Una historia terrible, pero con final feliz(3-4-5)
Una historia terrible, pero con final feliz. (3.) Tras contar Laura, a la azafata que le salvó, lo que le sucedió, dando una versión de los hechos menos perturbadora (ya que consideró que no era necesario) los cambió de lugar para que no tuviera que soportar la desagradable sensación de ser acosada con la mirada por un degenerado machista que no tenía suficiente con dos esposas. ¡A veces el hombre puede llegar a ser depravado, codicioso y mezquino!
Una historia terrible, pero con final feliz. (3, 4 Y 5.) (Corregido.)
Una historia terrible, pero con final feliz. (3.)
Tras contar Laura, a la azafata que le salvó, lo que le sucedió, dando una versión de los hechos menos perturbadora (ya que consideró que no era necesario) los cambió de lugar para que no tuviera que soportar la desagradable sensación de ser acosada con la mirada por un degenerado machista que no tenía suficiente con dos esposas. ¡A veces el hombre puede llegar a ser depravado, codicioso y mezquino!
Así, al cambiarlos de lugar, podría ella dormir más tranquila. Una vez hecho, un poco más tarde, Alex consiguió dormir sin ningún tipo de perturbación porque Laura no le había contado nada. Puesto que ¿Cómo contarle a su novio tan desagradable ofrecimiento sin que él iniciara una pelea? Una lucha que aquél cuatro ojos no podría ganar contra ese descomunal luchador de sumo negro. Alex pesaba unos 70 kilos y el gordo probablemente el doble o el tripe; por lo tanto, sólo le hubiera bastando tirársele en cima para provocarle el vómito de su desayuno.
Además, su novio nunca vio necesario apuntarse al gimnasio, pues consideraba que los libros eran sus músculos y que el hombre intelectual, afortunadamente para la humanidad, se había convertido en el nuevo macho alfa. Esa manera de pensar, de sentir, le encantaba a Laura que odiaba a los chulos de gimnasio, los cuales a veces la acosaban para conseguir su número de teléfono, con una sola depravada intención: follársela como a una coneja, y quizás, sodomizarla mientras le jalaban de sus cabellos para dominarla como a una yegua.
Se durmieron, y al cabo de unas dos horas Alex la despertó algo alterado.
–Cariño…, Laura querida…
– ¿Qué sucede? –Se despertó alarmada.
–Se me han caído las gafas y ahora no las encuentro, veo borroso. Búscamelas, por favor. Yo no veo nada.
– ¡Oh mierda! –Expresó ella con cara de circunstancia– Espera, voy a buscarlas por el suelo, se te deben de haber caído.
Laura se agachó y por mucho que buscó no encontró nada. A las gafas de Alex se la había tragado la tierra.
–Aquí no están. Debes de haberlas guardado.
– No… mierda… no, las tenía puesta cuando me dormí, estoy seguro.
–Alex, las gafas no pueden haber desaparecido, ¿Quién haría algo así?
–Nadie, a menos que quieran gastarme una broma.
Entonces Laura pensó en las esposas musulmanas del negro, en como se habían sentidos enojadas. Miró hacia atrás y vio a una de ellas que la estaba mirando; vaya casualidad. Y le dedicaba una amarillenta sonrisa maliciosa, que decía, “Jódete, blanca, zorra racista.”
– ¡Han sido ellas! –Explotó Laura.
–¿Quién? –Preguntó Alex.
–Las esposas de la cola. Malditas zorras, me la tienen jugada. Son un poco lesbianas, ¿sabes? Y como pasé de ellas en el servicio…
–¿En el servicio? ¿Qué cojones ha pasado en el servicio?
–Por lo visto, quieren poliamor… o como quiera que se diga… con migo y con su marido.
–¡Pero qué cojones! Pero qué cojones…. Pero qué cojones… ¿Poli qué?
