Una historia real
Historia real de mi entrega al único hombre que he amado.
Tenía 32 años y quería salir de mi pueblo. Buscar una vida nueva y sentir la libertad de que no te juzguen. Nadie podía hablar de mi pero el hecho de ser soltero a esa edad y no tener novia hacía que me vieran como alguien raro. Realmente las mujeres no me interesaban y mi sexualidad estaba como dormida, no niego que me atraían los hombres, pero no pensaba en la posibilidad de tener relaciones con alguno y cuando decidí irme a la ciudad solo pensé en trabajar y acaso estudiar algo que me garantizara una mejor vida.
Llegué recomendado por unas viejas amigas de mi familia y pude enseguida entrar a trabajar en una pequeña librería de una pariente de ellas. Viví un tiempo en un hotelucho mientras buscaba un pequeño apartamento pero los alquileres eran demasiado altos por lo que debía buscar a alguien para compartir. La dueña de la librería me recomendó ir a ver al Señor Núñez, que tenía un pequeño apartamento alquilado pero su familia vivía en otra ciudad y viajaba constantemente por trabajo, por lo que paraba poco ahí pero quería mantenerlo, pues el centro de su vida laboral estaba en la ciudad. Hablamos por teléfono y nos arreglamos y yo me mudé para su casa sin aun conocerlo.
Como a los diez días llegó, era de noche y me disponía a dormir. Era un hombre de cincuenta y tantos años, de estatura media pero fuerte, trigueño y algo calvo pero de muy pocas canas y voz resuelta y varonil, no era grueso pero tampoco delgado y tenía una barriga incipiente. Apenas me saludó y entró en su cuarto. Yo pensé que no le había agradado y me preparé para buscar otra residencia.
Al otro día cociné par los dos y cuando llegó le brindé amablemente la comida que el no rechazó y cuando terminó de comer se retiró a su habitación agradeciéndome escuetamente. Así pasó una semana hasta que de nuevo salió de viaje y cuando regresó a los cinco días apenas me habló. Pero esa noche me regaló una fina cadena con un hermoso dije. Le agradecí y así continuamos, el compraba alguna comida que yo cocinaba para los dos y apenas hablábamos. Un día me dijo cocinara par un amigo y yo accedí gustoso, aunque notaba que me trataba con cierta autoridad que realmente no me desagradaba. Yo serví la mesa para ellos dos y comieron sin invitarme y los oí hablar despectivamente y entre otras cosas de los gay y afeminados. Entonces sentí una rara angustia y pensé que el me veía así. Como a las dos o tres noches me pidió le llevara café a su cuarto y cuando entré estaba acostado completamente desnudo, el cuerpo cubierto de un vello espeso ligeramente entrecano. Se sentó con la mayor naturalidad en la cama y yo nervioso le di la tasa, me iba a retirar pero me dijo reciamente que esperar y luego de tomar me la devolvió. Me retiré y desde esa noche sentí que quería hacer cuanto me pidiera y comprendí que cada noche lo esperaba con una ansiedad que no había tenido el valor de reconocer, de esperar que me celebrara aunque fuera con un gesto la comida y que cuando eso sucedía me sentía feliz.
Así pasó algún tiempo en que a veces me pedía le llevara café al cuarto y siempre lo encontraba igual. Eso para mi era una tortura pues había empezado a desearlo desesperadamente. Pero pensando en su machismo decidí buscar otro lugar para vivir. Tenía ya visto algo realmente bueno y se lo dije pero no me contestó. Al otro día estaba en la cocina cuando llegó y me regaló una hermosa rosa. Turbado le agradecí y pensé en la extraña situación de un hombre regalando una flor a otro sin motivos y mi turbación apenas me permitió agradecerle. Comimos y dijo que tenía necesidad de salir a una reunión de negocios pero que al regresar le llevar café a su cuarto. Realmente pensé que debía sentirme insultado y negarme pero no podía rechazar verlo de nuevo y tal vez por última vez como tanto anhelaba. Llegó algo tarde y yo aún despierto lo esperaba para hacerle café y llevarlo a su cuarto. Cuando toqué a su puerta me contestó secamente que pasara pero esta vez su pene estaba cubierto por un pañuelo. Apenas se incorporó para tomar el café y cuando me retiraba me dijo: Ven acá. Me volteé y quedé parado frente a él. Siéntate aquí, me dijo golpeando el borde de la cama. Me senté temblado y entonces él, mirándome fijamente me preguntó si quería ser su mujer. Creí morir y asentí con la cabeza. Entonces me ordenó retirar el pañuelo de su pinga, palabra que uso y cuando lo hice ya estaba erecta, me atrajo y me acostó junto a él. Entonces me dijo que quería una relación donde yo fuera solo pasivo, su mujer y puta privada. Le dije que estaba en sus manos y que sería como el quería, que eso era además lo que yo deseaba. Me besó dulce y apasionadamente, mi primer beso de amor.
Desnúdate, me dijo y yo lo obedecí, Le dije que haría cuanto me pidiera pero que no podía ser su puta porque no tenía experiencia y él era mi primer hombre y seguro el único. Eso le gustó y se acostó completamente encima de mí, me besó el cuello y chupó las tetillas y luego me volteó y me revisó el ano. Dijo, parece que si y me lo lamió e introdujo sus dedos. Yo sentía sus vellos y barba raspar mi piel y estaba desesperado de ansiedad, deseando sentirlo dentro de mí. Le supliqué me hiciera suya y dijo, así me gustas puta y ya tendrás lo tuyo, pero cuando yo quiera y aún falta, debes aprender a satisfacerme y me puso a mamarle la pinga. Esa noche no me penetró y debo confesar que en las noche siguientes tampoco. Eyaculaba en mi boca y despertaba en mí sensaciones increíbles con las cosas que me hacía y me ponía a hacerle. Salió de viaje y mi esfínter aún estaba virgen. Regresó a los doce días y me revisó fríamente, me dijo que lo había traicionado y me dejaría. Creí morir y le supliqué y amenacé con suicidarme. Realmente no podía vivir sin él. El me pidió entonces más y yo le prometí todo, hasta ser su esclava a pesar de comprender su juego. Esa noche me penetró y lo sentí dentro de mí mientras sus vellos me raspaban la piel y su boca me chupaba el cuello. Pero esto es el comienzo de mi entrega y de mi amor que les seguiré contando en otros relatos. Es una historia verdadera y solo temo que las palabras no puedan trasmitirlo todo.