Una historia que no termina 4

Separó sus labios muy suavemente y me susurró al oído: - Ahora sí, ‘lo siento’. - Y se fue quedando dormida mientras me abrazaba.

Yo no sabía qué decir o qué hacer. Volteé la mirada hacia el horizonte que estaba ante nosotras... Y efectivamente el sol se iba desvaneciendo. Sonreí

melancólicamente y dejé escapar al fin una lágrima. Ya no tenía nada más que decir. A los pocos minutos me armé de valor y enfrenté su mirada que seguía estudiándome cuidadosamente. Sin embargo, ese momento duró unos cuantos segundos porque ahora fue ella quien apartó la mirada.

  • Tú no puedes sentir eso. - Dijo al fin con una voz casi inaudible.

  • ¿Por qué dices eso, Lucía? - Respondí con tono decidido. - No te estoy pidiendo nada. Que sienta esto no quiere decir que no entienda que no hay ningún camino. De hecho lo hago perfectamente. - Tenía rabia, ¿cómo me decía que no podía quererla?

  • No, no entiendes. - Seguía hablando casi en un susurro. - Tú estás confundida... Tú...

  • ¿Yo qué? ¿Qué pasa conmigo? - Era más fácil que me dijera que ella no sentía lo mismo y punto, de cualquier modo era algo que yo ya daba por hecho.

  • Donde me gustaría tener una cámara sería en tu corazón. - Me respondió a algo que no había preguntado y eso que dijo me dejó con un escalofrío.

  • No hace falta que la tengas, ya te estoy diciendo qué pasa. - Fue lo único que atiné a decir mientras sentía un nudo en la garganta.

Dios dos pasos y me abrazó de frente. Yo estaba inmóvil. Sentía el calor de su cuerpo en medio del frío que ya adivinaba el final del atardecer. Su respiración quemaba mi cuello y de repente empezó a retirarse de una forma que me pareció desesperadamente lenta. ¿Era acaso el último abrazo? Yo seguía sin alcanzar a ver su rostro. Sentí miedo y cerré mis ojos a la vez que por fin rodeaba su espalda con mis brazos. No quería que se fuera, que terminara allí, yo estaba literalmente temblando. No sé en qué momento sentí sus labios rozar los míos y otro escalofrío recorrió intensamente

mi cuerpo. Puedo jurar que se me nubló la mente, el corazón, todo. No fui capaz de responder al leve roce de su beso y me separé no más de unos cuantos centímetros. Necesitaba respirar, sentía que me ahogaba el miedo y la emoción. Abrí los ojos por fin y me encontré con su mirada que brillaba tras el cristal de unas sutiles lágrimas. ¿Era posible que lograra confundirme aún más?

Esta vez fui yo quien me acerqué. Sentí ese beso en el alma, tanto que dolía. Fue cargado de dulzura y ternura al principio, el suave contacto transmitía todo lo que sentía por ella. Tomé su rostro en mis manos y pude notar que lloraba en silencio. Quise separarme para hablarle, aunque realmente no sabría que decirle. Ella el notar eso se aferró con fuerza e hizo presión con su boca, como afirmando que estaba allí. El beso se tornó con pasión durante unos breves segundos porque después de eso Lucía se separó mordiendo suavemente mi labio inferior. ¡Dios! Esas sensaciones eran un mundo desconocido para mí. Sentía mi corazón explotar y seguía sin entender qué pasaba por la cabeza de Lucía, mucho menos qué sentía.

  • Te vas a enfermar si sigues allí. - Dijo esto mientras miraba al cielo que ya estaba dejando caer una llovizna.

Pasó por mi lado abriendo la puerta del acompañante y acto seguido dio la vuelta y subió ella al auto. Era absurdo, un momento atrás había sentido todo y nada a la vez, y ahora que ella no estaba allí creí que me iba a congelar el frío. Entré al auto y unos segundos después arrancó. El camino de vuelta fue en silencio. No era capaz de decir nada, no sabía que pensar. Había alguien en el corazón de Lucía, me había besado y pude ver perfectamente el dolor a través de sus lágrimas. No tenía certeza de nada, excepto que me había enamorado, eso lo sabía en el alma. Lo único que podía hacer era ver la lluvia caer a través del cristal algo empañado. "...You might blame it on me, but you insisted that we fall...", "...Why can't we just rewind?...Why can't we just rewind?..." Alcanzaba a escuchar en medio de mis pensamientos el eco de la voz de Nutini que sonaba en el estéreo.

