Una iniciación intempestiva

El nuevo año académico empieza para Javier en el campus universitario y en la residencia en la que se va a alojar con un nuevo compañero con el que tendrá un contacto estrecho a partir de un malentendido.

Era el primer año de universidad para Javier. Estaba muy ilusionado por esa nueva etapa de su vida: nuevos amigos, nuevos lugares, nuevas experiencias… Era como entrar en un mundo extraño y alienígena que le abría las puertas de par en par. La única pega era tener que despedirse de su familia, ya que el campus universitario quedaba demasiado lejos de su hogar, con lo cual se iba a ver obligado a permanecer en una residencia que le ofrecía la Universidad mientras durase el curso académico. Por lo menos, se decía, sería genial volver a verles cuando las vacaciones de Navidad le diesen un descanso que le permita volver a verles para celebrar tan señaladas fechas. Pero, hasta entonces, debería dedicarse al cien por cien a sus estudios. Bueno, tal vez no tanto. También habría que disfrutar un poco de vez en cuando.

Una vez llegó al campus, el supervisor de la residencia le condujo a la habitación que le habían designado. Desde que se había apuntado para recibir ese alojamiento, le habían advertido de que la convivencia debía ser un factor clave. Tendría que compartir techo con otro compañero, pero eso no era un obstáculo para él: si ya había tenido que soportar el hecho de compartir habitación con el plasta de su hermano, aquello no podía ser peor. Se le había asignado la habitación 121: un habitáculo de unos pocos metros cuadrados con el espacio suficiente para dos camas, dos mesas con sus respectivas sillas y dos armarios; dos espacios en paredes enfrentadas, delimitados por un hueco de unos dos metros y algo entre los muebles. Cada cual tendría su espacio personal y lo único que se compartía era la puerta, la ventana y el aire que respiraban.

Cuando llegó, el compañero que tenía asignado todavía no había hecho acto de presencia. Por tanto, Javier tenía total libertad para elegir. A pesar de que todo era idéntico y simétrico ahí dentro, eligió el lado izquierdo mirando desde la entrada. Con la decisión hecha, ya podía empezar a deshacer su equipaje, toda su ropa y sus cosas que le tendrían que servir para sobrevivir durante, al menos, los tres próximos meses. Tras unas pocas indicaciones más, el supervisor se marchó para dedicarse a otros quehaceres.

Una hora después, el mismo supervisor volvió a aparecer por la puerta. Pero esta vez venía acompañado de otra persona.

-Esta es tu habitación. Y este es Javier, tu compañero de habitación.

El interpelado se dio la vuelta al oír su nombre. Su compañero de piso iba a ser un chico con gafas, de estatura media y de pelo lacio. Tenía la cara marcada por los rastros que el acné le había dejado. Su saludo fue cohibido y dejó que el supervisor les presentase.

-Javier, este es Abel.

Javier extendió la mano para un apretón. El otro le devolvió el saludo con timidez y sin fuerza.

-Espero que os llevéis bien-añadió.

Una vez más se marchó el supervisor, esta vez para no volver. Una vez se soltaron las manos, el recién llegado se dirigió a su lado y le dio la espalda mientras empezaba a abrir su maleta. Javier, que ya estaba instalado, se sentó en la cama y empezó a presentarse.

-Bueno, dime, Abel. ¿Dónde vives?

No hubo ninguna respuesta. Javier se quedó descolocado ante tal frialdad.

-¿Y qué vas a estudiar?

Nada.

-¿Puedes hablar al menos?

El otro le miró de manera disimulada por encima de su hombro.

-Yo… Lo siento… No estoy acostumbrado a estar con gente… Yo…

-Si es por eso, no pasa nada. Yo soy buena gente. Podemos ser amigos.

-Vale…

La respuesta era pobre, como la de alguien que no fuese a cumplir una promesa. No iba a ser un primer día muy halagüeño, pensó Javier.

-¿Quieres hacer algo cuando termines de deshacer la maleta.

