Una madre sonámbula
Cuando una madre está caliente y tiene problemas para dormir... ¿Qué puede hacer?
Una madre sonámbula.
Mi nombre es María Luisa, tengo cincuenta y dos años y estoy divorciada desde hace cinco años. Desde que me separé de mi marido, el estrés me ha provocado episodios de sonambulismo, cosa que no me ocurría desde la universidad, sobre todo en los momentos de exámenes. En los primeros días de mi separación, era frecuente que mi hijo, que entonces tenía trece años, se preocupara de que no me hiciera daño. En más de una ocasión me contó que él me había librado de algún golpe o caída mientras caminaba por nuestra casa.
Eduardo es su nombre. Cuando comienza mi historia, él ya tenía dieciocho años, recién cumplidos. Me encontraba en una situación algo complicada en lo relativo al amor y el sexo. En cuanto al amor, después del fracaso con mi marido, no me apetecía liar mi vida con otro hombre. En el tema sexual era mucho más complicado. Me explico. No soy mujer de tener relaciones esporádicas con hombres a los que conozco una noche, no me gusta y me he sentido insegura cuando lo he intentado. Aún recuerdo la noche que salí con mi hermana Chari para intentarlo por primera vez…
Sólo habían pasado cinco meses de mi separación y Chari había pasado toda la semana intentando convencerme para que fuera con ella el sábado a algún bar para conocer a algunos tíos y echar un buen polvo. Todos los días me llamó, de lunes a jueves, insistiendo en que dejara de ser tan “mojigata” y buscara un hombre que me volviera loca con su polla, que me fuera con ella ya que conocía dónde estaban los tíos con ganas de follar. Y su insistencia consiguió que accediera. Me había puesto tan caliente al imaginarme con un buen rabo dentro de mi coño, que el viernes la llamé para quedar con ella.
El sábado, después de dejar a Edu en casa de mi cuñada con sus primos, recogí a Chari y nos fuimos a los lugares que ella conocía. No tardaron mucho en abordarnos dos chicos de unos treinta años. La naturalidad de mi hermana hizo que pronto los dos chicos estuvieran dispuestos para darnos todo el sexo que nosotras les pidiéramos. Íbamos en el coche de Chari, los cuatro. Ella conducía y a su lado iba uno de aquellos hombres. Detrás, mi acompañante y yo nos mirábamos, yo nerviosa por lo que pretendía hacer, él me miraba lujuriosamente de arriba abajo. Mi hermana era una experta en tener sexo rápido y en unos pocos minutos estábamos en un paraje oculto de la vista por la vegetación.
- ¡Ya estamos! – fue lo único que dijo Chari y empezó a comerse la boca y a toquetear a su acompañante.
Miraba a mi hermana y sentí la mano del chico que estaba junto a mí sobre mi pecho. Lo miré y se lanzó contra mí para besarme en la boca. Por unos instantes quedé paralizada, su mano amasaba mis tetas mientras su lengua intentaba entrar en mi boca. No pude más.
- ¡No! – fue lo único que dije y salí del coche.
- ¡Eres una tonta! – mi hermana salió del coche, me habló y se metió en el asiento de atrás con los dos hombres.
Permanecí fuera, de pie junto al coche. Por la ventanilla podía ver como Chari besaba y era magreada por los dos. Aquella escena me calentaba y sentía que mi coño se humedecía, pero era incapaz de tener aquel tipo de sexo.
Salieron los tres del coche sin dejar de mirarme. La ropa de Chari estaba alborotada por las lujuriosas caricias de sus amantes. Los dos, de pie, apoyaron sus traseros contra el coche, uno al lado del otro. Chari se acuclilló delante de ellos y los miró esperando que le dieran lo que había venido a buscar. Los dos sacaron sus pollas, dos gruesas y hermosas pollas. Chari me miró como preguntándome si me apetecía una. Negué con la cabeza y sus manos se aferraron a aquellos jóvenes miembros viriles.
Sentía el calor que brotaba de mi coño al ver como la boca de mi hermana se tragaba aquellas pollas, primero una, después la otra. Los mamaba por turnos y podía escuchar los chupetones que daba en sus gordos glandes. Uno de ellos la agarró por la cabeza y empezó a follar su boca. El otro se colocó detrás de ella e hizo que levantara su culo para que quedara en pompa sin que en ningún momento dejara de mamar al otro. Se pegó a ella y movió sus caderas para colocar en posición su polla. El gemido apagado de Chari al sentir entrar aquella polla en su coño mientras el otro follaba su boca, me calentó más aún. Mi mano tocaba mi coño por encima de la falda. Deseaba que me follaran, pero no allí, no con ellos… No sabía qué quería, pero estaba demasiado caliente.
El que follaba su coño empezó a gruñir. Con movimientos espasmódicos, empezó a soltar su semen en el coño de Chari, aquello hizo que yo sintiera un leve orgasmo que estalló cuando el otro amante empezó a gritarle: “¡Trágatelo todo!” Sentí un enorme orgasmos y mis bragas se mojaron como nunca antes.
Después nos montamos en el coche y me llevaron a mi casa. Ellos, por lo que me dijo Chari, siguieron teniendo sexo en su casa hasta el día siguiente. Aquella noche, ya que mi hijo estaba en casa de sus primos, me masturbé y tuve un gran orgasmo recordando a mi cuñada con aquellos hombres.
Tras aquella experiencia, ni mi hermana ni yo quisimos quedar ningún otro día. Ella siguió soltera para siempre y yo me dedicaba a masturbarme en la soledad de casa, cuando mi hijo no estaba o por las noches, cuando ya se había dormido.
Y entonces ocurrió algo para lo que aún no encuentro explicación. Habían pasado algunos años y mi hijo iba a ir a la universidad. No sé si era la incertidumbre de si a mi hijo le iría bien en los estudios y en la vida, o el propio hecho de que la universidad me trajera recuerdos de mi estrés. Fuera lo que fuera, volvieron mis andadas nocturnas de sonambulismo.
Durante una semana, cada mañana mi hijo me relataba mis andanzas por la casa. Pero lo que me preocupó un día fue despertar en la cama de mi hijo, abrazada a él. Abrí los ojos y lo vi junto a mí. Recordaba levemente que había tenido un sueño demasiado caliente, con el que me sentí demasiado excitada, pero no recordaba qué había ocurrido en tan lujurioso sueño.
Su brazo estaba por debajo de mi cabeza y yo me abrazaba a su cuerpo, con un brazo y una pierna sobre su cuerpo. Hacía mucho tiempo que no despertaba junto a un hombre en la cama y me sentí demasiado a gusto junto a mi hijo. La excitación del sueño y la calidez del cuerpo de mi hijo me devolvían a tiempos en que despertaba junto a su padre y sentí la nostalgia de sentirme amada.
- ¡Buenos días! – dijo mi hijo sin abrir los ojos al sentir que agitaba mi cuerpo contra el suyo y su voz me sacó de mis pensamientos.
- ¡Buenos días hijo! – le contesté un poco inquieta por la situación - ¿Otra vez mi sonambulismo?
- Sí mamá. – me contestó y me miró con una sonrisa en la boca - ¿Qué tenías anoche en la cabeza que me echaste una enorme bronca?
- ¡¿Bronca?! – le contesté sin saber a qué se refería.
- Sí, llegaste y empezaste a decirme que no hiciera esas “guarrerías”… Qué era mi hermana mayor y no te gustaba que hicieras esas cosas con esos hombres… - se encogió de hombros – No sé a qué te referirías.
- ¡Nada hijo! – y me di cuenta que me refería, seguramente, a aquella vez que fui con Chari - ¡Ya sabes las cosas rara que hago cuando estoy sonámbula!
- Ya mamá… - me miró cariñosamente – Pues después de reñirme, te metiste en la cama y a dormir conmigo. – se levantó de la cama y me dejó sola allí - ¡Me voy a duchar!
