Una fiesta cualquiera...
Un travesti heterosexual descubre el placer de sentirse mujer con todas sus consecuencias.
La Fiesta
-"No te preocupes no pasará nada. Tu me lo dejas todo a mí y ya verás que bien lo pasamos."
Eso fue lo que me dijo mi "amiga" Laura una semana antes de Halloween. He de decir que mi amiga va entre comillas porque tanto ella como yo, somos hombres. Y heterosexuales. O al menos yo lo soy, o bueno, lo era
Soy travestí en la intimidad, y lo soy desde que tengo uso de razón. Mis primeros recuerdos son probándome la ropa de mis madre y mis tías. Es una necesidad, un placer que no sabes bien de donde viene ni por qué, pero que está ahí y no puedes negarlo. Y si bien las fantasías con hombres suelen ser recurrentes nunca antes me sentí atraída por ningún hombre, al menos conocido.
A Laura la conocí por Internet, en un foro habitual de travestís, y congeniamos al instante. Era mayor que yo. Si bien tengo ahora 27 y ella estaba en los 40. Separada, inteligente, muy comprensiva. Como dije antes, congeniamos al instante. Y así, después de unos 8 o 9 meses de trato virtual, me ofreció la oportunidad de ir a conocerla. Bueno, lo cierto es que insistió tanto que no me quedó mas remedio. Me quedaría en su casa en el puente de Halloween, e iríamos a una fiesta de disfraces que daría un conocido local de ambiente liberal, al que recientemente se había hecho "adicta". Por supuesto iríamos de chica, y disfrazadas. Ella eligió un precioso vestido "Chicago años 20", de color dorado y bordados en negro. Para mí, como buena andaluza, eligió un traje de flamenca de raso de color blanco marfil, y me envió una foto por mail para terminar de convencerme. El vestido era el más bonito que he visto en mucho tiempo. Mucho más del que pudo llevar cualquiera de mis amigas. Realmente precioso.
La llegada a su casa fue muy cordial, fue genial comprobar que la sintonía que notaba con ella por Internet se mantenía en persona. Su casa era espectacular. Se ve que no tenía dificultades económicas y su buen gusto era notable. Mi habitación era espaciosa, si bien más austera en cuanto a decoración. Pero la cama era estupenda, comodísima y las sábanas de raso. El armario estaba completamente vacío, si bien el suyo estaba repleto, repleto de ropa de mujer, que por supuesto me dio permiso para usar cuanta quisiera.
Como esa noche era la fiesta, el día lo pasamos depilándonos, maquillándonos y hablando de ropa y cosméticos como dos mujeres normales. Bueno, dos mujeres normales hablarían de hombres y sexo. Y cuando Laura sacó ese tema no quise saber nada del tema. Ella me comentó que últimamente sus fantasías con hombres eran mucho más intensas y que estaba casi decidida a probar el sexo como mujer, recibiendo a un hombre. Una forma muy elegante de decir que estaba loca porque se la follaran.
Es cierto que esa conversación me incomodó un poco, si bien esas fantasías las tenemos todas, son solo eso fantasías. Con hombres anónimos y en muchos casos sin interés en llevarlas a cabo. Ella me entendía perfectamente y me indicaba que no tenía que preocuparme, que al local iban muchas parejas y chicas solas, que no tendría problema en encontrar una mujer, o simplemente disfrutar de una noche como mujer sin necesidad de sexo.
La conversación fue realmente animada y distendida. Cierto es que la parte más divertida fue contándonos nuestras fantasías y comentando los distintos consoladores que Laura tiene en su casa. Así entre risas, alguna que otra copita de anisette y algún cigarrillo se pasó la tarde.
Llegó el momento de vestirnos. Mi atuendo consistía en un traje de faralaes con manga larga, de raso de color blanco, con vuelo bajo la cadera en cuatro volantes con bordados también en blanco. El corsé, de raso blanco por supuesto, hacía mi figura más femenina y dejaba al vestido ajustarse a mis caderas y mi culito. Liguero para las medias blancas y zapatos de flamenca en charol blanco, con un considerable tacón que realzaba mi trasero dejándolo respingón y femenino. Cuando Laura me ofreció dos pequeñas prótesis para mi pecho, preferí llevar mi pecho tal cual, sin engaños. Prefería ir plana a confundir a algún hombre y tener que dar luego explicaciones. Mi traje se completaba con un mantón de seda de color rojo, que cerraba mi figura y abrigaba lo justo, a juego con un precioso abanico de color rojo. Laura se esmeró realmente bien con mi maquillaje. Una base excelente, los ojos bien delineados y mucha máscara de pestañas. Sombras claras en los párpados con brillito y en los labios un gloss rojo intenso del mismo tono que las uñas postizas.
