Una jefa perversa (3)

Erick está totalmente sometido a los deseos de su jefa, que ahora le requiere para que con la ayuda de un matón se folle a una bella y sumisa joven.

Una Jefa Perversa III

Erick está totalmente sometido a los deseos de su jefa, que ahora le requiere para que con la ayuda de un matón se folle a una bella y sumisa joven.

Los siguientes días fueron magníficos para Erick, en cuanto tenía un rato libre lo aprovechaba para rellenar el culo o el coño de su jefa. Raquel estaba como loca, nunca había disfrutado tanto con el sexo como con ese hombre, pero aun tenía más planes. Quería saber hasta donde era capaz de llegar Erick y para eso ideó una nueva estrategia. Esta vez deseaba que Erick se comportara como un matón cualquiera y que abusara de una chica contra su voluntad. Para eso utilizaría a Diana, una antigua cliente con bastantes trapos sucios por esconder, y a Oto, un camorrista que ya había utilizado en otras ocasiones y que acompañaría a Erick en su nueva misión.

Raquel le explico su plan a Erick. El y Oto debían ir al chalet de Diana y allí follarla. Ella no les denunciaría ya que tenía mucho que perder.

A la tarde del día siguiente Erick y Oto se presentaron en la puerta de Diana. Llamaron a la puerta y les abrió ella. Era una chica muy guapa, de unos 26 años, delgadita, con el pelo moreno y corto, y una boca que daban ganas de meterle de todo ahí dentro. Ellos se presentaron le dijeron que venían de parte de Raquel y que tenían que hablar de algunas cosas. Diana les hizo pasar y los sentó en el sofá del comedor a la vez que les ofrecía un café... no se imaginaba lo que aquellos dos hombres estaban a punto de hacer en su cuerpo.

Diana se fue a la cocina y puso la cafetera en marcha. Erick se apoyó contra el marco de la puerta de la cocina mientras la observaba. Diana sintió miedo de estar sola con él y volvió al salón. Al querer pasar un pie le impidió el paso mientras que una mano le exploraba el culo. - Déjeme tranquila por favor. Diana sirvió el café. Erick se quedó de pie apoyado como estaba junto a la puerta de la cocina explorando con los ojos a Diana. Ella sintió un frió que le corrió por la médula. Instintivamente apretó sus piernas como queriendo impedir la penetración de esas miradas que se iban haciendo cada vez más lascivas y que le hacían sentir un frío interior – No estás mal.

Diana se había sentado en una silla junto a la mesa que usaban para merendar. Erick se le acercó. Se puso de cuclillas frente a ella y comenzó a acariciarle las pantorrillas.

– Sabes que tienes buenos rieles, preciosidad. Me pregunto como será la estación. Su mano continuaba acariciando sus pantorrillas.

Diana comenzó a sentir miedo.

– Tengo que saber como es la estación donde terminan esos rieles tan prometedores. ¿Te desnudas para mí?.

Una navaja comenzó a pasar entre la oreja y la boca de Diana que ahora comprendía perfectamente a qué habían ido esos dos hombres.

–Vamos preciosa que no quiero dañar esa carita tan bonita que tienes, ¿sabes lo que pasaría si gritas?, pues que me pongo muy nervioso y con una navaja en la mano soy incontrolable. No quiero hacerte daño, créeme. Entonces pórtate bien.

Oto seguía sentado en el sofá, tomando su café, observando como Erick atemorizaba a la pobre chica.

La navaja se apoyo otra vez detrás de la oreja de Diana y se la dejó resbalar de filo por el cuello hasta asentarse sobre su blusa. Saltó un botón, y otro, y otro ... la blusa se abrió

  • ¿Por qué no quieres desnudarte para mí?, me haces trabajar mucho.

La punta de su navaja estaba otra vez en el cuello de Diana. Sintió la punta haciéndole daño y otra vez el filo que bajaba por su cuello hasta su sujetador. Un movimiento rápido y una tira de su sujetador se abrió. Apenas pudo Diana mantenerlo con la mano cuando un corte abría la otra tira. Ella temblaba del miedo.

-¿Te lo quitas o te lo corto?, pero si lo corto de un navajazo no puedo asegurarte que no te tocaré la piel con el filo.

Diana lloraba ¡Quítatelo ya carajo!. La pobre chica se abrió el sujetador por sus espaldas. La prenda cayó. Hasta Oto dejo la taza para admirar esas tetas. No eran muy grandes, pero eran redonditas y firmes, ribeteadas con dos pequeños y puntiagudos pezones.