Llegamos y estacionó frente al edificio de mi casa. Ya era de noche pero aún así seguía siendo temprano. Continuábamos ambas en silencio hasta que unos instantes después fue ella quien lo rompió, justo cuando yo estaba desabrochando el cinturón.

  • Lo siento, Jime. - Sentí un hilo de inseguridad en su voz.

  • Vamos Lucía, no es tu culpa. Déjalo así, pasa en todas partes. - Lo último que quería era su lástima. Seguía igual de confundida por sus reacciones.

  • ¿Puedo entrar? - Me dijo de repente.

  • ¿Cómo? ¿Entrar a dónde? - En serio la situación me tenía desconcertada. Sus cambios bruscos no me permitían tener clara una respuesta a nada.

  • A tu casa. - Dicho esto bajó del auto y no me dio tiempo a responder.

Se dirigió con paso firme a la entrada y yo la seguía atrás. El vigilante nos abrió y subimos al ascensor.

  • Tú lo haces a propósito. - Le dije.

  • No sé hablar de otra forma. - Supo que me refería al hecho de confundirme con sus palabras. Eso me estremecía.

  • Claro... - Suspiré.

Entramos y fue directo a mi habitación. ¿Qué estaba haciendo? La seguí y cuando entré estaba acomodando la cama.  Me quedé de pie en la puerta como esperando que dijera algo y ella al verme sonrió.

  • A ti te tocan las palomitas, no me mires así, te voy a dejar escoger la película. - Me guiñó un ojo y siguió en su tarea.

No pude más que reírme mientras iba a la cocina por lo extraño de la situación, si es que había sólo una. Conocía a Lucía y sabía que era muy ocurrente, pero nunca había estado en una situación tan versátil y voluble con ella. Seguía estando nerviosa y creo firmemente que la risa que tenía era precisamente por eso. Lucía era la misma de siempre otra vez e incluso tenía un brillo en la mirada que la hacía ver muy linda. Parecía que era dos personas diferentes en cortos instantes de tiempo, pero no podía negar que la idea de seguir un rato junto a ella después de la cantidad de emociones por las que acababa de pasar me tranquilizaba hasta cierto punto, me hacía feliz.  Cuando volví a la habitación estaba acostada en mi cama escribiendo algo en una libreta de notas que sólo ella sabía que tenía e incluso dónde lo guardaba porque alguna vez le mostré un intento de poema que había hecho.

  • Aquí están. Y no tienen sal, como te gustan. ¿Qué escribes? - Le hablé y esta vez me sentía más tranquila.

  • Una dirección de una pizzería, tienes que ir, es deliciosa. - Me dijo como si nada y al instante cerró la libreta y la guardó en el último cajón de la mesa.

No le di mayor importancia al asunto.

Escogí la película y la puse a funcionar. Era una noche fría así que nos cubrimos con varias mantas. Estábamos riendo a carcajadas por lo gracioso de las escenas y de un momento a otro se dio vuelta abrazándome mientras apoyaba su cabeza en mi hombro. Siempre era al contrario, era yo quien la brazaba de esa forma. Me quedé inmóvil un instante y me hizo desconcentrar, seguidamente empecé a acariciar su cabello. Continuamos así un rato y sentí que empezó a jugar haciendo figuritas en mi abdomen por encima de la tela.

  • Hace un rato en el carro no tenía por qué disculparme... - Dijo pensativa.

  • ... - Me demoré en contestar. - Claro que no, no tenías razón para hacerlo.

  • Dijiste que pasa en todas partes pero en este lugar no ha sucedido. - Me dijo con voz suave pero firme.

  • ¿Cómo así? - Otra vez confundiéndome.

Subió un poco y se quedó mirándome fijamente logrando que se me acelerara el corazón. Pasaron unos segundos y me dio el beso más dulce y especial que haya podido sentir. Sus labios eran una caricia para los míos que muy suavemente me iban transportando a un universo mágico. Acariciaba mi rostro con una ternura inimaginable y yo sólo podía sentir en mi corazón todo el amor que había por ella. ¡Cómo la quería!  Separó sus labios muy suavemente y me susurró al oído:

  • Ahora sí, ‘lo siento’. - Y se fue quedando dormida mientras me abrazaba.

Tardé mucho en hacer lo mismo y procuré no moverme. Sentirla allí, a mi lado y después de eso que había dicho y hecho me hacía sentir una inmensa emoción. Todo había ocurrido en menos de veinticuatro horas y yo aún no lo asimilaba bien.

