Una historia diferente
Las cosas no son como comienzan sino como acaban.
¡Una Historia diferente!
Un relato de Anfrara
El bofetón restalló en su cabeza con un sonido sordo y seco y esta se le fue de derecha a izquierda bruscamente sin que ella pudiese evitarlo.
Una vez más él le había pegado con toda su fuerza y desde su envergadura de más de un metro noventa. Había caído la mano sobre la cara de ella que apenas estaba a un metro sesenta del suelo.
La corpulencia de él era enorme y de hecho los amigos se extrañaban de que fuesen capaces de hacer el amor.
Entre su pandilla de amigos siempre había sido motivo de risa y chanza, aunque a ellos, o eso parecía, no les molestaba en absoluto y es que resultaban una pareja de lo más pintoresco y antagónico que existía.
Él casi dos metros de altura y con un peso alrededor de los 110 Kg., y todos ellos de pura fibra ya que entre sus actividades diarias estaba la de practicar deporte durante varias horas y esto lo venia haciendo desde que poseía uso de razón; tenía la piel curtida de tantas horas a la intemperie y aunque no era guapo si podemos decir en honor a la verdad que era agraciado. Poseía unos enormes ojos negros y una afilada nariz que no era desproporcionada en aquella cara cuadrada y con mentón firme y fuerte. La boca tenía unos labios carnosos que casi permanentemente permanecían sonriendo, lo cual hacia que mostrase los dientes más blancos e iguales que se puedan ver. Hasta su nombre era importante, Alejandro, cómo el conquistador, cómo el rey; no Alix o Alex o algo por el estilo, su nombre era Alejandro, así rotundo, completo y que a nadie se le ocurriese llamarle de otra forma, y así había sido desde su más tierna infancia, a nadie se la había ocurrido llamarle nunca Alejandrito o cualquier otro "-ito".
A pesar de sus casi cincuenta años, parecía muchísimo más joven y había quien comentaba a hurtadillas que tenia un pacto con el diablo para no envejecer, claro que lo comentaban a sus espaldas, sin que él lo oyese, ya que si no podía ser que con una de sus miradas te dejase literalmente traspuesto en el sitio en el que te encontrabas.
Cuando entraba en el tribunal, con su toga negra, siempre recién planchada ejercía una especie de poder de convicción y una sensación de calidez que lograba que en la mayoría de los casos sus clientes terminasen absueltos por el tribunal.
Celeste apenas si media un metro sesenta de altura y cuando estaban juntos aun parecía más diminuta en comparación con él.
Sin embargo cuando ella estaba sola no se la veía tan pequeña, y si como siempre, ella iba con los tacones que se ponía por la mañana y no se quitaba hasta la hora de irse a dormir aún lo parecía menos. Además cuando estaba sola te fijabas en otras cosas, ya que aunque bajita, parecía una verdadera muñeca, tenía un tipo fino y agradable, con una estrecha cintura, los pechos aunque no muy grandes, si que estaban proporcionados a su tamaño y poseía unas caderas generosas, aunque no en exceso. La media melena caoba que lucia enmarcaba una cara redonda, en la cual lo primero que notabas eran los ojos como dos almendras de grandes y con el color de la miel, cuando bajabas veías una boca en la que el labio inferior se mostraba amplio y generoso mientras que el superior era fino y si no se lo perfilase con el pinta labios de color rojo ardiente, que nunca se quitaba, prácticamente no se le vería. La nariz pequeña y pizpireta, apenas si sobresalía un poco del resto de la cara, pero el conjunto era el de una chica de 26 años muy agradable a la vista y muy bien parecida. Pero también llamaba la atención el aire de vulnerabilidad combinado con su belleza que la hacía irresistible ya que la convertía en lo más parecido a una muñeca de porcelana a punto de romperse en caso de que se cayese de aquellos inmensos tacones que se ponía.
Cuando se conocieron Alejandro, ya había estado casado en primeras nupcias con otra mujer a la cual había abandonado porque era una vaga, según él comentaba, y a la que tenía que estar diciéndole todo el día lo que tenia que hacer, que si ahora has de planchar, que si tienes que vestir a los niños, que si has de cocinar, etc., etc. La verdad es que no se sabia muy bien lo que había ocurrido con su primer matrimonio, pero el caso es que estaba divorciado. Celeste le conoció cuando él fue a la universidad a impartir un curso sobre la docencia o algo por el estilo en facultad de Pedagogía en la que ella estaba realizando el cuarto curso de su carrera.
Levantó ella la mano para hacer una pregunta y desde entonces fueron inseparables hasta el día de la boda seis meses después, cuando ella terminó el curso y pudieron convencer a sus padres de que efectivamente era un buen partido, y además, ¿que otra cosa podrían hacer si ella estaba embarazada de tres meses?.
La boda fue todo un espectáculo y acudió a ella toda la judicatura y parte de la gente más influyente de la ciudad ya que él poseía un puesto de gran renombre dentro del despacho de abogados que con otros cuatro socios dirigían y que se dedicaban al derecho civil y sobre todo al mercantil teniendo entre sus clientes a las mejores empresas de la ciudad.
Todo el mundo hacía alabanzas de lo guapa que iba la novia y lo feliz que se le veía, que había encontrado al hombre de su vida y que qué más podía pedir una niña que aún ni siquiera había terminado la carrera.
El viaje de novios transcurrió a través de medio mundo y fue precioso, las bellezas que vieron, a pesar de los continuos mareos de ella y de que algunas excursiones tuvieron que suprimirlas, inolvidables; los días más lindos de su vida los tuvieron allí: Venecia, Ginebra, París, Londres... los mejores hoteles, los mejores palcos de la ópera, los mejores conciertos, los mejores ballets, los mejores restaurantes, las mejores comidas, los mejores desayunos y las mejores cenas, incluyendo los mejores vinos y champagne. Pero todo aquello un día se acabó y tuvieron que volver a casa; ¡a su casa!. Alejandro había comprado para su mujer una residencia en el mejor barrio de la ciudad. Un chalet de dos pisos con una enorme terraza y un gran jardín para que los niños pudiesen jugar cuando llegasen del colegio y así disfrutar del sol. El piso de arriba, en donde estaban los dormitorios, se comunicaba con el inferior por una gran escalera de madera, con una balaustrada en el mismo material que era un primor de trabajo de carpintería.
