Una historia de ángeles
Pensando en estas fechas; una historia que deseo compartir con ustedes.
Sé que mucha gente cree en los ángeles y otras no. Yo soy de los que sí creen y si deseo hoy compartir esta experiencia familiar con ustedes es por que, si hay algo de lo mucho ó poco que aprendí en mi vida, es que existen todo tipo de seres espirituales que entran en contacto constante con nosotros; los llamamos de diversas maneras -tal vez no creamos en ellos-, pero existen y son nuestros compañeros fieles en este mundo que nos toca compartir.
La historia que les cuento me fue relatada de diversas maneras por mi madre y por mis tíos, pero cuando mi abuela -que fue quién la vivió-, finalmente me la relató, en su lecho de muerte hace unos 10 años, me hizo entender más fielmente las diversas experiencias que he vivido antes y después de su relato, con respecto a las otras realidades. Mi abuela tenía entonces 92 años; una mala caída que le ocasionó una fractura de la pelvis, y también una penosa enfermedad, la tenían postrada definitivamente en su cama con las piernas paralizadas, siendo atendida por toda la familia a diferentes horas. Algunas veces me porte mal con ella (los adolescentes pueden ser muy crueles cuando conocen poco de la vida), pero ella esa noche de diciembre estaba muy tranquila y tan lúcida como siempre fue. Yo ya había madurado y me dolía en el alma verla así, y saber que pronto nos dejaría.
Los adornos navideños ya estaban colocados para esa fecha e iluminaban su cama, junto a la ventana. Ella estaba aún despierta; en realidad la pobre había perdido el sueño hacía buen tiempo. Me senté junto a ella y le hice la pregunta que tenía pendiente, pero que siempre postergaba:
Abuelita, ¿me cuentas que pasó cuando fuiste a Chapi con mi mamá y mi tío?
Ahhh,... tu mamá te contó de eso, ¿no?-, me dijo abriendo muy grandes los ojos, como recordando algo que hubiese pasado apenas ayer, y mientras se sonreía tiernamente.
Sí -le respondí-, pero quiero que me lo cuentes tú.
Mi abuela se acomodó un poco, apoyándose en la almohada: yo era el menor de sus nietos y, creo que le alegró que (como cuando era un niño pequeño), tuviese ella una vez más la oportunidad de contarme una historia, aunque era de su propia vida, y no un cuento para dormir.
- Si me acuerdo - me dijo con voz pausada acostando su cabeza cana en la almohada-, fue hace muucho tiempo,
Alzó su mirada hacia el techo, como si viese todo lo pasado, hace ya más de sesenta años. Comenzó a mover sus ojos, como si las imágenes se le apareciesen frente a su mirada:
- .....Yo era joven, y ya me había casado con tu abuelo. Salimos de Lima y nos vinimos a Arequipa en busca de trabajo; fuimos a vivir a Sachaca y ahí conseguimos un cuartito chiquitito, chiquitito,
Mientras escuchaba sus suspiros de melancolía, empecé a recordar ese pueblito donde yo pasé parte de mi infancia: la villa de Sachaca, ahora completamente engullida por la ciudad. También llegué a conocer el cuarto del que hablaba; hecho de adobes, y aún en pie hoy en día: era realmente pequeño.
- Pero no había trabajo, continuó su relato-, entonces, un día tu abuelo se decidió y se fue con los arrieros de Sachaca a comerciar, por seis meses,
Rememoré por un momento entonces las fantásticas historias que me habían contado los más ancianos del pueblo, cuando en grupos y a caballo, esos campesinos salían del pueblo, con cientos de burros y mulas llevando mercancías en travesías casi imposibles de más de 1,000 kilómetros a través de los Andes, entre tormentas de nieve, fieras y forajidos, por seis meses o más, hasta Chuquisaca (Bolivia), e incluso hasta Mendoza (Argentina), regresando tras la odisea, cargados de dinero, finas telas, cuero trabajado y joyas de finísima plata para sus esposas.
- Pasaron los meses y la plata pronto se nos acabó: yo no conseguía trabajo y no sabía que hacer. Una amiga me dijo que vaya a Chapi, a pedirle a la Virgen, su bendición,
Yo mismo he ido varias veces a Chapi, un santuario de más de 300 años de antigüedad, perdido en el desierto montañoso, donde según cuenta la historia, una Virgen de la Candelaria se negó a ser llevada a la iglesia a donde era destinada, creándose ahí un culto masivo hasta hoy, por parte de todos los arequipeños, por "su mamita" (como le dicen). No me podía imaginar a mi abuela, aunque joven, haya logrado esa travesía de casi 75 kilómetros.
- En esos tiempos no había ómnibus ni autos para ir hasta allá. Éramos muy pobres y no teníamos ni caballo, ni siquiera una mula. Así que ibas desde la puerta de tu casa a pie hasta allá: ida y vuelta. Tomé a tu mamá y a tu tío Andrés y empezamos a caminar,...- me decía muy pausadamente, como si andase de nuevo por ese camino-, ¡era un mar de gente!; se veía a lo lejos como una columna de hormiguitas. Cuando se hacía de noche en el desierto, la gente prendía velas, seguía caminando, y era como una serpiente iluminada que te dirigía al santuario. Eran cosas que se hacían antes por Fe, Pasamos la noche entera caminando; yo era fuerte, y llevaba a tu mamá de la mano y a tu tío en brazos,... pero al segundo día el sol en el desierto era muy fuerte,
Para ese momento, la voz y el cuerpo de mi abuela se estremecían de pronto, como si reviviese de nuevo ese momento:
- El sol caía como piedra y mis hijos tenían sed: les di toda el agua que llevaba y seguí caminando, muerta de sed, la gente me ayudaba, pero yo era muy orgullosa y prefería no pedir ayuda. Hubo un momento en que ya no podía seguir adelante; las piernas no me daban y sentía que la arena me tragaba, tuve miedo por mis bebés y no sabía que hacer,.....sólo atiné a decir: "¡Dios mío, ayúdame!",...
