Una historia interesante 28

Las apariencias engañan... algo ya preestablecido puede sorprendernos de vez en cuando. Dedicado a alguien que quiero mucho.

-Lo verás en su momento –fue la respuesta de Angel.

-¿Lo verá en su momento? –le preguntó Víctor mirándolo con sorpresa.- Raba… no me digas que… vas a…

-Claro Vito –le respondió Angel con un brillo de determinación en sus ojos.- Es hora de que actúe conforme a lo planeado.

-Pero se supone que ibas a esperar al verano –le recordó Víctor.- Tener tiempo disponible para encargarte de ese asunto –Angel solo se encogió de hombros.

-Solo me estoy adelantando dos meses, eso no va a afectar mis planes. Diría que más bien adelantarme será provechoso en muchos aspectos –razonó.- Ya tenía muchos planes para el verano y la verdad temía no poder cumplirlos todos. Adelantar uno, va a ser conveniente –añadió mirando por la ventana de auto.

-Si tú lo dices… normalmente no te gusta cambiar tus preciados planes –le recordó Víctor mientras giraba el volante para cruzar una curva.- Vamos a cambiar un poco la ruta ya que veo muy atestada de coches la que usamos a diario –avisó.

-Esta situación lo amerita –murmuró Angel.- Diego… necesita un escarmiento. Lo de hoy es imperdonable.

-Debes informarle a Demian entonces –le recomendó Víctor.

-Lo haré. Hoy mismo le envió un correo explicándole todo –informó Angel.

Y no comentaron nada más durante un rato. Víctor canturreando un poco mientras conducía y Angel pensaba…

Las realidades de las personas eran muy diferentes. Durante siglos, las divisiones sociales eran intrínsecas. Burgués o no burgués. Clase alta, clase media y clase baja. Y eso determinaba muchas cosas. Entre esas cosas, la actitud y comportamiento. Si eres rico, vas a creerte superior a otros y ser arrogante. Si eres pobre, tienes que ser delincuente o resentido. O al menos eso estipulaba la sociedad. Sin embargo, existen excepciones a la regla. Angel conocía a gente rica y burgués que se comportaba de la manera más humilde posible y conocía a muchas, muchas más personas pobres que intentaban superarse en un mundo corrupto y roto.

Lamentablemente, había tenido que conocer la parte mala de la burguesía y el mejor ejemplo eran sus antiguos compañeros de colegio. Afortunadamente, su voluntad no fue mermada por ese suceso. Claro, sufrió en su momento, después de todo solo era un niño que aún no entendía mucho del mundo. Pero, gracias a sus ganas de surgir, pudo, eventualmente, superar esos conflictos internos. Pero ahora… tenía que existir en el mismo espacio y al mismo tiempo junto a otras personas con un nivel de despotismo demasiado alto. Diego, por ejemplo, los veía a todos como cucarachas.

- Pero tu mejor amigo piensa que todos son cucarachas y eso a ti no te importa –le replicó una voz en un rincón de su mente.- ¿Acaso es diferente solo por ser tú amigo?

- Durante años he intentado que cambie –le replicó Angel a su vez.- Si bien pienso que he tenido algunos progresos, sé que me queda un largo camino aún. Y además, sabemos que su actitud al mundo viene dada por esa incapacidad de sentir emociones –añadió.

- Casi se podría decir que lo justificas –repuso la voz.

- Quizás… -le respondió Angel con un ligero sentimiento de abatimiento.

- Que curioso… cuándo ocurrió el suceso con Diego no sentiste nada más que furia, pero si se trata de Andrés sientes algo de dolor –le comentó la voz.

- Andrés es mi hermano, Diego… Diego no es nadie para mí –fue la respuesta mental de Angel.

-¿Y tú hermano Rodrigo? A él tampoco lo justificas… y es tu hermano de sangre –le recordó la voz.

- Rodrigo dejó de ser mi hermano. Muchas personas se encargaron de ello –respondió Angel.- Tampoco significa nada para mi…

La voz no le dijo nada más en todo el camino. Él solo se quedo mirando el panorama. Personas desconocidas. Cada una de ellas con sus propios problemas y sueños. ¿Cuántas de ellas podrían cumplirlos? Quizá los más suertudos serian los únicos capaces. Muchas veces él pensaba que la voluntad era suficiente, pero ¿acaso no fue suerte lo que ocurrió hace casi seis años atrás? ¿O era parte de su destino pasar junto a Víctor y Andrés por ese callejón y encontrar al señor Orlando en problemas?

Pero… si fue su decisión ayudarlo, y la de Víctor y Andrés. Ninguno de los tres esperaba nada a cambio por ello. Si bien le costó convencer a Andrés, al final fue lo suficientemente bueno como para decidir ayudar a un hombre a quien no conocía. Andrés una vez le dijo que solo lo hizo porque no quería que Angel se hiriera tratando de ayudar a ese “viejo vagabundo” y fue por eso que decidió intervenir y ayudar a Angel y Víctor en su noble, pero torpe, intento de ayudar.

-No todas las personas son totalmente malvadas ni totalmente bondadosas –murmuró. Víctor se detuvo frente a un semáforo.

En ese momento, Angel se quedó mirando a un chico acercarse al frente del auto. Sostenía tres pinos de bolos pintados muy llamativamente y comenzó a hacer malabares con ellos.

-¿Qué? –le preguntó Víctor mirando también al muchacho.- ¿Qué dijiste Raba?

-No todas las personas son totalmente malvadas ni totalmente bondadosas –repitió Angel.

-¿Te refieres a Diego? –le preguntó Víctor.

-No. Una línea de pensamiento llevo a otra y antes de darme cuenta mi mente estaba reflexionando sobre muchas cosas al mismo tiempo –respondió Angel mirando los malabares.- Y terminé pensando en cuando ayudamos a Orlando y Andrés se negó en un principio.

-Y los beneficios de ello fueron satisfactorios luego para él –comentó Víctor.

-Para los tres –le recordó Angel. En ese momento, el muchacho pasaba entre los autos con la mano extendida.

Vio como una persona, en el carril de la derecha, bajaba la ventanilla y le tiraba uno de los pinos. El pobre chico se apresuró a tomarlo del suelo antes de que el semáforo diera la luz verde. Se quitó de en medio un segundo antes de que el auto comenzara la marcha. Fue hacia la acera mirando con tristeza y frustración al auto que se iba. Mucha resignación en sus ojos los cuales mostraban el inicio de algunas lagrimas.

-Infeliz –dijo Víctor con desprecio. Miraba directamente al chico con detenimiento. –No entiendo como existe gente así. Si no iba a darle nada, ¿por qué hace eso?

-¿Te diste cuenta que el chico miró ilusionado cuando el conductor bajo la ventanilla? –preguntó Angel. Detrás de ellos, alguien comenzó a sonar un claxon.

-Sí. Y el hijo de perra le quitó la esperanza de un golpe. Coño, eso no se hace ¿Cuántas veces le habrán hecho algo así solo hoy? –se preguntó más así mismo que a Angel. No despegaba la vista del chico.

-Las suficientes como para que esté a punto de llorar –le respondió Angel.- Míralo… intenta no hacerlo. -El sonido del claxon del auto de atrás se hacía desesperado.

Ambos ignoraron eso.

En un idéntico movimiento, abrieron ambas puertas y salieron de auto, Víctor la del conductor y Angel la del copiloto, las cerraron de nuevo y fueron hacia donde el chico que miraba con desconfianza. Angel le hizo una seña con la mano al conductor del auto gris de atrás para que avanzara. El otro, seguramente pensando que tenían un problema mecánico, hizo un movimiento rápido con su auto y se adelantó a ellos. Los demás autos detrás de él, hicieron lo mismo generando un pequeño lio con los autos del otro carril derecho.