Los mejores electrodomésticos se dieron cita en aquella casa para que Celeste lo tuviese todo y no echase en falta nada de lo que había tenido en la de sus padres.
El circuito cerrado de televisión estaba permanentemente conectado con la central de emergencias del servicio de seguridad privado para que ningún intruso pudiese entrar en su nidito de amor y le diesen un susto a la "princesa". El supermercado les enviaba todos los días la comida ya preparada y todo aquello que se necesitase en la vivienda sin necesidad de que ella se trasladase y sin que tuviese que moverse para nada. Así, dijo él ella se podía preocupar solamente de tener el niño sin complicaciones y sin estar preocupada de los calores que hacia fuera o con los peligros que se podían correr en la ciudad. En definitiva era una vida cómoda y en la que nada mejor se podía comprar con dinero. Parecía una abeja reina entre algodones.
El bofetón no tardó en llegar, llegó sin previo aviso, sin que nadie pudiese sospechar que iba e venir, sin que nadie viese que las cosas habían cambiado, sin que apenas él moviese un músculo. Cuando ella llegó de la calle lo primero que se encontró fue con el tremendo bofetón que hizo que todos sus cimientos se removieran, que logró que su cuerpo, frágil de por sí, se rompiese y se convirtiese en la muñequita rota que todos imaginaban que podía llegar a suceder si se caía de los tacones. Pero lo peor no fue el dolor físico, ¡qué fue muy grande!, ¡Que fue terrible!, ¡Que fue inmenso!. Lo peor fue el dolor que le llegó por dentro, de lo más intimo de su ser, del fondo de su corazón, de sus entrañas; aquel bofetón rompió todo lo que ella había ido construyendo para él desde que lo conoció e hizo que se cayese como si fuese un edificio de naipes, todo se desparramó y se rompió, se hizo mil pedazos como un vaso de duralex que cae al suelo, se rompió en tal cantidad de trozos que era imposible volver a unirlos y pegarlos; imposible el volver a tornar las cosas al estado anterior al estallido de su cabeza.
¿Dónde estuviste?, Preguntó él, ¿Cómo se te ocurre salir sin decirme nada?. Me has tenido muy preocupado, te has portado como una niña mal criada. Y por eso mereces ese bofetón. ¿Lo entiendes?. Cielo, tú eres muy jovencita y necesito educarte, te tienes que dar cuenta que hay cosas que una mujer casada ya no puede hacer. No puedes irte por ahí; Dios sabe a qué, y con quién, sin decírmelo a mi que soy tu marido, ¿no entiendes que me comprometes, y además que te puede pasar algo y yo no sabría dónde buscarte?. Mira, cuando salgas me llamas y me lo dices y yo me quedo tranquilo y así no pasa nada ¿vale?.
Y ahora levántate, ¡ que no ha sido para tanto!. Siguió diciendo. ¡Un simple tortazo de los que tu padre te habrá dado muchos cuando eras pequeña, no hagas de esto un drama!. ¡Venga, dame la mano y vamos a ver si cenamos algo!.
Desde el suelo ella lo miraba con una mezcla de horror y de incomprensión.
Le oía hablar, pero no entendía nada de lo que decía. La cara le dolía a rabiar, pero mas le dolía el alma. ¿Qué decía de su padre?. Intentaba pensar ella desde el suelo completamente desmadejada y con las faldas por la cintura. ¿Qué hablaba de cenar?.
Seguía pensando mientras trataba inútilmente de recomponer su maltrecha pose en el suelo ¿De qué estaba hablando aquel hombre?. ¿Quién era aquel hombre?. No, aquel no podía ser Alejandro, no, no su Alejandro. ¿De dónde había salido?. ¿Quién lo había dejado entrar en su casa?. No entiendo nada. Pensaba sin llegar a ninguna conclusión. ¡Esto debe ser un mal sueño!, ¡Sí eso es!, ¡Estoy durmiendo y tengo una pesadilla!.
¡Claro, que tontería, mira que no darme cuenta hasta ahora!, pero me despertar y esto se habrá terminado. Pero no, la cara me duele a rabiar, y este hombre sigue ahí tendiéndome la mano para que me levante. ¿Pero es posible?. ¿Qué me esta diciendo ahora sobre el pescado?. ¿Pescado?. ¡No tengo ni idea de lo que está hablando!. Creo que lo mejor será que me calme y trate de explicarle lo que ha pasado. Seguro que cuando le diga que fui a buscarle los zapatos que llevamos a reparar se pondrá de rodillas a pedirme perdón y verás cómo se va a poner de dulce y de tierno.
Sí,¡ pero la cara me duele!, ¡No deberia haberme pegado!,¡ Tendría que haberme preguntado de donde venia!, E incluso podría haberme dado un grito, pero no deberia haberme puesto la mano encima.
Sigue ahí, con la mano tendida, parece que está arrepentido. ¿Qué me está diciendo?.
¡Vaya, pobre!, ¡Menudo disgusto se ha debido llevar cuando llegó a casa y se encontró con que yo no estaba!.
Seguro que pensó que me había pasado algo con el niño y que estaba en el hospital. La verdad es que no me porté nada bien, debería haberle dado un telefonazo al despacho y decirle que iba a salir. ¡Tampoco me costaba tanto!.
Bueno, es verdad, debería haberle llamado, pero tampoco es como para que me pegue así de fuerte, me lo podría haber dicho ¿no?, ¡Vamos digo yo!.
Sí, claro, pero es que seguro que vino del despacho a traerme esas flores que estoy viendo en la mesa del comedor y se encontró con que no había nadie y el susto tuvo que ser mayúsculo. Pobrecito, fíjate que flores más bonitas me ha traído, y yo, en vez de telefonearle me voy por ahí sin decirle nada.
Bueno, ¡ Dios, como me duele la cara, mejor me ponga un poco de hielo o se me va a inflamar toda!, a ver si le preparo el pescado que quería de cena y hacemos las paces. Tiene cara de estar arrepentido, sigue ahí con la mano tendida esperando que se la coja para poder levantarme. Y va a ser mejor que lo haga, porque con esta barriga sino cualquiera se levanta desde aquí sin ayuda.
Sujetando la mano que estaba tendida se levantó como pudo del suelo y cayó en sus brazos.
