Una madura, sabe lo que necesita.

Ma. Asunción describe el deleite que le han producido sus dos hombres en la edad madura.

El siguiente relato debió haberse publicado hace más de dos años, por razones obvias, para quien ha leído uno o varios de mis relatos anteriores, no lo he hecho hasta hoy.

Mi nombre es Ma. Asunción y quiero contarles las delicias que por más de cuarenta años me había estado perdiendo, debido principalmente a mi formación y a mi despreocupación por mí misma.

Desde niña mis padres me inculcaron el recato y la piedad; para ser una mujer decente me decían, debía mantener a mis amistades lo suficientemente distantes, especialmente tratándose de varones. Así se consumieron mi niñez, mi adolescencia y mi juventud.  Ya adentrada en la plena adultez, no hacía otra cosa que concurrir a grupos de damas e inmiscuirme en prácticas piadosas que poco  y nada tenían que ver con mis intereses de mujer los cuales quedaron siempre relegados al más oscuro de los rincones de mi pensamiento, a los cuales me estaba completamente vedado el indagar.

Así estuve hasta que por esas casualidades de la vida, después de que falleciera una de las señoras de mis grupos, entrañable amiga y casi protectora, sus familiares me propusieron ayudarles con el cuidado del esposo, ahora viudo. Él era un señor de estatura regular, de contextura gruesa pero tampoco obeso, eso sí con el vientre un poco prominente y que rondaba ya los ochenta años. Se mantenía muy bien a pesar de sus años y su apariencia siempre pulcra resultaba bastante agradable.

Les cuento que para entonces yo, apenas si había visto los penes infantiles de alguno de mis sobrinos, por lo que ignoraba cómo podía ser el conjunto: pene y testículos de un hombre adulto. Mucho más de un hombre mayor. Sin embargo, pocos días después de hacerme cargo de la atención de mi vecino y amigo, me entró una extraña curiosidad al notar el bulto que se le formaba al anciano, cuando se sentaba enfrente a mí. Tal fue el cosquilleo que iba creciendo incluso cuando arreglaba sus prendas interiores, que seguramente el disimulo que en un principio quise mantener se fue transformando en una más que evidente curiosidad por él advertida hasta que pocos meses después, un día caluroso me pidió que me sentara cerca de él y me lo preguntó directamente.

-        He notado que me miras insistentemente…qué es lo que te atrae de mí?

Sus palabras me dejaron en blanco, pero seguramente mi necesidad fue más grande y le respondí un poco tartamudeando:

-        Sssi..si…Lo que pasa…es que…es queee…¿Por qué se le hace ese bulto entre las piernas????

Sonriéndose me dijo:

-        Vaya…vaya… Ma. Asunción…cómo se ve que eres una mujer casi santa…..¿sabes?...esto es lo que normalmente a las mujeres les encanta tener entre sus manos…y también tenerlo dentro…¿me entiendes?....Mi difunta mujer decía que se sentía muy dichosa de que yo los tuviera así de grandes, pero al mismo tiempo le causaba preocupación y creo que hasta celos, que “alguien” me los mirara como tú lo haces ahora.

Abrazándome con ternura, me dijo en voz bajita:

-        ¿Quieres cogerlos?...pero eso si te advierto que los vas a encontrar todo chorreados porque seguro que has escuchado que a los viejos ya no se les para…Ven trae tu manito….

Y tomándome la mano la dejó posarse sobre aquella protuberancia. Imagínense como estaba yo…sudando…con el corazón a mil y sin saber qué hacer. Pues no tenía ni la más remota idea de lo que había allí debajo del pantalón y de sus calzoncillos. Como pude palpé…notando como sus dos huevos se movían como sueltos…Creando valor, desabotoné su bragueta y llegué hasta sus calzoncillos buscando la abertura para introducir mi mano. Él se acomodó un poco para facilitarme el trabajo y al notar mi indecisión me repitió:

-        Cógelos…busca primero la tripa que está perdida…por ahí pegada en la bolsa…sácala afuera y después puedes coger con cuidado la bolsa para que sientas los dos huevos…

Así lo hice y por primera vez tenía ante mis ojos un pene adulto de un color obscuro, largo…mediría unos 16-17 centímetros, delgado, completamente flácido…y con una extraña protuberancia en la punta… Luego, sobrepuesta  de la primera impresión, con miedo volví a introducir mi mano para tratar de extraer hacia afuera la bolsa…y qué bolsa!...pegada entre sus piernas, parecía una funda hecha de un material tan suave y delicado como jamás había yo sentido en mis manos. Advertí sus grandes huevos como sueltos, yendo y viniendo de un lado a otro. Como pude fui extrayéndolos hasta que todo el conjunto quedó colgando fuera de la bragueta….la bolsa decididamente era grande, suelta por el peso de las dos pelotas que colgaban dentro. También de un color marrón obscuro, arrugada pero hermosa. La vista que se me quedó grabada para siempre en mi memoria y que con el paso de los días y de las prácticas que hacíamos, me llevó a entregarle mi virginidad…sí, mi virginidad a ese anciano. Fue difícil conseguir que como él mismo decía, se le pare…pero con caricias de las manos y sobre todo, porque él mismo me lo indicara, chupándoselo…fue poco a poco recobrando su antiguo esplendor. A propósito:

