Una historia que no termina 5

– No quiero necesitarte… Porque no puedo tenerte… - Me dijo en un susurro antes de volver a juntar sus labios con los míos. Para mí todo iba sucediendo en cámara lenta, y cuando estuve consciente de sus palabras ella ya me había transportado a otro mundo muy lejos de esa habitación.

Subí al auto a su lado y al instante llegó Fernando con Mariana. Las dos horas que duró el viaje al campo se me hicieron insoportables, estar a su lado y respirar esa tensión que no me dejaba hablarle como quería era demasiado para mí. Fernando y Mariana iban más que emocionados, podía notar como Lucía disimulaba también, había aprendido a conocer un poco más los gestos que la caracterizaban y sabía que la mayoría de sus palabras salían por inercia.

- Chicos, escojan las habitaciones que quieran, hay suficientes. – Dijo Mariana mientras entrábamos a la cabaña.

- Fer, cariño, no puedo vivir sin molestarte así que te vienes conmigo. – Dijo Alejandra en voz alta dándole un sonoro beso. En los últimos meses se habían vuelto como un par de hermanos.

- Vamos rápido, chicos. Ya sabíamos desde siempre cómo dormiríamos, Nana duerme sola por si el amor de su vida al final puede venir… - Dijo Daniela en tono jocoso. Supe entonces que Lucía y yo dormiríamos en una habitación y mi mente se volvió un papel en blanco.

- Jime, ¿qué te pasa? Estuviste callada casi todo el viaje, ¿estás enferma? – Me preguntó Fernando.

- No, Fer, tenía mucho sueño pero ya se me pasa, nos vemos en veinte minutos en el living, ¿verdad? – Le dije mientras me dirigía a una de las habitaciones para

acomodar mis cosas.

- Sí, veinte minutos, ¡no más! – Respondió afirmando que siempre me demoraba mucho. -  Si no fuera porque conocimos a Daniel estaría preocupado porque tú y Lucía se entretuvieran en la habitación y terminaran divirtiéndose solas.

- ¡Fernandooo! Deja a la niña en paz, Lucía no muerde. – Dijo Alejandra divertida y todos volteamos a ver Lucía, yo más que nadie, y sólo respondió:

- Ustedes no cambian, queridos amigos. – Había recuperado su característica serenidad y yo mi intranquilidad. Vi que casi sonreía, sólo casi.

Continuaron hablando mientras cada uno se dirigía a las habitaciones para acomodar algunas cosas y así salir a cenar todos. Lucía se quedó conversando un rato con Mariana en el living, creo. Volvía a ser la misma de siempre a los ojos de los demás. Yo estaba terminando de sacar algunas cosas cuando sentí que cerraron la puerta. Volteé a ver y efectivamente era Lucía, quien se acercaba peligrosamente a mí, tanto que sentía su respiración cuando se detuvo. Yo estaba inmóvil y luchaba por no apartar mi mirada de sus profundos ojos café, casi sentía que me tocaba con ellos. Me miraba como buscando algo, quizás esperando que yo dijera alguna palabra.

  • Lucía… - Sólo su nombre pude pronunciar, iba a hablar pero me interrumpió.

- Vamos, ya nos están esperando, yo ordeno esto después. – Me dijo tomándome la mano mientras me conducía hacia la puerta de la habitación. ¡Cómo cambiaba esa mujer!

- Espera, Lucía. – La detuve antes de salir. – Tenemos que hablar, no quiero que las cosas sigan así, tan distantes, sé que… - Y me interrumpió nuevamente, esta vez con un corto beso que no duró más de cinco segundos, sólo puso sus labios sobre los míos y yo sentí cómo rápidamente mi corazón se aceleraba otra vez. Ya no era un secreto que Lucía significaba mucho para mí.

- … - Últimamente me estaba dejando todo el tiempo sin palabras. – Lucía…

- Vamos, nos esperan, hablaremos después. – Me dijo mientras abría la puerta. Me desconcertaba lo que había llegado a hacer sólo para no hablar conmigo.