El echándose a llorar le comento:
"No vuelvas a hacer eso, me ha dolido a mi más el bofetón que a ti, pero tenia que enseñarte que las cosas no son como antes. Tu no puedes hacer lo que quieras, me lo tienes que decir porque sin no ya ves el susto que me has dado y eso es un grave problema de connivencia familiar, así que fíjate, no querrás que cuando nazca el niño estemos a la gresca todo el día. Venga, olvidémoslo, no volverá a ocurrir. ¡Mira que flores más bonitas te he traído!. ¡Si es que yo estoy loco por ti! , ¡No puedo vivir sin ti!. Me duele que me hagas estas cosas, sufro yo más que tu. Y diciendo esto la cogió de la mano y la llevó a la cocina donde con todo el mimo del mundo le puso hielo en la mejilla para que no se le inflamase más de lo que ya estaba.
Celeste anonadada, aun, sin comprender del todo, seguía dejándose hacer y trataba de calmarse y olvidar el dolor, cosa que le parecía imposible ya que este estaba por dentro. Ya la cara casi no le dolía, pero en lo más intimo de su ser había un dolor que no conseguía quitarse por mas vueltas que le daba, un dolor muy profundo que se había enquistado y que no hacia más que carcomerla por dentro.
Se dejó cuidar por él; continuó sin reaccionar mientras él le ponía hielo y después con mucho mimo la besaba allí donde le había dejado caer la mano. Sin dar muestras de ningún otro tipo de arrepentimiento, le desabrocho la blusa y con aquella mano que le había golpeado cinco minutos antes le tocó el pecho, se lo sobó y sobó y sobó hasta que necesitó más y entonces bajó la mano hasta encontrar la braga y metiéndola llegó hasta la entrepierna de ella y ya sin preocuparse nada más que de su propio placer, sin siquiera mirarle a ella a los ojos, allí mismo, en plena cocina le arranco el slip y la penetró. Ella soportó todo aquello sin una sola exclamación de dolor, a pesar de que se trataba al fin y al cabo de una violación en toda regla. Notó como lo que pudiese quedar del antaño amor que le tenía se desvanecía conforme él, totalmente obsesionado, sin preocuparse del daño que le estaba haciendo, ya que no estaba ni siquiera lubricada, la penetraba una y otra vez produciéndole un terrible dolor por todas partes y sobre todo humillándola nuevamente después del tremendo golpe recibido. Cuando él terminó, ella se dejó caer en una de las sillas de la cocina y rota por dentro se echó a llorar desconsoladamente.
¿Qué té pasa?- preguntó Alejandro- no hay quien te entienda, primero te vas de casa cuando no debes, después te extraña de que te eduque, luego te hago el amor y no respondes como siempre y por último te echas a llorar. Yo creo que o bien el embarazo te tiene trastocada o lo que es peor me ocultas algo.
¿No será eso verdad?. ¿No estarás ocultándome algo?. ¿No tendré que saber nada?. ¿No es cierto?. ¿De dónde venias?. ¿Dónde estuviste?. Contesta.
Cada vez que él hacia una pregunta ella se sentía morir; no lo podía creer, ¿quién era aquel hombre? ; ¿su Alejandro? ; no, aquel no podía ser; ¿otra vez iban a comenzar los gritos?, ¡Pero bueno no acababa de hacerle el amor! ; si es que a aquello podía decirse que fuese hacer el amor, claro. Está bien, digámoslo, no acababa de follarla, pues entonces a qué venían ahora esas recriminaciones.
¡Habla!, Gritó él. ¿De dónde coño venias?. ¿Tienes un amante?.
¿Pero se puede saber de qué hablas?, ¿Tu estas oyendo lo que me estas diciendo, Alejandro?, ¿Qué te ocurre?, Tú no eres así, ¿Qué te está pasando?. Alejandro, por Dios no digas más tonterías, sabes de sobra que no tengo ni amantes ni nada, sólo fui a recoger tus zapatos a la zapatería, nada más, quería darte la sorpresa. ¿A qué viene todo esto? ; me lo puedes explicar.
¡No me grites!, contestó él y poniéndose en pie la cogió del pelo y la zarandeó hasta que algunos mechones se le quedaron entre los dedos. ¡Vas a portarte como una niña buena, y cada vez que quieras salir o entrar me lo vas a decir; ¿lo entiendes?, y no quiero que me vuelvas a gritar nunca más. A ver si lo entiendes, el hombre de la casa soy yo, y tu debes hacer lo que yo te mande por dos razones: a) porque yo traigo el dinero a casa y b) porque soy mayor y mas inteligente que tú y sé lo que le conviene a esta familia. ¿entendido?.
Mientras, ella se agarraba el pelo con las manos y lloraba nuevamente de una forma desconsolada, asentía con la cabeza tratando de evitar que él se volviese a enfadar y la fuese a golpear nuevamente.
Está bien, contestó entre hipidos, tienes razón soy una chica mala, pero no me vuelvas a pegar, haré lo que tu quieras, pero no vuelvas a hacerlo, ya entendí, no volverá a ocurrir nunca más.
¡Esa es mi chica!, respondió él con una gran sonrisa, así me gusta, ya verás como ahora que hemos puesto las cosas en su sitio funciona este matrimonio mejor. ¿Verdad que sí?, y acercándose a ella la besó en los labios. Y por cierto- dijo- de esto ni una palabra a tu papá, no vaya a ser que tenga que emprenderla a hostias con él también, ¿vale mi tesoro?. Diciendo esto se volvió y comenzó a subir las escaleras dejándola a ella en la cocina muerta de miedo y de vergüenza. Desde la mitad de las escaleras se volvió y gritó: ¿Me subes un sándwich de jamón y queso y una lata de cerveza?. Es que ya no tengo ganas del pescado. Date prisa, que tengo hambre.
Celeste se puso en movimiento y le llevó la comida que le había pedido para que no hubiese más problemas.
Al día siguiente no salió de casa, entre otras cosas porque no quería que nadie la viese con la cara totalmente magullada y con la cabeza en algunos sitios en donde se le veía el cuero cabelludo debido al tirón de pelos que le había arrancado los mechones de raíz.
A media tarde llegó un muchacho de unos veinte años con un tremendo ramos de rosas con el cual casi no podía y una tarjeta en la que solo decía: ¡Sé buena!, Te quiero.
