Una luz de esperanza 1

La historia de una niña que después de haber pasado por calamidades y abusos, encuentra una luz de esperanza que le ayuda a cambiar su destino.

Esta es la biografía de la bióloga Emily Celeste García (los nombres están cambiados en bien de su privacidad) investigadora ayudante del laboratorio de la universidad de Málaga.

Haití, doce de enero del 2010. Casi las cinco de la tarde, hora de salida del colegio secundario de las Marianas, patrocinado por la Unesco. El suelo empezó a moverse, las paredes a resquebrajarse, los gritos atronaban las diferentes aulas. Los profesores trataban de conducir a los chicos, pero la aglomeración y el pánico les jugaba en contra. No tuvieron tiempo el edificio no resistió.

Emily tenía catorce años en el momento del terremoto. Fue una de las que se salvaron, lastimada, pero se salvó. No así sus padres. Él era profesor de cultura española. La madre de biología. Los dos tratando de conducir a sus alumnos a la salida, quedaron atrapados por el derrumbe.

Emily quedó huérfana en una ciudad que ya no era nada. Fue hasta su casa con la esperanza de encontrar a alguno de sus progenitores. Pero solo encontró las ruinas de su casa.

Estaba medio atontada, perdida, buscó entre las ruinas algo que la identificara, que le hiciera sentir que era algo, encontró el cajón donde guardaba los documentos, los encontró. Ahí estaba el pasaporte de su padre y el de ella. Su padre la había anotado como ciudadana española. Su madre era haitiana, casi negra. Ese mestizaje fue la causa que su tono fuera un moreno subido y su pelo negro con rulitos mostrando sus raíces africanas.

Puerto Príncipe era un caos, siempre lo fue, pero ahora se multiplicaba por cien, guardó en una cartera los documentos y volvió al colegio, sabía que sus padres estaban ahí, pero también sabía que no estaban vivos, se quedó mirando los escombros de lejos. Había gente tratando de encontrar a alguien vivo, otro movimiento volvió a sacudir la ciudad haciendo caer parte de lo que quedaba en pie. Salió corriendo hacia la plaza, no era la única, gente herida llorando estaba tirada esperando ayuda. Ella podía caminar, lastimada, pero podía caminar, se fue acercando al puerto. Veía a la gente correr seguramente a buscar a alguien. Ella no tenía a nadie a quien buscar. Otro remezón la hizo descordinarse, el mar se estaba agitando. Alguien gritó, puede venir un tsunami, casi todos corrieron hacia el interior, ella los siguió, no sabía lo que hacer, pero si la gente iba para allá, debían saber por qué. Eso la salvó, el tsunami no fue muy fuerte, pero se tragó a alguno de los que se quedaron en el muelle.

Deambulo toda la noche, no había ningún refugio. La policía y los bomberos estaban tratando de sacar gente entre los escombros. Algunos estaban vivos entre la mampostería de los edificios, iba a ser un trabajo arduo sacarlos.

Emily estaba vestida con el uniforme del colegio. Un uniforme que en Haití la posicionaba entre la gente pudiente, aunque ella iba allí porque sus padres eran profesores y no pagaban. Las ambulancias pasaban llevando heridos. De los muertos nadie se ocupaba. Al otro día se acercó a un puesto de la cruz roja, estaban tapados de trabajo. Se sentó sobre unos escombros. Tenía lastimado el brazo pero la sangre se había secado, un coagulo en la frente, del que ni siquiera se había dado cuenta. Ahora le empezaba a doler la cabeza, se empezó a marear, las cosas empezaron a dar vueltas. Quizá era otro terremoto. El último para ella y se desmayó. Despertó en una cama de campaña. Tenía la cabeza y el brazo vendado. Una doctora le preguntó si se acordaba dónde estaba su casa, le tuvo que decir que no tenía casa ni padres ni nada. Tendría que quedarse por el golpe en la cabeza, pero no había lugar.

Pidió la cartera con los documentos, estaban allí con un poco de dinero como para subsistir por unos días, pero no sabía qué hacer. Una señora que había traído a un niño le preguntó dónde vivía. Le dijo que ya no tenía dónde

  • Pero si ibas a ese colegio tienes que tener a alguien que te esté buscando - preguntó

  • Mis padres eran profesores, pero se quedaron allí. Volvió a repetir. Ya no tengo casa, ni padres ni nada.

  • A ver, ¿tienes algún documento que diga quién eres? – abrió la cartera y le mostró, miró los pasaportes y el dinero que traía adentro, le devolvió todo. Eso le dio confianza

  • Ah, eres ciudadana española. Mira, no puedes andar por ahí sola, fíjate cómo está todo, hay gente que ayuda y hay gente que roba. Ven vamos a ir a un lugar seguro. La siguió como una perrita perdida

La llevó nuevamente hasta el puerto. En la escollera los botes destrozados dificultaban el paso, las vidrieras de los negocios estaban rotas por el tsunami. Eran casas bajas que el terremoto no había tirado pero el agua se encargó de destruir.