Quedé en la cama de mi hijo. Aproveché para disfrutar un poco más del descanso de aquella mañana de sábado. Ya eran las diez de la mañana, pero no tenía ganas de levantarme. El recuerdo de la sensación de excitación por aquel sueño que no conseguía recordar y el anhelo de un amor pasado al despertarme abrazada a mi hijo, hacían que no quisiera abandonar la cama de Edu.
- ¿Todavía estás aquí? – escuché la voz de mi hijo que salía del baño.
- ¡Deja descansar a tu madre! – le dije y lo miré disimuladamente.
No dijo nada. Llevaba una toalla alrededor de su cuerpo, cubriendo desde su cintura hasta las rodillas. Miré su cuerpo con atención, con demasiada atención… Desde luego con más atención de la que una madre debe poner en el cuerpo de su hijo. Lo miré moverse por la habitación. Cogió ropa interior y unos pantalones. Nunca me había fijado en los marcados músculos del torso de mi querido Edu, nunca me tenía que haber fijado. Sentí un cosquilleo en mi sexo… Me sentí excitada con mi propio hijo.
- Esta noche espero que no me pegues… - dijo Edu.
- ¿Pegarte? – le pregunté extrañada.
- Sí, si anoche me echaste una reprimenda, espero que no me pegues… - me sonrió y se quitó la toalla que cubría su cuerpo – Sabes que cuando estás así no quiero despertarte para que no te ocurra nada…
- Cariño… - le hablé y mis ojos se posaron en su pene. Estaba en reposo y era grande y gruesa, no lo pude evitar – Sabes que eso es mentira… - le hablé sin dejar de mirar su pene y sintiendo en mi vagina la agitación de la perversa lujuria que me producía verlo desnudo.
- Me lo has dicho muchas veces, pero por si acaso…
Permanecí de lado en la cama, intentando disimular que estaba mirando la polla de mi hijo. Me sentía extrañamente perversa al mirarlo. Mi sexo se agitaba, mi coño vibraba y mi vagina se mojaba al ver aquella hermosa polla que mi hijo, mi Edu tenía. Una de mis manos se metió entre mis piernas y me acaricié suavemente el clítoris mientras lo miraba. Se puso los calzoncillos y aquel pene desapareció bajo la fina tela, marcándola de forma que mi coño lanzó un poco más de flujos. Acabó de vestirse, mientras yo pasaba mis dedos por encima de mis bragas y sentía la dureza que había alcanzado mi clítoris. Lo vi salir por la puerta de su habitación y me dejé llevar.
Me puse bocarriba en medio de su cama, abrí las piernas y metí mi mano bajo mis bragas. Mientras mis dedos acariciaban todo mi coño, en mi mente aparecía el recuerdo de la polla de mi hijo. ¿Cómo sería una vez estuviera bien dura? Dos dedos entraban en mi vagina y en mi imaginación podía sentir aquella polla que me acariciaba por dentro. Me tapé la boca en el momento que sentí que me iba a correr. Nunca imaginé que la imagen del cuerpo de mi hijo me pudiera dar un orgasmo tan intenso.
Aquel sábado lo pasamos como un día normal. Lo único que había cambiado era yo. Edu iba y venía para quedar con sus amigo y en los momentos en que me dejaba sola, corría al baño para hacerme una paja. Cada vez me sentía más excitada con él. Ya por la noche, no podía verlo más. Cada vez que lo veía, mi mente me traía el recuerdo de su polla y mi coño reaccionaba como nunca debería hacerlo el sexo de una madre. Así que me fui a la cama.
- Hijo, me voy a la cama… - le di un beso y me marché oliéndolo con intensidad, como si estuviera en celo y buscara un macho que quisiera cubrirme para tener el deseado apareamiento.
- ¡Adiós mamá! – me besó en la mejilla - ¡A ver qué se te ocurre esta noche!
Me marché a mi habitación. Yo dormía en la habitación que era de Edu antes de separarme. Odiaba tanto a mi ex, que cambié la habitación y mi hijo dormía en la que antes había sido nuestra habitación. Me tapé y cerré los ojos. No podía dormir. La imagen de la polla de Edu inundaba mi mente y me ponía demasiado caliente. Había perdido la cuenta de todas las pajas que me había hecho pensando en él y mi clítoris empezaba a quejarse de tanto tocamiento. ¡No podía más! Me levanté para ir a beber agua. Él ya estaría acostado y tal vez el agua me enfriara un poco de aquella loca calentura. Caminé hacia la cocina. Llegué a la puerta del salón donde había dejado a Edu y todavía había luz. Miré con cuidado para verlo furtivamente y aquello me desbordó.
Edu estaba viendo algo en la televisión que lo había excitado hasta tal punto que su mano se agitaba sobre su polla… ¡Se está masturbando! Aquello sí era una polla. Gruesa, dura… Aquel redondo y enorme glande de tersa piel que asomaba entre sus dedos me provocaron un calor que nunca había sentido, por lo menos no con tanta intensidad.
No lo pensé, aquella escena me hizo actuar sin más, sin saber qué iba hacer, pero no quedé paralizada. Entré en la habitación cómo si estuviera sonámbula. Edu botó por el susto de verme, de verse pillado por su madre mientras se masturbaba. Caminé hasta él, simulando que estaba enfadada, me puse delante de él con los brazos cruzados por delante.
- ¡Muy bien Ramón! – le dije como si al mirarlo estuviera viendo a mi exmarido - ¡Hace más de un mes que no me tocas y miras a esas putas para masturbarte!
- ¡Mamá, mamá! – me hablaba sin darse cuenta aún de mi situación, aunque estuviera fingiendo.
- ¡Muy bonito! – seguí con mi farsa – A tu mujer no la tocas… ¿Te doy asco? ¿Tienes a otra? ¿Soy demasiado gorda para ti? ¿Demasiado fea? – lo miraba como con rabia y él me miraba desconcertado por la situación - ¡Este coño necesita un hombre! – me levanté el camisón y bajé mis bragas para mostrarle mi coño con sus oscuros pelos - ¡Si no lo usas tú, otro hombre lo hará!
- ¡Mamá, mamá! – no podía decir otra cosa al ver a su madre mostrándole su coño.
- ¡Vamos, tócame! – agarré su mano y la puse sobre mi coño - ¡Hazme gozar!
Froté su mano contra mi mojado coño. Él sentía toda la humedad que iba brotando de mi vagina y me miraba con los ojos bien abiertos. No lo podía creer, su madre le ofrecía el coño para que se lo tocara. Yo tampoco me podía creer lo guarra que me había vuelto al sentirme excitada con mi hijo. Años atrás podía haber follado con uno de los chicos que estaban con mi hermana y conmigo, podía haber follado con los dos a las vez, pero aquello no me gustaba. Sin embargo me excitaba mi hijo y le estaba ofreciendo mi coño para que me tocara.
Mis piernas empezaron a temblar, todo mi cuerpo se empezó a agitar al sentir los dedos de mi hijo que empezaban a introducirse entre mis labios vaginales, frotando y acariciando mi clítoris. No me contuve. En mi fingido sonambulismo, empecé a gemir al sentir que un primer orgasmo estaba a punto de llegar. Empujé su mano contra mi coño, sus dedos se agitaron en la entrada de mi vagina y mis gritos llenaron toda la casa mientras chorros de flujos brotaban con fuerza de mi coño y lo mojaban. Todo mi cuerpo se convulsionaba por el placer. Solté su mano y la apartó de mi coño. Tuve que hacer un gran esfuerzo para parecer que ya no sentía nada. Me coloqué mi camisón y con las bragas por mitad de mi culo me marché hacia la cocina. Cogí agua del frigorífico y bebí. Me giré, pasé de nuevo por el salón y Edu seguía aún sentado, con la boca abierta y empapado de mis flujos.
- ¡Te espero en la cama! – le dije de una forma fría y me marché a su habitación, la que fue de mi marido y mía, a esperarlo en su cama.
