Una hembra perversa de Guayaquil

No siempre los ojos son capaces de mostrar la voracidad del fuego que hay dentro de una mujer, siempre listo para explotar.

En Abril del 2005 tuve que viajar a Ecuador por cuestiones de trabajo. En cuanto llegué a Guayaquil me hospedé, y teniendo aún un día libre antes de tener que comenzar con mis labores decidí darme una vueltecilla por la ciudad para conocerla y deleitarme con la comida local y lo que pudiera aparecer. En uno de los extremos del malecón me metí a un barcito y a ver al fondo la suavidad verdosa del río Guayas y el afluente humano que recorría la zona comercial. Estuve un buen rato, disfrutando de un tequila y de unos panecillos que me llevaron para remojarlos en una muy suave salsita de ají.

Sentada al lado de unos restaurantes de fast food oriental se encontraba una muchacha castaña clara, de formas antojables y sensual vestimenta. Sus jeans ajustados a media cadera realzaban aún más su figura y el erotismo que emanaba por cada poro de su piel. Parecía solitaria, como si esperara a alguien. Era un albur, podría esperar a su novio o a algún tipo, pero…. lo sabría solamente si lo preguntaba ¿no? Tras informar al mesero de que saldría un momento me acerqué a ella, aún con el juguetón cosquilleo de la salsita en la lengua. Le solicité información sobre qué hacer en la ciudad y trabamos plática y me enteré de que esperaba a una amiga únicamente. Aceptó tomarse algo conmigo mientras ella llegaba y con las bebidas, las risas aparecieron y el acercamiento se fue gestando. Rosa, es su nombre, nacida ahí mismo en Guayaquil, estudiante de una maestría en comunicación en Quito, por lo que se nos hizo más fácil tomar confianza y hablar de cosas comunes a ambos. Al poco rato una llamada de su amiga le avisó que no llegaría, así que se despidió de mí, pero quedando en vernos al día siguiente a la noche, para seguir la charla y tomarnos algo.

Al día siguiente, realicé mis labores con toda la prontitud que pude para estar libre por la tarde y no perder la oportunidad de encontrarme de nuevo con Rosa. Durante el día el rostro de Rosa se me aparecía en la mente, conjuntado a mil y un imágenes de ambos enredados en la cama. Me interrogué acerca del calor de sus piernas, la suavidad de sus senos, el sabor de su sexo, la forma en la que terminaríamos cogiendo, o si por el contrario, todo terminaría en un cafecito y charlas sobre cine mexicano. La cita había sido en mi hotel, en el bar del Oro Verde, al cual llegué únicamente para encontrarme con algunas tripulaciones de vuelo de aerolíneas que ahí pernoctaban y sacaban el stress a fuerza de los más diversos tragos. Justo a la hora apareció Rosa, con una falda corta que hacía mas justicia a sus piernas que los jeans con que la vi un día antes. Junto a ella iba otra chica, de la misma edad aunque de características completamente diferentes. Tendrían la misma estatura, pero Sol era completamente morena, de rostro marcadamente indígena, adusto y con ciertos toques pétreos. Una larga cabellera negra y lacia enmarcaba a la perfección su mirada fuerte y decidida, en esos ojos rasgados que emanaban seguridad y combatividad.

Sol se mantuvo callada durante un rato, solamente escuchándonos. Se notaba que le desagradaban las reuniones sociales y los devaneos insulsos de los burgueses. Fue hasta que hablamos de un creciente descontento social en esos días en Ecuador que ella abrió la boca. -No pasaron más que unos cuantos días antes de que el gobierno se colapsara.- Ahí fue cuando Sol dio rienda suelta a la explosión de sus convicciones. Gracias a Rosa aquello no se convirtió en una junta de conspiradores, devolviendo la charla a terrenos más apacibles. Pero mi mirada ya no estaba en Rosa, ahora era Sol la que acaparaba mi mirada y pude obtener finalmente un par de sonrisas de su rostro.

Sol desparramaba un fuerte orgullo indígena en cada palabra, en cada ademán e idea. Su enorme cultura me provocaba, la seguridad de sus palabras me seducía aún más. En su mirada iba desapareciendo el hielo, pero sin saberlo yo, en su interior, un fuego terrible, que nunca se apagaba estaba a punto de mostrarse avasallante y abrasador. El comentar de pronto sobre el machismo en nuestros países fue lo que abrió las puertas a los temas sexuales. Ambas –o yo creo que los tres- echábamos por momentos chispas por los ojos. La noche terminó tal como lo había pensado, con pura charla y nada mas.