La cena con los chicos estuvo entretenida, hablábamos de los planes de los siguientes días y de lo que haríamos allí, sin embargo, la mitad de mí siempre estaba pendiente de cada gesto de Lucía. Cuando terminamos, fuimos por unas bebidas y después iniciamos una fogata en el jardín anterior de la casa. El ambiente no podía ser más inquietante al tener a Lucía frente a mí, viendo como la luz naranja del fuego iluminaba su rostro y el viento desordenaba ligeramente su cabello. Jugaba con todos y sonreía de forma tan natural que me hacía creer que lo que había pasado conmigo era totalmente insignificante para ella. Sólo recuerdo unos pequeños detalles que me impedían asegurar aquello, y era que a veces me descubría observándola y sólo me miraba fijamente durante unos segundos, después de ello desviaba su mirada dejando en mi mente un gesto de su parte que reflejaba algo entre decepción y melancolía, siempre de forma muy sutil.

- Chicos, Paulo no podrá venir. – Anunció Mariana al leer un mensaje de su móvil. – Sus padres lo necesitan por algo de no sé qué. – Terminó algo aburrida.

- Entonces queda un cupo libre, ¿sí? – Preguntó Fernando con gesto travieso.

- Sí, claro, pero no le hemos dicho a nadie más, Fer. – Respondió Alejandra.

- Claro que no, pero Daniel sabía que vendríamos, yo le doy mi aprobación al chico de Jimena. – Dijo Fernando y al escuchar mi nombre salí de mis pensamientos.

- ¿Qué? ¿Cómo? ¿Que yo qué? – Pregunté un poco distraída.

- ¡Ooh sí! Vamos nena, que le gustas al niño bonito. – Decía Alejandra con su tono juguetón característico.

- Invítalo, Jimena. – Dijo Lucía en voz alta… Como desafiándome con su voz y sus ojos.

- Sí, invítalo, invítalo… - Decían casi todos al unísono.

- Oigan, de verdad no hay nada, sólo somos amigos, no entiendo por qué creen eso. – Les respondí más a los chicos que a ella en especial. No entendía por qué hacía eso si días atrás le había confesado que era ella a quien quería, se lo había demostrado hasta donde había podido, le había hablado con total transparencia.

- Creemos eso porque eso fue lo que demostraron hoy. – Concluyó ella nuevamente con esa mirada acusadora que quizás sólo yo lograba descubrir.

- ¡Y mucho! – Fernando… Fernando… No me ayudes tanto, pensé para mí.

- Voy por más trago. – Se puso de pie Lucía y se adentró en la casa. Me quedé convenciéndolos de que nada pasaba y el tema afortunadamente cambió.

Quería que dejáramos eso donde estaba, ya necesitaba que fuera ‘hora de dormir’ para poder estar a solas con ella. Me estaba cansando de esa situación en la que no era clara ni siquiera con ella misma. Regresó con una botella pequeña de tequila y llenó todos los shots, diciendo que era para despedir la noche y empezar bien los días que estaríamos allí. ¿Desde cuándo Lucía era fanática de celebrar todo con alcohol? Claro, eso nadie lo discutió, de todos modos parecía estar tan normal como siempre. Sin embargo, a mis ojos estaba teniendo una actitud demasiado infantil y cobarde, estaba un poco molesta.

- ¿Ahora sí vamos a hablar? – Le dije cuando estábamos ya en la habitación.

  • De acuerdo, ¿de qué quieres hablar, Jimena? – Me decía mientras buscaba algo en su maleta. No me miraba en lo absoluto.

- … - Suspiré. ¿Por qué no era capaz de ayudarme un poquito? – Lucía, desde que te dije… Desde que hablamos en la montaña las cosas cambiaron, tú sabes eso. – Continué y se me había ido el aire. Estaba sudando frío y a ella parecía no importarle nada.

- Ajá, ¿y esperabas que no cambiaran? – Me respondió un tanto molesta y esta vez sí estaba frente a mí, con su mirada retadora de un rato atrás. Me estaba inquietando ya.