-        A mi finada mujer nunca le gustó chupármelo…-me dijo riendo- Decía que es algo asqueroso y por eso cuando ya no se me paraba…ella misma se lo perdía…

Yo no sabía que las mujeres podíamos tomar esa cosa con la boca y menos que cuando estaba así de “dormida” pudiéramos “despertarla y hasta enderezarla” a chupones y lamidas.

Así, cierto día…lo pude al fin tener dentro de mi cuerpo.

Muy cuidadoso él, me pidió apenas notara en mis manos que su ”tripa” se pusiera firme, rápidamente me acostara boca arriba y abriera bien las piernas para poder ponerse encima. Así lo hicimos. Fue maravilloso sentir cómo esos casi 20 centímetros perforaron mi vagina. Creo que perdí el conocimiento. Al sentirlo como se esmeraba en bombearme para no perder tan espléndida erección…su peso corporal…el calor que de ese cuerpo manaba…los quejidos que brotaban de su garganta….Un acto largo y hermoso como fueron desde entonces nuestros encuentros íntimos…hasta que sentí muy dentro un torrente de algún fluido tibio que brotaba de su “tripa” como él le llamaba. Fui desflorada en una tarde calurosa del verano…sintiendo como sus enormes huevos golpeaban contra mi trasero. Me vuelvo loca cada vez que me acuerdo de esa, mi primera vez.

Vivimos un romance disimulado por más de 5 años. Yo llegué a adorarlo…lo amaba tanto. Él todo un hombre en el ocaso de su vida. Tierno, amable, delicado y siempre dispuesto a complacerme de cualquier manera. Me sentía dichosa de tener para mí esos atributos, que a veces, me dejaban con las ganas…sí, también. Cuando no lográbamos “que se le pare”. Pero eso era lo de menos para mí. Me sentía satisfecha con mirar, con tocar, con percibir su aroma maduro…con jugar. Él por su parte, con sus manos y su boca también lograba que mi vagina se quedara tan contenta.

Así, los años y la vida no perdonan a nadie y él se marchó para siempre.

Pasaron más de dos años de aquello y yo, había vuelto a dedicarme casi en expiación, a la oración con mis grupos. Ahora ya sabía porque de las bromas a veces entre las “señoras”, pero claro, por mi parte tenía yo lo mío, y ya no les resultaba fácil reírse a mis expensas. Yo, seguramente las aventajaba con mucho a ellas.

Un nieto de él, era bastante allegado. Se notaba que lo quería bastante y creo que hasta mutuamente se buscaban. Tendría para entonces unos 28 años y yo ya sobre los 50, permanecía soltero y siempre estaba solícito, inclusive cuando ya me encargaba de los quehaceres de la casa de su abuelo.

Como el diablo sabe más por viejo que por diablo. Deduje que al hombre le atraía mucho el abuelo, eso sí no porque yo hubiera sido testigo de algo inusual entre ellos dos, sino más bien porque me percaté que rebuscaba entre las ropas del abuelo, y especialmente si de sus interiores se trataba. Muchas veces los colocaba a propósito de una manera, y después que él se marchaba, los encontraba trajinados y de diferente manera.

Bien, con el paso del tiempo y ya sin la responsabilidad que yo había contraído, me dije a mí misma:

-        Voy a buscar la manera de sacarle sus secretos…aunque sea a cambio de cualquier favor si me propone….!!!

Así cierto día lo entretuve preparándole alguna golosina, y como lo conocía desde que era un chico…busqué la manera de entablar un diálogo.

-        Sabes…le dije: me intriga el que no te hayas casado y que prefieras estar casi días enteros allí en casa de tu finado abuelo, cuando la mayoría de tus contemporáneos hace rato que ya han sido padres…es que no te atraen las mujeres???

No se lo esperaba seguramente, pero fingiendo cierta naturalidad me respondió:

-        Si te cuento mi vida…me aseguras que se quedará bajo llave??? Porque, como me decía mi padre y también lo decía mi abuelo: “si quieres que tu secreto sea público, cuéntaselo a una mujer”…

-        Eso, lo tienes más que seguro…como que me conoces desde siempre. –le dije- Yo creo que tú confías más en las personas mayores a ti, que en los contemporáneos tuyos.