Pero nada de eso tenía importancia en ese momento.

La pequeña distancia que los separaba del chico fue recorrida en unos pocos segundos. Él los miró con más desconfianza conforme se acercaban. Se podría pensar que correría en cualquier momento.

-Calma –le dijo Víctor intentando apaciguarlo. Extendió su brazo en un intento de tranquilizarlo. Su tono era amable y quizá eso fue lo que convenció al chico de no salir corriendo.

Una camiseta blanca, muy sucia, pantalones jean, también sucios y rotos en algunos lados y un par de zapatos bastantes desgastados era su vestimenta. Además, mostraba una delgadez que seguramente se relacionaba a la desnutrición que debía padecer. Su olor corporal… tampoco era el mejor. Angel intentó no arrugar la nariz con desagrado para no espantarlo, en su lugar le dedico una sonrisa amable.

-Ese infeliz que te hizo semejante maldad es una escoria –le aseguró Víctor mirándole con fijeza.

Detallándolo más, Angel se dio cuenta del interés de Víctor en el chico.

-Personas así no merecen vivir –le dijo Angel. Observó la expresión de Víctor quien no despegaba los ojos del otro.

-No importa, eso pasa muy seguido –dijo el chico con dignidad en la voz. Parecía desesperado por no dejar caer las lágrimas que mostraban sus ojos. -Pero uno sabe recuperar el ánimo –añadió mirando al suelo.

-Eso no lo dudo… pero… el espíritu puede ser aplastado debido a esta clase de cosas –le replicó Angel.

-Es en esos momentos en que la voluntad es probada, pero si se trabaja con ahínco, los problemas se solucionan –le dijo Víctor.- Nosotros también hemos vivido cosas así.

El chico miró el auto y luego a ellos dos de arriba abajo. Hizo un gesto de incredulidad. Claramente decía “personas como ustedes no deben saber lo que es tener un problema” por todos lados.

-Este es nuestro presente –le respondió Víctor al pensamiento del chico.

-Pero nuestro pasado no fue muy diferente al tuyo, créeme –terció Angel.

-Solo que, en el camino, en un momento entre esa mierda de realidad y esta mejor realidad, encontramos a alguien quien nos tendió su mano –contó Víctor.

En respuesta, el chico levanto ambas cejas.

-¿Y qué harán? ¿Su acto de caridad del día? –preguntó con sarcasmo.

-No es caridad –le replicó Angel.

-Es humanidad –le respondió Víctor.

-No tienen que hacer nada –respondió el chico con algo de desprecio.

-Entendemos que tengas dignidad… -comenzó Angel.

-… pero quisiéramos que nos permitas ayudarte –terminó Víctor.

-Hablan muy extraño –les dijo el chico arrugando la frente.- Me ponen un poco nervioso.

-No lo estés –le dijo Víctor con suavidad.

-Te queremos dar la oportunidad de cambiar tu futuro ¿estarías dispuesto a ello? –le preguntó Angel con una enorme sonrisa.

-¿Puedes quitar tu desconfianza y miedo hacia nosotros en pro de un futuro mejor? –le preguntó Víctor con una idéntica sonrisa.

-Están locos –les respondió el chico.

-Y más de lo que crees –respondió Víctor riendo.

Veinte minutos después, los tres se encontraban sentados en una pequeña mesa circular. Llegaron al restaurante luego de convencerlo de que no le harían nada malo (después de todo, no era recomendable subir al auto de un desconocido, mucho menos con dos desconocidos). Llegaron tranquilamente haciendo un enorme contraste. Dos chicos impecablemente vestidos acompañados de un tercero vestido como un indigente. Pidieron una mesa ante la estupefacta mirada de un recepcionista. Víctor y Angel yendo tranquilamente y el muchacho mirando todo con vergüenza. Tomaba sus manos una con otra y entrecruzaba sus dedos, intimidado.

-¡Que vergüenza! –murmuró.

-Nah… olvida tú vergüenza –le recomendó Víctor.- Eso alimenta a esta clase de personas.

Y es que, cuando llegaron, el portero casi no los deja pasar debido a que pensó erróneamente que el chico los estaba amenazando o algo así. Cuando los vio bajar del auto, intentó tomar una porra de su cintura y se le vio la intención de atacarlo. Acto que Víctor frenó con una severa mirada y un gesto de su mano.

-Viene con nosotros –le dijo con frialdad.

-Pero… es que… su ropa… –intentó decirle el portero.

-Eso no tiene la más mínima importancia –le interrumpió Angel con igual frialdad.

-Pero ¡no puedo dejarlo pasar! –insistió el portero con seriedad.

-Si se niega a dejarnos pasar, hare que lo sancionen –le amenazó Víctor.- Podría lograr incluso que lo despidan, pero no soy tan cruel ya que tengo en cuenta que simplemente está cumpliendo con su trabajo y que seguramente tiene una familia que depende de su salario –sacó su móvil, buscó rápidamente una foto y se la mostró.- Pero no pruebe mi paciencia –añadió con rotundidad.

Angel sabia, o sospechaba, que foto le mostraba. En el febrero pasado, ellos celebraron el cumpleaños de Víctor en ese mismo restaurante. La fiesta con los amigos, relativamente cercanos, fue ahí. En ese grupo se incluía a los amigos de la universidad y otros conocidos por el camino transitado por Víctor a lo largo de su vida. Obviamente, las personas más allegadas estuvieron esa noche. Sus padres, sus hermanos y el señor Orlando junto a su hija y esposa, entre otros. El dueño, un conocido de ellos, (y socio de Víctor, aunque esto último era más o menos un secreto) les permitió rentar el lugar toda una noche. Angel suponía que le estaba mostrando una de las muchas fotos que se tomaron ese día y en la que probablemente aparecía el dueño junto a ellos con expresión de júbilo. De esas típicas en donde todos se abrazaban con copas o botellas de licor en las manos.

-Yo me hago responsable –le aseguró Víctor.- Dudo mucho que Camilo se moleste con nosotros.

El portero miró la foto y se quitó de la entrada.

-Mucha gracias por su comprensión –le dijo Víctor con amabilidad, pero sin dejar la severidad.

Pasaron al mostrador para pedir una mesa y la expresión del hombre que estaba ahí no fue más que de desagrado y sorpresa.

-¿Algún problema? –le preguntó Víctor.

Se colocaron en una posición algo defensiva. Angel cruzo sus manos y lo miro con severidad y firmeza y Víctor ladeo su cuerpo, cruzo sus brazos también y lo miró de perfil. Este último se veía bastante intimidante con el cuello de su chaqueta de cuero levantado y una ceja arqueada. Y el chico detrás de ellos seguramente deseando que se lo tragase la tierra.

-Este lugar requiere un tipo de vestimenta especifico –le respondió el hombre levantando una ceja. -El restaurante se reserva el derecho de admisión.

Como respuesta, Víctor se quitó su chaqueta de cuero y se la puso al chico antes de que pudiera decir algo.

-Listo… formalidad instantánea –le dijo con sarcasmo.

-Intentaron robarlo… lo golpearon y le rompieron la ropa –le mintió Angel con mucha facilidad. Seguía con los brazos cruzados y la mirada severa.- Además, su camisa fue arrancada y luego de eso le arrastraron por el pavimento. Sus zapatos fueron robados y se vio en la necesidad de tomar esos de la basura. Usted no tendría una muy buena apariencia después de eso ¿verdad?

