Una historia que no termina 2
Me abrazaba cuando yo la saludaba abrazándola, todo era así. Las demostraciones de cariño siempre eran una respuesta a las mías.
La siguiente vez que nos cruzamos fue nuevamente por casualidad. Esta vez fue en una de las cafeterías cercanas a la universidad. Yo había quedado, como siempre, de almorzar con varios de mis amigos y precisamente ese día ninguno de ellos pudo. Dos amigas no iban a salir ese día de la biblioteca por un informe parcial de constitucional, otro había tenido que irse temprano a su casa, y el otro y la otra, bueno, ellos como que habían preferido estar aparte. No iba a ser la primera vez que tuviera que compartir almuerzo con la silla vacía de al lado, pero esta vez no me apetecía. Casi que no se me da por comer, si no es porque pienso en que aún me quedaban casi cinco horas allá. Entré, tomé la bandeja y antes de hacer la fila general me paseé por las frutas y paquetitos. Estando en eso la vi a unos tres o cuatro metros platicando con un grupo pequeño de personas. Cruzamos la mirada y yo sonreí ampliamente, no sé si fue porque inconscientemente me negaba a almorzar sola ese día o había otra razón. Ella al ver mi casi risa, se dirigió a saludarme y me dio un beso en la mejilla.
- ¡Hola! - Me dijo de forma alegre.
- ¡Hola, Lucía!, ¿cómo has estado? – Le dije y ella hizo un gesto de confusión y risa al ver que la saludaba por su nombre.
- Bien, bien, no recordaba... – Y se quedó pensando breves segundos. - ¿Con quién vienes? – Inquirió repentinamente.
- Con nadie… Sí, con nadie. – Repetí al ver que buscaba a alguien cercano aparentemente. - ¿Y tú?
- Con nadie. – Respondió y me causó gracia su mentirita.
- ¿Y ellos? Estabas con ellos, ¿no?
- Éramos cinco y las mesas son para cuatro, si llevo una silla adicional no vamos a caber. – Sonrió ampliamente y nuevamente me causó gracia su respuesta tan
rápida (y obvia, además).
- Sí, tienes razón, es mejor de a dos. Más comodidad imposible. – Y me sorprendí yo misma al invitarla así como así.
Hicimos la fila juntas, nos dirigimos a la mesa y allí conversábamos. Llevábamos veinte minutos en los que la charla tomaba rumbos triviales, desde los días pasados, profesores, gustos y disgustos… Y ella seguía preguntar mi nombre. Coincidimos con dos compañeros de semestres pasados sin darnos cuenta. Ella me agradaba, me parecía muy amable y me gustó mucho hablar con ella. Seguía percibiendo pequeños detalles, la manera atenta de escuchar, el cabello que a veces le caía en el rostro y ella volvía a ponerlo en su lugar sólo para mirarme fijamente, su forma de responder iniciando de forma sobria y terminando siempre con un toque alegre que yo no
lograba caracterizar. Sin embargo, recuerdo perfectamente que en ningún momento utilizó una sonrisa coqueta o algún gesto con una intención parecida. Eran, en
su lugar, respuestas llenas de cortesía frente a mis preguntas o acciones, sólo eso.
- Nos vemos Lucía, mucha suerte esta semana. – Le dije mientras me despedía dándole un beso en la mejilla.
- Igual para ti, Jimena. – Sentí que me retó con su mirada al llamarme por mi nombre, después de todo, en ningún momento me lo había preguntado.
Pasaron algunas semanas y no la volví a ver, pero he de aceptar que a veces me sorprendía a mí misma recordando pequeños instantes insignificantes a primera vista. Y, ¿por qué sorprendida? Bueno, creo que es aquí donde debería decir que aunque he tenido varios novios, nunca he sentido que ellos hayan sido imprescindibles en mi vida y en cambio, una amiga de muchos años atrás, sí sentí que lo fue en algún momento. Podría decir que Lucía me llevó a recordar esa época, cuánto la quise y lo confundida que me llegué a sentir algunas ocasiones, no porque sintiese lo mismo por Lucía, claro que no… Sólo me hizo recordar a mi amiga quien ya no estaba a mi lado. Esto de alguna forma me hacía recordarla muy seguido, e incluso quise encontrarme con ella de nuevo. Había algo en ella que me intrigaba.
Los exámenes finales llegaron y con estos las vacaciones, las cuales fueron muy reconfortantes. Me encontré con viejos amigos y otros no tan viejos. Salíamos de paseo, de fiesta, en varias ocasiones nos retábamos hasta beber sin conciencia, visité a algunos tíos, y en fin, fueron semanas en las que me desconecté de la vida universitaria de una estudiante aplicada. Estando aún en vacaciones conocí a algunos chicos y chicas que se mudarían a mi ciudad por transferencias académicas, uno de ellos fue Daniel, quien tenía una mirada profunda y una sonrisa inquietante. Me descubrí a mí misma mirándolo varias veces, a las cuales él respondía sonriendo. Nunca pasó nada y cuando llegó la hora de volver prometimos encontrarnos en la universidad algunos días.