Llegaron a la costa, sacó un Handy (los móviles no andaban, las antenas estaban destruidas) conversó con alguien y se acercaron a un pedazo de muelle que todavía se podía usar.

Enseguida llegó una lancha motora y atracó donde estaban esperando

  • Ven no tengas miedo que vamos a un lugar seguro – no sabía a dónde iban, pero peor que de donde estaban no podía ser. La lancha se acercó a un yate de regulares dimensiones. La ayudaron a subir. Realmente ahí adentro era otro mundo.

Emily había tenido hasta ese momento una educación adelantada, sus padres tuvieron mucho que ver en ello. A sus catorce años ya era una niña bastante desarrollada, las actividades físicas que practicaban en el colegio, le habían ayudado a formar un cuerpo de niña mayor, ya que a esa temprana edad medía 1,60, una buena altura

El uniforme estaba bastante rotoso. Marta, que así se llamaba la mujer que la rescató, la mandó ducharse en un baño que dentro de su estrechez era un lujo, salió envuelta en la toalla, la llevó hasta un camarote, sobre una de las dos camas tenía ropa limpia para ponerse.

Esa noche después de cenar durmió allí, en la otra cama la acompañaba Marta. Una mujer que tendría unos treinta largos, pero bien llevados. Emily estaba agotada, ahora así acostada se permitió llorar. En un día su vida cambió totalmente. Marta la dejó llorar sin decirle nada. Quizá era lo mejor. Así, en medio de su llanto se fue quedando dormida, mientras sintió como el yate se había echado a navegar.

Me desperté bastante avanzada la mañana. El rum rum de los motores me daban sueño. Me acordé de todo lo que había ocurrido, las lágrimas inundaron mis ojos. El recuerdo de mis padres era eso, nada más que un recuerdo. Tenía que ir al baño, estaba sola, a pesar que sabía dónde estaba no me animaba a salir del camarote. Estaba aguantándome cuando llegó Marta, le dije y me dio permiso para ir cuando lo necesitara. Marta me trataba con frialdad, parecía que lo que hacía era por necesidad. No era ni agria ni amable hacía lo que hacía y nada más. Me hizo subir a la sala donde sentadas a la mesa estaban tres muchachas más grandes que yo. les calculaba unos 20 años. Me sirvieron el desayuno, estaba hambrienta, no tenía ganas de hablar, parecía que nadie tenía ganas de hablar. Terminé de comer y me separaron del resto. Navegamos todo el día, a la noche llegamos a Santo Domingo. Me habían sacado los documentos, el dinero no importaba en República Dominicana no servía.

Desembarcamos y me subieron a un Citroen, no conocía nada, pero no estaba asustada. Nada peor de lo que me había pasado podía pasarme. Me llevaron a una casa de las afueras siempre acompañada por Marta. Llegamos, era una casa grande con jardín grande. Me hicieron pasar a una habitación donde tras un escritorio esperaba una señora con cara de bonachona, Marta me presentó y se retiró sin saludarme. Doña Grecia, era el nombre de la que me recibió.

  • A ver cariño, vamos a sentarnos en ese sillón y a ver cómo podemos arreglar tu situación Se sentó al lado mío apoyó su mano en mi hombro y me atrajo a su lado

  • Mira, sabemos por lo que pasaste, tuviste suerte que te encontrara Marta. No te das cuenta lo que es Puerto Príncipe ahora, te hubiese podido pasar cualquier cosa y ninguna buena. Aquí vas a estar unos días hasta que podamos arreglarte el futuro. Tienes el pasaporte español y seguramente lo mejor es que te vayas a España.

Doña Grecia me inspiraba confianza, era tierna conmigo, me preguntaba mucho por mi familia si tenía parientes en España con quién comunicarse. La verdad que de eso no sabía nada, no tenía noticias de nadie. Pasaron quince días cuando después de comer me llevó al escritorio para contarme las últimas noticias.

  • Emily, tu destino está en España, pero tú sola no puedes entrar, pero es una lástima que pierdas tu futuro por eso. Me dijiste que te gusta estudiar, esta es tu oportunidad, allí vas a poder estudiar. Tu pasaporte está perfecto, si quieres ir alguien tendría que hacerse pasar por tu papa. Tienes que estar de acuerdo, tenemos al hombre que nos hace ese favor, pero tú tienes que ayudar, y en la aduana decir que sí, que es tu papa.

  • Pero ¿y el documento?

  • Por eso no te preocupes, déjalo en nuestras manos que no va a haber problemas.

