Una madre especial

Cuenta la historia entre una madre y dos hijos...

UNA MADRE ESPECIAL

Nuestra madre era una mujer fuerte. Solitaria y alegre. De buen ver. Yo diría con un cuerpo esbelto, curvilíneo, apetecible. Eso lo fuimos viendo a través del tiempo.

Siempre nos trato de una manera muy especial.

Ella estaba sola desde hacía mucho tiempo. No le conocimos un hombre, un novio. Los recuerdos con nuestro padre son vagos, confusos, una nebulosa, al menos en mi memoria. Nunca lo hable definitivamente con mi hermano mientras estuvo en este mundo.

Nosotros éramos unos chicos normales, comunes y corrientes. Con todas las cosas de los chicos. Nos gustaba jugar a la pelota, a las escondidas, no queríamos ir a la escuela. Nos gustaban las chicas. Hacíamos macanas y líos.

Nuestra madre nos guiaba lo mejor posible. Era una buena cocinera. Nos hacía comidas riquísimas. Nuestros amigos cuando iban a casa, se chupaban los dedos con las cosas ricas que nos hacía mamá, que a su vez trabajaba fuera de casa. Andaba corriendo todo el día, pero la energía siempre le alcanzaba para darnos todos los gustos.

Los fines de semana era distinto. Quiero decir, esos días ella no se tenía que ir fuera de la casa. Dormía hasta tarde, sobretodo los sábados. Nos hacía desayuno y nos lo llevaba, generalmente en un camisón transparente, provocando unas erecciones de novela.

Antes, casi siempre, nos conducía al baño, a mi hermano y a mí.

Abría la ducha y buscaba el jabón, un jabón perfumado y de colores. Lo esparcía en la esponja, ya mi hermano y yo desnudos, con la verga semi dura. Ella se quitaba su camisón y aparecía su esbelto y hermoso cuerpo desnudo. Unos pechos soberbios y con los pezones duritos.

__¡Mama eres tan bella!__ decía mi hermano

__¡Ay mis chicos lindos, su mama es tan feliz sin ustedes son felices!!__ mientras decía así nos pasaba la esponja por la espalda, ya que nos hacía poner de espaldas a ella. La pasaba por los hombros, y nos daba suaves besitos en el cuello y en los hombros. El agua caía lentamente sobre los cuerpos.

Nuestra madre desde chicos nos había bañado así. Digo con ella desnuda en medio de nosotros. Ella vio de cerca nuestro crecimiento. Y en esos días que teníamos dieciocho más o menos seguía con la misma temática. Nada mas que nosotros ya no éramos tan inocentes. Y además nuestras vergas se ponían duras con el roce tan solo de sus dedos.

Nos mordía las nucas mientras nos pasaba la esponja por las espaldas y luego bajaban por las nalgas. Nosotros gemíamos muy alzados y calientes, es que así nos tenía todo el día, muy calientes. Nuestra madre sabía hacer eso muy bien.

Ella nos había quitado la virginidad. Ella fue la primera que se bebió nuestra leche. La primera en besar nuestras bolas gordas y llenas de líquidos.

Ella nos conocía bien y nosotros a ella. Mientras nos pasaba el jabón con la esponja por nuestras nalgas, metía un dedo en nuestras cola. Lo hundía y jugaba un rato, en tanto, nosotros gemíamos a punto de estallar. Nos abría bien la cola solo metiendo un dedo.

__¡Ohhh los angelitos están calientes!!__ gemía en nuestros oídos

__¡Siii, mamá, ohhh, que demonio eres!__ decía alguno de nosotros. Mientras ella nos penetraba con su dedos, primero a uno y luego a otro. De vez en cuando, cundo estábamos parados, nos mirábamos con mi hermano y nos besábamos ardientemente. Nunca paso más que eso y era cuando mamá nos tenía muy alzados con sus dedos en nuestros ojetes.

Al instante nos buscaba los labios y nos besábamos con mama de a uno, primero yo y luego mi hermano y viceversa. Nuestras lenguas se fundían con la de nuestra procreadora. Nuestras manos recorrían sus pechos generosos.

Finalmente bajo la ducha nos agachábamos uno delante y otro detrás y mamá gimiendo abriéndose recibía nuestras lenguas, una en la vagina que chorreaba jugos sabrosos y la otra lengua directa en su agujero trasero dilatado y preparado para recibir aquellas caricias candentes y placenteras.

El agua se detenía. Dejaba de caer sobre nosotros. Nuestras lenguas se perdían en los agujeros de mamá. Nuestra madre, una mujer especial. Daba suspiros interminables mientras sus orgasmos se sucedían de manera salvaje, brutal, sacudiéndose, vibrando. Casi saltando, en tanto se agarraba de las paredes y los grifos.

__¡Ohhh mis ángeles, cuanto placer…ahhhhh, que lenguas…ohhh siii, denme sus lenguas…mamá los compensara!!__ recitaba aquella salvaje mujer, tomando nuestros cabellos y a veces tironeando y haciendo sentir algo de dolor. Un rato más tarde nos íbamos a la cama, al cuarto de nuestra madre, que se tiraba en la cama y nosotros , sus hijos, comíamos sus tetas, las chupábamos quizá, como cuando éramos tiernos y pequeños bebes. Succionábamos alocados, hambrientos, en esas épocas siempre estábamos calientes y necesitados de sexo.