Me metí en la cama y me coloqué bien las bragas. Mi coño ardía por lo que había hecho con mi hijo. Él seguía pensando que despertar a una persona sonámbula puede ser peligroso, por lo cual pensé que no se había opuesto a tocar mi coño. Pero una cosa es que ponga la mano sobre mi coño y otra lo que hizo. Él metió sus dedos dentro de mi vagina, se deleitó en acariciar mi endurecido clítoris. Mientras lo hacía, yo lo miraba directamente a la cara. No parecía haberse escandalizado por aquello, todo lo contrario, su rostro mostraba el placer de tocar a una mujer, de masturbarla hasta que llegó a correrse. Permanecí tapada y excitada, esperando a que mi hijo llegara.
- ¡Mamá, mamá! – habían pasado unos cuantos minutos y Edu me llamaba al verme dormida.
- ¡¿Qué pasa hijo?! – le dije simulando que me despertaba de un sueño.
- Otra vez estás en mi cama… - había encendido la luz de su mesita de noche y lo miré, aún tenía la camiseta empapada.
- ¡Oh, otra vez lo he hecho! – acaricié su pecho, sobre la mojada camiseta - ¡Estás empapado! ¿Qué te ha pasado?
- ¡Oh, no, nada! – dijo sin saber bien que contestar – Me he echado agua encima mientras bebía de la botella…
- ¡Cariño ya te he dicho que no bebas directamente de la botella! – lo toqué como si quisiera comprobar cuánto se había mojado y pasé mi mano por encima de sus pantalones – ¡Anda, quítate toda esa ropa mojada! – lo miré simulando estar soñolienta mientras se quitaba la camiseta y los pantalones. Sus calzoncillos también estaban mojados, pero aquello era claramente una eyaculación. Pasé mi mano por encima y sentí que mi mano se impregnaba con su semen - ¡También te has mojado los calzoncillos! ¡Anda, cámbiate de ropa y acuéstate! – se giró para ir al baño y me fijé en su prieto culo - ¡Edu! ¿Te importa si duermo aquí? – él agitó la cabeza para indicarme que no le importaba.
Mientras él se aseaba, llevé mi mano a la nariz y pude apreciar el intenso aroma del semen de mi hijo. Nunca me había sentido tan guarra como aquella noche, y mi lengua lamió mi mano para saborear el poco semen que se había adherido al rozar a mi hijo.
Esperé, bajo las ropas de la cama, podía sentir como mi sexo se agitaba excitada por los lujuriosos pensamientos que me asaltaban. Quería más. Sentir su mano sobre mi coño, sus dedos en el interior de mi vagina me habían dado mucho placer, pero mi cuerpo quería más, mucho más. Bajé mi mano por mi cuerpo hasta que se introdujo por mis mojadas bragas. Mi dedo acarició mi clítoris que se ocultaba bajo los pliegues de mis labios vaginales. ¿Cómo sería sentir aquella hermosa y dura polla dentro de mí? Casi estaba dormida pensando en el erecto sexo de mi hijo y mi dedo acariciaba suavemente mi clítoris cuando sentí a mi hijo entrar en la cama.
- Mamá, mamá… - su voz sonó suave junto a mi oído, me agité como si despertara – Perdona, no he encontrado ningún calzoncillo en mi cajón… ¿Dónde están?
- ¡No importa! – le dije mientras mi vagina vibraba al pensar que mi niño estaba desnudo. Lo miré y llevaba una toalla envolviéndolo de cintura para abajo – Quítate esa toalla mojada y acuéstate...
- ¡Pero… pero! – hice como que volvía a dormir, con mi cabeza mirando en su dirección, con los ojos entornados para verlo a la débil luz de la lamparita, impaciente por verlo desnudo.
La luz se apagó por completo. Abrí los ojos para intentar verlo, pero no lo podía ver con claridad. Levantó las sábanas y se metió en la cama. Como buena madre, alargué la mano y toqué su pecho, parecía algo frío y esa fue mi oportunidad.
- ¡Estás frío! ¡Abrázame hijo! – le dije girando mi cuerpo y dándole la espalda.
No dijo nada, no dije nada. Sentí como se movió y se colocó tras de mí. Despacio, con algo de timidez. Agarré su brazo y lo coloqué bajo mi cabeza. Su otro brazo me rodeó por la cintura. Me agité como si acomodara mi cuerpo en la cama y pegué mi espalda a su pecho y deseé que mi culo tocara su sexo. El olor a recién duchado y aquella colonia que usaba, esa que a mí tanto me gustaba, me rodearon. Me tenía abrazada, pero sentía que su postura era forzada para no tocar con su pene mi cuerpo, sin duda tendría una erección. Esperaría a que se quedara dormido para frotar suavemente mi culo contra él.
Por desgracia, cuando me di cuenta ya era por la mañana. Mi hijo ya no estaba en la cama. Me levanté y lo busqué por la casa, pero no estaba. En la cocina encontré una nota diciéndome que se marchaba a casa de su amigo Pedro, que comería con él y llegaría por la tarde. Y así pasé el día, sola y añorando a mi hijo.
Cuando llegó Edu aquella tarde, ya eran las diez y media. Cenamos algo rápido y charlamos un poco. Nos sentamos en el sofá a ver algo en la tele y al poco le dije que me marchaba a mi habitación a dormir.
- Mamá… - me dijo cuando empezaba a levantarme para irme – Estos últimos días estás volviendo a tener esos episodios de sonambulismo que te producen los nervios…
- ¡Sí hijo! – le contesté – El que te vayas a la universidad me recuerda los tiempos en que fui yo y me vuelve a asaltar las preocupaciones.
- Verás… - dijo algo dubitativo – He pensado que tal vez sería mejor que durmieras en mi cama conmigo para controlarte mejor… ¡Para que no te pase nada!
- ¡Vale! – le contesté sonriendo – Anoche dormí muy bien… ¡Mira que odio esa cama después de haberla compartido con tu padre! – me acerqué y le besé en la frente - ¡Ayer contigo dormí estupendamente!
No me dijo nada. Me giré y me marché hacia su habitación. Me quité la ropa y quedé en ropa interior para esperarlo. No tardó mucho. Yo estaba tapada y girada de forma que daba mi espalda hacia el lado de la cama que le había dejado libre. Lo sentí meterse en la cama y acercase a mí. Su mano empujó en mi nuca para meter su brazo bajo mi cabeza. La levanté y él se acomodó junto a mí. Su cuerpo se pegó al mío y su otro brazo me rodeó por la cintura.
- ¿Estás desnuda? – me susurró al oído, más con sorpresa que haciéndome una pregunta.
- Sí hijo. – le dije sin darle importancia – Se me ha olvidado el camisón en mi habitación y no tenía ganas de ir por él… ¿Te importa que duerma así?
- ¡No, para nada!
En ese preciso momento comprendí su respuesta. Con su brazo se aferró a mi cintura y su cuerpo se pegó al mío. En mi culo pude sentir su dura polla, sin duda la tenía erecta, lo podía notar. Se quedó quieto, pegado a mí. Sin duda, los dos disfrutábamos de la incestuosa sensación de excitarnos con el cuerpo del otro. Permanecíamos quietos, disfrutando de aquel abrazo. No quería romper aquel momento, pero mi cuerpo me pedía que me abandonara al deseo lujurioso y pervertido de sentir en mi cuerpo a mi hijo.
Sin darme cuenta me quedé dormida entre los brazos de mi hijo, sintiendo su cálido cuerpo junto al mío. Estaba tan tranquila con él, que seguro que aquella noche no tendría ningún intento de sonambulismo, pero algo me despertó. Sobre mi culo sentía la presión de mi hijo, que agitaba las caderas y frotaba con ganas su polla contra mí. No muy fuerte, con un movimiento continuo. Podía sentir la dureza que recorría la raja de mi culo, mientras su brazo me abrazaba con más fuerza. Su agitada respiración rozaba mi cuello y me iba perdiendo poco a poco en aquel prohibido placer.