Nuevamente ninguna respuesta.

-Bueno, mientras te instalas, yo voy a dar una vuelta y a conocer el lugar.

Tampoco hubo réplica. Javier se marchó con un mohín de fastidio. No parecía que fuese a tener mucho entretenimiento con su nuevo compañero de cuarto.

Todavía faltaban unos días para que comenzasen las clases, con lo cual tuvo toda la tarde libre para pasear por el campus y los alrededores. Anotó mentalmente algunos lugares clave y fue conociendo a otras personas de la residencia. También recibió en su móvil una videiollamada de sus padres, una alegría para él y un alivio para ellos, que se aseguraban que su hijo había llegado bien. Para cuando volvió a su cuarto ya era de noche; había cenado en una hamburguesería y había llegado a la residencia justo a tiempo para que cerrasen las puertas justo a su espalda. Por lo menos, la reprimenda del conserje fue breve, quien le advirtió que después de las diez ya no entraba ni salía nadie más, y “donde se estuviese que se durmiese”.

Al entrar a su habitación, se encontró de nuevo a su compañero de habitación, algo más calmado. En su mesa quedaba el envase de un plato precocinado, con lo cual supuso que había cenado ahí mismo. Abel estaba en su cama, enfundado en un pijama y leyendo un cómic de superhéroes.

-¿Duermes con pijama?

Era una pregunta inocente, sin intenciones agresivas. Aunque luego no supo por qué hizo la pregunta, porque la respuesta fue la misma.

-Yo duermo en calzoncillos-añadió-. Espero que no te moleste.

Más mutismo. Javier supuso que no le importaba y, como dijo, se desnudó hasta quedar en calzoncillos. En ese momento llevaba puestos un bóxer de color verde oscuro, una prenda que, para bien o para mal, le marcaba bastante paquete. Su actitud no iba con segundas, simplemente era su manera de pasar las noches, aunque captó miradas fugaces de su compañero de habitación. Obviamente, pensó, si no estaba acostumbrado a relacionarse con personas, menos lo estaría a eso. Javier se recostó, tapándose con las mantas, y se puso a ver vídeos en su móvil. Para las once y media, Abel ya había dejado de leer, se había dado la vuelta y se había quedado dormido. Javier no tardó en hacer lo propio, y la oscuridad y el silencio se adueñaron de esas cuatro paredes mientras ellos dormían.

Esa noche, Javier soñó con un viaje largo y arduo. Flotaba a través del campo, los árboles pasaban a su lado a toda velocidad, mientras en la distancia veía, o más bien intuía, a sus padres, que observaban a su hijo alejarse. Luego, su mente vagó entre fiestas y clases, todas estereotípicas de las que se suelen ver en las películas de Hollywood. Conocía gente, en especial chicas de buen ver, y en la misma noche llegó a hacer seis exámenes. Sin embargo, el último de ellos no llegó a acabar, ya que el suelo, de repente, se volvió líquido y Javier cayó en una piscina, en medio de una fiesta veraniega. La gente disfrutaba de bebidas y una pelota iba rebotando entre las manos de los que saltaban en el agua al ritmo de la música. Sin embargo, él no lo disfrutaba, sino que se sentía extraño. Ese sueño se notaba demasiado real, demasiado físico… Notaba el agua como si de verdad estuviese medio sumergido en ello, y además había algo que le oprimía en la entrepierna.

Con un etéreo chasquido, su mente se evadió de lo onírico y volvió al mundo real. Todavía sentía la humedad y la opresión mientras su cerebro intentaba asimilar con cierta torpeza dónde se encontraba. No, no estaba en su habitación, estaba en la residencia, echado sobre su costado. Entre las sombras, un anormal bulto asomaba por debajo de las sábanas. Las retiró con violencia y, entre la oscuridad, llegó a distinguir algo completamente inconcebible: su compañero de cuarto le estaba comiendo la polla.

-¿Qué estás haciendo?-gritó.