Estaba fabulosa, al verme al espejo ni me lo creía. Mi pelo, medianamente largo, con suficiente gomina, se peinó muy ceñido a mi cabeza, con la raya a un lado, con caracolillos que adornaban mis mejillas. Un moño postizo del mismo tono que mi pelo y una flor tras mi oreja izquierda. Los pendientes, de perlas enormes, como buena gitana, y dos collares también de perlas, uno más grueso y oto más finito terminaban mi atuendo. Laura llevaría en su bolso todo lo necesario según ella. Así pues, tras las fotos pertinentes, encendí un cigarrillo, cogí mi abanico y a mi amiga del brazo y nos fuimos al local.
El taxi, que pagamos sin mediar palabra, nos dejó en la puerta. En el local dos porteros como dos camiones de grandes nos invitaron a pasar y una vez dentro, la chica de relaciones públicas, una travestí llamada Cristal, nos recibió con dos besos a cada una y una sonrisa que podría levantar a un muerto. Vestida como un hada del bosque nos deseo una feliz velada y le dijo a Laura antes de irse, que sus chicos no habían llegado aún. Cosa que me extrañó un poco. En parte por la familiaridad que tenia con la rr.pp. y en parte por lo de los chicos.
Una vez dentro el local era fantástico. Gangsters se mezclaban con piratas, vaqueros, princesas, cleopatras y brujas. Vampiros, vampiresas, un pitufo incluso con su pitufina Eso si, todos los disfraces se veían preciosos y parecían realmente caros. Pedimos unas copas y Laura me presentaba algunas personas que ya conocía del local. Es cierto que había alguna mujer, pero acompañada siempre. En su mayoría eran hombres, y algún travestí. De todos modos decidí pasarlo bien y disfrutar la noche.
Mi abanico se convirtió en mi juguete preferido. Lo usaba para guiñar, provocar, saludar, insinuar. Intenté beber muy poco, Martini con limón siempre. Y las rayitas de coca que me pasó Laura en el baño me mantuvieron en mi sitio. Relajada y entonada me sentía realmente bien como mujer. Y no me importaba estar rodeada de hombres. Es más, me resultó divertido sentirme tan deseada y admirada.
Más tarde me percaté de un par de hombres enormes, vestidos de romanos. Debían ser culturistas o algo, su musculatura era imponente y debían pasar del metro noventa el mayor y algo menos el otro. Me miraban sin cesar y sonreían mucho. Yo seguía jugando con mi abanico y los provocaba divertida. Un poco después se acercaron a nosotras y saludaron a Laura, que se mostró encantada de verlos.
-¡Chicos, que alegría veros! Qué guapos estáis. Permitidme que os presente.- dijo señalándome a mí. -Esta es Begoña, mi amiga sevillana, ¿recordaréis que os hablé de ella cierto?
-Claro que sí, es mucho más guapa de lo que dijiste.- dijo el más grande de ellos, que se llamaba Eduardo. Un vendedor de coches de 42 años, que se tomaba muy en serio su cuerpo. El otro, José, un poco más callado, resultó también amable y simpático.
-¿Porqué no nos pedís una copa mientras vamos al baño? les preguntó Laura mientras me cogió del brazo y me llevó al servicio.