Aquella noche me conformaba con el abrazo de mi hijo, pero él destapó la lujuria que tenía en mi más perverso deseo y tuve que actuar para acabar con aquella situación. Di un bote en la cama y quedé sentada en el filo, destapada y en ropa interior. Mi hijo quedó petrificado sin saber que hacer o decir.
- ¡No cariño! – dije mientras empezaba a simular que hablaba en sueños - ¡El niño está en la otra habitación y nos puede escuchar! – él quedó por un momento callado sin saber qué hacer.
- Pues cierra la puerta… - acertó a decir sin saber qué ocurría, esperando algo que lo excitaba, pero sin saber que iba a pasar.
- ¡Está bien!
Me levanté y caminé hasta la puerta. La cerré y quedé por un momento parada, pensando si traería consecuencias lo que pensaba hacer con mi hijo. Me giré y él estaba tal como lo había dejado cuando me levanté, medio destapado y esperando a ver qué ocurría. Me acerqué y me senté en el filo de la cama, lo miré y puse una mano sobre su muslo para acariciarlo.
- Ramón, ya te he dicho muchas veces que nunca he mamado la polla de un hombre, no sé si sabré hacerlo… - pasé mi mano por encima de los calzoncillos de mi hijo y su polla estaba totalmente endurecida al escucharme - ¿Me ayudarás?
- ¡Claro cariño! – dijo mi hijo como si él fuera su padre.
Mi mano se deslizaba a lo largo de aquella joven polla. Bajé hasta que la tela acabó, metí la mano por debajo de la tela para buscar su sexo. Mis dedos tocaron los bellos que cubrían sus testículos, los acaricié sintiendo su redondez. Mi hijo me miraba, sabia que estaba muy excitado. Subí mi mano y empecé a acariciar su polla. Mi cuerpo vibraba y mi vagina se mojaba cada vez más. Mis dedos llegaron al redondo glande cubierto por la piel. Deseaba tener aquella polla en mi boca, en mi sexo, en mi vagina… ¡En mi vida!
Edu sintió mi mano sobre su polla y comenzó a acomodarse en la cama. Se puso totalmente bocarriba, abrió un poco sus piernas para facilitarme que siguiera tocándolo. Movió la almohada para acomodar su cabeza y tiró el despertador de la mesita, haciendo un gran ruido.
- ¡Eh! – hice que me despertaba con el estruendo mientras mi mano aún seguía tocando su polla - ¿Qué pasa?
- ¡Tranquila mamá! – Edu estaba muy nervioso por la situación - ¡Acabas de despertar!
- ¿Qué estoy haciendo? – dije mientras sacaba la mano de su calzoncillo.
- ¡Échate, échate! – Edu me agarró por los brazos y me hizo tumbar en la cama, me tapó – Duerme mamá… Has tenido una pesadilla…
Me eché junto a él e hice como si me volviera a dormir. Había tocado la polla de mi hijo. Me había sentido más excitada de lo que nunca había estado. La caída del reloj me hizo salir le embrujo que me producía la idea de tener sexo con mi hijo, pero me ardía la vagina. Él se levantó y marchó al baño, seguramente tendría que apagar el fuego que había encendido la mano de su madre. Mientras lo esperaba, quedé dormida.
Durante unos días, no intenté nada más con mi hijo. Por el día, él me evitaba, yo lo notaba y me ponía más cariñosa con él para ver su reacción. Me excitaba mi hijo, pero verlo ruborizarse al darle cariño, eso me volvía loca. Y un día no pude más y hablé con él.
- Hijo, te noto raro… - le dije sentándome junto a él en el sofá - ¿Qué te ocurre?
- ¡Nada mamá – contestó rápidamente.
- ¿Ha pasado algo que no te haya gustado en estás noches que he estado sonámbula? – noté como se agitaba cuando le hacía la pregunta.
- Ha sido muy raro mamá… - bajó la vista avergonzado.
- ¡Por dios! – fingí una gran preocupación - ¿Te he hecho daño?
- No mamá… - no levantaba a mirada.
- ¡Por favor, cuéntame lo que ha pasado! – le imploré.
Con mucha timidez, me contó las dos noches en que yo había fingido estar sonámbula. Escuchar a mi hijo mientras me lo contaba, intentando no decir palabras como coño o polla refiriéndose a nuestros sexos, los colores que iba tomando en cada momento; todo eso me puso muy muy caliente. Cambiaba mis expresiones mientras mi hijo hablaba, intentando mostrar sorpresa por lo que me contaba.
- ¡Perdona hijo si te he hecho daño! – le dije – ¿Te sientes mal por ello? – guardó un silencio demasiado largo. Un silencio que empezó a preocuparme. Tal vez mi lujuria dañaba a mi querido hijo - ¡Perdóname, perdóname! – lo abracé y besé su frente.
- No mamá, perdóname tú a mí… - lo miré un poco desconcertada – La verdad es que desde que empezaste a tener esos “sueños”, me he sentido demasiado… Digamos que he sentido cosas que un hijo no debe sentir por su madre.
Quedé quieta, mirando sus preciosos ojos. Mi sexo estaba alborotado al escuchar las palabras de mi hijo. No sólo yo me excitaba con él, sino que me correspondía excitándose conmigo. Deseé abrazarlo y besarlo, tocarlo y hacerle el amor allí mismo. Pero no podía, por mucho que lo deseara.
- ¡Vaya! – ahora yo miré al suelo como si no supiera qué decir – He abusado de mi hijo en sueños y lo he convertido en un pervertido… - tapé mi cara con las manos - ¡Soy una mala madre!
- ¡No mamá! – me abrazó suavemente y con cariño – Yo soy el que ha confundido la situación. He aprovechado tus sueños para tener cosas que un hijo no debe tener con su madre.
- Bueno… - dije como tomando el control de la situación – Yo he provocado a mi hijo, cosa que no debe hacer una madre… Tú has aprovechado la situación y has sentido cosas que un hijo no debe sentir por una madre… ¡Olvidémoslo todo y sigamos con nuestra vida! – lo abracé y el correspondió a mi abrazo - ¡¿De verdad te excito?! – le solté de golpe.
- ¡Sí! – me contestó y miró el canalillo que formaban mis tetas en el escote de la camiseta que llevaba puesta.
- ¡Eso me alegra! – besé su frente - ¡Tal vez aún pueda encontrar un hombre que me dé lo que necesito!
Me levanté y me marché a seguir con mis cosas. Allí lo dejé en el sofá. Me sentía muy excitada por la conversación con mi hijo. No hacía otra cosa que darle vueltas a la cabeza para intentar poder estar con mi hijo. Tras la conversación, el comportamiento de Edu había vuelto a ser normal. Tal vez aquellas sonrisas que nos lanzábamos eran señal de que algo no apropiado había quedado entre nosotros, pero, por lo demás, era de lo más normal. Hasta que llegó la noche. Edu se acostó más temprano de lo que solía hacerlo. Yo quedé en el salón y mi sexo se calentaba al pensar que mi hijo se excitaba conmigo. Me di una ducha fría, bueno, casi fría para intentar que se me pasara la calentura que me provocaba Edu. No podía controlarla. Fui a mi habitación y busqué unas bragas que dejaran entrever lo que guardaban. Encontré un viejo camisón, de cuando estaba embarazada de Edu. Me lo puse. Era amplio y bastante corto. Me puse las bragas y marché a la habitación de mi hijo. Llamé y abrí un poco la puerta.
- Hola Edu… - le dije asomando la cabeza para hablar con él – Sé que he hecho mal estos días atrás, pero me gustaría dormir aquí… - su cara cambió como si se fuera a negar a ello – Es que hijo, tú me puedes proteger de que me ocurra algo si me pongo a andar por la casa… - lo miré con dulzura para intentar provocarlo un poco – Y si hago algo inapropiado, me despiertas…
- ¡Pero eso es malo! – me contestó.
- ¡No hijo! – le dije casi con un grito – No te creas lo que dicen… Si intentara algo, me despiertas para que pare… - lo miré, estaba dubitativo pero no se negaba.