  • Claro que sé que cambiaron, y lo que busco no es que sean como antes después de lo que te dije, Lucía. – Me salían las palabras y ella cada vez se acercaba más, como esperando que yo dejara salir todo. – Pero no entiendo por qué actúas así, por qué primero permites unos besos que me confunden tanto, luego te vas y me evitas, y ahora, como si fuera poco, le sigues el juego a los demás afirmando que me interesa Daniel, cuando sabes perfec… - Me interrumpió.

- ¿Te gusta? Te interesa él, ¿no? – Seguía con su actitud inmutable, más respondiéndose ella misma que preguntando, y esa mirada que reclamaba respuestas que yo ya le había hecho saber.

-  ¿Cómo que me gusta? ¿Me estás hablando en serio? – Pregunté hecha un ocho. ¿Era en serio que pensaba que él me interesaba?

- Tú respóndeme. – Ya, ahora lo entendía, estaba celosa, o al menos eso parecía.

- Vaya... – No daba crédito a su actitud.

- ¿Sabes, Jimena? Me estás diciendo que cambio y te confundo, pero yo te digo; ¿quién dice que quiere a alguien y al parecer todo es mentira y hay alguien más? – Me decía decidida pero sin levantar la voz. – Tú sabes que esa persona de la que te hablé en la montaña es… - Suspiró y ahora delataba tristeza en su mirada antes retadora. Gracias a Dios no lo dijo, lo último que quería era perder el tiempo que había logrado con ella para hablar de su famoso amor.

- Ya ves, te digo que Daniel no es nada y al final qué importa si lo fuera. Da igual y no entiendo por qué te justificas en él cuando claramente no te importa qué pasa entre él y yo. Tú ya tienes a alguien, lo que no quiero es que sigas con tu actitud tan inconstante. – Respondí con un hilo de tristeza y enojo que se asomaba en mi voz.

- … - Se quedó callada sólo mirándome. Veía los colores en su rostro y podía percibir cómo se iba inquietando más y más. – Piensa lo que quieras. – Dijo antes de besarme con fuerza.

Me había tomado por el cuello y sentía toda su impaciencia transmitida en ese beso, llegó a morderme un poco mientras se separaba un poco para verme a los ojos. ¡Cómo recordé su primer beso en la montaña cuando hizo lo mismo! Me había cambiado el humor y las emociones en un solo instante. – No quiero necesitarte… Porque no puedo tenerte… - Me dijo en un susurro antes de volver a juntar sus labios con los míos. Para mí todo iba sucediendo en cámara lenta, y cuando estuve consciente de sus palabras ella ya me había transportado a otro mundo muy lejos de esa habitación. Estar así con ella me impedía pensar, sus besos desencadenaron más besos y caricias que hicieron de esa noche una serie de momentos maravillosos. La ternura que mostró conmigo fue algo que jamás imaginé poder experimentar. Recuerdo cada instante de esa noche, su piel blanca y suave que se dejaba llevar y me enseñaba poco a poco cómo conocer cada rincón de su cuerpo. Lo que empezó como un beso apasionado y rebelde de parte suya se fue convirtiendo en un millón de caricias cargadas de erotismo que aún hoy recuerdo con perfecta claridad.

Los siguientes días fueron tan naturales como siempre para los demás y para mí fueron un misterio. Lucía no había vuelto a tener esa actitud distante conmigo y cuando estábamos solas era especialmente cariñosa. A veces creía que no existía otra persona, me ilusionaba creyendo que ella me quería como yo a ella porque seguíamos tan pendientes la una de la otra que parecía que sabía cada detalle de su vida, pero volvía a poner los pies en la realidad cuando me daba cuenta que volvía a ser sólo una amiga cuando estábamos frente a los ojos de otros. Puede que quizás algunos de los chicos sí conocían a esa persona y por eso Lucía no mostraba nada más ante ellos. Intenté en esos días tocar el tema pero ella siempre supo escabullirse de mis palabras.

