Una historia de amor

Me gustaría compartir con el mundo mi historia de amor principalmente, entreverada con toques eróticos y muchas vivencias

CAPITULO I

Hola soy Hugo y tengo 32 años, ahora que mi vida parece estar en un momento tranquilo me he sentado a reflexionar sobre lo anteriormente vivido. La verdad que me siento orgulloso de mis actos pero, por otro lado, me hubiera gustado haber pensado más veces con la cabeza y no haber hecho sufrir a tanta gente, en especial a las chicas.

Nací en una familia muy acaudalada y acomodada gracias a la fuerte participación de mi abuelo en el régimen fascista. Mi padre es director de un banco y mi madre una prestigiosa abogada. Jamás tuve problemas para saciar mis caprichos materiales, todo lo que yo quería lo tenía en cuanto habría la boca. Quizás fue eso lo que me impidió aprender a considerar mejor las cosas, pero no quiero centrarme en temas materialistas.

A pesar de estar en el siglo XXI la clase social en la que me encontraba era tremendamente superficial, racista, fribola, fascista, cristiana, conservadora,... Podría continuar pero me imagino que ya os hacéis una idea de cómo son esas gentes.

Quería situaros, nada más.

De niño era muy inquito, nervioso y muy travieso a mis padres les traía de cabeza y a mis tatas aún más. Cuando yo tenía 4 años mi padre tan sólo contaba con 24 primaveras y mi madre con cuatro menos. Por las noches a penas les dejaba dormir y aún menos consumar sus votos matrimoniales, seguramente les dieron ganas de matarme jajaja.

En el colegio sólo me importaban tres cosas: jugar, cambiar cromos y Paula, ahí es dónde quería llegar. No llegaba ni al metro y medio y ya la tenía en la cabeza. La veía en el colegio y muchas veces en casa, nuestros padres se conocían de toda la vida y mantenían una gran amistad además de la misma profesión en el caso de los hombres. Eso hacía que yo pasara más tiempo con ella que con ningún otro niño o niña de mi edad. Jugabamos juntos, nos reiamos, rompiamos cosas y nos entendiamos a la perfección y todo seguía igual hasta que cumplimos los once. Entonces llegaron las revoluciones de hormonas, el interés por encontrar pareja, la diferentes maneras en gastar nuestro tiempo libre y bla, bla, bla. Lo único que permaneció inmune fue mi amor hacia a ella y que aunque no me aguntaba pasabamos el mismo tiempo juntos que antes.

A ella ya sólo le interesaba las spices girls, el mantener vivo a su tamagochi rosa, comprar toda la ropa que le apeteciera y el gustar a los chicos.

Yo por mi parte seguí interesado en los juegos de mi infacia, el fútbol y los toros, surgió un interes nuevo, probablemente en el que gastaba más tiempo, el sexo. Esto último hacía que me pasara el día pensando en tetas, en llegar a casa y poner una porno sin volumen para que nadie sospechara y por supuesto en masturbarme cual mandril de la selva. Aún con todo eso mi sentimiento a Paula no cambiaba, es más se acrecentaba. Era tan guapa, rubia, con unos preciosos ojos azules con una silueta que comenzaba a derrochar sensualidad, con una boca preciosa y un pecho mágico, con sólo mirarlo mi miembro levitaba. Lo siento, era culpa de la testosterona.

Un verano, disfrutando de nuestras vacaciones en Marbella decidí hacerme el valiente y declararle mi amor. Sentía que necesitaba hacerlo, no busacaba fines simplemente quería abrirle mi corazón y al ser posible ganarme un beso. Me contestó con un claro “Hugo yo busco algo mejor, tú eres ni mucho menos lo que yo merezco”. La contundencia en la frase hizo que me derrumbara, salí corriendo a mi habitación y se me saltaban las lágrimas. Tenía la certeza de que jamás podría aspirar a ella.

Pasó un año y ya tenía doce para trece había crecido bastante y ya media 1.77, la barba comenzo a brotar y los pelos rubios de mi cabeza comenzaron a salir por todas partes. Aquel cambio a las chicas les gustó, incluso me catalogaban como el más guapo de la clase. Las chicas comenzaron a interesarse por mi, cosa que adoraba, todas menos Paula, para ella seguía siendo ese crio que jugaba con ella.