Destapó un lado de la cama para invitarme a entrar. Cuando abrí la puerta y mi hijo me miró, me sentí como si sus ojos me desnudaran. Mis tetas habían crecido desde que lo parí y se agolpaban en el escote de aquel camisón. El filo de aquella prenda estaba poco más abajo de dos dedos de mi sexo, y cualquier inclinación de mi cuerpo, dejaría a su vista lo que allí abajo había. Sus ojos recorrían todo mi cuerpo y me sentí tan deseada, que mi vagina empezó a mojarse.
- ¡Hijo, qué desordenado eres! – junto a la silla donde dejaba su ropa, los pantalones estaban en el suelo. ¡Era mi oportunidad!
Me acerqué e incliné mi cuerpo para recoger la prenda. Muy despacio, para que él pudiera verme y deleitarse. Abrí un poco las piernas antes de doblar mi cuerpo. Me incliné y sentía que la tela se deslizaba por mi redondo culo para quedar al aire. Mis dedos iban a coger sus pantalones y doble un poco las piernas, dejando mi culo más en pompa para que él, mi deseado hijo, me viera mejor. Levanté un poco el pantalón y el sonido de una moneda paró bajo la silla.
- ¡Mierda, ha rodado bajo la silla! – dije dejando el pantalón en la silla y poniéndome poco a poco a cuatro patas.
- ¡Da igual mamá! – Edu quedó callado en el momento que mis rodillas y mis manos estaban tocando el suelo.
Podía imaginar mi culo totalmente expuesto a los ojos de mi hijo. Mis muslos pegado hacían que se intuyera el bulto de mis labios vaginales en mis bragas… ¡Eso no podía ser! Abrí un poco los muslos como intentando que mi cuerpo bajara más.
- ¡Mamá, acuéstate ya! – en su súplica noté el deseo de mi hijo, pero no le hice caso y pegué mi pecho al frío suelo para que tuviera una mejor vista.
Cogí la moneda y con una sonrisa me marché a la cama. Sus ojos miraban mis tetas, sin duda el frío del suelo me habría puesto los pezones erectos y los míos son bastante grandes.
Esa noche no nos abrazamos. Después de las confesiones de mi hijo, ninguno queríamos tocarnos, aunque yo estaba loca por tenerlo en mí. Así que pasado bastantes minutos, fingí que dormía, lanzando suaves ronquidos. Lo miraba disimuladamente y lo podía ver por la luz que brotaba del televisor. Aún no estaba dormido y miraba no sé que programa. Yo tenía los ojos entreabiertos para poder observarlo mientras me hacía la dormida. Me miró cuando empezó a escuchar mis primero ronquidos. Con suavidad, bajó las sábanas que me cubrían hasta que mis tetas quedaron sólo cubiertas por aquel camisón. La excitación mantenía mis pezones erectos y él lo podía ver.
Acercó su cabeza a mí para intentar escuchar mis ronquidos. Sus pelos me hicieron cosquillas en la nariz y con un movimiento rápido de la mano, me rasqué, primero la nariz y después el pecho. Se incorporó rápidamente, asustado por mi movimiento. Al bajar mi mano, intenté que la tela del camisón bajara para dejar mis tetas al aire. El escote era tan ajustado, que por suerte conseguí que quedara libre una, pero sentí el roce de la costura sobre mi pezón provocándome algo de dolor. Mascullando en mi fingido sueño, miré con los ojos entreabiertos a mi hijo.
Sus ojos estaban clavados en el pezón que tenía fuera del camisón. Su mano agitó un poco su polla pues sin duda la tendría erecta y la estaría acomodando en los calzoncillos tipo bóxer que llevaba. Abrí un poco mis piernas pues el calor que brotaba de mi vagina era insoportable. Deseé que pusiera su mano sobre mi coño y me masturbara. Pero no, sólo miraba mi teta y se agitaba la polla. Yo sabía que me deseaba, y todo mi cuerpo lo deseaba a él. Pensé en abrazarlo y abandonarme al deseo… ¡No podía ser! Tenía que disfrutar de ser mirada por mi hijo.
La mano que agitaba su polla se dirigió a mi teta, despacio, dubitativo, sin saber qué podía pasar al tocar el pezón de su madre. Yo seguía fingiendo roncar con suavidad y aquel sonido tranquilizaba a mi hijo, como cuando pequeño le cantaba para calmarlo y que se durmiera. Pero ahora aquel sonido lo tranquilizaba no para dormir, sino para tocar las parte erógenas de su madre.
El contacto de su dedo en mi erecto pezón me provocó una descarga de placer que mojó mis bragas e hizo brotar de mi boca una pequeña queja de placer incontrolado. Se asustó, pero no retiró el dedo de mi pezón. Mi suave ronquido le tranquilizó de nuevo. Ahora dos dedos agarraban lujuriosamente mi erecto pezón. Mi vagina lanzó más flujos deseando que mi hijo entrara en ella. Sus dedos jugaban y yo me sentía cada vez más caliente. No podía más. Quería correrme, pero tenía que simular que estaba dormida para que mi hijo no dejara de tocarme. No podía más. ¡No puedo más! Grité en mi cabeza.
Me incorporé de golpe. Con los ojos abiertos quedé sentada en la cama. Edu se tumbó inmediatamente al verme otra vez sonámbula. Estaría temeroso de haber provocado lo que me ocurría y permaneció bocarriba e inmóvil. Lo miré. Lo destapé por completo y podía ver su erección marcada en la tela de su calzoncillo. ¡Mi coño se derretía al ver a mi hijo!
- ¡Sí Ramón, fóllame! – le grité a mi hijo que permanecía inmóvil.
Puse mis manos sobre el pecho de mi hijo, abrí las piernas y me senté sobre su endurecida polla. Podía sentir la presión que ejercía sobre mi coño. Agité las caderas como si lo follara. Sólo las finas telas de mis bragas y sus calzoncillos separaban nuestros sexos. No pude disimular el orgasmo que me estaba provocando el roce de su gruesa polla en mi coño. Sentí un gran calambre de placer que recorría todo mi cuerpo y mi cabeza se embriagó con tanto placer.
- ¡Mamá, mamá! – escuchaba a lo lejos la voz de mi hijo que me llamaba para que saliera de mi sueño que se había convertido en el mayor placer que nunca había sentido - ¡Mamá, despierta! – el imploraba mientras mis caderas seguían agitándose y poco a poco recobraba el sentido - ¡Por favor, mamá! – su voz sonó entrecortada.
Las manos de mi hijo se aferraron desesperadas a mis caderas y me agitaron sobre él. Su polla estaba muy caliente mientras nuestros sexos se frotaban el uno con el otro.
- ¡Hijo, qué te pasa! – lo miré como si acabara de despertar de un sueño, acababa de salir del gran orgasmo que me había provocado - ¡Qué te pasa! – seguía agitando mis caderas, con los ojos cerrados - ¡Qué te pasa! – era lo único que yo decía mientras lo veía tener un tremendo orgasmos.
Se tensó bajo mi cuerpo. Sentí botar su polla bajo mi coño y el olor de su semen inundó toda la habitación… Nuestros fluidos se mezclaban en las telas que cubrían nuestros sexos. En mi coño podía sentir la convulsiones que su polla daba cada vez que lanzaba un chorro de semen. Mi coño volvía a necesitar su roce. Agité mis caderas de nuevo y en muy poco tiempo sentí otro nuevo orgasmo.
- ¡Qué ha pasado! – le susurré al oído cuando caí sobre él rendida por el placer.
- ¡No lo sé mamá! – me contestaba mientras aún su polla permanecía dura y agitándose bajo mi coño.
Besé su mejilla y sus manos acariciaron mi cintura. Lo miré a los ojos, le sonreí y le di otro beso en la frente.
- Tu madre ha vuelto a hacer de las suya ¿no? – acaricié con dulzura su joven pecho.
- Sí mamá. – sus manos se posaron sobre mi culo – No serás consciente de lo que has hecho, pero mi padre es tonto al dejar a una mujer tan pasional…
- Gracias hijo. – besé su nariz – Pero cuéntame qué he hecho, pues yo estaba como en un sueño.