Nuestra madre se quejaba porque con los dedos jugábamos con su sexo abierto, su cueva de la que brotaba jugo, como si fuera un manantial. Uno de nosotros empezaba a bajar con besos y chupones hasta allí, y empezábamos a jugar con su clítoris durito y explosivo. Caliente. Lujurioso. Arrancábamos soplidos de aquella mujer perversa. Única. Abriendo los labios de su vagina y entrando en ese mundo acuoso y gustoso.

Lamiendo hasta el fondo, hasta donde da. Raspando, para luego seguir camino hasta ese agujero que siempre esta oliendo a limpio, gustando a cremas y sabores perpetuos. Ese agujero que besábamos largamente. Que chupábamos con deleite supremo mientras nuestra enloquecida y emputecida madre gemía pidiendo más y más.

Los orgasmos de mamá se sucedían de manera indefinida. Era una mujer multiorgasmica. Creo que yo en mi vida tuve una amante como mi madre. Tan entregada. Tan dada a disfrutar del sexo.

__¡Ohhh cariños, ahhh, me hacen gozar como puta…soy de ustedes mis bebes….ahhhhh!!__ exclamaba nuestra madre antes de agarrar nuestras vergas rocosas y duras. Las masajeaba, en medio de nosotros, luego se las metía a la boca y las tragaba, las mamaba, las chupaba con gusto y deseos.

De pronto en aquellas sesiones de sexo enloquecidas se tragaba nuestras bolas. Gordas, generalmente llenas de leche. En esas épocas nuestras hormonas se reproducían velozmente y nuestras ganas no disminuían jamás y ella disfrutaba de eso como nadie nunca lo haría.

De pronto mi hermano ya le había metido su buen pedazo gordo por el culo. Ella gruñía pidiendo que la cogiera sin más. Le enterraba esa banana gigante en el ojete, estado de costado, solo aferrado a sus caderas poderosas y cadenciosas.

Entonces en este caso yo, le metía mi verga por delante, en su conchita caliente y babosa. Hermosa.

Me encantaba cogerla por delante, lo disfrutaba tanto, las cosquillas crecían de pronto, muy rápido, en las primeras épocas, sentía que la acabaría, luego aprendí con el tiempo, ella me enseñó, a contenerme un poco más, la llenaba de leche de inmediato. Ella me besaba en la boca sonriendo, me pasaba su larga lengua en mis labios, no dejaba que me retirara de dentro suyo y mágicamente en unos minutos tenía la pija como fierro. Dura e hinchada al máximo. Me empezaba a bambolear dentro de ella otra vez y ella me regalaba su aliento cálido, su saliva, mientras mi hermano le abría el ojete de par en par y ella se contorsionaba sacando su cola, buscando la daga que la perforaba sin más, yendo y viniendo. En eso mi hermano me sacaba ventaja porque el no terminaba nunca. Podía cogerla durante casi una hora sin terminar. Supongo que era algo genético, aunque yo no tenía nada de eso.

__¡Ay, ay mi cola, que verga me clavas hijito, ohhh, como me gusta que me cojan, son dos animales en celo, ohhhh que ternura!!__ nos decía mamá mientras la teníamos ensartada por delante y por detrás, moviéndonos en un bloque compacto y lujuriosos. Salvajes. Mordía sus tetas y sus pezones, los relamía, dándole golpecitos constantes, eso le encantaba a la mujer. Se retorcía con mi boca en sus pezones duritos, riquísimos, con la verga de mi hermano clavada y perforando su ojete, ese culito que luego de un rato disfrutaría yo.

Mi pija empujaba cada vez mas hinchada y más ardiente. Resoplando, conteniendo el líquido, deteniendo mis impulsos, mis empujes, mis ataques, para quedarme quieto y por unos momentos y hacer disfrutar a mi madre que también gozaba, solo sintiendo el roce de la piel con la piel.

De pronto mi hermano salía de la cola urgente de nuestra amante y me instaba a que ocupara su lugar. Allí iba yo. A clavar mi perno en aquella caverna dilatada, abierta, despidiendo calor humano.

Me prendía a las tetas. Sodomizando a mi madre, yendo y viniendo en su delicado ojete que nos volvía locos. En tanto mi hermano le metía su fierro en la boca para que ella la mamara. La dejara brillante. La babeara emputecida y gozosa, llena de luz, la que nos daba la energía que nos acompañaría siempre, durante toda la vida.

Mis bolas golpeaban en el hermoso trasero de mi madre. Taladraba sin descanso. No tardaría en llenarle el culo con mi leche. Ella se movía al compás. Brutal, la boca de ella succionaba sin descanso, sus mandíbulas se apropiaban del aparato de  mi hermano que gemía, y a la vez su ojete preciado me aprisionaba, cerrándose sobre mi pija que palpitaba a punto de acabar.

Empuje dando algunos espasmos desarticulados. Mordía el cuello y los hombros de mi madre que se deshacía en orgasmos. En ese momento como si estuviéramos guiados por una bruja, por un dios, por alguien superior nos movíamos rítmicamente hasta estallar, mi hermano en la boca de mama que tragó la andanada de semen blanco y pegajoso y yo le inundaba el culito de leche, dando suspiros desgarradores y desesperados.

Mi hermano dejaba que mamá le limpiara su pijón como si fuera un dulce chupete. En tanto yo le sacaba la verga del ojete y el jugo chorreaba por sus nalgas hasta caer en las sábanas.

Los tres quedábamos abrazados y a veces nos besábamos con mi hermano y ella. Así nos sorprendía la noche. Seguíamos amando a nuestra madre especial hasta quedar agotados y casi desmembrados, pero satisfechos y felices.-