Una inglesa muy caliente

Una experiencia fetichista con una inglesita acontecida en un tórrido verano.

UNA INGLESA MUY CALIENTE

Hola Amigos de Todorelatos. Después de mucho tiempo me he decidido a compartir con vosotros una experiencia (fetichista) que tuvo lugar hace ya algunos años.

Mi hermana Lola, que tiene cinco años menos que yo, solía invitar a su amiga Grace (una inglesita londinense) a pasar el mes de agosto en nuestra casa de Alicante. Llevaba viniendo desde niña y aquel verano no fue una excepción, pero algo había ocurrido: aquella niña, de repente, se había transformado en una deseable jovencita de dieciocho años.

Delgada aunque no anoréxica, mediana estatura, largo pelo rubio cortado a la altura de los hombros, pechos como manzanitas y unos pequeños pies perfectos. El simple hecho de verla tomando el sol en bikini, caminando descalza o vestida con una camiseta holgada se convertía para mi en una deliciosa tortura. Hasta tal punto era así que me las ingeniaba para entrar en su habitación cuando no había nadie y buscaba sus prendas íntimas sucias para aspirar su aroma y masturbarme.

A mediados de mes, mis padres se fueron a la casa del pueblo, quedándonos solos en Alicante Lola, Grace y yo. A partir de ese momento la actitud de Grace cambió de forma radical: se transformó en una auténtica exhibicionista.

En la playa empezó por prescindir de la parte superior del bikini, algo normal en estos tiempos, pero que a Lola y a mi nos dejó muy sorprendidos. Continuó con ‘modelitos’ prácticamente invisibles, de esos que tapan lo justo y acabó con maniobras bastante más osadas: llegaba a la playa vestida de calle y allí se cambiaba a la vista de todos. Un día que la playa estaba con menos gente de lo habitual –había estado lloviendo- se tumbó en la toalla completamente desnuda. Duró poco. Mi hermana puso el grito en el cielo y obligó a Grace a vestirse ‘de forma decente’.

Cuando salíamos a tomar una copa gustaba vestir holgadas camisetas y blusas semitransparentes, que dejaban entrever sus oscuros y turgentes pezones –rechazaba la ropa interior-. Pantalones tejanos cortísimos y faldas que más parecían un cinturón ancho que otra cosa.

Solía calzar sandalias de esas que son la suela y alguna tirita de cuero por encima. De todas formas una de sus aficiones era dar largos paseos con las sandalias en las manos y los pies desnudos.

En casa las provocaciones eran continuas: se duchaba con la puerta del baño entreabierta –yo aprovechaba, claro- se desnudaba y vestía delante de nosotros sin pudor alguno y sobre todo, su juego favorito: se tumbaba en el sofá y ponía sus delicados y sucios pies sobre mi regazo, mientras con sus deditos me hacía cosquillas. La polla me explotaba cuando me hacía ese jueguecito.

Un día, aprovechando la ausencia de mi hermana que había salido a hacer la compra decidí masturbarme en mi habitación. Grace entró de repente –otra de sus costumbres-. La situación era surrealista: yo con la polla en una mano y con la otra sujetando una de sus bragas sucias en la nariz.

Reaccioné de forma torpe: me levanté corriendo y me tapé mis partes pudientes con las bragas. Me enfadé. Le grité que saliera, pero ella no hizo caso. Con media lengua me dijo:

-Hoy por fin me he atrevido a entrar en tu habitación, pero te he espiado muchas veces. Si no quieres que le diga a Lola lo que haces con mis bragas tendrás que hacer lo que yo diga.

La verdad es que si se lo decía a mi hermana o no, no me importaba un ardite, pero le seguí el juego.

-Continúa con lo que estás haciendo, quiero verlo todo.

Seguí pelándomela ante su atenta mirada. En un momento dado se desnudó completamente, se sentó en el suelo y comenzó a masturbarse ella también.

Cuando le dije que estaba a punto de correrme me ordenó que me tumbara sobre la cama. Ella se sentó entre mis piernas y comenzó a masturbarme con su pequeño pie. Cuando ya no pude más me corrí, saliendo un tremendo chorro de semen, que salpicó sus pies, sus piernas y mi estómago. En ese momento me cogió la polla y comenzó a lamer los restos de la corrida.

Cuando hubo finalizado le pregunté si podía limpiarle los pies con la lengua. Ella accedió de inmediato. Acercó uno de sus piececitos, sucios de semen y de andar por casa descalza. Mientras yo chupaba uno por uno todos sus deditos ella, despatarrada, comenzó a masturbarse nuevamente. Yo estaba alucinado y excitadísimo y, cuando estaba a punto de correrme otra vez, se levantó, y me cogió de la mano.

-Vamos fuera.

No sabía lo que pretendía. Estábamos completamente desnudos y mi primera reacción fue coger mi ropa interior, pero ella con energía me lo impidió.

-No cojas nada. Vamos a follar a la terraza.

-¿Estás loca? Son las doce de la mañana.

No me hizo caso… yo tampoco opuse excesiva resistencia.

En la terraza me tumbó de espaldas y se sentó sobre mi polla. Nunca me había sentido tan excitado. Aquello no podía ser: me estaba cepillando a la amiguita de mi hermana que casi podría ser mi hermana. Pero lo peor no era eso, lo peor era que me daba igual y me gustaba. Notaba las miradas de los vecinos de enfrente clavándose en mi nuca y aún me excitaba más. Grace cabalgaba y cabalgaba gimiendo, suspirando y levantando los brazos. Finalmente nos corrimos de una forma salvaje los dos prácticamente a la vez.

Acto seguido se tumbó sobre su espalda y me obligó a que le lamiese el coño, empapado con mi semen y sus fluidos vaginales, mientras ella se acariciaba el clítoris con los deditos. Tardó apenas unos instantes en alcanzar otro orgasmo explosivo. Hubo suerte, pues en ese instante vimos a mi hermana entrar en el portal cargada con la compra del día.

Un par de días después Grace volvió a Londres y ya nada supe más de ella. Lola dice que se hizo novio y que ya no podía venir de forma tan libre como cuando era niña. Pero lo que yo sospecho es que mi hermana se ‘olió la tostada’ y le prohibió, con buenas palabras, que volviese más por aquí.

De todas maneras yo siempre recordaré ese verano y esa experiencia. Ese verano en el que Grace cambió de niña a mujer ante mis ojos ¡y de qué manera cambió!