Allí nos retocamos el maquillaje entre una bruja y Pitufina. Que por cierto, para ser la única mujer biológica, Pitufina era con mucho la menos femenina de las cuatro. Laura me comentó que conoció a estos dos hombres el primer día que entró al local. Que se hicieron amigos al momento y que sospechaba que eran pareja. Ella estaba decidida a comerse una polla esa noche. Volvió a preguntarme si estaba interesada y le volví a decir que no, que lo estaba pasando genial pero que no necesitaba ninguna polla para sentirme mujer. A lo que respondió que me respetaba, pero que no me entendía. Eso lo dijo mientras sacaba un botecito de cristal del bolso, lo abrió y esnifó fuertemente su contenido liquido. A continuación me lo ofreció diciendo que me encantaría, que era genial y me relajaría un montón. Hice lo mismo que ella, por supuesto. Un olor fortísimo me llegó a la base del cráneo. Cuando me despejé, una risita floja se me escapó y de verdad que me relajaba. Me encontraba flotando en una nube mientras dejábamos el baño para dirigirnos a la mesa donde estaban sentados nuestros gladiadores Eduardo y José. Laura tomó su copa y les indicó que los dejaba conmigo, que ella tenia "cosas que hacer". Antes de irse nos miramos y se me volvió a escapar la risita floja.
Los chicos me invitaron a sentarme entre ellos y me ofrecieron mi copa de martini. Charlamos animadamente mientras comentábamos lo maja que era Laura y nos íbamos conociendo un poco. Ellos se fijaban mucho en los chicos jóvenes, me pedían mi opinión femenina y brindábamos si alguno recibía un "aprobado" por mi parte, o si alguno me saludaba cuando le hacía señales con mi abanico. Al tiempo fui notando como los gladiadores estaban cada vez más cerca de mí. Incluso Eduardo tenía ya su mano sobre una de mis piernas. Me levanté de golpe y ellos se asustaron un poco. Se disculparon tanto y tan sinceramente que me sentí una boba por romper el buen rollo que teníamos. Básicamente era yo la que estaba portándose como una calienta Bueno, como una mujer un poco suelta, y no podía culparles por seguirme el juego. Además, era realmente divertido. Así que para aliviar mi culpabilidad y recuperar el buen rollo les pedí que me enseñaran el local. Aceptaron encantados. Me tomaron del brazo y entre los dos fuimos recorriendo todo el pub. Al salir de la zona de las mesas, Laura, muy metida en una conversación con un pirata, me guió el ojo a mí y levantó el pulgar como respuesta a las señas que le hizo Eduardo. Sin darle más importancia nos dirigimos a las otras salas mientras José me acariciaba el culo. Pero esta vez, en lugar de romper el juego, dejé escapar la risita floja y también se lo cogí yo a él, que dejo escapar una exclamación de sorpresa. Así entre risas llegamos a la zona de baile, mucho ruido, poca luz, quizás luego venimos. El cuarto oscuro preferí dejarlo, aunque ellos me invitaron entre risas, pero una dama no entra en esos sitios, respondí.
Al final llegamos a la zona de las salas privadas y sentí curiosidad por ver una. Eduardo abrió una de las libres y entramos. Era una pasada. Una cama enorme con sábanas de raso, sofá, mini-bar, televisión con circuito cerrado de porno, baño con jacuzzi
-¿Te gusta? dijo Eduardo. Que se encontraba frente a mí.
- Me encanta.- dije yo, notando la mano de José volviendo a acariciar mi culo. Eres un gladiador malo, José, le increpé divertida.
Al poco no acariciaba mi culo, si no que sus manos rodearon mi cuerpo, apresándome por completo. Sin hacerme daño, por supuesto, pero completamente inmovilizada.
-¡Jijijij! La risita floja se escapó otra vez, contagiando a los dos hombres que rieron fuertemente Ya vale, suéltame, por favor.
Comencé a asustarme cuando Eduardo me dijo que aquí dentro no puede oírnos nadie, por más que gritemos. Y ciertamente la música que se oía de fondo era un estruendo.
José se sentó al borde de la cama, sin dejar de "abrazarme", dejándome sentada en su regazo, completamente inmovilizada. Eduardo mientras encendía el monitor en un canal de porno gay, en el que dos hombres de gran tamaño sodomizaban y le hacían chupar a un chico más joven y delgado. De pronto supe quién era yo de los tres, y comencé a notar la erección de José bajo mi vestido, mientras Eduardo se acercaba frotando su sexo bajo la falda de gladiador.
Asustada, inmovilizada, con ganas de gritar, llorar y salir corriendo. Pero sin fuerzas para nada de eso. Tanta droga me tenía floja, sin coraje. Un par de lágrimas escaparon de mis ojos cuando el enorme pene de Eduardo toco mi mejilla. La punta de su pene acariciaba mis mejillas y mis labios mientras el decía lo preciosa que era, y la razón que tenia Laura.