Cuando volvimos a la ciudad y a la universidad opté casi inconscientemente por aceptar lo que ella podía darme; unos momentos llenos de magia que de vez en cuando aparecían. A los ojos de los demás, seguíamos siendo las mismas de antes, yo era su amiga, a quien ella cuidaba más que a cualquier otra y ella seguía siendo la chica inteligente y especial, aquella con palabras profundas y actitudes responsables. Muchas veces intenté convencerme de disfrutar el momento, intenté separar las facetas así como lo hacía ella, sin embargo, dividir mi corazón en dos me era imposible.

Las cosas con los chicos eran fenomenales. Salíamos entre todos, molestábamos, no faltaban las fiestas. Nunca sospecharon nada, justo como quería Lucía. La verdad era que ese no era el detalle que a mí me importaba, que el mundo lo supiera o no era algo realmente secundario. Si me daba cuenta de ello era porque reflejaba que las cosas no estaban del todo claras entre Lucía y yo, que efectivamente había algo, o alguien, que era lo más seguro. Mi lugar en su vida no lo conocía. En una de esas fiestas fuimos todos a un karaoke que estaba de moda y al percatarme del talento de la chica que cantaba hizo que le prestara especial atención a la letra de la canción, lo cual me hizo preguntarme ¿qué era yo para Lucía? Retumbaban en mi mente esas palabras que salían de la chica que cantaba a quien me quedé viendo, concentrada en cada cosa que decía… ”Para mí tú eres el centro de mi pequeño universo… Para mí tú eres la lluvia resbalando sobre mí y la luna que quiero sentir… Las palabras sin decir, las canciones sin cantar y un millón de puertas por abrir… Si no quieres no tienes que responder, pero quisiera saber… ¿qué soy yo para ti? Otra noche sin dormir… Una escena de amor, o siempre un último adiós…” ”¿Qué soy yo para ti?... Para mí tú eres el sol que inundó mi corazón…” Esa última frase me había transportado al día en la montaña, donde empezó todo y donde le hablé a ella como el sol que se mostraba ante nuestros ojos. Recordaba cada momento junto a ella… ”Ahora dime sin pensar si este amor es de verdad, dime qué soy yo para ti…” Había estado cantando en silencio la canción y no me había dado cuenta que Lucía me miraba fijamente con una tristeza en sus ojos que reflejaba mucho más de lo que sus decían sus acciones. Me sorprendí a mi misma al no querer recibir una respuesta suya a lo que la canción preguntaba, aunque cada cosa que había cantado silenciosamente hubiera sido por ella. Sabía que no podía esperar nada y de una forma lacerante me había acostumbrado a eso.

- Ya vuelvo. – Dije levantándome de la mesa mientras me dirigía a la barra por una botella de agua. De alguna forma sentía que me ardía la garganta, y vaya que sí… Muchas cosas se perdían en mí sin haberlas dicho.

Estando en la barra llegó ella y se sentó a mi lado.

  • Perdóname, de verdad perdóname, Jime. – Decía sin mirarme, aparentemente concentrada en el licor que daba vueltas en su vaso. Me conocía de sobre manera, sabía que unos momentos atrás las palabras silenciosas eran por ella.

No le dije nada y cuando me dieron la botella volví a la mesa. No estaba molesta, sólo no tenía nada por decirle. Esa noche todos los recuerdos venían a mi mente en una función que no lograba descifrar, ni quería hacerlo. Me dedicaba a sentir lo que sentía por ella, dejaba a mi corazón nadar en un mar de sentimientos que al final no tenían puerto seguro; la adoraba y no servía para nada. Tuve ganas de llorar pero no lo hice, no allí, no porque todo el rompecabezas que teníamos ella y yo oculto se vendría abajo y eso era lo que ella nunca había querido. Vaya forma de quererla… Y de quererme.

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Hasta ahora todo ha sucedido así, gracias a todos por las palabras. Algunos quizás tienen dudas específicas y otras no tan específicas, es muy probable que en la próxima parte muchas de las primeras se resuelvan, las otras... Espero poder aclararlas yo también. Quien sabe, cada vez el presente se acerca más.  :)