Una historia que no termina 3
Sus palabras siempre eran muy profundas, nunca decía nada por decir, todo tenía un significado y en varias ocasiones descubrí que quizás más de uno.
- Claro que no. Jimena nunca, no de esa forma Aleja, lo digo por todos nosotros que seguimos juntos con el pasar del tiempo. – Respondió muy tranquilamente sin siquiera mirarme.
Sólo atiné a sonreír con el fin de disimular una intensa decepción que ya conocía para mí misma. ¿Qué otra cosa esperaba acaso?
Los temas continuaron, las preguntas fueron yendo y viniendo y de repente Daniela y Juan Camilo nos sacaron a bailar a todos. La música cambió por una de fiesta y nos unimos a los demás. Francamente ese comentario me había dejado con un extraño sabor amargo… Y como los tragos amargos se pasan con tragos dulces, estuve durante bastante tiempo bebiendo. ¿Qué era acaso? ¿Despecho? Obvio que no. Nunca había pasado nada, ni a los ojos de Lucía, ni a los de los demás y mucho menos para los míos. Estaba de pie apoyada en una pared observándola bailar. Era realmente hermosa, su cabello largo se movía al compás de su cuerpo mientras entre todos aplaudían para que alguien saliera al centro. Ella sonreía.
Decidí salir unos minutos por un poco de aire que estoy segura se alargaron bastante. No sólo necesitaba pensar qué estaba sintiendo, de forma curiosa, me gustaba
pensar en ello, o más bien en ella. Cuando me giré para entrar nuevamente estaba apoyada al lado de la puerta con los brazos cruzados y mirándome fijamente… Logró sorprenderme y ponerme un tanto nerviosa. Desde adentro nadie la podía ver a ella, pero a mí sí. Hizo con su mano un gesto para que yo hiciera silencio, aunque desde el juego de preguntas y respuestas no cruzaba palabra con ella, supongo que fue para que nadie notara que ella estaba allí. Empezó a sonreír y yo todavía no entendía la razón. Me indicó que caminara hacia un extremo de la terraza que quedaba bastante oculta. Al instante ella llegó.
- Bonita la noche, pero ¿por qué no estás adentro bailando con todos? – Me dijo acomodándose a mi lado.
- Estuve casi todo el tiempo, tal vez no lo notaste. - Mentí y eso último me salió sin querer con un poco de sarcasmo.
- Yo lo hubiera notado, tú lo sabes. – Respondió tan tranquilamente como solía hacerlo. ¡Como me desesperaba su seguridad al sentirme yo tan vulnerable con nimios detalles!
Estuvimos conversando unos cuantos minutos y cuando volvimos a entrar sí que nadie lo notó. ¡Estaba en plena euforia esa casa! Opté entonces por hacer lo que ella quería; disfrutar la fiesta. Al cabo de unas dos horas y ya bastante entrada la madrugada algunos amigos se retiraron, entre ellos Juan Camilo y Daniela, quienes tenían algunos asuntos pendientes, pero se llevaron a Alejandra porque definitivamente estaba sin sentido de todo lo que había bebido. Otros que estaban en la casa de Lucía pero que realmente no eran muy cercanos a mí también se fueron retirando y más o menos pasadas las tres de la mañana sólo quedamos Fernando, Mariana, Lucía y yo.
Estábamos conversando y esperando que nos pasara un poco el alcohol y de fondo iba sonando canción tras canción, más baladas y música suave que cualquier otra cosa.
“…Yesterday, love was such an easy game to play… Now I need a place to hide away…Oh, I believe in yesterday…”
Últimamente alguna canción acompañaba cada rincón de mi corazón…
- Niñas, voy a llevar a Nana a uno de los cuartos, desde hace media hora se quedó dormida – Dijo Fernando alzando en sus brazos a Mariana quien efectivamente estaba dormida.
- Gracias Fer, en el mueble están las sábanas, tú sabes dónde. – Le guiñó un ojo Lucía.
- Seguro corazón, yo me encargo, ya vuelvo. – Concluyó y subió las escaleras. Nos quedamos Lucía y yo, quien me preguntó cómo me había parecido la fiesta.
- Estuvo divertida… Más aún me pareció interesante y reveladora jajaja – Bromeé.
- ¿Te pareció? ¿Qué descubriste acaso Jimena? Inquirió acomodando sus piernas y de repente sentí seriedad en el ambiente. Pocas veces me llamaba Jimena, sólo lo hacía para llamar mi atención o cuando realmente estaba seria, como la sentí en ese momento.