Abel le soltó y retrocedió hasta su propia cama con rapidez al sentirse pillado. Javier se volvió a tapar con su bóxer, que le había quedado por la mitad del muslo, ocultando su pene erecto y húmedo por las babas. Estaba mirando a Abel con ira, mientras este le devolvía la mirada compungido.

-¡Lo siento, lo siento, lo siento!-respondió, en rápida sucesión-. Cuando te quedaste en calzoncillos, creía que…

-¿Creías que qué? ¿Que te podías aprovechar de mí mientras dormía?

-Creía que te estabas insinuando…

¿Insinuarse? ¡Por favor, vaya desfachatez!

-¿Estás loco?-le recriminó.

-Lo siento… No lo volveré a hacer, te lo prometo.

-Más te vale.

Javier se volvió a echar, esta vez dándole la espalda, y se volvió a dormir. Abel hizo lo propio; más le valía que no intentase nada más en lo que quedaba de noche.

La velada transcurrió sin más incidentes y la mañana les sorprendió entrando a raudales por la ventana. Javier fue el primero en despertar, estirándose como era su costumbre. Cuando abrió los ojos, recordó nuevamente dónde estaba y, aún más, lo que había sucedido anoche. Abel se despertó poco después y también lo rememoró.

-Oye, siento lo de anoche…-dijo, con evidente tribulación-. ¿Me perdonas?

Esta vez fue Javier el que no respondió. Estaba mosqueado por ello.

-¡Por favor, perdóname!-exclamó, levantándose bruscamente-. Es que estás tan bueno… El pelo rizado, oscurito, me encanta. Y tu cuerpo… Tienes un cuerpo de ensueño, ni muy musculado ni muy delgado… Y tu polla…

Por lo menos supo callarse ahí. Cada palabra que decía hacía que  Javier se mosquease más, y eso ya sí que habría sido la gota que colma el vaso. Sí, tiene un buen miembro, grueso y de buen tamaño. ¿Y qué? Lo que está claro es que no era para él.

-¿Me perdonas?-suplicó, una última vez.

Javier hizo caso omiso. Ya se había vestido y, una vez se puso los zapatos, salió por la puerta. No pegó un portazo porque convivía con más gente que todavía podía estar dormida, pero con mucho gusto lo habría dado.

Su enfado era más que palpable para todo aquel que se fijase en él. Pero lo que el resto de la gente no podía percibir era el cosquilleo psicosomático que notaba en su miembro. Era como si algo en su cerebro quisiese más. Mientras desayunaba, la sensación seguía ahí. Él se negaba a creer en ello. ¡Él prefería a las mujeres! Pero, por otro lado, todavía le quedaba la intriga… ¿Cómo sería hacerlo con un tío? No, no podía hacerlo. La gente podía enterarse, y entonces su reputación quedaría tocada antes siquiera de habérsela labrado. Poco importaba que le hubiese tocado un chico tímido que apenas hablaba o salía de su habitación. No podía salir a relucir ese deseo. ¡Tenía que reprimirlo con todas sus fuerzas!

Para cuando acabó de desayunar, el cosquilleo había desaparecido. Cuando volvió a su habitación, Abel no se encontraba allí. Probablemente hubiese bajado a desayunar al comedor de la residencia, al igual que había hecho él, pero no se le había encontrado allí. Mejor, se dijo; cuanto menos contacto tuviese con él… Invirtió el resto de la mañana en conocer más gente y lugares; descubrió que, dentro de unos días, habría una jornada de puertas abiertas para que los nuevos se pudiesen apuntar a clubes y organizaciones dependiendo de sus gustos. Había dos o tres que resultaban interesantes y tal vez se apuntase a alguno de ellos. No volvió a su cuarto hasta mediodía, y como era de esperar, allí seguía Abel con sus cómics, que saltó como un resorte una vez Javier entró en la habitación.

-¡Javier! ¡Por favor, en serio, perdóname!

Otra vez esas súplicas. Se estaba empezando a cansar.