La vida continuó sin altibajos y se fue aproximando el nacimiento del niño. Cuando este vino al mundo todo fueron parabienes y felicitaciones y toda la familia acudió en tropel a la mejor clínica de la ciudad para ver al descendiente de aquella pareja tan formidable y tan unida que no dejaban nunca de darse mimos y arrullos aunque estuviesen en la mismísima presencia del presidente de la nación. Sobre todo él, era increíble lo enamorado que estaba de su mujer, no paraba de concederle caprichos; bueno y había que ver como estaba la habitación de flores compradas por Alejandro para su mujercita por el nacimiento del niño. Amén del collar de piedras preciosas y oro que le había traído cuando vino a verla. Sí, es cierto que no se quedó mucho tiempo, pero es que era un hombre tan ocupado que no podía perder ni un segundo, pero ya se verían en casa cuando ella volviese.
Al llegar el niño a casa las cosas cambiaron sustancialmente; primero Alejandro la cogió de la mano y le enseñó la nueva habitación que él había mandado preparar para ella y el niño. Mira, le dijo, tienes que entenderlo, yo necesito dormir ocho horas y con el crío despertándose cada tres para comer, no podría descansar, y tu al fin y al cabo al día siguiente no tienes nada que hacer, pero yo..., en fin ya sabes, esto será temporalmente, hasta que Alejandro segundo crezca, después vendrás a dormir otra vez conmigo. Y echándose a reír continuó - y además tenemos que tener 40 días de ayuno por la cuarentena esa que tenéis que pasar las mujeres después de dar a luz, así que no te preocupes, que yo me las apañaré. Diciendo esto se dio media vuelta y se marchó a su habitación dejando a Celeste con su niño en brazos.
Los problemas no se hicieron esperar, el crío lloraba sin cesar y el descanso de él, a pesar de estar en otra habitación no era el más idóneo
Vamos a ver, Celeste, es posible que no seas capaz de educar a un crío para que no llore hasta que yo me levante, gritaba a pleno pulmón Alejandro.
Sólo tienes que tenerlo callado un rato por las noches ¡so pedazo de bruta!, insistía él. ¡No parece tan difícil!,¿ no te parece?.
Celeste callaba, para evitar confrontaciones, pero un día se le ocurrió replicar: "Bueno, ya esta bien, es tan hijo tuyo como mío". "Deberías tener alguna consideración hacia mi y hacia él". El puñetazo no se hizo esperar, llegó con toda su fuerza e hizo que dos dientes le saltaran fuera de la boca, sólo notaba estrellas a su alrededor pero no sentía dolor, este no le llegó sino hasta mucho tiempo después. No notaba nada más que la cabeza a punto de estallar y nuevamente la humillación y cómo la sangre le bajaba lentamente por la comisura de los labios y goteaba sin cesar en el parqué del salón manchándolo todo.
Alejandro se acercó a ella y cogiéndola del pelo nuevamente le dijo casi en un susurro: "no vuelvas a levantarme la voz jamás, y menos delante del niño, ¿entendido?". "Si lo vuelves a hacer te mato".
Celeste intentó deshacerse del abrazo al que él la tenia sometida, pero eso hizo que él se excitara y sin más contemplaciones bajándose el pantalón con una mano mientras con la otra la sujetaba y sin respetar para nada los gritos de ella ni la cuarentena a la que estaba sometida, le rasgo las bragas y la penetró con toda su furia, con toda su fuerza y con toda su dureza. Así aprenderás lo que es un hombre, terminó diciendo él, mientras se quitaba la camisa manchada de sangre de la boca de ella.
Ella se quedó a solas con su hijo sin saber que hacer y sangrando sin cesar, pero más por el alma que por la boca, el dolor que sentía en sus entrañas era mayor que el que tenia en sus labios o en sus genitales después de haber sido nuevamente tomada a la fuerza por su marido.
Decidió dejarlo, se marcharía a casa de sus padres y lo dejaría allí para siempre, su vida no podía continuar así. El miedo era un mal consejero, tenía que saltárselo y volver a su familia, allí nadie le haría daño y sus padres la protegerían de él. No habría problemas, seguro que ellos la acogían de buen grado y más a su nieto al cual estaban deseando ver y estar con él. ¡Esa era la solución!. ¡Ya estaba, se iba!. Y en pensando esto empezó a meter cuatro cosas en una bolsa.
El golpe le llegó por la espalda, y le dio en todas las costillas obligándola a quedar de rodillas y de espaldas a él
¿Qué carajo crees que vas a hacer?, preguntó Alejandro desde sus casi dos metros de altura. ¿Dónde coño piensas llevarte a mi hijo?. A ver si lo entiendes de una vez, dijo mientras le daba una patada en el pecho. Tú eres mi mujer y de aquí no vas a salir a ninguna parte, a menos que yo te lo permita y el niño es mi hijo y tampoco saldrá a ver a nadie mientras yo no lo autorice; ¿Te ha quedado claro?, preguntó mientras amagaba con la mano para darle un cachete en la cara.
Ahora recoge todo lo que está fuera de su sitio y limpia la mierda de sangre, que andas manchando todo por ahí y tráeme a la cama un poco de fruta y un yogur. Y quítate esas ideas tontas de la cabeza. Tu sabes que podemos ser muy felices, yo solo te pego porque eres como una niña a la que hay que educar para que las cosas funcionen, sino esto seria la casa de "tócame roque", cada uno haría lo que le diese la gana y eso no puede ser.
Agachándose, la cogió por la cintura y la levantó, la puso de pie y mientras le mesaba los cabellos le dio un tierno beso en la comisura de los labios.
Entonces le dijo -"no salgas de casa hasta que se te curen esas heridas que te has hecho y procura no contar nada a tus padres, pues tendré que volver a tomar medidas contigo y con tu hijo. Así pues quédate tranquila y cuídate mucho, es lo mejor", "¡ah! y no vuelvas a provocarme".
Cuando él se fue a la cama, ella, a solas, en el cuarto de baño se quitó toda la ropa y desnuda se miró en el espejo
Le faltaban dos dientes del maxilar superior, tenía la boca hinchada y los labios partidos, el ojo izquierdo lo tenía un poco tumefacto y casi no lo conseguía abrir.
En el brazo, por encima del codo tenia un moretón que no recordaba cuando o con qué se lo había hecho. Y en el cuerpo tenia una legión de morados que le iban desde el pecho hasta encima del pubis, toda ella era un puro dolor. La pierna izquierda tenía una rozadura, producida, creía ella al caer después del golpe en las costillas y la pierna derecha estaba un poco inflamada, pero de ese golpe tampoco conseguía acordarse. La rabia le subía por la garganta hasta tal punto que no conseguía respirar, pero el miedo era superior, ¿se atrevería a hacerle daño al niño?