Me decían que no me asustara, que me iba a encantar, que me iban a hacer mujer. José, sin soltarme ni un momento, no dejaba de acariciarme gentilmente todo lo que le permitía su postura. Sus delicados besos en mi nuca eran terriblemente agradables y sensuales. Sus labios mordían mi oreja y su lengua penetraba mi oído, excitándome sin poder evitarlo. Eduardo me tranquilizaba con palabras dulces, llamándome princesa, acariciando mi cara con su pene.
-Abre la boca princesa. dijo Eduardo.
-No por favor.- dije yo entre sollozos.
-Vamos reina, se una mujercita de verdad y abre la boca. Lo estás deseando putita.- susurraba José a mi oído, de la forma más dulce que se pueda susurrar la palabra putita.
Eduardo acariciaba mis labios con su pene esperando que me decidiera a dar el paso. Loco por ver mi expresión al quitarme de cuajo cualquier resto de hombría y masculinidad. Por sentir el momento en que paso a ser una putita. Su glande brillante, grueso, salado acariciaba mis labios entreabiertos y chocaba con mis dientes que se resistían a dejarle pasar.
-¡Que abras la boca!- gritó.
Y abrí la boca.
El pene de Eduardo pasó por completo hasta mi garganta produciéndome unas enormes arcadas. Por un momento pensé que iba a vomitar. Entonces sacó su pene rápidamente permitiéndome respirarse agachó frente a mi y me acarició la cabeza.
-Tranquila princesa, es normal la primera vez. He sido muy brusco perdona.- me dijo dulcemente mientras recuperaba mi aliento. Yo lo miraba asustada. Él me tranquilizaba con su mirada mientras recibía los dulces besitos en la nuca de José. Verás como ahora lo haces mejor.- me dijo besándome dulcemente en los labios.
Una vez más acercó su pene a mis labios y me indicó que abriera la boca. Esta vez obedecí al primer momento. Su pene entró despacio, llenando mi boca de polla, rozando suavemente mis labios y lengua. Instintivamente comencé a succionar, despacio, apartando los dientes, usando mi lengua. Movía mi cabeza para recorrer todo su pene con mis labios. Besaba su glande, inundaba mi boca de saliva. Estaba chupándole la polla a un hombre y lo estaba disfrutando.
José me decía al oído cosas como "ves que bien?" o "lo haces de maravilla", "eres increíble, princesa" y al poco le preguntó a Eduardo si me podía soltar. Éste le dijo que sí, que ya no había peligro. José se levantó dejándome a mi sentada al borde de la cama, para que continuara felando a su compañero. Una vez de pie, ambos hombres se besaron dulcemente en los labios.
-¿Qué tal, es buena?- preguntó José a Eduardo.
-Lo hace muy bien, va a ser estupenda.
Al oír esto me sentí completamente excitada. Era buena chupando pollas. Ya con mis manos libres pude acariciar toda la extensión del pene de Eduardo. Ver mis manos decoradas con mis largas uñas y mis pulseras de perlas me hicieron sentir terriblemente femenina.
José acercó también su pene y me lo dio a probar. Le sonreí y lo introduje en mis labios sin dejar de acariciar a Eduardo. Este era más delgado, pero más largo, e igualmente sabroso. De no querer saber nada de tíos, y de presumir de heterosexual, tenía de repente dos pollas en mis manos y me las estaba comiendo. Empecé a notar la zona de mi culo completamente sudada. Eduardo me dejó a solas con la polla de José para acariciarme por todo el cuerpo. Se desnudó dejando su imponente cuerpo a la vista, y por la mirada que puse debí delatarme porque Eduardo me inquirió un "te gusta, ¿verdad?".