Bueno, y así fue mi entrada a España con casi quince años acompañada de un padre ficticio

Esa fue otra etapa en mi vida. Al salir del aeropuerto nos estaba esperando un coche grande y moderno. En Haití no los había visto, me hicieron subir a la parte trasera, con una señora que me recomendó que me pusiera cómoda que el viaje iba a ser largo. Medio me adormecí. Sé que pararon para bajar a mi “padre” (nunca más lo volví a ver) y de ahí me quedé dormida. Paramos dos veces en unas gasolineras, dónde poder ir al baño. Compraron unos emparedados y unas cocas y seguimos sin hablar. Yo no me atrevía y la señora no se molestaba en decirme nada. Podía mirar los carteles para saber por dónde íbamos, pero era igual, no conocía nada. Pude ver cuando entramos en Málaga. Después de un buen rato de andar, pude divisar el mar. El sitio era precioso, las casas eran mansiones de un lujo exagerado. Pasamos por medio de la ciudad y seguimos por la costa hasta llegar a una ruta que nos alejaba del mar, entramos por un camino hasta llegar a unos portones que se abrieron dándonos paso para acercarnos a la entrada de un palacio (porque eso es lo que era) dónde me esperaba una mujer de mediana edad, que me recibió cariñosamente cómo si me conociera de mucho.

  • Cariño ¿cómo te va) debes de estar cansada, ven pasa yo soy Irma, voy a estar a tu cuidado, vas a ver que nos vamos a llevar muy bien. – la saludé educadamente y la seguí hasta dentro de esa mansión, me llevó hasta una habitación que contaba con una cama un armario y una mesa pequeña. No estaba mal, pero para un sitio como ese no daba la talla. No me importaba, tenía otras preocupaciones para fijarme en los muebles.

Irma era protectora, a pesar que las lastimaduras se me habían cerrado bien, era muy cuidadosa, me revisaba y me pasaba crema por todo el cuerpo. Para que negarlo me gustaba. me arreglaba el pelo, las uñas, me maquillaba, me hacía andar en tacos y me corregía el modo de andar. Me hacía ver videos de modelos, como caminaban, las poses, el glamour.

Terminé por convencerme que me estaba preparando para modelo. No es lo que me gustaba, pero no tenía remedio. Era amable y cariñosa. Una sola vez la vi furiosa con una chica de unos 25 años, no sé qué había pasado, pero le dio un cachetazo que le hizo sangrar el labio.

Cuando se dio cuenta que había visto la escena vino a explicarme no sé qué cosa horrible había hecho que merecía ese castigo.

Conmigo siguió igual. A la chica la vi fregando y haciendo los trabajos peores, no la trataban muy bien que digamos.

Ya hacía como un mes que estaba en ese lugar. De lo que se hacía allí no tenía idea, sabía que se hacían fiestas bastante ruidosas en la parte principal de la casa. Esos días temprano, venían otras muchachas en un minibús que conducía un señor grande, rubio casi blanco, las bajaba a los empujones. Un señor que daba miedo.

Esos días me encerraban en mi habitación. El entrenamiento a que me había sometido Irma se notaba. Los tacos altos habían conseguido que mi trasero quedara más salido. Los senos sin ser muy grandes estaban firmes, podía andar sin sujetador sin ningún problema. Mi cara, siempre me habían dicho que era bonita, un tanto aniñada y exótica me hacía más interesante.

Irma me estaba avisando que pronto me iba a presentar e iba a ser la sensación, tenía que sacrificar un tiempo las ganas de estudiar e iba a ver qué futuro me esperaba.

Eso de modelar no me gustaba, pero tampoco me parecía un sacrificio. Sabía por las revistas que ganaban mucho dinero, y bueno, podía estudiar más tarde.

Dos días antes de la presentación me empezó a preparar, me daba crema por todo el cuerpo, revisaba que no tuviera ningún pelito (era casi lampiña) las uñas tenían que estar perfectas, todos los detalles.

El día anterior me detalló toda la comida para que no me indispusiera.

Llegó el día, Irma desde la mañana estuvo conmigo cuidando todos los detalles.

  • No te tienes que poner nerviosa, es tu primera vez y tienes que estar perfecta, ¿cómo estás del estómago? Mira que más de una, la primera vez se descompuso y fracaso por eso.

  • Estoy bien, estos días estuve comiendo liviano, me siento bien

  • Mira, no nos vamos a arriesgar, sé que no te va a gustar, pero menos te va a gustar si te sientes mal, cuando sabes que te están mirando los nervios se sienten en la barriga. Te voy a dar un enema y así estamos seguras.

La verdad no me gustaba nada, pero que le podía decir, ella sabía más que yo, y entró el enema y salió lo que tenía que salir. Estuve nada más que con una camiseta larga hasta el momento de vestirme. No me había mostrado el vestuario. La reunión era en la parte principal de la casa. Las otras chicas ya habían llegado, no sé dónde se vestían, la música ya estaba sonando y yo todavía nada. Al fin llegó Irma con la ropa

  • Mira me la dieron recién, quieren que te presentes con este modelo, creo que vas a quedar divina – era una blusita de colegiala y una faldita de tela escocesa que apenas me tapaba el culo, bueno también venían unas bragitas semitransparentes que mostraban más de lo que ocultaban, eso sí, eran muy lindas.