–Que en el cuarto de baño me ofrecieron casamiento, unirme a su familia. Y yo… no fui demasiado sensible al rechazarlas… y se sintieron ofendidas.
–¿Podrías ir y disculparte? Y pedir que me devuelvan mis gafas…
–¿Estás loco? Eso no funcionará. Debemos volver enseguida a España.
–Ahora no vamos a volver. Iré yo.
–¿Pero cómo vas a ir si no ves bien?
Alex se levantó de su asiento y aunque veía borroso consiguió con mucho tantear con las manos sobre los posa cabezas de los asientos y sobre algunas cabezas de pasajeros que se sintieron ofendidos y se quejaron por tal osadía. Un pasajero negro, como el 99% de los pasajeros que iban en ese avión, se sintió tan ofendido que lo mandó a la mierda llamándole “blanco de mierda.”
Al llegar a su destino, Alex empezó a pedirles perdón por los insultos de su novia y les rogó que les devolviera sus gafas. Que eran vitales para él, pues dudaba mucho que en aquel país hubiera ópticas. Mientras tanto, Laura miraba expectante desde su asiento. Para sorpresa de Laura, nunca pudo llegar a pensar que harían lo que hicieron. La negra que estaba más cerca del pasillo le bajó los pantalones y el calzoncillo de un tirón fuerte. El marido negro estaba dormido, pero ellas, ambas estaban despiertas. Al ver el diminuto pene blanco de Alex, que estaba encogido y arrugado como una oruga, empezaron a reírse como si hubieran visto algo muy gracioso.
Se miraban mutuamente entre ellas con unos gestos de risa, y hacían poses con sus dedos que hablaban de “Diminuto.” Laura, al ver semejante humillación, encolerizada, se levantó y se fue corriendo hacia ellos. Inmediatamente, lo primero que hizo fue subirle los pantalones a su novio. Luego miró con cara de demonio a las negras y dijo:
–¿Dónde están las gafas de mi novio?
–¿Qué gafas? –preguntó la que anteriormente obstaculizó la puerta del servicio. –Lo siento. No sabemos nada de unas gafas.
–¿Por qué diablos le habéis bajado los pantalones a mi novio para verle la picha?
–Lo siento… –Dijo la otra, que estaba sentada en el asiento de en medio. –Ha sido una pequeña broma que hacemos en Zokinia. ¿Te ha molestado?
–Sí…, Ha sido una falta de respeto y acoso sexual. En mi país ya os habría denunciado pero como estamos en un avión rumbo a vuestro mierda de país… lo dejaremos… No os volváis a acercar a mí, ni a mi marido o lo lamentareis… Vamos Alex.
Laura guio a su novio hasta sus asientos y cuando iba por la mitad del recorrido una de ellas gritó.
– ¡La tiene diminuta, enana como un gusanito!
Se oyeron un montón de risas y todas las mujeres negras rieron a carcajadas como hienas. Por lo visto, ellos no tenían humoristas, tenían solamente hombres con penes pequeños de los cuales reírse.
Laura se volvió a sentir ofendida… y, encolerizada como un súcubo les hizo la peseta con una mano.
–Ha sido una mala idea, Alex. Ya te dije que deberíamos haber ido al caribe, pero nunca me escuchas. Siempre vas a tu puto rollo… “quiero ver a ese hombre”… ¿A caso eres gay o qué?
–Tenías razón. Quería ver a ese hombre… conocer sus logros… pero así… así tan sólo veré una silueta borrosa. Cuando lleguemos, cogeremos el primer avión que salga rumbo hacia España.
–Gracias a Dios que todavía te queda un poco de sentido común. –Expresó Laura aliviada, mientras lo abrazaba– ¡Gracias a Dios!
Final del Capítulo.
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Una historia terrible, pero con final feliz. (4.)