-Está bien…-respondió con hastío-. Te perdono…

-¿De veras? En serio, siento lo de anoche, es que me hice ilusiones y…

-No. Lo. Menciones-respondió, remarcando cada palabra

-Si quieres, me cambiaré de habitación. Me marcho, te vas con otro compañero. No me volverás a ver…

Sí, podía cambiarse de habitación. El supervisor había mencionado ese detalle, para mantener la buena convivencia del edificio. Pero no hacía falta llegar a tales extremos.

-No hace falta.

-¿Estás seguro?

-Sí, estoy seguro…

-De acuerdo. ¡No volverá a suceder, te lo prometo!

Javier bufó. Más le valía que esa promesa se mantuviese.

El día pasó y la noche volvió a caer. Sólo quedaban dos días más para el comienzo de las clases, pero las fiestas no eran conscientes de aquello. Javier asistió a una de ellas durante esa misma velada; fiestas silenciosas con poca música en la que sólo se quedaba en el cuarto de alguien para charlar y beber, nada más. Para cuando volvió a su cuarto ya eran las dos de la madrugada. Abel, como era de esperar, estaba ya acostado y dormido. Javier entró silenciosamente, procurando no despertar a su compañero, y se dirigió a su cama para empezarse a desnudar. Y fue entonces cuando el cosquilleo volvió.

Cuando ya sólo le quedaba el bóxer, su pene empezó a crecer en tamaño, rememorando la escena de anoche. Javier no estaba tan borracho, eso estaba claro, y por eso era consciente de ese crecimiento involuntario. No podía pararlo, y eso le mosqueaba. ¿Qué narices le pasa a su cuerpo? ¿Es que no tiene consciencia propia? ¡Que son dos tíos! Y, además, no iba a pedirle a Abel que se despertase de nuevo sólo para rememorarlo. ¡No iba a tirárselo mientras dormía! O… Espera… ¿Y si tal vez…? ¡No, no podía hacer eso! ¿O tal vez sí? Al fin y al cabo, Abel también le había pillado mientras dormía. Pero sólo era una felación, no podía compararse a lo que él estaba pensando hacer. Aunque estaba profundamente dormido, tal vez no se daría cuenta. ¿Y si se daba cuenta? No, no se daría cuenta. Y si no se daba cuenta, no se lo diría a nadie y nadie se enteraría. ¿No?

Las dudas iban y venían por su mente. Se bajó el bóxer y encendió la linterna del móvil. Ahí pudo ver su miembro erecto, un buen trozo de carne nada deleznable con un poco de vello púbico, apenas un poco de hierba que contrastaba con el yermo que era el resto de su cuerpo. Se acercó a la cama de Abel y retiró con cuidado las sábanas que le cubrían. Ahí estaba, enfundado en su pijama, recogido en posición fetal y dándole la espalda. Su culo sobresalía un poco, provocando un respingo involuntario de su miembro. ¿Acaso iba a hacerlo? No, se dijo mientras retrocedía un par de pasos. No podía. Pero tenía ganas de experimentar esa sensación. Era un deseo odioso que no quería cumplir, pero que le llenaba la carne y la mente de un ansia irrefrenable. Con sumo cuidado le retiró el pantalón de pijama y el calzoncillo a Abel, lo justo para descubrir sus finas nalgas y un valle boscoso entre ellas. Este no dio muestras de darse cuenta, no hizo ningún gesto, ni siquiera entre sueños. Y así, con la única iluminación de la linterna de su móvil, Javier se introdujo en ese bosque.

La posición era un poco incómoda. Tenía que acomodar su cuerpo a una entrada demasiado baja. Cargando todo su peso en una pierna y levantando la otra para quedar en un ángulo diagonal, consiguió mantener una postura más o menos estable. Su glande fue el primero en hundirse y en notar la primera resistencia a su contacto. Debía ir con cuidado, no quería despertar a su compañero. Le llevó más de una veintena de intentos, conquistando el terreno muy poco a poco. Ni siquiera llegó a introducirse del todo, tan sólo la puntita y un poco más. Empezó a mover sus caderas con lentitud, saliendo y entrando como si fuese a cámara lenta. A pesar de que no había entrado del todo, sí que se iba hundiendo cada vez más. Notaba la textura suave y cálida de aquel culo cuyos pelos le hacían cosquillas cada vez que los rozaba. Y anhelaba más, alcanzar el éxtasis, pero debía refrenarse, o si no…

-Más rápido, por favor-susurró una voz en la oscuridad.