Al día siguiente, regresando de los trámites necesarios para proseguir con mi trabajo, el empleado del mostrador me entrega una tarjeta que me habían dejado a espera. "Paso a las 8. Le veo en el bar. Trate de hacer espacio. Sol" era lo único que decía, pero para mi era suficiente. De nuevo, esa noche, ella se presentó vestida luciendo una especie de blusón de procedencia andina que ocultaba por partes las formas de su cuerpo, pero que develaba la brillante morbidez de su piel oscura. Los temas que sacamos fueron hipocresía pura por aparentar intereses castos. Cierto es que ella quería distribuir ropa típica de los Andes en México, pero ambos sabíamos que eso era un vil pretexto. Ambos nos mirábamos y concordábamos con el torrente de imágenes que llegaban a nuestra mente. Apenas un beso en la mejilla fue el detonador de todo lo demás que de ahí siguió. En el ascensor nos besábamos con avidez, nos tocábamos con verdaderas ganas y el calor de nuestros cuerpos nos abrazaba como una llama devoradora que todo lo quisiera consumir.

La ropa voló rápidamente en la habitación. Su cuerpo se mostró aún más firme, más hermoso, más curtido por las jornadas de trabajo de lo que yo pudiera haber pensado. Sin besos previos mi boca se volcó sobre su pecho, sobre sus senos que apuntaban hacia lo alto con una oscura aureola y unos orgullosos pezones que fueron abarcados en segundos por mi boca. Su sabor era fuerte, salado, exquisito; su olor… ufff.. su olor; el aroma que su piel emanaba era el de una hembra formidable, puro, sin componendas de fragancias hechas para ocultar el humor de los humanos. Sus manos frotaban el pelo de mi pecho con denodada ansiedad. Era delicioso lamer sus senos, rodear sus pezones con mi lengua sobre sus aureolas endurecidas por la excitación. Sol metió sus manos por mi pantalón, agarrando fuertemente mi verga y moviéndola hasta hacerme daño. Mis manos apretaron sus nalgas y jugaron con ellas, abriéndolas, moviéndolas de mil formas. Ella recorría con su boca mi rostro, haciéndome sentir sus dientes, la succión violenta de sus labios sobre mi cara, en medio de jadeos y bufidos cada vez más fuertes; ambos lo hacíamos.

Las uñas de sol comenzaron a arañar mi espalda y mis nalgas. Sus dientes aprisionaban mis labios y los estiraban cuando mordía aparentando darme un beso. La tomé del cabello con fuerza y la atraje hacia mí, haciendo que su boca ensalivara mi cara y mi cuello. Cuando sintió mis manos enredadas en su cabello, la lucha entre rebelarse contra mi jalón y el disfrutar del dolor que le producía se reflejó en sus avorazadas dentelladas sobre mi pecho. Quise bajarla más, pero mi pantalón estorbaría. Mientras terminé de desnudarme, ella se dirigió a la ventana y abrió las cortinas de par en par, mirando al fondo las luces de la ciudad y exhibiéndose desafiante a todo aquel que tuviera la suerte de mirar hacia esa ala del hotel. Quería ser vista así, desnuda, copulando descaradamente ante todo aquel que quisiera deleitarse con nuestras imágenes. Me acerqué divertido a jalarla, pero ella me empujó con fuerza hacia la cama, desde donde me quedé azorado viéndola acercarse como una fiera en celo exigiendo ser satisfecha a fuerza de embates contra sus interiores.

Sol mordisqueó fuertemente mi vientre y mis piernas. Jaló con los labios del vello de mis extremidades y del pelo de mi pubis. Era doloroso, pero el verla así me encendía hasta lo sumo. Su húmeda boca cubrió entera mi verga. No hubo ningún jueguito de su lengua en mi glande, ni los besos recorriendo el tronco entero de mi falo. Simplemente, y sin románticos prefacios de una sola bocanada me introdujo completamente en su boca, apretándome fuertemente a la vez que estiraba y succionaba con fuerza, como si quisiera extraer de mi cada gota que me fuera posible darle. Por un buen rato ella me mamó de una manera deliciosa y salvaje, riendo perversamente cada vez que la sacaba sin apartar ni un segundo su mirada de la mía. Las sensaciones me recorrían fabulosamente. Yo la miraba los pocos segundos que sus acciones me permitían mantener los ojos abiertos, tal era mi placer. Tomándola de nuevo por el cabello –pues vi cuanto le gustó eso- la subí a gatas sobre mi cuerpo una vez que ella dejara mi palo bien protegido, haciéndola colocarse montada sobre mi cara. Los mordiscos sobre su vientre y piernas fueron mi tributo a las delicias que ella hizo en las mías. Ella se contoneó cachonda sobre mí y yo, abrazándome a sus piernas hundí mi cara en la oscura cueva de su vagina para comenzar a lamerla con verdadera sed, con verdadera ansiedad.