- ¿No te acuerdas de nada? – me preguntó inocente.
- Sólo recuerdo que estaba muy caliente y hacía el amor, creo que con tu padre… - permanecía encima de mi hijo y mis caderas se agitaban suavemente para notar la dureza de su polla que aún permanecía.
- Pues en tu sueño sería a mi padre al que montabas… - su sonrisa me mostró que había disfrutado – pero me tenías debajo, agitabas tu cuerpo, gemías y… - me miró algo preocupado.
- Edu. – le dije - ¿Lo que siento en mis bragas es tu… es tu…?
- Seguramente mamá… - cerró los ojos – He intentado despertarte… He intentado aguantar… Te has agitado con tantas ganas que no he podido contener…
- ¡Te has corrido! – le dije haciéndome la sorprendida.
- ¡Sí mamá! – me besó en un brazo - ¡No he podido contenerme!
- ¡Entonces! – me incorporé sorprendida. Sentada sobre él miré nuestros sexos - ¡Por lo menos tenemos la ropa! – separé mis bragas y metí mi mano. La llevé a mi nariz - ¡Estoy mojada! ¡Me he corrido! – él me miraba y agitaba la cabeza para afirmar. Levanté sus calzoncillos y metí mi mano para impregnarla con su semen - ¡Tú también! – se encogió de hombros como señal de que no lo pudo evitar.
- ¿Estás bien mamá? – me preguntó.
- ¡Si, creo que sí! – sentir su polla bajo mi coño me ponía tan caliente, que aunque quería fingir estar desconcertada por lo ocurrido, mi lujuria me hacía permanecer encima de él.
- Me has hecho sentir mucho placer… - sus manos acariciaron mis muslos – No está bien que un hijo se sienta así con su madre, pero… - hizo una pausa y lo vi tragar saliva – Ya que tienes esos sueños… ¿Tal vez te pueda ayudar a sentirlo en la realidad? – mi coño se agitó al escuchar la propuesta de mi hijo.
- ¡Eso no puede ser, cariño! – me bajé de él y le di la espalda, dejando mi culo bien en pompa para que él disfrutara de aquella vista.
- Sólo te ayudaré a que acabes con esos sueños que te hacen buscar a un hombre… - mi coño vibraba cada vez más.
- ¡No hijo, no puede ser! – me movía suavemente y pegaba mi culo más hacia él, deseando que se lanzara a abusar de su madre, de la caliente de su madre.
- Mamá. – se acercó y me susurró al oído mientras una mano se posaba sobre el cachete de mi culo, lo agité como si no quisiera que me tocara, pero era la excitación la que me agitaba – Sólo te haré lo que necesites que te haga… - sus labios rozaron mi cuello con un suave beso y mi vagina volvía a mojarse - ¿Quieres que te quite ese camisón? – no contesté, giré la cabeza para mirarlo. Mientras me mordía el labios inferior, agité la cabeza para asentir - ¡Vale mami! Ponte de rodillas… - le obedecí. Sus manos agarraron el camisón desde abajo y, no muy delicadamente, me lo quitó por la cabeza. Con un brazo me tapé los pechos, mientras lo miraba como si estuviera avergonzada y muy excitada - ¿Te importa si me quito los calzoncillos? Los tengo empapados y es molesto.
- ¡No hijo! – mis ojos no dejaron de mirarlo.
Se puso en pie sobre la cama. Yo, de rodillas e intentando taparme un poco, lo miraba. Estaba a poca distancia de mi y podía oler el semen en su ropa. Estaba muy excitada, pero tenía que comportarme como una madre “pudorosa”, totalmente excitada y caliente, pero siendo lo más “pudorosa” que pudiera fingir. Empezó a bajar los calzoncillos y sabía que su polla se engancharía en el filo de la tela. Lo sabía e hizo que su erección luchara contra el empuje de la tela todo lo posible hasta que quedó liberada de aquella tensión, y su gruesa y hermosa polla botó enloquecida delante de mis ojos.
No pude evitar sentirme más caliente. Mi lengua humedeció mis labios con una suave caricia. La mano que no cubría mis tetas bajó hasta colocarse sobre mi coño y acariciarlo suavemente. Edu me miraba, no se preocupaba de su polla, sabía que tenía una gran erección y quería mostrársela a su madre, a su caliente madre.
- ¡Espera hijo! – le dije cuando intentó agacharse para ponerse de rodillas frente a mí – Permanece de pie mientras te limpio tu pene…
- ¡Sí mamá! – se miró la polla que aún tenía restos del blanquecino semen.
Me giré y busqué en uno de los cajones de su mesita un paquete de toallitas húmedas. Yo se las ponía allí para que se limpiara la polla cada vez que se hacía una paja, y la verdad es que gastaba más de un paquete al mes. Me solté las tetas y Edu me miraba mientras me movía por la cama. Su hermosa sonrisa me mostraba el placer que le producía ver a su madre desnuda.
- ¡Bonitas tetas! – me dijo mientras yo abría el cajón y cogía el paquete - ¡Me gustan cómo se agitan!
- ¡Gracias hijo! – le contesté mientras me giraba y volvía a mirarlo - ¡Tu pene también es muy bonito! – no sé como lo hizo, pero su polla pareció tener vida propia y se agitó de arriba abajo unas pocas veces - ¡Ouf, se mueve sola!
- ¡Sólo cuando veo una mujer preciosa! – le sonreí mientras mis manos se acercaban a su polla con una toallita.
Puse la toallita cubriendo un poco de aquella enorme polla y mi mano la agarró como si le fuera a hacer una paja. La agité y le fui limpiando poco a poco. Por fuera estaba limpia, así que con la otra mano, agarré su polla y tiré para que su glande fuera liberado. Mi coño se volvió a mojar cuando aquella piel se dilató tanto que parecía que se iba a romper. Tiré y aquel redondo y terso glande fue liberado. Tiré un poco más hasta que toda la piel quedó hacia abajo, de forma que la piel era continua desde el final del glande hasta su huevos. Él me miraba disfrutando de ver a su madre adorar su polla.
- ¡Ya está limpia! – le dije y agité mi mano un par de veces a todo lo largo de su polla para disfrutarla.
- Pues deja que tu hijo limpie tu coño… - se arrodilló delante de mí con su erecta polla amenazando con darme el placer que yo deseaba.
Me eché atrás y quedé sentada sobre mi culo, con mis muslos juntos para que no pudiera verme el coño. Sus manos recorrieron con una caricia mis muslos hasta llegar a mis bragas. Agarraron la tela y las fue moviendo a todo lo largo de mis piernas. Yo no dejaba que mis muslos se separasen. Subí las piernas hasta que mis bragas llegaron a mis tobillos y mi hijo me las quitó por completo.
Sentada sobre mi culo, apoyando mis manos sobre la cama, con mis muslos bien apretados para que no pudiera ver nada y mis piernas dobladas, miré a mi hijo con una sonrisa sensual.
- ¡¿Vas a limpiar el chochito a mamá?! – hablarle así a mi hijo me ponía más caliente.
- ¡Al chochito de mami le haré lo que ella quiera! – Edu tenía una toallita en la mano y yo abrí mis muslos para ofrecerle mi coño.
Me miró inmóvil. Yo no sabía si mi hijo había tenido relaciones sexuales con alguna mujer, pero me miraba extasiado. Al ver su impasividad, llevé una mano hasta mi coño, aparté los pelos y separé mis labios vaginales. El rosado de mi vagina lo excitó. Su polla botaba descontrolada y mis flujos hacían brillar aquella piel que deseaba ser acariciada por mi endurecido hijo.
- ¡Qué excitante!
Fue lo único que dijo antes de hundir su cabeza entre mis piernas, antes de sentir su boca sobre mi coño, antes de que su lengua se hundiera en mi vagina y me hiciera gritar de placer.