Eduardo me puso de pie mientras José se desnudaba también y se colocaba frente a mí, realmente cerca. No pude evitar el impulso de acariciar su pecho con mis manos de mujer. Acariciar sus pezones, sus enormes brazos, su magnifico pene. No pude evitar dejarme besar. Se inclinó sobre mí, me cogió por la nuca y acercó sus labios a los míos sin ofrecer resistencia ninguna. Eduardo me acariciaba y me desnudaba quitándome el vestido, el corsé y bajándome las bragas. Solo el liguero con sus medias y los zapatos quedaron sobre mi cuerpo. Los dos hombres se apretaron contra mí y pude sentir sus pieles rozar con la mía. Las manos de Eduardo jugaban con mi espalda, con mis nalgas, con mi entrepierna. Mientras José besaba mis labios, acariciaba mi pene, y recibía mis caricias por su parte.
De repente algo duro y cálido se acercó a mi ano y antes de poder decir "espera", se metió todo de golpe provocando un saltito y un gritito de sorpresa y dolor. Más sorpresa que dolor por supuesto. Pensé de pronto que me habían follado, pero fue solo el dedo corazón de Eduardo el que, rebosante de lubricante, entró en mi ano. Poco a poco un suave escozor inundó mi culo y mi ano, suplicando alivio, algo que lo frotara, que lo rascara.
José entonces me susurró al oído, "relájate princesa, Eduardo te va a hacer mujer". Consciente de lo que implicaba, intenté negarme puesto que dentro de nuestras estúpidas ideas, una cosa es chupar una polla o dos, y otra ser un muerde almohadas. Eso ya es ser una maricona y yo no puedo permitirlo. Pero consciente de lo que implicaba, Eduardo, volvió a cerrar sus brazos sobre mí, inmovilizándome otra vez.
Su pene estaba ya entre mis nalgas, y sus piernas intentaban situarse entre las mías. Yo intentaba evitarlo, negándome y suplicando que me dejaran. Pero inmovilizada como estaba sabía que sólo era cuestión de tiempo. José seguía acariciando mi cuerpo y tranquilizándome con sus palabras dulces y sus piropos. Eduardo, más fuerte aún que José, no me hacía tampoco ningún daño. Era dulce y gentil en su abrazo y su cuerpo acariciaba el mío al restregarse, situándose de modo que facilitara la penetración. Entonces Eduardo se sentó en el sofá, conmigo entre sus brazos, con su pene entre mis nalgas, deseando penetrarme. De algún modo Eduardo permitía que me mantuviera elevada sobe mis piernas, evitando la penetración. Quería que fuese yo la que se clavara su pene, por deseo, aceptación o agotamiento. Con todas mis fuerzas intentaba mantenerme erguida, consciente de lo que implicaba dejarse caer, y muy a mi pesar, consciente de lo inútil de mi esfuerzo.
José, que no dejó de acariciarme en ningún momento comprendió mi situación y actuó en consecuencia.
-No luches más princesa, sabes que es inútil. me dijo mirándome a los ojos. déjate hacer, te va a encantar, ya veras.
-Vamos reina, no te niegues más a ti misma. Sabes que lo deseas. Decía Eduardo a mis oídos.
José entonces besó mis labios con dulzura, puso la mano sobre mi hombro y empujo despacio hacia abajo. No sé si no me quedaban fuerzas para negarme, o fui yo la que acompaño su movimiento. Pero poco a poco comencé a bajar y noté el glande de Eduardo tocar mi ano, y poco a poco irlo abriendo hasta notar como se deslizaba dentro de mi cuerpo. El dolor si bien no insoportable era intenso. Intentaba gemir para paliar el dolor pero los besos de José apagaban mis gritos. Intenté levantarme para sacar el enorme pene de mi ano pero los brazos de Eduardo ahogaron mis esfuerzos. Sus palabras y susurros dulces me calmaban y me invitaban a seguir bajando. Poco a poco mi ano se acostumbró al tamaño de semejante invasor y lo aceptó. La mano de José volvió a colocarse en mi hombro y volvió a empujar despacio hacia abajo. Me miró a los ojos y me dijo "Vamos, termina de hacerte mujer". Mientras escuchaba esto el pene de Eduardo entraba en mi cuerpo poco a poco, hasta el fondo, donde el dolor volvió a presentarse aunque de forma menos intensa. Más llevadera. Mis gemidos de dolor empezaron a mezclarse con gemidos de placer. Eduardo abrió sus brazos liberándome de su prisión y como él sospecha, no rechacé su penetración. Sus manos me acariciaban en lugar de secuestrarme. José se inclinó entonces para volver a besar a su compañero en los labios. Yo me volví para ver bien ese beso, y participar de el en lo posible. José se retiró entonces y le dijo "fóllatela". A esto Eduardo me susurró a l oído "pídemelo putita", "pídeme que te folle".