  • Pero Irma ¿esto es lo que se va a usar?

  • Si cariño, empiezas con esto para que te vean, recién cuando vean cómo te portas te van a contratar, paciencia y un poco de sacrificio – no tenía más remedio que hacerle caso, me terminó de pasar la crema, en el ano me puso una medio adormecedora.

  • Irma ¿para qué me pones eso? – me contestó molesta

  • Ay Emily, no preguntes tanto, vas a ver que me lo vas a agradecer. – me miré en el espejo y me di cuenta que ahí no había ninguna nena. La faldita no alcanzaba a tapar las bragas, y esa blusa que me quedaba chica, más que ocultar mis senos los mostraba.

  • ¿Qué tengo que hacer, es una pasarela?

  • No, es cómo este dormitorio, tu entras saltando, haces que estás contenta, te arrodillas un momento en la cama y te sientas a esperar, si quieres cuando te sientas haces que te das cuenta que te están mirando, te llevas la mano a la boca cómo que estás sorprendida y luego esperas, ahí te van a decir lo que hacer

  • Pero si hago así me van a ver el culo

  • Te verán las bragas, que bien bonitas son, eso no duele – no estaba convencida pero bueno. Me llevó por un corredor que nunca había visto. Entramos a una estancia con varias puertas, algunas eran baños o vestuarios. En unos sillones ropa mal acomodada se amontonaba. Escuchaba lo que estaban anunciando a los gritos. Nuestra pequeña gran estrellita para el deleite del ganador o ganadora.

  • Vamos, entra y haz cómo te dije, animo

Abrió la puerta y entré saltando cómo una colegiala (qué eso es lo que era)

Una ovación me sorprendió, las luces me encandilaron, me subí arriba de la cama para escaparle al reflejo, me di cuenta que ahora enfocaban mi culo, me senté puse los pies como en yoga y me atreví a mirar. El escenario estaba rodeado de mesas. Señores con muchachas en las rodillas, y alguna mujer también teniendo una chica en su regazo. No sabía qué hacer, Irma me dio un libro para que hiciera que leía y eso es lo que hice mientras miraba por arriba lo que estaba pasando.

Había una subasta, parece que era muy pareja, ofrecía uno y enseguida otro respondía con una oferta mayor, en un momento quedaron callados como dando a uno por ganador. El rematador se subió dónde estaba yo, me agarró del brazo. Ven querida, me dijo, me dio vuelta y me bajo las bragas. Vean señores y señoras, vean que maravilla, un culito así virgen dónde lo van a encontrar, vean lo redondito, lo paradito, algo que nadie ha tocado, oferten señores oferten que esta oportunidad no la van a encontrar más.

Yo me moría de vergüenza y rabia, empezaron a pujar nuevamente, creo que estaban un poco tomados porque lo que ofrecían era una barbaridad ¿qué harían conmigo? De pronto se hizo el silencio, alguien había hecho una oferta que nadie igualaba, estuvieron un instante así hasta que el rematador nombró al ganador. Una salva de aplausos retumbó en el salón.

El subastador hizo el anuncio. -Aquí Don Ruperto Sanata tendrá el placer de estrenar este culito regalo de los dioses. Don Ruperto ¿está usted listo?

  • No, que venga una chavala que me dé un poco de aire – enseguida subió una que se arrodilló para ver si podía poner firme al tiesto ese. A base de chupetones se despertó el dormido, me agarró de las caderas, yo a los chillidos, todos los espectadores riéndose

  • Don Ruperto mire que por adelante no, eso vale otra cosa

  • ¡Sí, hombre sí! Que te crees que no sé lo que es un culo

Yo me revolvía y no dejaba que me agarrara bien, hasta que subió el rubio grandote y me agarró la cabeza y la apretó contra la almohada, no podía respirar – Quédate quieta que va a ser peor – y me quedé quieta. Así cómo estaba el Ruperto ese me dio un beso y un mordisco en el culo en medio de los gritos de esos degenerados, después de eso, todos los gritos fueron míos. Me dolió, parecía que me estaban desgarrando, quería escaparme, pero estaba bien sujeta. El rubio me decía que me quedara quieta que me dolería menos, pude morderle la mano, pensé que me iba a pegar, pero no, me inmovilizó mejor hasta que el hijo de puta ese se descargó en mi tripa, retiró la polla y una ovación lo saludó. Esa era la juerga de ellos.