Diana cerró los ojos pero sin poder contener las lágrimas. Sintió que le quitaban la blusa y unas manos que la tocaban, una boca que le chupaba los pezones mientras que una mano apretaba el seno que no estaba albergado dentro de la boca. Pensó que ya no podía hacer más nada para impedir lo que vendría. Tenía pánico a que le hicieran daño, la navaja le aterrorizaba. Pensó en su padre, en su novio, en su madre. Una mano se le metía entre las piernas por debajo de la falda. Con lágrimas en los ojos, sin abrirlos, con voz baja y suplicante se limitó a decir – Por favor no, no me hagan eso. No me violen. Por favor. Llévense lo que quieran, pero no me violen. – Luego nos llevaremos lo que queramos. Para eso no necesitamos tu permiso y para follarte a ti tampoco. Relájate.

Dos brazos fuertes la levantaron de la silla y la acostaron sobre la cama. La boca y las manos de Erick estaban ocupadísimas con sus senos, sus labios y su cuello. Su lengua que pasaba de un pezón al otro, subió por su cuello y comenzó a lamer sus labios. La boca de Erick chupó sus labios mientras su mano avanzaba de forma imparable entre sus piernas aguas arriba.

Diana lloraba. - Por favor no, déjeme, no lo haga.

–Preciosidad, estoy cachondo contigo. No me pidas lo imposible. Te tengo que follar así que no me obligues a hacerte daño. Acéptalo que será lo mejor para ti.

Le rasgó la falda. Dos buenas piernas y unas bragas color rojo saltaron a la vista. Esta vez Oto se levantó del sofá.

–Joder, vaya cuerpo que se trae la morenita.

Diana se llevó las manos a la cara. Dos manos le sacaban las bragas dejándola desnuda. Continuaron los besos y los chupones a sus senos, las lamidas a sus pezones y una mano juguetona se entretenía con sus labios vaginales. Por unos minutos no sintió nada, entreabrió sus ojos y vio que Erick se desnudaba. Siguieron las caricias y no pudo evitar los jugos que humedecieron su vagina. Dos fuertes manos le abrieron sus piernas y un pene se cobijó dentro de ella. Sintió el respirar jadeante del hombre que se había ubicado entre sus piernas, la humedad de su cuerpo sudoroso que le mojaba el vientre, el olor de su transpiración la excitaba, la saliva de sus lengua chupando sus labios le humedecía la boca, el filo de sus dientes clavándose suavemente en sus pezones le hacía apretar los dientes para no gemir y sobre todo la sensación de ese pene que no dejaba espacio libre en su vagina. Uno de sus brazos se introdujo por debajo de la cintura de Diana mientras que la otra mano apretó los cachetes de su trasero. Le levantó la parte inferior de su cuerpo atrayéndola hacia él. Sintió ese pene rozarle la profundidad de su vagina. Una sensación extraña la hizo vibrar. Arqueó aún más su cuerpo y ese pene comenzó a dar viajes largos y lentos en su interior dándole una sensación agridulce; agrio porque estaba siendo follada en contra de su voluntad y dulce por el placer que comenzaba a tener. Pensó que se iba a correr en cualquier momento y sintió vergüenza. Abrió los ojos y miró de frente a quien la estaba fornicando. Erick ya no podía más, estaba a punto de terminar. Sus embestidas se hicieron más potentes, entraba y salía del coñito de esa tierna chica a gran velocidad. Al final, viendo que llegaba lo inevitable, la abrazo con fuerza y le clavo su enorme miembro con gran violencia en las entrañas. El semen corría ya por el interior de Diana cuando el Erick la besó. Ella se dejó besar sin resistencia.

Permaneció dentro de ella apoyándose en sus codos para aliviar el peso que ejercía sobre su cuerpo. No hablaban. El la besaba, la chupaba y ella le dejaba hacer pero sin corresponder sus caricias. El comenzó a jugar con sus cabellos morenos. – Preciosidad, estás muy buena. Me eché un buen polvo contigo y te voy a dar otro sin sacártela. Me gustas. Diana sintió como volvía a adquirir rigidez el pene albergado en su interior. – Zorra, cambiemos de posición. Tú arriba y yo abajo. Giró en la cama llevándola a ella ensartada como estaba hasta colocársela montada encima suyo.

Diana, sólo pensaba en una cosa: pronto se irían. Solo aguantar un poco más.