Así, después de promesas y de aseveraciones mutuas, se fue rompiendo el hielo y él comenzó:

-        Desde que tengo uso de razón me he sentido atraído por los hombres. Eso sí, siempre hombres mayores, si ancianos…mejor. No los veo como objetos sexuales, los veo como personas a las cuales yo pudiera darles mucha ternura y comprensión. No soy de los tipos que quieren hacer el amor salvajemente con hombres. Con mirarles sus partes íntimas, con imaginarlos…me siento satisfecho. El primer hombre en mi vida fue mi padre…el segundo, mi abuelo. Los únicos a los cuales me atreví a mirarles y a palparles sus atributos. Quizá tú no te lo imaginas, pero al abuelo…logré palparle esas cosas tan grandotas que tenía, mientras él dormía. A mi padre, lo espiaba cuando se cambiaba y muchas veces me di la manera de observarle aunque sea solo desde mi escondite. Posteriormente lo pude ver de cerca con motivo de su reumatismo. Pero solo hasta ahí. Mi complacencia han sido sus prendas interiores…sabes? Eyaculé por vez primera vistiendo un calzoncillo de mi padre…jaja.. Era un slip, blanco, grande…muy usado, que lo dejó para la lavandería…eran las 3 de la tarde y nadie había en casa…yo como siempre, cuando sentía ganas y mi pajarito me lo pedía…buscaba con qué entretenerlo. Tendría unos 13 o 14 años. Ya puesto, empecé a sacarlo por la abertura y a imaginar cómo sería en esa situación el de mi padre…se me puso duro y como el prepucio apenas estaba entreabierto, me propuse que aprisionándolo con el filo de la bragueta, le obligaría a mi prepucio echarse hacia atrás…en ese ir y venir, apenas unas cuántas veces….cuando de pronto un escozor que no sabía ni en dónde lo sentía…me detuve y me quedé asustado…parecía que algo me iba a salir…después de un rato de pensarlo, creí que la sensación era demasiado buena para no intentarlo nuevamente…volví a frotarlo y cuando menos pensé, saltó algo de mi pene….una y otra vez…lejos, sobre la cama, en el piso de la habitación de mi padre….Imagínate…era mi primer semen arrojado. El susto y todo hizo que me olvidara de mi pajarito, lo limpié con el calzoncillo, como iba a lavarse….me vestí y salí de ahí. Varios días pasaron hasta que lo intenté de nuevo…Mi obsesión es esa. Imaginar los órganos sexuales de los hombres mayores, su funcionamiento y su permanente acurrucamiento dentro de sus ropas….

Toda la conversación y sobre todo su franqueza  estaba poniendo mi vagina resbalosa.

No sé si él lo habría notado, pero a esas alturas de la tarde lo que yo tenía en mente era descubrir a como dé lugar lo que el nieto guardaba dentro de sus ropas. Como un tropel pasaron por mi mente los recuerdos de su abuelo….pero al nieto, no se le veía nada abultándose entre sus piernas!!. Rápidamente pensé: estará bien si le propongo que lo intentemos juntos? ¿Y si lo hago sentir mal, destruyendo la amistad que por tanto tiempo nos había unido? Porqué nunca antes me lo había propuesto.

Así, en una fracción de segundo creo, repliqué:

-        Tu seguramente lo imaginas o lo sabes…con tu abuelo tuve mi primera vez y fue el que con paciencia me enseñó lo que hacen un hombre y una mujer…nunca antes lo había hecho…durante el tiempo que estuve cuidándolo, lo atendí con todo, me entiendes? ...y si lo deseas, yo te puedo ayudar también…a..aaaa...tu me entiendes, creo que lo podemos intentar. ¿Qué dices?

Sonrojado y con la voz entrecortada me respondió:

-        Pienso que seguramente sería lo mejor que me pasara. En nadie más confío que no sea en ti, como mujer. Si tú me prometes descubrirme tus secretos, enseñarme lo que yo ignoro…porque tú sabes…tampoco yo nunca lo he hecho con mujer alguna, así que ni siquiera me imagino como debo de empezarlo….serías tú quien me guíe y quien me lo enseñe.

Me acerqué, me arrodillé frente a él y observé atentamente…apenas algo ahí dentro, entre sus piernas. Con la mayor ternura de que fui capaz ese momento lo abracé y me abrazó…después de unos minutos, coloqué mi mano sobre su bragueta e intenté empuñar…Apenas se sentía algo duro dentro. Lentamente abrí su cinturón, bajé la cremallera de su pantalón y al quedar su calzoncillo blanco expuesto…introduje mi mano para palpar aún por fuera. Su pene debía ser pequeño, porque parado y duro como estaba se perdió en mi puño…sus testículos…ni aparecían….debí bajar más para palparlos. Dos huevitos pequeños hundidos al pie del cañón…no había más.