-Una mesa por favor –ordenó Víctor.- Para tres personas. Zona de no fumadores, discreta y apartada. No porque nos avergoncemos de él, es simplemente que hablaremos de negocios y queremos privacidad.

El hombre se quedo inmóvil en su lugar.

-Estamos esperando –le apremió Angel con severidad y firmeza.

El hombre seguía sin hacer nada.

-¡Estamos esperando! –le insistió Angel mirándole con ferocidad.

-De… de verdad… no hace falta… yo… –intentó decirle el otro a sus espaldas.

Pero Angel y Víctor no le hicieron mucho caso. Seguían mirando al encargado directamente.

-No entiendo porque Camilo contrata a personal ineficiente. Personas que no atienden al pedido de clientes a la primera –dijo Víctor haciendo énfasis en el nombre.- Creo que tendré una larga y desagradable conversación con él sobre las mejores formas de buscar empleados eficientes.

-Sigue fastidiándonos y hoy mismo engrosaras las largas y enormes filas de desempleados de este país –le amenazó Angel sin dejar de mirarlo fijamente.

Ante esas palabras, el encargado abrió mucho los ojos y se apresuro a cumplir la orden. Rápidamente les ubico una mesa. Ahora se encontraban en una esperando cada uno su pedido. Angel pidió atún a la plancha, Víctor pollo, también a la plancha, ambos con arroz y ensalada de vegetales hervidos y el chico, quien en un principio exclamo un pequeño “lo que ustedes quieran”, pero luego cambió de opinión ante la insistencia de los otros dos, pidió un espagueti boloñesa ante un camarero que lo miraba con un poco de desagrado.

-¿Quiénes demonios son ustedes? –les preguntó el chico intimidado antes tal despliegue de carácter e influencia.

-Dos personas, al igual que tú –le respondió Víctor. Angel asintió sonriendo.

-No entiendo que es lo que quieren de mi –les dijo el chico.

-Bueno, pienso que primero deberíamos saber tú nombre ¿no? –le dijo Angel.-Llegamos aquí tan rápido y con un silencio muy tenso de tu parte en el auto. ¡Ni siquiera dijiste tú nombre!

-Orlando… mi nombre es Orlando –dijo él mirando al suelo.

Ante esa respuesta, Víctor y Angel se miraron un segundo y no pudieron evitar reírse llamando la atención de algunas personas cercanas. Orlando los miró ofendido.

-¿Qué? ¡¿QUÉ?! –preguntó con las mejillas encendidas.- ¿Les causa mucha risa mi nombre? –añadió con rabia. Angel negó con la mano y Víctor con la cabeza.

-Conocemos a otro Orlando y lo conocimos en similares circunstancias –le aclaro Víctor.

-Claro… hay enormes diferencias, pero la similitud es muy notoria –explicó Angel.

-Claro… hay miles de millones de diferencia, pero como dice Raba, la similitud es… curiosamente notoria –añadió Víctor.- Hay más similitudes de las que podrías imaginar –añadió sin dar más detalles.

-¿Qué clase de nombre es Raba ? –le preguntó Orlando a Angel.

-Mi nombre es Angel –le respondió él.

-Pero yo le tengo un apodo de cariño a mi hermano: Raba –dijo Víctor sonriendo. -Y por cierto… mi nombre es Víctor.

-Y yo le digo Vito , con mucho cariño, a mi hermano –añadió Angel. También sonreía.

-Ah… son hermanos… no se parecen mucho –observó Orlando intercambiando su mirada entre uno y otro.

-Biológicamente… no, no somos hermanos –aclaró Víctor.

-Aunque, ambos pensamos que eso no es impedimento –comentó Angel.- A veces la familia elegida resulta ser mejor que la consanguínea.

-¡¡Nos consta!! –dijeron Víctor y Angel al mismo tiempo. Eso ocasionó otra carcajada.

-Bueno y ¿qué es lo que quieren de mi? –preguntó Orlando.

-Hombre directo al grano –dijo Víctor.

-Eso me gusta –opinó Angel.- Demuestra que tiene enfoque.

-No estoy entendiendo nada –admitió Orlando.- Van y hablan conmigo, luego me traen a un sitio en donde me siento fuera de lugar y ahora me hablan de motes y nombres y similitudes. ¿Qué es lo que quieren? -insistió

-En este punto de la conversación, Andrés diría que nos estamos alargando innecesariamente –dijo Angel.- Pero es necesario para que tú nos entiendas. Así que ten paciencia. El camino a veces puede resultar confuso, pero siempre se llegara a un destino que será el correcto.

-Ahora resulta que eres filosofo… -replicó Orlando con una mueca.

-Raba solo te está diciendo que te calmes y tengas paciencia.

-¡Pero es que no entiendo nada! –exclamo Orlando.

-No importa… eso es irrelevante –le respondió Angel.

-Además, sentirse fuera de lugar no es tan malo –le comentó Víctor. –Te ayuda a entender las diferencias y a trabajar para reducirlas. Hagamos un ejercicio social… no… una hipótesis es la mejor palabra que podría definir esto, mientras esperamos la orden (debe llegar en tres minutos si mi percepción no me falla)- le propuso.- Imagina llegar a este lugar vistiendo como cualquiera de nosotros (elige mi ropa porque es más formal y más bonita) –Víctor le guiñó un ojo y Angel lanzó un suspiro y puso los ojos en blanco- y luego imagina que alguno de nosotros llega vistiendo tu ropa. No quiero ofenderte, pero está rota, sucia y desgastada –Orlando lo miró avergonzado.- No te avergüences por escuchar la verdad. Bien… imagina eso. Las cosas hubiesen sido diferentes ¿verdad? –le preguntó con suavidad.

-Supongo que sí –respondió Orlando.

-El portero, el encargado del mostrador y el mesero que nos atiende se fijaron en tú ropa y te juzgaron sin conocerte –dijo Angel.- Pero ellos si están justificados.

-No entiendo –respondió Orlando.

-Tienen órdenes de juzgar a las personas por la ropa –explicó Víctor.-Mira a tú alrededor. Todas estas personas de aquí, bien vestidas, maquilladas, con un comportamiento refinado… estoy seguro de que todas te juzgaron solo por la ropa. Pero solo a ti… a nosotros a pesar de estar a tu lado no nos juzgaron.

-Pero estas personas no están justificadas –tercio Angel. -¿Entiendes la razón?

-Ellos… ¿tienen prejuicios sociales? –preguntó Orlando. Angel y Víctor lo miraron sorprendido.- No soy un ignorante. Estuve en la escuela –añadió con los ojos entornados.

-La historia de cómo dejaste la escuela y estas ahora intentando sobrevivir, vendrá durante la cena –dijo Víctor.- Por ahora, queremos enseñarte un punto. Como bien dices, tienen prejuicios sociales. Claro, no todos deben pertenecer a la clase alta, quizá ni siquiera a la media, pero igual se comportan de esa manera solo por creerse más que los demás e intentan, patéticamente, ser aceptados en el pequeño círculo de la clase alta.

-Dicho de otra forma, se comportan de acuerdo al lugar para aparentar algo que no es –dijo Angel con una sonrisa.

-Nosotros, sin embargo, si somos de la clase alta, de la clase altísima diría yo y sin embargo, todos esos formalismos nos da enteramente igual –dijo Víctor.

-Son burgueses… -murmuró Orlando.

-Existe un enorme error al llamar a la clase alta como burgués, ya que eso, en un principio, se refería a la clase media –puntualizó Víctor.

