Una historia diferente
Se sumergieron en una relación textual donde todo un mundo se abría por delante de ellos presto a ser descubierto
Erase una vez que se era, dos personas que quién sabe si realmente estaban predestinadas o no a encontrarse. Ella danzaba absorta entre capítulos, mientras el se sumergía y adentraba en la profundidad de los textos, dejándose imbuir por ellos.
El azar, un punto, una coma tal vez, un pequeño empujón inesperado, un traidor tropezón, y sus ojos abandonaron por un instante la lectura para sumergirse en los del otro. Ella se vio reflejada en esos espejos de color tabaco rubio, y se visualizó a sí misma danzando en su interior; él se zambulló en esa prístina mirada y buceó en su interior buscando refrescarse del agobiante calor del metro en Agosto.
En seguida intercambiaron las letras que componían sus nombres y aunque no eran amigos de los números, sí que compartieron los suyos; no unas medidas, ni estaturas ni peso; pero sí los que identificaban sus teléfonos para poder volver a verse en los ojos del otro con más calma.
El día de su cita, no contaban el tiempo que les restaba en el recorrido de las manecillas del reloj, o en las paradas que les separaban, si no en la intensidad de las páginas que ambos llevaban leídas. Al momento de verse, no sabían si sus corazones corrían más desbocados por la inminencia de su encuentro, o por lo excitante de sus lecturas, y fueron con paso cauto, pero decidido, el uno hacia el otro, cerrando los ojos y dejando que los labios fuesen al encuentro de las mejillas..
Fue una tarde de literatura, de viajar cada uno a los mundos que el otro había explorado, de compartir vivencias, emociones, risas y lágrimas y, una vez que las palabras cesaron, volvieron a admirarse en el reflejo de los iris de la persona que tenían enfrente.
Todo libro tiene una cubierta que, si bien es atractiva, puede no reflejar fielmente la calidad de las palabras que esta contiene. Pronto pasaron de la cubierta a leer la historia, a formar parte de ella, sumergiéndose en una relación textual en la cual se respetaban las reglas de gramática y ortografía, perdonándose con condescendencia los pequeños fallos que se pudieran cometer, pues de carne y hueso somos, y como tales, imperfectos y dados a cometer errores. Sus dedos, acostumbrados a pasar con delicadeza y decisión las páginas de los libros, se esmeraron en pasar con el mismo tacto las páginas del libro prestado y de la historia ajena de la que empezaban a formar parte, quien sabe durante cuantos capítulos.
¿Es posible que dos libros se conviertan en uno? Probablemente no, pero sí dos historias pueden confluir en un mismo relato; a veces hasta el fin, otras, se fusionarán durante un tiempo para después separarse; y ni aún así, se contará esa historia común de la misma manera, al igual que Tirso de Molina y José de Zorrilla hablaron del famoso Don Juan Tenorio. ¿Y con los protagonistas de nuestra historia? ¿Qué iba a suceder? Tened la vista a punto, presto el oído, y regaládme vuestra atención, pues en breve lo descubriremos.
No todos los libros nos cautivan por igual; y aquellos apasionados de la lectura saben que los príncipes azules destiñen, las princesas pueden volverse mezquinas y el aparente héroe, puede volverse el más vil de los villanos con tan sólo pasar la página. Ella se empecinó en comprar camisas de once varas, y él se perdía buscándole los tres pies al gato cuando todos sabemos que lo que un gato tiene son cuatro patas.
A pesar de todo, aunque visceralmente estaban deseando voltear la página casi con furia, les causaba un inmenso dolor el hecho de llegar al final de los párrafos de esta. Respiraban pesadamente, en sus ojos había mezcla de rabia y dolor; querían cerrar los ojos para dejar de verse; y aún así, anhelaban volver a verse bailando ella en ese horizonte de color tabaco rubio, y zambullirse él una vez más en las profundidades de ese azul en el que se veía reflejado con ese rictus furibundo.
Tomaron aire, y contaron hasta tres a la vez para leer ese último párrafo y verse prestos a cambiar de página impar, a la que le seguía de número par.
Él puso los puntos suspensivos, ella marcó el punto y aparte. Mas ninguno de los dos tenía el valor de poner el punto y final a la historia.
Se despidieron con la corrección debida; todo el daño que podían hacerse estaba hecho: sus páginas arrugadas, la tinta corrida, y sus cubiertas aun así, representando la misma entereza como si nada hubiese pasado. Cada uno tomó su senda y siguió escribiendo su relato. De vez en cuando, una mirada melancólica se desviaba a aquellas páginas conjuntas, a aquellos micro-cuentos que arrancaban sonrisas y cálidas sensaciones, pero el recuerdo de las páginas dañadas impedía que aquellos dos libros volviesen a entrelazar sus palabras.
Ahí se sentaba él, en sus puntos suspensivos esperando a que ella terminase la frase; allí ella, contando por primera vez en su vida los minutos, anhelando que escribiese él un nuevo párrafo. Ambos sabían que lo mejor sería cerrar ese libro común para siempre, que por mucho que les gustasen los finales felices, no todas las historias tienen uno de esa naturaleza, y a la suya le había tocado una que no acababa bien. Lo más sano emocionalmente era ese punto y final que ninguno de los dos se atrevía a poner, ¿y por qué? Por que ambos sabían que, por mucho que escociese la herida, esta ahora formaba parte de su cuerpo; que no podían arrancar una página de su libro, por muy deteriorada que estuviese, pues perdería parte de su sentido, de su historia... el libro estaría incompleto.
Y ahí siguen, escribiendo cada uno su historia, procurando no volver la vista atrás; re-descubriendo el placer de leer, explorando nuevos mundos, encontrándose con nuevos personajes con los que forjar alianzas, amistades y relaciones ya sean amorosas, o de odio visceral, creándose enemigos y némesis; danzando entre las letras, bailando con las palabras, saltando entre textos, con las yemas de los dedos prestas a pasar páginas, devorando historias y poemas con avidez, y borrando sus huellas dactilares de tanto recorrer hojas y hojas con letras impresas. Pero sobre todo, dándose cuenta que su historia, la propia de cada uno de ellos, no ha finalizado aún: que hay muchas páginas por escribirse y leer todavía.
FIN
(¿O no?)