Besándolo apasionadamente, tiré un poco del resorte del interior y metí mi mano debajo. Efectivamente. Un pene erecto de no más de 12 centímetros pero grueso, un escroto arrugadísimo y lleno de pelos albergaban un par de huevitos, que cabían cómodamente en el cuenco de mi mano….Ahora ya solo era cuestión de tiempo el poder mirarlos directamente.

Lo noté nervioso y debía trasmitirle seguridad. Lo abracé y suspirándole al oído le dije:

-        ¡Qué cosa! Qué cosa para linda que tienes escondida….déjame mirarlos…déjame cogerlos…quiero acariciarlos….deja que los coja con mi boca…

-        Siiii..quiero que lo hagas…haz todo lo que hiciste con mi abuelo.

Le pedí que se pusiera de pie y se quitara el pantalón para yo quitarle el calzoncillo con mis manos. Así fue, lo deslicé hasta el suelo y ahí quedó expuesto ante mis ojos mi segundo hombre. Todo lo contrario del primero. Un pene blanco grueso, exponiendo a medias un glande de color rosado, casi rojo. Semioculto por unos pliegues de prepucio de un color oscuro. Un escroto arrugado, apenas abultado….todo emergiendo de entre una espesa mata de pelos alborotados. A pesar del contraste, no dudé en tomar el cetro en mi mano para frotarlo suavemente…y buscar las pequeñas pelotas para palparlas y acariciarlas. Acostumbrada como estaba a esos menesteres no reparé en que ya su pene estaba más que recto y duro. Algo que ya no podía controlarlo es el hecho de que inmediatamente acerqué mi boca para introducírmelo y empezar a lamerlo.

Qué cambio para mí. De los juguetes gigantes, casi imposibles de manejar con una sola mano….lo que tenía ahora para mí resultaba exageradamente pequeño…pero qué grata oportunidad de la que me estaba aprovechando.

Como lo imaginaba, él no estaba para largo como su abuelo…así que al notar las primeras gotitas saladas emergiendo de esa pequeña abertura…le pedí que se montara encima. Y qué montada… ¡cuánta añoranza en mi vagina hambrienta! Acostumbrada a ser penetrada por ese largo pedazo de carne madura que con inacabable vaivén me hacía tocar el mismo cielo...Ahora este pene rechoncho se introducía sin dificultad ninguna, haciéndome alucinar en cambio con el frote de los filos de su glande….. cinco, diez, veinte embestidas….No fue una eternidad, cuando ya sentí bien dentro los chorros calientes que golpeaban mis entrañas. Me aferré a su cintura con brazos y piernas y lo retuve así hasta que me soltara dentro todo lo que esos huevitos pequeños habían fabricado para mi deleite. Él sudaba a chorros, se quejaba, resoplaba….y se desmadejó encima de mí. Creo que casi llega a fundirse con mi cuerpo. Rato después, noté que su pene apenas me tocaba y como se había quedado dormido, metí mi mano entre su cuerpo y el mío. Lo que imaginaba: su pene apenas se notaba entonces. Había quedado reducido a un muñón suave, muy suave de quizá unos 4 centímetros de largo; grueso eso sí y con el glande hinchado cual un hongo. Los huevos, sueltos en su bolsa, habían desfogado dentro de mí lo que siempre       –hasta ese momento-  lo habían hecho al aire….o en las prendas de sus hombres.

Fueron siete u ocho años más de experiencias. Cada vez parecía ser la primera…nos apasionamos mutuamente.

Me convencí, era un hombre. Solo necesitaba de una mujer que entienda sus gustos y fantasías. No era un supermacho…pero al igual que su viejo abuelo, tenía unos atributos que con el paso de los días se tornarían en mi nueva afición y aprendió rápidamente a usarlos para mí. Yo mismo se lo dije cierto día:

-        Cuando sientas necesidad, solo ven a verme.  Siempre voy a estar dispuesta para ti. Has recompensado con creces mis años de abstinencia. Cuando creí que la ilusión vivida al lado de tu abuelo, no se repetiría nunca más…que no encontraría a un hombre de confianza que complemente mis necesidades.

Me ponía caliente y mojada cada vez que recordaba que yo fui quien  -en cierto modo-  lo desfloró a él. Juntos nos contamos nuestros secretos y fantasías, las cuales realzaban la relación que mantuvimos. Creo que no nos guardamos nada. Lo que yo aprendí en pocos años, lo puse al servicio de él, y lo tomó con agrado, haciéndolos casi su forma de vida. Con orgullo puedo decirme a mí misma: disfrutaste de dos hombres diferentes pero deliciosos a la vez…para qué más?

Un caso curioso, pero muy real.