-Dicho de ese modo, ellos si son burgueses, pero por ser de la clase media –explico Angel.

-Pero ustedes también están haciendo un juicio sin conocerlos –observó Orlando. Ellos negaron con la cabeza.

-Estamos usando solo un ejemplo –le explico Víctor.

-En estadística esto se llamaría “Universo” –explicó Angel.- Y esta población, la de esta sala –movió ambos brazos haciendo un círculo abarcando toda la estancia,- es la “Muestra”, dicha muestra es el número de personas que está aquí en este momento. Puede que sea representativa o no representativa, pero la estamos usando como ejemplo.

-Raba, lo vas a confundir –le advirtió Víctor.- El caso es que estamos usando a estos pendejos de aquí para un experimento. Punto. Entonces –continuo- a nosotros nos da igual comportarnos. Somos como somos y punto.

-Y es por eso que salimos del auto en plena vía, dejando sorprendidos al tipo del auto trasero y a un chico a punto de llorar –dijo Angel.

-Yo no… -intento decir Orlando

-No mientas –le interrumpió Víctor.

-Si por favor, no mientas. Ibas a llorar por lo que te hizo ese otro tipo.

-Yo pensé que iba a… no se… uno a veces se equivoca ¿saben? -dijo Orlando dolido.

En ese momento, llego un aroma a comida recién hecha. El mesero traía los tres platos rebosantes de comida y cada uno de ellos emitía un aroma muy fuerte. Coloco todos los platos enfrente de cada uno de ellos. Sirvió primero a Angel, luego a Víctor y por último a Orlando.

-¿Desean algo para beber? –preguntó el mesonero colocándose a la derecha de Víctor. Evitaba mirar hacia Orlando y no era muy bueno ocultándolo.

-Una botella de Malbec por favor –pidió Víctor. -Traiga una heladera y deje la botella, además de tres copas –miró a Orlando y le dijo:- solo vas a probar media copa. No tienes edad para beber alcohol. Solo te damos a probar porque este tipo de vino viene muy bien con lo que estas comiendo.

El mesero ya se iba, pero se detuvo ante la mirada de Angel. Seguramente pensaría que estaba a punto de pedir otra cosa.

-Por cierto, se sirve primero a los más jóvenes –le reprendió Angel con suavidad.- Él es el más joven –señaló a Orlando con un gesto,- o en sus efectos, desde el palto más suave hasta el plato de mayor sabor. Mi atún, al ser pescado, debió ser lo último, no lo primero –añadió con frialdad.

-Lo siento –respondió el mesero contrariado. Un poco de rubor asomaba en sus mejillas.

-No te preocupes –le respondió Angel con una sonrisa sarcástica.- Espero que con la bebida, no cometas el mismo error. Ya que no hay mujeres, espero que sepa el orden de servicio de entrega.

El mesonero se fue rojo como un tomate.

-Raba… te equivocaste. Lo suyo es carne, debía ser lo ultimo –le corrigió Víctor.- De hecho el orden correcto era: yo en primer lugar, tú y luego él.

-Claro que no –insistió Angel.- Él es más joven. Debía ser de primero. ¡Le sirvió de último porque está mal vestido! Solo quería hacerle ver su exclusión –admitió Angel en un susurro. Víctor se rio un poco.

-¿Podemos… podríamos comenzar? –preguntó Orlando con apuro.

-Ya te dijimos que muchas normas de etiqueta no nos interesan –le dijo Angel.

-Pero… es una falta de respeto comenzar a comer solo –insistió Orlando.

Angel y Víctor se observaron un segundo.

-Tiene razón… -repuso Víctor.- Además… la formalidad es signo de un buen caballero Raba –añadió con ademanes pomposos.

-Queremos enseñarle algo y tu no dejas… infeliz –le dijo Angel a Víctor, tomando su tenedor. Los otros dos hicieron lo mismo.

-¿Mitad y mitad? –preguntó Víctor mirándolo.

-Por supuesto –respondió Angel rápidamente.

Ambos cortaron sus piezas a la mitad y, usando el tenedor propio, tomaron la porción del plato del otro y la pusieron en el plato propio. Así, cada uno quedó con una mitad de pollo y otra de atún.

-¿ Eshoesthaperrrmitidoh ? –preguntó Orlando con un montón de pasta en la boca. Comía con voracidad y rapidez.

-No se habla con la boca llena –le reprendió Víctor. Angel evitó expresar en voz alta el asco que sentía en ese momento, para evitar que Orlando se sonrojara. Este, sin embargo, enrojeció bastante.- Y no, no lo está. Pero nosotros lo hacemos muchas veces cuando venimos a lugares así ¿Qué harán? ¿Echarnos?

-No lo hacemos porque queramos retar a nadie ni demostrar algo –explico Angel.- Simplemente lo hacemos porque es algo normal entre nosotros al comer platos diferentes.

-Exacto –dijo Víctor y se zampó un buen trozo de atún. Lo masticó y tragó antes de continuar.- El promotor de esta costumbre fui yo. Hace mucho tiempo, ¿cuánto Raba, cuánto tiempo?

-Siete años, diez meses y tres días –respondieron Angel y Víctor con seguridad.

-¡¡Eso!! –exclamó Víctor con orgullo. Levanto la palma y Angel la choco con la suya.- ¡La mejor memoria que puedas conseguir en el mundo! –Aseguró a un sorprendido Orlando.- Este tipo no recuerda el momento de su nacimiento porque ya eso sería demasiado.

-Mi primer recuerdo es de cuando tenía tres años y medio y desde entonces lo recuerdo todo –aseguró Angel con tranquilidad. Tomó un trozo de pollo y lo llevo a su boca, tragó y siguió hablando.- Además… él es el mejor matemático que puedas encontrar en el mundo, también es poseedor de la mejor vista y la mejor puntería –aseguro con júbilo. De nuevo, ambos, chocaron las palmas.

En ese momento, el mesero llegaba con la botella, la heladera y tres copas delgadas y largas.

-Solo media copa para él por favor –le recordó Víctor antes de que le sirviera a Orlando.- Y deje la botella que esto va para largo –le recordó.

El mesero sirvió las tres copas, dejó la botella en la heladera llena de hielo y se retiró en silencio.

-¿Dónde se conocieron ustedes dos? –preguntó Orlando con curiosidad.

-Eso no es relevante en este momento –respondió Víctor dando un sorbo a su copa. -Queremos conocerte a ti.

-Y así determinar qué podemos hacer para ayudarte –agregó Angel.- Quizá, si queda tiempo, te contemos una historia de amor y odio. Mucho odio al principio, pero después mucho más amor –añadió riendo.

-Maricón –le dijo Víctor por lo bajo. Tomó un trozo generoso de pollo y una buena cantidad de arroz. Angel solo se encogió de hombro riendo con regocijo.

Y entonces Orlando comenzó con la historia de su vida, hasta ese momento claro.

