Una fusta para Elena

Un matrimonio inmerso en la rutina, una criada dominicana que prepara a la señora como explosiva perra azotada para su marido.

UNA FUSTA PARA ELENA

Aquella noche el brillante y joven arquitecto Juan Orgavidez llegó tarde, como acostumbraba últimamente, al bonito chalet que poseía en la mejor zona residencial, acuciado por las exigencias de su trabajo, tan productivo como absorbente. Este ritmo de vida tan esforzado y vertiginoso, había supuesto un cierto abandono de su joven y bella esposa en casi todos los aspectos posibles, falta de atención que era fuente de discusiones continuas, además de causa de un enfriamiento importante de su relación personal. Agotado y vencido por la tensión, entraba en casa buscando la ducha, una cena ligera y apenas sin palabras el sueño, nunca reparador del todo. Elena, su mujer, una chica bien, de educación religiosa y buena familia, lo había intentado, insinuaciones, caricias, ropa interior selecta de las primeras marcas, pero nada. Y no es que para Elena el sexo fuera lo más importante, de hecho, aún en sus mejores tiempos solo muy ocasionalmente había alcanzado el orgasmo con su marido. Es que ella pensaba que esa era la manera más rápida de acercarse de nuevo a él, al fin al cabo su marido sería como todos los hombres.

Aquella noche el brillante y joven arquitecto llegó a casa como tantas otras veces, sin embargo aquella noche no se iba a parecer a ninguna. Después de dejar el auto en la cochera llamó al timbre de la puerta. No por que se le hubiera olvidado la llave o no la tuviera, sino que por ser la casa grande y algo aislada, la criada de la casa, Virginia, solía cerrar con dos pestillos adicionales y dejar la llave puesta por dentro. Fue esta quién abrió la puerta. Los ojos de Juan se abrieron como platos y la sorpresa le despertó más que el aire frío al salir del coche.

El señor no debe decir nada- se adelantó la sirvienta haciendo una señal con el dedo pidiendo silencio, mientras le tomaba el abrigo y el portafolios para guardarlos- tenga paciencia que le iré indicando las disposiciones tomadas para hoy en esta casa.

Virginia, la dominicana mulata, no llevaba puesto el uniforme, ni el pijama informal con el que abría la puerta cuando la hora era ya avanzada. Iba desnuda de cintura para arriba, su exuberante pecho se erguía desafiante exhibiéndose impúdico y generoso. Tiene unas tetas soberbias pensó Juan que no se explicaba como nunca había reparado en tan espectaculares ubres. Llevaba un collar de cuero y unas muñequeras también de cuero.

Sígame el señor la señora – se detuvo un momento como pensando y buscando la palabra justa para no fastidiar la sorpresa.- quiero decir Elena le espera.

Tomó el largo pasillo de la casa, Juan la siguió preso de la sorpresa y de una enorme excitación. En el silencio resonaba el rítmico pisar de los altos tacones de las botas de Virginia, que lucía un ceñido pantalón de cuero que resaltaba la rotundidad de sus nalgas y terminaba de darle un aire de cruel gobernanta de harén o reata de esclavas. Hipnotizado por el vaivén de las caderas de la mulata, Juan la siguió hasta la alcoba. Allí no vio a Elena.

La señora me ha confesado su íntimo deseo de convertirse en una perra, objeto de placer y castigo. Me ha rogado que le ayude en esa transformación y la trate adecuadamente a su nueva condición, encargándome principalmente de presentarla al señor tal como es. Está en el cuarto de baño, pase y examínela con el cuidado que merece. No diga nada, aún tengo más cosas que decirle.

La sirvienta hizo un gesto con la mano que pasara al cuarto de baño del dormitorio y Juan así lo hizo. Lo primero que le llamó la atención fue el pelo de su mujer, negro y lacio de siempre, ahora estaba recortado y rizado, enormemente sexy, separado sobre los hombros para dejar a la vista su cuello, portador de un collar similar al de la mulata.

Estaba de cara a la pared, en cuclillas atada al radiador por las muñequeras. Llevaba un corsé azul que empezaba debajo de los pezones que se intuían desnudos ya que no Juan no podía verlos al estar la prisionera de espaldas. El corsé se cerraba con una cinta por detrás a modo de tanga que mantenía por delante un minúsculo trozo de lycra negro que apenas envolvía su sexo estrenado de perra. Llevaba unos zapatos de tacón de aguja y unas medias de liga que se unían a la indumentaria. En la postura que estaba destacaba su culo. Un culo ideal, perfecto el de su esposa, a la que nunca había visto tan deseable y exhibido. Reparó inmediatamente en las marcas rojas y limpias que presentaban sus nalgas y en la fusta abandonada en el suelo al lado de la víctima.

Espero que la perra sea de su gusto tal como está- expresó con orgullo en la mirada y descaro en las tetas la criada.- yo mismo me he encargado de azotarla con la fusta como todo animal doméstico necesita, la hembra tiene un buen culo y reconozco que ha sido un placer. No me he parado en miramientos, ni me he apiadado de sus gritos y súplicas acordándome de su trato cuando ella era la señora y yo la sirvienta. De todas formas la he dejado atada por si usted quisiera terminar el trabajo. No se corte, le pone, está caliente. El mango de la fusta ha entrado perfectamente por su coño y por su culo, y ha tenido un fuerte orgasmo.

Juan estaba enormemente caliente y deseoso de penetrarla brutalmente.

Desátala y tráela.- acertó por fin a articular palabra el marido de la esclava.

Fóllela bien y sin contemplaciones, es una zorra que lo necesita.- dijo con convicción la sudamericana.- es más yo la entregaría a los amigos del señor. Le vendría muy bien en su educación varias pollas penetrándola a la vez y sucesivamente. Tiene buen culo pero necesita abrirse más y eso una sola polla por grande que sea no lo consigue. Buenas tetas y buen coño. Espero que el señor me la deje a mi también algún día para mi diversión, seguro que es una buena mamadora y chupadora.

Juan no pudo contenerse mas, cuando su mujer se acercó a el la hizo arrodillarse y que le demostrase su sumisión como todos los hombres sueñan.

Virginia abandonó discretamente la habitación dejando a la pareja desfogarse como hacía tiempo no lo hacían. Pensó en las cosas que tiene que hacer una para mantener un buen trabajo. Desde luego una separación de la pareja era lo último que le venía bien. Sintió que a pesar de lo calculado de su plan se había excitado mucho y apresuró el paso para apagar su ardor en la tranquilidad de su cuarto.