Una lección al compañero de mi hijo.
Los compañeros de colegio de mi hijo comienzan a despertar a la sexualidad y me miran con deseo, pero uno de ellos es más lanzado y tengo que darle una lección.
Hace apenas 5 años, cuando mi hijo tenía tan sólo 18, era habitual que los críos del grupo de amigos de la clase hiciesen quedadas los fines de semana para estudiar y para jugar a la PlayStation hasta las mil. Iban haciendo rotación por las distintas casas de los niños con lo que cada cuatro semanas más o menos paraban por mi casa todos esos torbellinos.
Aquel fin de semana era un mayo muy caluroso y el que por entonces era mi marido, que trabajaba en la noche, pasaba esos días fuera trabajando y poniéndome los cuernos con cualquier golfa como venía siendo habitual. Mi matrimonio se había convertido en un desastre y yo había empezado hacía un año a hacer escapadas con mi actual pareja, Antonio, que me tenía completamente erotizada y emputecida con su manera de follarme y sus juegos que llevaban al límite mis esquemas sexuales. Yo, que había sido siempre bastante mojigata me sentía una autentica zorra y me encantaba.
El sábado a mediodía habían llegado dos de los amigos de mi hijo, Iván y Oscar, el tercero de los habituales no había podido venir en esta ocasión porque se encontraba enfermo según me dijo la madre por teléfono. Teníamos mucha confianza y sintonía entre el grupo de padres y madres de la clase de los niños.
Cuando llegaron yo andaba por casa cómoda, como siempre. Andaba descalza, llevaba un short de lycra gris que no cubría completamente mi culo respingón y duro, y un top fucsia bajo el que llevaba un sujetador negro para sujetar mis tetas que siempre vi enormes y me crearon complejo cuando era más joven. Los niños me saludaron como siempre en la entrada y les dije que subiesen a la habitación de mi hijo mientras yo seguía en la cocina preparando el almuerzo y no pude dejar de notar la mirada lasciva de Iván clavándose en mi culo mientras yo entraba en la cocina.
- “¿Te has cambiado el piercing del ombligo, Lola?” – dijo sonriendo.
Volví la cara y le sonreí antes de seguir pelando patatas en el fregadero. Me resultó enternecedora la situación ya que había visto crecer a estos niños junto a mi hijo y ya se hacían mayores y comenzaban a despertar a la sexualidad.
Iván era el más desarrollado del grupo de amigos. Había crecido más rápido que los demás y, aunque aún tenía rasgo del niño que era, ya era un tipo alto y su cuerpo comenzaba a atisbar que era casi un hombre. Jugaba en el equipo de fútbol de la escuela y era un niño muy guapo, el terror de las niñas del cole con sus ojos verdes y su pelo rubio siempre medio despeinado. La Semana Santa anterior, un mes atrás, nos habíamos ido de vacaciones algunos padres y ya en la piscina del hotel, viendo el cuerpo de Iván su padre se enorgullecía de que sería un rompecorazones. Luis, el padre de Iván, y yo siempre habíamos tenido mucha complicidad y nos hacíamos alguna confidencia. Se puede decir que sin ser amigos estábamos en un nivel de confianza superior al resto.
Un par de horas después de su llegada llamé a los chicos para que bajasen a almorzar. Comimos en la mesa baja del salón. Mi hijo y yo en el sofá e Iván y Oscar en unas banquetas bajas frente a nosotros. Todo eran risas y chorradas propias de la edad, videos de YouTube de caídas, etcétera. Iván, sentado en frente mía, no perdía oportunidad de recorrerme con la mirada. No llevaba ropa interior bajo el short y la costura se había enterrado en mi entrepierna dejando intuir mis labios vaginales. En una de sus miradas noté que tenía las piernas demasiado separadas y que le cambiaba algo el gesto. Al cruzar la mirada conmigo volvió a la conversación con los otros un poco ruborizado, pero pude comprobar como el pantalón de su chándal dibujaba el bulto de su polla morcillona por el panorama que tenía enfrente. Me sonreí y seguí comiendo. Al terminar me llevé mis cosas a la cocina para ir metiéndolas en el lavavajillas y les pedí a los chicos que me acercasen los platos y vasos conforme fueran terminando.
Cuando estaba comenzando a enjuagar mi plato en el fregadero llegó Iván con los de los demás y de acercó para meterlos en la pila, provocando que apoyase su bulto en mi culo y que yo notase su polla empalmada a través de la fina lycra del short. Noté como miraba por encima de mi hombro derecho el canalillo de mis tetas, ya Iván era bastante más alto que yo. La situación me violentó, me puse colorada y comenzó a entrarme calor por la nuca y me quité del fregadero notando el roce de la polla del chico en mi culo mientras le daba las gracias por traer los platos.
- “Gracias a ti, Lola”, hizo una pausa de unos segundos “por el almuerzo” – concluyó Iván.
Los chicos se subieron a la habitación a estudiar y yo me tumbé en la cama a echar media hora de siesta. Antes de dormir llamé a Antonio, por aquel entonces mi amante, para contarle lo sucedido. Le dio morbo la situación y consiguió calentarme por teléfono hasta el punto de tener que tirar de mi vibrador para apañarme mientras le oía decir sus burradas acerca de las ganas que debía tener el chico de montar a la madre de su amigo y que ese era un sueño erótico recurrente de casi todos los adolescentes.
La tarde discurrió sin novedad. Los chicos arriba montando ruido con sus risas y yo abajo en el salón chateando con Antonio en foros de parejas liberales donde morboseábamos, intercambiábamos fotos con otra gente y concertábamos citas siempre que era posible entre tanto pajillero camuflado.