Hijo de padres del interior, del estado Trujillo para ser exactos, específicamente del municipio Boconó (“Oye, de ahí viene mi familia paterna también, de Trujillo quiero decir. Pero ellos vienen del municipio Campo Elías” le dijo Angel alegre por la coincidencia), hermano de otros cinco (“Joder… ¿Por qué la gente hace eso? Tener un montón de hijos y luego no saber qué hacer. Eso solo disminuye oportunidades y aumenta la pobreza” se quejó Víctor). Su padre fue un obrero dentro de una fábrica de alimentos casi por 25 años. Antes de que él naciera y luego, al tener Orlando unos cinco años, cuando los transfirieron a Caracas y la familia se tuvo que mudar para evitar el despido del hombre. Pero una lesión causada por una de las “maquinas para cargar enormes cajas” (“¿Saben? De esas que tienen dos cosas horizontales y se levantan y bajan y eso” intentó aclarar haciendo la demostración horizontal con ambas manos mientras las subía y bajaba como si intentara pintar una pared con una brocha invisible). Angel le respondió que sabían que eran y Víctor le aclaró que se llamaban carretillas mecánicas. Entonces contó que, cuando tenía diez años, su padre sufrió un accidente. Un operario hizo mal un movimiento y una pesada caja le cayó encima al papá de Orlando ocasionando una lesión en la pierna derecha y una herida en el brazo derecho. Después de eso, fue jubilado y pensionado por incapacidad. El problema es que, parte de ese dinero de la liquidación se desapareció pagando el tratamiento posterior y luego la terapia. Pues la empresa, se las arreglo para no hacerse cargo, como dictaba la ley, del obrero herido en el almacén.

-Momento… yo… creo que vi eso en una telenovela –le interrumpió Angel hablándose a si mismo.- Joder… parece ser que mi abuela y mi tía abuela tenían razón sobre que las telenovelas si reflejaban la vida real.

Entonces, después de eso, las cosas no parecían mejorar. Con un sueldo de asistente de hogar, la mamá no podía mantener a toda la familia así que los dos hijos mayores debieron irse a trabajar, en lo que fuera, para ayudar a la familia. El padre quedó frustrado y resentido por su mala suerte y poco a poco fue tomando el vicio del alcohol, gastando toda su pensión en eso sin importarle mucho sus hijos (“¿Seguro que no hemos visto eso en una telenovela?” le preguntó Angel) (“¡¿Quieres dejarlo terminar de contar?!” Le regañó Víctor). Acostado en el viejo sofá todo el día, se encargaba de tomar alcohol y exigir el dinero de los hijos para mantener su vicio, dejando de lado las otras obligaciones, como alimentar a los hijos pequeños. Cuando alguno de los hijos se negaba, el hombre los golpeaba ya sea con la mano o cualquier cosa que tuviera a mano. Con la mujer era lo mismo. Casi todas las noches, ella era golpeada sin descanso y los niños debían ver eso.

Al cumplir los quince años, a Orlando se le ordenó dejar la escuela e irse a trabajar. Cuando se negó, bueno… los moretones le duraron días, no salió de casa hasta que estuvo más o menos curado. Vio con rabia y lagrimas en los golpeados y amoratados ojos como su papá le quemaba los libros y los cuadernos y le decía que él no iba a pagar más estudios. A partir de ese momento, se iba con su hermano mayor a vender cualquier cosa que la gente estuviera dispuesta en comprar. Al oír aquello, Angel y Víctor levantaron una ceja al unísono.

-No era nada ilegal… no eran drogas si eso piensan –aclaró Orlando.

-Dijiste “cualquier cosa que la gente estuviera dispuesta a comprar” -le recordó Angel.

-¡Que no eran drogas! –insistió Orlando ruborizándose.- Eran chucherías, comida, café, chocolate caliente… en los sitios donde la gente iba de noche y si hacía mucho frio, la cosa iba bien y vendíamos todas las bebidas calientes sin problemas.

Debían estar atentos ya que esas horas eran peligrosas y un par de veces los habían robado. Después de todo eran dos adolescentes, uno de diecisiete años y Orlando de quince. Si eran robados, tendrían que lidiar con la furia de su padre.

-¡Eran unos niños! –dijo Víctor indignado.- ¿Tienes una idea de lo peligroso que es estar en la calle en la madrugada? –Orlando lo miró con ironía.- Bueno… si… claro que la tienes. Lo que quiero decir es que tu padre debió darse cuenta de eso. Cuando yo me pasaba de la hora reglamentaria de llegar a casa, mi móvil no dejaba de recibir llamadas de mis padres. Algunas llamadas de mi mamá eran bastante histéricas y exageradas –comentó con mala cara.

-Me consta –agregó Angel.- Una vez se le murió la batería y fue mi móvil el que comenzó a ser bombardeado de llamadas. Hasta que no llegamos a su casa no dejaron de llamar.

-Mira quien lo dice… -le atajó Víctor mirándole con reproche.- ¡Tú mamá era idéntica!

-¿Era? –replicó Angel.- Es… ES… en presente. Si no me llama todos los días es porque se lo tengo casi prohibido. Pero eso no es tema de hoy, Orlando, continua por favor.

Entonces así estuvieron viviendo por mucho tiempo. Cada día los abusos y castigos eran más severos. Dado que no tenían donde vivir, todos lo soportaban por miedo a terminar en la calle bajo un puente.

-¿Y qué coño pasó con las familias de tus padres? –le preguntó Angel.

-¿Recuerdan la tragedia de Vargas? –preguntó Orlando.

-Claro, un día feo para este país –respondió Víctor.

-La familia de mi madre se mudo de Trujillo a Vargas porque querían vivir cerca de la playa y pues… murieron con el deslave. No eran muchos. Mi abuela, con mi tío y dos primos –dijo muy bajito.- En cuanto a la familia de mi padre, no tengo idea de cómo llegar a ellos. No recuerdo de donde son exactamente y mi padre se niega a decir nada.

-Para eso debes cotejar tu apellido con los apellidos de aquella zona. Así de simple –le dijo Víctor.- El apellido es importantísimo para algo así. Podrías incluso encontrar primos lejanos –miró de reojo a Angel- o tíos que si podrían ayudarte no solo a ti, a tus hermanos también.

-No tengo el dinero para ir allí –admitió Orlando también en voz baja.- Mi otro hermano mayor también tenía ese plan… se fue hace un año y medio a Trujillo, pero… no sabemos nada de él desde entonces. Ahorró en secreto para eso. Cuando papá lo descubrió se puso furioso y casi lo mata a golpes. Lo echó de casa sin un centavo y no lo hemos visto desde entonces.

-¿Y cómo sabes que se fue a Trujillo entonces? –le preguntó Víctor.

-Porque él nos lo dijo a mi otro hermano y a mí –respondió Orlando.- Lo encontramos dos días después y nos informó de su plan. También nos prometió regresar… pero nada. Temo que, al final, no encontró lo que buscaba o se perdió en el camino –añadió con preocupación.

-Muy complicado todo –se lamentó Angel.

Y bueno, un año atrás, Orlando se cansó de esa situación y decidió irse. Tomó sus pocas cosas, ropa más que todo, y una noche se fue para no volver. Contando con casi diecisiete años, se ha valido de la suerte y oportunidad para sobrevivir. Consiguió albergue en un refugio el primer mes, después de eso, le tocó ir a otro y otro hasta que en el último en donde estuvo, otro tipo intentó robarle el dinero que ese día se había ganado pidiendo limosna (eso lo dijo con tanta vergüenza que las palabras casi no le salieron). Un mes atrás, encontró los pinos de bolos en un contenedor de basura. Los decoró como mejor pudo con una pintura que encontró de forma no muy legal, para darles un mejor aspecto (“Tranquilo, no vamos a juzgarte” le aseguró Angel. Víctor asintió) y le pidió a un joven un poco mayor que él, que le enseñase malabares, pues este hacia eso en los semáforos. Luego de advertirle que no ocupara “su zona de trabajo” le enseño un par de movimientos en unas cuantas horas. Y pues, desde entonces se encontraba en los semáforos haciendo malabares con los pinos para encontrar algo de comida por medio de algo que si bien era desesperado, no era ilegal.