Quiso que lo limpiara a base de mamadas, pero el rubio lo frenó

  • No aquí se come lo que se paga y esta niña está muy mal – en ese momento casi le agradezco, me sacó de ahí y me llevó a la habitación de al lado, Irma me estaba esperando

  • ¿Qué te hicieron pobrecita? Ven mi amor, son unos hijos de puta, a una niña como tú hacerle esto, no tienen perdón.

Me encontré perdida. Me acordé cuando pensaba que peor no me podía pasar, ahora ya pensaba que lo peor estaba por venir.

Me dejé guiar hasta mi cuarto y me tiré en la cama, estaba dolorida, Irma me consolaba

  • Ven qué te pongo una cremita que te va a aliviar, si hubiese sabido no te hubiese llevado, aunque el rubio, se llama Jerto es más malo que una víbora y es capaz que me mataba – me puso la crema con toda delicadeza. No terminaba de creerle, la crema adormecedora que me puso a lo primero, ¿para que me la puso si no sabía lo que me iban a hacer? Mejor no pensar.

Los siguientes días estuve hermética, callada todo el tiempo, limpiaba mi habitación y lo que me mandaban, Irma quería sacarme conversación, pero a mí no me apetecía, estaba perdida sin encontrar el rumbo. Si pensaba escaparme ¿adónde iba? En un pais que no conocía, los documentos no los tenía yo, pinta de española tampoco tenía, si no me deportaban es porque no sabían a dónde.

Irma se daba cuenta que había perdido mi confianza, no sé si le importaba. Una tarde que estaba sentada pensando, se sentó a mi lado

  • Piensas que cuando te llevé sabía lo que te iban a hacer verdad – la miré y seguí callada – piensas bien, lo sabía, pero no tenía más remedio. Si no te preparaba yo te iban a mandar a alguien que te iba a tratar mucho peor. Tú no sabes cómo son esta gente, no tienen misericordia con nadie. Jerto es un demonio, es el jefe, me tiene amenazada con qué va a matar a mi hija allá en Hungría y le tengo que obedecer, aquí tiene mis papeles y tampoco puedo andar libremente. Yo también tuve que hacer lo que hiciste tú un montón de veces. Por mí no pagaban tanto. Por medio de un cliente pude avisar a mi familia que escondiera a mi hija. Si me llega algún aviso de que la escondieron voy a tratar de escaparme, podíamos hacerlo juntas. Claro hay que esperar, mientras tanto hacer caso – unas lágrimas le corrían por las mejillas.

  • Me prometes que si te puedes escapar me llevas contigo – llevó mi mano a su corazón

  • Te lo prometo, este en Hungría es un juramento de sangre, no podría renegar de él.

Bueno, me había engañado pero la comprendía, estaba la hija por medio y ese hijo de puta de Jerto (ya me entendía bien con las malas palabras) se veía más malo que un demonio. Me renacieron las esperanzas. Tendría que soportar vaya a saber qué cosas, pero con ilusión.

Me remataron el culo cuatro veces, claro ya no pagaban tanto, y yo tampoco peleaba tanto, sabía que no tenía remedio.

Mientras tanto Irma parece que recibió algún anuncio que le indicaba que su hija podía estar a resguardo. Estaba pensando un plan para escapar. Tenía que ser seguro, sino podíamos pasarla muy mal. Se aproximaba el día de otra fiesta, Irma vino con un vestido precioso

  • Mira lo que me mandaron para que te pongas ¿es hermoso no?

  • El vestido sí, lo que tendré que dejarme hacer, una mierda

  • Ten fe, creo que ya tengo algo planeado que puede salir bien, es cuestión de unas semanas

Cuestión de unas semanas. Estaba tan desprotegida que unas semanas dejándome romper el culo, ya no me asustaba. Con el vestido venía un ajuar completo que costó lo suyo.

  • Creo que esta vez te toca llorar

  • ¿Por qué? ¿qué más pueden hacerme?

  • Es qué vas de esposa niña, y las esposas niñas cuando se casan lloran

  • Qué ¿me van a casar?

  • No, pero lo va a parecer, si les sale bien se van a cansar de casarte

  • Espero que antes que se cansen podamos escaparnos.

El día del seudo casamiento Irma se esmeró, el vestido ayudaba, pero lo de abajo del vestido ayudaba más. Unas medias blancas sujetas por un ligero. Unas braguitas y un sujetador que era un sueño, me había pasado crema dejándome la piel brillante, me miraba al espejo y me daba ganas de casarme conmigo. Lástima lo que me tocaba hacer.

Entré al mismo sitio de la primera vez, pero el escenario era diferente. La cama con sabanas de seda. A los costados, adornos florales, velas bien colocadas para ver claro al mismo tiempo que parecía que estaba a media luz, y unas cámaras que descargaban en dos televisores de alta definición, que reproducían los detalles.