Me desperté al día siguiente y ella ya no estaba. Hice algunas cosas que tenía por hacer pero la verdad era que no lograba concentrarme en nada. Si bien era cierto que la noche anterior había sido hermosa, no podía dejar de recordar sus palabras en la montaña. Estuve tentada muchas veces a llamarla pero preferí no hacerlo, no estaba segura qué le diría. Pasaron así tres días en los que no hablé con ella. Era extraño pues antes de que eso pasara todos los días lo hacíamos.

Llegó el miércoles finalmente, que era uno de los días que compartíamos la clase. Cuando llegué al aula ella ya estaba allí hablando con la profesora. La esperé donde siempre nos sentábamos y cuando llegó me saludó muy rápidamente con un beso en la mejilla y se sentó a mi lado. Sobra mencionar que no recuerdo nada de la clase. Estuve todo el tiempo atenta a cualquier reacción de Lucía, pero ella no se inmutaba ni hacía nada especial. Más bien estaba actuando como cuando la asaltaban miles de asuntos académicos. Después de interminables minutos había concluido la clase y salíamos del edificio.

- El viernes no voy a venir, tengo que reunirme con los de contratación para el reporte final. Ya hablé con Claudia y no hay problema. – Me avisó. Era la

primera vez que no íbamos a compartir el encuentro en aquel bar.

- Ah ok, algo escuché del famoso reporte con tu profesor el semestre pasado. Es bien estricto. – Le dije como restándole importancia a lo que verdaderamente se colaba en mis pensamientos.

Seguimos nuestro camino y nos encontramos con Mariana, quien nos recordó que el otro fin de semana era el relajo total en su casa de campo.

  • Niñas, estamos hablando la otra semana y acordamos de dónde salimos, ¿ok? – Dijo Mariana despidiéndose de nosotras.

- Sí Nana, gracias por todo. – Le respondí.

  • Espera Nana, ¿vas para la facultad? – Le preguntó Lucía.

- Sí, tengo que recoger una constancia, ¿tú también vas? – Dijo Mariana.

- Sí, yo igual. Adiós Jime, te llamo este fin a ver qué pasa con todo. – Se despidió de mí rápidamente. ¿Era mi impresión o me estaba evitando?

Nunca había sentido a Lucía tan corta de palabras como ese día y mucho menos tan insegura. Claramente lo que había sucedido había afectado nuestra amistad, y aunque yo quisiera que lo hiciera para estar con ella, había pasado todo lo contrario; nos estaba alejando. Los días pasaron y Lucía no me llamó como había dicho. Yo tampoco lo hice. A pesar de lo que había sucedido y de percibir su desequilibrio la última vez que nos habíamos visto, ella desde el primer momento era quien marcaba los pasos de cualquier cosa que hacíamos. No hubiera sabido qué decirle y menos con la aparente indiferencia que tenía para mí. Estuve esos días pensando en ella todo el tiempo. No dejaba de recordar lo que había pasado con ella en la montaña y en mi casa, fueron tantos momentos en uno que me dejaban de manos atadas, más aún con el comportamiento que estaba teniendo. Me sentía totalmente confundida y triste, no tenía ánimos de nada. Por un lado pensaba que Lucía había jugado conmigo, que había hecho lo que había hecho por no dejarme con las palabras dichas, y que después de ello, se había arrepentido. La situación con ella no cambió para nada dn los siguientes días.

Saliendo de una mis clases con algunos compañeros me sorprendí al ver a Daniel esperándome fuera del aula.

- Daniel, ¡hola! Que sorpresa verte de nuevo, ¿por qué casi nunca nos cruzamos? – Me alegraba verlo realmente, su compañía era agradable y era un chico bastante simpático y alegre.

  • Hola, pequeña. – Me abrazó fuertemente. – No nos cruzamos porque no lo intentamos, nos falta perseverancia, Jime. – Dijo sonriendo.

- Sí, lo sé, cambiemos desde hoy. – Respondí. Me había cambiado el humor su presencia.

  • Sí, sí, por favor, jajaja. – Rió entretenido. – ¿Vas de salida?

  • Sí, quiero llegar a dormir, estoy muerta. – Hice un gesto gracioso que delataba mi estado físico.

- Vamos, te acompaño hasta la salida. – Me convidó. - Imagínate que hace unos días hablando con Manuel, el de tu clase, te mencioné y me dijo que veía una clase contigo, que te conocía, en fin… Así supe que hoy salías de esa aula y pasé a saludarte, ¡eres una perdida sin vergüenza Jimena! – Concluyó riendo.

- Nooo digas eso Daniel Alejandro. – Bromeé yo también.

