Una follada campestre

Adoro la masturbación, en este caso la paja terminó en polvo.

Adoro la masturbación y procuro practicarla siempre que puedo fuera de mi casa. Este verano fui de excursión con un grupo de amigos, parejas con niños, a un lago natural con zona de recreo. Un sitio muy bonito. La mañana pasó entre baños, juegos y preparativos para el almuerzo. Después llegó la siesta: todos nos tumbamos en las toallas y se hizo el silencio, los niños dejaron de dar la paliza y todos nos abandonamos a nuestros sueños. Yo, por mi parte, tuve un sueño calentorro de ésos que te ponen a 100, sin querer. El protagonista de mi encuentro sexual onírico lo tenía bien cerca, era el marido de mi amiga Araceli con quien había coqueteado ampliamente durante los chapuzones matutinos.

Salí como pude del sueño toda excitada. Me levanté, aturdida. Todos dormían, así que me fui a dar un paseo, tal como estaba en bikini y zapatillas deportivas. Seguí un sendero alejándome del lago, hacía calor y no se veía a nadie: todo eran árboles, matorrales y vegetación. Con gesto automático me saqué las tetas por la copa del bikini. Ahora las llevaba en bandeja, la licra las exponía a la brisa y los pezones reaccionaban tomando la forma de bolitas hipersensibles. Respiraba con placer, metiendo el vientre y las tetas salían un poco más, de vez en cuando mis nudillos dejaban un suave roze, mis dedos, un pellizco, un poco de saliva aplicada en un pezón… Todo muy sensorial y lúdico, estaba sola en el campo, ¿Por qué no hacer lo que tantas veces había hecho en mi casa?

Llegué a una zona de arbolado, fresca. Me apoyé en el tronco de un gran árbol, mis tetas seguían a la intemperie y algo dentro de mi cuerpo me pedía más: bajé la mano por la tripa y la introduje en la braguita del bikini. Mis dedos recorrieron todo el coño empapado, baboso, muy excitado. Froté con toda la mano abierta la raja en todo su esplendor, acariciando el clítoris pero sin insistir en ritmos frenéticos pues quería que me durara un poco la pajilla y me encontraba al límite. Con la otra mano me daba pellizcos en los pezones, la lengua recorría mis labios y en un momento dado me invadió un delicioso orgasmo que me hizo ondular todo el cuerpo. Me deslicé por el tronco y me quedé sentada en la hierba, con los ojos cerrados disfrutando de aquella íntima sensación. Así de agachadita y húmeda estaba cuando oí pasos que se acercaban entre las ramas del camino. Me recompuse y descubrí a Carlos, el marido de mi amiga Araceli muy interesado en un matojo de hierbas.

Estoy haciendo un estudio de la vegetación de la zona - me dijo.

Mentía. Estaba tan excitado que casi ni me miraba. Me puse roja de vergüenza y de placer a un tiempo. Estaba claro que lo había visto todo, de hecho, una de mis tetas todavía asomaba libremente y él no le quitaba el ojo, yo me hice la despistada y le dejé que mirara. Estábamos muy cerca, nuestras bocas entreabiertas y de sus amplias bermudas emergía un bulto delator. Nos aproximamos y algo muy duro rozó mis muslos, él se abalanzó a mis pechos y comenzó a chupar con voracidad las tetitas solitarias. Decidí ponérselo un poco difícil, al tiempo que yo me excitaba más y más.

No me vas a cazar tan fácilmente - le dije.

Y eché a correr entre los árboles. Me perseguía, jugando a que no me pillaba como hacen los adultos cuando juegan con niños.

Ven aquí, pastorcilla, ven que te enseño el lobo

Tendrás que alcanzarme.

Entre carreras, jadeos y revolcones hicimos nuestra propia versión de Caperucita y de pronto dejé de oirle.

¡Cazador! ¿Dónde te has metido?

El silencio que reinaba ahora en el lugar hizo que me apeteciera descansar, así que me recosté en una zona de mullida hierba y me quedé dormida… Quiero decir que fingí que dormía cuando él se aproximó y comenzó a follarme sin que yo opusiera el mínimo esfuerzo. Estaba desatado, tenía la verga como una porra y me embestía mientras nuestros cuerpos se revolcaban continuamente con la complicidad de la madre Naturaleza. Dejo a la imaginación de los lectores todas las guarradas que hicimos en aquel paraje idílico. Sólo diré para terminar que cuando regresamos al grupo alguien preguntó:

¿Dónde os habíais metido? Estábamos empezando a preocuparnos.

Hemos estudiado la flora y fauna de la zona. Creo que pediré un trabajo a mis alumnos de biología. Es muy interesante – contesté yo mientras me despedía de él con una mirada llena de picardía. - ¿A que sí, Carlos?

Sin duda. Muy interesante.