Tras la cena los críos se quedaron en el salón ya que pusieron la PlayStation en la televisión grande y yo me di una ducha y me metí en la cama. Los oía vociferar y reír a cada momento. Me quedé dormida destapada sobre la cama mientras leía. Hacía un calor en casa terrible y solo llevaba puesto un tanga pequeñísimo de encaje. Una de las veces que desperté por el maldito calor volví a pensar en lo que había estado hablando con Antonio y cómo de cachonda me había puesto con él recordando la violenta situación de mediodía con Iván. Metí mi mano bajo el tanga y comencé a acariciarme el clítoris. Metía mis dedos en mi coñito que estaba empapado. Con la otra mano me acariciaba los pechos y me pellizcaba suavemente los pezones. Estaba a punto de llegar a correrme con mi paja cuando oí pasos que subían la escalera y paré, bastante fastidiada porque se me había jodido el asunto, para no hacer ruido.
El corazón se me encogió cuando escuché que la puerta de mi dormitorio se abría con cuidado. No sé por qué, si por la excitación de ese momento tras estar tocándome o qué, pero me hice la dormida en la posición que estaba. Alguien entró en la habitación y cerró con cuidado la puerta. No era mi hijo porque él llama a la puerta. Lo oí andar alrededor de la cama unos minutos. Con los ojos cerrados y sin saber qué estaba pasando mi excitación subía. Dejé de oír los pasos unos segundos. Imaginaba allí de pie a Iván mirándome cuando noté sutilmente el roce de unos dedos en mi coño. Mi tanga se había quedado apartado durante mi paja unos minutos antes y mi coño estaba expuesto al mirón y húmedo y brillante de mi flujo. Contuve el espasmo por la sorpresa y seguí notando esos dedos que me acariciaban y que hacían tímidas incursiones de unos centímetros en el interior de mi vagina. Estaba volviendo a mojarme. Yacía de lado en la cama y pensaba en la imagen que Iván estaba divisando con mi culo en primer plano y mi coño expuesto y accesible a sus dedos con el tanga apartado.
Pasados unos minutos de tocamientos de aquellos dedos tímidos en mi coño y de excitación comencé a oír su respiración agitada. En un momento, noté varios disparos calientes sobre mis nalgas y que chorreaban sobre mi coñito. No pude evitar incorporarme de un salto. Me encontré junto a la cama a Iván con el chándal bajado hasta las rodillas y su polla en la mano. Como un resorte hizo un gesto brusco para taparse y yo me toqué el culo con la mano para comprobar que efectivamente se había corrido sobre mi culo tras pajearse. Me hice la sorprendida y me puse en pie junto a él.
- “¿Se puede saber que coño estás haciendo, Iván?” – le interrogué firmemente sin alzar la voz.
- “Perdona, Lola …. no sabes cuánto lo siento …. yo no quería” – balbuceaba el crío colorado como un tomate.
- “¿Que te perdone qué? Entras en mi dormitorio y te haces una paja y te corres encima de mí. ¿Estás enfermo? Podría ser tu madre. Te conozco desde pequeño, Iván.” – obvié decirle que había notado cómo me había tocado y metido los dedos en el coño.
Iván mantenía la cabeza baja y ni me miraba, muerto de la vergüenza. Seguí con los pantalones bajados y con las dos manos tapándose sus partes.
- “Súbete el pantalón y sal de aquí antes de que se me ocurra llamar a tus padres para contárselo” – le dije.
Se apresuró a subirse los pantalones y del bolsillo del chándal se le cayó el móvil. Se apresuró a recogerlo y yo reaccioné arrancándoselo de la mano. Al abrirlo entré directamente a la galería y cuál fue mi sorpresa, me había hecho fotos desde todos los ángulos posibles. Fui pasando las fotos una a una mientras el chico seguía con la cabeza agachada. Había hecho una incluso con su polla junto a mi culo y la entrada de mi coño.
- “¿Esto también es un descuido? ¿Para qué has hecho estas fotos?”. – pregunté con tono enfadado mientras borraba las fotos.
- “Las he hecho para mi …” – dijo balbuceando.
- “¿Para ti? Lo que eres es un cerdo, para la poca edad que tienes”. -Le recriminé.
En ese momento la actitud sumisa de Iván se tornó en una mirada de sentencia que me asustó. Clavó su mirada enfurecida en mi cara.
- “Cerda lo serás tú, que llevas todo el día provocándome con esa ropa y esos modelitos que te pones”. – me respondió altanero e insultante.
Yo no salía de la sorpresa por semejante argumento machista que me había soltado un niño al que yo he visto crecer. En ese instante de indignación no contuve mis impulsos y le di una bofetada. Se echó la mano a la cara con cara de sorpresa.
- “Esto no va a quedar así, Lola. Se lo diré a mi padre.” – dijo en tono de amenaza mientras recogía el móvil de la cama donde yo lo había dejado.
- “Sí. Háblalo con tu padre. Yo también le contaré a ver qué opina de lo que has hecho y de tu forma de comportarte.” – le respondí contrariada.
Salió del dormitorio y yo me dormí pensando en que iba a tener que hablar con Luis para contarle lo sucedido al día siguiente.
El domingo antes de mediodía los chicos se marcharon cada uno a su casa. A Iván vino a recogerlo su madre que lo esperó abajo. Al marcharse agachó la cabeza, avergonzado.
Agradecemos vuestros comentarios. Podéis contactar con nosotros por email parejaandalusi@gmail.com.