- ¡Hijo, me matas de placer! – le acariciaba la cabeza y le hablaba para que no parara - ¡Sigue comiéndole el coño a tu madre! – él no hablaba, su lengua sólo se preocupaba por explorar mi maduro coño, mi caliente coño que lo deseaba desde hacía tiempo - ¡Ahí, ahí, castígame el clítoris! – no sabía si mi hijo lo había hecho antes, pero lo que me estaba haciendo era la mejor comida de coño que nunca me había hecho - ¡Hijo, sí! ¡Sí, hijo! ¡No pares! ¡No pares! ¡Has que mamá se corra! – estaba a punto de explotar en un maravilloso orgasmo cuando mi vagina fue invadida por dos dedos de mi amado Edu - ¡Diooooos, siiiiií, me corroooo! – nunca me había pasado antes, sentí que de mi vagina salían chorros de flujos, con fuerza, mientras todo mi cuerpo se convulsionaba por el placer y mis piernas no dejaban de temblar - ¡Sí, sí, sí, siiiiií!
No pude hablar más. Mi hijo era incansable. Estaba teniendo un orgasmo que me iba a hacer perder el sentido, lanzando líquidos por mi coño, y él, mi amado hijo, no apartaba la boca de mi coño, chupaba ansioso mi clítoris mientras sus dedos no paraban de penetrar y acariciar las paredes de mi vagina.
- ¡Me desmayo! – dije casi sin fuerzas ante el acoso de placer que me daba Edu - ¡Para o me muero! – le supliqué y sólo entonces apartó su boca de mi clítoris.
Lo miré. Su boca brillaba por todos los flujos que había saboreado de mi coño. Sus dedos aún se agitaban en mi vagina mientras me miraba con aquella sonrisa al ver a su madre correrse. Sacó sus dedos de mi coño y pasó toda la palma por mis labios vaginales para que se mojara. Acarició su polla con la mano mojada.
- ¡Ya la tengo lista por si mami necesita que le toque más adentro! – agitaba su mano y yo podía sentir mi vagina dar espasmos al desearla dentro, completamente dentro.
- ¡Qué crees, que tu madre es una cualquiera a la que te puedes follar! – boté con las pocas fuerzas que tenía después de tanto placer - ¡Te voy a educar cómo es debido! – de rodillas le di un guantazo a la endurecida polla.
- Perdona mamá… - fue su única respuesta.
- ¡En pie! – le ordené y él, como buen hijo, me obedeció – ¿Dónde has aprendido a hacer lo que me acabas de hacer?
- ¿El… El…? – no sabía qué decir.
- ¡Sí, comerle el coño a una mujer! – le dije como enfadada.
- No sé… - estaba indeciso - ¡Ha sido la primera vez que lo he hecho!
- ¡No me mientas! – le medio gritaba y le daba una bofetada en la dura polla - ¿Tu tía Chari te enseñó?
- ¡No mamá! – estaba confundido - ¡De verdad que nunca lo había hecho!
- ¿De verdad? – cambié el tono brusco a uno más suave - ¡Oh mi niño! – agarré su polla y la acaricié con la mano para que sintiera mi amor maternal - ¿Te he hecho daño en tu cosita? – le di un suave beso en el glande y su polla botó - ¡Uy, se alegra de que le de un besito! – le di otro beso y Edu se relajó al ver la situación, haciendo que su polla botara delante de mi cara cada vez que le besaba el glande.
- ¡Sí mami! – puso sus manos en el culo y echó su pelvis adelante para ofrecerme su danzarina polla - ¡Le gusta los besitos que le da su mami!
Di otro beso al suave glande y me regaló otro botecito. Aquellos movimientos me gustaban y me excitaban. Aquella preciosa polla tenía vida propia. Saqué mi lengua y la pasé desde un poco más abajo de su glande hasta llegar a aquel precioso y redondo trozo de carne que me tenía embrujada. No aparté mi lengua de allí y mi niño la hizo botar. Recibí el golpe de la majestuosa polla en mi lengua y esperé a que lo hiciera otra vez, y otra vez más. Permanecí de rodillas, con la boca abierta, delante de mi hijo. Su polla daba ligero botes y yo disfrutaba. Lo miraba a los ojos.
- ¡Te gusta que te golpee la cosita de tu niño! – me dijo mirándome directamente a los ojos.
- ¡Sí, mucho! – fueron mis últimas palabras.
Con una mano agarró mi barbilla y con la otra su polla. Yo saqué la lengua todo lo que pude y él la golpeó con aquel glande como si fuera una masa. ¡Qué placer! Otro golpe y mi coño empezó de nuevo a mojarse. Otro más y mi mano tuvo que dedicarse a mi clítoris que empezaba a reclamar la atención de cualquier carne que quisiera entrar en mi coño. Se paró, de momento dejó su glande sobre mi lengua y me miró a la cara.
- ¿Te gusta la polla de tu hijo? – aquellas palabras me encendieron.
- ¡Sí, me gusta que me dé en la boca! – le contesté exaltada de placer.
- ¡Pues si te gusta, trágatela! – movió sus caderas suavemente y empezó a meter y sacar un poco su polla de mi boca, me estaba follando la boca.
Sentir el grueso glande dentro de mi boca, llenándola por completo, me volvió loca de lujuria. Con fuerza, llevé mis manos a su culo, haciendo que sonara un fuerte golpe cuando mis manos agarraron su prieto culo, hundí mis dedos para sentir sus endurecidos glúteos. Lo atraje hacia mí y su polla entró hasta mi garganta. Sus manos agarraron mi cabeza y un gran gemido brotó de su boca. Mientras su polla iba saliendo de mi boca, succionaba con fuerza para darle placer. Y tanto placer sentía con mi boca, que sus piernas temblaban.
- ¡Quiero comerte el coño mientras me mamas! – gritó mi hijo. No le hice caso y seguí mamando - ¡Por favor mamá! ¡No puedo más! – sus manos intentaban frenar mi cabeza, pero las mías empujaban su culo y me penetraba la boca - ¡Sí, si quieres mi leche, sigue! ¡Mama y te daré todo lo que tengo para ti!
Sus manos liberaron mi cabeza y aceleré el ritmo de la mamada, aumentando todo lo posible la fuerza de mis succiones. Gruñía de placer y me tocaba mis erectos pezones. Mi coño se mojaba cada vez más y entonces todo acabó. Su mano presionó en mi nuca y su polla entró hasta que no pudo más. Se encorvó sobre mí y un enorme grito dio paso a un gran chorro de semen que entró directamente por mi garganta y me lo tragué. Me liberó y sacó la polla de mi boca. Lo miré con los ojos humedecidos por el esfuerzo de tragar aquella enorme polla y saqué la lengua para que me diera el resto del semen que me había prometido. Otro chorro se extendió desde mi frente hasta mi lengua. No quería que se perdiera nada, así que mi boca rodeó su glande y succioné suavemente para esperar el resto. Edu se agitaba convulsivamente mientras descargaba todo en mi boca. Sus piernas temblaban mientras mi boca acababa de sacar todo. Liberé su polla y él se tumbó a un lado de la cama, exhausto por el placer. Lo miré mientras me limpiaba los restos de semen de mi cara. Su polla iba menguando, poco a poco. Me eché junto a él y lo abracé.
- ¡Gracias mamá! – me besó en la frente.
- ¡Gracias a ti, hijo! – besé sus labios suavemente.
Nos miramos a los ojos y los dos deseábamos lo mismo. Desde que había empezado aquella locura, habíamos hecho cosas demasiado perversas, pero nunca nos habíamos besado. Nos unimos en un pasional beso, un beso incestuoso que mostraba el amor que teníamos el uno por el otro. Mis manos acariciaban su cuerpo, las suyas el mío. Un último y suave beso y me giré, desnuda para que durmiéramos. Él nos tapó y después se abrazó a mí, como las noches anteriores, pero desnudos. En mi culo podía sentir su polla. Ahora era para mí y rozaba mi cuerpo sin ningún pudor. Yo agitaba el culo para sentirla y su mano tocaba mi pecho.