En ese instante, casi encogida sobre s cama, mi abuelita se quedó callada. Me preocupó algo su silencio y le pregunté:" ¿y que pasó?"; de golpe, casi instantáneamente, su rostro se encendió de alegría:
- Levanté el rostro por que sentí que algo, ó alguien me tapaba del sol, ¡y ahí lo ví!,...
A la sonrisa de mi abuela se le agregó un muy encendido rubor que nunca le había visto; parecía,... ¡parecía como cuando una niña chiquita se acuerda de una travesura, o cuando abres los ojos y dilatas las pupilas, ante alguien que te encandila y casi al instante te enamoras,
- Estaba frente a mí, -exclamó entrecortadamente, vívidamente azorada ante el recuerdo-, montado en su caballo, un caballero: un chalán todo vestido de blanco,
En mi mente se formó la imagen al escuchar sus palabras, de esa estampa antes tan común en la costa peruana: los chalanes. Jinetes de los caballos de paso peruano; agricultores vestidos de pantalón blanco, camisa también blanca, sombrero de jipijapa y poncho de lino. Hoy sólo se ve personas vestidas así en concursos de caballos de paso ó representaciones folklóricas.
-...¡Era un caballero, un señor como esos que ya no hay: alto, bronceado, rubio su pelo, ojos verdes!, -, describió mi abuela, sonrojándose más aún y riéndose también un poco-, .¡todo un caballero!, El hombre se me acercó y me dijo: "Señora, le llevo a la niña, ", y tomó a tu mamá y la montó en su caballo,... desde ahí nos acompaño el resto del camino. Después se bajó de su silla y alzó a tu tío, y luego me alzó y me montó a mí, siguiendo la peregrinación, con él llevándonos, cogiendo las riendas,... me sentía llena de paz y de descanso. Nos dió agua y comida, y mientras íbamos caminando me hablaba: pero me hablaba de mi vida futura,
En ese momento mi abuela me contó lo que ese desconocido chalán le dijo durante el trayecto: décadas completas de su vida por venir; le contó los lugares que conocería, las alegrías y penas futuras. De los labios del misterioso personaje salieron también lo que los ojos de mi abuela verían: revoluciones y guerras, la persecución política de mi abuelo, sus peripecias por hallar un hogar, de un lado al otro del Perú, los nietos y bisnietos que conocería; cosas muy duras y muy bellas, y todas ellas acompañadas de frases de esperanza, todas muy tranquilizadoras a pesar de todo. Incluso, mi abuela me reveló lo que sucedería a mí mismo, en mi vida futura, . sucesos que ya se me cumplieron, y otras cosas que aún están por venir,...
-....Cuando llegamos a Chapi, me sentía con una infinita paz en el corazón, me sentía renovada: era otra, más fuerte, con el corazón lleno de dicha. Ahí le di infinitas gracias al caballero y le pregunté: ¿no le gustaría ir con nosotros a oír misa y ver a la Virgen?" (una costumbre de deferencia ya desaparecida), pero él me contesto:"muchísimas gracias, pero no puedo: yo voy después, por allá tengo cosas que hacer",-le dijo, señalando a un grupo de peregrinos fatigados, a la vera del camino.-, finalmente pude ver a la Virgen: le recé por tu abuelo, por mis hijos, por todos y le di las gracias por llegar donde ella. El camino de regreso se me hizo facilísimo, ¡no sentí cansancio ni nada!,... llegamos tranquilos los tres a casa.
- Al poco tiempo regresó con bien tu abuelo de su travesía. Nos quedamos a vivir en Sachaca todavía por un tiempo. Dejamos Arequipa por que a tu abuelo se le presentó un trabajo en Lima y ahí nos fuimos. Cuando llegué a Lima, me dirigí de frente a nuestro antiguo barrio de Barrios Altos, a la Iglesia de la Buena Muerte, a darle las gracias a la Virgen por traernos con bien. Cuando estaba rezándole, levanté la vista y,.....¡AHÍ ESTABA!!! exclamó abriendo muy grandes los ojos-, ".....¡era el mismo chalán que me ayudó en Chapi!!!,.....UN ÁNGEL TALLADO AHÍ EN EL ALTAR, ERA ÉLl!!!,... me quedé fría por que era él: no me podía equivocar!! .Desde ahí siempre que iba a Barrios Altos, le hablaba, le contaba mis penas,... y él siempre me ha cuidado a mí, a tus tíos, a tu mamá, y a tí también. Siempre le pido por ustedes. Esa es la historia.
Poco tiempo después mi abuela falleció, pero el relato de su vivencia sigue con nosotros; ha pasado a sus nietos, y ahora ya ha pasado a sus bisnietos. He ido a ver la imagen a esa pequeña capilla en más de una oportunidad: es la imagen del Arcángel San Miguel, a la cual se refería mi abuela, la cual ahora llevo en una medalla en el cuello, por mí y por la abuela. Puede haber mucha gente que me diga mil y una explicaciones para decir que los ángeles no existen, que son tradiciones de viejas y de curas, pero no me importa; yo vi en los ojos de mi abuela aquella noche de diciembre que no tenía por qué mentirme y que no era una mentira lo que me contó. También sé que no ha sido mentira, cuando en más de una oportunidad, he sentido la presencia de ese arcángel conmigo, en momentos de dificultad y de alegría,... y tal como siento que está conmigo ahora, mientras comparto con ustedes esta historia.
Compartan esta historia con quien gusten, con quien guste de las historias de ángeles.