Una historia de dominación II

Una nueva entrega de la historia de dominación.

Miré el reloj, tenía una hora antes de que se despertara la niña. La lleve  a la mesa y la subí, me asegure de que su culo quedara en el borde, le desaté las manos.

-- Túmbate.

-- Que me va a hacer?.

-- Túmbate.

Lo hizo. Pasé sus manos por encima de su cabeza y se las até a las patas de la mesa. Después le puse los pies sobre la mesa y los até a los muslos y esa ligadura a la pata de la mesa. Me aparté para mirar el resultado. Las piernas atadas y separadas, dejando su culo y su coño perfectamente accesibles, y las manos atadas, por encima de su cabeza, la mantenían inmovilizada y me dejaban acceso libre a sus pechos. Perfecto, empecemos.

Me acerqué al mueble y saqué las velas y las cerillas. Volví junto a ella.

-- Qué me vas a hacer?

-- No te fías de mí?

-- Sí, pero ...

-- Calla.

Encendí la vela y me incliné sobre ella.

-- Estás preparada para sufrir y gozar?.

-- Sí.

-- Empecemos pues, no te muevas.

Comencé a dejar caer gotas de cera sobre su cuello, una a una, pegadas, formando un reguero de cera que bajaba  por su cuello. Giraba la vela para que la cera cayera rápido, con la temperatura justa para que se pegaran unas a otras y ella notara algo de calor. Me interné entre sus pechos, subí por uno de ellos, rodee la aureola para cubrir el pezón. Mientras la otra mano recorría  su cuerpo para alcanzar su coño. Comencé a masturbarla. Mientras la cera ya cubría uno de sus pezones, bajé del pecho para subir por el otro, cubrir su pezón de cera y reiniciar el camino de bajada. En ese momento decidí aumentar su placer. Comencé a besar y lamer su vientre, delante de la cera humedeciendo la piel iba mi boca. Notaba como sus músculos se contraían al contacto de mis labios en su piel. La cera seguía marcando el camino por su vientre para llegar al ombligo, allí paro, era el límite que me había marcado. Me parecía que estaba  a punto de correrse y decidí aumentar su placer, quería que se corriera sin pedir permiso, quería poder castigarla. Empecé a besar su coño, succionar y besar su clítoris, su respiración se aceleró, mis dedos entraban y salían de su coño, y llegó, su cuerpo se contrajo, su respiración se detuvo, se estaba corriendo. Paré, ya podía castigarla.

-- Te has corrido sin pedir permiso!!.

-- No pude evitarlo, perdón.

-- Tengo que castigarte.

Me acerqué a su cabeza y le puse una mordaza, no quería que gritara. Volví junto al mueble y saqué el lubricante. Me puse una generosa cantidad en la polla y apunte a su culo. Empujé, noté como se contraía por la sorpresa, su respiración se detenía, había empezado a entrar, pero sería difícil continuar si no se relajaba.

-- Relájate o será peor. Lo haré colabores o no, es tu castigo, tú decides, placentero o no.

Decidí ayudarla, volví a masturbarla. Su respiración se normalizó, inspiraciones lentas y profundas y exhalaciones igualmente lentas. Noté como se relajaba, empecé a empujar de nuevo, entraba centímetro a centímetro, dejé de masturbarla, me concentré en la penetración. Era un castigo, tampoco tenía que ser completamente placentero para ella. A los pocos minutos me corrí en su interior. Me dejé caer sobre ella durante un par de minutos. Me levante y fui a quitarle la mordaza, le di un beso en los labios.

-- Acabamos?.

-- Por esta vez sí. Bueno, no, falta algo.

La desaté.

-- Ponte a cuatro patas.

-- Qué me vas a hacer?.

La miré fijamente y ella hizo lo que le había ordenado. Le até una cuerda a su cuello y la llevé como aun perro al baño, junto a la bañera.

-- Estás sucia, entra para que te bañe.

Se empezó a levantar y di un tirón a la cuerda.

-- Desde cuando las perras se levantan?.

Se volvió a poner a cuatro patas y de esa forma entró en la bañera. La coloqué debajo de la ducha y abrí el grifo para comprobar la temperatura. Salía fría y abrí el agua hacia la alcachofa. No se lo esperaba, su rostro lo puso de manifiesto. Corté el agua y la volví a abrir para volver  cortarla.

-- Eso por no pedir permiso.

-- Perdón, no volverá a pasar.

-- Mejor te será.

Regulé la temperatura del agua y comencé a bañar a mi perrita, mi mano enjabonada recorría todo su cuerpo. Le gustaba y  su cara lo dejaba ver. Cuando consideré que ya estaba bien lavada me levanté.

-- Bien, sal como persona, ahora sí hemos terminado.

Se levantó y salió de la bañera. La sequé, pasando mi mano por todo su cuerpo. Le fui a buscar la ropa. Salimos del baño. En ese momento me miró.

-- Que estabas haciendo cuando llegué?.

-- Acabar de cortar un cordero.

-- Cómo?.

Abrí la puerta que daba al garaje, allí colgada del techo estaba una cuerda.

-- Lo que he dicho. Colgaba de esa cuerda. Ahora que lo pienso esos ganchos del techo pueden  tener un uso muy interesante, no te parece?.

Me miró entre preocupada y excitada.

-- Ya veremos.

Cerré la puerta mirando para los dos enganches que colgaban del techo. Todo era pensarlo.