- ¡Te quiero mamá! – me dijo al oído.
- ¡Y yo a ti! – le contesté.
Aquellas dulces palabras de amor, dichas entre una madre y su hijo, nos provocó más excitación. Sobre la raja de mi culo sentí como su polla crecía rápidamente. Mi vagina volvía a lanzar sus flujos. Estábamos en silencio, pero nuestros movimientos mostraban nuestras ganas de follar. Sus caderas se movían suavemente y su polla, cada vez más dura, se deslizaba pasando su glande por todo mi culo, que yo ponía más en pompa para ofrecerle mi coño. Un leve movimiento y su polla quedó entre mis muslos. Empujó un poco y su grueso glande topó con mi entrada.
- ¡No hijo! – le dije con un pequeño grito - ¡Ese es mi culo!
Nunca había probado el sexo anal, pero al sentir la polla de mi hijo sobre mi esfínter, empujando y consiguiendo dilatarlo un poco, me produjo una mezcla de dolor y placer.
- ¡Perdona mamá!
Se movió y su polla pasó entre mis muslos, rozando mis labios vaginales, produciéndome placer. Sus caderas se agitaban y podía sentir el roce de su polla. Puse una mano por delante de mi coño y acariciaba su glande cada vez que emergía de entre mis labios, que empapados, se abrieron y rodearon la gruesa polla. El grueso glande frotaba mi clítoris y me daba placer. Moví mi cintura y puse mi culo aún más en pompa. Edu sabía lo que su madre necesitaba. Empujó y no acertó en la entrada de mi vagina, pero su polla saltó disparada hacía mi clítoris oprimiéndolo de forma que sentí un gran placer. Nos volvimos a colocar y, despacio, su glande se deslizó entre mis labios vaginales hasta que sentí aquel endurecido miembro en la mojada y caliente entrada de mi vagina.
- ¡Siento en mi polla el calor de tu coño! – me susurró al oído y mi vagina lanzó su líquido para darle la bienvenida.
- ¡Y yo siento tu dura polla! – giré mi cabeza y nos besamos dulcemente - ¡Fóllame! – le pedí – ¡Clava tu polla en el coño de mamá!
Edu se convirtió en un animal al escuchar mis palabras. Con un fuerte movimiento de sus caderas, su glande entró y dilató la paredes de mi vagina. Todo mi cuerpo se tensó y mi boca lanzó un gemido de placer. Permaneció quieto, llevé una mano hasta mi coño y aún tenía media polla fuera. Enloquecí con la idea de tenerla por completo dentro de mí. Agité mi culo y él comenzó a follarme. Con cada embestida, su polla entraba más en mi vagina. Un minuto después, me empujaba con fuerza y me hacía gritar de placer.
- ¡Sí, sí, fóllame! – le gritaba mientras agarrado a mi cintura mi hijo gruñía y me clavaba su polla - ¡Sí, quiero que me montes!
Lo empujé y el sacó su polla. Empapada en mis flujos, brillaba tersa y venosa. Se la agité con la mano y pude comprobar que iba a reventar de lo dura que estaba. Me coloqué boca arriba en la cama, abrí mis piernas todo lo posible a ambos lados y le ofrecí mi coño mojado y dilatado por su gruesa polla. Lo miré y él se colocó entre mis piernas. Agarró con una mano su polla para apuntar su glande hacia mi vagina, vi como desapareció entre mis labios vaginales. Estaba sobre mí, su madre que abierta de piernas le ofrecía su coño para que la penetrara. Sus brazos estaban a ambos lados de mi cabeza. Nos miramos a los ojos. Me sonrió y me besó suavemente los labios a la vez que dejó caer su cuerpo contra el mío. Su boca no me dejó gritar pues su lengua jugaba con la mía. Me sentí completamente llena con su polla, era como si me golpeara en la barriga, como si me hubiera atravesado el cuerpo y su redondo glande me llenara por completo.
Cada embestida me arrancaba gritos de placer. El roce de su dura polla en mi clítoris, las caricias de su suave glande por mi vagina, el tacto de su polla en lo más profundo de mis entrañas… Sentía tanto placer que no me importaba nada que fuera mi propio hijo quien me follara. Mi hermana Chari era una puta por follar con cualquiera, pero la polla de mi hijo había hecho lo mismo conmigo, me había vuelto una pervertida que disfrutaba del sexo con su hijo.
Sentí un vacío cuando la polla de mi hijo salió de mi vagina. Lo miré preguntándome qué pasaba… No podía hablar por el esfuerzo que hacía para darle sexo a su madre, pero el gesto de su mano me lo dijo todo. ¡Quiere que me gire! Pensé y dudé al no saber bien que parte estaba buscando. Me giré. Sus manos amasaron mis nalgas por un momento. Sentí que se colocaba sobre mí, apoyado en su mano y sus piernas, su polla apenas rozaba mi culo. Sentí su respiración entre cortada a mi lado y me susurró.
- ¡¿Quieres sentir mi polla dentro de ti?!
Me mordió el cuello y me produjo un tremendo placer. Mantuvo el bocado mientras su polla empujaba contra mi cuerpo, sin dar en ningún lugar concreto. Gemí y levanté un poco el culo para que acertara a penetrar mi coño. Su glande pasó entre mis mojado labios vaginales y chocó contra mi clítoris, produciéndome un calambre de placer. Otro movimiento y su polla se deslizó hacia arriba, rozando con fuerza mi ano. Volvió a moverse y sentí el empuje bajo el ano, pero sin acertar en mi vagina, moví mi culo y por fin su endurecida polla entro en mi coño hasta llenarlo por completo. Aquel constante bocado en mi cuello y la sensación de ser invadida por la polla de mi hijo me hizo gemir.
- ¡Dios, qué buena polla tienes! – su boca soltó el bocado y me dio otro un poco más arriba mientras me daba otra embestida - ¡Sí, sí, sigue! – sentir su glande deslizándose por mi vagina, desde la entrada hasta lo más profundo de mi coño, me volvía loca.
Entonces Edu se volvió loco. Como un semental, ya no se preocupaba por darme placer, sólo quería penetrarme con fuerza y soltar todo su semen en mí. Se movía rápido, con fuerza y mi vagina no podía lanzar más flujos para sobrellevar tanta penetración. Mi coño estaba ardiendo y mi boca gritaba sin control por el placer que mi hijo me daba mientras gruñía sobre mí. Hundió su polla todo lo que pudo en mi coño y el cálido golpe de su semen me nubló la mente. Estaba sintiendo la corrida de mi hijo en lo más profundo de mí, estaba mareada mientras que me convulsionaba descontroladamente por el placer. Intenté aguantar mi culo en pompa todo lo posible para que su polla no saliera de mi incestuosa vagina, pero los dos caímos rendidos por el placer. Su respiración entrecortada acariciaba mi oreja mientras su polla se agitaba dentro de mi vagina, que por el orgasmo, se agitaba como masticando al invasor que le había arrancado tanto placer.
Edu se tumbó junto a mí, bocarriba, recuperando la respiración, con su polla botando levemente sobre su vientre. Me puse bocarriba y miré mi coño, no había la más mínima gota del semen de mi hijo, sin duda mi vagina se lo había tragado todo y no dejaría salir nada para lograr ser inseminada. Su caliente esperma se agitaba dentro de mí. Me abracé a mi hijo y nos besamos con pasión. Agarré su polla que aún mantenía algo de dureza. Me subí sobre él y dirigí la menguante polla hacia mi coño. Me la clavé y nos abrazamos dándonos besos de amor, de un amor prohibido, de un amor incestuoso que nadie aprobaría, pero que nosotros dos nunca abandonaríamos. Poco a poco, con mis movimientos, su polla empezó de nuevo a crecer, pero ya no queríamos follar más, sólo permanecimos abrazados mientras nuestros sexos se acariciaban. No recuerdo más de aquella noche, cuando desperté, mi hijo me tenía abrazada por detrás. Lo acaricié suavemente y seguí durmiendo un poco más.