Mi papel es estar arrodillada en la cama con un rosario en la mano cómo para la comunión, el vestido formando una campana me daba un aspecto de virgen que los televisores resaltaban, una virgen esperando a su enamorado. La subasta empezó. Yo rogando porque no me tocara algún bestia baboso. Los números iban para arriba. Me extrañaba, varios de los que estaban ahí sabían que no era la primera vez. Las cantidades iban subiendo. Ahí no había ningún verdulero. Parece que todos estaban forrados. Al último quedaron dos. Uno vestido de beduino, barbudo, me metía miedo. El otro, un rubio guapo con una sonrisa de chico bueno, no muy chico, pero bueno. Rezaba para que ganara el, y ganó. No es que me matara la alegría, pero de dos males el menor.

Después de recibir las felicitaciones subió al aposento, me hizo pararme y me fue desnudando al mismo tiempo que se desnudaba él. Quedé parada en la cama con nada más que el sujetador y las bragas. Él con el calzoncillo se le notaba un bulto descomunal. No me imaginaba que eso fuera lo que me imaginaba. Me sacó el sujetador y termino de desnudarse. Era lo que tenía que ser, de verlo me dolía el culo. Me había puesto un poco de crema anestesiante, pero eso me daba miedo. Ya estaba lamentando que no haya ganado el beduino. Terminó de sacarme las bragas y tuvo la delicadeza de darme un beso en el pubis. Me puse en cuatro para recibirlo más cómoda, pero me dijo

  • No cariño, quiero hacerlo viéndote la cara – iba a ser más incómodo para los dos, pero si él quería. Me di vuelta y me quedé mirándolo. Me agarró de una pierna y con la otra se agarró el cipote, cerré los ojos sabía que me iba a doler. Los tuve que abrir de apuro.

  • Eh…por ahí no, por ahí nunca

  • Ya lo sé bonita y yo pagué por dónde nunca, eres mi virgencita. Yo estaba más seca que el Sahara en verano. No se anduvo con reparos, me la metió de golpe que por el grito que dio también le dolió a él. No se anduvo con finuras, mis gritos dejaron mudos a unos cuantos. Algunos me deben haber tenido lástima. No el hijo de puta que me estaba taladrando, me miraba con un sadismo que me aterrorizaba, me notaba mojada, muy mojada, la sangre moja. Ya no aguantaba el dolor me estaba desmayando. Antes de perder el conocimiento, pude darme cuenta del tremendo alboroto que se armó.

Me desperté, una mujer vestida de doctora estaba a mi lado. Me termino de abrir bien los ojos y me los miró con un aparatito. Estaba en un hospital. Estuve un rato sola hasta que entraron otra doctora y una mujer vestida de policía.

  • ¿Cómo te sientes? – me preguntó la médica, no contesté, tenía miedo – tenemos que dejarla descansar, esta alterada, así cómo está no vas a sacar nada de ella – le dijo a la otra mujer

La uniformada trajo una silla y se sentó al lado de la cama, se acercó para decirme

  • No tengas miedo, ya paso todo, yo te tengo que cuidar, tú duerme, después hablamos – y se puso a leer un libro tranquilamente.

Parecía simpática, era bonita, aun con uniforme era bonita. No sé de qué me valía, todo lo que me pasó fue entre gente que me parecía buena. Me dolía la vagina, la notaba adormecida, pero me dolía. ¿qué habría pasado? me acordé del terrible dolor que sentí, pude ver gente corriendo, pero ahí se terminan mis recuerdos, me debo haber desmayado. Ahora tenía sueño, raro recién me despertaba y ya tenía sueño, miré la sonda conectada a mi brazo y me fui quedando dormida.

Volví a despertar sin saber si era mañana o tarde, claridad había. La de la policía todavía estaba allí. Se dio cuenta y se me quedó mirando. Tenía cara de buena, me daba miedo. Me acarició la cara mientras me preguntaba con voz dulce

  • ¿Te sientes mejor? ¿quieres que llame al médico?

  • No sé, ¿qué pasó? ¿dónde estoy?

  • Estás en el hospital. Lo qué pasó quizá lo podrías decir tú. ¿es cierto que eres haitiana? – le contesté con la cabeza - ¿cómo llegaste aquí? Encontramos tu documento y el de tu padre, cómo es qué te dejó en ese sitio.

  • Mis padres se murieron en el terremoto. El señor que me hizo entrar no era mi padre.

  • Ya me perecía, nadie puede ser tan hijo de puta de hacerle eso a su hija. Mira si quieres hablar lo puedes hacer, no tienes que tener miedo, están todos presos, pillamos a toda la banda. ¿Sabes de alguna que estuviera cómo tú?

  • Sí, se llama Irma, esa mujer trató de ayudarme, pero ese Jerto la amenazaba con matar a su hija, ella no es de la banda – me miró con pena

  • Bonita; esa tal Irma es la jefa de la banda, y Jerto es el que nos dijo dónde estaba tu documento. Pobrecita, viviste engañada, pero bueno, piensa que eso ya pasó.