Erick se colocó la almohada debajo del culo quedando en un ángulo de penetración óptimo. Echó el cuerpo de Diana hacia atrás haciéndosela sentir en lo más profundo de su ser. Ella cerró los ojos cuando él comenzó a mover su cintura dejando bailar el pene dentro de la vagina. Diana se corrió. Hundió la cabeza en la cama por encima del hombro de Erick. El le sujetaba la cabeza al tiempo que la besaba y entonces experimentó una sensación extraña. Otro pene le penetraba el culo. Quiso levantarse pero no pudo. Erick la tenía firme con la cabeza pegada a sus hombros. Oto se profundizaba centímetro a centímetro en ella. No era virgen por la retaguardia. Pero nunca se lo hicieron en forma dual. Y las dos pollas comenzaron a entrar y a salir sin prisa pero sin pausa.

-AGGHHHHH, por favor, parad... me estáis partiendo por la mitad... no puedo más...

La estuvieron follando durante un buen rato y cuando Oto vio que estaba a punto de correrse decidieron cambiar de posición. Oto se tumbó en el suelo mientras Erick obligaba a Diana a empalar su culito en el enorme miembro del canalla. En esa posición y mientras Oto seguía rompiéndole el culo a la pobre chica, Erick se puso delante de su boca y le obligo a tragarse su polla, que con los preparativos había reducido un poco su tamaño. Diana muy suavemente abrió su boca sin dejar un instante de mirar al hombre a los ojos, mientras gruesas lagrimas corrían por sus mejillas. El, mientras, introdujo su gordo pene en la boca de su esclava, viendo como ésta lo miraba asustada y paladeaba su manjar de carne que no tardo en crecer en su boca forzando a la morena a separar más aun sus maxilares temiendo una represalia por rasparlo con sus dientes, y llorando aun con más fuerza pero reprimiendo sus quejidos se dispuso a acariciar las grandes bolsas de sus testículos con ambas manos.

-"No llores por esto belleza que te esperan cosas aún peores" –le advirtió Erick excitadísimo ante la situación de dominio total a la que tenía sometida a aquel escultural monumento a la mujer.

Esto provocó aún más llanto y temor ., la sumisa morena tomo el grueso miembro con su mano derecha masturbándolo pausadamente, nuevamente abrió su boca, albergando el -ya en su total esplendor- miembro viril y, acariciando abstraída sus holgados genitales, mientras Oto seguía bombeando su culo como un animal. Diana apenas advirtió que se venía la primer ola de esperma a su boca.

La tomo por sorpresa. Aunque sintió que venía el orgasmo de Erick y lo esperaba, quedó atónita ante tal golpe de semen caliente en su campanilla, un segundo lechazo llegó a su garganta con igual violencia, el susto la hizo detener sus manos que quedaron aferrando la parte del pene que no estaba dentro de su boca y sosteniendo los testículos, mientras tragaba, sin poder reaccionar, recibió un tercer lechazo en su garganta ya saturada y, estupefacta, tragando el espeso semen pensaba que jamás había sentido una eyaculación tan violenta y caudalosa ni había visto una verga tan gruesa ni genitales como los de este latino, cuando un cuarto lechazo invadió su boca colmándola completamente, sintió que se ahogaba y sólo atinó a retirar apenas unos centímetros de verga de su boca cuando otro lechazo saltó hacia su garganta, entonces retiró el pene en su totalidad de su boca con una expresión desesperada creyendo que jamás acabaría de eyacular, pero apresurándose temerosa a envolver aquel grueso pene con ambas manos, desatendiendo los testículos y tragando la leche residual que su opresor había depositado en su garganta y que llenaba su boca haciendo sentir su sabor en su lengua al contacto del espeso liquido ardiente, y recibió los siguientes lechazos en su cara, que quedó surcada por gruesas gotas de espeso esperma que se fundían con sus lagrimas.

Estaba aterrorizada. Erick le pidió que terminara de tomar el esperma que aún brotaba de su polla y que se tragara toda la leche que le había quedado en la cara y el cabello, Ella aún sorprendida por el caudal seminal que había provocado lo hizo concienzudamente. En ese momento, Oto apretó a Diana contra si, clavándole su enorme miembro hasta el fondo y descargando ahí toda su reserva de leche almacenada.

Después de esto los dos hombres se vistieron y abandonaron la casa, dejando a Diana tumbada en mitad de la alfombra, llorando a mares y con la cara toda pringosa y un hilillo de semen que resbalaba de su culo al interior de sus muslos.

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En los siguientes relatos podré introducir las variantes que me indiquéis.