-Fóllame.- dije yo, excitada como nunca mientras las manos de Eduardo pellizcaban con fuerza mis pezones.
--Suplícalo puta.- dijo José agarrando mis testículos.
-Fóllame, por favor! supliqué.
Eduardo me tumbó en la cama con un movimiento rápido dejando mi culo en pompa y mi cabeza sobre la cama. Sujetando mi cabeza con una mano, con la otra dirigió la punta de su pene a mi ano, donde se clavó sin resistencia. Y empezó a follarme.
Un breve instante de dolor dio paso a un placer indescriptible. Completamente nuevo. La sensación de sumisión, de dar placer a un hombre enorme, de sentirme usada. La sensación física por supuesto, de un pene grande y caliente rozando todas las paredes de mi ano, el golpeteo contra la próstata, el vaivén que da tu cuerpo cuando un hombre tan grande y fuerte se te folla. De repente me vi en el espejo. Con Eduardo a mi espalda, mis labios con el gloss corrido, mis ojos felinos y mi flor en el pelo y como pensé al principio no solo no me di asco. Me sentí terriblemente sexy, femenina, sensual. Abrí mi boca para pedir más, que me follara más fuerte. Entonces José acercó su pene a mi cara y sin darle tiempo lo cogí entre mis labios y me lo comí entero. Me estaban dando por delante y por detrás y vaya si lo estaba disfrutando. La sensación era indescriptible. Ellos se acercaros para acariciarse y besarse. Yo les daba placer a sus penes y ellos me lo daban a mí.
De pronto la polla en mi boca comenzó a engordar, José a gemir y sin darme tiempo a reaccionar un enorme chorro de semen caliente llenó mi boca y otro más mi cara al sacarlo. José terminaba de masturbarse en mi cara cuando Eduardo agarró mis caderas, comenzó a gemir y su polla explotó en mi culo llenándolo de semen caliente y viscoso que rebosaba y caía por mis piernas.
Derrumbados en la cama, uno a cada lado, me acariciaron y besaron con dulzura y agradecimiento. Acariciaban mi cuerpo y me decía lo maravillosa que era, lo bien que lo había hecho y me hacían ver que todo había ido genial. Eduardo me cogió con un brazo y con el otro comenzó a acariciar mi pequeño pene, hasta que se puso erecto. Entonces comenzó a masturbarlo. Yo rodee su cuello con mis brazos y me deje besar, entregándome del todo. Hasta que de pronto me vino una oleada de placer como nunca me ha venido y me corrí en sus manos sintiendo el mayor orgasmo que nunca en mi vida haya soñado.
Cuando dejé de temblar por semejante orgasmo sus miradas se volvieron extrañas, y quise echarme a llorar. De repente me sentí avergonzada y confusa, llena de miedo y temores. Me tapé como pude e intenté salir corriendo. José me paró en seco y me indicó que no me preocupara, que mejor me quedaba y medaba una ducha, que enviarían a Laura a que me ayudara.
Al cabo de un rato, llegó mi amiga con una expresión mezcla de orgullo y satisfacción, que supuse era por que también se la habían follado. Pero realmente no había sido así, al menos aún. Me explicó que no había quedado con ningún chico y que hacía tiempo que se la habían pasado por la piedra. Resultó que en el local conoció a Eduardo y José y lo encantadores que eran para una primera vez. Entonces les habló de mí y les enseño mis fotos. Ellos quedaron encantados conmigo y desde el primer momento insistieron a Laura en que me invitara para desvirgarme. Ella dijo que sabía que lo haría genial y que me encantaría así lo montó todo para mí. Y que tenía ahora dos opciones. Cambiarme y volverme a Sevilla follado, violado y avergonzado como una marica reprimida. O arreglarme y maquillarme, asumirlo y salir afuera y disfrutar de ser la preciosa y sensual travestí en la que me habían convertido.
Por supuesto, no tenía otra opción que la segunda. Además, de repente sentí la curiosidad por saber que se siente cuando te follan de frente.
Fin?