Se metió en la cama temblando de miedo y de indignación y hasta que no lo oyó marcharse para trabajar no consiguió por fin quedarse dormida.
La despertaron los timbrazos de la puerta principal, en medio de una neblina producida por el sueño y por los calmantes que había tomado la noche anterior.
Bajó a tientas las escaleras y abrió despacio la puerta tratando que no se le viese la cara, o que fuese lo menos perceptible posible y se encontró nuevamente con el chico de veintitantos años de la vez anterior que le llevaba un espectacular ramo de flores. Le dio las gracias y sin siquiera darle una propina cerró la puerta. Entonces miró llena de asco el ramo que enviaba Alejandro; parecía un vergel, había de todo: margaritas, rosas, claveles, nomeolvides, geranios, violetas, era la composición floral más grande y más bonita que había visto en su vida y en medio de ella una cajita de terciopelo y dentro un colgante de oro con un tremendo diamante y una nota: " A las chicas buenas se les envían flores y joyas. A las malas...espero que no se vuelva a repetir lo de ayer. Te quiero".
Cuando llegó por la noche todo fueron obsequios y galanterías.
Así transcurrieron unos meses en los cuales la vida la dejó respirar y que se preocupase del crecimiento de su hijo y trató de que a él no le faltase nada cuando llegase de trabajar y evitar todo tipo de conflictos para que las cosas no volviesen a torcerse.
Nuevamente el se convirtió en el marido amante y cariñoso que había sido durante su etapa de noviazgo y su primera etapa de matrimonio.
Sin embargo Celeste ya no era la misma; las cosas para ella habían cambiado. Fue al dentista, el cual le puso los dos dientes que se le habían "caído" y volvió a retomar su aspecto físico de antes de la paliza, pero en su mente siempre lo veía a él susurrándole "..., pues tendré que volver a tomar medidas contigo y con tu hijo".
El miedo se instaló de una forma permanente en su vida y a ninguna hora ni en ningún momento dejo de acompañarla. Cada vez que salía de casa, aun para ir a tirar la basura a los contenedores, lo primero que hacia era llamar al despacho y decírselo a Alejandro. Si pensaba llevar al niño al parque, llamaba al despacho y le consultaba a Alejandro y toda su vida giraba alrededor de su marido. Si algún día por lo que fuese tenía que salir y no localizaba a su marido porque este estaba en el tribunal o en una reunión o algo por el estilo, entonces se quedaba en casa y no salía por si acaso él se enteraba y volvían los golpes y las malas formas. El miedo era algo terrible, la carcomía por dentro de una forma que no la dejaba crecer como persona, la hacia vulnerable ante todos a los ojos de los demás notaban un cambio en Celeste que no sabían reconocer, tan sólo podían ver que ella parecía como empequeñecida, como menos aun de lo que había sido, pero todo se lo achacaban a la responsabilidad que se había tomado con su hijo, al cual no dejaba ni de ida ni de noche, al cual cuidaba con tal mimo y esmero que no dejaba que nadie lo tocase.
Nadie podía pensar que el problema consistía en los golpes que Alejandro había proporcionado con toda la magnificencia de la que era capaz. Los demás le veían solicito y siempre preocupado y diligente ante todos los caprichos de su esposa y de su hijo. Cualquier cosa que a Celeste se le ocurriese pedir, allí estaba Alejandro para concedérsela, enseguida aparecía él en cualquier reunión o cualquier evento familiar con un ramo de rosas, o una caja de bombones, o una joya o una simple tarjeta en la que había puesto dos palabras "Te quiero".
Pero ella no se fiaba, había visto la otra cara de la moneda y aunque él parecía haber cambiado, ella sabía lo que ocurría cuando se le llevaba la contraria, conocía sus ojos que la miraban traspasándola, conocía el peso de su mano en la cara, recordaba perfectamente cómo la había pateado y sobre todo, lo que nunca podría olvidar era la humillación que había sentido cuando la había poseído sin ningún tipo de consideración. Cómo había tomado por la fuerza aquello que ella de buen grado y en otras circunstancias le habría dado de mil amores, no una sino mil ¡qué digo mil!, Si no cien mil veces si él hubiese querido. Cada vez que lo veía delante podía recordar uno por uno los momentos vividos aquellos días y un odio infernal que provenía no sabia de donde le bullía dentro de ella y hacia que cuando él la tocase o cuando se acercase para cualquier cosa ella sintiese verdaderas nauseas ganas de vomitar.
Pero el miedo, ese miedo que ella sentía a que él le hiciese algo al niño la llevaba a seguir allí al pie del cañón, procurando verle la cara antes de que llegase a casa para saber de qué humor venía, para saber si aquel día habría o no bronca y sobre todo para tratar de proteger al niño y llevárselo a su habitación antes de que pudiese enfurecerlo por algo que hiciese, o porque se pusiese a llorar o no quisiese comer o vete tu a saber porqué. El equilibrio era realmente inestable y cualquier cosa le podía poner de mal humor y provocar un estallido de violencia de características similares a las de la bomba de Hiroshima.
Él llegó de un humor excelente, las cosas le habían salido estupendamente en el despacho y un caso que tenían dificilísimo lo habían ganado gracias a una treta legal que se le había ocurrido en el último minuto y que había hecho que todo diera un cambio espectacular.
¡Te voy a llevar al mejor restaurante de la ciudad!, dijo, ¡vístete que nos vamos!.
Alejandro, contestó ella sonriendo para que no le notase los nervios y no pensase que le estaba llevando la contraria, acuérdate del niño, no podemos ir, ¿con quien lo dejaríamos?.
Bueno, eso no es problema, tan sólo tardaremos un par de horas, dale de comer y lo dejas durmiendo y cuando vengamos le das de comer otra vez, contestó él. ¿Verdad que es una buena idea?. Y diciendo esto se fue hacia el cuarto para comenzar a vestirse.
Celeste le siguió hasta el cuarto y trató de hablar nuevamente con él. Cielo, es muy pequeño, ¡no podemos hacer eso! ; ¡piensa que le puede ocurrir cualquier cosa!, trató de razonar Celeste.