Llegaron finalmente al Aeropuerto de Zokinia y lo primero que hicieron tras recoger sus maletas fue dirigirse a la ventanilla a fin de comprar un billete de vuelta a España. ¡Oh querida España, cuanto te echamos de menos! Laura guiaba al desvalido Alex, que no veía tres en un burro; lo agarraba de uno de sus brazos, como buena madre aunque no lo fuera, para guiarlo entre una multitud negra de gordas y gordos que esperaban su vuelo rumbo a algún país; quizás fuera uno de los pocos viajes que hicieran en su vida, los menos pobres de ese caluroso país. Iban algunos hombres acompañados de hasta 4 esposas.
No todos los hombres en ese pobre país podían permitirse tener 4 esposas, en realidad sólo los más ricos, es decir, los menos pobres, podían permitirse el lujo de mantener hasta 4 esposas. Lo que ocurría era que los padres vendían sus hijas a los 12 años a los más ricos como esposas con la esperanza de que a su hija no le faltase una sopa cada noche, entonces al llegar a los dieciocho años, el viejo, consumaría sexualmente su matrimonio, quiera o no quiera la pobrecilla. ¡Así es el patriarcado más conservador y cruel! Los demás se conformaban con ninguna o con una cabra o con una sex-doll importada de Chica, y eso, los que se la pudieran permitir, pues algunos no tenían ni vivienda y vivían de la caridad y no sabían lo que era internet, ni que existía un país llamado Chica que estaba fabricando esposas de silicona.
Se pusieron a la cola, que estaba llena de negros como era natural. Pues sí; hacía una temperatura increíblemente alta para estar dentro de la estación. Se hallaba allí todos aquellos negros que sudaban como pollos, incluso Laura sudaba y por extraño que parezca se estaba empezando a excitar; pues, tanto calor, tanto olor a testosterona, sudor de hombres, le estaba irritando sus zonas sentibles, hasta tal punto de querer tener sexo allí mismo. Era una sensación extraña la que sentía; se sentía sucia, guarra; mas ella no era así, ella era una señorita, ¿O no?
–Mira esa chica blanca, que guapa es –Le dijo uno de los que estaban en la cola a su amigo- ¡Pero si va con un pelele! ¡Y es encima ciego! ¡En su país debe ser muy fácil ligar!
–Te hemos escuchado –Dijo Alex enojado– ¡Qué poca vergüenza! No soy ciego, solamente he perdido mis gafas. Veo bien, aunque un poco borroso; pero no soy ciego.
–¿Y tampoco eres un pelele? –Le provocó el hombre con maldad, quizás por la envidia que le procesaba verlo con esa preciosidad de cara angelical y de ojos celestiales y porque sería probablemente uno de esos pobres desgraciados que no se podía permitir tener ni a una esposa, ¡ni siquiera a una sex-doll de silicona!
–Somos Españoles –Dijo Laura–, hemos venido para ayudar en una ONG, no para pelearnos.
–¡No necesitamos vuestra caridad! –Respondió el hombre enojado, que se sentía insultado, y luego se acercó al oído de Laura y le susurró– Pero no nos vendría mal unas pocas de zorras blancas como tú.
–¡Oh Dios mío! ¡Oh Dios mío! ¡Ya he tenido suficiente de este miserable país! ¡Quién me mandaría a mí venir!
–Laura, déjalo… No los provoques –le susurró Alex.
–¡¿Qué no los provoque?! –Se quejó Laura enojada– ¡Pero si es él, el que se ha metido con migo! ¿Crees que soy una zorra?
–No, no lo eres…
–¡Sí lo eres! –Expresó el hombre entre carcajadas– ¡Y si te vienes con migo a los servicios te lo demostraré!
Laura se enojó muchísimo, de repente, tanto calor, tango idiota, tanto machista, le estaban haciendo enfurecer como a una leona.
–¡ERES UN IDIOTA! –Le gritó ella.