Jalé de sus pliegues con mis labios, jugué con mi lengua con la humedad que segregaba llenándome la boca con su sabor. Ella se movía sin freno, como si se tratara de un rito primitivo donde el quedarse estático fuera penado con la muerte. En un intento por facilitarme la tarea de lamer su vagina la aprisioné con más fuerza, pero sin éxito, por lo que solté una firme nalgada con mi mano exigiendo que parara su desbocado bailoteo. ¡Craso error! Un "Ahá… ssssiiii, assssí, mas fuerte" me hizo ver que aquello la había enloquecido, y comenzó a palmotear ella en sus propias nalgas y en cuanta parte alcanzara de mi cuerpo.

  • ¿Será que alcanza a ver si alguien nos mira? Yo estoy de espaldas a la ventana y no veo- me dijo en cierto momento en que frenó la flagelación que daba a nuestros cuerpos con sus manos. Yo le solté otra nalgada esperando que entendiera que a mi me era todavía mas difícil ver desde el sitio privilegiado en que me hallaba. Ella rió, y volteó, emitiendo un bufido de disgusto. – No, me parece que aún no hay nadie viéndonos.- De un salto se quitó de mi cara y se dejó caer sobre la cama, abriendo sus piernas y enseñándome el sitio donde quería recibir mi verga. –Démela ya, cabrón- me urgió. Ahí fue cuando la rebeldía se apoderó de mí, punzado por sus órdenes y maltratos a mi carne. La tomé por las muñecas y extendiéndoselas sobre la cabeza dejé que la punta de mi palo rozara con la entrada de su sexo. -¡Démela ya!- rugió mas, y yo sonreí. La caricia de mi glande nos masturbaba a ambos, pero la ansiedad crecía, y sus piernas se abrían y cerraban hambrientas. Prolongué la tortura un poco mas, yo también estaba ansioso por clavarme en ella pero le haría pagar con creces el haberme palmoteado como si de un chico sumiso se tratara. De su vagina chorreaba ya la humedad; ella forcejeaba tratando de soltarse para jalarme dentro de ella. Sus piernas intentaron abrazarme para hacerme penetrarla por la fuerza, pero el juego debía seguir. Moviendo mi cadera logré que mi pene entero golpeteara su pubis y alcanzara con su roce su erecto clítoris. Sol parecía bestia enjaulada, removiéndose furiosa bajo mi cuerpo. Por un momento hasta pensé que espumaría por la boca, como poseída por un lujurioso demonio, pero evité reírme de eso para evitar un mal fin a esa noche.

Finalmente, con un furioso embate le ensarté mi palo entero hasta el fondo de su humedecida vagina. Un auténtico bramido explotó en su boca. -¡Si cabrón, cójame, cójame así, vamos!- Yo también habría dicho algo, pero la mente se me va solamente de recordar su expresión y la forma en que sus ojos se cerraban con una sonrisa de placer y cuando se abrían en una mueca feroz e insaciable. Me encantan las mujeres que no reprimen sus expresiones de placer, sino que gimen, hablan, gritan incluso mientras cogen; pero debo aceptar que por momentos me preocupó el nivel de escándalo que estábamos armando. Ella vociferaba de la manera mas indecente y sabrosa que podría yo oír jamás, lo cual me excitaba pero también me hacía pensar en la llamada que pudiera llegar de pronto desde la recepción del hotel. Aunque a ciencia cierta, eso me valía madres, me iría a otro hotel y listo. Bombee mi verga con fuerza dentro del coño candente de Sol, haciendo sonar deliciosamente nuestras caderas cada vez que nuestra carne se golpeteaba y sus excitantes alaridos llenaban la noche de Guayaquil.

Soltándose de mis manos levantó su espalda sobre sus codos comenzó a vociferar sin límites apretando sus dientes, a hablar en algún dialecto que yo no entendí. No podía saber lo que Sol decía; pero viendo su expresión y la fuerza con la que hablaba supongo que no estaría citando algún poema romántico de su etnia. Lo cierto es que me erotizaba aún mas oyéndola hablar así, con esa expresión demencial en el rostro y el timbre obsceno que imprimía a sus palabras. Me abstuve de preguntarle qué significaba lo que dijo y preferí sentir la fuerza de sus palabras, dejando lo demás a mi imaginación. Mientras esto hacía se movía con mayor fuerza, imprimiendo a sus caderas un movimiento circular salvaje y demandante. Era una hembra desbocada en un apareamiento portentoso que, por momentos, me costaba retribuir por su ímpetu.