El ambiente ya había cambiado, hasta tal punto que se había vuelto frío y denso como si estuviesen en una calle de Moscú en pleno invierno. Dándose la vuelta Alejandro le dijo casi sin mover los labios y acercándose a ella peligrosamente "Yo me voy a cenar fuera, y mi esposa se viene conmigo, así que una de dos, o dejas al niño dormido o lo dejas llorando, tu verás lo que haces, a mi me da igual". Mientras ella se mantenía a pie firme pero encogiéndose todo lo posible para que el golpe, que sabia le iba llegar, le resultase lo menos doloroso.
Alejandro, dijo con la voz temblándole en la garganta, yo no voy a salir sin dejar al niño con alguien, por mi como si me matas, pero no me voy de aquí sin él.
Entonces lo que ella esperaba llegaron, ya no la cogió por sorpresa, los primeros golpes la encontraron esperándolos con toda la tranquilidad que se puede vivir en esas situaciones; pero lo que ella no esperaba fue la gran cantidad que se le vino encima y la violencia que ellos traían, era como una lluvia torrencial, una verdadera lluvia tropical de golpes, con toda la fuerza y la energía con que descargan los aguaceros en la selva, fue un verdadero torrente de golpes que la fue llevando de una habitación a otra sin que pudiese refugiarse en ninguna de ellas y que hacia que cayese por doquier y sangrase por todas las partes de su cuerpo y llegase un momento en el que lo único que sintiese fuese una tremenda paz espiritual que la llenaba y la inundaba por todos los poros de su piel. Sintió como una luz se encendía al final del camino y la reclamaba para que llegase hasta allí, vio como desde el otro lado de la luz alguien la miraba y le sonreía sin cesar, con una sonrisa cálida y limpia, una sonrisa confiada que le decía acércate, ven conmigo que todas tus angustias se han terminado.
Todo aquello se desvaneció cuando percibió los tremendos porrazos que su cuerpo estaba sufriendo al caer escaleras abajo, dándose golpes en la cabeza, en las piernas, brazos, y pecho, iba a cayendo y cayendo sin cesar y al fin paro y la sonrisa se hizo más amplia y trató de acogerla entre sus brazos y acunarla. ¿Acunarla?, ¡Dios mío, el niño!, ¡Tengo que despejarme, me tengo que despertar! ¡Seguro que ahora va a ir a por él!. Y ese fue su último pensamiento.
Cuando despertó lo primero que vio fue la luz, una luz blanca y fuerte que le daba en los ojos sin ninguna consideración y una persona a la que no conocía de nada que le preguntaba: ¿Celeste, que tal se siente?.
Ella aturdida aún y sin saber muy bien lo que había ocurrido contestó: ¿Dónde estoy? ¿Qué ha pasado?. ¿Y mi hijo?.
La señora con una amplia sonrisa le contestó: Se cayó por las escaleras de casa; menos mal que llegó su esposo temprano y la encontró, sino se habría desangrado, su hijo está bien, está con los abuelos; y no se puede mover mucho porque tiene una pierna rota y un par de costillas, además de un montón d moretones por todo el cuerpo. Y por último yo soy una enfermera que contrató su esposo para que la atienda ya que no quiere que le falte nada mientras está Ud. en el hospital.
De pronto se le iluminó todo y se acordó de todo lo que había ocurrido y del cómo y del porqué se encontraba en el hospital y sin poderse contener se puso a llorar amargamente, con unas lágrimas en las cuales iban mezcladas su propio dolor físico unido a su dolor espiritual, al sentirse completamente vacía y a sentir pena y miedo por su hijo ¿qué seria de él cuando ella muriese tras una paliza?. Sintió un dolor infinito y a la vez todo el amor que había sentido por su marido se transformó en un odio mortal, frío, descomunal, sin ningún tipo de consideración; todo el amor se volvió de golpe, en un santiamén en un dolor profundo que le rompía el corazón y que la obligaba a respirar con un gran esfuerzo. Y de pronto lo vio claro, lo vio diáfano, lo vio con una claridad pasmosa, la única forma de vivir tranquila con su hijo seria cuando el se marchase, cuando el los dejase vivir en paz, cuando el ya no estuviese en sus vidas...pensaba en esto y la puerta se abrió y apareció el con su gran estatura, su sonrisa pintada en los labios y un enorme ramos de rosas rojas en las manos. ¡Hola, princesa, saludó!¿Cómo está mi niña?. La enfermera que se encontraba allí sonrió al verle tan enamorado y disculpándose se marcho fuera, mientras a Celeste se le formaba un nudo en el alma y no conseguía respirar, el miedo se le notaba en la cara y el sudor le caía por todos los poros de su piel, los ojos se le salían de las órbitas y sentía un pavor infinito al verse a solas con su marido.
Mi querida niña, dijo Alejandro, ¿cómo has podido hacerme esto?. Menudo disgusto me has dado, pensé que te habías matado, tienes que tener más cuidado, imagínate que al caer por las escaleras te hubieses matado, ¿qué hubiese hecho yo sin ti?. Eres una niña mala, me pones en cada situación....en fin no te preocupes, te perdono, pero no lo vuelvas a hacer ¿vale?.
Celeste no daba crédito a lo que estaba oyendo, ella era la que estaba en el hospital a causa de los golpes recibidos y sin embargo era él el que la perdonaba, ese hombre estaba mal, estaba desequilibrado, tenia que tomar alguna decisión, tenia que dejarlo, tenia que ....¿qué decía ahora?.
Mira Celeste yo sé que lo hemos pasado mal, pero esto no va a volver a ocurrir, ya hablé con tus padres y les conté lo que te pasaba, los nervios que tenias y que estabas mal, así que cuando salgas de aquí te vamos a llevar a un psiquiatra para que te vea y de esa forma dejes de tener esas fantasías que tienes y eso de pensar que todo el mundo está en contra tuya y que la gente te pega en la calle oque incluso yo he llegado a ponerte las manos encima, tal y como dijiste en el hospital cuando te trajeron...ja,ja,ja que tontería pensar que yo te pegaba, ¿quién se iría a creer eso?. En fin son cosas que se te ocurren mientras estas mal, pero no te preocupes que lo vamos a arreglar.