- Oye pequeña, ya es último día y por eso hice el gran esfuerzo de venir a saludarte, jajaja. – Le di un codazo suave. – Así que espero que valga la pena y mañana almuerces conmigo. ¿Recuerdas el grupito de verano? Bueno pues ellos me han preguntado por ti y nunca sé decirles nada, así que tengo que estar preparado para la próxima vez. Mañana te llamo y lo único que tienes que elegir es el lugar y la hora, porque almorzar juntos ya lo decidí yo. – Me guiñó el ojo y me abrazó mientras nos despedíamos.

Al día siguiente Daniel pasó por mí y fuimos a un restaurante muy bonito y entretenido. Ese mismo día nos íbamos a encontrar a las cinco en casa de Mariana con los chicos para salir al fin a la casa de campo, así que le dije que teníamos tiempo para ir por un postre. Estando allá pedimos un cheesecake de trufas que sabía a gloria. Y aunque irremediablemente recordaba a Lucía en pequeños detalles desde pasar por su almacén favorito hasta el cheesecake que nos encantaba a ambas, pasé un rato muy agradable junto a Daniel. En realidad era un chico muy ameno con una personalidad  atrayente, se me hacía un buen amigo y siempre fue muy respetuoso, buscando hacerme reír. Cuando llegamos a mi casa yo sólo iba a recoger mis cosas y enseguida saldría a casa de Mariana, me preguntó en qué iba a ir. Le contesté que tomaría un taxi pues no creía poder dejar el auto en su casa y me dijo que me esperaba, que él me acompañaba hasta allá. Cuando entré al edificio y mientras iba en el ascensor pensé realmente si ir o no ir. Estaba casi segura que Lucía no iría, ya había faltado a las últimas clases y en esas dos semanas había prácticamente desaparecido su presencia para mí. Muy ingenuamente yo guardaba la esperanza de que fuera, necesitaba verla y quizás así hallaría alguna forma de hablar con ella, no quería que las cosas siguieran así. Cuando llegamos a la casa de Mariana vi que todos estaban afuera en el jardín. Pude ver desde el auto que Lucía no se encontraba entre ellos y me sentí muy decepcionada, aburrida y sin ganas de estar ir, tendría que empezar a fingir una alegría que se había escondido desde la ausencia de Lucía.

- Vamos pequeña y me aseguro que quedes en buenas manos para poder cumplir las promesas el otro semestre. – Daniel me llamaba así de cariño y me gustaba que lo hiciera, sabía que lo hacía con sinceridad.

  • Jajaja, vamos Dani, asegúrate porque no respondo. – La alegría de Daniel conseguía distraerme por momentos de cómo me sentía verdaderamente.

Nos bajamos ambos del auto y él me ayudó con el pequeño maletín.

  • Hola chicos, siento el retraso. Les presento a Daniel, él es de mi ciudad. – Dije mientras saludaba a cada uno.

- No te preocupes por el retraso, no es tu culpa, así naciste. – Dijo Juan Camilo molestando. – Mentiras Jime, jajaja, ¡pero sí te estábamos esperando!

- Hombre, mucho gusto, Fernando. – Saludó Fer con un apretón de manos a Daniel.

Siguieron presentándose y hablando un par de minutos de la ciudad y de esas cosas.

  • Adiós pequeña, cuídate mucho y sobre todo diviértete. He notado a veces una huella de tristeza en tus ojos. – Me dijo Daniel y me sorprendió que lo hubiera notado.

  • Gracias Dani, te prometo que lo haré. – Contesté algo sonrojada.

- Ven aquí. – Acto seguido me abrazó y me alzó, era bastante alto. – Nos vemos en unas semanas, que sea una promesa. – Y me devolvió al suelo.

- Que sea una promesa. – Le guiñé un ojo.

Volví con los chicos quienes ya se preparaban para subirse a los autos mientras Mariana cerraba la puerta de su casa.

- Jime, tú te vas en la camioneta con nosotros, Aleja se va con los tórtolos – Me dijo Fernando. – No sabemos aún si Paulo termine yendo.

- Ok, ahí voy. – Le contesté mientras me dirigía hacia el auto.

Abrí la puerta del auto y casi me desmayo al ver a Lucía sentada en el puesto trasero de la camioneta con un semblante que no pude descifrar. Me miraba de una forma profunda y quizás algo seria.

- … - No me salían las palabras en ese instante. – H…Hola. – Pude al fin decir algo.

- Hola, Jimena. – Me respondió con una sonrisa entre triste y obligada.