Una noche mientras cenabamos en casa de sus padres me dijo, para mi sorpresa, que fuera a su habitación, se disparó mi imaginación con imágenes sacadas de pelis porno y como de constumbre mi soldadito reaccionó con la imaginación. Pero para mi desgracia Paula no quería contacto físico, sólo buscaba un idiota que robara un cigarrillo a su padre.Como sus deseos eran órdenes hice lo que me pidió. Salimos a la pequeña terraza de su cuarto y comenzamos a hacer eso que sólo era de mayores y que hasta los dieciocho no deberiamos haber hecho. Yo tosía y ella aún más y nos reiamos uno del otro como cuando eramos niños, esa sensación me maravilló y me sentia plenamente feliz. Al rato, ella se mareó a causa de la inhalación de humo y yo para evitar broncas la reanime como pude con la ayuda de agua. Tras sobreponerse del desmayo se mostró agradecida hacía mi persona. Era la primera vez en toda mi vida que sentí haber hecho algo provechoso. Aquella noche me senti realizado, pletórico, lleno de felicidad por el simple motivo de que me hubiera visto como un hombre. Ese pensamiento era una absoluta tontería, seguramente producto de la edad que tenía.

Ese mismo año comencé a cambiar y probablemente para peor porque empecé a creerme lo que las chicas decían de mi, que si era guapo, que si estaba muy bueno,...Y yo en plena borrachera ególatra decidí dejar de lado a las chicas de mi edad y centrarme en las de bachiller. Mis amigos las veían inalcanzables pero yo, que me sentía el centro del mundo, el más guapo del universo y me lancé a ir a por ellas. En realidad mis actuaciones eran chulescas y desagradables pero mi corazón continuaba llevando tatuado a fuego el nombre de Paula.

Como dije antes me centré en las chicas mayores. Tras la experiencia que ahora os contaré os aseguro que los “chulos” las encantan.

Elegí entre todas esas chicas, que para mis amigos eran inalcanzables, a una morena que llamaba la atención por donde pasara, era realmente guapa. Poco a poco fui conquistándola, eso sí ocultando mi edad y modificándola con cuatro años más, así que para ella tenía dieciseis. Estuve tres meses de relación y llegó mi cumpleaños y con él los trece. Andrea, el nombre de mi “novia”, si se la puede llamar así, me regaló el sueño de todos los chicos de mi edad, mi primera vez.

La experiencia la recuerdo memorable, tras esa increíble sensación decidí dedicar el resto de mi vida al sexo, era excitante, placentero, descargaba adrenalina, liberaba mis tensiones, y sobre todo era con una chica. La veía tan guapa y a la vez tan caliente, gozaba tanto gracias a mi, que me hacía sentir poderoso. Me encantaba como se extremecía, como me arañaba la espalda, como gritaba, como le cambiaba el rostro. Era idílico todo en si. Pero tras eso no paraba de preguntarme como seria aquello con Paula, sin duda sería el momento más esperado de mi vida.

Dos meses después lo deje con Andrea, y comenzaron dos años de borrachera sexual con todas las chicas que me entraban por los ojos. En pleno momento álgido de mi vida, sobre todo, sexual. Volví, de nuevo, a veranear con Paula y tras algunas conversaciones con ella me pareció vislumbrar celos, y no conseguí aberiguar si eran celos porque estuviera con otras y no con ella o celos de no sentirse la más deseada por mi. Aunque en el fondo si lo era.

Para finales de verano, y como de constumbre, visitamos nuestro el pueblo, otra cosa más en común que teniamos. Era primeros de Septiembre y las fieastas patronales se acercaban, el pueblo se vestía de gala y la masa social empezaba a crecer como la espuma.

Una noche según caminabamos hacía la ermita, algo típico de nuestro pueblo, nos sentamos Paula y yo en un banco. No sé porque la tensión sexual iba in creccendo y sin esperarmelo Paula se lanzó a mis labios, y nos enzarzamos en un tórrido beso que me dejó sin palabras.

Aquella noche me la pasé en vigilia y no cesaba de pensar en ese beso. No era como todos los demás, era especial, fue una espera de trece años para poder recibirlo. Hasta el momento no había sentido ni siquiera algo parecido.

A la mañana siguiente, cuando la vi por primera vez después de aquel maravilloso beso, la notaba algo tímida conmigo, apenas me miraba a los ojos y ni mucho menos se atrevía a dirigirme la palabra. Así que como dice el refrán “si Mahoma no va a la montaña, la montaña va a Mahoma” y me dispuse a entablar una relación.