Entonces el hombre se abalanzó sobre ella y la abrazó como King-kong y le obligó a besarle, le metió la lengua hasta fondo de su boca, quizás sería, probablemente la primera y la última mujer a la que besaría. Alex intentaba impedirlo pero era como si un niño intentara recuperar su caramelo de manos de un adolescente abusón.
–¡Cómo te atreves, suelta a mi novia, suelta a mi novia, suelta a mi novia, suelta a mi novia, suelta a mi novia, suelta a mi novia!
Laura en ese momento sintió un asco y miedo increíble, pero, como estaba tan caliente, su asco se mezcló con una extraña excitación difícil de definir, pero luego volvió en sí, e intentaba con sus brazos deshacerse de su corpulento acosador. En ese momento apareció una patrulla de policías y se llevaron a ese hombre detenido.
–Lo siento mucho señorita –Se excusó el policía– Este elemento pasará una buena temporada en la cárcel comunitaria, compartiendo una cuadra sin camas para 50 presos. Allah no permite el acoso sexual a mujeres. Lo vas a pagar bien en la cárcel.
Laura, no dijo nada, tan sólo se reponía en silencio del susto; del asco, y de la inconfesable excitación que sintió y sentía todavía. En cambio Alex se sentía muy mal; avergonzado, irritado, insultado, por no haber podido evitar que hicieran con su novia lo que se suponía que solamente él tenía derecho a hacer y se arrepintió terriblemente de haber rechazado la oferta de su novia de acompañarle al gimnasio: “quizás con un poco más de fuerza física yo podría haberla salvado” Pensó. “¡Oh DIOS MIO, QUE HE HECHO! ¡Estoy medio ciego! ¡Parezco un espantapájaros y he traído a mi novia a un país donde el 70% de los hombres no tiene derecho a tener una esposa y por ello, están poseídos por un demonio! Alex empezó a temblar y a mirar asustado hacia todos lados.
Poco después, al cabo de 5 minutos más, por fin les tocó su turno.
–¿Qué desean? –Preguntó el hombre negro de la ventanilla.
–Nos gustaría comprar dos billetes para España. –Solicitó Laura un poco seca.
–Bien –Aquí dice que el siguiente avión que sale para España es dentro de dos semanas.
–¡QUÉEEEEEEEEEEEEE! –Gritó Laura– ¡Dios mío, Alex, me cago en tu puta madre, que vamos a hacer ahora!
–¡Eeeh! ¡No me insultes! –Alex se enojó pues Laura nunca le había hablado con tanta crueldad–. ¡Yo no tengo la culpa!
–De acuerdo… ¡de acuerdo! Denos esos dos billetes. –Solicitó Laura– Vamos a tener que ir finalmente a ver a ese gay… a ese hombre… que tanto… que tanto deseas ver.
–¡Has dicho a ese gay! –Se quejó Alex cabreado– ¿Qué estás insinuando Laura? ¿Qué soy gay?
–No… No… ¡No! yo no he dicho eso… Dijo Laura mirando hacia otro lado.
–¿Entonces? Entonces ¿Por qué… por qué lo has dicho?
–¡Lo siento! ¡LO SIENTO! ¡Es que estoy de mal humor! ¡Me acaban de violar mi puta boca!
–Pero si te he visto… te conozco… ¡Te has puesto colorada!
–¿Qué? No… no… Ven, vamos a buscar un hotel o cualquier mierda que se le parezca.
Final del Capítulo.
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Una historia terrible, pero con final feliz. (5.)
Salieron fuera de la estación y se encontraron ante un escenario de calamidad, de marginalidad, de suciedad, de cólera y de ébola. Allí no hacía falta una ONG, era necesaria una súper corporación que sacara provecho de sus recursos naturales, como iba siendo habitual en otras partes del tercer mundo y a su vez inyectara a este país con un poco de riqueza, pues una ONG no sería suficientemente poderosa, ya que la gente en el primer mundo no era tan generosa, algo sí, pero no tanto, y porque el tercer mundo era grande y el dinero no podía llegar a todas partes y por no decir que duplicaban su población cada 20 años por una extraña obsesión de embarazar a sus mujeres muchas veces.