Nuevos cursos, nuevos profesores… Nuevos compañeros, o quizás no tan nuevos. Allí estaba ella. Era una de esas asignaturas optativas, aún así me sorprendí por la coincidencia. Fui a saludarla y en ese momento llegó la profesora. Las semanas transcurrían y Lucía y yo nos acercábamos aún más. Los trabajos los hacíamos en grupo, las calificaciones siempre fueron muy buenas para las dos, almorzábamos y ya conocíamos a nuestros amigos. Se volvió costumbre salir los viernes a las 6:00 de la tarde a tomar un cóctel en un bar que queda cerca a la universidad para celebrar que la semana terminaba. Sí, la última clase de ambas era esa! A veces sólo lo bebíamos, conversábamos y cada una se iba a hacer algo, pero cada viernes sólo las dos íbamos por estos. Era, sin acordarlo, nuestro momento para hablar de cosas que muy poco o nada tenían que ver con las clases.
Un viernes que salimos de exámenes fuimos hacia el bar como ya era nuestra costumbre. Cuando terminamos la primera bebida le dije que si tenía algo que hacer esa noche, como me dijo que no la invité a tomarnos un segundo cóctel y después ir a mi casa a ver películas. Estando ya por terminar las bebidas, cuál fue mi sorpresa al ver entrar a Daniel, aquel chico que conocí en vacaciones. Estaba entrando con varios amigos, todos hombres, pero al verme se acercó a saludarme. No perdía su sonrisa inquietante y no la disimuló en ningún momento. Los minutos que estuvo con nosotras fue muy educado y al despedirse me abrazó y dijo que esperaba volver a encontrarme, que ‘algo’ había quedado pendiente. Supe de inmediato que se refería a aquel almuerzo, aunque sé que sonó a otra cosa. Sentí la mirada de Lucía posarse sobre él y apresuró el último trago que quedaba en su vaso.
Cuando llegamos a mi casa le dije que escogiera la película mientras yo preparaba algo de tomar. Cuando llegué, ya estaba la película puesta y nos acostamos en mi cama. Me sentía muy bien estando con ella y a veces me daban muchas ganas de abrazarla, no sé si era por el frío o por algo más. Lo que yo había preparado no era precisamente jugo de naranja, eran más y más cocteles. Tenía como hobbie preparar varias bebidas de licor en mi casa y siempre me he divertido haciéndolas. Terminó la película y yo estaba ya algo feliz, como cuando estás absolutamente consciente de todo lo que dices o haces pero mucho más desinhibida. Yo no era la única que estaba
así. Seguimos hablando hasta casi quedarnos dormidas, pero justo antes de eso no me importó y la abracé por la cintura. En ese momento me sentí tan cómoda que no supe del mundo y dormí profundamente.
Los días pasaron y con ellos la confianza aumentó. Me gustaba mucho estar a su lado y de alguna forma no quería que el semestre terminara. Era extraño, con Lucía empezaba a sentir vestigios de aquel recuerdo de hace años, pero me negaba a mí misma eso que sabía perfectamente sentía. No quería ‘complicarme’ con saber si sí o no. Si es sí, qué hago… En fin, había tratado de cerrar ese asunto en mi cabeza, pero con el pasar de los días decidí dejarme llevar un poco más. Lo curioso y a la vez lo que me desalentaba era que en medio de la alegría que caracterizaba a Lucía, siempre fue muy parca al demostrar cariño, o al menos conmigo. Me abrazaba cuando yo la saludaba abrazándola, todo era así. Las demostraciones de cariño siempre eran una respuesta a las mías. Sin embargo, algunos detalles empezaron a cambiar.
Un sábado que había una fiesta en su casa estábamos en grupo conversando y ya los temas empezaban a subir de tono. Los que estábamos en ese momento en la terraza éramos Daniela y Juan Camilo quienes traen algo, Mariana, Alejandra, Fernando, Lucía y yo. Todos compañeros de la universidad. De repente, Alejandra soltó así como así:
- Fernando, ¿recuerdas cuando te gustaba Lucía pero ella sólo me prestaba atención a mí? – Dijo casi riéndose.
Eso realmente me tomó por sorpresa, Lucía nunca me había mencionado nada al respecto ni ellos lo habían hecho.
- Vamos, Ale, yo estaba en desventaja. No sabía que ustedes dos tenían algo – Dijo sonriéndole a Lucía. – Además eso fue cuando empezamos, ya hace mucho tiempo,
supéralo corazón! – Concluyó acabando su ginebra.
- Vamos chicos, han pasado muchas cosas y muchas personas nos han cambiado. Brindemos por quienes están ahora en nuestras vidas – Dijo Lucía haciendo un brindis.
De alguna forma sentí que lo decía por mí pues con quien primero chocó la copa fue conmigo mirándome directamente los ojos. Creo que Alejandra, quien era la que más había tomado pero sin perder su perspicacia, lo notó y aprovechó para preguntar:
- Lo dices por Jimena? Vamos! ¡A que sí! – Eso definitivamente fue como un balde de agua fría cayéndome encima. No sabía realmente qué esperaba que respondiera Lucía.
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Esta historia sucede y es verdad, pero como su nombre lo dice, es una historia que no ha terminado. Una se vive y otra se escribe; acepto cualquier consejo, sugerencia o idea. Ciao.