Bueno esto es el colmo, pensaba Celeste, o sea que ni siquiera mi familia me va a creer, se las ha ingeniado para que todo el mundo piense que la que está mal soy yo , se las ha apañado para que la gente piense que estoy enferma de la cabeza, ¡jo! ¡ que fuerte!, ¡que listo es el muy cabrón!; muy bien, pues tendré que ser más lista que él, tendré que usar todo eso en su contra. No é lo que haré pero esto lo tengo que solucionar porque si no la próxima vez me matará. Mientras esto pensaba, Alejandro le cogía las manos y le seguía hablando de los planes que tenia preparados para ellos en el futuro, los labios se movían y movían sin cesar mientras que ella no sabia lo que estaba diciendo, no entendía nada de nada.
Los días pasaron y ella mejoró hasta tal punto que ya le iban a dar el alta en el hospital y el miedo que eso le producía la llenaba por completo, sentirse otra vez en sus manos la estaba matando por dentro, sabia que en cuanto llegase a su casa los golpes volverían a comenzar, las malas palabras, los malos gestos, el odio y el rencor, no ella no quería marcharse del hospital, ella quería quedarse allí toda la vida. El único problema era su hijo que no lo dejaban entrar y ella deseaba sobre manera el volver a verlo, el estar con él el abrazarlo, el besarlo, el sentirlo respirar contra su pecho, el sentirlo dormir junto a su corazón, por eso tenia que volver a salir a enfrentarse con su futuro, con su vida y sobre todo con él.
Se fueron para casa y mientras él conducía y le contaba cosas intrascendentes, o por lo menos cosas que a ella no le interesaban en absoluto, ella iba pensando en cómo estaría su niño, en cómo lo vería en qué ropita le habrían puesto para que ella lo viese.
El golpe en la cara volvió a restallar, en medio del tráfico, en mitad de la avenida, sin venir a cuento, sin más aviso que el mismo dolor nuevamente.
¿Pero se puede saber que vas pensando?¿Estás loca? ¿Te estoy contando lo mal que me va en la oficina y tu sonriendo?¿Pero bueno que te crees?¿En vez de preocuparte por mi te alegras?. Mientras esto gritaba Alejandro en la mitad del tráfico a ella el golpe ya no le dolía, ya no notaba nada, tan solo le llegó una paz interior absoluta, tan solo notaba una luz inmensa totalmente blanca que le indicaba el camino a seguir, así que sin perder los nervios, con toda la tranquilidad del mundo se volvió a acomodar en el asiento del coche y se puso el cinturón de seguridad, y mientras él reanudaba el camino a casa y seguía gritando, ella simplemente no oía nada, se metió en su mundo interior y siguió pensando en su hijo, la mejilla se le iba inflamando así que bajando el parasol del coche se miro en el espejo y se puso más maquillaje para que nadie se lo notase. Alejandro, como un poseso seguía gritando y gritando diciéndole no sé qué cosas acerca de lo poco agradecida que era ella y lo mal que se portaba con él, y ella suya en su mundo sin oír y sin querer recordar.
Al fin llegaron a casa y Alejandro volvió a ser el ser encantador y sonriente que todos conocían, volvió a presumir de su sonrisa inmensamente blanca y de su más sugerente conversación y nuevamente se metió a todo el mundo en el bolsillo. Besó a todos y dio la mano a los menos conocidos y la gente quedó encantada.
Mientras Celeste se acercó a la cuna del niño, lo cogió en brazos y sentándose en una esquina se dedicó a acunarlo, y así se quedó dormida.
Nuevamente la despertaron los gritos de Alejandro que sin cesar le recriminaba su actuación y cómo había tenido que dejar que todos se marchasen al verla a ella dormida, cómo había quedado mal con su familia y con sus clientes además de hacerlo con sus jefes a los cuales había invitado para que la saludasen y que así se callasen los rumores de que él era un maltratador, ¿pero bueno es que no había oído nada de lo que le había contado en el coche? ¿Se podía saber en qué pensaba?. El se iba a la cama y ella ya podía ver donde se acostaba porque con él no lo iba a hacer.
Para ella fue un alivio el saber que no iba a dormir con él, así que se acomodó en el sofá como pudo y con su niño al lado. Y esperó a que él se durmiese.
Cuando lo noto profundamente dormido con todo el miedo del mundo se acercó a la cama y muy despacio le levantó el brazo derecho y se lo amarró al cabecero, él seguía roncando profundamente sin enterarse de nada de lo que ocurría a su alrededor, dando la vuelta se acercó al otro extremo de la cama que él con su envergadura ocupaba casi por completo y nuevamente repitió la operación y sujeto el otro brazo del gran hombre al cabecero de la cama. Yendo luego a los pies agarró cada uno de los pies y los ato de igual manera a la cama de forma que Alejandro se encontraba en forma de cruz con las extremidades atadas y el cuerpo totalmente desprotegido y sin poder hacer nada para protegerse. Celeste se subió a la cama y cogiendo el bate de béisbol que él había usado en alguna ocasión y poniéndose encima de él con las piernas abiertas y de pie, le atizó en las costillas el primer batazo con todas sus fuerzas. El grito fue inmenso, aturdante, esperpéntico, un aullido inimaginable, pero cuando trato de retorcerse, de agarrarse allí donde había recibido el golpe las cuerdas resistieron todo su empuje, a pesar del tirón que él había pegado, no consiguió soltarse. Los ojos casi se le salieron de la orbitas al ver la posición de su mujer y el bate en sus manos y percatarse con la velocidad del rayo de lo que estaba ocurriendo; algo que al él jamás se le había ocurrido que pudiese suceder. La miraba con unos tremendos ojos llenos de terror, de un terror sin paliativos, de un terror inhumano, sabia que por mucho que él hiciese o dijese las cosas no habían hecho mas que comenzar, que todo el poder que él tenia sobre ella, que todo el miedo que ella había sentido durante estos años atrás, había desaparecido y que ahora el que tendría que sufrir seria él y que lo que le esperaba no iba a ser pequeño, que aquello que se presentaba a continuación iba a ser el peor momento de su vida, por eso el miedo le lleno el alma y cada vez se puso a temblar más esperando lo que vendría a continuación. Y esto no se hizo esperar, con un grito salido de las profundidades de su alma, Celeste volvió a levantar el bate y lo dejo caer con todas sus fuerzas sobre la rodilla izquierda de Alejandro. Este noto primero el ruido de los huesos al irse rompiendo uno a uno mientras la pierna se ponía en un ángulo imposible y luego como en un fogonazo notó el dolor que si incrustaba en todas y cada una de las células de su cerebro hasta hacerlo estallar en mil y un dolores que no sabia o no podía distinguir de donde procedía porque era todo el cuerpo el que le dolía sin cesar.
