Una golfa de provincias
De como fué mi primera relación con un hombre.
La verdad es que soy consciente de ello desde los once o doce años. Todo empezó cuando veía con los amigos fotos de sexo y mientras los otros comentaban las tetas o el coño de una tía, a mi se me iban los ojos detrás de las pollas de los tíos. Yo envidiaba a aquellas chicas que salían desnudas e intentaba comprender como se sentirían. Deseaba vestir como ellas y sentir como ellas. Comencé imitando sus mismas posturas. Así empezó todo. Vestir como ellas era un poco complicado -aquellas medias, aquellos ligueros- sentir lo que ellas cuando las follaban era imposible; pero sentir como ellas cuando chupaban una polla si estaba a mi alcance. Lo mejor surgió cuando vi a una chica enculada; eso sí se lo podía hacer yo a un hombre. Comencé a dilatar mi culo por si acaso un día aparecía alguien a quien hacer disfrutar, y ensayaba como chupar un buen rabo. Deseaba saber como sería dar placer a un macho. Con 16 años compré mis primeras medias, eran negras, con liga, y me sentaban realmente bien. Me las puse en casa, en mi intimidad, deseando que alguien me viese con ellas y me dijese lo guapa que estaba. A esa edad, mi culo estaba totalmente dilatado, ya que había pasado por el cualquier cosa con forma de polla: desde zanahorias hasta botellas de cerveza, de vino y de cava. Pero aun seguía sin acostarme con un hombre. Poco a poco fui comprando ropa intima: medias, ligueros, bragas... y a veces, cuando me apetecía sentirme sexy, salía de casa con ellas puestas debajo de mi ropa de chico. Nadie sabía que no llevaba calcetines, sino medias; o que no llevaba slip, sino un tanga.
Así siguieron las cosas hasta que a los 19 años, un día de esos en los que necesitaba sentirme sexy, sali de casa llevando ropa interior femenina, y me acerqué después de clase a un kiosco en el que solía comprar -al amparo de la noche- revistas de chicos, con las que me masturbaba luego. Llegue al kiosco, y esperé a que no hubiese nadie a la vista, entonces me acerqué y pedí una revista a la que tenía echado el ojo. El hombre que atendía me la dio y cuando me cobraba me dijo: - Si quieres podemos verla juntos. Me quede alelado. Llevaba comprando allí varios meses y nunca hubiese sospechado que el también era homo. Por lo que yo sabía incluso estaba casado. Pero esa era mi oportunidad, así que le dije que de acuerdo, y el me invitó a entrar en el reducido espacio del kiosco. Estuvimos durante un rato viendo la revista que yo había comprado y otras parecidas, comentando las pollas grandes y pequeñas, blancas y negras... Era la primera vez que yo hablaba abiertamente con alguien así y que reconocía en público mi homosexualidad. La verdad es que estaba excitadísimo, por lo que al fin me atreví a decirle - Estas pollas están fenomenales, pero me apetece ver una de verdad. El se quedó mirándome, y sin decir palabra, salió y cerró la tienda, volvió dentro y sin mediar más palabras se bajó la bragueta y el pantalón apareciendo una polla muy hermosa, de unos 17 cm -con el tiempo llegué a medirsela- y casi erecta. Yo estaba sentado y su miembro quedaba a la altura de mi cara. La verdad es que no sabía que decir. Comencé a acariciarla con las manos, y sintiéndome nerviosísima la acerque a mi boca y chupe su glande. Yo estaba como un flan, imaginad que nervios. Llevaba deseando aquello ocho años. Al fin tenia en mi boca una polla, como cualquier chica de mi edad y la verdad era que me encantaba. El fue dirigiéndome y diciendo como debía hacérselo, por lo que al rato tenía aquel pollón metido entero en la boca y mi nariz enterrada en su vello púbico mientras le sobaba con la mano los huevos duros como piedras. Me encantaba el olor a hombre, su respiración agitada, el tacto de aquella polla en mi boca, la tersura de su piel, su suavidad en mi lengua, sus espasmos, y su olor a macho en celo... Al rato me pidió que yo también me bajara el pantalón, y me dio un corte tremendo pues llevaba puestas unas medias negras -en lugar de calcetines- y no sabía como se lo tomaría, pero cuando lo vio le encantó, diciéndome que le encantaba que fuese una putita tan coqueta. Poco a poco me fue llevando hasta que su respiración se convirtió en jadeos y me dijo que estaba cerca y se iba a correr pronto, y me preguntó que donde se corría. Yo hice como que no le oía y seguí a lo mío: lo quería en mi boca. Volvió a advertirme y yo seguí sin hacerle caso y a los pocos segundos sentí su polla endurecerse aún más y comenzar a soltar chorros de semen que daban en mi paladar y que yo tragué encantado, disfrutando por primera vez del sabor del placer de un hombre. No deje escapar ni una gota. Tras correrse nos despedimos y yo me fui -caliente como un horno- para masturbarme en casa con el sabor de su semen en la boca, pues dijo que si no llegaba a casa su mujer sospecharía, pero quedamos para dos días después. Después de aquello, y durante siete meses, yo tuve mi ración de polla dos o tres veces por semana vestido de putita. Me encantaba la sensación de tener un hombre que me desease y me hiciese cosas, e imaginar que pensarían mis compañeros de clase de la facultad si supiesen que las mejores mamadas de la clase no las hacía una chica e incluso que la ropa íntima más bonita y femenina era la mía. No llegamos a practicar sexo anal, ya que el lugar no era muy adecuado, pero si jugaba con mi culo metiendo uno o dos dedos mientras me masturbaba.
Con el aprendí a chupar una polla y dar placer a un macho con la boca. También aprendí a disfrutar de una corrida en la cara; sucedió por accidente cuando durante una mamada, y estando el a punto de correrse, me dio una arcada y me saque su miembro de la boca, pero el ya no pudo parar y se corrió regando mi cara, lo cual me encantó y, por supuesto, repetimos. Me encantaba sentir sus chorros de semen caliente por mi cara y frotarme su polla babeante, ayudando a llevar esos chorretones cerca de mi lengua para lamerlos con deleite. Cuando le tenía a punto, abría la boca, sacaba mi lengua y ponía su glande sobre ella; mientras, le seguía masturbando con la mano, así, cuando se corría, chorros de semen entraban en mi boca y se esparcían por toda mi cara. La cosa duró hasta que un día en plena faena nos pillo su mujer. La verdad es que pudo armar un escándalo y no lo hizo. Me dijo que me vistiera y me marchase, y cuando salía me llamó puta, lo cual no hizo sino enorgullecerme ya que realmente veía en mi una rival y reconocía mis cualidades femeninas. Tras aquello he pasado por la cama de unos cuantos hombres más que ya os iré contando. De momento os diré que también ha habido muchas rachas de hambre que ha calmado alguno de mis consoladores (o varios a la vez), pero que sigo vistiendo y sintiendo como una mujer. Una mujer muy caliente y muy puta. Por favor, mandad vuestras opiniones a culito_vall@hotmail.com
Quiero conocer a gente que le haya gustado mi experiencia.