Y en eso se encontraba hasta que, el día de hoy, un hombre le desprecio su “intento de conseguir dinero legal” y otros dos lo consolaron y llevaron a un restaurante muy elegante y desafiaron a más de uno para lograr que él pudiera pasar a pesar de su aspecto.

-¡Mira Vito! ¡Somos nosotros! –exclamó Angel emocionado. Sonreía como un niño pequeño emocionado con un juguete nuevo- ¡Somos parte de su historia!

La botella de vino estaba vacía en la mesa. Durante la historia, Angel y Víctor (más este último) estuvieron tomando de ella.

-Bueno… como yo lo veo, tenemos varias complicaciones –dijo Víctor.- ¿Quieres postre? –la pregunta tomó de sorpresa a Orlando.

-Necesitas algo dulce desesperadamente Orlando –le aseguró Angel.- Has tenido muchos ratos amargos en tu vida –levantó la mano y llamó al mesero. Este se acercó rápidamente -¿podría por favor darnos la carta de postres? –le pidió amablemente.

El mesero fue diligentemente a tomar tres de ellas. Se las llevó con la misma rapidez. Víctor y Angel tomaron una cada uno y vieron la lista.

-Me va a traer tres porciones de pie de limón en sous vide, dos en un mismo plato para mí y una para él –ordenó Víctor con algo de glotonería (cosa rara ya que eso era algo distintivo de Angel). El mesero escribió la orden.- Te va a gustar, eso es muy bueno aquí –le aseguró a Orlando.

-¿Eres alérgico a algo? –le preguntó Angel mirando por el borde superior de la carta. Orlando negó con la cabeza. Angel bajó la mirada y siguió examinando la lista.

-Pero lo de Víctor ya es suficiente –intentó decir Orlando con timidez.

-Bueno –le dijo al fin Angel,- anote. Todo lo que voy a pedir se viene en dos porciones y en platos separados. Una porción para él –señaló a Orlando con la mirada- y otra para mí. Torta de chocolate, brownies de chocolate, ponqué de calabaza, mousse de mango con corazón de grosellas negras. Un yogurt espeso con aceite de oliva, miel y nueces, eso solo para él porque a mí no me gustan los frutos secos…

-Y yo soy alérgico a esos bichos, así que cuidado –advirtió Víctor.

-… y otro pie de limón en sous vide, obviamente solo para mí ya que él –señalo a Víctor con la mirada- pidió para el chico.

El mesero escribió todo, tomó las tres cartas y se fue rápidamente.

-¿No piensan que exageran? -preguntó Orlando abrumado.

-No –respondió Víctor con tranquilidad.- Tenemos mucho dinero y… eso no se escucho bien –añadió contrariado.

-Para nada –le confirmo Angel.- Oye, que el pobre chico se va a sentir mal.

-Lo que quiero decir –comenzó Víctor aclarando su garganta y recuperando la compostura,- es que la vida tiene que llenarse con experiencias. Nosotros tenemos… medios económicos para hacerlo. ¿De qué nos vale tener el dinero si no lo usamos en lo que deseamos? –le preguntó a un confundido Orlando. -Claro, el dinero debe cuidarse o si no se malgasta, pero eso no quiere decir que se deba ocultar para siempre. No somos despilfarradores, pero tampoco tacaños.

-Mantenemos un equilibrio –agregó Angel. -Hay que entender la diferencia entre despilfarrar y gastar. Alguien muy sabio y experimentado nos educó en ese aspecto –añadió.

-Exacto –completó Víctor.- Tenemos los medios para darnos gustos y lujos y lo hacemos. Así de fácil. Cuando estemos muertos, ¿vamos a disfrutar algo? No… eso lo van a heredar los hijos (si los tengo) y yo me quedare frio, muerto y putrefacto dentro de un ataúd mientras otros disfrutan mi dinero. Así que no gracias… no voy a guardar mi dinero porque yo no soy eterno -añadió golpeando levemente la mesa.

-Yo si planeo tener hijos, cinco para ser exactos, pero pienso igual que él –comentó Angel animado.- El dinero, a gozarlo en la medida de lo posible y también… -se interrumpió ante el sonido de llamada de Andrés en su móvil.- Ya se había tardado –comentó antes de responder.- Puso el altavoz y dejo el móvil en la mesa.

-¿Fueron secuestrados de camino a casa? –fue el saludo de Andrés.

-Si… por un montón de extraterrestres… -respondió Angel con sarcasmo.

-¿Entonces? ¿Qué pudo interferir en tu preciado y amado cronograma Angel? –preguntó con burla y sarcasmo.- ¿No sería una misión de buena voluntad no? –preguntó con mas burla.

-Cuando lleguemos a casa, te explicamos –le prometió Víctor.

- La cena se enfría –informó Andrés.

Angel y Víctor se miraron un segundo. Ninguno dijo nada por dos segundos.

-¡¿Están cenando en otro lado verdad? !–preguntó irritado Andrés.- Ihr verdammten Arschlöcher!

Orlando se sorprendió de escuchar aquello. Si bien no entendió lo que Andrés dijo, si debió entender que fue una palabrota ya que el tono furioso de Andrés lo decía todo.

-¡Oye! No seas grosero –le gruño Angel.- Estamos acompañados.

-Es ist Mir ganz Scheiβe egal! –replicó Andrés molesto.

-Dudo mucho que Orlando entienda alemán –comentó Víctor riendo.

-¿Orlando? –preguntó Andrés.- ¿Qué coño hacen con Orlando? Y si Víctor, él sabe alemán. ¿Cómo lo olvidas?

-No ese Orlando, otro Orlando –le aclaró Angel.- Cuando lleguemos a casa te lo explicamos.

- Bueno… como digan… -gruño Andrés.- En cualquier caso, debido a su falta de juicio, les ordeno que me traigan algo que valga la pena. Una cosa cada uno –ordenó con autoridad.- Y tengan cuidado con las cosas que están haciendo. Recuerden que el camino se hace peligroso cuanto más llega la noche y ésta montaña está aislada de noche –añadió antes de colgar.

-Andrés… el tercero en discordia. –bromeó Víctor riendo. -El otro hermano, hijo de otra madre, que vive con nosotros- Orlando lo miraba sorprendido.

-Un poco grosero ¿verdad? –observó el chico.- Y parece que está de mal humor.

-Y eso que no lo conoces –le respondió Angel con sonra.- Es peor… muchísimo peor de lo que te puedas imaginar.

En ese momento, el mesero llego con todas las órdenes en una mesita con ruedas. Las repartió alrededor de la mesa justo como se le ordeno. En consecuencia, Orlando se vio rodeado de un montón de platos sin saber muy bien qué hacer.

-Oiga, una pregunta ¿aquí dan las cosas para llevar verdad? –le preguntó Angel antes de que se fuera. El mesero asintió con la cabeza.- Bien, entonces denos, para llevar, un cheesecake de fresa.

-Y un cheesecake de parchita por favor –añadió Víctor. El mesero se fue en silencio con la nueva orden.- Yo pago el de fresa –bromeo.

-Yo pago el de parchita –respondió a su vez Angel. -Jodido Andrés… -se quejó antes de comenzar a devorar el pie de limón.- Come Orlando –le dijo al ver que este no se decidía.- Come y disfruta de los dulces de la vida. Te lo mereces luego de tanta amargura vivida –y tomo una porción del ponqué de calabaza.