Con una risa histérica Celeste le dijo: Alejandro, esto es por tu bien, lo hago para que te des cuenta de que a veces las cosas hay que aprenderlas con dolor y que una mujer también necesita que su marido sepa como funcionan las cosas en un matrimonio; ¿lo entiendes mi amor?. Bueno, pues iremos poco a poco enseñándote para que llegues a la total comprensión del alma femenina, no te preocupes que tenemos tiempo, el niño no se despertará hasta las 7 de la mañana y apenas si son las 3 de la madrugada, así que tranquilo que lo vas a aprender todo, todo,... ja,ja,ja.
Dicho esto volvió a descargar el bate en la rodilla derecha de Alejandro él cual nuevamente volvió a notar como los huesecillos que formaban su rodilla se deshacían uno a uno ante el tremendo golpe recibido y también se dio cuenta antes de que llegase el dolor físico de un dolor muy interior y muy grande, que fue al darse cuanta de que ¡jamás volvería a caminar!, nunca podrían los médicos volver a arreglar aquel desaguisado que estaba produciendo su mujer , entonces llegó el dolor físico, aquel dolor enorme, grandísimo que le hizo estallar la cabeza en una constelación de sensaciones que jamás había sentido y que le hicieron que se revolviese nuevamente para intentar soltarse de sus ligaduras, cosa que no consiguió, pero que logro que las cuerdas se le hincaran mas en sus doloridos pies y en sus ya cortadas muñecas. Tras el espantoso grito que lanzó Alejandro se volvió a hacer el silencio y la casa quedó sumida en el más absoluto mutismo. Celeste nuevamente volvió a hablar: "Mi muy querido esposo, ¿comprendes el por qué hay que respetar a las personas y no hacerles daño?. No, no creas que es porque ellas se pueden revolver contra nosotros y también golpearnos, no es eso. Es porque ellos también son seres humanos y tienen tantos derechos como nosotros. Pero bueno, veo que no lo entiendes así que tendré que demostrártelo".
Y nuevamente cogió el bate y se acercó a la cabeza de Alejandro.
Este vio lo que se le venia encima y sabia que aquel seria el ultimo golpe, ya no tendría que preocuparse por no caminar solo debería preocuparse de que no lo matase, porque el golpe seria demoledor y acabaría para siempre con su vida y por lo tanto con todas sus fantasías y proyectos. En aquel preciso instante en el que el miedo le acribillaba por todos lados con sus agujas finas se dio cuenta de lo que había hecho con su vida y con la vida de sus dos esposas, ya que la primera se marcho sin dejar rastros después de una paliza que el le había propinado y esta, bueno, Celeste estaba a punto de reventarle la cabeza de un batazo tras haberla mandado el ala hospital después de otra paliza. ¡Dios!, ¿ qué había hecho con su vida y con las de aquellos que él había amado?. Todo esto lo pensó en un segundo, en una décima de segundo, mientras veía como el bate subía cada vez más y se iba a estrellar en un par de segundos contra su cabeza, la cual quedaría para siempre dañada sino quedaba muerto de semejante golpe.
El bate comenzó a bajar y él no conseguía cerrar los ojos para no verlo cuando llegase al final del trayecto, ya sentía el dolor que le iba a causar y el miedo se apoderó de él, los esfínteres se soltaron y se orino y defecó mientras veía como seguía bajando el bate sin cesar y a una velocidad de vértigo, ya estaba, ya había llegado, el golpe era inminente, el fin se estaba produciendo y entonces oyó un ruido metálico, el bate había dado contra la cama, no contra su cabeza y con este pensamiento se desmayó.
Cuando se despertó, notó que ya era de día, que le dolían muchísimo las dos piernas y que estaba solo. A pesar del dolor estaba feliz, estaba contento, había vuelto a nacer, estaba vivo, ¡Dios mío, gracias, estaba vivo!, No podía ni siquiera imaginarlo, no sabia como lo había conseguido, estaba atado, pero vivo.
Entonces notó su presencia; ella estaba en el dintel de la puerta, iba con el niño en brazos y tenia la cara enrojecida de llorar, pero se la veía muy serena.
Alejandro, mira la solución que te propongo es esta: Tu me das el divorcio, yo me voy con el niño y nada más, ni quiero casa, ni dinero ni nada, solo al niño y tu te quedas con todo lo demás, pero no te acercas ni por casualidad a nosotros; para nada , ni para ver al niño ni para nada de nada. Tampoco me denunciarás por lo que ha ocurrido aquí anoche y yo no diré nada de los golpes que tu me ha propinado a mi durante estos años. Dirás que te caíste por la escalera o lo que quieras cuando llames a la ambulancia, pero no trates de encontrarnos o volveré y te prometo que terminare el trabajo que empecé anoche. Si estás de acuerdo dímelo y si no también para que podamos tomar las decisiones oportunas. No podrás caminar nunca más, pero eso es todo lo que te habrá pasado, a mi me has dejado mutilada para el amor por el resto de mi vida, así que estamos los dos igualados.
Una vez que Alejandro dijo que sí, le cortó las ataduras de una de las manos y dando media vuelta se marchó de la casa con lo que más quería en su vida, su hijo, al cual trataría de educar en la igualdad y en el respeto a los demás, ya fuesen hombres o mujeres.
Dos años después Celeste consiguió la estabilidad económica tras trabajar denodadamente para sacar a su hijo adelante y lograr la felicidad que se merecía. Nunca consintió que ningún otro hombre se le acercase para proponerle amor o ni siquiera un café, con lo cual realmente sus heridas jamás llegaron a cicatrizar.
Alejandro por su parte siguió trabajando en su bufete de abogados, eso sí ayudado de una silla de ruedas, ya que jamás logró poder ponerse de pie. Pagaba a un enfermero para que le ayudase en las cosas de la casa y tampoco consintió nunca en acercarse a una mujer para nada, ni siquiera para invitarla a un café. No intentó buscar a Celeste ni a su hijo.
Se dedicó en su carrera a defender a las mujeres maltratadas por sus maridos.
La vida de los dos estuvo para siempre marcada por esta horrible historia de amor.