas se sintieran complacidos.
Hugo se sintió tan complacido que se vino entre fuertes gemidos. La cara y el gesto de este le hizo a Mufasa recordar a un cliente de su adolescencia, un ejecutivo estadounidense de una gran petrolera de viaje con su mujer y su hijo.