Hacía falta construir estructuras, limpiar las alcantarillas y reconstruirlas para que realmente fueran eficientes. También ere necesario construir casas de verdad, porque en donde vivían era algo parecido a muros de tierra levantados por hormigas y como techo, un montón de ramas. Eso fue lo que pudo ver Laura al pasear por la calle principal de aquella desoladora ciudad que se extendía algunos quilómetros cuadrados.
Encontraron un pequeño hostal que no era otra cosa que una gran casa bien construida por Europeos en la época colonial, pero sin ningún tipo de lujo. El dueño les alquiló una habitación, la mejor que tenía. Se trataba de una estancia con una cama grande cubierta por unas colchas algo deterioradas que debían tener mil años. Dos sillas de madera podrida y una mesa que estaba apunto de desmoronarse, pues una de sus patas estaba completamente quebrada y la mesa se sostenía con sus restantes 3 patas, por lo tanto no era recomendable usarla para colocar nada sobre ella.
–No coloquen nada en cima de la mesa –Dijo el hombre– Si la rompéis, la pagaréis.
– ¿No tenéis carpinteros en Zokinia? –Preguntó Laura con un tono apagado.
–Aquí no vienen turistas desde hace mucho tiempo –Respondió el hombre–. Bueno me voy, si necesitas algo avísame –Le dijo a Laura guiñándole un ojo. Y luego le susurró al oído– Estoy bien dotado. Hasta luego.
El hombre cerró la puerta. Laura no daba a crédito lo que veía, en donde tendrían que vivir dos semanas y miró a Alex con una expresión que aunque muda no por ello era menos expresiva, que dejaba entrever todas las tonalidades del enfado y el odio. Estaba tan asustada que llamó a su madre con el móvil pero no había cobertura, era allí tan sólo un ordenador sin acceso a internet, un ladrillo algo bonito y brillante, una linterna quizás hasta que se le acabara la batería.
Se tumbaron en la cama pues no se les ocurría que hacer en un escenario tan desolador. Se quedaron dormidos del cansancio que sentían del largo viaje. Al cabo de una hora y medía, sería por la tarde cuando despertó a Laura un sonido algo chirriante. Alguien estaba lanzando piedras contra la única ventana de su habitación. Laura se levantó algo conmocionada. Se acercó a la ventana y abrió los marcos para asomarse y ver quien diablos estaba haciendo esa gamberrada. Al asomarse no se lo podía creer, no podía creer lo que estaban contemplando sus pupilas. ¡Eran las dos mujeres negras del viaje en avión! Y una de ellas sostenía en una de sus manos las gafas de su novio mientras se reía.
–¡Malditas harpías! –Dijo Laura mientras salía corriendo de la habitación, bajaba las escaleras y salía por la puerta principal.
Alex continuó durmiendo pues tenía un sueño muy profundo, pero Laura, al salir pudo ver que las dos negras salían corriendo en dirección hacia el norte de la ciudad.
–¡Pero qué coño! ¡Esas son las gafas de mi novio! –Les gritó Laura mientras las perseguía–. Deténganlas.
Gritaba Laura, pero la multitud no parecía hacerle ningún caso. Los hombres la miraban con lascivia, pues solamente llevaba unos pantalones vaqueros cortos, color azul marino, y una camiseta blanca de algodón con tirantes que le marcaban sus duros y pequeños senos.
No era algo habitual que las mujeres fueran enseñando tanta carne, pues en realidad, como seguramente intuiréis, llevaban su correspondiente túnica negra hasta los tobillos y ocultaban su cabello a las miradas indiscretas del resto de los hombres que no fueran de su familia con un pañuelo especial para la cabeza, de diferentes tipos. Algunas mostraban su rostro, como las chicas del avión, en cambio otras tan sólo podían ver por entre una pequeña raja por la cual mostraban sus ojos.