Después de eso estuve dos días más internada. Cuando me dieron el alta, me llevaron a una oficina dónde entre cuatro me aturdieron a preguntas. Una era psicóloga y cuando me veía sobrepasada paraba el interrogatorio. Al fin escucharon todo lo que podía contestar.

No tenía familia ni en Haití ni en España. No quería volver a mi patria, pero aquí no lo había pasado mejor. No sé lo que iban a hacer conmigo, pero después de lo que pasé tampoco me importaba.

Creo que tuve suerte. Me metieron en un hogar escuela para chicas refugiadas. Para mí, era el mejor sitio del mundo me iban a hacer estudiar ¿me harían estudiar? O volvería a ser un espejismo como siempre.

Una vez que me instalaron en el hogar no tuve por qué quejarme, el trato era amable, teníamos nuestras obligaciones, pero estábamos bien atendidas. Tenía un problema, el nivel de estudio era bajo, muchas no dominaban bien el español, aparte no tenían instrucción previa, provocaba que las maestras me dejaran aparte al nivelar para abajo.

La profesora de lengua Soraya, era la que más atención me daba. Me aconsejaba los libros que podía sacar de la biblioteca para redondear la enseñanza que me podían dar.

Leía de todo, tener amigas me era difícil. Mi desconfianza con todo el mundo me impelía a ser huraña con todos. Ya no estudiaba por saber, más bien era por encontrar en los libros un refugio. Una forma de apartar, de borrar de mi mente los recuerdos de mi pasado.

No tenía amigas ni quería tenerlas, si no esperaba nada de nadie no me podían traicionar.

Una tarde cuando termino la clase, Soraya me pidió que pasara por consejería que tenía algo para ofrecerme. Al terminar fui a verla. Entré en la oficina y me pidió que me sentara - Emily, te das cuenta que aquí estas desaprovechando tus aptitudes. No es que las profesoras no pongan voluntad, pero hay un desnivel tan grande que no pueden ocuparte de ti como mereces. Si quieres hacer una carrera universitaria aquí no lo vas a conseguir. A los 18 años te vas a tener que ir y afuera no vas a encontrar nada que te sirva – me sentí apremiada

  • Pero ¿y qué voy a hacer? ahora tampoco tengo otro lugar dónde ir

  • Si quieres tienes, y si te empeñas estudiando cómo hasta ahora, tienes la oportunidad de seguir la carrera que te guste – lo que me ofrecía era un paraíso, pero dónde estaba la trampa, esas cosas no caen del cielo como así.

  • Mira, tengo una conocida que le gusta ayudar a las chicas que tienen capacidad y ganas de estudiar y qué no tienen recursos. Ella puede ser tu tutora hasta que cumplas los dieciocho años, después te puedes quedar allí hasta que te recibas – era todo muy bonito pero mi experiencia me hacía tenerle miedo

  • Yo la verdad prefería quedarme aquí, me siento más segura. – me sonrió

  • Tienes razón en tener miedo después de lo que te pasó, pero esto es diferente. Vas a ir a un colegio bien organizado. Cuando aprendas vas a ir sola. Vas a poder hablar con quién quieras, si te ves en peligro, denuncias, los guardias están por la calle, tendrás un móvil. ¿por qué no hablas con la Duquesa? Si no te gusta, pues no vas – quedamos con qué me iba llevar a ver el que podía ser mi nuevo hogar.

Al otro día después de la clase de la mañana, Soraya me llevó en su coche a conocer esa señora tan altruista como para pagarle la carrera a una chica como yo.

Llegamos a una mansión bien cuidada, los jardines una hermosura, unas fuentes entre medio, seguramente echas por orfebres de renombre. Gente paseando entre plantas cuidadas exquisitamente. Una mansión como a las que yo le tenía terror. Pasamos por el costado hasta llegar a una parte también muy bonita, pero el jardín ya era de este mundo. Paramos en una puerta más discreta, dónde se podía leer “Entrada de servicio del palacio de la Duquesa de Travia”

Nos paramos en la entrada, y Soraya le dio a un llamador que hacía notar la antigüedad de esa puerta. Nos salió a recibir una mujer de uno veintitantos años, quien nos saludó de beso y nos hizo entrar. Se dirigió a Soraya con una sonrisa

  • ¿Esta es la nueva estudiante que me recomiendas?

  • Sí, cuando la conozcas vas a ver que es justo lo que tu pretendes de tus pupilas – quizá la palabra en ese contexto no estaba mal, pero mis recuerdos me la hacían parecer desagradable

  • ¿Y a ti qué te parece? ¿te gustaría quedarte aquí? Si te gusta estudiar como dice Soraya no vas a tener problemas.