Quise decirle lo que en verdad sentía, que me estaba confundiendo, que pensaba mucho en ella, que me encantaba cuando prefería estar conmigo que con las demás personas, que me fijaba en cada gesto que hacía y que sonreía inmensamente cuando tenía algún pequeño detalle, pero que en realidad lo que había descubierto era que yo no tenía ni una sola oportunidad para que ella me ayudara a explicar aquello. Era un sentimiento en medio de ilusiones en el cual yo sola había entrado y sola debía salir. En lugar de eso salí por la tangente… O quizás no tanto:
- Algo que ya me suponía pero no estaba segura. A Aleja le va mejor en cuestiones de conquista que a nuestro querido Fernando, no es sólo de ahora, viene desde hace bastante! – Dije intentando imitar su característica tranquilidad al responder ese tipo de preguntas que a cualquiera, como a mí, habrían dejado en aprietos.
- No le quites crédito a Fer. Ya deberías saber que no todo lo que se dijo allí fue verdad. – Cambió de repente su semblante por una tierna sonrisa y algo melancólica.
- ¿Cómo qué cosa no es verdad? – Pregunté en el mismo instante y mirándola fijamente.
- No me lo preguntes así, no de esa forma . En todo caso te acabo de responder. – Se puso de pie y se alejó varios pasos.
Quedé confundida, y acaso quién no. Cuando se lo proponía Lucía podía pasar de ser la chica tierna y mirada inocente a ser… Nuevamente la chica tierna con una
barrera enigmática. Me quedé pensando, repasando cada momento, cada instante de la noche que me diera alguna pista de lo que debía hacer conmigo, o más bien sentir por ella.
Volvieron ambos con más mantas de las que esperaba. ¡Ya lo había decidido! ¿Para qué pensar tanto en ello? Seguro yo le estaba dando demasiada trascendencia y me
aferraba a un recuerdo que veía en Lucía que muy seguramente no existía.
Pasó el tiempo y yo me había propuesto dejar de lado esos pensamientos que durante los últimos días me habían dejado con dolor de cabeza. Traté de no pasar tanto tiempo con Lucía a solas y convencerme que mejor la pasábamos en grupo. Salía más seguido con otros amigos y amigas que quizás había dejado olvidado un poco desde hacía varios meses. Sin embargo, podría decir que fueron medidas tomadas en vano.
Con ella me sucedía que procuraba más respeto y ternura que con cualquier otra persona. Me preocupaba cuando sentía que estaba triste. Yo la quería mucho, realmente era una amiga para mí a quien valoraba inmensamente. Escribir una versión de Lucía me resulta imposible; en ella siempre percibí una faceta indescifrable. Puedo decir lo que era obvio para todos y quizás algunas cosas que eran sólo para mí. Sabía que ella me quería, y no sólo eso, era claro que a su lado me sentía protegida. Eso era evidente, a ella le nacía. Con el tiempo me había ido uniendo a Fernando, Mariana – a quienes antes sólo conocía por nombres – y a Alejandra, Juan Camilo y Daniela, quienes eran los amigos más cercanos a Lucía. Si bien era cierto que ahora todos hacíamos las cosas juntos, yo también podía percibir que conmigo ella era más especial que con cualquiera. Todos la querían, y es que se sabía ganar el cariño de todos!
Cuando estábamos solas solíamos distraernos con cualquier cosa, reíamos todo el tiempo. De ella me encantaba la transparencia y sinceridad que había tras su mirada. Sus palabras siempre eran muy profundas, nunca decía nada por decir, todo tenía un significado y en varias ocasiones descubrí que quizás más de uno. Había cierto detalle en ella que me parecía significativamente hermoso; muy pocas veces se sonrojaba por algo que yo decía, pero cuando lo hacía, se ponía tras de mí, me abrazaba como sólo ella sabía hacerlo y me susurraba al oído: ”Me voy a quedar así porque no quiero que me mires, pero más porque sé que te encanta” .
Cierta mañana Mariana me llamó y me pidió que nos encontráramos en uno de los restaurantes cercanos a la universidad, que tenía que contarnos algo. Pensé que llegaría tarde pero allá sólo estaban ella y un amigo suyo, Paulo. Esperamos alrededor de quince minutos y llegó Alejandra con Daniela. Al instante llegó Fernando con Juan Camilo y cuando pensé que Lucía no iría, sentí unas manos taparme los ojos y darme un beso en la mejilla. Acto seguido me susurró al oído: “Tengo un regalo para ti, después de esto te vas conmigo” . Sólo atiné a sonreírle. Saludó a los demás y comimos todos, riendo, presentando a Paulo y acordando a lo que íbamos inicialmente. Mariana nos invitaba a la casa en las afueras de la ciudad cuando termináramos exámenes finales. ¡Como pasaba el tiempo!