Incluso otras no mostraban ni sus ojos, pudiendo ver sólo a través de unos pequeños cuadraditos. Aquellas que mostraban su rostro, la miraban con cara de sorpresa, indignación, horror, incredulidad, al contemplar la inusual lasciva escena: ¡una blanca corriendo casi desnuda por las calles de Zokinia! Tal osadía hubiera sido castigada con mil azotes, ante el público, sobre su espalda, hasta hacerla sangrar y gritar, de no ser porque el país hacía una excepción con las turistas por ser de una cultura más liberal y porque traían dinero al país.
Laura siguió corriendo hasta que vio que las mujeres se metían dentro de una casa de construcción medianamente decente, con sus correspondientes paredes blancas, puertas y ventanas. Eran por lo tanto uno de los grandes ricos de la ciudad. Las mujeres no cerraron la puerta, la dejaron abierta de par en par y se quedaron cerca de la entrada. Cuando Laura llegó se paró ante su puerta.
–¡Devolverme las gafas de mi novio, ladronas! –Gritó Laura mientras se acercaba a la puerta, jadeante, exhausta por la gran persecución.
–No puedes entrar, esta es una propiedad privada, es nuestra casa –Le advirtió una de las mujeres, concretamente la que le impidió la salida en el servicio, que se llamaba Alacanina.
Laura, que estaba encolerizada, no atendía ya a razonar y se lanzó sobre las mujeres para intentar recuperar las gafas, pero consiguieron reducirla sobre el suelo de la casa y empezaron a gritar pidiendo ayuda.
–¡Policía! ¡Una intrusa! ¡Policía!
En pocos segundos se oyeron unos rápidos sonidos de pisadas.
–Qué ocurre aquí –Preguntó un policía.
–Policía. Esta turista ha entrado en nuestra casa para ligar con nuestro marido.
–¡Mentira! –Laura intentó ser lo más expresiva posible, tanto con palabras como con gestos–, ¡Me han robado las gafas, solamente quería recuperarlas!
–¿Qué gafas? –Preguntó el policía que no sabía lo que era.
– Eso que lleva en las manos.
–Esto es de mi marido –dijo Alacanina–, ¡Lo juro por Allah!
–¿Tiene usted algún documento que acredite que son de su propiedad? –Preguntó el policía.
–¿Documentos? –respondió Laura, que no daba crédito a lo que le estaban preguntando, era todo tan ridículo, tan absurdo– ¡No! Nadie lleva una factura de unas gafas en el bolsillo, resulta absurda la pregunta. ¡Son de mi novio!
–Muy bien –Dijo el policía–, entonces vendrás con migo ante el comité judicial para ser juzgada por entrar en una propiedad privada.
–¡Qué! –Gritó Laura enfurecida–, ¡no me toques!
El hombre que no conseguía obligar a Laura a seguirla pidió refuerzos por una especie de walkie talkie y entre cuatro hombres la obligaron y llevaron ante un religioso de Allah.
Los jueces no eran licenciados sino que eran unos religiosos, que, por su posición, se les había ido otorgando el derecho de juzgar en el nombre de Allah.
–¿Qué ha hecho esta turista, aparte de vestir como una zorra? –Preguntó el juez.
–Ha invadido la casa de un matrimonio. Por lo visto era la amante o pretendía convertirse en la amante del propietario sin estar casada con él.
–¿Qué? ¡No, yo no he hecho eso! Yo no he hecho nada… Sólo quería recuperar mis gafas.
–Muy bien –Dijo el juez, que no prestó atención a lo que Laura decía–. El castigo ya sabéis cuál es. 1000 latigazos en la espada ante el público…
–¡Oh Dios mío! ¡Esto debe de ser una pesadilla! –Gritaba y lloraba Laura.