  • ¿A usted le gusta Rosa?- me dijo de pronto entre jadeos

  • Claro, es guapa- dije jadeando también sin saber de qué iba todo eso

  • ¿Será que se la quería tirar?

  • Bueno… hubiera estado bien, pero.. tu me

  • ¡Tíresela! ¡Déjeme oírle dándole verga! Imagine ahora que soy ella. Cierre sus ojos y siéntala abierta de piernas para usted. Piense que yo soy ella, culéeme y diga su nombre. – me invitó con un brillo libidinoso y perverso en la mirada. Embestí cerrando mis ojos y viendo la blanca carne de Rosa ofreciéndose a mis deseos.

  • Mmmm… Rosa- susurré.

  • ¡Mas fuerte, cabrón! ¡Cójase con fuerza a mi amiga!- decía Sol cerrando sus ojos para oír y ver en su mente semejante espectáculo. - ¡Me gusta!

Yo bombeaba sin freno, repitiendo el nombre de Rosa con más y más ganas.

  • ¿Quiere darle por detrás? Cójasela por el culo.- Me invitó- Déle a la puta de mi amiga por el culo.

Entendí entonces que Sol gozaba sabiendo a Rosa una chica menos afecta a goces extremos en cuanto a sexo se refiere y paladeaba morbosa la oportunidad de oír a un macho follándose a su amiga de la manera en que la verdadera Rosa no aceptaría.

Sol se colocó de lado, poniendo sus nalgas frente a mi verga para continuar con el perverso juego de sodomizar a su amiga en sueños. Abriendo sus nalgas con una mano me ofreció la oscuridad hirviente de su trasero, embadurnado ya por la marejada de fluidos vaginales que nuestra caliente cópula generó. No con poco esfuerzo mi verga distendió el esfínter duro y rico del culo de Sol. En un primer momento hizo una mueca de dolor, seguida de una lujuriosa expresión de placer. Cuando tras dos o tres embates mi palo se deslizó entero dentro de su culo ya ambos éramos presas del más desmedido paroxismo. Ambos bramábamos más allá de toda razón y recato. Abrazaba a Sol por la cintura para jalarla contra mí con más fuerza, y mis dedos masturbaron su clítoris con la mayor rapidez que me fuera posible hacer.

Nada mas me hubiera sido posible pensar que sucedería, hasta que Sol, agitando su cuerpo de forma casi antinatural comenzó a gritar mientras que en medio de un fuerte orgasmo su entrepierna arrojó un fuerte chorro de líquido que bañó mi mano y se regó por las sábanas de la cama e incluso sobre la vetusta alfombra del hotel. Las manos de Sol se crisparon en la almohada como si quisiera despedazarlas, su cabeza se movía de un lado para otro con los ojos cerrados como si en un extático trance se encontrara. El rito parecía haber terminado, aunque yo aún seguía moviéndome para que el fuerte roce de su recto me llevara al final. Finalmente, el placer que mi cuerpo recibió me lanzó de lleno a un abismo delicioso, el cual fue seguido por un potente chorro que manó por la abertura de mi verga.

Mientras reposamos un instante recostados en la cama yo pegado a su espalda, notaba cómo ella jugueteaba suavemente con sus pezones.

  • No soy una puta- me dijo – pero así me gusta el sexo, que sea fuerte, sin frenos. Me gusta hacer todo lo que se me antoja.

  • No he pensado que lo fueras. Así te gusta a ti, así nos gusta a ambos. Te gusta dominar ¿eh?- Ella se rió divertida.

  • Es fantástico eso. Desde niña me hicieron callar y obedecer ¿ha oído eso antes? Reprimir mis sentimientos y respetar a los hombres solamente porque son hombres, aunque como personas no me merezcan nada de respeto. No muchos aceptaron después que estudiara, que me dedicara a lo mío, no solo por ser mujer sino por ser india. Eso me generó una rebeldía que en cuanto puedo echar fuera me da mucho placer. Me gusta que me vean pensar, hablar, crear, coger no sumisamente, sino en igualdad de fuerzas.

  • Que bueno que pienses así y vivas lo que te agrada. Me has hecho sentir muy bien realizando todo aquello que a los dos nos gusta- su mirada mostró fuego nuevamente.

  • ¿Cuántas copas se tomó usted en el bar? ¿Había bebido algo más antes de que nos encontráramos?

  • Dos copas fueron. Y si.. antes de vernos había bebido un poco de agua de fruta. ¿Por qué?

Otra vez una sonrisa perversa apareció en su rostro.

  • Porque aún no hemos vivido juntos todo aquello que me gusta, por eso se lo pregunto.

La noche aún iba a ser muy larga, sin duda.