Pero al cabo de un rato, el chico ya no podía comer más. Ni aunque lo deseara podía tragar un gramo más de comida. Aún le quedaba parte del brownie, de la torda de chocolate y del pie de limón. Miraba todo con rabia, como si deseara poder comerlo.

-No importa, pedimos una caja para llevar y listo –le tranquilizó Víctor.- Pienso que quizá el exceso de hoy no fue tan buena idea. Parece que vas a vomitar –añadió mirándolo detenidamente.

Le hizo una seña al mesero y cuando llegó, le pidió que guardara lo que quedaba en una cajita, todo junto, y también lo pusieran para llevar. El mesero recogió los platos y se los llevo todos. En menos de un minuto, llegaba con dos cajas. Se las entregó a Víctor y quien vio el contenido de una de ellas. Luego de verla, se la dio a Orlando.

Angel pidió la cuenta y cuando trajeron la factura, él y Víctor lanzaron una moneda al aire. Angel dijo cara y Víctor dijo cruz. Cuando la moneda cayó sobre la mesa, Víctor sacó su billetera y se fue con el mesero a pagar la cuenta. Angel se levantó, tomó la caja con los postres de Andrés y le hizo una seña a Orlando de que hiciera lo mismo. Llegaron al lado de Víctor y vieron como hacia el pago. En un mismo movimiento, Angel y Víctor sacaron varios billetes de sus respectivas billeteras. Todos de la más alta denominación y se lo dieron al mesero quien tenía una cara de sorpresa bastante notoria.

-Fue un servicio impecable –le dijo Víctor guiñándole un ojo con picardía y sonriendo con suficiencia. Se fue hacia la salida seguido de Orlando. Caminaba tambaleándose ligeramente.

-En efecto –le dijo Angel antes de irse también hacia la puerta.- Solo te recomiendo que, la próxima vez, no juzgues a la gente por su vestimenta – y se fue detrás de Orlando.

-¡Pero si esto es lo que hago en una semana! –escuchó Angel que el mesero le susurraba al de la barra.

Ya eran las nueve de la noche cuando salían del restaurante. La noche se mostraba clara gracias a la luna llena, pero fría gracias al clima de los últimos días. Se podría decir que esperaban una lluvia de un momento a otro. Entraron en el auto, Angel de conductor (Víctor insistió ya que él había tomado mas vino), Víctor de copiloto y Orlando en el asiento trasero. Tomó los pinos de bolos y que estuvieron ahí durante la cena, con la mano izquierda. En la otra mano, una caja de cartón de un verde chillón guardaba lo que él había dejado de todos los postres. El mismo tipo de caja que Víctor colocó entre sus rodillas cuando se subieron y que guardaba los postres de disculpa para Andrés.

-Lo del mesero… ¿Por qué lo hicieron? –preguntó Orlando confundido.-¿Intentaban demostrar el dinero que poseen? –algo de decepción se notaba en su tono.

-No… para nada –respondió Angel un poco ofendido. Víctor soltó un bufido de molestia, seguramente por el comentario de Orlando.

-Ese chico debe ser un tipo trabajador y muy joven… –dijo.- Quizá tenga una madre enferma, quizá tenga que estudiar, quizá tenga un hijo… elije tú cualquier razón por la que deba trabajar –añadió.- Muchas y variadas razones Orlando –agregó serio.- Si podemos ayudarlo sin que él lo sepa, está todo bien –concluyó con simplicidad.

Angel vio por el espejo retrovisor que Orlando asentía entendiendo las palabras de Víctor.

-Entonces… ¿a dónde te llevamos? –le preguntó sin dejar de mirarle.

-¿Para qué coño le preguntas eso? –le reclamó Víctor colocándose el cinturón de seguridad.- No tiene a donde ir –le recordó.- ¿O sí? –le preguntó removiendo en su asiento y mirando hacia atrás.

-Pues…

-¿Sí o no? –insistió Víctor. Orlando se quedo en silencio.- Entiendo… Raba… sabes a donde ir ¿no?

-Por supuesto –respondió Angel.

-¿Esperen? ¿A dónde me llevan? –preguntó Orlando asustado.

Angel encendía el motor y comenzó a mover el auto. Antes de que Orlando intentase algo, escuchó claramente el sonido del seguro de todas las puertas activándose.

-Tranquilo… si quisiéramos secuestrarte lo habríamos hecho hace horas –le tranquilizó Víctor recostándose cómodamente en su asiento. Miraba todo con somnolencia. El vino tenía ese efecto en él. Lo relajaba a niveles extremos. Bostezó antes de continuar.- Antes de llegar al lugar al que vamos te diremos un par de cosas… pero primero, colócate el cinturón ¿sí? En la tarde te enseñé como se hacía –Orlando se apresuró a obedecerlo. Víctor se veía muy serio dando esa orden y era mejor no replicar.

“Número uno; tu vida va a cambiar a partir de hoy. Número dos; vas a luchar por un mejor futuro, así tengas que enfrentarte con tus peores demonios. Número tres; Raba, tengo sueño –añadió riendo.- Se que no tiene nada que ver contigo Orlando, pero le digo eso a este tipo para que maneje rápido. ¡Usa los caballos de fuerza de este auto! ¡Los aburres conduciendo a esa velocidad! –le reclamó con impaciencia. Angel aumentó ligeramente la velocidad.

-Intenta no vomitar –le aconsejó Angel con sequedad.

-Jamás dentro del auto –se defendió Víctor.- Bueno… Orlando… mi amiguito Orlando –añadió con otra risita.

-Víctor, ¿estás ebrio? –le preguntó Orlando mirándole asustado.

-Oh… ya me llama por mi nombre –observó Víctor risueño.- Eso es bueno, es muestra de que confía en nosotros. Y no, no estoy ebrio, solo estoy “alegre”. Pero igual prefiero que Raba conduzca ya que él es abstemio y solo bebe cuando yo lo “obligo”, y muy poca cantidad la verdad. Me gusta mucho el vino, pero mi metabolismo es rápido y pues, el efecto en mi se acelera. Siempre he tenido eso dentro de mí… cosas de mi organismo. En fin –se aclaro la garganta,- ¿Dónde me quede?

-Número tres; Raba, tengo sueño – le recordó Angel.

-Gracias rey –le respondió Víctor con picardía.

-De nada cariño –dijo Angel sonriendo.

-¿Ustedes son maricones? –Orlando no pudo evitar preguntar eso.

Víctor comenzó a reírse.

-Yo no… por Dios… adoro las vaginas, me encantan las vaginas, yo me como las vaginas –respondió Víctor canturreando.- A quien le gusta que le metan el güevo es a él –señaló a Angel- ¡se los come como todo un profesional! Eso me ha dicho… yo no veo ni hago esas asquerosidades. Pero igual lo quiero mucho. Ya te dijimos que somos hermanos. Hermanos por selección… pero eso no es el tema ¡coño! Vamos a llegar y no me va a dar tiempo de decirte todo. Bueno… puto número tres… ah no, número cuatro, perdón –se rio de nuevo.

-Le gusta el alcohol, pero mira como le afecta –comentó Angel riendo.- Y se pondrá peor. En cuando le da el aire nocturno…

-Bueno… ¡Número cuatro!; te vamos a llevar a un lugar. Ahí te van a dar comida, atención medica, hospedaje y asesoría legal. ¡El desgraciado de tu padre debe ser denunciado! –sentenció indignado.- ¡Hijo de puta ese!

-Tiene razón –concedió Angel.- Pero eso es solo si tú lo deseas. Además, también se pueden hacer cargo de tus hermanos y tu mamá si aceptan la invitación que seguramente les darás más adelante.