–Pero como es una turista, con 50 azotes en su culo… ejem… trasero, con la palma de la mano del propietario de la vivienda será suficiente. Llamen al propietario de la vivienda y díganle que se dirija a la plaza inmediatamente.
20 minutos después Laura fue conducida esposada a la plaza principal de la ciudad. Cuando llegó pudo ver que el gordo, el esposo de las dos ladronas se encontraba esperando sentado sobre una silla de madera. Inclinaron a Laura que aún estaba esposada, de espaldas sobre las piernas del Hombre. Dejándole ver un estupendo culo que se le marcaba debajo de sus apretados vaqueros cortos.
Laura no podía creerse lo que le estaba pasando, era tan ridículo y tan humillante que no lo asimilaba.
La muchedumbre empezó a acercarse y los hombres gritaron enloquecidos de alegría y de excitación, era para ellos como la experiencia que sentía un adolescente cachondo al ver su primera película porno. ¡Se hallaba allí una jovencita blanca con unas bonitas piernas al descubierto, piernas delgaditas, pero con sinuosas curvas!
El gordo negro empezó con un primer azote en ese duro tratero de gimnasio y no pudo remediar tener una gran erección de lo emotivo que fue poder sentir y oír el grito de Laura. Que se sentía muerta de miedo. Laura sintió la cosa dura del negro que era descomunalmente grande y notó como si debajo estuviera circulando una enorme serpiente. Al principio se asustó mucho, pero no pudo evitar excitarse un poco, pues le recordaba lo caliente que había estado todo ese día.
El negro continuó con sus azotes y al llegar a 25 empezó a darlos con más fuerza. Laura gritaba de dolor. Entonces el negro le dijo:
–¿Te duele?
Laura no respondió, no le daría esa satisfacción, pero, entonces, notó que el negro intentaba introducirle una píldora en su boca. Laura se alarmó y al cabo de cinco segundos se le ocurrió la desesperada idea de pedir ayuda. Pero, lamentablemente, no pensó que al abrir su boca la píldora entraría y acto seguido el negro le giro la cabeza hacia arriba y se la tragó. Laura notó como si se hubiera bebido dos chupitos de licor al mismo tiempo. Se sentía altamente mareada y le empezó a entrar unos calores que junto al calor que hacía en la calle le estaba provocando una irritación de sus zonas sensibles.
–Continua –le ordenó el policía al hombre que vio que se había detenido mucho tiempo.
El negro continuó, pero esta vez lo hizo de manera más suave como acariciando las nalgas de la chica. Y Laura sintió un gran calor y humedad en sus entrañas, ya drogada y caliente, no le importaba ya nada.
Solamente deseaba que aquello terminara. La humillación se convirtió en placer, pues el hombre empezó a rozar con sus dedos la parte del vaquero donde se encontraba su vagina y eso la hizo humedecer y sentir un gran placer mientras sentía en sus muslos la forma de un pene descomunal.
Los azotes eran tan placenteros que a Laura se le olvidó todo, que el hombre no le gustaba nada, que estaba siendo humillada en público y empezó a disfrutar de esos azotes.
–¡Aahh! –Gritó Laura de pura excitación. Ya no se acordaba ni que tenía novio, ni que tenía que recuperar sus gafas.
–¿Qué es eso que me has dado? –Le preguntó Laura–, ¿es una droga?
–Sí –respondió él–, como estabas tan asustada he querido tranquilizarte.
El negro continuó sus azotes hasta que llegó al número 50.
–Es una droga que excita a las hembras –le dijo–, lo malo es que es muy adictiva, si mañana te sientes algo nerviosa ven a verme, te venderé más.
–¡Idiota! –Gritó Laura–, no quiero volver a verte en la vida. Ya os podéis quedar con las malditas gafas.
Tras finalizar aquella placentera tortura se levantó y salió corriendo hacia el hostal, llorando de rabia y por que no podía controlar su propia excitación. ¿Realmente era una guarra?
Final del Capítulo.
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