- Bueno chicos, nos vemos. – Terminó Lucía despidiéndose de todos. – Muévete tú, tortuguita. – Me dijo tomando mi mano y así me llevó hasta su auto. Gestos como esos me hacían entender cada vez más que quería a Lucía mucho más de lo que yo me había imaginado alguna vez.
- ¿Y? ¿Cuál es mi regalo? – Le dije con un tono juguetón cuando estábamos saliendo del parqueadero.
- No seas impaciente, no es nada del otro mundo. Vamos por un helado. – Me dijo cambiando de tema.
- ¡Helado! Lucía no es ni medio día… Vamos a los de siempre, ¡corre! – Le contesté divertida.
- Que poca voluntad tienes, jajaja. – Me encantaba cuando reía.
Pasamos el día juntas y cuando comenzaba a atardecer vi que nos dirigíamos a una de las partes más altas de la ciudad rodeada por montañas.
- Oye, ¿me vas a secuestrar o me vas a llevar al lugar de mis sueños? – Le pregunté
- La segunda. – Respondió sonriendo.
- ¡Claro! Cómo no… En serio a dónde vamos, ni tu casa ni la mía quedan por acá. – Le dije mientras miraba por la ventana pues nos adentrábamos en un camino sin pavimento y con muchos árboles.
¿Ya te quieres ir a tu casa? ¿Recuerdas el libro que te parece deslumbrante ? – Preguntó a la vez.
No y sí. Y no entiendo qué tienen que ver. – Volteé a mirarla.
- Tu casa y el libro, nada. El lugar de tus sueños y el libro, mucho. Y este momento, no sé, te lo regalo. – Finalizó saliendo del pequeño bosquecito y parqueando el automóvil.
Ante mis ojos estaba la vista de la ciudad, al fondo veía lentamente el sol caer. Había una atmósfera entre cálida y mágica, a pesar del frío de las montañas.
- Así empieza el libro… - Dijo más para ella que para mí, mientras se apoyaba en el capó del auto.
En ese momento me sentí muy unida a ella. Quise que ese momento nunca acabara, era hermoso no sólo por el paisaje. Estar allí, junto a Lucía, viéndola susurrar algo ininteligible al aire que respirábamos era justo donde quería estar. Entre el horizonte y verla a ella, claramente la prefería a ella.
- ¿Recuerdas la última fiesta que hiciste en tu casa? – Le pregunté, finalmente, bajando mi mirada al suelo. Necesitaba hablarle de una buena vez.
- Sí, te refieres a la de las mentiras, ¿no? – ¡Por Dios! Inicié refiriéndome a la fiesta para llegar a la conversación y ella ya me había leído la mente…
- ¿Tienes una cámara en mi cabeza? Además se suponía que eran verdades, no mentiras– Giré incrédula.
- Quizás, pero no es allí donde quisiera tenerla, Jime. ¿Qué pasa con la fiesta? – Me dijo cariñosa y evadiendo el segundo comentario.
Tú dijiste ese día… Bueno no, sólo no sabía que tú y Alejandra… Nunca me habías contado, quiero decir…- Esta vez fue ella quien volteó a verme fijamente – No, no. Sólo quería preguntarte que si has vuelto a querer a alguien así.
No así. A ella sí la quise, pero te confieso que ahora quiero a alguien mucho más de lo que sentí por ella. Mucho, mucho más. – Sentí que se me encogía el corazón. Una de las facetas desconocidas para mí eran los temas de amor de Lucía, y ahora me revelaba que había alguien… - Y duele. – Concluyó con una mirada triste.
- ¿Cómo? – Dije con un nudo en la garganta. No entendía por qué me decía eso último.
- … - Se quedó callada ignorando por completo mi pregunta. Me había descolocado totalmente. Supe que si buscaba un momento para decirle todo, era ése. Quería desahogarme, decidir un camino finalmente y sólo hablándole podría lograrlo.
- Yo también quiero mucho a alguien. Y también duele... A veces. – Le dije un poco más segura que unos momentos atrás. Ya qué más daba.
- ¿Ah, sí? ¿Por qué a veces? – Me dijo tomándome la mano y entrelazando sus dedos con los míos. ¡Me preguntaba por qué a veces y no a quién! En fin, así era ella. Suspiré muy quedamente antes de responder.
- Porque siempre el tiempo a su lado es mágico. Porque es alguien imprescindible. Porque a veces sin pensarlo, provoca milagros sólo con estar junto a mí. Es un sol en mi vida, pero ‘a veces’, como esta y como esa vez que respondiste, ese sol se va desvaneciendo... Y por eso duele. – Terminé con unas pequeñas lágrimas en los ojos mientras separaba mi mano muy delicadamente de la suavidad de la suya.
- … - Se quedó callada y sentí su mirada clavada en mis ojos como intentando descifrar algo que ni siquiera yo conocía.