-Número cinco; una vez estando ahí, vas a usar toda tu voluntad para surgir como un hombre. ¡Un hombre de bien carajo! –le ordenó Víctor moviéndose un poco.

-Dame esto coño –le dijo Angel y tomó la caja verde de las rodillas de Víctor.

-Te quiero Raba… -le dijo Víctor son sinceridad.- Siempre andas pendiente de todo y de todos. Esta fundación, a la que te vamos a llevar amiguito Orlando, fue idea de él. Una excelente idea –dijo con inmenso orgullo.- “¡Ayudara a todo el que lo necesite!”. Así lo dijo. Así lo sentenció. Y ahora todos participamos de alguna manera. Hasta el amargado de Andrés pone de su parte, porque este chico –señalo a Angel con el pulgar- tiene siempre la forma de convencer a la gente.

-Vito… te desvías del tema –le dijo Angel ruborizado.- Llegaremos en diez minutos y no terminas.

-No le gustan los halagos –le susurro Víctor a Orlando.- Le incomodan. Pero en fin, tiene razón. Número… ¿cuál?

-¡Seis! –dijeron Angel y Orlando al mismo tiempo.

-No griten coño… par de escandalosos –gruño Víctor quejándose.- Número seis; tendrás la oportunidad de buscar a tu hermano y a la otra parte de la familia. Tendrás a tu disposición un equipo de detectives. Todos profesionales. Literalmente pueden encontrar a cualquier persona, en cualquier lado del mundo. Dirás tu apellido, y si por casualidad de la vida tienes una foto de tu familia, señalas a tu hermano desparecido, ellos lo encontraran enseguida. Bueno, enseguida no. Que hay que seguir una serie de procedimientos, pero lo encontraran los más rápido posible –eructó inesperadamente.- Perdón por eso. Así no se comportan los caballeros.

-Yo… no se qué hacer –dijo Orlando al borde de las lagrimas,- ni que decir.

-Solo di gracias y con eso nos conformamos –le dijo Víctor riendo un poco.

-Y aprovecha esta oportunidad –le recomendó Angel.- Tendrás la oportunidad de estudiar y nivelarte académicamente. Y hasta de entrar a una buena universidad. Al igual que tus hermanos si aceptan esto. ¿Tenias alguna meta antes de que todo se fuera a la mierda? –preguntó con muchísimo interés.

-Bueno… siempre me gustaron los ambientes naturales –respondió Orlando algo avergonzado.- Ya saben… la naturaleza y eso.

-No te avergüences coño –le regaño Víctor extendiendo su mano. Un brillo en sus negros ojos apareció de pronto.- Dame cinco –chocaron las palmas y entre ellas había un enorme contraste.- La naturaleza debe cuidarse. Yo soy naturista, pero por cosas de la vida tengo un par de meses sin subir ninguna montaña, explorar alguna selva ni ir a la playa o el desierto o irme a bucear. Algunas responsabilidades tienen la culpa de eso. Pero respóndeme algo ¿te gusta dibujarla o vivirla?

-¿Eh?

-Si la dibujas es porque eres artista y si la deseas vivir es porque eres explorador –le aclaro Angel.- Es bueno saber la diferencia.

-Bueno, cuando estaba en Trujillo me gustaba caminar junto a mis hermanos hacia el rio y quedarnos ahí todo el día o ir a meternos por los alrededores –explicó Orlando con nostalgia.- Una vez me leí un libro entero que hablaba de las diferentes especies de insectos en el Amazonas. Eso fue en la biblioteca de mi antigua escuela…

Angel y Víctor se miraron un segundo.

-¡Explorador! –dijeron al mismo tiempo.

-¡Bien! –le dijo Víctor con inmensa alegría chocando de nuevo las palmas.- Así se habla amiguito Orlando.

-Tú no me dices eso por estar borracho ¿verdad? –Orlando aún tenía dudas.

-No estoy borracho. Estoy “alegre” –aclaró Víctor.

-Cuando te encontramos no estaba “alegre” –le recordó Angel.- Lo hacemos porque queremos. Así de simple. Tenemos el poder de hacerlo y listo. Ya llegamos –anuncio.

La luna y un par de farolas iluminaban un edificio alto, muy alto. A simple vista, parecía la fachada de una iglesia. Unas escaleras de piedra tallada llevaban a una puerta de madera bastante alta. El edificio intimidaba un poco.

-Tranquilo. No es una cárcel –le dijo Víctor bajando del auto. Perdió un poco el equilibrio al ponerse de pie fuera del auto.

-No, no lo es –dijo Angel, apagando el motor y saliendo del auto.- Vamos.

Orlando se apresuró a salir del auto. Sostenía su caja y los pinos de bolos y miraba el edificio intimidado. Vieron como Víctor subía los escalones de dos en dos y golpeaba fuertemente la puerta.

-¡Mira! ¡Basta! ¡Borracho de mierda! Hay un intercomunicador –le recordó Angel llegando a su lado. Presionó un botón en un tablero lleno de ellos, al lado del pestillo, y esperó.

-Cierto –dijo Víctor con una risita.- Quizá desperté a la mitad de las personas ahí dentro.

-No idiota… nadie escuchó nada. Recuerda que el sonido de afuera no entra si la puerta está cerrada– le recordó Angel presionando el botón de nuevo.- ¿Por qué coño no responden?

- Si… buenas noches –le respondió una voz de hombre.

-Debió responder al primer llamado señor Danilo –le reprendió Angel.

- ¿Quién es? –preguntó la voz de hombre con extrañeza.

-Los tipos que pagan tu sueldo –le respondió Víctor.- ¡Dos de los fundadores de este edificio coño! –le gritó.- ¡Abre que aquí afuera hace frio! –añadió molesto- ¡Tenía una chaqueta, pero se la regale a un chico que ahora es mi amiguito! –eso lo dijo sonriendo.

- Un momento –respondió el hombre.

-Espera… no… -Orlando intentó quitársela. Angel lo detuvo sosteniendo su hombro con fuerza. Se notaban algunas siluetas óseas, prueba de la desnutrición del chico.

-Fue un regalo con amabilidad, acéptalo por favor –le pidió Angel con suavidad en la voz, pero con firmeza en su apretón.

Unos segundos después, la puerta de madera se abría para mostrar un vestíbulo en penumbras. De ahí salía un hombre de poco más de setenta años. Vestía un pijama color beige y unas pantuflas del mismo color. Las mangas arremangadas hasta los codos y ambas manos mojadas. Jadeaba ligeramente, como si hubiese corrido hasta ahí. Miraba a Angel y Víctor apenado. En su cintura, un radio de onda corta estaba sujeto al pantalón del pijama.

-Don Víctor… Don Angel –les saludo con una voz ronca. Le dio una mirada a Orlando con curiosidad.

-No me diga así por favor, me hace sentir viejo –le dijo Angel incomodo.- Usted podría ser mi abuelo. Además… tampoco soy de la realeza.

-A mí si me gusta –dijo Víctor intentando erguirse.- Me hace sentir elegancia y estatus.

-Tú cállate borracho –le espetó Angel tomándolo del hombro y halándolo hacia él para que no perdiera el equilibrio y cayera por las escaleras.- Entremos por favor. Hace algo de frio aquí afuera. Señor Danilo, por favor prepare chocolate caliente para mí y nuestro invitado y un café bien cargado para este tipo “alegre”. Tenemos que hablar con Sofía ahora mismo. Se nos presentó una situación –y miró a Orlando con una sonrisa.

El señor Danilo se quitó para darle paso a los otros tres.