Javier se llevó un susto de muerte. Pegó un salto hacia atrás que le hizo tropezar y caer sobre su propia cama. Iluminó con el móvil la cama contraria donde había estado hace nada y descubrió a Abel incorporándose y mirándole, los ojos achinados por la luz que incidía directamente sobre él. La respiración de Javier era rápida y agitada por el sobresalto.

-¿Estabas disfrutando?-preguntó Abel.

-No, yo sólo… -balbuceó-. Yo…

Qué situación más violenta.

-A mí también me estaba gustando-respondió Abel-. Tienes un buen tamaño.

-Gr… Gracias…-no debería haber respondido eso. ¿No?

-¿Quieres seguir? Sigue, por favor.

Abel se bajó pantalones y calzoncillos hasta la mitad de los muslos, dejando sus nalgas aún más expuestas mientras se tumbaba boca abajo.

-Ven y acaba lo que has empezado-susurró. Casi sonaba a un desafío.

-No… Yo no debería…

-¿Por qué no? Está claro que te gustaba.

-No está bien… No…

-Entonces lo acabaré yo.

Abel se incorporó y se retiró del todo la ropa de cintura para abajo. Sus piernas peludas y su pene aún más peludo, erecto pero no tan grande que el de Javier y de glande oculto, quedaron iluminados mientras andaba hacia la cama de su compañero. Javier todavía seguía allí tirado. Sólo sus piernas colgaban desde la rodilla por el borde de la cama, y su pene, un tronco sin ramas iluminado en parte, hacía una sombra gigante en la pared contraria.

Abel se subió a horcajadas al indefenso Javier. Este farfulló algunas palabras de negación, pero no hizo ningún ademán para quitarse a su compañero de encima, que enseguida se clavó el tremendo miembro por el ano ya abierto.

-Nunca he hecho esto-confesó Abel.

-Yo tampoco…

Impulsándose con las rodillas, Abel empezó a subir y bajar su cuerpo, sintiendo cada centímetro que se hundía en sus entrañas. Unos gemiditos empezaron a acompasar cada caída que aterrizaba de manera brusca sobre las caderas de Javier.

-He soñado tanto tiempo con esto-susurró Abel.

Javier había cerrado los ojos hace rato. Nunca se hubiera imaginado a otro chico, menos aún a uno que apenas conocía, montando su miembro en el cuarto de una residencia de un campus universitario. Era una situación descabellada e inconcebible, pero una que estaba disfrutando.

El cosquilleo que antes sintiese en su miembro por fuera ahora se trasladó a su interior. Era el cosquilleo del semen, queriendo salir por el éxtasis y la tensión acumulada, y así fue tras un rato de respiración agitada y apretar de dientes. Con un grito ahogado en la garganta, Javier explotó dentro de ese culo que le aferraba. Y Abel también notó el líquido pegajoso y cálido en su interior.

-Me ha encantado-dijo este, con un suspiro extático.

Javier no respondió. Todavía no se creía lo que acababa de suceder.

-¿Quieres repetir?-preguntó su compañero.

-No-dijo Javier al fin-. Vamos a dormir.

Abel lo aceptó. El uno se volvió a poner su ropa y el otro su bóxer. Ambas prendas de ropa interior recibieron por distintas vías los últimos rastros del líquido seminal de Javier. Ambos habían tenido su despertar sexual al mismo tiempo, uno de una manera largo tiempo ansiada y el otro de una manera inaudita y que jamás hubiera creído.

Pero, al fin y al cabo, una manera que ambos habían disfrutado.