Una Historia de Grindr

Aquella tarde de calor, sólo en mi piso, necesitaba alguien que saciara mi sed de rabo.

Aquella tarda estaba sólo en mi piso de estudiantes. Era una de aquellas tardes donde el calor empieza a apretar, poco antes del verano. Con el calor y el poder de disposición de la totalidad del piso, se me antojo echar un polvo. Pero no me apetecía recurrir a viejos follamigos y tener que iniciar una conversación para acabar comiéndome un buen rabo. Me apetecía sentirme cerdo y ninguno de mis conocidos podía ofrecerme lo que mi cuerpo necesitaba.

Abrí el Grindr en busca de lo que me pedía el cuerpo. Vi una foto que me llamó la atención. Un chico sudamericano con una sonrisa blanquísima. Aunque no se veía su cuerpo entero, me pareció que estaba fuerte. Me aparecía a unos 900 metros, una distancia que me indicaba que era un chico que podría estar a mi más entera disposición en menos de un cuarto de hora. Decidí abrirle con un simple “hola”, que fue respondido al segundo con la misma palabra. No suelo hacerlo, pero me pareció que lo más adecuado era ir al grano.

-Estoy sólo en mi piso. Me apetece un rato de guarreo. ¿Te apetecería pasarlo conmigo? –le escribí.

No concretaba nada, pero al mismo tiempo le indicaba mi más imperiosa necesidad de comerme una buena polla. Junto con el texto le envié una foto de mi rabo, una foto en el que se veía muy apetecible. Mi rabo no es un gran rabo, pero es bastante gordo. Es un rabo que a mi me gustaría comer.

-Manda ubicación y voy para allá –respondió el chico inmediatamente.

Así lo hice, indicándole también el número y escalera de mi casa. Me quedé sentado en el sofá. Estaba recién duchado y llevaba una camiseta de tirantes y unos pantalones de chándal de ir a correr, sin calzoncillos abajo. Decidí que lo recibiría así. Yo era un chico totalmente normal, delgado y guapete.

Me quedé mirando la aplicación e iba viendo que los metros que antes nos separaban iban disminuyendo. Sonó al timbre y abrí sin preguntar. Me quedé en la puerta escuchando como el ascensor bajaba para después volver a subir con él dentro. Cuando escuché que se abría la puerta del ascensor yo abrí la mía y salí a llamar al chico, que entró hacia mi casa. Su foto no engañaba, de hecho lo vi más guapo en directo. Le invité a pasar al salón y nos sentamos en el sofá.

  • ¿Así que te apetece un poco de guarreo? –dijo él mientras me empezaba a sobar el paquete por encima del pantalón.

  • Ya ves tío. Estoy súper cachondo –respondí, acercándome a su boca que empecé a comer.

El tío me seguía sobando el rabo que ya estaba duro como una piedra. Se puso de rodillas delante de mí, mientras me iba quitando los pantalones. Me cogió el rabo y me miró.

  • ¡Joder que rabo tienes! –Y me empezó a comer la polla, tragándosela hasta el fondo y dejándola entera de saliva. Mientras tanto, yo me iba       quitando la camiseta, quedándome totalmente desnudo y sobándole a él el paquete por encima del pantalón.

De golpe dejó de chuparme el rabo y se levantó para quitarse los pantalones. Le vi la polla y me encantó. Era una polla no muy larga, pero muy gorda, de aquéllas que cuesta meterse en la boca. Me cogió la cabeza, aprovechando que me había quedado boca arriba. Acercó su polla hacia mi boca y sujetándome la cabeza me empezó a follar la boca. Me follaba muy fuerte pero me encantaba. Me estaba sintiendo como una perra sintiendo que su polla me ahogaba y se me clavaba en la garganta. Se quitó la camiseta y pude ver un cuerpo que no me desagradó. Era un cuerpo que había pasado por el gimnasio, pero que había dejado de cuidarse hacía poco.

Los dos desnudos empezamos a hacer un buen 69, chupándonos las pollas y los huevos a tope. Aprovechando que estaba abajo y que le podía coger la cabeza, le obligaba a que se tragara toda mi polla hasta el fondo. Estuvimos un rato follándonos mutuamente las bocas.

  • ¿Vamos a la cama? –le pregunté.

Terminamos el 69 y nos levantamos para ir a mi habitación. Por suerte, en el reparto de habitaciones me tocó la grande, con cama de matrimonio que no podía ser desaprovechada en ocasiones así. Cuando llegamos, nos tiramos en la cama, morreándonos a saco. Nos dábamos unos besos de aquéllos que van cargados de lengua y saliva.

  • Escúpeme en la boca –le dije.

Esbozó una sonrisa y cumplió mi deseo. Cuando iba muy cachondo me molaba que me escupieran y que me hicieran sentir un cerdo. Seguimos un rato con los escupitajos y los morreos. Después, me cogió levantándome las piernas y dejando mi culo a plena disposición. Me lo comió un rato y me empezó a meter un dedo. Aunque yo me considero activo, no me importó que aquella tarde me petaran el culo.

  • Quiero follarte ese culo tío –me dijo mirándome con cara de vicio puro.

  • Yo soy activo pero me has puesto a tope. Házmelo con cariño a ver si podemos -. No quería engañarle, si me dolía mucho le diría que parara.

Se puso un condón y acerco su capullo a mi orificio anal, un poco dilatado por los dedos que hasta hace unos momentos estaban abriéndose camino en él. Como ya os he dicho, el tío, del que aún no conocía el nombre, tenía una polla muy gorda. Mi culo no era virgen, pero su experiencia en penes gordos no era demasiado dilatada. Empezó a metérmela y me sorprendió la facilidad con la que entraba y el poco daño que me hacía. Al notar estas dos cosas decidí dejarme llevar y disfrutar.

Con toda su polla dentro de mi culo le dije que estaba todo bien y que me podía follar. Así lo hizo. Empezó a bombear su rabo en mi culo y a meterme una follada que me hizo disfrutar de lo lindo.

  • Estoy a punto de correrme. ¿Dónde me corro? –me preguntó.

  • Córrete en mi cara –respondí.

Sacó su polla de mi culo, se quitó el condón y, pajeándose, acercó su polla a mi cara.

  • Me corro tío -.

Y tres trallazos de abundante leche acabaron en mi cara, haciéndome correr a mí del morbo que me había dado ver como se corría. Le seguí comiendo el rabo un rato, dejándolo limpio de restos de semen. Estuvimos un rato tumbados, reponiéndonos del morboso polvo.

  • Me puedo duchar? –preguntó.

  • ¡Sí claro! Me ducho contigo -.

Nos duchamos y hablamos un poco sobre nosotros. Se llamaba Arnold, era colombiano, vivía en mi ciudad pero trabajaba en otra. Tenía mi edad, 23 años y se estaba sacando el carnet de conducir. Me pareció buen tío y mientras le acompañaba a la puerta le dije que si quería repetir yo estaría encantado.

  • Claro que repetiremos. A mi culo también le gusta sentir una polla dentro de vez en cuanto –me dijo mientras se acercaba a darme un morreo. Sin decir nada más se largó.

La verdad es que me encantó como me folló el culo y lo perro que me hizo sentir, dejándose él tratar como un perro cuando me la mamaba. Esta no fue la única vez que su polla me reventó el culo.