  • No sé, ¿qué tendría que hacer para pagar mi estadía? – tenía miedo, no sabía que tenían que hacer las pupilas.

  • Para pagar la estadía tendrías que tener ordenado el cuarto, el baño limpio, y ayudar en la cocina cuando te toque. Lo que se hace en todas las casas – su mirada me parecía confiable, pero yo no tenía confianza en lo que me parecía. Hasta ahora siempre me había equivocado. Está chica parecía simpática, estaba vestida con jean y una camisa de trabajo, era alta como yo (de mi 1,60 de los catorce años ya había crecido diez centímetros más) – Mira, sé que tienes miedo. Soraya me contó un poco de tu vida y tienes razón para tenerlo. Yo te muestro cómo sería tu vida con nosotras, te lo piensas y decides, ven.

Desde el salón donde estábamos, subimos una escalera de mármol que nos llevaba a un corredor ancho lleno de puertas. Llegamos a una y nos hizo entrar

  • Ves, este sería el cuarto tuyo – la habitación era muy espaciosa, una cama de plaza y media en el medio, un televisor, ordenador con impresora sobre un escritorio. Un armario grande y una pequeña biblioteca con muy pocos libros. Me quedé sorprendida

  • ¿Este sería para mi sola? Y esa puerta a dónde va, pregunté señalando la que se veía allí

  • Este es tu baño, el que te dije que tendrías que tener limpio con el resto de la habitación. También tendrías que lavar tu ropa, y ayudar en la cocina cuando te toque, tratamos de apañarnos nosotras solas - El baño hacía juego con la habitación, bien instalado con bañera y todo. Cuanto más me gustaba más miedo me daba.

  • ¿Y esas otras chicas qué hacen?

  • Emily, no seas tan desconfiada, no vas a comparar esto con el hogar – me reprendió Soraya

  • Compréndela, la que se quema con leche…vamos abajo y te explico – bajamos y nos llevó a una cocina inmensa (todo en ese sitio era inmenso) nos sirvió un café que tenía preparado, y con las tazas en la mano pasamos a un salón con varios sillones. Nos sentamos

  • ¿Querías saber que hacen las otras chicas? Están en la universidad, aquí menos yo todas estudian. Tú si vienes también tienes que estudiar – mejor que eso no podía encontrar, pero seguía dudando. Me acordé de la otra mansión dónde adelante era una cosa y atrás otra.

  • Y en la parte de adelante que hay, vi bastante gente – me sonreía con condescendencia, Soraya me reprochaba con la mirada.

  • Adelante está el palacio. Si viste gente es porque aparte de ver los jardines, hay un museo histórico, una pinacoteca, una biblioteca de libros antiguos. En fin, algo que la gente quiere ver y paga para verlo. Eso ayuda a mantener todo eso – eso eliminaba uno de mis miedos.

  • ¿Y la Duquesa no me exigirá algo más? – se echaron a reír

  • No, estate tranquila que no te va a exigir nada más

  • ¿Y cuándo la voy a conocer?

  • Bueno, no se presentó, pero hace un rato que la conoces. Perdón por no presentarme, Josefina Devermet y un montón de nombres más, Duquesa de Travia. Aquí adentro me gusta que me llamen Fina, y está prohibido tratarme de usted – abrí los ojos asombrada

  • Usted, ¿tú la Duquesa de Travia? Perdona, ¿así son las Duquesas? – soltó la carcajada

  • Esta sí, ¿y qué te parece, vienes o no vienes? – en ese momento veo por el ventanal una chica que llega en bicicleta, la deja y entra saludando

  • Hola mami. Ah estás acompañada, disculpa

  • No, no, ven aquí que te presento. Esta es Soraya, la profesora del hogar escuela, y esta es Emily, la estoy convenciendo si quiere venir con nosotras, ella es Sofía, una del clan.

  • Ay ojalá venga, que chula. Anímate que mejor lugar que aquí no vas a encontrar. Bueno, voy a guardar mis cosas – subió la escalera corriendo rumbo a una habitación.

  • ¿Y qué te parece? ¿te quedas o no te quedas? Mira si quieres puedes probar, si no te gusta puedes volver al hogar, hasta los dieciocho años puedes estar allí.

Eso es lo que me daba miedo, ¿qué sería de mí cuando me fuera del hogar? Lo que me estaban ofreciendo era lo mejor que podía pretender. La experiencia me hacía tener miedo, pero no podía estar con miedo toda la vida. Alguna vez tenía que crecer.

  • Sí me quedo – lo dije como si me estuviera casando, se echaron a reír y fina me abrazó

  • Muy bien, ya eres una de las nuestras, vas a ver que te va a gustar, ¿la llevas a preparar sus cosas? -Le pidió a Soraya – luego voy a llenar los papeles.

A veces la vida se nos hace oscura, pero siempre puede aparecer un atisbo de luz que ilumine nuestro futuro